Los rituales funerarios de los antiguos californios. Un viaje a través de la muerte y el Más Allá

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Desde tiempos inmemoriales, la muerte ha sido un evento que las sociedades humanas enfrentan con complejos rituales y creencias. En la península de Baja California, las culturas indígenas que habitaron estas tierras desarrollaron un profundo vínculo entre sus cuerpos, la naturaleza y el Más Allá, plasmando su visión de la vida y la muerte a través de intrincados rituales funerarios. Estos rituales, algunos de los cuales perduraron por milenios, son consecuencia de una rica tradición espiritual que ha sido documentada tanto por misioneros como por exploradores, y más tarde, investigada por antropólogos.

La información que tenemos sobre las prácticas funerarias de los pueblos indígenas de Baja California proviene de tres principales tipos de fuentes. En primer lugar, los escritos de misioneros jesuitas como Miguel del Barco, Francisco Javier Clavijero y Juan Jacobo Baegert, entre otros, que ofrecen descripciones detalladas de los rituales que observaron durante su evangelización de la región. Estos relatos proporcionan una ventana a los primeros contactos entre los colonizadores europeos y los nativos californios.

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En segundo lugar, también contamos con los testimonios de soldados, marinos y exploradores que convivieron con estos grupos étnicos. Uno de los más notables es Francisco de Ortega, quien en 1632 narró un ritual fúnebre entre los guaycuras en La Paz. Su relato describe el velorio de tres días tras la muerte del hijo de Bacari, un líder local, y el proceso de duelo en el que los amigos y familiares se cortaban el cabello y pintaban sus cuerpos de negro. Este tipo de fuentes ofrecen una visión externa sobre la interacción entre los colonos y las costumbres indígenas.

Finalmente, el trabajo de antropólogos e investigadores que han estudiado los entierros antiguos a partir del siglo XIX ha sido crucial para entender la evolución de las prácticas funerarias en la península. Nombres como León Diget, Harumi Fujita, Martha Elena Alfaro, Cecilia Sánchez y Antonio Rosales-López destacan entre los estudiosos que han aportado hallazgos sobre las prácticas mortuorias. Estos estudios han desvelado rituales como el «segundo entierro», practicado entre los guaycuras, donde los restos de los difuntos eran desenterrados, pintados y reorganizados meses después de la muerte.

El cuerpo como símbolo y objeto ritual

En las sociedades antiguas de la península de Baja California, el cuerpo no era simplemente una entidad biológica; era un artefacto cultural que trascendía la muerte. En muchas religiones indígenas, el poder del cuerpo se trasladaba al espíritu, y los rituales funerarios garantizaban el tránsito de la persona al Más Allá. Según el antropólogo Alfonso Rosales-López, el concepto occidental de la muerte no existía en estas culturas. En lugar de desaparecer, el individuo se fundía con el universo a través de los rituales funerarios, integrándose de nuevo en el ciclo natural.

Los primeros seres humanos que llegaron a la península de Baja California, hace aproximadamente 12,500 años, no desarrollaron de inmediato una cultura funeraria estructurada. Es probable que los cuerpos de aquellos que morían fueran abandonados sin mayor ceremonia. Sin embargo, alrededor de 5,500 años atrás, con el surgimiento de sociedades semi-sedentarias, se comenzaron a realizar entierros formales. Esta transición hacia rituales funerarios más elaborados refleja el desarrollo de una mayor complejidad cultural y social en estos grupos.

El ritual funerario en la Antigua California

Los guaycuras, cochimíes y pericúes, algunos de los grupos étnicos que habitaron la península, concebían la muerte y los rituales funerarios de maneras distintas, pero compartían algunos elementos en común. Las descripciones de Francisco de Ortega y otros exploradores documentan rituales donde el duelo no sólo incluía el luto verbal, sino también el físico. Los familiares de los fallecidos se golpeaban la cabeza con piedras filosas hasta sangrar, como muestra de respeto y dolor por la pérdida.

