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Boris Von Spilbergen, un corsario tras el Galeón de Manila

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El nombre real de este corsario holadés era Joris Van Spilbergen, sin embargo con el paso del tiempo se ha ido deformando su escritura hasta convertirse en Boris Von Spilbergen. Nació en el año de 1568, y durante una gran parte de su vida se dedicó a estar embarcado y recorriendo el mundo, que en ese entonces era todo un espacio virgen y en constante disputa por las principales potencias mundiales. Todos los grandes imperios se abalanzaban sobre los inmensos territorios ultramarinos, y siendo Von Spilbergen un marino atrevido y ambicioso, decidió hacerse de una patente de corso y aventurarse a la Nueva España en busca de los grandes tesoros de los que hacían alardes las historias de conquista y aventura que ya circulaban por todo el mundo.

Se dice que Spilbergen, quien poseía grandes cualidades de orador y excelente diplomático, logró convencer a los accionistas de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales para que lo pusieran al mando de la flota de barcos, excelentemente armados y provistos de una gran cantidad de soldados y expertos marinos, con el fin de “comerciar en las posesiones españolas”, pero secretamente llevando la misión de capturar uno de los famosos galeones de Manila y sus incalculables riquezas. Joris Von era considerado como un corsario muy refinado ya que le gustaba que su barco insignia estuviera elegantemente amueblado y aprovisionado con los mejores vinos. Cuando comía, lo hacía con la orquesta de a bordo y un coro de marinos como fondo musical. Sus hombres usaban magníficos uniformes.

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Al llegar a la Nueva España, se dirigió directamente al puerto de Acapulco y de inmediato envió sus condiciones de desembarco: solicitaba la rendición inmediata de las autoridades del lugar, y la entrega de toda el agua y alimentos que necesitaran sin obstáculo alguno. Las autoridades, al darse cuenta de su poder en armamento y hombres armados, capitularon de inmediato y lo invitaron a recorrer la ciudad de una manera sumamente amable y diplomática. Durante el tiempo que aprovechó Spilbergen para avituallarse, secretamente las autoridades del puerto enviaron a Sebastián Vizcaíno a que protegiera la ruta del galeón de Manila que estaba por llegar en unos días más; de ninguna manera se tragaron el cuento de que la delegación holandesa sólo venía hasta este sitio de la Nueva España para surtirse de provisiones.

A los pocos días, los barcos de Boris Von Spilbergen zarpan de este puerto y se dirigen hacia el Norte, en donde llegan hasta las playas de Barra de Navidad —en el hoy estado de Jalisco. Durante varios días esperan la llegada del galeón de Manila, el cual aparecería de un momento a otro por el lado del Cabo California, y durante este tiempo apresan el Barco Perlero “San Francisco”, del cual roban su cuantioso cargamento.

Se dice en algunos documentos como Mitos, cuentos y leyendas Sudcalifornias: La leyenda del tesoro de Pichilingue, La leyenda del tesoro de Pichilingue y Destinos para forajidos de Isidoro Merino, que los barcos de la empresa encabezada por Spilbergen llegaron hasta la bahía de La Paz en donde desembarcaron en lo que hoy se conoce como el Puerto de “Pichilingue”. Curiosamente el origen de este toponímico se debe a Los piratas de distintas nacionalidades, incluidos neerlandeses e ingleses, fueron llamados por los aborígenes «pichilingues», debido a que cuando desembarcaban en algunas playas y tenían contacto con ellos, les exigían que éstos hablaran en inglés (en inglés: speak in english, ‘hable en inglés’), pero con el tiempo esta frase se fue degenerando hasta ser conocida como “Pichilingue” (“Los “Pichilingues” en las Costas Novohispanas” de Germán Arciniega).

Cansado de la espera, Spilbergen y sus hombres deciden abandonar las costas de la Nueva España y regresan a su patria, sin haberse percatado jamás, que el galeón de Manila, cargado con inigualables riquezas cruzaría unos pocos días después por enfrente del lugar donde ellos estuvieron acantonados.

Al igual que la mayoría de los corsarios de su tiempo, Boris Von Spilbergen muere en la más absoluta de las pobrezas en su país de origen en el año de 1620.

Bibliografía:

El abuelo choyero. Mitos, cuentos y leyendas Sudcalifornias: la leyenda del tesoro de Pichilingue.

Sánchez A., V. La leyenda del tesoro de Pichilingue.

Merino, I. Destinos para forajidos.

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Los piratas de la Antigua California en la bibliografía jesuítica

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Entre los documentos en los que podemos encontrar referencia a los ataques de los piratas a los navíos españoles en las costas californianas están los escritos de los Misioneros de la Compañía de Jesús que, si bien es cierto, no eran muy abundantes en cuanto a esa información, sí dejan entrever el horror que tenían a toparse con algunos de estos delincuentes.

Es importante mencionar antes de citar las narraciones de los piratas en los escritos misionales que, por lo general, los escritos que redactaban todos los integrantes de la Compañía, eran enviados a sus cuarteles generales de la Orden. Ya estando en estos sitios se procedía a enviarlos con un “sensor”, que los valoraba y determinaba su uso. Algunos de ellos eran destinados para distribuirse entre los hermanos de la Compañía puesto que era correspondencia que ayudaba a levantar la moral de los sacerdotes y a proseguir con renovados bríos su tan ardua labor. Estos documentos fueron compilados en varios tomos y se distribuían en las diferentes misiones esparcidas por el mundo. Otros más de estos escritos pasaban a engrosar los documentos que se entregaban a las diferentes oficinas de gobierno, con el fin de que conocieran los descubrimientos que se realizaban en las misiones, así como el buen desempeño que se tenía al seguir las leyes y ordenanzas de la corona. Finalmente, los documentos restantes eran sometidos a un análisis y se les borraba toda información que pudiera dar a conocer a potencias enemigas de España sobre las riquezas de los poblados misionales, así como las debilidades y flaquezas en cuanto a su protección y recaudo. Es debido a estos último, que encontramos muy pocas referencias a la actividad de los piratas en la Antigua California en los documentos escritos por los religiosos.

