Eusebio Francisco Kino: La fe y la ciencia en las fronteras de la Nueva España

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Eusebio Kino nació el 10 de agosto de 1645 en Segno, un pequeño pueblo alpino del Tirol, entonces parte del principado de Trento en el Sacro Imperio Romano Germánico (actual Italia). Su nombre de pila era Eusebio Chini (o en italiano Eusebio Francesco Chini), y provenía de una familia de raíces italianas y alemanas, de allí que en algunas fuentes se le denomine Eusebius Franz Kühn. Desde joven mostró gran inteligencia y una profunda fe religiosa. Sus padres lo enviaron a colegios de la Compañía de Jesús (orden jesuita) en Trento y posteriormente en Hall, cerca de Innsbruck, Austria, donde recibió una sólida educación en letras, ciencias y matemáticas. Esta formación académica temprana, especialmente en astronomía y cartografía, sería fundamental para sus futuras exploraciones en América.

Con aproximadamente 20 años de edad, Kino ingresó formalmente al noviciado jesuita, iniciando el largo camino de formación espiritual e intelectual propio de la orden. Además de filosofía y teología, dominó disciplinas científicas, lo que luego le valdría el título de cosmógrafo real en Nueva España. Hacia el final de sus estudios teológicos, su prestigio intelectual era tal que el Duque de Baviera le ofreció una cátedra de ciencias en la Universidad de Ingolstadt. Sin embargo, Kino sentía la vocación misionera y había manifestado su deseo de evangelizar en tierras lejanas. Originalmente, pidió ser enviado a misiones en Asia (China), pero cuando llegó el momento, solo había dos destinos disponibles: Filipinas y México. Un sorteo decidió su rumbo, y a Kino le correspondió la misión en el Virreinato de Nueva España (América). Así, renunció a la vida académica en Europa y se preparó para llevar el cristianismo a las remotas fronteras del Imperio Español.

También te podría interesar: El último liberal: Márquez de León frente al poder y la traición

La travesía de Kino hacia América estuvo llena de obstáculos y retrasos. En junio de 1678, partió de Italia con un grupo de 18 misioneros jesuitas, embarcándose en el puerto de Génova con destino a España. El objetivo era unirse en Cádiz a la flota que zarpaba anualmente rumbo a Nueva España, pero durante la navegación inicial sufrieron contratiempos: una densa niebla y fuertes corrientes desorientaron al piloto cerca de Gibraltar, llevándolos hacia la costa de África (Ceuta) y haciendo que perdieran tiempo precioso. Cuando finalmente llegaron a Cádiz a mediados de julio, la flota ya había partido sin ellos. Este contratiempo obligó a Kino a esperar en España dos años enteros hasta la siguiente oportunidad de cruce.

Durante aquella larga espera forzada en Cádiz, Kino no permaneció ocioso: perfeccionó su dominio del idioma español y aprovechó para continuar sus estudios científicos. En 1680 obtuvo finalmente pasaje en un galeón llamado El Nazareno. Sin embargo, de nuevo la mala fortuna lo acechó: el barco encalló a la salida del puerto de Cádiz (en un banco de arena conocido como el Gran Diamante), y acabó destrozado por una tormenta. Kino perdió todas sus pertenencias en el naufragio y debió pasar otros 6 meses en España antes de poder embarcarse de nuevo. Durante este periodo, observó atentamente el Gran Cometa de 1680 que surcó los cielos ese año y redactó un ensayo científico al respecto (Exposición astronómica del cometa), en el cual refutaba supersticiones populares sobre estos fenómenos. Esta publicación temprana evidenció su formación científica y le ganó reconocimiento intelectual incluso antes de arribar al Nuevo Mundo.

Finalmente, a finales de 1680, Eusebio Kino logró cruzar el Atlántico. Después de casi 3 años de vicisitudes, llegó a la Nueva España a principios de 1681 (su arribo oficial se registra en enero de 1681). Los superiores jesuitas, conociendo su preparación, lo destinaron a participar en una ambiciosa expedición a las entonces prácticamente inexploradas tierras de California, un proyecto que combinaba colonización y evangelización.

