La habitación higiénica de Mercedes Luna Fuentes

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  La nueva poesía es la de siempre porque se trata de la misma sangre que la anima, el mismo origen sagrado. Hubo un tiempo en que el fuego en una fogata y una danza se conjugaban para darle sentido a la vida, para darse una respuesta, para darse a entender y para hacer hablar a los dioses con el fuego mismo. Ya no hacemos fogatas con ese propósito, pero mantenemos el fuego en el poema, a pesar de la modernidad, o debiera decir de la posmodernidad. Mercedes Luna Fuentes (Monclova, Coahuila, 1969) es de esas poetas que reviven el fuego en su poesía para que no se nos olvide su origen sagrado.

Con La habitación higiénica obtuvo el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen 2017 y con él, la posibilidad de que llegara a más lectores y nuevos entusiastas que se adentren en las llamas para conocer la cotidianidad y los impulsos poéticos que sacuden nuestra visión personal de las cosas mundanas. El título, habitación higiénica, sintetiza de algún modo nuestras costumbres actuales y que sólo una poeta es capaz de colocarla en su dimensión, en su experiencia de vida. El tropo del cuarto o la habitación define nuestros días actuales. Así, la vida cotidiana a través de una ventana, desde donde se percibe el mundo y sus transformaciones, las vidas que oscilan temporales, que van y vienen, entran y salen, nos dice que hay conciencia sobre lo que observamos; nos sabemos, ella se sabe dentro de un cuarto, y no extraña el mundo y sus avatares porque se siente segura dentro de la intimidad.

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La experiencia de crear vida o de producirla o de tenerla o de llevarla dentro sólo la pueden experimentar las mujeres, y si una poeta nos comunica la experiencia sin duda el efecto es bien distinto, porque con palabras acompañamos ese proceso. La estética de la vida tiene innumerables caminos. Los hospitales, por ejemplo, que son lugares también de intimidad, de refugio, de seguridad, donde la vida nacerá de nuevo, donde los participantes harán su trabajo para que todo funcione, son el símbolo de la continuación de la vida o del freno de la misma. También dentro del cuarto se manifiesta el grito apagado, que vive, se contrapone, y su voz se endurece o se vuelve fría, y la convivencia con el otro, con el hombre, es un salto y una brusquedad del instante que se altera porque todo ocurre y es nuevo.

Al interior del cuarto ella ha recorrido en realidad el mundo porque es su mundo, donde la ventana es su referente con la vida, acaso atrapada por la vida moderna, por decisión propia o miedo, o porque el peligro por las cosas de afuera se lo impide. Al caer el día, cuando concluyen las actividades del mundo exterior e interior, las cortinas se cierran y se queda frente al cuerpo suyo y del otro; quizá ha perdido sensibilidad, pero sabe que los pies en la tierra son el recuerdo de que, a pesar de todo, sigue colocada en lo real y que la felicidad antigua es sólo un álbum de fotografías. La mujer poeta con los pies en la tierra es un canto a la certeza, sin duda, nadie mejor que ella sabe de los efectos de la vida cotidiana.

En la habitación ocurren las cosas. Ella cree que quedarse adentro, estar allí, la salvará de lo de afuera. Tal vez ignora que lo de afuera es lo de adentro y viceversa, por más que palpe palmo a palmo la habitación y trate de identificar los detalles. La espera es larga, los meses son lentos, la vida saldrá de un momento a otro. Una mujer no huye, se enfrenta. Una poeta afronta su poesía. De ese modo la vida pequeña sucede, se desliza hambrienta de vivencias, donde poco a poco se hará consciente ante la más mínima expresión de vida, por ínfima que sea. La arquitectura del cuarto pareciera el sostén, el cimiento, el vaso que contiene el agua, su agua.

Y el cuerpo, como el cuarto, no es seguro, y sin embargo sabe que es un absoluto del amor porque ambas son escondite y, al mismo tiempo, energía necesaria para activarse y seguir viviendo. La mujer con su hija y la poeta con su poesía. O la mujer con su poema y la poeta con carne de su carne. Todos los cuartos del mundo son el mismo cuarto, todos los espacios se concentran en uno solo porque todos vamos de uno a otro buscándonos o perdiéndonos, calculando nuestras manías, nuestros amores, nuestros puentes con la vida, para aprender de ellos y mostrarlos a quien nos acompaña por el sendero que vamos dejando.

