1

De pequeño dios a ventrilopoeta. Manifiesto poético

IMAGEN: Internet.

Colaboración Especial

Por Christopher Amador

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El lector es el gran ventrílocuo. Sin usar consonantes labiales nos tiene en su boca como el poeta usa a otros poetas cual marionetas que manipula (Francisco Hernández como el pináculo y más claro ejemplo). Lo que antes salía del corazón es empujado por el vientre y el lector es bacinica. Seguimos siendo los hombres huecos de T. S. Eliot, los hombres rellenos del polvo que se desprende de la madera al serrarla (aquél tiene madera mucha de escritor, éste muy poca). La poesía hoy es el juguete pero no la diversión, la risa ya no es lo mismo tras Nicanor Parra. Ventrilopoemas, ventrilopoesía… ¿Quién después de Nica bebe y habla sin ahogarse? Acaso sea hora de volver a casa, de-cantar para recordar y no cantar para ordenar el caos. Hemos prestado la voz a un espantapájaros. Poetas: el único método para la verdad es la interpretación de nuestro cinismo. El poema es un cielo sin orillas, agua que no sacia o calma la sed de los que la contemplan. La literatura congela nuestras manos para no pasar tan rápido las páginas del día, nos deja en la cara esa mirada postcoital adolescente en el azoro de estar vivos. Hay que aceptarlo, no estamos listos para, como el marinero fenicio que advierte Borges, devolver el remo —somos una eterna intertextualidad, continuar al otro, pasar la estafeta, hacer a muchas manos un estilo propio—. Mientras braceamos se construye la canoa; nuestro vivir es un buscar peces más gordos donde nadie está remando. Pisar de grillos en la noche la poesía es un laberinto de espejos encontrados donde las enunciaciones de la técnica se ven rebasadas a la hora de medir el mundo en las regiones de la mente desde la frágil materia del verbo. Cada verso en un poema es una punta de una misma figura geométrica donde la fábula y la metáfora de lo eterno se contiene, se multiplica. Estamos mil veces solos a la n potencia, cada punto y seguido nos abre una puerta a lo desconocido. No podemos parar, nos persigue un lobo, nuestro aliento es su aullido. Poesía es la relectura del presente, el nosotros como novedad ante la lectura; la escritura es una forma de leer, es la relectura de nuestros antepasados (escribir es releer clásicos). Como en los sueños, inventamos el poema que leemos. Sin embargo, yo no escribo para gustar, escribo para defenderme de la realidad. Escribir es defender un tiempo propio. Que la ciencia política se siga ocupando de los límites de la opinión, nosotros de no tropezar o pisar al vecino en la danza de la post-belleza y la posverdad. Lectoras, lectores: unos hablan con los pájaros, otros como ellos o a pesar de ellos (hay quienes incluso intentan, con sus palabras, volar más alto). Yo cuando escribo los apedreo, aliento la prisa de sus colores falsos. Hoy más que nunca es de valientes navegar con remo tan pobre como una guitarra o un adjetivo. Los gallos no deciden si amanece. Que quede claro: el poema es una muchacha que se mira en el espejo mientras cuenta l   e   n   t   a   m   e   n   t   e cada pétalo de su propia rosa. El poema de nuestro tiempo es la bitácora de un burócrata o de un becado que no permite lugar para el cuerpo tendido en pleno de la urgente Musa, un rascar de huevos que no puede ni llegar a ser puñeta. El bosque empieza en el primer arbusto que uno incendia. La poesía es el hilo de Ariadna que vibra y corre de la música de las esferas a la teoría de las súper cuerdas. De ese hilo pendemos todos los que la buscamos, los que intentamos oírla como dos niños que, con un hilo tenso y vasos de corcho, hacen un teléfono. Que alguien nos diga dónde el poema cuando la cultura de la terminología y el avance de los modelos para explicarnos la realidad es la nueva metafísica del logos. Dios no ha muerto, está soñando(nos).

/^: /^: /^: /^: /^: /^: /^:

dejé mi rostro atrás). (Contando nubes

 

La poesía nos dejó hablando solos.

__

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




La Rosa Fragmentada, la proyección internacional de Christopher Amador

FOTOS: Modesto Peralta Delgado.