Primeras misiones en las Californias

La península de las Californias fue el primer campo misionero de Kino en América. Desde hacía tiempo, el Imperio Español buscaba colonizar esas tierras alNnoroeste de México (incluso Hernán Cortés había intentado un asentamientos sin éxito). En enero de 1683, Kino zarpó desde el puerto de Chacala (Nayarit) como parte de la expedición liderada por el almirante Isidro de Atondo y Antillón, acompañado por otro misionero, Matías Goñi. Desembarcaron en la bahía de La Paz, al Sur de la península de California, y fundaron un efímero asentamiento así como la primera misión de la península la cual llevó por nombre Nuestra Señora de Guadalupe de las Californias. Sin embargo, las condiciones resultaron muy adversas: la hostilidad de algunos grupos nativos —exacerbada en parte por la conducta imprudente de los soldados coloniales— y la escasez de suministros llevaron a que la colonia en La Paz se abandonara al poco tiempo. Kino se sintió profundamente decepcionado por esta retirada, pues veía en California un vasto campo para la evangelización.

Decididos a no rendirse, Kino y Atondo intentaron una segunda misión en las Californias más al norte ese mismo año, en el otoño de 1683. Establecieron la Misión de San Bruno cerca del sitio de Loreto, lo que marcó la fundación de la segunda misión en la península. Durante un año aproximadamente, los misioneros trabajaron intensamente: aprendieron las lenguas de los indígenas californios, bautizaron niños y moribundos, e incluso lograron cultivar la tierra en aquel entorno árido. Parecía que el proyecto finalmente prosperaría. No obstante, una severa sequía en 1685 arruinó las cosechas en San Bruno, dejando a la comunidad sin alimento suficiente. Ante la hambruna, Atondo y el resto de la expedición votaron por abandonar la empresa. Con gran tristeza, Kino tuvo que evacuar la misión en 1685, viendo desvanecerse su sueño de crear en California un rosario de misiones a lo largo de la península.

Aunque el propio Padre Kino no logró consolidar las misiones en las Californias, su trabajo pionero sentó las bases para esfuerzos posteriores. A finales de 1685, tras el abandono de San Bruno, Kino regresó al territorio continental en Sinaloa. Ahora era un misionero sin misión fija, pero no por mucho tiempo. Sus superiores jesuitas valoraron su dedicación y experiencia, y consideraron que aún podía ser sumamente útil en otro rincón de la frontera: la vasta Pimería Alta, en el desierto de Sonora, donde urgía la presencia evangelizadora.

Evangelización en la Pimería Alta

En 1687, Eusebio Kino fue asignado a las misiones de Sonora, en la región llamada Pimería Alta (zona habitada por la nación indígena pima y otros grupos). Este territorio abarcaba el Norte del actual Estado de Sonora y el Sur de Arizona, en ese entonces una frontera remota de la Nueva España. Kino llegó primero a una ranchería llamada Cosari donde fundó, en marzo de 1687, la misión de Nuestra Señora de los Dolores. Según la tradición, la fecha de su llegada coincidió con un Viernes de Dolores, lo cual inspiró el nombre de la misión. Los Dolores se convirtió en la base de operaciones de Kino y residencia principal durante el resto de su vida. Desde allí, emprendió una incesante labor misionera, viajando a caballo por miles de kilómetros para fundar comunidades cristianas y explorar la región.

Entre 1687 y 1711, fundó o impulsó más de una veintena de misiones y visitas a lo largo del río Magdalena, el río Altar y otros valles fértiles en medio del desierto sonorense. Algunas de las misiones establecidas por Kino y sus compañeros jesuitas incluyen: San Ignacio de Cabórica, Santa María Magdalena, San José de Ímuris, San Pedro y San Pablo de Tubutama, Nuestra Señora de la Concepción de Caborca, San Xavier del Bac, San Gabriel de Guevavi, San Cayetano de Tumacácori, entre otras. Varias de estas fundaciones ocurrieron en territorios que hoy pertenecen a Arizona (por ejemplo, San Xavier del Bac y Guevavi fueron las primeras misiones en la actual Arizona, fundadas hacia 1691–1692). Debido a esta prolífica actividad, Kino es recordado como el “Padre de la Pimería Alta”, el principal artífice de la colonización espiritual y pacífica de esa región.