Con el tiempo, la vida cotidiana con los otros en el cuarto, con las hijas o los hijos, de quienes somos un referente, un respaldo para que sus caminos se abran sin contratiempos, nos va enseñando y, al mismo tiempo, vamos enseñando lo ya enseñado. Dicen que las mujeres son sabias desde la concepción. Dicen que las poetas son sabias cuando terminan el poema. Luego hay que enseñarles a las hijas sobre el mundo, ponerle los cisnes necesarios para que entiendan la delicadeza, el juego y no juego que es la vida, para darles la certidumbre de que pueden vivir con la seguridad de unas alas que las hará libres.

Las cicatrices en el vientre son la huella de la experiencia del parto y la aventura del embarazo, un resumen que la prepara para edificar nueva poesía en sus manos, a través de la leche materna, a través de todos los ríos del mundo que se sintetizan cuando se convierte en madre poeta o en poeta madre. La certeza de que el cuarto es el centro del mundo y de que no se puede operar ni controlar nada, salvo lo que es inmediato, y aun eso resulta penoso porque no hay poder sobre ello, ni sobre las personas que van y vienen de la habitación, ni del crecimiento inevitable de las hijas que tomarán su propio mar y tendrán sus propias montañas que escalar.

En resumen, La habitación higiénica es una lectura obligada para abrir los ojos frente al río que es la vida, para entender su movimiento y el instante que significa estar vivos en un mundo que cada vez se deshumaniza más. Mercedes Luna Fuentes es una poeta que alienta a la poesía para que haya nuevos poetas y regresemos a la fuente que nos hizo humanos.

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Fuego, de Gabriel Rovira

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Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  Gabriel Rovira (Ciudad de México, 1962) vuelve con un nuevo libro, esta vez de poesía, donde su voz madura logra envolvernos en cada palabra, que orgánicas se mueven a lo largo de los versos. Digo orgánicas porque son criaturas vivientes, hábitats donde viven las flores y los pájaros, cargados de las experiencias del poeta, que paso a paso muestra el recorrer del tiempo y las vicisitudes de la vida diaria, porque después de todo de eso se trata la poesía, un discurrir del instante por los días y los años.

Se trata del libro Fuego (2019), publicado por la Editorial Paquidermo, que poco a poco se asienta como un centro de publicaciones serio con alto sentido de calidad y presentación. En Fuego, Rovira incendia sus incógnitas, sus amores y desamores, sus compañías y abandonos, sus entregas y visiones en un mundo que es capaz de describir a través de un filtro estético. Nos recuerda a esos poetas vivos, que con sus dichos sacuden los sentimientos y las emociones y nos establecen su postura frente a las cosas de las relaciones humanas, rodeadas éstas por el entorno poético del canto de las aves, el viento, las flores y la influencia ancestral de nuestro pasado indígena, que está presente como una sangre que fluye en nuestras conductas y tradiciones.

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Con versos bien cuidados, Gabriel Rovira nos revela el paso de las épocas y el peso de las relaciones de pareja, sus nostalgias y sus virtudes, sus agrias memorias, pero también sus luminosas consecuencias, que sólo la poesía puede recoger de un modo honesto en el campo de los sembradíos de una vida. En ese sentido el fuego resulta purificador. No es gratuito que los cristianos hayan creado y creído la fantasía del infierno, donde el fuego es esencial para sostener a las almas pecadoras; tal vez lo que no dicen es que el fuego renueva y vuelve rebelde a las estrellas, porque tienen el potencial para crear más soles con vida.

Da gusto leer con paciencia, regresar a las estrofas, disfrutarlas y reconocer que la vida es un hecho fortuito que une a la humanidad a través del arte. Y como todo artista, todo poeta, Rovira vuelve sobre sus cauces, nos detalla en cada poema sobre su experiencia con las imágenes que le llegan en tropeladas, y las inscribe en el papel para que de manifiesto quede el contacto con el poema al que está acostumbrado, que es decir con lo cotidiano.