En los funerales de los guaycuras, según el misionero Juan Jacobo Baegert, el cuerpo de los difuntos solía ser cremado o enterrado en una cueva. También existía la costumbre de «enroscar» el cuerpo de los fallecidos, es decir, flexionar sus extremidades inferiores hacia atrás y atarlas con cuerdas. Solo aquellos que morían en batalla eran enterrados en posición boca arriba, como símbolo de honor. Además, el Guama, un hechicero o chamán, dirigía el ritual y pedía mechones de cabello del difunto y sus familiares como pago por sus servicios.

Uno de los rituales más fascinantes descritos por Rosales-López es el «segundo entierro». Pasados tres o cuatro meses de la primera inhumación, el cuerpo del difunto era exhumado y sus huesos cuidadosamente separados y pintados con pigmento ocre. Luego, los restos eran envueltos en piel de venado y enterrados de nuevo. Este proceso, que puede parecer macabro a los ojos modernos, era parte de una creencia que sostenía que el difunto no encontraba paz hasta que su cuerpo era reorganizado y sus huesos eran purificados.

Creencias sobre el Más Allá

Las creencias sobre lo que sucedía después de la muerte variaban entre los diferentes grupos étnicos de la península. Según Francisco Javier Clavijero, los pericúes creían que aquellos que morían flechados no iban al cielo, sino que eran llevados a una cueva donde moraba Tuparán, un ser castigado por rebelarse contra el dios creador Niparajá. Por su parte, los guaycuras creían que ciertos espíritus llamados «mentirosos y engañadores» capturaban a los hombres y los escondían bajo tierra para que no pudieran ver al «Señor que vive».

Los cochimíes, por otro lado, sostenían que los muertos venían a visitarlos una vez al año desde los «países septentrionales», durante una festividad conocida como «el hombre venido del cielo». Durante esta celebración, un hombre disfrazado de mensajero traía mensajes de los difuntos a sus familiares, quienes lo recibían con reverencia. Estos rituales, complejos y profundamente simbólicos, muestran cómo los antiguos habitantes de Baja California mantenían una conexión constante con sus ancestros y el Más Allá.

Influencias externas y evolución de las prácticas funerarias

Con el tiempo, las costumbres funerarias de los pueblos indígenas de Baja California fueron evolucionando, influenciadas por migraciones y contactos con otras culturas. Los antropólogos han identificado tres fases principales en la evolución de los entierros en la península. La primera, hace unos 5,500 años, vio el inicio de la sepultura de cuerpos en posición flexionada. La segunda, hace unos 3,500 años, introdujo el seccionamiento de cuerpos y su entierro en las playas. Finalmente, a partir del año 1,200 d.C., comenzaron a enterrarse los cuerpos en abrigos rocosos, una práctica posiblemente traída por grupos migrantes del Nnorte.

La llegada de los europeos también trajo nuevas influencias a las prácticas funerarias. Los misioneros jesuitas intentaron erradicar algunas de las costumbres más violentas, como el autoflagelamiento de los dolientes, aunque con poco éxito. Además, la cremación de cuerpos y el entierro boca abajo, costumbres comunes entre los guaycuras y los cochimíes, podrían haber sido influenciadas por prácticas funerarias de Sinaloa y Sonora.

La rica y variada cultura funeraria de los antiguos habitantes de Baja California revela no sólo su visión de la muerte, sino también su profunda conexión con el entorno y el cosmos. Los rituales funerarios eran una forma de asegurar que el individuo, aunque muerto, permaneciera conectado a la tierra y a su comunidad. A través de los estudios antropológicos y los relatos históricos, podemos conocer y apreciar la complejidad de estas prácticas, que nos ofrecen una visión fascinante de cómo las culturas prehispánicas entendían el ciclo de la vida y la muerte.

