La Trata de Personas en la California colonial

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nuestra península de California, antes de la llegada de los colonos europeos, era una tierra en donde sus habitantes se movían de un área a otra impulsados sólo por el deseo de satisfacer el hambre y la sed. De acuerdo a los relatos que nos han legado los misioneros jesuitas que vivieron entre ellos por espacio de 70 años, no se estilaba el esclavismo ni cualquier otra forma de explotación humana.

Las personas se unían para procrear, sin embargo, esta relación era voluntaria y podía romperse en cualquier momento, los hijos sólo permanecían con los padres durante los primeros 7 u 8 años de vida y posteriormente estaban en libertad de ir a donde quisieran. Las rancherías de naturales e incluso sus naciones, se componían de grupos de individuos que convivían en un determinado territorio y que vagaban por él, procurando satisfacer sus necesidades básicas y, si se daba el caso, lo protegían haciendo uso de todos sus recursos en contra de invasores.

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Se lee en algunos de los textos jesuíticos que durante los combates que se sostenían entre las diferentes tribus nativas, éstos por lo general se reducían a bravatas y griterío así como muestras de virilidad, buscando el amedrentar al rival, pero rara vez terminaban en combates. Cuando las peleas se llegaban a realizar, en cuanto caían los primeros heridos o muertos se suspendía la lucha y la nación que se considerara ganadora tenía el derecho de reclamar a la otra una propiedad de terreno, de comida o el desagravio de una ofensa. Sólo en contadas ocasiones, entre los Pericúes, se estilaba que después de ganada una pelea se llevaban a algunas mujeres para convivir con ellas por un corto tiempo, pero posteriormente eran libres de regresar con su ranchería de origen. No se tomaban rehenes ni esclavos, lo anterior tal vez justificado en la imposibilidad de poder ofrecerles alimento por el tiempo que estuvieran retenidos.

Los misioneros pudieron observar que en algunos grupos de naturales se sostenían relaciones en donde un hombre podía tener varias mujeres como concubinas (poligamia). Sin embargo, estas relaciones no se basaban en la obligación o esclavitud sino que era una costumbre entre estos grupos, principalmente los Pericúes, y que las mujeres aceptaban o, por lo menos, no se observaba que hicieran algo por cambiar su condición. Las mujeres que vivían con un mismo hombre rivalizaban entre ellas procurándole las mejores frutas y demás alimentos, para así ganarse su favor o por lo menos el no ser repudiadas, ya que si esto pasaba era casi imposible que pudieran encontrar una nueva pareja.

El anterior preámbulo nos da una idea clara que la fase del esclavismo no ocurrió en el desarrollo histórico que tuvieron los pueblos californianos. Con la llegada de los colonos europeos a la California y el establecimiento del primer asentamiento permanente en el año de 1697 en el Real Presidio de Loreto, llegó el sistema de explotación que actualmente conocemos como la trata de personas.

Si bien es cierto que esta incursión llevada a cabo a finales del siglo XVII a nuestra península, venía respaldada de una Real Cédula en donde la Corona Española cedía la titularidad a nivel de gobernación a los sacerdotes de la Compañía de Jesús, no por esto se erradicaron las medidas coercitivas para el cambio de forma de vida de los naturales de la California. Hasta cierto punto, estas medidas fueron menos agresivas que las que se llevaron a cabo por los Encomenderos en las otras regiones de la Nueva España, sin embargo, no se debe negar que sí hubo omisiones, ocultamiento e incluso una abierta permisividad para que los colonos europeos obligaran a los naturales a realizar actividades económicas y cambiar su forma de vida.

De acuerdo a la legislación actual la Trata de Personas se define como “toda acción u omisión dolosa de una o varias personas para captar, enganchar, transportar, transferir, retener, entregar, recibir o alojar a una o varias personas con fines de explotación, incluso sexual, el matrimonio forzado y la explotación infantil, entre otros”. A la luz de este marco jurídico, la simple acción de Colonización que se llevó a cabo por los Jesuitas, de la mano de los soldados, ya era una coerción.

En innumerables ocasiones, diferentes grupos nativos de California les dieron a entender a los colonos que no eran bienvenidos en sus tierras, incluso con muestras violentas como el lanzamiento de flechas y dardos; sin embargo, esto no detuvo a los contingentes invasores, los cuales, en ocasiones de manera más o menos pacífica, los convencían de que los aceptaran en sus tierras dándoles alimentos y regalos de baratijas, pero en otras ocasiones era a través del combate, en donde la peor parte la llevaban los naturales al estar en inferioridad de armamento.