De este modo, Fuego es una llamarada, una lengua caliente que toca la lumbre interior que agobia o enaltece, que angustia o nos vuelve felices, pero siempre en constante movimiento porque nada es para siempre, pero que durante el instante el gozo fue más que significativo, pues ha dejado su huella clara. No es necesario insistir en que Gabriel Rovira es uno de los más lúcidos poetas que, con su obra, amplía los horizontes de una literatura sudcaliforniana cada vez más en crecimiento, a pesar de los escollos y de los pocos lectores que a veces se acercan a la poesía. Vale decir que los libros de Gabriel Rovira —un maestro en el más extenso sentido de la palabra—, son referente de literatura de calidad, que nos deja la puerta abierta a nuevas formas de lectura o también para vernos en su espejo poético.

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Naufragios de Karla K. Sotelo

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Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). No sé si la poesía puede salvarnos de nosotros mismos o si la poesía pueda salvarse a sí misma de nosotros. Lo cierto es que no dejamos de escribirla y de abismarnos en caída libre a través de los versos, de sembrar en sus tierras fértiles e infértiles algo que nos dé sentido, que signifique lo onírico, el erotismo, la muerte, la libertad y la opresión, las emociones y las sostenidas pasiones con que vivimos, la orfandad que nos persigue incluso estando rodeados de familia. Justamente todo lo que provoca la poesía de Karla K. Sotelo (La Paz, B.C.S., 1979) en el mar de su naufragio, el océano donde el desgarramiento del mundo adquiere una alta resonancia en quien la lee.

Karla K. Sotelo ha escrito un libro de poesía, Naufragios (Editorial Paquidermo, 2018), ganador de los Juegos Florales “Leopoldo Ramos Cota” 2017, de las Fiestas de Fundación de la Ciudad de La Paz, cuya estructura se desliza a través del tiempo, que viaja en la vida de la poeta como un devorador de instantes, o el instante como un creador de tiempos que urgen definirse como el instante mismo. Me explico: la poeta quiere conocer la eternidad, rascándole a la vida cotidiana su sustancia inasible para incorporarla al poema y así ser —tal vez— la poeta devoradora del tiempo, para que en una de ésas sea la recuperadora de esos instantes, del tal modo que pueda consumirlo para reconocerse en él: ser él. Sin embargo: sabe que no puede detenerlo, que está vulnerable y falible frente a él, que su materia orgánica desaparecerá pero no su poesía. Por eso el tiempo es tan importante para la poeta, porque aunque no puede escapar de él, sabe que puede hacer trampa escribiendo poesía.

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Al experimentar su lectura, su escritura, la poeta sufre en su recorrido por el tiempo, donde vive ahogada en él, se reconoce en él, en su soledad humana y en su orfandad temporal, donde sólo es ella y su espíritu que recurre a la poesía para darle forma a su timón, que le servirá para no ir a la deriva, evitar el naufragio a toda costa, que no obstante navega a pesar de ella misma. Es el tiempo el verdadero barco donde navega en las turbias y, al mismo tiempo, diáfanas aguas de la vida.

Karla Sotelo escribe una poesía nítida, honesta, dulcemente incómoda, donde el instante es la figura central porque sabe que nada se detiene, que sube y baja, que es elástico, que lo contiene la vida o la vida es un solo instante donde la poeta respira y escribe porque su aliento es efímero y escurridizo, donde la poeta es consciente de su fragilidad, de ese instante donde sólo cabe el amor onírico de la madrugada, que no es otra cosa que el tiempo activo e insaciable que avanza sin premura.

En ese ir hacia adelante, el naufragio es la confesión de un tiempo inasible y de una poesía que no es capaz de dar un rumbo debido a su misma fragilidad. La poeta se siente huérfana de sí misma, perdida, y quiere transformarse en agua y disolverse en el mar y confundirse en entre su sal y su transparencia, para de ahí salir convertida en la mujer poeta que afronta la vida como el fuego se convierte en estrellas, a pesar del temor recurrente al olvido, a ser invadida en su esencia femenina y ser despojada de su identidad de sangre. Sotelo observa el paso del tiempo como símbolo del desapego, del alejamiento de las cosas, ser libre para no deberle nada ni siquiera a la poesía, mucho menos a la realidad.