Kino aplicó un método misionero considerado ejemplar para su época. Prefería la persuasión y el ejemplo antes que la fuerza: enviaba mensajeros indígenas aliados para contactar a tribus distantes, luego visitaba personalmente sus aldeas, y finalmente los invitaba a conocer las misiones establecidas para ver los beneficios de la vida comunitaria cristiana. Enseñó a los nativos técnicas de agricultura y ganadería; de hecho, introdujo en la Pimería Alta los primeros rebaños de ganado bovino, equino y caprino, fomentando la creación de ranchos productivos en torno a las misiones. Este modelo atraía a muchos grupos pimas, que veían mejoras materiales en alimento y seguridad. Una vez ganada su confianza y amistad, Kino los instruía en la fe católica y administraba bautismos. Gracias a este enfoque, llegó a congregar pacíficamente a miles de indígenas bajo la protección de la Corona española: en informes al virrey, Kino afirmaba que unas 30,000 almas de diversas naciones (pimas, sobaipuris, yumas, cocomaricopas, ópatas, etc.) se habían aliado o al menos entablado amistad con los españoles a través de sus esfuerzos evangelizadores.

No todo fue idílico en la Pimería Alta. La región era escenario de tensiones constantes: algunas tribus nómadas, como apaches, janos y jocomes, hostigaban tanto a otros indígenas como a los colonos españoles, rehusándose a someterse. En 1695, estalló una revuelta en la que un misionero jesuita, el Padre Francisco Javier Saeta, fue asesinado en la misión de Caborca. Inicialmente se culpó a los pimas de la rebelión, pero Kino investigó y señaló que incursiones de apaches podrían haber instigado la violencia. Con paciencia, Kino logró apaciguar la situación evitando una represalia militar masiva, y continuó abogando ante las autoridades por un trato más justo hacia los indígenas convertidos. También enfrentó incomprensión por parte de algunos colonos españoles y funcionarios, que dudaban de la posibilidad de «civilizar» a los nativos. Sin embargo, Kino contó con apoyos influyentes: su amigo y colega jesuita Juan María Salvatierra respaldó sus iniciativas y colaboró en la visión de continuar la evangelización de California. De hecho, Salvatierra partió a la capital de Nueva España para gestionar recursos, mientras Kino se comprometía a buscar rutas para llegar a California por mar o tierra.

En reconocimiento a su labor, en 1695 la Compañía de Jesús reorganizó las misiones del Noroeste: la Pimería Alta fue erigida en un distrito misional autónomo, separado de las misiones del Sur de Sonora, con Nuestra Señora de los Dolores como cabecera. Kino asumió la dirección de este nuevo distrito, lo que le permitió administrar con mayor eficacia los recursos y el personal en la frontera. A pesar de las dificultades, su presencia durante casi 24 años en la región dejó una huella profunda: además de las comunidades cristianas establecidas, introdujo la ganadería extensiva, nuevos cultivos y conocimientos geográficos que integraron al noroeste mexicano dentro del mundo colonial.

Exploraciones geográficas y contribuciones científicas

Paralelamente a su obra evangelizadora, el Padre Kino realizó importantes exploraciones geográficas. Con un afán incansable, recorrió desiertos, montañas y ríos, generalmente a caballo y a veces acompañado solo de unos cuantos hombres. Su motivación principal era doble: por un lado, encontrar una ruta terrestre hacia las Californias (para retomar la evangelización allá), y por otro, fortalecer la presencia española en la frontera norte ante potenciales incursiones de otras potencias coloniales (ingleses, franceses o incluso rusos en la costa del Pacífico). Estas expediciones ampliaron enormemente el conocimiento cartográfico de la región. Se le atribuye la elaboración de al menos 30 mapas detallados de las Californias, Sonora y sus alrededores, algunos de los cuales circularon en Europa a comienzos del siglo XVIII.

Uno de los logros geográficos más notables de Kino fue haber demostrado la conexión terrestre de las Californias con el continente. Durante siglos, muchos mapas europeos representaban California como una isla separada. Kino sospechaba que esto era un error y estaba decidido a comprobarlo. Realizó varias expediciones hacia el Noroeste de Sonora, llegando hasta las orillas del río Colorado y el desierto que rodea su delta. En una de esas travesías, en 1702, Kino y sus acompañantes escalaron una alta colina (identificada como el cerro del Nazareno) desde la cual divisaron la confluencia del río Colorado con el río Gila y las llanuras hacia el poniente. Desde esa altura, utilizando un anteojo de larga vista, Kino pudo observar más de 30 leguas de terreno contínuo hacia el sur y oeste sin rastro de mar alguno, confirmando así que las tierras de California se unían con las de Sonora. Este descubrimiento fue plasmado en sus mapas: en cartografías posteriores dibujó la Península de California correctamente unida al resto de Nueva España, refutando la antigua leyenda de la «isla de California». Sus informes geográficos, enviados a la Ciudad de México, persuadieron a las autoridades virreinales y eclesiásticas de que era factible viajar por tierra hasta la Alta California.