Por lo general los sacerdotes jesuitas, que eran en la California los que concentraban el poder civil y el mando militar, al llegar a un nuevo territorio de alguna de las naciones de naturales, iniciaban el acercamiento a los pobladores a través del regalo de alimento (pozol) así como de ropa, cuchillos, y demás objetos que los atraían. Paulatinamente los convencían de que los ayudaran a construir canales, pilas, templos, habitaciones para los soldados y misioneros, etc. Durante este proceso los sacerdotes utilizaban a los niños para que les ayudaran a hacer adobes, como mensajeros entre una ranchería y otra y para realizar actividades de pastoreo de los animales de la Misión. Durante los sermones criticaban y exhibían públicamente a todos los naturales que no quisieran apoyarlos en las actividades cotidianas, lo anterior con el propósito de que, tras el escarnio que se hacía de estas personas, se vieran obligados por vergüenza a colaborar igual que los demás habitantes del sitio en las actividades.

Cabe aquí señalar que a los naturales en ningún momento se les retribuía de forma económica por el trabajo realizado, incluso por el más pesado que era la construcción de caminos y el vaquerear el ganado de la misión, sólo se les daba una pequeña ración de atole en la mañana y en la noche y al medio día se les daba el acostumbrado pozol, con un poco de verduras y ocasionalmente un pedazo de carne. Lo anterior no ocurría con los soldados, carpinteros, marineros y sacerdotes, a los cuales sí se les pagaba en efectivo por las labores realizadas, además de que compartían los mismos alimentos que a los demás pobladores del lugar.

Además de todo lo anterior, los naturales eran obligados a acudir a todos los oficios religiosos como era cantar el Alabado al despertar, acudir a la misa de gallo, posteriormente, a medio día, rezar el rosario y al finalizar sus labores volver a recibir misa y rezar una serie de oraciones propias del ritual cristiano católico. Cuando algún natural se resistía a bautizarse, era duramente reprendido por el sacerdote y los demás conversos de la Misión hasta que lo obligaban, de buena o mala manera, a recibir el bautismo. Los casos más drásticos de la represión promovida por los sacerdotes ocurrían con los hechiceros o guamas, los cuales abiertamente desafiaban la autoridad de los religiosos e incluso, motivaban a los naturales a que se rebelaran y expulsaran a los colonos de sus tierras.

A estos hechiceros, los sacerdotes se encargaban de que la gente los repudiara al catalogarlos de adoradores del demonio, refiriéndose en sus escritos como charlatanes, sinvergüenzas, mentirosos, aprovechados. Fueron incontables ocasiones en que los sacerdotes obligaban a los naturales conversos para que capturaran a sus guamas y los trajeran presos, para ser azotados públicamente por no aceptar la religión que ellos les imponían.

Es importante mencionar, como ejemplo de la manera en que fueron forzados y violentados los naturales de la California por los sacerdotes y soldados, buscando que aceptaran la nueva forma de vida que ellos traían, con las deportaciones masivas de rancherías, que se llevaron a cabo al finalizar la rebelión de los pericúes que ocurrió entre los años de 1734 a 1736. Al resultar vencidos los pericúes, se procedió a trasladar a las mujeres de estos sitios hacia otras misiones como la de Los Dolores y San Luis Gonzaga, incluso se menciona que fueron llevadas a las Islas de San José y Espíritu Santo, donde se les abandonó a su suerte. Lo anterior como represalia y humillación para los vencidos, ya que era el grupo de los pericúes el que practicaba la poligamia y se negaba a abandonar esta costumbre.

Este tipo de deportaciones también ocurría cuando algunas Misiones se iban quedando sin pobladores y, al tener que cerrarlas, se obligaba a los naturales que habían vivido por siglos en estos parajes a que se trasladaran a otra Misión, la cual en algunos casos distaba cientos de kilómetros. Algunos estudiosos coinciden en que esta fue la razón de que muchos naturales murieran, ya que se les impuso a vivir en un nuevo sitio donde no conocían ni las fuentes de agua ni los alimentos que podían obtener del medio circundante.