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Rugidos después de la batalla, de Mehdi Mesmoudi

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Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Una vez más, Mehdi Mesmoudi (Tánger, Marruecos, 1987; ensayista y poeta) nos sorprende con su poesía. Muy cercano a esta tierras del semidesierto, pero también veterano de imágenes del mundo, como un jaguar, en efecto, a la caza de palabras que logren definir el poema como cuerpo, resultado del acecho combativo con la realidad. Rugidos después de la batalla es una larga voz en alto que busca sacudirnos y enfrentarnos al poema sin restricciones, frente a frente con la bestia viva para que no haya escapatoria, donde surgirá una revelación de la batalla con el jaguar, tal como lo hiciera en su primer libro, Testimonios sísmicos.

Más dueño de su poesía, Mehdi nos habla de su lucha con el felino-símbolo del que tanto han hablado otros poetas, como Efraín Bartolomé. ¿Y cómo no hacer poesía con un animal como el jaguar, perfecto en su dimensión orgánica, y fantástico en su metáfora selvática y alucinante? El poeta Mehdi ha entendido que es dueño de una voz capaz de sintetizar los universos del poema y de los estragos de su causa, donde lanza a su jaguar para darle forma a su poética, para decirnos del miedo, del mundo, de los moribundos, de los catadores y de Estambul.

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Con un lenguaje trepidante de luz y sombras, que nos abre los ojos ante una poesía cargada de certidumbre, consciente de los avatares que significa entender la materia de las cosas que se nos presentan como simples anécdotas de la realidad. Cuando la poesía nos coloca en ese punto, no hay marcha atrás, debemos entregarnos por completo a la batalla de crear puentes y de salir bien librados para poder contar lo más aproximadamente posible los sucesos, pues la poesía siempre será un riesgo, un desnudarse, un acto de valentía. No obstante, el jaguar-poeta se vuelve una especie de profeta que de la oscuridad trae luz a nuestros ojos dormidos, o más aun, de la misma luz traer una antorcha prometeica y entregarla a lectores ávidos de devorar la noche con astros, o de seres nocturnos que se pasan al día para dirigirse al sol como la fuente de donde abrevarán sus certezas.

Estoy más que seguro que la poesía es el enigma a resolver en un mundo de incógnitas, de prejuicios o de datos científicos que desean atestiguar que su visión geocéntrica es la única. Mehdi no es iluso cuando nos pone en el centro de la selva —aun desde las sombras— a debatirnos entre lo que somos y lo que deberemos destruir para alcanzar el poema, adoloridos por la incertidumbre de no sabernos, a la intemperie y desnudos, sin la protección de signos culturales que sólo sirven de construcción social. Por eso nos propone “despojarnos de nuestros ojos” en un sentido profundo, que quiere decir que dejemos de tenernos miedo unos a otros y vivir en paz. Y para eso sirve el poema. Para eso sirve el jaguar. Seamos jaguares en la selva de la poesía, para que “el poema palpite descorazonadamente y ruja en tus entrañas, en plena ceguera, como un incendio por adiestrar”.

La ciudad como elemento sustancial al jaguar de asfalto, que es capaz de mutarse y proyectar la caza como herramienta de comprensión de la realidad que lo persigue desde la selva, su estado más orgánico. La presencia de las playas en la ciudad nos hace ver que el mar que lo circunda es la tierra que lo abriga. Ahí se topa con “jaguares decrépitos”, que es el símbolo de la decadencia y la necesidad de saber que los jaguares son seres vitales, el ying y el yang, nacimiento y muerte, que se mueven en el poema como organismos necesarios, donde experimentamos la belleza y el ahíto de las palabras que se acomodan incluso en el caos. No es fácil ser poeta pero tampoco jaguar —en este caso nos guía Mesmoudi—, pues corremos el riesgo de arrancarnos los ojos, de descobijarnos, quitarnos la venda y aparezcan los objetos como son.

Así, debemos elegir un jaguar. O tal vez ya somos uno y sólo hay que descubrirlo, aceptarlo como parte de nosotros mismos. La condición de decrepitud da la posibilidad de renovación, de hacer que el jaguar renazca o que salga de su jaula simbólica y dé su combate definitivo, o sólo como parte del instante, que por su eternidad caerá y volverá a levantarse. Después de todo el instante es hijo de la eternidad, el jaguar siempre alcanza su punto más alto y vuelve al fondo como jaguar y resurge como jaguar. El jaguar nunca deja de ser jaguar, así como el poeta no deja de serlo en cada poema, los dilemas que debe afrontar en la selva de la poesía, su hambre de sentido. Cuando un jaguar va a la caza, es el poeta pertrechado con garras y estrategias que le permiten establecer sus paradigmas, sus modos resueltos de ofrecer respuestas sin palabras ni condiciones ni consignas. Un poema no es una consigna, así como tampoco un jaguar es una bestia puramente bella en sí misma: es un río vivo.