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El jesuita Miguel Del Barco, cuyos escritos actualmente están compilados en el libro llamado Historia Natural y Crónica de la Antigua California, hace tan sólo una referencia al corsario Francis Drake: También hubo antiguamente esta moda de toquillas entre los pericúes del sur, formadas de unos caracolillos pequeños, blancos y redondos, que parecían perlas, y las hacían muy vistosas. Esto pudo dar motivo al engaño de Francisco Drack, que juzgó le ofrecían los indios el cetro y la corona de la California, según refiere el padre Esquerer si ya no es esta noticia una de las que han hecho poco estimada la Relación de este famoso corsario. Como pie de página en el mencionado libro aparece la siguiente nota: Se alude aquí al famoso viaje de Sir Francis Drake que en el año de 1577 tomó posesión de lo que hoy es el puerto de San Francisco. Voyages of the Elizabeth Seamen to America, Thirteen Original Narratives from the Collection o/ Hakluyt, ed. E. J. Payne, London T. de la Rue, 1880, p. 16 y ss.

Como podemos concluir al leer este párrafo, el sacerdote Del Barco cumplía fielmente uno de los mandatos de la Corona Española en cuanto a desprestigiar e incluso minimizar cualquier acción de la que se enterara que hubiera realizado corsario alguno, ya que con ello les restaba el respeto y sobre todo el terror que causaba entre los habitantes de estas tierras las hazañas de estos salteadores.

También el jesuita Francisco Javier Clavijero en su libro póstumo Historia de la Antigua o Baja California comenta lo siguiente en cuanto a los piratas que asolaban la California El general Vizcaíno, persuadido de lo útil que sería a la corona la adquisición de aquella península, ofreció al virrey que a sus expensas haría una nueva tentativa. Las ventajas que se esperaban no consistían solamente en la pesca de perlas, de cuya abundancia no se dudaba, y en los metales preciosos que se creía que habría en aquellos montes, sino también en que se evitaría que los piratas de las otras naciones de Europa se refugiasen en los puertos de la península como solían hacerlo, para salir de allí a hostilizar las costas y los navíos españoles; y se hallaría un puerto cómodo en que los navíos que vienen de Filipinas a Méjico hallasen auxilios en tan larga y penosa navegación. Sin embargo, el virrey no aceptó la propuesta de Vizcaíno, porque temía que la desaprobase la corte, la cual parecía resuelta a tomar la empresa a su cargo. En este punto, se refiere a un segundo intento de demarcación y colonización de las Californias que intentó llevar a cabo Sebastián Vizcaíno en el año de 1603. Como podemos darnos cuenta debido a que los piratas de las diferentes naciones europeas ya conocían que el galeón de Manila transportaba una gran cantidad de oro, plata, marfil, porcelana, especias, etcétera, desde las Filipinas hacia Acapulco y que necesariamente pasaba bordeando las costas Californianas, el Cabo California, posteriormente bautizado como Cabo de San Lucas, era el sitio ideal para una emboscada en alta mar puesto que la tripulación ya iba cansada y enferma, y podían ser presa fácil.

También en otro párrafo del libro de Clavijero aparece otra mención a la gran cantidad de barcos piratas que navegaban cerca de las costas de la península de California: Esta advertencia era necesaria, porque aquellos mares estaban infestados de piratas ingleses. Habiendo pues advertido los Seris en aquellos navegantes las expresadas contraseñas, los recibieron amigablemente, y cuando vieron al padre Ugarte á bordo de la balandra, no esperaron á que saltase en tierra para reverenciarle, sino que se echaron á nadar, y subiendo á la balandra, le abrazaron los pies, le besaron las manos y el rostro, con otras demostraciones de amor y de respeto.

La última mención sobre los piratas que se encuentra en la obra escrita por Clavijero es la siguiente: Ningunas tentativas sobre la California se hicieron en los cincuenta años siguientes; pero en este intervalo Francisco Drake, célebre corsario inglés, abordó a la parte septentrional de la península y le puso el nombre de Nueva Albión, que retuvo por algún tiempo en las cartas geográficas. Las hostilidades que este atrevido corsario hizo en las poco pobladas e indefensas costas del mar Pacífico, movieron a Felipe II a dar orden al conde de Monterey, virrey de Méjico, de que hiciese poblar y fortificar los puertos de la California. Este párrafo parece más un reproche hacia las tibias acciones emprendidas por la Corona Española, la cual durante muchos años suspendió sus labores de exploración y colonización de la parte Norte de la Nueva España, pensando, ilusamente, que si no se realizaban mapas ni relatos que demarcaran el estado de aquellos septentrionales sitios, con eso se evitaría que las potencias europeas enemigas se aventuraran a incursionar en esa Mar del Sur. Sin embargo, esta estrategia sólo representó un grave atraso para aquellos poblados ya que carecían de una infraestructura de defensa en sus puertos así como tropas suficientes que los mantuviera a salvo del peligro de los ataques piratas.

También el sacerdote Miguel Venegas en su obra titulada Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente menciona el nombre de uno de los corsarios que intentó capturar a uno de los galeones de Manila. Dice lo siguiente: El Capitán Woodes Rogers da al Cabo de San Lucas ciento y catorce grados de longitud Occidental del Meridiano de Londres, que es lo mínimo que ciento treinta y cuatro de la común. Y cita como fuente de esta observación lo siguiente: Viaje alrededor del Mundo, empezado en 1708. y acabado en 1711. tom. 2. de la Edición Francesa de Ámsterdam, de 1717. pag. 86. Como podemos ver, el sacerdote Venegas únicamente atribuye a este corsario que circunnavegó el globo terráqueo una mención sobre la medición a cuántos grados se encontraba el Cabo de San Lucas.