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El significado de la muerte entre los californios

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuando cesan las funciones vitales en una persona, se disparan una serie de actos por parte de quienes lo rodean que van desde el llanto, sentimientos de dolor y tristeza, hasta complejos rituales en donde lo que se pretende es demostrar a los demás integrantes del grupo que se sigue una “tradición” para homenajear los restos de la persona que los abandonó. Lo antes descrito también se vivió en la California, pero con los sesgos característicos de los diferentes grupos que la habitaron.

Debido a que los naturales de California no lograron desarrollar la escritura, la forma en la que han llegado hasta la actualidad una reseña de sus costumbres y creencias, es a través de los escritos de los sacerdotes misioneros y los exploradores que pasaron largas temporadas entre ellos. Muchos de estos documentos han llegado a convertirse en libros que su lectura se convierte en obligatoria para aquellos que deseamos profundizar en el conocimiento de nuestra tierra ancestral, pero todavía una gran cantidad de manuscritos esperan a ser recuperados de archivos, bibliotecas y demás repositorios en donde esperan impacientes por develar la información que contienen.

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El jesuita Ignacio María Nápoli nos comenta “porque ellos —los guaycuras—, no suponen muerte natural, solamente dicen que se muere de hechizo”. Esta apreciación la pudo hacer cuando se encontraba de visita en el puerto de La Paz y tuvo oportunidad de convivir con los naturales que estaban siendo catequizados en la misión donde el padre Jaime Bravo era su misionero. En este sitio también pudo presenciar la forma en que se realizaban las exequias de los que morían: “lloraron sus parientes y le quemaron la casita de ramada —así hacen cuando muere uno para que no se mezcle en los otros el mal hechizo—, como también el arco, flecha y sus trastecitos. Se les mandó que no los quemen como hacían antes y se dispuso la sepultura, pero ellos no querían que se sepultara derecho, porque es sólo privilegio de los que mueren flechados en pelea, los otros se queman o se entierran retorcidos”.

Como es bien sabido, entre los grupos humanos es común que el conocimiento empírico se vaya sistematizando y transmitiendo de generación en generación, creando una especie de repositorio oral que ayuda a resolver ciertas situaciones cotidianas sin necesidad de recurrir a nuevas estrategias de experimentación en sus soluciones. Tal era el caso de incinerar los objetos personales y la vivienda de una persona que acababa de fallecer, así como enterrar sus despojos mortales. Con lo anterior se evitaba que, en caso de que la causa de fallecimiento fuera una enfermedad contagiosa, se propagara entre los demás integrantes del grupo. El enterrar o cremar el cadáver también era una medida de antisepsia, ya que con ello se evitaba que se esparcieran las bacterias dañinas y malos olores durante el proceso de descomposición del cuerpo.

Como ya mencionamos, los complejos rituales funerarios incluyen prácticas que son más atribuibles a creencias o simbolismos espirituales y no a emerger de una función utilitaria. El hecho de que destinaran el entierro solamente para aquellos que hubieran muerto “flechados en pelea”, y que su cuerpo fuera “retorcido” antes de colocarlo en la tumba, obedecía más a las creencias espirituales que como ya se mencionó, a un fin práctico. En otro artículo publicado en este medio traté ampliamente la forma en la que se realizaban los entierros entre los californios.

Sobra decir que cada uno de los que dejaron asentadas por escrito sus observaciones sobre ellos, lo hizo desde su particular óptica e interpretación, y a pesar de que en algunas de sus frases hacen generalizaciones diciendo que todos los naturales hacían tal o cual cosa, se ha demostrado que no era así. Había diferencias tangibles entre rancherías e incluso entre familias en cuanto a los usos y costumbres.

Otro de los sacerdotes que comenta sobre cómo se apreciaba la muerte por parte de los guaycuras fue el ignaciano Juan Jacobo Baegert el cual nos dice lo siguiente: “es de temerse que entre los que caen enfermos en el campo y no son llevados a la misión, haya algunos que sean enterrados vivos, especialmente, cuando se trata de ancianos o de personas que tienen pocos parientes, pues acostumbran cavar la fosa dos o tres días antes que se aproxime la agonía del enfermo; parece que les es molesto quedarse sentados al lado de un viejo, aguardando su fin, ya que desde hace tiempo ya no sirve para nada o sólo les es un estorbo y que, de todos modos ya no podrá seguir con vida”.