El Beso de la Mujer Araña

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Con unos 20 libros a cuestas, Christopher Amador Cervantes es el escritor más publicado de Baja California Sur; de su obra, la minoría es en conjunto, la mayoría son de su sola autoría; además, ha tenido el privilegio de ser publicado no sólo por el Instituto Sudcaliforniano de Cultura, sino por otras editoriales en otros estados y ahora en otros países. El pretexto para realizar esta entrevista es la publicación de La rosa fragmentada en España, lo que lo convierte también en el primer sudcaliforniano en ser reconocido en un certamen literario europeo.

En entrevista exclusiva para CULCO BCS, Amador Cervantes platicó sobre su más reciente libro, un ensayo que obtuvo Mención Honorífica en el Premio Diderot de Ensayo convocado por Ápeiron Ediciones. La rosa fragmentada ya está a la venta en España, y la editorial cubre mercado en América Latina, enfocándose en instituciones educativas de nivel superior y medio superior, por lo que probablemente se convierta en un libro de consulta o de investigaciones en este tipo de planteles. “Eso me motivó o me pudo dar idea de que podemos tener penetración o un horizonte un poco más amplio las letras sudcalifornianas cuando estamos muy disciplinados y dedicados por escribir desde la pasión pero también desde la seriedad, y fue así que al terminar un ensayo que llevó a convencerme como lector o como ejercicio de autocrítica, pues vi yo en él posibilidades más amplias de lo acostumbrado, y me di a la tarea de buscar oportunidades en España. En España, porque para cualquier escritor en nuestra lengua, en nuestro idioma, esa nación nos representa un foco aspiracional contundente”.

También te podría interesar:A medio siglo de la separación de The Beatles. Música para todas las generaciones

El año pasado concursó y recibió una llamada donde le informaban que estaba entre los dos finalistas para el primer premio, preguntándole también si tenía un doctorado. Christopher Amador no lo tiene, de hecho es Licenciado en Ciencias Políticas, “y quizá eso marco una diferencia para no acceder al primer lugar, me desanimó bastante, pero cuál fue mi sorpresa que en una segunda llamada me dicen que optaron por ofrecerme el segundo lugar”. Al no haber un segundo lugar, se le concedió Mención Honorífica que tuvo por fruto una publicación con una amplia distribución.

Se trata de un ensayo que concentra todos los artilugios, todas las herramientas, todas las perspectivas desde las que yo he abordado el problema de la belleza y de la poesía, unificándola. Es como si yo tomara un mosaico de todos mis libros publicados e intentara buscarle una matriz, lo que conocen los matemáticos como un Diagrama de Venn, es decir una semilla central, un punto de encuentro, de acuerdo, una mandala para poder desde ahí cosificar y desconcentrar o también encontrar cual es la suma de todas ellas, pudiendo unificarlas en un común denominador, porque un escritor es un estilo, es una sola mirada, y escribir no es sino intentar pulir o corregir esa manera de ver las cosas. La originalidad está más que demostrado que no existe, un escritor es una manera de mirar, una manera de palpitar, una manera de asombrarse y La rosa fragmentada pues es todos los Christopher que he sido, toda la pluralidad de mi coloratura y es una despedida a una manera de abordar el pensamiento y el sentimiento, es una pausa en mi vida, en mi obra creativa, porque me he determinado en buscar, en hacerme susceptible a otros hallazgos o a otras maneras, y si no las encuentro, guardaré silencio.

La convocatoria se lanzó a mediados del 2019 y el fallo se dio en octubre. Un mes después ya estaba hecha la publicación con un primer tiraje de 3 mil 500 ejemplares, los cuales ya se agotaron, según el escritor sudcaliforniano, reeditándose otro tiraje de mil 500 libros. A ese número se podrían sumar 5 mil más que Ápeiron distribuiría en bibliotecas y programas de educación superior. Sin duda, el poeta nacido en La Paz, BCS, es uno de los más prolíficos de la media península y también de los que más lejos ha llegado en la publicación de su obra, que si bien se ha concentrado mayormente en poesía, también cuenta con títulos en dramaturgia y en ensayo.