Finalizaré este escrito mencionando que el día 30 de julio fue declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas como El día Mundial contra la Trata (de Personas).

Los párrafos anteriores reseñaron las graves injusticias que se dieron en la California ancestral contra sus pobladores primigenios, es por ello que debemos aprender de estos lamentables sucesos y no permitir que esto pase de nuevo.

Afortunadamente, existe una legislación que advierte y castiga cualquiera de las diferentes manifestaciones de explotación o trata de personas, sin embargo, esto de poco o nada ayuda, si no contamos con un marco eficaz de procuración y aplicación de justicia en donde la denuncia informada sea uno de los elementos sustantivos. Hagamos que la historia de estos sucesos tan tristes no quede olvidada sino que sea el acicate para promover la cultura de la legalidad y el respeto entre todos.

 

 

Bibliografía

Historia De La Antigua Ó Baja California  – Francisco Javier Clavijero

HISTORIA NATURAL Y CRÓNICA DE LA ANTIGUA CALIFORNIA – MIGUEL DEL BARCO

NOTICIAS DE LA PENINSULA AMERICANA DE CALIFORNIA – Juan Jacobo Baegert

Noticia De La California Y De Su Conquista Temporal Y Espiritual Hasta El Tiempo Presente Tomos I, II y III – Miguel Venegas.

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Juan María de Salvatierra y Visconti. Ut sementem feceris, ita metes

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Este 17 de julio se conmemora el aniversario luctuoso número 302 del Apóstol de las Californias, el sacerdote jesuita Juan María de Salvatierra y Visconti. Un hombre que dejó una profunda huella en la construcción de la California colonial, ya que sin sus gestiones ni su maestranza en la organización y gestión de recursos en el Fondo Piadoso de las Californias, jamás hubiera sido posible el que uno sólo de los asentamientos misionales en nuestra península fructificara. Tuvo una vida intensa y llena de privaciones, pero también de grandes logros y aciertos. Fue un hombre de su tiempo, el cual vivió y murió convencido de la importancia de la obra misionera para redimir a tantos gentiles que habitaban en la California, sus amados indios californios.

De acuerdo a sus biógrafos, Salvatierra nació el 15 de noviembre de 1648, en la famosa ciudad de Milán, Italia. Era descendiente de una familia acomodada (los duques de Milán). A la edad de 17 años tomó la decisión de ingresar en la Societas Iesu, e ingresó al Colegio de Génova donde inicia sus estudios religiosos. Desde su ingreso, manifestó su deseo de encaminarse a la vida misionera y, utilizando las influencias de su familia, logró ser trasladado hacia la Nueva España, en donde concluye sus estudios en el Colegio de Tepotzotlán y se ordena sacerdote. Debido a su gran dedicación y nivel académico, es nombrado maestro de retórica en el Colegio de Puebla.

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Sin embargo, su vocación de misionero siempre lo llamó, por lo que en el año de 1681 se le concede iniciar este ministerio en la Sierra Tarahumara, en la Misión de Chinipas, uno de los lugares más remontados y de difícil acceso en aquella serranía. Durante 10 años desarrolla su ministerio con gran entusiasmo, logrando fundar varios asentamientos religiosos en aquellos parajes.

En el año de 1681 se le cambia su ministerio a las regiones del Noroeste de la Nueva España, lo que actualmente son los estados de Sonora y Sinaloa. Durante su peregrinar por estas tierras conoce y entabla una amistad, la cual perduraría durante todo el resto de su vida, con el sacerdote, también italiano, Francisco Eusebio Kino. En sus interminables charlas por los caminos hacia las diferentes Misiones de aquellos lugares, Kino logra entusiasmarlo y motivarlo narrándole sus experiencias de más de 2 años de estancia en la California, donde tuvo la oportunidad de explorar un territorio casi virgen y en el que abundaban los gentiles, tierra fértil para convertirlos a la gracia de la Fe, y una excelente oportunidad para experimentar la construcción de la idílica sociedad comunal a la que aspiraban los Jesuitas. Fue así como inician una serie de viajes a la Ciudad de México, en la que buscan por todos los medios el conseguir la aprobación de sus planes por parte de los Rectores de la Compañía de Jesús, así como la autorización real del Virrey.