Tal vez sea cierto en algunos casos esta apreciación, sin embargo, sabemos por otros escritos que los enfermos eran cuidados con esmero, se llamaba a los hechiceros para que los curaran, y en caso de fallecimiento se vivía un duelo por varios días en donde los familiares y personas cercanas al difunto demostraban su dolor y tristeza por su muerte. En otro párrafo nos comenta: “a una anciana ciega y enferma, los cargadores le retorcieron el pescuezo para no cargar con ella unas cuantas leguas más, hasta la misión. Otro individuo murió asfixiado, porque, para protegerlo de los mosquitos que nadie quiso ahuyentarle, le cubrieron de tal manera que le cortaron la respiración”.

Es probable que estos hechos narrados hayan ocurrido, aunque en desagravio de quien piense que nuestros guaycuras de la misión de San Luis Gonzaga Chiriyaquí eran unos desalmados, les diré que en muchas culturas nómadas, en donde permanecer por mucho tiempo en un sitio cuidando a un enfermo, les representaba una pesada carga puesto que les impedía seguir consiguiendo el escaso alimento y agua, también ponía en peligro de muerte a todos los integrantes, es común que se abandone a los viejos, heridos y enfermos. Es una cuestión de supervivencia del grupo.

Otro de los rituales que realizaban casi todos los grupos que habitaban la California era el que a continuación describe, con su muy particular estilo burlesco y socarrón, el sacerdote Baegert: “con respecto a su conciencia y a la eternidad, los californios, hasta donde he visto y sabido, se sienten perfectamente tranquilos durante su enfermedad, y mueren, como si el cielo no pudiera faltarles. Tan pronto como despiden el alma, se levanta una terrible gritería entre las mujeres que están presentes y entre todas las que no lo están, tan pronto como les llega la noticia. Pero a nadie se le nota un ojo húmedo, si no es a los parientes más cercanos, y todo resulta pura ceremonia”. Del llanto y gritería que hacían hombres y mujeres al fallecer un familiar o amigo cercano, eso ha quedado escrito en varias descripciones.

Finalmente, Baegert nos narra cómo es que algunos catecúmenos que vivían a los alrededores de su misión visualizaban el ser sepultados bajo el ritual de la iglesia católica: “¿quién, pregunto, se imaginaría que algunos de entre ellos sienten horror y repugnancia ante la idea de ser enterrados conforme a la usanza católico-cristiana? Había yo observado que algunos hombres, todavía bastante fuertes aunque peligrosamente enfermos, no querían dejarse conducir o llevar a la misión, donde hubieran recibido mejor trato para el cuerpo y el alma. Pedí explicaciones y se me dijo que significaría burlarse de los muertos, si se les enterrase con el repique de las campanas, con canciones u otros ritos cristianos católicos”.

Como nos hemos dado cuenta, al igual que en todas partes del mundo, el proceso de aculturación que se vivió en la California fue muy semejante al de otras partes. Hubo una reinterpretación de las enseñanzas religiosas que les mostraban los misioneros, un sincretismo que, paulatinamente, fue desapareciendo conforme los californios más viejos fueron muriendo, aquellos que habían crecido formado con sus prácticas antiguas, que fueron catequizados posteriormente y dieron paso a las nuevas generaciones que ya habían nacido y crecido formadas “a toque de campana”, en donde nada sabían sobre sus antiguas creencias.

Bibliografía:

Noticias de la península americana de California – Juan Jacobo Baegert

Tres documentos sobre el descubrimiento y exploración de Baja California por Francisco María Piccolo, Juan de Ugarte y Guillermo Stratford. Roberto Ramos (comp.).

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