En un párrafo más, el sacerdote Venegas menciona lo siguiente: El Capitán Woodes Rogers escribe, que algunos de sus Marineros le dijeron, haber visto en la Costa de la California algunas piedras pesadas, y brillantes, que sospechaban ser de algún Mineral pero ello fue ya tarde, cuando no pudo llevar algunas de ellas a bordo, para examinarlas despacio. Este punto es muy importante de tomar en cuenta puesto que aquí el sacerdote menciona que los demás países europeos, con los que España tenía una acelerada carrera por dominar los recursos que les pudieran proporcionar riquezas rápidamente, ya estaba buscando en la California algunos de ellos, lo que ponía en peligro los asentamientos que en ella había.

Los piratas fueron seres temidos, sus acciones de rapiña no sólo abarcaban todo el mar sino también las costas y poblados aledaños. Es por ello que los sacerdotes jesuitas de las misiones californianas, al omitirlos de sus textos buscaban restarles importancia y el efecto psicológico tan marcado que tenían entre sus catecúmenos.

Bibliografía:

 

Del Barco, Miguel . Historia Natural y Crónica de la Antigua California.

Clavijero, Francisco Javier. Historia de la Antigua o Baja California.

Venegas, Miguel. Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente.

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Tres años de piratería en la antigua California

IMÁGENES: Internet

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nuestra península ha tenido un papel muy importante en la historia marina de la humanidad. Su principal salto a este escenario lo tuvo con el inicio de los viajes del Galeón de Manila (o Nao de China), que en su viaje de vuelta de aquellas lejanas islas (conocido como tornaviaje) el último mes lo realizaban bordeando toda la península, e incluso algunas veces atracaron para descansar y reponer agua y alimentos así como curar a los exhaustos y enfermos viajeros. Los sitios seleccionados para este arribo fueron lo que se conoció como San Bernabé (hoy San José del Cabo) y el Cabo California (hoy Cabo San Lucas).

Sin embargo, siempre tiene que haber un “pintito” en el arroz. La fama que tenía el Galeón de Manila, que al regresar de este viaje de las tierras asiáticas, venía cargado de grandes riquezas, entre las que se contaba oro, plata y especias (que en aquel entonces su valor era equivalente al oro), se extendió por todo el orbe conocido y muchas potencias navales buscaron la forma de hacerse de estos tesoros a como diera lugar. Recordemos que en el periodo comprendido del siglo XVII y hasta muy avanzado el siglo XVIII, algunos de los imperios más importantes de Europa (Inglaterra, Francia, Holanda, Finlandia, etc.) utilizaban a los famosos piratas para que realizaran acciones de saqueo y bandidaje, tanto en los barcos como en los puertos importantes. Lo anterior les redituaba a estos imperios una ganancia rápida y con un mínimo de esfuerzo e inversión. Fue así como inició la era dorada de los corsarios, filibusteros y bucaneros (todos ellos ramificaciones del gran árbol de los piratas).

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En el caso que aquí nos ocupa, daremos cuenta de un pasaje muy poco conocido de un grupo de 80 piratas (filibusteros y bucaneros franceses) que fundaron y mantuvieron una base de operaciones en los puertos de Pichilingue y La Paz a finales del siglo XVII. La información de este suceso llegó a nuestras manos a través de un “Diario de abordo”, que de forma anónima fue elaborando uno de los rufianes integrantes de esta banda. Algo sumamente raro, ya que la mayoría de estos forajidos eran analfabetas y, además de ello, poco afectos a dejar evidencia de sus hazañas. Pero afortunadamente para nosotros, fue un hallazgo de primera línea. Este diario ha perdurado en la historia al ser convertido en libro en la obra “Journal de bord d`un flibustier (1686 á 1693)” elaborado por Edouard Ducere, impreso en el año de 1894. A su vez este diario fue consultado por Peter Gerhard en su ya famoso libro “Pirates of the Pacific, 1575-1742”.

Los bucaneros y filibusteros eran grupos de piratas que circunscribían sus acciones a las islas del Caribe, sin embargo, se aventuraron a introducirse hacia el continente americano (Centro y Sudamérica) debido a las constantes incursiones militares que realizaba en su contra la marina y ejército Español. Muchos de estos piratas ya conocían las rutas de navegación en el Océano Pacífico, así como los puertos más importantes, por lo que una vez que llegaron a las costas de este Océano empezaron a construir piraguas y barcos pequeños, con los cuales iniciaron acciones de saqueo tanto en alta mar como en los puertos. Debido a su ferocidad y entrenamiento en la pelea cuerpo a cuerpo y con armas, lograron victorias significativas que les permitieron apoderarse de barcos más grandes y con ellos iniciar acciones cada vez más audaces, en donde obtenían grandes botines.

 

En el año de 1686 se constituyó una gran alianza entre diversas flotas de bucaneros para atacar los barcos y puertos Españoles en América. La alianza estaba formada por los conocidos piratas Francis Townley, Edward Davis, Charles Swan, Peter Harris y Francois Groginet. Al principio tuvieron varias victorias, sin embargo, con el paso del tiempo los recelos y la desconfianza vino desbaratando esta unión y la armada se disgregó. En el caso de Francois Groginet, un grupo de aproximadamente 55 de sus hombres lo abandonaron y decidieron probar suerte “a bordo de 2 piraguas y una corteza podrida” (Ducere, E. (1894). Journal de bord d`un flibustier 1686 á 1693) y navegar hasta las costas de la Nueva España donde emprenderían acciones de saqueo.

Al finalizar su travesía llegaron a la isla más norteña del conjunto conocido como “Las islas Marías” y ahí fundaron una base que les permitió descansar, reponer fuerzas e iniciar la construcción de varias pequeñas naves para iniciar sus correrías. Durante ese año, 1687, realizaron incursiones a pequeños poblados como Mazatlán y la Bahía de Navidad (Barra de Navidad y Melaque), en donde secuestraban a un grupo numeroso de habitantes para posteriormente pedir rescate, el cual, por lo general, se pagaba con alimentos y metales preciosos. Para el año de 1688 un contingente de 40 filibusteros franceses se les une, convirtiéndose en una fuerza de casi 100 piratas, una de las más grandes que merodeaban la zona del noroeste novohispano.