No es sino hasta el año de 1696, un 6 de febrero, que el virrey Dn. José Sarmiento y Valladares, conde de Moctezuma, otorga a la Compañía de Jesús, la Licencia y Cédulas Reales para proceder con la colonización de la California. Todo esto, sólo fue posible debido a los oportunos donativos que se hicieron por hacendados acaudalados, así como de algunas órdenes religiosas de la Nueva España, que aceptaron y vieron con buenos ojos el entusiasmo desmedido y ferviente de los padres Salvatierra y Kino, por iniciar la labor Misionera en aquellas tierras, que siempre habían sido consideradas de inútil importancia para la Corona y vedadas a la exploración. A la compañía de Jesús se le concedió la máxima autoridad en estas tierras Californianas, a cambio de no pedir un solo centavo del tesoro de la corona para sufragar sus viajes y futuros asentamientos.

A partir de ese año, se inician los preparativos por parte de la Compañía de Jesús para adquirir los barcos y los bastimentos, así como el personal que acompañaría a Kino y Salvatierra en su empresa en la California. Lamentablemente para ellos, el año de 1697 fue abundante en rebeliones por parte de los naturales de la tarahumara y Sonora, por lo que, en varias ocasiones, tienen que acudir ambos sacerdotes a tranquilizar a la gente e imponer la paz en aquellos sitios. En el mes de octubre de ese año y ya casi para zarpar, el sacerdote Kino es llamado, con carácter urgente y de obligatorio cumplimiento, a sofocar una rebelión que se daba entre sus pupilos de la Pimería Alta, por lo que un solitario Salvatierra tiene que partir el 10 de octubre a su encuentro con las tierras Californianas.

Después de varias exploraciones en la península, y basado en los documentos y experiencias que le trasmitiera el sacerdote Kino de su estancia en estas tierras, Salvatierra desembarca y funda la Misión de Loreto, la cual queda consagrada con una solemne ceremonia el 25 de octubre de 1697. A partir de esa fecha, se dedica a promover la obra misionera para la que se había preparado con tanto esmero y la cual le había significado grandes esfuerzos. Empieza una vigorosa catequización de los naturales de aquellas tierras, así como la exploración de los sitios en los cuales se concentraban grandes comunidades de naturales. Con gran pesar del sacerdote Salvatierra, en el año de 1704 es nombrado Provincial de la Compañía de Jesús y tiene que viajar a la Ciudad de México, en donde permaneció hasta que finalizó este encargo, y de inmediato solicita ser devuelto para continuar su ministerio misionero en la California.

Es importante mencionar que, sin importar el haber desempeñado los cargos más altos de la Orden en la Nueva España, o tener un nivel académico de primer nivel entre sus demás hermanos ignacianos, él siempre se comportó de forma humilde y prudente, desempeñando todas las actividades que era menester, en su afán de continuar expandiendo la influencia de la catequización por toda la península.

Cuenta el sacerdote Miguel el Barco, que en no pocas ocasiones y debido al atraso en la llegada de las provisiones, que se enviaban desde Sonora y Sinaloa para la subsistencia de las Misiones en las Californias, el sacerdote Salvatierra, al igual que todos los naturales de estas regiones, tuvo que salir al monte a recolectar plantas y animales de la región para poder sobrevivir. Jamás le escucharon algún lamento, alguna queja. A pesar de que pudo haberse sustraído a estos estragos, pidiendo su cambio a cualquier lugar que él deseara, ya sea en la Nueva España o en Europa, él siempre quiso estar entre sus amados indios californios.

Contando con 69 años de edad, cansado y enfermo de un mal que, en aquellos años se le conoció como “el mal de piedra” (litiasis vesical o cálculos en la vejiga), es llamado por el virrey Marqués de Valero, para que acuda a la capital de la Nueva España a ayudar a la redacción de un libro que, por órdenes del Rey Felipe V, debía de elaborarse, y en el que se consignara la historia de California. Siempre fiel al cumplimiento de sus obligaciones y deberes, el sacerdote inicia lo que sería su último viaje. Llega a la ciudad de Tepic, en donde se agravan sus dolores y, sintiendo ya muy cercana su muerte, le pide a sus hermanos sacerdotes que lo lleven a la ciudad de Guadalajara, ya que desea exhalar su último aliento en la capilla dedicada a la Virgen de Loreto, advocación mariana de la que fue ferviente seguidor, y la cual se encontraba en el interior de la iglesia de la ciudad de Guadalajara, misma que promovió su construcción cuando fue rector del Colegio Jesuita de aquella ciudad.