Doble tentáculo

El encuentro afortunado con concursos literarios en España lo tuvo Amador Cervantes desde 2010, con el libro de ensayos sobre teatro titulado El pulpo mímico, publicado en México por el ISC, y Copiar la imagen, intitulado así en el país europeo. El ensayo sobre teatro fue Premio Estatal de Ensayo Ciudad de La Paz 2010, y es el mismo texto que en España no pudo ganar, porque lo concursé, no al mismo tiempo, pero sí con un desfase de fecha que me permitió concursar en ambos certámenes. El premio internacional había dado una fecha para dar el fallo, y pues yo me desentendí y le seguí dando la oportunidad al texto, pero no, resultó que había recibido tantos envíos que resolvieron dar un margen creo que de tres meses más de consulta para el jurado, en ese ínter El pulpo mímico ganó el Premio Ciudad de La Paz. Obviamente, de haber ganado el premio internacional y estatal al mismo tiempo hubiera tenido que desistir a ambos, al yo decirles esta situación, cuando me llaman de la Mención Honorifica ellos no tuvieron problema porque el ISC —en ese entonces presidido por Elsa de la Paz—, no manifestó ningún inconveniente toda vez que no se presentaba como el premio en España.

Allá se tituló Copiar la imagen, para no competir con el mismo título y darle un tratamiento un poquito más postmoderno en un lenguaje muy pop porque justamente el pulpo “Thaumoctopus mimicus”, es un pulpo de Indonesia que lo que hace es al igual que el actor: cuando se ve frente a su depredador, copia no solamente la imagen sino el movimiento, la textura, las psicología, el color del máximo depredador de su depredador inminente, y es lo que tiene que hacer el actor para finalmente resolver al escena. Esa es la historia de ese ensayo, que yo los invitaría a conocer. Copiar la imagen se agotó la edición en España, pero hubo una reedición para una Feria Internacional del Libro Teatral en la Ciudad de México, y la editorial Paso de Gato editó el cuadernillo de consulta. El texto lleva trece ediciones, la primera en 2010, y la más reciente en 2018.

La poesía, ¿un género fácil?

Al preguntarle si la poesía no aparentaría ser un género literario fácil, donde basta coleccionar palabras para contar sentimientos y vivencias de forma romántica o ingeniosa, recalcó que en todo caso sería el poema, pues la poesía, para él, está más allá del escrito. Yo creo que lo que es fácil es el poema, porque el poema es una fórmula, es una receta de cocina; el poema tiene validez cuando la musicalidad el acomodo de las palabras y el sentido conviven permitiendo una microrrealidad dentro de la experiencia del lenguaje, y eso lo puede producir cualquiera con lecturas, con estudio y con el ejercicio del oficio de la técnica. Sin embargo, la poesía, la verdadera poesía es el momento en que reverberan los signos y la condición humana se vuelve más amplia, o más aceptable la vida; la poesía es una revolución al interior del problema ontico, ontológico; se abre otro espacio dentro del espacio. Y eso sólo lo puede descifrar el lector, no cuando lo pasa bien en un libro sino cuando realmente es dueño de su conciencia y cuando encuentra más preguntas de las que va a poder resolver en su vida. La poesía nos abre caminos interminables, es un agobio, es una exaltación, y la academia no puede señalarla; la poesía es el momento en donde uno rinde las rodillas y yo no me atrevería a clasificarla pero es el momento más alto de la condición verbal, donde logra encender y cobrar este sentido por un momento, por un fragmento de hora, sentirse realmente vivo o sospechar que puede ser realmente más grande de lo que se nos ha dicho. Yo no creo que la poesía este en el poema, sino la poesía, al ser lenguaje y al ser comunicación puede estar en cualquier dimensión característica de la condición humana.