En el mes de junio los piratas, preocupados por encontrar un mejor lugar para poder pasar los meses del invierno, que en breve se avecinarían, deciden viajar hacia la península de California. Durante varios días siguen la ruta noreste, bordeando la península, hasta que el día 26 de junio de 1688 localizan un puerto bastante protegido de los vientos y tormentas y con abundante cantidad de peces, mariscos y tortugas. A este puerto se le conoce en la actualidad como “Pichilingue” y, a decir de Gerhard, el nombre se le impuso para conmemorar la estancia de estos forajidos en el lugar. Los piratas le imponen el nombre de “Lillet de carenache”. En este punto existe un poco de confusión por parte de Peter Gerhard, ya que menciona que en el puerto de “Pichilingue” fue donde también desembarcó Cortés y años después Atondo y Kino; en la actualidad sabemos que los personajes mencionados desembarcaron en el puerto de La Paz y no en Pichilingue.

En una anotación del diario de abordo aparece una descripción de lo que percibieron los piratas en su estancia: un buen puerto… protegido de todos los vientos. Es un excelente lugar para carenar barcos, con madera y agua dulce. Hay indios salvajes que deambulan como bestias, completamente desnudos… Hay cantidades de ostras de perlas y minas de oro y plata que no se explotan. Permanecieron en este lugar durante tres meses, mismos en los que se alimentaron de la caza de las abundantes tortugas. También dejaron registrado que los Californios gustaban de alimentarse de las madre perlas, pero omiten comentar si establecieron algún tipo de comercio sobre las perlas. Interesantes son las descripciones que realizan de las embarcaciones de los naturales, las cuales dicen hechas de tres o cuatro troncos de madera muy suave [cardón] unidos por estacas de madera dura que son puntiagudas y empujadas a través de los troncos.

Los piratas también se dedican a explorar las costas del Golfo de California durante el mes de septiembre y octubre, registrando su entrada hasta llegar a lo que probablemente es la actual Isla Tiburón. Al final del viaje se les acabó el bastimento, por lo que tuvieron que cazar a un lobo marino del cual se alimentaron durante cuatro o cinco días, completando la dieta con aves marinas. Las semanas siguientes se dedican a reponer fuerzas y a planear su próximo golpe, el cual se llevó a cabo el 10 de diciembre de 1688 cuando atacan el poblado de Acaponeta y se apoderan de 50 cargas de plata y secuestran a 50 lugareños. Una vez lograda su fechoría, dejaron establecido que exigían de rescate cien mil piezas de oro y provisiones a cambio de regresar sanas y salvas a las personas secuestradas. La respuesta del virrey en turno, Gaspar de la Cerda, no fue nada pacífica. De inmediato ordena que partiera un barco de guerra comandado por Antonio de Mendoza, el cual iba armado con 20 cañones y 143 hombres para batir a los piratas.

Los filibusteros, cansados de esperar el pago del rescate, se embarcaron llevando consigo a los secuestrados y pusieron rumbo a su base en las Islas Marías. Sin embargo, el destino les tenía preparada una sorpresa. Cuando iban saliendo a mar abierto se encontraron de frente con el barco de guerra español que acudía a su encuentro y se entabló una batalla naval en la que los piratas llevaron la peor parte. Murieron 2 piratas y 18 más resultaron heridos. Afortunadamente para los piratas y gracias a un fuerte golpe de viento, lograron poner buena distancia entre ellos y la nave española, logrando huir y refugiarse en su guarida en la isla mencionada. Durante los siguientes meses se estableció una dura negociación entre ellos y las fuerzas militares españolas, que exigían la liberación de los cautivos. Los piratas, haciendo gala de su característica crueldad, iniciaron con la decapitación de varios de los secuestrados con lo que rápidamente lograron que las fuerzas españolas aceptaran pagar un rescate (nada de dinero, sólo provisiones) y, finalmente, los cautivos restantes fueron liberados.

Durante los meses siguientes, los piratas continúan construyendo pequeños barcos para continuar su rapiña y en el mes de mayo de 1689 zarpan con destino a Sudamérica, en donde realizan varios atracos a puertos que les redituaron grandes ganancias. Al año siguiente, en 1690, los piratas regresan a los puertos de Pichilingue y La Paz, a donde arriban el 22 de agosto. Durante su permanencia renuevan su amistad con los nativos y se hicieron cargo de sus barcos (Gerhard, P. (1990) “Pirates of the Pacific, 1575-1742”). Finalmente, a principios del mes de noviembre parten de nuestra península para reencontrarse con sus compañeros en las Islas Marías. La última incursión de este grupo de piratas en nuestra península se realizó a finales del mes de febrero del año de 1691. Esta vez, su llegada fue en el puerto de Cabo de San Lucas (hoy cabo San Lucas) a donde llegaron sabiendo que cerca de ese lugar había una “aguada segura” donde podrían surtirse del vital líquido. Permanecieron en el lugar por 3 o 4 semanas hasta que deciden partir el día 6 de marzo de dicho año.  Esa fue la última vez que se les vio por estas tierras de la California, ya que un mes después parten hacia Perú en su viaje de retorno a Europa.                                                                                   

Como un epílogo del viaje de estos filibusteros se sabe, por el diario de abordo que hemos citado, que continuaron sus aventuras en Sudamérica y que su barco naufragó cuando intentaron cruzar el estrecho de Magallanes (septiembre de 1694). Los sobrevivientes construyeron un nuevo barco y en él se trasladaron hasta el pueblo de Cayenne, en lo que actualmente es la Guayana Francesa.

Muy interesantes y dignos de relatar son estos sucesos que se vivieron antaño en nuestra península. Las nuevas generaciones deben conocerlos y preservarlos ya que ello constituye parte de su cultura y de la evolución de estas hermosas tierras Californianas.

