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Octavio Paz era un político de derechas… Sí, pero Ovidio

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El librero

Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). León Krauze celebra el 75 cumpleaños de su padre, Enrique Krauze, y para asentar la gran influencia que ha tenido en el pensamiento intelectual mexicano, hace un artículo para decir que su progenitor tenía razón con respecto a las conjeturas —en realidad profecías porque les acomoda más sentirse profetas— que escribió contra el hoy presidente Andrés Manuel López Obrador en decenas de escritos, especialmente en su insufrible artículo donde lo tacha de ser un mesías tropical; por supuesto, también incluye su obsesivo afán de acusarlo y culparlo de todo, cosa que les ha servido para vivir de la figura del político tabasqueño. Atacarlo es su pasión y muy rentable.

No obstante, pareciera que el alcance de sus escritos se reduce a sus círculos cercanos y que comparten la misma antipatía —por decir lo menos— contra el de Tepetitán, porque no han logrado crear una narrativa contundente para derrotarlo; quizás eso se deba a que solo se leen entre ellos. Hicieron carrera intelectual primero dándole razón y sustento histórico al neoliberalismo y sus líderes —aunque se hayan apegado al constructo de, el fin de la historia fukuyamista, hacían historia por negocio—, y luego descubrieron que podían hacer una carrera lucrativa destruyendo opositores, en particular con la figura de AMLO, sujeto de la historia que hizo sentir amenazada a la élite económica-política. Había que hacer de ese personaje un espantajo social.

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¿Qué hicieron los políticos panistas y priistas para neutralizar la influencia de AMLO en las bases sociales, el pueblo de México?, pues apostarle al prestigio que la mafia cultural de Krauze y Aguilar Camín construyeron desde la década de los 80, primero con un incuestionable Octavio Paz y luego como dos bandos supuestamente opuestos —el PRIAN intelectual—: los liberales de la revista Letras Libres, herederos de Paz —que les dejó un sustentáculo amplio advirtiéndonos de los peligros del populismo y de los beneficios de la modernidad representada en ese entonces por Carlos Salinas de Gortari y el PRI, que aunque era una hegemonía de partido, para nada era una dictadura perfecta ni mucho menos dictablanda, querido Enrique—. Y los de Nexos, la izquierda buenaondita que coptó a un gran número de intelectuales progres. ¿Quién mejor que ellos, herederos del premio nobel de literatura, para desactivar a un populista?

Así, la fusión de esos dos bandos les permitió desarmar —según ellos— a posibles antagonistas que eran líderes de luchas sociales y presentaron a la verdadera izquierda como locos, intransigentes, violentos, irracionales, ignorantes y salvajes —es decir, AMLO y sus pejezombies que siguen al mesías—. De esa forma dominaron el escenario político-cultural durante casi cuarenta años. Que el cachorro Krauze defienda a su padre solo habla de que el otoño del patriarca es inminente y el olvido intelectual será el descargo que el pueblo de México y sus luchas le tendrá reservado.

Por otro lado, sé que algunos tratan de salvar y no relacionar a Octavio Paz por las ligaduras que tenía con el PRI, con el partido de Estado, y de cómo ambos congeniaban y se beneficiaban mutuamente. Muchos quieren excluirlo de los intelectuales orgánicos —Nexos y Vuelta (hoy Letras Libres)— que acapararon todo durante el neoliberalismo: becas, premios, viajes, estudios en el extranjero, embajadas, altos puestos culturales, publicaciones; fama, prestigio y privilegios: en suma. Pocos hablan de que Octavio Paz fue uno de los que avaló el fraude del 88, e igual que lo hizo Krauze y Aguilar Camín desde 2006 contra AMLO, Paz también escribió contra los disidentes dentro del PRI, haciendo de Cuauhtémoc Cárdenas un demonio al que había que derrocar cuanto antes porque el decente era Carlos Salinas de Gortari:

[El neocardenismo] no es un movimiento político moderno, aunque sea otras muchas cosas, unas valiosas, otras deleznables y nocivas: descontento popular, aspiración a la democracia, desatada ambición de varios líderes, demagogia y populismo; adoración al padre terrible: el Estado y, en fin, nostalgia por una tradición histórica respetable pero que treinta años de incienso del PRI y de los gobiernos han embalsamado en una leyenda piadosa: Lázaro Cárdenas.