Pero sí, el poema sigue siendo la herramienta de brevedad que te permite ser con facilidad, retomando esa palabra que tu manejas, con facilidad, el mejor amigo de los dioses, el mejor amigo de la inmortalidad. El lector de poesía sabe que en un solo verso puede su vida ser más amplia de lo que le ha resultado respirar 30, 40, 50 años, en lo que dura la primera letra al punto final de ese verso, y esa contradicción es horrible y es una angustia existencial porque te planteas tú lo que es vivir, ¡cómo es posible que haya yo aprendido más o amado más al ser testigo de esta historia de amor en una pieza dramática que en todas las relaciones en las que yo me he visto inmiscuido, en las que me rasgado las vestiduras! Entonces, la literatura, la poesía, es aquella que al cerrar un libro el hombre toma riesgos y cambia su postura, y se atreve a reformarse, a pedirle más al amigo, al novio, al hermano, a la nube, al sol, a realmente consumirlo, a realmente formar parte, participar de una mañana, participar de una velada, de una luna llena, y ser un producto activo. La poesía es aquella que permite, en términos de literatura, que el lector este participando de la existencia que es dejar el papel y la tinta y la inteligencia y conocimiento como muy al lado, sólo como un auxiliar, pero realmente nos permita entender lo que es estar realmente vivo.

De la ausencia de la violencia

Hombre muy expresivo, a quien le cuesta trabajo dar respuestas cortas y a quien le salen las metáforas a borbotones, me llamó la atención que en la obra de Christopher Amador Cervantes no hay nada sobre la violencia de las calles, un tema tristemente muy actual y, por lo mismo, recurrente. No es que fuera su obligación —le comenté—, pero pregunté si este doloroso tema no le ha inspirado escribir. Se dice consciente de la sociedad en que vivimos, pero cree que la literatura debe ser más un jardín de recreación, que una lupa a poner sobre este tipo de problemas.

La violencia a la que yo le hago culto es la de tomar un diccionario y confrontarlo con la vida, o tomar a las palabras y apretarlas o arrojarlas como si fueran bombas a expresiones, a ideas, a argumentos, a fabricaciones de la fantasía oral, para ver qué ocurre o llevar a las puertas a su último acantilado a los poetas que yo respeto o los poemas que yo más admiro, y sacarles sangre y dejarles los dientes a ver qué tanto más pueden aullar o chillar; pero si te refieres a la violencia de lo que es ser un testigo o víctima del mundo o de la condición más vulgar y terrena que significa estar desamparados ante las decisiones del poder fáctico, yo la verdad como politólogo encuentro en la poesía esa isla que me permite la libertad, por un momento.

Soy muy consciente del mundo en el que vivo y más que homenajearla (a la violencia) o ser la lupa o una lente para que sus llamas crezcan más, para ponerle lupa donde yo sé que esta el sol o poner la sal gruesa donde está la herida abierta, pues yo creo más que la literatura es la manera de criticar esa violencia, el no darle la espalda sino poderles dar un jardín artificial a los que no conocen el momento de sombra, de un árbol frondoso en medio del desierto. Y creo que mi participación contra la violencia tiene más qué ver con mi vida cotidiana como ciudadano al no formar parte de ella, o poder consolar a mis seres amados, a mis seres queridos con educación cívica, ética, o moral, con mis hijos o con mis amigos, ser un ejemplo no de vida pero si un ejemplo de alguien que frente a las balas o frente a los gritos o patadas, al grito de guerra, siempre tiene un jardín errante, un libro para ser un refugio de todos aquellos que estén casados de escuchar tanto ruido sin un sentido que apoye los caminos de la libertad.

__

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




“Crayolas color ceniza” de Arturo Hernández Villalba

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

La Paz, Baja California Sur (BCS). La relación entre poetas y ciencia no es nueva, hay múltiples historias donde profesionistas dedicados a la academia o la actividad científica comienzan una vertiente en las letras. Me vienen a la cabeza un par de nombres locales, que han logrado sólidas obras. No hace muchos días tuve la oportunidad de conocer a Arturo Hernández Villalba (La Paz, B.C.S., 1994), quien es uno de esos casos que imparte ciencias en bachillerato pero que terminó seducido por la literatura. Es un joven entusiasta que refleja con pasión y productividad artística, además de tener un proyecto editorial que poco a poco está despegando. Con él llegó a mis manos su libro de poesía Crayolas color ceniza, Premio Regional de Poesía Ciudad de La Paz 2017.