Además de California, Kino exploró hacia el Noreste, buscando vías de comunicación con Nuevo México (la provincia del Moqui, donde los españoles ya tenían asentamientos desde hacía un siglo). En sus recorridos contactó numerosas etnias y registró cuidadosamente sus asentamientos, costumbres y las rutas entre ellos. También identificó recursos naturales valiosos, como fértiles valles para agricultura y yacimientos minerales, viendo en ello oportunidades para el avance colonial. Por ejemplo, navegó partes del río Gila y describió el río Colorado como el más caudaloso de toda Nueva España, imaginando que por sus riberas se podría llegar fácilmente hasta los pueblos Hopi (los “moqui”) en lo que hoy es Arizona y Nuevo México.

Kino aplicó sus conocimientos astronómicos a la exploración: determinaba latitudes con astrolabio, lo que le ayudó a ubicar regiones en sus mapas con bastante precisión para la época. También promovió la construcción de una pequeña embarcación en la misión de Caborca, con la idea de botarla en el Golfo de California y explorar la costa por mar. Si bien este barco nunca llegó a concretar un viaje a California (en parte por falta de apoyo y la muerte de Kino antes de lograrlo), el proyecto demuestra su creatividad en buscar soluciones logísticas.

En el ámbito científico, Kino dejó escritos significativos. Su exposición astronómica del cometa de 1680 ya mencionada fue un primer aporte. Su obra más importante es la Crónica de la Pimería Alta: Favores Celestiales, un extenso manuscrito donde narró las aventuras y desventuras de su vida misionera entre 1687 y 1706. En Favores Celestiales, Kino relata la fundación de las misiones, las costumbres indígenas, sus viajes, e incluye observaciones sobre fauna, flora y geografía, constituyéndose en una fuente histórica invaluable. Este texto no fue publicado durante su vida; permaneció en archivos jesuitas y fue redescubierto y editado por primera vez en el siglo XX. Asimismo, Kino escribió cartas e informes sobre la Vida del P. Saeta (su compañero mártir en 1695) y otros documentos, difundiendo las noticias de la frontera misional novohispana. Gracias a todo este legado documental, se pudo reconstruir con detalle su labor en Sonora y Arizona.

Muerte y legado

El Padre Kino continuó cabalgando y sirviendo activamente hasta el final de sus días. En marzo de 1711, con 65 años de edad, viajó al pueblo de Santa María Magdalena (Sonora) para asistir a la dedicación de una nueva capilla en honor a San Francisco Javier, construida por su amigo, el misionero Agustín de Campos. Durante aquella celebración, Kino se sintió mal de salud; esa misma noche, el 15 de marzo de 1711, falleció tranquilamente, asistido por el Padre Campos. Sus restos fueron sepultados en el piso de la capilla de Magdalena según la costumbre de la época. Con su muerte, las misiones de la Pimería Alta perdieron a su principal guía, pero muchas de ellas continuaron activas bajo otros jesuitas en las décadas siguientes.

Por casi 250 años, el paradero exacto de la tumba de Kino se perdió en la memoria colectiva. Fue recién en el siglo XX que historiadores y pobladores se dieron a la tarea de buscar sus restos. Finalmente, el 19 de mayo de 1966, un grupo de investigadores patrocinados por el gobierno de Sonora logró descubrir los restos del Padre Kino bajo la plaza central de Magdalena de Kino (la antigua Santa María Magdalena). El hallazgo ocurrió en las ruinas del antiguo templo y cabecera misional, frente a lo que había sido el palacio municipal. Para honrarlo, se construyó en ese sitio un mausoleo que preserva sus huesos, abierto al público. Toda la plaza fue remodelada en torno a este mausoleo, con jardines y portales, y actualmente Magdalena de Kino es un popular destino histórico y Pueblo Mágico en honor a su legado.

El legado de Eusebio Francisco Kino se manifiesta de muchas formas, tanto en México como en Estados Unidos. En Sonora, la Bahía Kino (cerca de Hermosillo, donde él desembarcó en alguna expedición costera) lleva su nombre, al igual que la propia ciudad de Magdalena de Kino donde murió. En Arizona, su memoria es muy estimada: en 1961 el estado de Arizona donó una estatua de bronce de Padre Kino a la National Statuary Hall del Capitolio de los Estados Unidos, en Washington D.C.. Esta estatua representa a Arizona junto a otra figura ilustre, lo que subraya la importancia histórica transfronteriza de Kino (aunque Kino no era angloamericano, su trabajo en territorio que hoy es Arizona lo hace parte de la historia temprana de ese Estado). Asimismo, numerosas iglesias, escuelas, bibliotecas y organizaciones llevan el nombre de Padre Kino a ambos lados de la frontera, reflejando su papel como puente cultural y espiritual. Por ejemplo, la biblioteca de la Provincia Jesuita Mexicana en la Ciudad de México lleva su nombre.