Y agreguemos el oscuro objeto del deseo por las monarquías que en algún rincón del poeta laureado se ocultaba. Octavio Paz fue como uno de esos abajofirmantes de hoy, pero en de la década de los 80 y que dieron sustento al naciente neoliberalismo. Resulta curioso que por todo lo que significa Paz en el mundo literario, una enorme obra, la parte política suele ser tocada con pinzas porque ante una crítica cualquiera por sus posturas y esa relación permanente que tuvo con el PRI, salen Tirios y Troyanos a decir: Paz no necesita que se le reivindique porque su obra es más grande que él, como si fuera un santo, un no-humano al que no se le puede señalar cómo participó en la vida pública del país, el cómo influía, el peso político que cargaba, la narrativa intelectual que construyó para demeritar a las izquierdas poniendo un discurso de derechas disfrazado de una supuesta tradición liberal que se proyectaba hacia la modernidad —es decir, el naciente neoliberalismo económico—. Tal como esos de las redes sociales que salen a contrarrestar cualquier comentario que beneficie al de Tabasco: Sí, pero Ovidio.

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Sor Juana Inés de la Cruz: poesía para la nueva normalidad

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Colaboración Especial

Por Arturo González Canseco

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Las trampas de la fe, obra fundamental de Octavio Paz dedicada a estudiar la figura de sor Juana Inés de la Cruz, tuvo su publicación original en la década de los ochenta. El Nobel mexicano se pregunta en especial por los motivos que llevaron a Juana Inés a elegir la vida conventual. Un encierro que comenzó el 24 de febrero de 1669 y acabó el día de su muerte, el 17 de abril de 1695. Un total de 26 años enclaustrada en el convento de San Jerónimo. Octavio Paz, al reflexionar sobre la vida de las monjas novohispanas, concluye escandalizado que no puede entender cómo es que no terminaban todas ellas enloquecidas.

Paz tuvo la fortuna de no vivir el siglo XXI y, en especial, el inaudito 2020. Luego de un par de meses de encierro que ya se sienten como una eternidad, ciertamente existen momentos en que nos hemos cuestionado si todavía seguimos cuerdos. Nunca se había presentado un momento más propicio para comprender un poco mejor la época de sor Juana y las condiciones de vida que experimentó.

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Juana Ramírez de Asbaje estaba próxima a cumplir 21 años cuando ingresó a la orden de las jerónimas. Nació en 1648 en San Miguel Nepantla, a las faldas del Popocatépetl. Aprendió sus primeras letras desde los tres años y en la biblioteca de su abuelo realizó un sinnúmero de lecturas. A los ocho años parte a la Ciudad de México bajo la tutela de algunos parientes. Al cumplir 16 ingresa al  palacio virreinal como protegida de Leonor Carreto, marquesa de Mancera. Ante el futuro que la época le obligaba de una vida en matrimonio, Juana elige el convento. La única posibilidad para dedicarse a la vida intelectual. Sus aspiraciones universitarias le estaban clausuradas por su condición de mujer.

El encierro en la Nueva España dista años luz del nuestro, con redes sociales, conciertos y series vía streaming. Sin embargo, nos emparenta la monotonía. El igual transcurrir de las semanas, días y noches sin mayor cambio.

La vida monjil en San Jerónimo obedecía las horas canónicas con los rezos de la prima, tercia, sexta y nona, es decir, 6, 9, 12 y 15 horas. Sus desayunos estaban compuestos por leche, pan, mantequilla y huevos. Comían carne excepto los miércoles. Las colaciones eran de conservas y fruta. El convento en aquella época era una opción de vida como puede ser hoy cualquier trabajo en una empresa. Sor Juana fue archivista, contadora y, al final de su vida, enfermera.