Hablar de poesía siempre es un goce y más leerla, aunque no en todos los casos resulta gratificante. Crayolas color ceniza es un álbum de la vida cotidiana que nos ofrece distintas visiones de lo que es la familia, lo que gira alrededor de ella, como la solidaridad, el amor, el miedo, la crítica y el abandono. Sin que para nada sea una reflexión a partir de su propia experiencia de vida, la poesía de Hernández Villalba sí es una crónica de los impactos que el poeta ha recibido y vivido a lo largo de los años, acumulando con ello aprendizaje en todos los sentidos, y que podemos constatar línea por línea. Llama la atención que de principio a fin el libro sostiene una estructura que nunca pierde el hilo de sus propósitos, esgrimiendo la certeza acompañada por imágenes congruentes y metáforas unidas a su voz diaria, como quien dialoga con nosotros desde la belleza del dolor, jamás desde el sufrimiento, como una manera de redimir los fantasmas que nos rondan como muestra de que estamos vivos y que la poesía lo único que hace es darnos los elementos para que nos reunamos con ellos —los fantasmas— y exorcizar los propios.


También te podría interesar: Poesía sudcaliforniana, Antología de la Revista Alternativa

En
cada uno de sus versos hay un poeta que experimenta con las palabras para
decirnos lo que ocurre con las relaciones familiares y la sociedad, de tal modo
que podamos vernos en el espejo del padre, de la madre y de los hijos. Y
justamente la figura paterna juega un papel fundamental en esta voz delicada,
bien escrita, unitaria, pues es uno de los focos de donde manan la mayor parte
de sus reflexiones poéticas, a veces como crónica y a veces como figuras
epistolares que sintetizan las costumbres, las labores y la muestra de afectos
que se entrelazan con el poeta y, por supuesto, con nosotros. La figura de la
madre es central para la conexión entre poema y poema, c0mo el terreno que
necesitamos para saber dónde estamos pisando. El hijo es el espectador que hace
una revisión, y fotografía a través del verbo la infancia, sus sinsabores y
alegrías, que sin embargo es la raíz de su propia poesía, y luego pasa a la
mirada del poeta que observa el horizonte pretérito, que quedó atrás, pero que
de alguna manera se mezcla con el presente.

No hay nada mejor que leer a un poeta que tiene la certidumbre en sus versos, lo cual no es muy frecuente, pero que en el caso de Crayolas color ceniza ocurre como una cosa natural, fluida, con una poesía que no se solaza pero sí se toca a sí misma, que sí se atreve a desnudar su naturaleza humana sin miedos ni pudores, desde una honestidad contundente que no hace reparos por ofrecernos una lírica para gozarse, aunque también nos deja una sensación de vacíos a causa del dolor que viaja en esta también especie de crónica.

Hay una constante en los jóvenes poetas: hablar sin tantos recovecos, sin tantos aspavientos para sólo constatar con sus versos que todo se trata de una plática entre iguales y de la necesidad de que seamos entendidos, cosa nada fácil cuando se trata de la poesía, a la que se ningunea pero que tampoco se lee por menosprecio o por temor a no saber de qué nos hablan. Arturo Hernández Villalba es un poeta al que hay que leer, en especial este su nuevo libro, Crayolas color ceniza.

El librero

Ramón Cuéllar Márquez

ramon_cuellar_marquez

Nació en La Paz, en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente se desempeña como locutor, productor y guionista en Radio UABCS, en programas como “En Consulta” y “Libreta Cultural”. Ha publicado los libros de poesía: “La prohibición del santo”, “Los cadáveres siguen allí”, “Observaciones y apuntes para desnudar la materia” y “Los poemas son para jugar”; las novelas “Volverá el silencio”, “Los cuerpos” e “Indagación a los cocodrilos”; de cuentos “Los círculos”; y de ensayos: “De varia estirpe”.




Poesía sudcaliforniana, Antología de la Revista Alternativa

FOTOS: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). He leído con interés, pero sobre todo con deleite, esta antología de Poesía sudcaliforniana, publicada por la revista Alternativa de Baja California Sur. Es un largo periplo de poemas que se asentaron desde su fundación, a comienzos de la década de los ochenta. Fue Eritrea Gámez, cuando estábamos en la Prepa Morelos, quien me invitó a participar y fue, creo, la segunda publicación más importante en la que aparecía algo mío, y que por supuesto agradezco la oportunidad de esos primeros pasos. Luego me fui a estudiar a la Ciudad de México en 1988 y dejé de colaborar durante toda la década de los noventa, misma en que Eleazar Gámez continuó incansablemente, con grandes esfuerzos, haciendo la revista. A mi regreso en el año 2000, volví a publicar varias cosas más, y veía con gusto que Alternativa seguía teniendo aquel espíritu de crítica, además de ser el espacio para voces disidentes que tenían algo que decir.