Canonización del Padre Kino

Dentro de la iglesia católica, Eusebio Kino es recordado como un modelo de misionero. Su causa formal de beatificación fue abierta en 2006, lo que le otorgó el título de Siervo de Dios. Más recientemente, el Papa Francisco reconoció la santidad de la vida de Kino: el 11 de julio de 2020 el Papa firmó el decreto que reconoce las virtudes heroicas del Padre Kino, con lo cual este fue declarado Venerable. Este es un paso clave hacia una posible futura canonización (para la cual se requeriría la aprobación de un milagro atribuido a su intercesión). La declaración de venerabilidad confirma la relevancia de su ejemplo cristiano y ha renovado el interés por su figura tanto en México como internacionalmente.

Eusebio Francisco Kino dejó una huella indeleble en la historia de Sonora, Arizona y las  Californias. A lo largo de casi un cuarto de siglo, combinó de manera excepcional las facetas de evangelizador, explorador y científico. Fundó comunidades que con el tiempo se convirtieron en pueblos y ciudades, introdujo la ganadería y nuevos cultivos que transformaron la economía regional, y cartografió territorios vastos que hasta entonces figuraban en blanco en los mapas de Nueva España. Su respeto y empatía hacia los pueblos indígenas le permitieron forjar alianzas y difundir el cristianismo mayormente de forma pacífica, en contraste con otros episodios violentos de la colonización. Los conocimientos que aportó —desde mapas hasta crónicas detalladas— ampliaron las fronteras del saber geográfico en su época, corrigiendo conceptos erróneos (como la geografía de California) y sirviendo de base para expediciones posteriores.

Referencias bibliográficas

Herbert Eugene Bolton, Los confines de la cristiandad: una biografía de Eusebio Francisco Kino, misionero y explorador de Baja California y la Pimería Alta (trad. Felipe Garrido; ed. Gabriel Gómez Padilla), UCOL, 2001. Biografía extensa (781 pp.)

Charles W. Polzer, S.J., Eusebio Kino, S.J. padre de la Pimería Alta: biografía de Eusebio Francisco Kino, civilizador de Sonora, explorador de Arizona, misionero en la Pimería Alta, y una guía a sus misiones y monumentos (trad. José J. Romero y J. Olvera), Gobierno del Estado de Sonora / Southwestern Mission Research Center, 1981-1984 (distintas eds.).

Felipe Garrido (comp.), Aventuras y desventuras del Padre Kino en la Pimería, Secretaría de Educación Pública / Asociación Nacional de Libreros, 1986.

Alfonso Trueba, El Padre Kino: misionero itinerante y ecuestre, Editorial Jus, 1960.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




El cuidado de los viejos entre los antiguos californios

 

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Los antiguos californios, al igual que todos los demás grupos humanos, desarrollaron costumbres y tradiciones con el transcurrir del tiempo. En el caso del trato hacia los ancianos, estos relatos se deben de interpretar a la luz del proceso de desarrollo histórico en que se encontraban (paleolítico) y propiamente de lo que hacían los grupos cazadores-recolectores.

La información más abundante que nos ha llegado hasta nuestros días sobre la forma en que se trataba a los viejos entre los Californios, ha sido la consignada en informes y relatos elaborados por los misioneros jesuitas que a través de más de 70 años desempeñaron su vocación entre ellos. Es importante hacer la observación que muchos de estos sucesos son narrados desde la perspectiva Europea, y matizados constantemente con la visión de hombres dedicados a la evangelización, por lo que hay que realizar un ejercicio de interpretación sin caer en creer a pie juntillas en lo que se relata.