La doble condición adversa para Juana Inés, encierro y un orden social patriarcal, no fue impedimento para que creara una obra poética sin parangón. En un mundo de hombres como lo fue el periodo novohispano, es el nombre de una mujer el más importante. Mucho se ha reflexionado sobre cómo ese entorno masculino afectó su vida y obra. Es momento también de observar la otra variable y seguir descubriendo la inagotable riqueza de sor Juana Inés de la Cruz. El encierro propio y ajeno nos puede brindar un nuevo entendimiento de su poesía.

Si te interesa profundizar más en la obra de la genial sor Juana, te invito a inscribirte a unos cursos en línea que estaré dando el lunes 8, miércoles 10 y viernes 12 de junio de 11:00 a 12:00 horas del centro de México. Para mayores informes puedes enviar un WhatsApp al (612) 1941921.

A continuación, una brevísima muestra de esa obra. Se presentan al final unas coplas que muestran la versatilidad del genio de sor Juana. En cuanto al primer poema, tiene justa fama y a pesar de la sobreexposición continúa vivo. Durante los siglos XVIII y XIX sor Juana fue olvidada, a excepción de este poema. Sin él, lo más probable es que la historia que acabamos de relatar se hubiera perdido años antes de nuestra llegada a la nueva normalidad. Un redescubrimiento de sor Juana Inés de la Cruz nos invita a apreciar más que nunca la libertad, leer un poema es sentir que la vida puede seguir a pesar de todo.

 

Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón,

sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis:

 

si con ansia sin igual

solicitáis su desdén,

¿por qué queréis que obren bien

si las incitáis al mal?

 

Combatís su resistencia,

y luego con gravedad

decís que fue liviandad

lo que hizo la diligencia.

 

Queréis con presunción necia

hallar a la que buscáis,

para pretendida, Tais,

y en la posesión, Lucrecia.

 

¿Qué humor puede ser más raro

que el que falta de consejo,

él mismo empaña el espejo

y siente que no esté claro?

 

Con el favor y el desdén

tenéis condición igual,

quejándoos, si os tratan mal,

burlándoos, si os quieren bien.

 

Opinión ninguna gana,

pues la que más se recata,

si no os admite, es ingrata

y si os admite, es liviana.

 

Siempre tan necios andáis

que con desigual nivel

a una culpáis por cruel

y a otra por fácil culpáis.

 

¿Pues cómo ha de estar templada

la que vuestro amor pretende,

si la que es ingrata ofende

y la que es fácil enfada?

 

Mas entre el enfado y pena

que vuestro gusto refiere,

bien haya la que no os quiere

y quejaos enhorabuena.

 

Dan vuestras amantes penas

a sus libertades alas,

y después de hacerlas malas

las queréis hallar muy buenas.

 

¿Cuál mayor culpa ha tenido

en una pasión errada,

la que cae de rogada

o el que ruega de caído?

 

¿O cuál es más de culpar,

aunque cualquiera mal haga:

la que peca por la paga

o el que paga por pecar?

 

Pues ¿para qué os espantáis

de la culpa que tenéis?

Queredlas cual las hacéis

o hacedlas cual las buscáis.

 

Dejad de solicitar

y después con más razón

acusaréis la afición

de la que os fuere a rogar.

 

Bien con muchas armas fundo

que lidia vuestra arrogancia,

pues en promesa e instancia

juntáis diablo, carne y mundo.

 

*

 

Finjamos que soy feliz,

triste Pensamiento, un rato;

quizá podréis persuadirme,

aunque yo sé lo contrario:

 

que pues sólo en la aprehensión

dicen que estriban los daños,

si os imagináis dichoso

no seréis tan desdichado.

[…]

Este pésimo ejercicio,

este duro afán pesado,

a los hijos de los hombres

dio Dios para ejercitarlos.

¿Qué loca ambición nos lleva

de nosotros olvidados?

Si es para vivir tan poco,

¿de qué sirve saber tanto?

¡Oh, si como hay de saber,

hubiera algún seminario

o escuela donde a ignorar

se enseñaran los trabajos!

¡Qué felizmente viviera

el que, flojamente cauto,

burlara las amenazas

del influjo de los astros!