Durante la noche del 17 de julio de 1717, el sacerdote Salvatierra se despoja de su vestidura carnal, entre las muestras de cariño y tristeza de todos los que le rodeaban, sabiendo que, en esos momentos, se iba uno de los grandes hombres que había dado su vida en pos de la catequización de sus amados hijos californios.

La memoria del sacerdote Juan María de Salvatierra y Visconti, se va diluyendo cada vez más en el trajín de la sociedad actual, pocas son las personas que aún lo recuerdan y, mucho menos, aquellos que estudian su vida y obra. Es menester que las instituciones que tienen por objetivo la difusión y custodia de La Historia de nuestra media península, fomenten, con acciones certeras y organizadas, el que se conozca lo que hicieron los grandes hombres que vivieron y murieron por darnos una identidad.

Una hermosa frase en latín reza de la siguiente manera: “Ut sementem feceris, ita metes”, lo cual podemos traducir al español Como sembrares, así cosecharás. La siembra del padre Salvatierra fue buena y abundante, ahora queda a aquellos que tenemos su legado en nuestras manos, el hacernos dignos de sus afanes y esfuerzos, y ser corresponsables de un futuro promisorio y honorable para esta hermosa tierra de la California, la California Original.

 

Bibliografía:

«Cartas sobre la conquista espiritual de Californias» (México, 1698) y «Nuevas cartas sobre Californias» (1699) – Juan María de Salvatierra.

Misión de la Baja California – Juan María Salvatierra.

El apóstol mariano representado en la vida admirable del venerable padre Juan María de Salvatierra de la Compañía de Jesús – Miguel Venegas

California, Juan María de Salvatierra y los californios – Eligio Moisés Coronado

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Celebración del Día del Ingeniero en México

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Explicaciones Constructivas

Por Noé Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Imaginarse un extenso territorio nacional sin vías de comunicación, es como dejar a la suerte del olvido terrenos que sean poco habitables o deshabitados. La República Mexicana, con sus cerca de 2 millones de kilómetros cuadrados y que ocupa el puesto décimo tercero más grande del mundo y el tercero más grande de América Latina, por detrás de Brasil y Argentina, fue un país que, aún a principios del siglo pasado, tenía vastas regiones incomunicadas, sobre todo al noroeste (península de Baja California) y el sureste (península de Yucatán).

Aún se recuerda que en la etapa del Porfiriato, y dentro de lo poco rescatable de Don Porfirio Díaz, fue la introducción masiva de los ferrocarriles, que realmente tenía la finalidad de poder sacar toda la producción de enormes tierras propiedad de latifundistas y sobre todo de empresas mineras extranjeras. Desde aquel entonces, la labor de los ingenieros en México era muy importante, ya que el hacer los trazos de las vías del tren, teniendo en cuenta todos los accidentes topográficos de la geografía nacional, era un enorme reto, incluso el proyectar un túnel o un puente por donde fuera inaccesible los traslados de material.

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En lo particular, recuerdo muy bien la ya clásica película mexicana Viento Negro (estrenada en 1964), que protagonizó el gran actor David Reynoso, José Elías Moreno, Enrique Lizalde y Fernando Luján; estos dos últimos jóvenes actores en aquel tiempo, y que daban vida a los personajes de dos ingenieros recién egresados de la Universidad con todas sus energías y ganas de ejercer la profesión. Ambientada en el desierto de Altar, estado de Sonora, y con un final trágico en la película, la intención del gobierno federal era unir por tren a Mexicali y la península de Baja California con el centro del territorio nacional, se dice que estuvo basada en hechos reales y que gracias a la construcción de esta importante obra, se evitó que los vecinos del norte se apropiaran del territorio.

Pero volviendo al tema, la ingeniería civil es una ciencia, o disciplina, que se encarga de estudiar, utilizar y aplicar técnicas para solucionar problemas del ser humano con su entorno, dicho de otra manera, el ingeniero civil hace que la vida del ser humano en el planeta sea más adaptable y menos complicada, con la construcción de estructuras para la vida cotidiana.