También te podría interesar: Apuntes históricos sobre el arte rupestre en Baja California Sur

Miguel del Barco, misionero que por más de 32 años vivió en la Misión de San Francisco Javier Vigge-Biaundó, menciona que cuando se elaboraba la famosa tatema de mezcales para ser consumido, los restos de estos mezcales, los cuales ya eran desechados por estar casi secos, eran reutilizados de la siguiente manera: Este bagazo no siempre se pierde; porque los viejos y viejas (que aunque les den de comer, siempre tienen hambre), suelen recoger estos tacos que están tirados en el suelo; y estando bien secos, los muelen entre dos piedras y, así, hechos polvo, los comen. También menciona lo siguiente Otros, especialmente los viejos, que son los más hambrientos, no perdonan a las correas muy secas y de muchos años, sacadas de cuero de toro; porque, tostadas y golpeadas con piedras, las hacen accesibles a sus dientes. Lo anterior nos lleva a pensar que en estos grupos nativos, los ancianos hasta una edad muy avanzada buscaban su propio sustento, el cual obtenían por su cuenta, de los desechos de la alimentación, y del vestuario, del resto de los integrantes del grupo.

El sacerdote Juan Jacobo Baegert, que misionó por espacio de 17 años entre los Guaycuras de la misión de San Luis Gonzaga Chiriyaqui, menciona lo que pudo observar sobre el cuidado de los ancianos moribundos, por parte de los Californios de su Misión: Es de temerse que entre los que caen enfermos en el campo y no son llevados a la misión, haya algunos que sean enterrados vivos, especialmente cuando se trata de ancianos o de personas que tienen pocos parientes, pues acostumbran cavar la fosa dos o tres días antes que se aproxime la agonía del enfermo; parece que les es molesto quedarse sentados al lado de un viejo, aguardando su fin, ya que desde hace tiempo ya no sirve para nada o sólo les es un estorbo y que, de todos modos ya no podrá seguir con vida. Conozco a una persona que resucito, con una buena dosis de chocolate, a una muchacha que según la usanza del país, ya estaba envuelta en un cuero de venado amarrada y lista para ser enterrada, y que después sigma viviendo por largos años. A una anciana ciega y enferma, los cargadores le retorcieron el pescuezo para no cargar con ella unas cuantas leguas más, hasta la misión. Otro individuo murió asfixiado, porque, para protegerlo de los mosquitos que nadie quiso ahuyentarle, le cubrieron de tal manera que le cortaron la respiración. A pesar de que este tipo de prácticas nos parecen horrendas, es importante mencionar que todos los grupos sociales del mundo las llevaron a cabo en la etapa paleolítica, incluso en la actualidad aún existen grupos humanos que viven en regiones apartadas, y que llevan a cabo estas prácticas.

Las bateas eran unas cestas y recipientes en los cuales, las mujeres tostaban las semillas. Aquí se menciona quién las elaboraba: Los hombres son los que hacen las bateas y principalmente se aplican a esto los viejos que aún tienen alguna robustez, mas no están ya hábiles para la casa de venados (Miguel del Barco). Aquí podemos darnos cuenta que los Californios sabían aprovechar la experiencia y paciencia adquirida por los ancianos para elaborar este tipo de enseres que eran de gran importancia en su vida diaria.

Finalmente, en los informes de los jesuitas se da cuenta que los ancianos, en los diferentes grupos que habitaron la California, fueron los más difíciles de convencer para acepar la evangelización, así como para abandonar sus antiguas costumbres. Los sacerdotes mencionan que no bien un nativo acababa de recibir el bautismo y de renegar de sus antiguas creencias, que ese mismo día o al día siguiente acudían a su hechicero para que los curara de enfermedades o los aconsejara sobre cómo actuar en determinados sucesos cotidianos. Incluso Miguel del Barco menciona que a pesar de que en las Misiones se construían pequeñas chozas para que habitaran las mujeres, niños y ancianos, estos últimos nunca aceptaron pernoctar en ellas, ya que su costumbre ancestral era dormir al aire libre, en el suelo.

Aún falta mucho por investigar en los Archivos que existen en México y el mundo, donde se encuentran documentos que narran las costumbres y sucesos que acontecieron en el tiempo que aún vivían la mayoría de los Californios, tarea es de los historiadores el acudir a estos sitios y darlas a conocer a todos los interesados.

Bibliografía:

Clavijero, Francisco Xavier. (1731-1787). Historia De La Antigua Ó Baja California. Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2010. Original: Méjico, Imprenta de Juan R. Navarro, editor, 1852.

Barco, Miguel del, Historia natural y crónica de la antigua California. Adiciones y correcciones a la noticia de Miguel Venegas (formato PDF), 2a. ed. corregida, estudio preliminar, notas y apéndices por Miguel León-Portilla, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1988, 482 p., dibujos y mapas (Serie Historiadores y Cronistas de las Indias 3)

Baegert, J. (1942). Noticias de la Península americana de California/por el Rev. Padre Juan Jacobo Baegert. Introducción P. Kirchhoff; traducción P. R. Hendrichs. México, Antigua Librería Robredo de José Porrúa e Hijos.