 

Bibliografía:

 

Ducere, E. (1894 ). “Journal de bord d`un flibustier (1686 á 1693)”. Francia. P. 88

Gerhard, P. (1990). “Pirates of the Pacific, 1575-1742”. EUA. P. 274

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Cromwell, tal vez un pirata o el nombre de su barco, o simplemente una suave brisa vespertina

FOTOS: Internet

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Baja California Sur, por ser una península, es una tierra propicia para la creación de historias en torno al tema de los piratas. Algunas de ellas tienen como fondo eventos reales como fue el caso de Thomas Cavendish y Woodes Rogers, que fueron corsarios que saquearon a los Galeones de Manila frente al puerto de Cabo San Lucas; pero otras historias de piratas han sido producto del imaginario de los lugareños. Con el paso del tiempo, los nombres, reales o ficticios de algunos de sus participantes, llegaron a convertirse en toponímicos e incluso para ciertos eventos atmosféricos. Tal es el caso del cual nos ocuparemos en esta narrativa.

Después de hacer una acuciosa investigación en diferentes medios digitales e impresos sobre “el pirata Cromwell”, pude hacerme de una serie de datos que arrojan mucha luz sobre la existencia, o no, de este mítico personaje. Expondré aquí estos resultados dejando como siempre al amable lector, para que sea él quien decida la conclusión de la existencia de este escurridizo personaje.

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En un interesante relato, producto de la creatividad del escrito Manuel Alejandro Cota Crespo el cual se titula El Coromuel, menciona lo siguiente: Un día, allá a principios del siglo XIX, los diez o quince habitantes a que se reducía la población de La Paz, se hallaban reunidos frente a la casa única que entonces existía llamada la Casa del Rey. Contemplaban con gran sorpresa e inquietud un barco, que cual misterioso aparecido amaneció fondeado en el puerto, sin que se supiera por dónde ni a qué hora había sido su arribaje. En el aislamiento e incomunicación en que aquella gente vivía en ese apartado suelo, la presencia del buque fue un acontecimiento impresionante por lo extraordinario. ¿Qué buque será? ¿De dónde viene? ¿Qué vendrá a hacer?

Estas preguntas se repetían en voz baja, sin que nadie pudiera contestarlas por más conjeturas que se formaran, apurando los esfuerzos de una imaginación exaltada por el temor de la desconfianza.  Lo único de que pudieron darse cuenta, gracias a una anciana que mal deletreaba, fue que el buque se llamaba “El Cromwell” porque así se leía en grandes caracteres por babor y estribor de su proa; nombre que por su difícil pronunciación fue transformado desde luego en el de “Cromuel” y, poco a poco después, en “Coromuel”. El buque permaneció en completo aislamiento; nadie de a bordo vino a tierra, ni nadie de tierra se atrevió a ir a bordo.

Dos días después de su arribo y poco antes de obscurecer y comenzara a soplar la fresca brisa del sureste, echó al agua un bote que salió al mar. Al día siguiente a la misma hora salió a la mar otro bote; y así en lo sucesivo botes iban y botes venían aprovechando aquel vientrecillo vespertino, con tal regularidad que poco a poco las gentes que desde tierra estaban en constante acecho de cuanto en el buque pasaba, luego que comenzaba a soplar, se decían unas otras: “ya viene el viento del coromuel”, y como si se tratara de la cosa más novedosa e interesante, abandonaban sus ocupaciones y permanecían viéndolos hasta que se perdían a lo lejos de la costa, entre las obscuridades de la noche. Aquella extraña reserva que guardaban cautelosamente a bordo, mantenía viva la curiosidad insatisfecha de los habitantes del puerto, quienes dispuestos por su sencillez e ignorancia a ver lo sobrenatural, lo pavoroso en todo lo que no podía explicarse, se suponían y comentaban mil cosas diabólicas, algo de fantasmas y de hechicerías que pasaban en el misterioso buque, cuyo mal pronunciado nombre corría de boca en boca, despertando cierto temor supersticioso.

Al cabo de un mes de haber permanecido en el atracadero, el Coromuel, que con tal nombre lo seguían llamando, izó sus velas y se alejó del puerto sigilosamente, sin que volviera a saberse nada de él.

Pero al año siguiente, cuando las brisas del sureste comenzaron a refrescar las tardes de verano, se avisó en el horizonte, llegó otra vez a fondear en aguas de La Paz, y como en el año anterior, estuvo incomunicado con tierra y despachando sus botes al atardecer. Al tercer año, con los primeros soplos del vientecillo de que hemos hablado, vino a los habitantes paceños el recuerdo del mismo buque. ¡Ya viene el Coromuel —se dijeron. Y positivamente, a poco echaba anclas en el fondeadero. Mientras los habitantes de La Paz no podían darse cuenta de lo que el Cromwell venía a hacer a estas costas, una tarde de ese último año mencionado, el capitán y el contramaestre, recargados en la borda de popa y contemplando maravillados uno de los bellísimos crepúsculos por los que se singulariza este admirable cielo californiano, tuvieron la conversación siguiente:

–Por cierto —dijo el contramaestre— esto de venir a hacer excavaciones tan aventuradamente en estas playas desiertas y gastar tiempo y dinero no es cosa de alabarse.

–Tienes razón —dijo el capitán— pero ésta será la última vez que lo hagamos.

–En fin —dijo su interlocutor— supongo que debe haber alguna indicación en donde pueda encontrarse el tesoro.

Entonces el capitán le refirió:

–Algunos años después de la conquista de México, uno de los piratas ingleses que invadieron el Océano Pacífico y se refugiaron en las costas de esta península, capturaron cerca de Cabo San Lucas uno de los galeones de Filipinas, y entre el botín entregado a dos de los piratas encontraron un documento en que se revelaba la existencia de un tesoro oculto en cierto lugar de la  “Ensenada de Muertos”. Pero solos y sin recursos no pudieron quedarse a buscarlo, más en una región desconocida y habitada por tribus salvajes. En un principio pensaron comunicar su hallazgo a algunos compañeros, pero comprendiendo que nada lograrían con eso, resolvieron volver cuando tuvieran los medios necesarios. Pero de inmediato surgió la dificultad de quién de los dos conservaría el documento. Por muchos años los había unido una amistad íntima que como hermanos se trataban, pero como cierzo que agosta el corazón de todo sentimiento noble y generoso, se desconfiaron mutuamente, y pretextando que podía morirse alguno de ellos o verse obligados a separarse, pensaron asegurar cada uno lo que le correspondiera.