Ahora que leo, decía, este cuerpo de poemas que reflejan la evolución no sólo de una revista, sino la de un grupo de poetas que también crecieron y reflejaron sus circunstancias, obsesiones, delirios, miedos, tristezas, alegrías, visiones y crítica social. Como una opinión muy personal me hubiera gustado que cada poema se hubiera puesto por año de aparición, de tal modo que apreciáramos cómo era la percepción del poeta de la época y de los acontecimientos histórico-sociales —locales y nacionales— en que estaban envueltos. Esta antología de cincuenta poemas, compilada y producto editorial del escritor Sandino Gámez, es una coyuntura para vernos en el espejo de poetas que han expuesto parte de sí mismos con libertad, con inteligencia, pero en especial por su calidad literaria.

También te podría interesar: Rugidos después de la batalla, de Mehdi Mesmoudi 

Todos en conjunto son un desfile de versos con distintas inquietudes por la vida, un desglose honesto donde podemos mirar que el canto está acompañado de la experiencia de la poesía como instrumento de redención o de denuncia sutil, un reclamo a las condiciones de injusticia, pobreza y violencia en que hemos estado. Me llama la atención la poderosa poesía de Rubén Manuel Rivera Calderón, Florentino Ortega, Sergio Rafael Vergara, Mario Jaime Rivera, María Fernanda del Peón Pacheco, Sergio Loya, Víctor Bancalari, Rocío Maceda, Manuel Cadena, Lorella Castorena, José Guillermo del Toro, Isidro Ibarra, Raúl Antonio Cota, Héctor Delgado, Gilberto Ibarra Rivera, Leonardo Varela, Amadeo Peralta y Aletse Almada, entre otros tantos, cuyos nombres acuerpan de modo extraordinario esta antología. Cada uno, desde su posición en el mundo, nos propuso sumergirnos en la delicadeza de las palabras y en la brusquedad de la vida real, como el poema de Mario Jaime.

Hubo algunas sorpresas, para mí, como la de Aletse Almada, cuya poesía fue un grato viaje coloquial a través de la experiencia, con versos deslumbrantes y bien construidos; así como la de María Fernanda del Peón Pacheco, que recuerdo su poesía juvenil y que tuve oportunidad de leer allá por 2004, cuya escritura fresca y atrevida todavía resuena nueva. Es una lástima que esta dos poetas ya no hayan continuado escribiendo versos, pero seguro que aún tendrán algo escondido dentro de sus actividades profesionales, como el teatro en una, y la música en otra.

Por supuesto, cada quien formará sus criterios, sus predilecciones y armará su poesía personal y se identificará con sus poetas. Esta antología de Poesía sudcaliforniana posee algo de distinto y especial de otras que he leído, y es que nació de la experiencia editorial de una revista que ha vivido los avatares de los movimientos sociales, de sus luchas, de los gritos, de los reclamos y de la necesidad de transformar al país. En muchos de sus poemas está el movimiento espiral del pensamiento sudcaliforniano, y el círculo de la poesía que se eleva y consagra una vez más con un libro que reúne la poética visionaria de toda una vida.

__

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




‘Barco de piedra’ o la patria dura, el nuevo libro de Rubén Rivera

FOTOS: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). De no ser por la poesía no habría entendido el sentido de la vida y la muerte. Y de no ser por López Velarde jamás me hubiera detenido en la significación de la patria. No el menoscabado sentido institucional, sino en el del poeta que cree en la integración de los individuos como un manto protector de su evolución cultural. Todas las civilizaciones están marcadas por su asentamiento, florecimiento y caída. México, pienso, continúa instalado en los pormenores de su fundación, y a la que se le ha llamado historia mexicana, pero que sigue regenteada, como un burdel, por políticos corruptos, y habitada por una idiosincrasia ciudadana que posee múltiples variantes. No obstante, aquí el asunto es la patria y su decantación poética.