__

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

 




Sistema de riego con diques y canales en zona de La Purísima-San Isidro (II)

FOTO: Internet

Explicaciones Constructivas

Por Noé Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Como se recordó en la primera parte de este artículo, la captación del agua en pleno desierto californiano fue una verdadera proeza para poder sobrevivir y, sobre todo, fundar centros de población estable donde se pudiera tener una vida sedentaria.

El canal de La Purísima aunque tiene menos uso agrícola, comparado con el de San Isidro, y según se pudo apreciar también, tiene menos agua en su caudal; tiene una rica historia que va de la mano con los primeros misioneros jesuitas que llegaron a la región a principios de 1700. Esta región era habitada por los indígenas cochimíes que tenían una vida nómada y que, en aquel tiempo, como hoy, a todo lo largo del arroyo de La Purísima, y sobre todo en la región actual de los poblados de La Purísima y San Isidro sobrevivían en los ojos de agua abundantes. En esta región, los indígenas podían tener una vida más o menos sedentaria debido al agua que brotaba de la orilla del arroyo en tiempos de sequías, por lo que llamaron el lugar Cadegomó, cuyo significado era ¨arroyo de carrizales¨.

También te podría interesar: Sistema de riego con diques y canales en zona de La Purísima-San Isidro (I) 

FOTO: Noé Peralta Delgado

Como se dijo, la región fue descubierta por los misioneros jesuitas que ya estaban instalados en misiones a lo largo del Golfo de California, como la misión de Loreto y de Mulegé. Por pláticas entre los indígenas se decía que había una región con agua abundante al otro lado de la Sierra de La Giganta, fue así que una de las figuras icónicas en la fundación de las misiones de la Antigua California, el padre italiano Francisco María Píccolo descubrió un paso desde la misión de Santa Rosalía de Mulegé hacia el Océano Pacífico por el paso de la Sierra de Guajademí, donde se encontraban pequeños ojos de agua suficientes para subsistir, y podrían servir para abrir un camino hacia el Pacífico y construir un puerto franco para las naves provenientes del lejano oriente, algo que nunca se logró, precisamente, por la falta de agua en el litoral de gran océano.

Corría el año de 1712, cuando el padre Píccolo fundó de manera provisional una misión que denominaría La Purísima Concepción de María que, en la actualidad se le llama La Purísima Vieja, y donde no quedó ningún vestigio arqueológico. El padre Francisco María Píccolo regresó a Mulegé y ya nunca regresó. Aquí aparece en escena otro gran misionero, conocido desde la parte sur de la península, el misionero sevillano Nicolás de Tamaral quien era más ambicioso de cristianizar, buscó un mejor lugar para establecer de manera permanente la misión y encontró agua suficiente en la región actual del pueblo de La Purísima, donde según varían las fechas, pero fue oficialmente el 1 de enero del año 1720. En la actualidad hay opiniones divididas sobre si el año de fundación debe considerarse 1712 o 1720.

Una vez establecida la misión de La Purísima de Cadegomó, se optó por buscar pequeños represos donde se pudieran detener el agua y aprovecharse continuamente, recordando que la abundancia de ojos agua en el arroyo hacia posible tener agua almacenada todo el tiempo. Con el aprendizaje de qué en temporadas de huracanes o lluvias abundantes, tales represos salían destruidos completamente por la fuerza de la corriente del agua.

Después de la expulsión de los jesuitas en el año de 1767, todas las misiones californianas quedaron abandonadas y no fue hasta mediados del siglo XIX, que llegaron oleadas de colonos procedentes, principalmente, del Estado de Sonora y del extranjero. De las familias llegadas sobresalen los Higuera, Peralta, Miranda, Meza, Osuna, Arce. De oriente llegaron los Mayoral, y posiblemente, de Estados Unidos los Canett y los Smith.

FOTO: Internet

En el caso de misión de La Purísima de Cadegomó, su estado ya estaba muy precario debido a la mala calidad de los materiales usados —aun circula en internet una foto antigua donde se aprecia su forma—, y los colonos llegados reactivaron la construcción de represos para regar sus huertos, entonces se construyó el represo que aún se puede apreciar en la parte baja del Cerro El Pilón. Si buscan en Google satelital lo hallará en las coordenadas 26.201329 grados Norte y 112.053102 Oeste.