Aprendamos a ignorar,

Pensamiento, pues hallamos

que cuanto añado al discurso,

tanto le usurpo a los años.

*

 

Dice que yo soy la Fénix

que, burlando las edades,

ya se vive, ya se muere,

ya se entierra, ya se nace:

 

la que hace de cuna y tumba

diptongo tan admirable,

que la mece renacida

la que la guardó cadáver;

 

[…]

 

Lo que me ha dado más gusto,

es ver que, de aquí adelante,

tengo solamente yo

de ser todo mi linaje.

 

¿Hay cosa como saber

que ya dependo de nadie,

que he de morirme y vivirme

cuando a mí se me antojare?

*

¿Cuándo, Númenes divinos,

dulcísimos Cisnes, cuándo

merecieron mis descuidos

ocupar vuestros cuidados?

 

¿De dónde a mí tanto elogio?

¿De dónde a mí a encomio tanto?

¿Tanto pudo la distancia

añadir a mi retrato?

 

¿De qué estatura me hacéis?

¿Qué Coloso habéis labrado,

que desconoce la altura

del original lo bajo?

 

No soy yo la que pensáis,

sino es que allá me habéis dado

otro ser en vuestras plumas

y otro aliento en vuestros labios,

 

y diversa de mí misma

entre vuestras plumas ando,

no como soy, sino como

quisisteis imaginarlo.

 

*

 

En perseguirme, mundo, ¿qué interesas?

¿En qué te ofendo, cuando solo intento

poner bellezas en mi entendimiento

y no entendimiento en las bellezas?

 

Yo no estimo tesoros ni riquezas;

y así, siempre me causa más contento

poner riquezas en mi pensamiento

que no mi pensamiento en las riquezas

 

Y no estimo hermosura que, vencida,

es de despojo civil de las edades,

ni riqueza me agrada fementida,

 

teniendo por mejor, en mis verdades,

consumir vanidades de la vida

que consumir la vida en vanidades.

 

*

Detente, sombra de mi bien esquivo,

imagen del hechizo que más quiero,

bella ilusión por quien alegre muero,

dulce ficción por quien penosa vivo.

 

Si al imán de tus gracias, atractivo,

sirve mi pecho de obediente acero,

¿para qué me enamoras lisonjero

si has de burlarme luego fugitivo?

 

Mas blasonar no puedes, satisfecho,

de que triunfa de mí tu tiranía

que aunque dejas burlado el lazo estrecho

 

que tu forma fantástica ceñía,

poco importa burlar brazos y pecho

si te labra prisión mi fantasía.

 

*

 

Amor empieza por desasosiego,

solicitud, ardores y desvelos,

crece con riesgos, lances y recelos,

susténtase de llantos y de ruego.

 

Doctrínanle tibiezas y despego,

conserva el ser entre engañosos velos,

hasta que con agravios o con celos

apaga con sus lágrimas su fuego.

 

Su principio, su medio y fin es ése,

pues ¿por qué, Alano, sientes el desvío

de Celia que otro tiempo bien te quiso?

 

¿Qué razón hay de que dolor te cueste,

pues no te engañó Amor, Alano mío,

sino que llegó el término preciso?

 

*

Aunque es el metal de azófare

de mi voz, en esta márgene

la echaré como un almíbare,

siguiendo un músico cánone.

 

Y aunque con el pecho débile,

celebraré aqueste Alcázare,

que siendo la labor fértile,

está de fuerzas no frágile:

 

donde a aquel Solio de Tíbare

bajan uno y otro Ángele,

a ver entre blanco aljófare

los rojos visos del Cálice.

 

Calle la diosa del Viérnese

y váyase a estar en cárcere,

pues es más loca que un Lúnese

y más aciaga que un Mártese.

 

San Bernardo es, y la Vírgine,

los que gobiernan el mástile,

más dulce Ella que un azúcare,

y él más cándido que un ánsare.

 

El que es Patrón, es un Fúcare,

más generoso que un Párise,

más valeroso que un Héctore,

más animoso que un Áyace.