México ha aportado grandes ingenieros a la humanidad, que lograron hacer trabajos que hicieron que la vida de nosotros cambiara armónicamente; un ejemplo de la época porfiriana lo tenemos con al gran ingeniero sudcaliforniano Modesto C. Rolland, que estudió en la Escuela Nacional de Ingenieros en 1903, y se interesó por las investigaciones del concreto armado, que en esos tiempos estaba poco extendido su uso en México. Dentro de sus obras se encuentran la construcción del estadio Heriberto Jara en la ciudad de Jalapa y la monumental Plaza de Toros México, su obra cumbre.

Pero, ¿cómo celebrar, o cómo rendir tributo, a todos los ingenieros civiles que han logrado aportar sus talentos, conocimientos y capacidad para lograr desarrollo en el país? Pues en México, en el año de 1974, cuando el ingeniero veracruzano Eugenio Méndez Docurro era el Secretario de Comunicaciones y Transportes del país, a este se le ocurrió festejar y conmemorar un día al año la gran labor de los ingenieros, y propuso que el día 1 de julio de cada año se celebrara. La razón del día, es que precisamente en esa fecha, pero de 1776, se emitió en la Nueva España la cédula de creación de la Escuela de Minería, con sus primeros planes de estudios, naciendo así las primeras escuelas de ingeniería en el continente americano.

Según estudios, fue hasta 1886 cuando comienza de manera formal a formarse la primera asociación de ingenieros civiles en México; la ingeniería civil es considerada como la madre de todas las ingenierías, ya que fue la primera que se separó de la ingeniería militar, y tuvo un enfoque más ciudadano o civil, y que por fin pudo ser ejercida por personas no militares.

Y hablando de ingenieros civiles mexicanos, no podríamos dejar de mencionar, al gran Heberto Castillo, que aparte de dejar grandes aportes a la ingeniería estructural mundial, fue un destacado activista a favor de un México más justo y menos corrupto. Sus inventos sobre la tridilosa (losas estructurales con más uso de acero en lugar de concreto), fueron una gran aportación en la economía de la construcción de puentes, principalmente, y que en su tiempo el gobierno de la República Mexicana no valoró, por sus ideas activistas.

Para concluir, dedicamos este espacio a tres ingenieros civiles mundiales que marcaron un paradigma en la construcción: el francés Gustave Eiffel (1832-1923), pionero en la construcción de trenes, utilizando sus conocimientos de cálculo estructural metálico; el checo Karl Von Terzaghi (1883-1963), padre de la mecánica de suelos, que es una rama tan importante como la de estudiar la resistencia del suelo al momento de soportar una estructura; y el ingeniero irlandés Robert Manning (1816-1897), que realizó importantes aportaciones a la ingeniería hidráulica, con el estudio de canales e hidrología, muy famosa la fórmula de Manning, para la resolución de problemas hidráulicos.

Escribanos a…noeperalta1972@gmail.com

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El Fondo Piadoso de la Antigua California. La buena fe desvirtuada en imprudencia

FOTO: Modesto Peralta Delgado.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Desde que la Corona Española dejó de lado los viajes a la tierra nombrada California, las expediciones fueron cada vez más esporádicas y sujetas a un permiso por parte del Virrey de la Nueva España, el cual pocas veces lo concedía. Las costosas expediciones que se habían sufragado con dinero de la Hacienda de la Corona siempre terminaban en desastres y en nada redituaban ganancias como para seguirlas patrocinando. Bajo estas condiciones fue que dos hombres de intrépido valor decidieron emprender la búsqueda del permiso para establecer asentamientos en la California con el único fin de convertir a la cristiandad a los miles de nativos que deambulaban por aquellas tierras. Los nombres de estos hombres fueron Francisco Eusebio Kino y Juan María Salvatierra.

A la par que Kino y Salvatierra buscaban el convencimiento de sus superiores en la orden de los jesuitas, también se preocupaban por convencer a los ricos mecenas de la cristiandad de la Nueva España del gran servicio que prestarían a “Dios” si colaboraban con bienes materiales (dinero y propiedades) para conformar un capital del que se pudiera echar mano para la compra de barcos, alimentos y herramientas así como la contratación de marineros y soldados que acompañaran a los religiosos en la búsqueda de las miles de “almas paganas” que habitaban esas tierras y que “El Señor” quería que conocieran la “verdadera fe” de manos de los religiosos. Es así como convencieron a figuras de gran renombre como el Conde de Miravalle, el Marqués de Buenavista, Juan Caballero y Ocio, Pedro Gil de la Sierpe y el propio Virrey de Nueva España, Don Fernando de Alencastre Noroña y Silva. Además de los ya mencionado varias de las corporaciones religiosas que ya habían llegado hacía años a la Nueva España y poseían grandes haciendas las cuales tenían excelentes producciones, ofrecieron ayuda en especie y económica para sufragar parte de estas futuras expediciones. Fue así como a partir del año de 1697 dieron origen a la integración del Fondo Piadoso de las Californias.