Hace muchos años que no leía un poema de largo aliento que me dejara ahíto, interrogativo, sobre todo entusiasmado de que la poesía puede ser el rompimiento de los paradigmas modernos si el poeta encuentra la voz exacta que le dé cauce. Ese poema se llama Barco de piedra, el más reciente libro de Rubén Manuel Rivera Calderón (Cuadernos de la Serpiente, número 15, 2017), quien ha desatado la furia cotidiana para poner en entredicho nuestros valores y nuestra identidad no sólo local sino nacional. Armado con los versos de la experiencia, Rivera Calderón nos va conduciendo verso a verso por los senderos del cuestionamiento, de la patria y de la poesía como ente capaz de decirlo todo y al mismo tiempo de guardar silencio.

También te podría interesar “Galería de espejos fragmentados”, de Jorge Chaleco Ruiz

La obra poética de Rubén Rivera ya abarca más de dos décadas y a lo largo de ese periodo hemos leído y aprendido que la pasión, las imágenes, los versos, las palabras tienen el don de la mutación, que poco a poco el poeta fue revelándose a sí mismo, pero también ofreciéndonos alternativas para leer la cotidianidad. Es un poeta de la vida diaria, en cada uno de sus versos desnuda y desgarra la condición humana, nos coloca en las incógnitas no resueltas de nuestras manías. He admirado la poesía de Rubén durante años, he seguido sus libros, algunos han alcanzado el paroxismo de la confesión interior y nos muestran a un poeta vivo, descarnado y honesto, consciente de su propia fragilidad y consciente de su estado estético, ambas cosas conectadas cada que escribe un poemario nuevo.

Debo decir que por momentos su poesía pareció dar vueltas en círculos, que ahondó una y otra vez en las paradojas que lo llevaron a convertirse en poeta. Creo que ni él mismo se dio cuenta hasta dónde lo llevaría. Sin embargo, de pronto, Rubén Rivera Calderón ha escrito un largo poema donde se ha reinventado, un largo río convertido en un barco de piedra, que es a la par madre, patria, ciudad y una casa vacía, todos elementos conjuntos que nos muestran las inquietantes maneras en que nuestra realidad se ha transmutado. Y también Rubén ha sufrido una metamorfosis al lanzarse al vacío de lo desconocido, tal como lo hiciera Huidobro en Altazor, aunque con distintos propósitos. Al final, el arquetipo viene a caer en lo mismo: el tocamiento y retocamiento de la realidad.

Así, provisto de sus certezas e incertidumbres, Rubén Rivera se lanza a la mar oscura con su barco de piedra, que no es otra cosa que la patria desusada, una casa que dejó de ser solariega y protectora. Una madre sin senos, una madre que ya murió y no nos hemos dado cuenta. Barco de piedra nos lleva por senderos conocidos y también por los callejones más inhóspitos, tratando de recordar por qué somos los que somos, descubriendo en ello la simulación tan bien elaborada a lo largo de dos siglos. Es decir, se inventó una patria que fue monolítica desde su instauración y nos convirtió en ciudadanos también monolíticos; pero, desde la mirada del poeta Rivera Calderón es posible transitar por las aguas de una vida cotidiana que no está edificada con paradigmas salvadores.

Una lectura directa, sin detenernos, nos ofrece la oportunidad de concebir con sentido crítico que la sociedad no es la patria, sino un algo multicultural, a veces racista, a veces clasista y siempre dividida por la política rapaz de los individuos más tenebrosos que tienen rostros, guayaberas, trajes elegantes y corbatas para aparentar ser los perfectos conductores del barco de piedra que por momentos parece de papel entre sus manos. Por ello, quizá Rubén Rivera nos propone retomar el ahora desde todos los flancos, en especial el de la ciudad y sus instantes asombrosos que nada tienen que ver con su historia, sino con su vivaz modo de encarnar la verdad de sus habitantes, quienes la mayor parte de las circunstancias no saben qué hacer con sus vidas. En este caso la poesía de Rubén es un canto a la casa de sus adentros, pero también la de todos, y la literatura puede ser un buen pretexto para reinventarnos y desdecirnos de tantas pendejadas. La patria ya no es una madre salvadora ni nadie se aventará al abismo con una bandera enrollada al cuerpo para dignificarla.