 

Den al Arquitecto un víctore,

pues ven que ha vencido, hábile,

las Pirámides de Ménfise

y las Columnas de Cádize.

 

Y a esta música estérile

perdonen lo no ágile,

que en lo menos difícile,

suele ella no ser fácile.

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‘Testimonios sísmicos’, de Mehdi Mesmoudi

FOTOS: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Alguna vez leí hace años sobre un equipo humano enviado a la Antártida para que vivieran dentro de una caverna de hielo y que dieran sus impresiones desde sus respectivas habilidades y formación profesional; entre ellos iba un poeta. Nunca supe qué pasó después, pero imaginé lo que diría un poeta donde las condiciones de vida son el frío extremo, el horizonte de hielo, el silencio reinante y la soledad abismal del polo sur. Ahora bien, ¿qué pasaría si mandáramos a un poeta para que viviera la experiencia de una catástrofe natural? Pues, bien, he leído con gusto la propuesta de Mehdi Mesmoudi, Testimonios sísmicos, un poema de largo aliento que obtuvo mención honorífica en el premio Margarito Sández Villarino, y que nos habla sobre las condiciones de la muerte ante eventos tan terribles como un sismo; publicado por el Ayuntamiento de Los Cabos, en una edición compartida con María del Carmen Bañaga Sández, quien ganó dicho premio. En este caso me parece pertinente destacar sobre todo la obra de Mehdi Mesmoudi por la fuerza y la madurez que muestran sus versos.

El despertar a la vida tiene sus bemoles porque en ello va nuestra conciencia de la realidad y de lo que pasa en ella, pero si ese abrir los ojos es con dolor, entonces adquiere connotaciones bien distintas, porque ahí el tiempo se ralentiza de tal manera que podemos ver con claridad el poder de la naturaleza sobre nosotros. Y así, como si recorriéramos pasillos en templos de muerte, más parecidos a mausoleos fríos, a criptas instantáneas que se muestran descarnadas a la luz, donde la indignación aparece como la poca respuesta de algunos que no entienden que esa muerte es en realidad un punto de apoyo al otro, al desconocido que está indefenso frente a nosotros.

 

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Quienes hemos leído a León Felipe sabemos que su poesía, tan menospreciada por Octavio Paz y los Contemporáneos, está conectada con la parte oculta del sentido, es decir, sus versos son una revelación constante, un significado abierto para quien tiene ojos y oídos; así, Mehdi es capaz de revelarnos a través de sus versos una invocación, un recuerdo de que los poetas tienen el espíritu puesto en el mundo y que a su vez el mundo los ve como un vínculo con la naturaleza de las cosas. Los poemas de Mehdi son los objetos con los que podemos trasladarnos o bien ser mensajeros en ese viaje, junto con el poeta que nos descubre imágenes, metáforas sobre los sucesos de un sismo. ¿Quién puede quedar indemne frente a los movimientos de la tierra, que pareciera sacudirse los espasmos de concreto que sobre ella descansan como un cáncer?

Mehdi Mesmoudi logra, con este poderoso poema, hablarnos desde la visión del poeta que vivencia y expone la sangre, los cuerpos, los gritos, las voces, los derrumbes. Un poema que es luz a través del polvo que se ha levantado, de los lamentos surgidos desde la sorpresa, pero también desde la redención. La poesía, después de todo, tiene la capacidad de alterar nuestra realidad con las palabras, y escribirlas, acomodarlas para que sucedan las fotografías del momento, es sin duda, sólo para un poeta que lo ha experimentado, como al que mandaron al Polo Sur. Sin poesía, la carga sería más pesada, menos llevadera, menos digerible. La poesía, en este caso de Mehdi Mesmoudi, nos deja entrever la fina capa que separa nuestros sentidos de la tragedia, aunque esta no sea nuestra, aunque esta esté fuera de nuestro alcance visual, pero el impacto es igualmente devastador al momento en que nos alcanza la onda expansiva del sufrimiento colectivo.

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Juan Rulfo y su primera novela… que quemó él mismo

Juan Rulfo. Fotos: Internet.

Colaboración Especial

Por José Leónidas Alfaro Bedolla

 

“Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera”. Pedro Páramo.