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Cuando en el mes de octubre de 1697, el sacerdote Salvatierra se hizo a la mar rumbo a la California, el Fondo Piadoso contaba con la cantidad de 37 mil pesos lo cual era más que suficiente para la fundación y sostenimiento por corto tiempo de una Misión. A finales de ese mismo mes ya al desembarcar en la península, llamaron a esta primera Misión con el nombre de “Loreto”, siendo el primer enclave permanente en las tierras Californianas. Conforme se compraban insumos y materiales para enviarlas de los poblados de lo que actualmente es Sinaloa, Nayarit  y Sonora, con el dinero que había en el Fondo, éste se veía fortalecido con donaciones de otros píos mecenas como el Marqués de Villapuente de la Peña y su prima y esposa la Marquesa de las Torres de Rada junto con la Duquesa consorte de Béjar y Gandía. Estas personas buscaban no solamente la satisfacción cristiana de contribuir con la “Santa Obra” sino al mismo tiempo “ganarse la gloria eterna” en el momento en que desencarnaran y fueran al encuentro del Creador. Por lo anterior  no escatimaban sus esfuerzos donando propiedades como Haciendas, Molinos, Viñedos, etc. así como los dividendos que produjeran “a perpetuidad”. Ha quedado constancia en los documentos que aún se conservan del Fondo Piadoso que se donaron haciendas con valor de 200 mil pesos para restablecer los destrozos que se ocasionaron en algunas de las iglesias como consecuencia del levantamiento de los pericúes durante los años 1734-1735.

En los 70 años que permanecieron los jesuitas realizando su labor religiosa en la California, el Fondo Piadoso fue administrado por su Orden de forma independiente al Gobierno de la Corona. Con las ganancias que se obtenían de las rentas de las propiedades donadas, el ganado y los productos que se obtenían, se sostuvieron las 13 Misiones que se levantaron, cosa que seguramente jamás se hubiera logrado sin este valioso aporte. Sin embargo cuando en el año de 1768, los Jesuitas fueron expulsados de todos los territorios pertenecientes a la Corona Española, el Fondo Piadoso de Las Californias pasó a ser administrado por órdenes directas del Rey. Es aquí cuando empieza el saqueo y el dispendio de los recursos resguardados por esta institución ya que muchas de las propiedades fueron vendidas de forma irregular y el dinero obtenido jamás se reintegró al fondo y mucho menos se destinó para el fin para el que se había creado.

Cuando en el año de 1823 finalizó la llamada Guerra de Independencia, y se empezó a consolidar el primer gobierno de la naciente República Mexicana, el Fondo Piadoso pasó a ser manejado por el gobierno establecido. Para estas fechas la península de California estaba regida por la Orden de los Dominicos y en el territorio denominado la Alta California, los Franciscanos realizaban las actividades de apostolado y habían consolidado 23 puntos misionales. Durante estos primeros años del gobierno mexicano sus dirigentes aún no lograban sacudirse el pesado yugo de la iglesia católica y por lo mismo cedían ante sus nefastas pretensiones tratando de conseguir su valioso apoyo para mantenerse en el poder. Es así como el presidente en turno en el año de 1836, José Justo Corro, aprobó una ley autorizando a la “Santa Sede” para la creación de un obispado en California, el cual sería dirigido por el Obispo Francisco García Diego y Moreno, el cual llegó a aquellas tierras hasta el año de 1840. Dentro de la mencionada Ley se concedía que el capital de que disponía el mencionado Fondo Piadoso de las Californias se le fuera otorgado para realizar las actividades para las que originalmente fue creado. Sin embargo aquí cabe hacer la aclaración que para esos años la cantidad de naturales que aún vivían en los alrededores de las antiguas Misiones eran sólo un puñado ya que la mayoría habían muerto víctimas de la enfermedades traídas por los extranjeros y a la imposibilidad para adaptarse a esta nueva cultura. Con lo anterior trato de expresar que ya no existían la razón principal para lo que fue creado el Fondo Piadoso de las Californias y por lo mismo se debió de haber planteado una estrategia ya sea para restituir lo que aún quedaba del mismo entre los descendientes de los primeros donantes o bien liquidarse de forma legal y que formara parte de la Hacienda del Gobierno Mexicano. Sin embargo esto no se hizo así y debido a ello se desencadenaron una serie de trastornos que vinieron a afectar económicamente por muchísimas décadas al erario mexicano.