 

Después de meditar largamente como zanjarían aquella dificultad, convinieron en dividir el documento en dos partes. De tal manera pensaron para sí, uno sin el otro no podrá venir en busca del tesoro.

Ya en Inglaterra se separaron con el propósito de procurar cada uno los medios para volver a la Nueva Albión, como por algunos años se llamó a esta península, y apoderarse del tesoro. Pero a pesar de sus esfuerzos no lo lograron y se resignaron a vivir en la mayor de las pobrezas. Uno de ellos murió al poco tiempo y la parte del documento que le pertenecía se fue trasmitiendo a sus sucesores hasta llegar a poder de mi esposa.

Inútiles han sido mis pesquisas para encontrar la otra parte; sin embargo resolví al fin venir a buscarlo, pero creo que no será posible por los datos incompletos que poseo. Así es que nos iremos para no volver más.

Pasados algunos días de esa conversación, algo extraordinario que pasaba en el barco en altas horas de la noche despertó a los pobladores de La Paz. Se alcanzaba a escuchar un exaltado vocerío, gritos aislados, estruendos de cadenas, luces que se movían rápidamente en todas direcciones, lo que hizo creer que el buque se preparaba para zarpar, pero no era eso, sino que parte de la tripulación se había amotinado dirigiéndose a la cámara del capitán para asesinarlo; pero este bravo marino, fuerte como un ballenato, repelió la inesperada agresión. Cuando estaban a punto de derribar la puerta del camarote, otro grupo de leales se enfrentó a los revoltosos dominándolos, entre ellos al cabecilla. Al día siguiente, ya restablecido el orden, entre las cosas que se recogieron pertenecientes al promotor del motín, el capitán encontró con grandísima sorpresa, el otro pedazo del documento que hacía falta para dar con el tesoro. Enseguida el buque se hizo a la mar, y pocos días después pescadores de la zona encontraron en la “Ensenada de Muertos” grandes excavaciones y dentro de ellas restos de baúles y cinchos de fierro enmohecidos.

El Cromwel ya no volvió a aparecer en estos mares, pero su alterado nombre había pasado a ser el de la brisa vespertina, cuya deliciosa frescura hace tan agradables las noches de esta ciudad de La Paz.

Existe una variante de esta narración la cual la escribe una persona con el seudónimo de “Abuelo choyero” y la cual titula “Mitos, cuentos y leyendas sudcalifornianas: El nombre del Coromuel”. En su documento narra lo siguiente:

El Coromuel es una hermosa playa que se encuentra en la bahía de La Paz, en el Municipio del mismo nombre, en Baja California Sur. Realmente es una de las playas más cercanas a la ciudad y muy bella, ya que se encuentra rodeada por un lado de los cerros que muestran la flora típica del lugar y por otro la bella vista hacia la bahía.

Una de las historias que se conoce entre los nativos del lugar y que dan origen al nombre del Coromuel, surge aproximadamente en el siglo XVIII, en aquella época donde los piratas merodeaban las aguas del Pacífico y del Golfo de California en busca de tesoros, así como el abordaje y saqueo a los barcos que en aquella época se dedicaban al transporte de mercancías, telas y piedras preciosas desde la India.

En una ocasión, una de estas temidas naves empezó a visitar la ensenada de éste bello lugar y misteriosamente se quedó por varias horas. Los nativos del lugar que se dieron cuenta de tal nave, lo único que hicieron fue esconderse para no ser vistos por los tripulantes y observar cómo podían sus movimientos, temiendo que en algún momento fueran a zarpar y ser atacados por estos piratas. Después de varios días de salir y regresar nuevamente a la ensenada, se empezó a correr el rumor de que en el misterioso barco se encontraba a bordo el osado Cromnwell, un famoso pirata que venía muy sigiloso en busca de un lugar seguro donde ocultar sus tesoros.

Cada vez que entraba a la ensenada este misterioso barco, los nativos del lugar, quienes no podía pronunciar bien éste nombre, decían “Ahí viene el Coromuel” en vez de “Cromnwell” descomponiendo el apellido original del pirata, dando origen al nombre del bello lugar que actualmente nos regala atardeceres únicos frente al muelle.

Finalmente encontré un excelente documento que viene a arrojar mucha luz sobre las especulaciones que por años se han dado sobre el origen del nombre del “Coromuel”. Este documento es de Darío Sbroggio, el cual se titula “El Corumel – El viento pirata”. En su interesante escrito dice lo siguiente:

El escritor Pino Cacucci en su libro “Le balene lo sanno” –título en italiano de unas de sus obras, que significa “las ballenas sí saben” el “Corumel” –alteración de la palabra inglesa Cromwell– es según este cuento “el nombre de un barco, probablemente inglés, que se presentaba en la bahía de La Paz a cada ocaso y, según algunos improvisados históricos estadounidenses, habría aparecido nada menos que en el siglo XVI, enviado por Oliver Cromwell en persona para vencer el dominio español en la región. Como conclusión de este relato nos dice Tal vez [la historia] no sea verdadera, pero como historia de contarse a la posteridad, es linda.

Sbroggio comenta en su documento: “Otra conclusión, de toda manera no totalmente exhaustiva, brota del libro “La fuerza y el viento” de Marita Martínez del Río de Redo, en el cual la escritora e investigadora histórica mexicana, enamorada de historias ligadas al mar y con particular atención a la piratería a cuyo estudio fue iniciada por su padre, el historiador y antropólogo Pablo Martínez del Río y Vinent, nos cuenta que “en Baja California sopla un viento llamado ‘coromuel’, el cual fue aprovechado en una ocasión por Cromwellcuya bandera se conserva en el Museo del Fuerte de San Diego en Acapulco– para hinchar las velas de su nave y darle caza a uno de los casi invencibles galeones de Manila”. De esta supuesta bandera –que en realidad es el retrato pictográfico del también supuesto Cromwell, quizás usada como bandera por el corsario inglés– parece que tenemos pruebas de su existencia, como puede probar la foto que aparece en el mismo libro de la escritora mexicana y como también confirman del museo de Acapulco que tiene en muestra el artefacto.