 “Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, una raíz de nada, se oye ladrar los perros…” Nos han dado la tierra en El Llano en llamas.

 

San José del Cabo, Baja California Sur (BCS). Juan Rulfo (1917-1986) cumplió el primer centenario de su nacimiento. Nació en Apulco, Jalisco, el 16 de mayo de 1917. Sus padres fueron gente acomodada, pero lo dejaron huérfano cuando él apenas tenía 6 años. Bajo aquella circunstancia, fue internado en un colegio de Guadalajara.

A la edad de 17 años, su tío, el coronel David Pérez Rulfo lo llevó a vivir con él a la Ciudad de México. Al cumplir los 20 años, le consigue un trabajo en la Secretaría de Gobernación. Allí conoció a Efrén Hernández y a Jorge Ferretis, ambos, escritores que habían logrado escalar un poco, el primero como cuentista y el segundo como novelista. Fue Efrén quien se dio cuenta de las cualidades de Rulfo, y le compartió de su experiencia.

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El primer trabajo que desarrolló fue una novela que intituló: El hijo del desaliento. Por consejo de su tutor literario, envió un capítulo de aquella novela a revistas, pero no obtuvo respuesta. Por esta razón, la quemó. Sólo dejó un capítulo que le pareció que valía, y años después lo publicó. Sin embargo, llegó a la conclusión de que su quehacer de escritor no lograba nivel. Él mismo expresó al respecto: “Mi trabajo no convencía porque sólo quería desahogarme por medio de la soledad que había vivido, no en la ciudad de México, pero desde hace muchos años, desde que estuve en el orfanato. Yo estaba solo en la ciudad, una ciudad burócrata. Yo no conocía a nadie, así que después de las horas de trabajo me quedaba a escribir. Precisamente como una especie de diálogo conmigo mismo. Algo así como querer platicar un poco. En mi soledad en que yo… con quien vivía. Se puede decir: yo vivía con la soledad. El hombre está solo. Y si quiere comunicarse lo hace por los medios que están a su alcance. El escritor no desea comunicarse, sino que quiere explicarse a sí mismo. De eso se trataba en esa novela que yo destruí, porque estaba llena de retórica, de ínfulas académicas, sin ningún atractivo, más que el estéticado y lo declamatorio en su lenguaje, del cual me daba exactamente cuenta. Creo que me estaba llenando de retórica por andar en la burocracia. Me estaba empapando de ese modo de tratar las cosas. No era lo propio, como yo quería decir las cosas”.

En 1945 ingresó como vendedor de llantas a la Goodrich-Euzkadi, pero siguió insistiendo en escribir, también le escribía cartas a su novia, Clara Aparicio, con quien se casó el 24 de abril de 1948, y se la llevó a vivir a la Ciudad de México. Insistió en su preparación y prácticas literarias, obtuvo una beca en el Centro Mexicano de Escritores, y en 1953 publicó su libro: El Llano en llamas cuyo título es el nombre de uno de los 17 cuentos de aquel volumen.

Con este logró darse a conocer y confirmó la beca que le permitió dedicarse con más intensidad a su afición literaria. Laboró como fotógrafo en la Comisión del Papaloapan, y en el Instituto Nacional Indigenista como responsable de las ediciones. Al publicar Pedro Páramo en 1953, se reafirma como escritor; logra el premio Xavier Villaurrutia y forma parte del boom de escritores hispanoamericanos, quienes consiguen hacer que el mundo, principalmente el europeo, voltee hacia América Latina, y ponen atención a escritores como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Juan Donoso, Miguel Ángel Asturias, Gabriela Mistral —quien es distinguida con el Premio Nobel de Literatura, y años después lo consiguen Asturias y Paz.

En esta etapa, Juan Rulfo logra sonadas apariciones en la prensa mundial, viaja por Europa, Estados Unidos y América Latina; aunque de carácter serio, se abre camino exponiendo su talento. Cientos de periódicos, revistas, videos y ensayos sobre su obra, registran su talento. Pedro Páramo está considerada como la novela de más influencia en el idioma latino. Y varios de sus cuentos han sido llevados, igual que la novela al cine. Pero lo más relevante es que han sido motivos de estudio y análisis en foros internacionales, lugares donde ha sido reconocido como el más brillante de los escritores del mundo hispano.