Retomando el hilo de nuestro análisis histórico, el Fondo Piadoso sólo duró hasta el año de 1842 en manos de la diócesis de California. Cuando el trastornado y primer chapulín de la historia mexicana, Antonio López de Santa Ana llegó en una de tantas ocasiones a la Presidencia de la República, de forma arbitraria e inconsciente revoca la ley que se había expedido años atrás sobre el Fondo Piadoso y publica un nuevo decreto donde ordena que a partir de ese año sea administrado por la Hacienda Mexicana. Este obtuso y decrépito político en unos cuantos días ordenó que todas las propiedades que estaban amparadas por este Fondo Piadoso fueran rematadas a un valor ínfimo y que el dinero resultante de su usufructo pasara a formar parte de la Hacienda Nacional. Se sospecha que muchas de estas propiedades pasaron a manos de sus compinches más allegados y de él mismo.

Pasados unos años, y como producto de la injusta guerra de intervención y ocupación que llevó a cabo el ejército yankee a nuestra patria mexicana en los años de 1846 a 1848, los hipócritas religiosos que aún dirigían las Iglesias dentro de lo que fuera la Alta California decidieron aprovechar esta oportunidad y solicitaron al Gobierno de los Estados Unidos de América que impusiera al gobierno mexicano, como parte de las abusivas demandas de los vencedores, el que se restituyera el dinero al que equivalía el Fondo Piadoso de las Californias en el año en que les fue cedido para su administración (1836). El gobierno yankee ni tardo ni perezoso vio la oportunidad de arrancarle otro pedazo a nuestra destrozada nación y pidió la integración de una Comisión Mixta Americano-Mexicana de Reclamaciones con el único fin de resolver el reclamo de la comunidad religiosa de la Alta California. Ante la negativa del gobierno mexicano para hacer el pago correspondiente, ventajosamente el gobierno yankee impuso el arbitrio del embajador británico en Whashington sabiendo que este personaje, hambriento de ganarse el favor de los yankees, fallaría de forma positiva a la petición, y así fue. El 11 de noviembre de 1875 el mencionado embajador Sir Edward Thornton, condenó al gobierno mexicano a pagar la cantidad de 904,070.79 dólares a los religiosos de la Alta California como la parte proporcional que les correspondía a las supuestas misiones que ellos administraban en ese lugar.

México tuvo que realizar el pago de esa cantidad en varias parcialidades, sin embargo se negaba a pagar intereses por las mismas. Ante la presión del gobierno yankee, el caso fue llevado ante la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya para que ahí se analizara y dirimiera. Para nuestra desgracia, el poder del gobierno yankee pesó mucho más que la justicia y, con base a un término legal denominado “res judicata” (cosa juzgada) se dejó en firme la “sentencia” que ya había expresado el cónsul británico Sir Edward Thornton. Obviamente se puede entrever que la Haya no quiso comprometerse en este entuerto y simplemente pasó “la bolita” al representante inglés para que sobre él recayera el peso de la decisión. En consecuencia, el Gobierno Mexicano estaba obligado a pagar a los Estados Unidos de América, para el arzobispo y obispos católicos de California, la cantidad de 1,402.682.67 dólares así como una anualidad “perpetua” de 43,050.99 dólares. A partir de ese año las mencionadas sumas fueron pagadas por nuestro gobierno, pero como una paradoja, las monedas con las que se pagó fueron acuñadas en plata, tal como las que se ofrecieron a aquel injusto traidor que al vender a su Maestro, se ganó el repudio de todos los que conocieron el hecho y al final murió por su propia mano.

Como colofón de esta situación, durante el sexenio en que estuvo en la presidencia Gustavo Díaz Ordaz, se emitió el pago de 716 mil 546.00 dólares al gobierno yankee para finiquitar la injusta deuda a la que fue condenado nuestro país a cuenta del famoso Fondo Piadoso de las Californias.

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