También cita Sbroggio lo siguiente: El libro de Peter Gerhard titulado “Pirates on the West Coast of New Spain 1575-1742“, un estudio completo y detallado sobre los piratas y los corsarios que infestaban las costas occidentales de México en aquellos casi doscientos años, donde el nombre de Cromwell nunca se presenta por todo el libro, ni siquiera para señalar el viento de lo cual hablábamos antes, ni menos como nombre de algunos barcos.

Aunado a lo anterior Darío Sbroggio puntualiza: un tal Thomas E. Jones, el cual, por medio de lo que descubrió en la “New England Historic Genealogical Society de Boston”, nos comenta que entre sus antepasados hay nada menos que el capitán pirata Thomas Cromwell, que nació, vivió y murió en el siglo XVII, aunque si activo en el otro lado de las costas mexicanas respecto a aquellas en las cuales operaba el nuestro misterioso Cromwell, no obstante, según las fuentes bibliográficas citadas por el supuesto descendiente de dicho pirata – entre estas, las obras no nombradas de William Bradford y John Winthrop, dos importantes cronistas de la primera mitad del siglo XVII, y la obra del reverendo puritano John Wheelwright intitulada “Mercurius americanus” –sus aventuras parecen hayan tenido que ver con tierras, como por ejemplo la de Yucatán– donde hay pruebas de “visitas” de este pirata –que no excluyen en su totalidad una presencia también entre las costas rocosas de la Baja California. La huella, por cierto, parece algo débil y haber comprobado que un pirata de nombre Cromwell haya existido realmente no es de gran satisfacción, teniendo en cuenta que podría ser, con muchas probabilidades, que este Thomas Cromwell no tenga nada que ver con el Cromwell que nos interesa.

Finalmente Darío Sbroggio menciona un último dato que puede arrojar luz sobre la probable existencia, o no, del llamado “Cromwell”: un manuscrito no fechado de Homer Aschmann en el cual, luego haber analizado las diferentes teorías ligadas al nombre de Cromwell, bosqueja una hipótesis que aunque no pueda ser considerada en su totalidad satisfactoria, de cualquier manera podría ser suficientemente probable. Aschmann supone que el nombre de Cromwell y la leyenda alrededor de la cual se mueve su fantasma, sean atribuibles a Oliver Cromwell, caudillo militar y político inglés que a mitad del siglo XVII puso fin, temporalmente, a la monarquía en Gran Bretaña. En realidad, como nos explica el mismo Aschmann, parece que Oliver Cromwell nunca dejó las islas británicas durante su vida, pero lo que parece cierto es que Gran Bretaña, especificadamente durante el gobierno de Cromwell, fuese bastante activa en el ataque al comercio de los españoles, ya sea en el Mar del Caribe, como por el otro lado de las costas mexicanas, sobre todo a lo largo de la amplia zona litoral que empieza desde el actual estado de Guerrero –Acapulco era sin duda el puerto principal-, hasta las costas del Pacífico y el Mar de Cortés. Según esa teoría parecería que los marineros españoles, sobre todo los que venían vencidos por un cualquier corsario inglés, hayan ligado el nombre del temible líder británico Cromwell, al avistamiento de cualquier barco inglés, trasformando todo esto en el espanto de los marineros gachupines en el Pacífico.

Sea cual fuere la decisión que tomemos al escoger una u otra versión del origen del nombre de “Coromuel”, no podemos negar la belleza de relatos que involucra cada una y el ingenio y dedicación que pusieron sus autores para legarnos esta hermosa palabra.

 

Bibliografía:

“El Coromuel” – Manuel Alejandro Cota Crespo

“Mitos, Cuentos y Leyendas Sudcalifornias: El Nombre Del Coromuel” – Abuelo Choyero (Seudónimo)

“El Corumel – El Viento Pirata” – Darío Sbroggio

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La sangrienta batalla del Galeón de Manila. Una de piratas en BCS

FOTOS: Internet.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Como ya se ha descrito antes, el Galeón de Manila o Nao de China era una presa codiciada por todos aquellos bandoleros que surcaban los mares; la promesa de inmensurables ganancias los hacía arriesgar no solamente sus naves sino la vida misma. La Corona española se esmeraba en proteger sus barcos; por lo general establecía escoltas armadas con cañones y una gran cantidad de soldados bien entrenados para resguardar estos Galeones en su regreso a tierras de la Nueva España. En torno a los hechos sangrientos en los que se vieron envueltos dichos navíos, se han tejido un sinnúmero de historias —algunas falsas, otras verdaderas— e infinidad de relatos inciertos, pero no porque éstos no hayan sucedido, sino porque los registros que se tenían de las mismas eran muy escasos y erráticos, por lo que en ocasiones se escribían versiones más románticas y fantasiosas que reales. Aunado a lo anterior, el gobierno español trataba a toda costa de omitir cualquier tipo de información que involucrara la descripción de la ruta que seguía el Galeón de Manila hacia el continente americano, e incluso guardaba celosamente cualquier mapa, el cual pudiera dar una idea de cómo era la topografía de las regiones que tocaba este poderoso navío para surtirse de agua y provisiones, hasta llegar a su destino en el puerto de Acapulco.

Uno de los corsarios ingleses que atacó al famoso Galeón de Manila fue Woodes Rogers. Este súbdito de la Corona Inglesa fue hijo de un comerciante que al morir le legó una gran fortuna. Debido a que Woodes había incursionado desde muy temprana edad en las artes de la marinería, decide asociarse con otros inversionistas y avituallar dos barcos, el Duke y la Duchess, y con ello hacerse de una patente de corso, lo que le permitiría probar suerte atracando barcos provenientes de España—potencia con la cual Inglaterra estaba en guerra en esos años—y así consolidar una fortuna. En el año de 1708, Woodes Rogers parte desde Inglaterra hacia América, y en sus primeras hazañas logró apoderarse de varios barcos españoles y de una gran fortuna. Es importante mencionar, que uno de los hechos por el que ha sido más conocido este navegante, es por haber rescatado a un náufrago que durante varios años permaneció en una isla, me refiero a Alexandre Selkirk, del cual se dice que posteriormente el escritor Daniel Defoe lo inmortalizó en su libro Robinson Crusoe.