Antonio Millán, crítico literario, en la revista Cuentos No. 48, basado en el cuento Macario, dijo: “Juan Rulfo se ha distinguido desde sus primeras letras publicadas por una fresca sencillez soleada de tierra provechosamente llovida y por una hondura de visión poco comunes en nuestro medio literario, dentro del cual habrá de ocupar tarde o temprano el puesto que le van ganando sus pensamientos”.

Este vaticinio se cumplió con creces. Juan Rulfo con su alcance creativo, logró la gloria personal, y también la de un país que en aquellos años, debido a la imagen proyectada por el cine, se creía en el resto del mundo, que éramos una nación de retrasados que sólo bebíamos tequila hasta explotar en sainetes que terminaban en un tenderete de muertos. La influencia de Rulfo en compañía de Octavio Paz y Carlos Fuentes, lograron proyectarnos una imagen más civilizada, eso fue por espacio de tres décadas 1950-1970, tiempo en el que se da el famoso “milagro mexicano”, tiempo en que los gobernantes tuvieron el acierto de catapultar al país hacia niveles de verdad progresistas.

Por desgracia aquel avance se detuvo, una banda de maleantes impulsada por la mente asesina de Gustavo Díaz Ordaz, cambió el destino de nuestra nación. De aquél engendro, han surgido, como una hidra venenosa, personajes como Carlos Salinas de Gortari que ahora comanda el Cartel más despiadado, nos ha sumido, a base de terrorismo, en el miedo, la desesperanza y el odio. El pasado 15 de mayo de 2017, lloramos de rabia y dolor porque nos han arrebatado a nuestro amigo Javier Valdez Cárdenas, un periodista valiente, un mexicano que entregó su vida por un México justo y progresista. ¡Javier, siempre estarás con nosotros!




Literatura, locura y llamado; ¿por qué escribir?

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¿Por qué escribir? Imagen: Internet.

Colaboración Especial

Por Jorge Peredo

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). “Tal vez, habrá muchos que digan que sólo un niño o un loco piensa en escribir en México en esta época aciaga de desmoronamiento social, y pretende ser leído a la luz rojiza del incendio y estruendo de los cañones”. Aunque esto fue escrito por Juan Díaz Covarrubias en 1858, parece algo que cualquiera diría en estos días en los que el estruendo es de los cuernos de chivo… Entonces ¿por qué escribir? Primero, escribes porque experimentas esa “atracción inexplicable e irrefrenable” de la que Octavio Paz habla en el prólogo del primer tomo de sus obras completas y  “el llamado nace de una disposición innata que nos otorga, en proporciones variables, la capacidad de hacer las cosas. Además, nos da el goce de consagrarnos a aquello que amamos. El llamado es interior y puede ser instantáneo o paulatino; apenas se manifiesta, deja de ser una revelación, es decir, el descubrimiento de una afición oculta, para convertirse en una imperiosa invitación a hacer. La palabra central, el corazón del llamado, no es el conocer sino el hacer”.

El hacer del llamado es algo muy íntimo, dice Octavio Paz, que el hacer es buscar ser. El pintor es porque pinta y pinta porque es. En el caso de la literatura, yo pienso que escribes porque tu voz necesita de la pluma, porque necesitas de la pluma para tener voz, para convertirte en ella, que tus palabras necesitan vivir más allá de ti, sin ti, en el papel, en otros ojos, en otros corazones, en la mente; algo te dice que no eres nada hasta que te vacías en la hoja. Lo sabes porque lo amas.

Ese llamado llega ahora —como entonces— en tiempos aciagos y uno corre el riesgo de ser tachado de niño o de loco; de ser acusado de despilfarrar la mente y el alma: de doblar el lomo en nombre del desperdicio y todo lo que haces termina, ante los otros, pareciendo una locura. Escribir es absorber e intentar devolver por ósmosis inversa; adentro, en el corazón y en la mente alguna alquimia transforma lo real: lo concentra, lo tamiza; hay una concreción y si se puede lo depura —aunque dicen que el corazón no es una forja.