Uno va recorriendo los versos y se van hilando los sentidos, las diferentes formas en que podemos aprehender la poesía. Cada verso es insólito en sí mismo, a ratos mezclados con un profundo surrealismo, donde cada palabra detona no una respuesta sino una nueva manera de interpretar el mundo, o de simplemente inquietarlo nomás por que sí. La totalidad del poema nos asalta con varias visiones, y una de ellas es que funciona como un Aleph, sí, el borgeano, porque desde todos los ángulos podemos ver el universo infinito que somos y a la par el signo de ver que nada ha cambiado por más retoques que se le den. Por eso la patria sigue estando en estado de fundación porque no ha acabado de hacerse, una ciudad que “es un retablo de piedras/ y almas secas a punto de incendiarse”, nos dice Rubén. En Barco de piedra como en el Aleph somos infinitos porque estamos enlazados con todos los rincones del pensamiento, que es uno solo, tan variado y tan cambiante.

Lo que sucede en el barco debe importarnos porque se trata de nosotros. Vamos incluidos en él. Desprovistos tal vez de la mexicanidad cercenada por los movimientos del poder político y económico local y global, hemos aprendido a transitar por un falso nacionalismo, exacerbado únicamente en el fútbol o cuando nos hieren el orgullo; fuera de ahí la identidad se ha perdido, se ha hundido en la indiferencia. Y cómo no, si el punto de quiebre lo estamos viviendo desde hace décadas y la patria dejó de ser el manto protector prometido desde la primera constitución política. Y este barco de Rubén no es más que señal de que hace falta revisarnos, pero también traer a la escena la poesía, en especial este poema prodigioso que hace hincapié en las propias incapacidades del poeta para comprender. Es una fantasía, un producto del ideal más que del de la necesidad humana de convivir. El poeta debe decirlo de este modo y no de otro, o quizá otro, pero con la certidumbre de la poesía que se sumerge en sus miasmas y en su silencio para significar.

Cada estrofa nos enlaza, nos apunta para que sintamos el vacío de ya no sabernos, de estar perdidos en una casa solitaria, la patria, y que ya no podemos cambiarnos porque no hay a dónde ir, con el peligro de que un día nos embarguen y nos echen a patadas. Dentro de la casa, la patria, cada rincón se asoma a través de las ventanas para que veamos la realidad, además de los rostros de nadie y de todos, con imágenes y fantasmas. Con ello, Rubén Rivera se aventura a decirnos que los poetas requieren de autocrítica, pegarles o pegarnos una poetiza para que se dejen de mamadas y de pensar en sus arrogancias y sufrimientos para que se percaten de sus fragilidades. Sabe que la poesía es un canto, no una solución, pero también denuncia el acribillamiento de la patria, con esa violencia instalada desde los escritorios y los discursos burocráticos, dando como resultado que la ciudad, la casa, la patria, ya no nos protege, porque la vida cotidiana es una puta rentable que han construido como hoteles a lo largo de las playas.

Con esa realidad secuestrada, Barco de piedra desnuda palmo a palmo el territorio delimitado por bardas de piedras simbólicas concentradas en la violencia para que nadie escape. En ese sentido la patria ha enloquecido y es cada vez más amenazante. Madre y más mentadas. Con ello hemos perdido la endeble identidad, pero también, por otro lado, desde la perspectiva del poeta Rivera Calderón, hemos ganado una nueva forma de solucionar nuestras miserias. Con todo eso podemos navegar por las incertidumbres, seguros de nada y de todo. Y a pesar de que hemos perdido la seguridad, el manto protector de la patria-casa-ciudad-madre, aún existe la luz que todo lo descubre y habilita la esperanza de una renovación total. La poesía estará ahí y el poeta Rubén Rivera con su barco de piedra.

*Rubén Manuel Rivera Calderón, Barco de piedra, México, Ediciones Cascabel Literatura, Cuadernos de la Serpiente N° 15, Poesía, La Paz, B.C.S., 2017.