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La historia que hoy nos ocupa se desarrolló frente a las playas de Cabo San Lucas, en donde los barcos de Rogers se enfrentaron al Galeón de Manila buscando apoderarse de la preciada carga que traía de regreso de su viaje a Oriente. Algunos autores sostienen que los sucesos ocurrieron a finales de 1709, otros mencionan que a principios de 1710, e incluso algunos más argumentan que si bien sucedió un combate entre las fuerzas de Rogers y las que protegían el Galeón de Manila, jamás llegó a darse la capitulación del Galeón. La imprecisión se debe, como ya lo he manifestado, a la escasez de registros sistemáticos de estos hechos y a la necesidad de ocultarlos de la opinión pública a efecto de no motivar a más piratas o corsarios para que los imitaran.

Analizando el documento La historia de Cabo San Lucas, editado por el Municipio de Los Cabos, se menciona que: El 21 de Diciembre de 1709, el pirata Woodes Rogers entró a la bahía de Cabo San Lucas en con sus naves “Duke” y “Duches“, al día siguiente tomó por asalto el Galeón de Manila que llevaba por nombre “Nuestra Señora de la Encarnación” y “El Desengaño”; sin embargo, fue rechazado cuatro días después por el “Begonia”. Rogers permaneció en el lugar hasta el 10 de Enero de 1710.

En otro documento consultado: Piratas en Los Cabos, de Laura G. Bueno, se menciona que: El capitán Woodes Rogers y Stephen Cortney, con sus barcos “Duke” de 320 toneladas y 36 cañones; y “Duchess” de 260 toneladas con 26 cañones y más de 300 hombres, llevaban esperando en Cabo San Lucas un par de meses a los galeones españoles. Convivieron con los pericúes, quienes se mostraron como una tribu hospitalaria y quizá estaban sorprendidos con estos “rubios” que les daban artículos valiosos y nuevos para ellos. Los ingleses se empezaron a impacientar y estuvieron a punto de regresar a Gran Bretaña con las ganancias obtenidas por sus saqueos en las costas del Pacífico y del Atlántico, pues además habían capturado dos embarcaciones francesas y ocupado la población de Guayaquil, aunque el propósito de Rogers era apoderarse del galeón proveniente de Manila.

Por fin, al amanecer del 1 de enero de 1710, una vela se vio en el horizonte: El galeón de Manila de nombre La Encarnación, fue inmediatamente interceptada y después de dos horas de batalla, se rindió. Rogers fue herido por una bala en la quijada; dos días después Nuestra Señora de la Begoña, el galeón más grande, apareció. Sin embargo, avisados en la Nueva España sobre Rogers, los españoles se prepararon para enfrentarlo. La seguridad del puerto de Acapulco fue reforzada y varios barcos fueron enviados a Cabo San Lucas y las islas Tres Marías. Días después, el Duchess inició la batalla sin éxito; el Duke le apoyó y también recibió daños severos por lo que se retiraron a la bahía de Cabo San Lucas con 34 ingleses lesionados. El galeón salió rumbo a Acapulco con ocho muertos y varios heridos, mientras, Rogers se quedó en Los Cabos reparando sus naves para el retorno a Inglaterra, en donde llegó con una ganancia de 170,000 libras en octubre de 1711.

En otro documento que se encontró, se menciona que Alexandre Selkirk, el “Robinson Crusoe”, estuvo en Baja California Sur en 1710; Casimiro Gardea Orozco relata lo siguiente sobre este suceso: En el año de 1709, el pirata inglés Woodes Rogers recorrió el Océano Pacífico en sus buques “Duke” y “Dutchess” y en el mes de diciembre de ese año arribó a “Puerto seguro” como se llamaba en ese entonces Cabo San Lucas. Su intención era apoderarse  de los galeones que venían de Filipinas como en efecto lo hizo con la nao “Nuestra Señora de la Encarnación”. Quiso hacer lo mismo con el “Begonia”, pero fue rechazado. Después de su enfrentamiento Rogers regresó a Inglaterra llevando un cuantioso botín.

Finalmente, en el documento Los piratas en Cabo San Lucas, de Eligio Moisés Coronado, encontramos la siguiente referencia sobre el ataque de Woodes Rogers: El 22 de diciembre de 1709 fue asaltado en las inmediaciones de Cabo San Lucas el Galeón de Manila “Nuestra Señora de la Encarnación”, por el pirata inglés Woodes Rogers . El galeón había zarpado de Cavite, Filipinas, el 12 de julio de 1709, al mando de M. Juan Presbert junto al galeón “Nuestra Señora de Begoña”, que debió separarse de aquél durante los primeros de diciembre. El 4 de enero las dos fragatas de Rogers, “Duke” y “Duches”, atacaron al galeón “Begoña”, armado con sólo 24 cañones. En un primer ataque fueron rechazados; al día siguiente volvieron a acosarlo durante toda la mañana, pero la defensa española obligó al inglés a desistir. Finalmente, el “Begoña” entró en Acapulco con ocho muertos y un número similar de heridos.

Este historia vuelve a dejar en claro la presencia de los piratas que merodeaban por las tierras de California, en busca de una ganancia que pretendían fuera fácil pero que, como ya se ha visto, en ocasiones se tornaba difícil o imposible de obtener. Para poner punto final al relato, comentaré que el corsario Woodes Rogers regresó a su patria con muchas riquezas y siendo considerado como un héroe. Rogers continuó realizando nuevas actividades de bandidaje por algunos años, hasta que, ya viejo y con los estragos causados por múltiples heridas recibidas, regresa a su patria. Es nombrado Gobernador de las Islas Bahamas en donde es perseguido por una gran cantidad de deudas que contrajo. Woodes Rogers fallece a los 53 años de edad siendo Gobernador en un segundo periodo de estas islas antillanas.

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