Pretendemos vivir en tranquilidad en un mundo loco: queremos normalizarnos, estar a gusto en un espacio pequeñito y familiar, como si una burbuja pudiera aislarnos de todo el desmadre; se nos olvida que las burbujas estallan al segundo de su nacimiento. Con cada golpe del teclado o mandoble de la pluma se revientan realidades. Tal vez buscamos aquella literatura que para el victoriano H.G Robinson abre “la región serena y luminosa de la verdad donde todos se encuentran y todos se espacian unidos más allá del ruido y el alboroto de una vida prosaica plena de preocupaciones, negocios y polémicas…”. En un mundo que amenaza con desmoronarse: en dónde no sabemos quién es quién, no conocemos sus políticas, ni sus leyes: nos dicen que son unas y todo el tiempo presentimos que son otras; el aspecto que aprehendemos de nuestra realidad corre el riesgo de ser una máscara. Todo el tiempo gente muere de forma violenta y hay razones, pero no tragamos nada, truenan los cañones y una guerra sin nombre ni motivos recrudece.

El escribir y la forma de interpretar el llamado varían. Unos gozan cuando escriben, otros sufren. Unos lo hacen por dinero otros porque lo necesitan otros como Flaubert y Vargas Llosa porque es “una manera de vivir”. Kafka escribía por  compulsión, era algo casi orgánico. De siete de la tarde a una de la mañana, Kafka entraba en una especie de trance y escribía sin parar. En ese estado K. escribe las cosas más raras e inesperadas: sobre legislaciones desconocidas y recintos ocultos desde las que seres sin rostro asistidos por un órgano burocrático inexplicable controlan las vidas de las personas siempre en pos de fines que nunca parecen tener sentido; escribe sobre la angustia y la desesperación de vivir en ese mundo prisión; escribe sobre máquinas de muerte y deshumanización y luego muere con los pulmones llenos de coágulos. Kafka tenía miedo de que su obra se conociera porque era pura neurosis, de cualquier modo el destino quiso que una parte fuera rescatada, lo demás fue destruido por un régimen totalitario que vio en sus letras una profecía.

El que escribe, debe enfrentarse a la neurosis de su era para encontrar sentido y tal vez nunca lo encuentre pero quizás logre iluminar a otros sobre el sinsentido de sus propias vidas; podríamos pensar que está en busca de la verdadera realidad. El escritor poblano José Luis Zárate dijo que “el papel del escritor y del artista en general, es el de ser el canario en las minas. El gas que hoy conocemos se le ha añadido productos que le proveen de un olor específico, cuando en realidad el gas no huele a nada y resulta mortal. Los mineros bajaban hasta las entrañas de la excavación acompañados de un pájaro, y si este moría, era  momento de salir corriendo de ahí antes de que el lugar explotara. Este es el trabajo del artista, que ha afinado su sensibilidad a tal grado que son los primeros en denunciar lo que acontece a su alrededor y evidenciarlo a través de su obra.”

Franz nunca debió ser ignorado, él fue el canario de minas de su tiempo, éste loco fue un sacrificio de la era, ahora lo sabemos y aun así, aunque decimos que no, preferimos ignorarlo. Existieron otros canarios, como Phillip K. Dick quien envenenó su cerebro sólo para poder decirnos que nuestra realidad es un simulacro; como Aldous Huxley que también fue un visionario psiconauta; como José Revueltas quien fue a prisión por atreverse a narrar la corrupción y el miedo; como Sade quién tras dejar al descubierto las vísceras hipócritas de la sociedad fue encerrado en el manicomio. Como muchos otros, lunáticos o no, raros o medio piratas que escribieron obras que en su tiempo carecieron de sentido pero que hoy en día nos dicen muchísimo sobre los miedos, las pasiones y los dolores de nuestra gente: en tiempos de guerra —¿existen otros tiempos?— el escritor es un canario que respira la locura.