El poeta Mehdi ha logrado un pedazo de belleza en unos versos felinos, tomando al jaguar como metáfora, tal como lo hace Vicente Huidobro en Altazor, su alterego, que sin ser su influencia significativa, sí lo es en su descripción de la batalla, pues mientras Altazor cae en un paracaídas y va descubriendo sin vendas la realidad, en Rugidos… el jaguar-poeta se mueve en las sombras —le gustan— pero de cualquier manera se topa con la luz una y otra vez, descubriendo la sustancia de las cosas. Toda criatura en la caída y en las sombras encuentra la luz. Así que en lugar de caer en paracaídas, Mesmoudi va al mundo con el poderoso y bello cuerpo de un animal que tiene el poder de seducirnos y renombrarnos la realidad como lo hace el instante. En ese marco, escribir poesía se vuelve fundamental, única manera en que podemos desnudarnos frente a la cotidianeidad, de la que tratamos siempre de huir creando cosmos alternos.

Mehdi Mesmoudi nos dice: “El poema es un agujero donde se oculta el jaguar”, y ahí —pienso— nos sintetiza el alma de todo el poema, pues custodia en sí mismo la significación de la poesía, donde el poeta se resguarda en las sombras para luego salir con su rugido tembloroso o templado, y anunciar lo que hay escondido en sus entrañas y en su sangre caliente. El jaguar en la selva anda en su elemento y organiza su universo; pero el poeta en las ciudades y pueblos no anda en su elemento, se aprehende de ellos para darle sentido a su poesía. Mehdi Mesmoudi es sin lugar a dudas un jaguar que escribe sus memorias vivas o poemas que atestiguan su batalla diaria.

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Yaroslabi Bañuelos, ganadora de Juegos Florales de Carnaval La Paz 2019

FOTO: Facebook / Interior: Ayuntamiento de La Paz

La Paz, Baja California Sur (BCS). El Comité de Carnaval, a través del Instituto Municipal de Cultura (IMC) dio a conocer que el jurado calificador de los Juegos Florales del Carnaval La Paz 2019 “Grandes Navegantes”, después de la lectura minuciosa del total de los trabajos participantes, decidió otorgar el premio al poemario titulado Mariposas de un mal verano, informa en un comunicado el Ayuntamiento de La Paz.

El jurado calificador estuvo conformado por Karla Karina Sotelo Martínez, Sandino Gámez Vázquez y Luis Fernando Gómez Cota, reconocidas personalidades en el ámbito literario, quienes dieron lectura a los 30 trabajos inscritos provenientes de todo el Estado y de distintas ciudades de la República Mexicana como lo marca la convocatoria.

En el acta, el jurado señaló: “tomando en cuenta la originalidad de los trabajos, estructura, riqueza de lenguaje y apego a la convocatoria, se decidió otorgar el premio al poemario firmado con el seudónimo Hipatia, el cual resultó de la autoría de Yaroslabi Bañuelos Ceseña.

De igual manera, el jurado señaló que “Mariposas de un mal verano fue elegido con mayoría de votos por su propuesta estética con una originalidad de discurso, una voz poética que sostiene una unidad de sentido e intención, con una descripción de lo cotidiano y lo trascendente desde la introspección y el universo de lo femenino, generando una variada experiencia literaria en el lector”.

Cabe destacar que la premiación de la ganadora de los Juegos Florales del Carnaval La Paz 2019, Yaroslabi Bañuelos Ceseña, se realizará en el marco de la coronación de la Reina de la Poesía Zulema I el viernes 1 de marzo, en el foro principal que se ubicará en el kiosco del Malecón, donde además se contará con la presentación del concierto Hagamos un trío con la participación de Francisco Céspedes, Jorge Muñiz y Carlos Cuevas, concluye así el comunicado del Ayuntamiento.