No se sabe con exactitud el año en que se puso la primera piedra en este represo, pero lo qué si sabe es que ha sido reconstruido tantas veces como ha sido dañado por la crecida intempestiva del arroyo, sobre todo, en temporadas de huracanes el sistema de canales que se construyó, se aprovechó lo que dejaron los antiguos misioneros y que va rodeando la falda del famoso cantil, desde donde se tiene una vista espectacular del icónico Cerro El Pilón. De ahí parte rumbo al pueblo y las huertas de La Purísima llegando hasta el pequeño poblado periférico de El Mezquital donde el canal se desvanece.

FOTO: Noé Peralta Delgado

Y llegando al año de 1933, cuando el general oriundo Juan Domínguez Cota se propuso reactivar los pueblos nativos de la región de El Pilón, se tiene que La Purísima ya tiene su represo aunque en mal estado, pero tiene la función de llevar agua por los canales ya en funciones. Por lo que se construye el represo de San Isidro y para La Purísima se refuerza con más piedras de mampostería el represo que funcionaba, además se construyó el represo que se denominó El Mezquital y que aún existe, pero el sistema de canales que alimentaba esta totalmente destruido debido a las cercanías del arroyo donde se construyó y que con los temporales se demolió completamente, hasta la fecha no se ha vuelto a restaurar. Se le llamó represo El Mezquital porque la totalidad del agua encauzada iba a dar sustento a las huertas localizadas en la pequeña población de El Mezquital.

FOTO: Internet

Este represo se utiliza actualmente como atractivo turístico por personal local que aún sueña en que La Purísima tenga su auge de población económica de antaño, se realizan paseos en kayak y es concurrida como balneario para los visitantes. Si lo busca buscar en Google Satelital lo hallará en las coordenadas 26.190941 Norte y 112.075101 Oeste.

FOTO: Noé Peralta Delgado

Sin duda, la construcción del canal de San Isidro vino en algo a mermar la corriente de agua que los purismeños captaban en sus canales, y es que estando aguas abajo del arroyo, primero eran los habitantes de San Isidro los que aprovechaban el agua, el sobrante lo regresaban al arroyo para que de ahí La Purísima lo canalizara. En algún tiempo, el agua se escaseó y obligó a los pobladores de San isidro que derramaran el agua sin aprovecharse. A la altura de lo que es el Centro de Salud del lugar esta agua se tiraba de nuevo al arroyo y eran unas cascadas bien vistosas donde los niños solían bañarse. En la actualidad, el canal que abastece la parte mas baja de La Purísima está muy lleno de tierra y se nota la falta de mantenimiento, no así la primera parte de donde nace, donde aun se puede apreciar su buen estado de la mampostería.

FOTO: Noé Peralta Delgado

Con el paso del tiempo, y con la fuerte migración de la población de La Purísima hacia la capital del Estado y la cabecera municipal las huertas se fueron quedando en el abandono, y en menor medida también San Isidro que, con la instalación de la telesecundaria, telebachillerato y algunas oficinas de gobierno ha logrado sobrevivir.

Sin duda alguna, el padre Nicolas de Tamaral fallecido de manera muy trágica en el otoño de 1734 en la región de Los Cabos durante la rebelión de los pericúes, dejó la semilla sembrada de cómo colonizar la región inhóspita del centro de lo que hoy es el Estado de Baja California Sur, y ojalá se le hiciera un merecido homenaje donde los canales de riego junto con el Cerro El Pilón sean testigos de la colonización del Cadegomó de los cochimíes.

Escríbenos:

noeperalta1972@gmail.com

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




El canto y la música en las Misiones Californianas

IMÁGENES: Cortesía

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En la educación que se imparte actualmente en las escuelas, ocasionalmente se realizan actividades musicales como el canto y la danza. Su aprendizaje se reserva, por lo general, para ocasiones especiales como las famosas “asambleas” o para festivales artísticos, sin embargo, su enseñanza cotidiana se ha relegado para dar paso a una educación academicista. En la antigua California, los misioneros hacían de estas dos expresiones artísticas algo cotidiano.

Durante el establecimiento de las Misiones Californianas, los sacerdotes pensaron en diferentes estrategias para acercar a los naturales al aprendizaje de los rezos. Si bien es cierto que las largas recitaciones a cargo de un temastián del mismo grupo lograba este cometido, esto era muy tardado y no lograba el efecto de que lo realizaran con goce y alegría. Fieles observadores de las costumbres de los nativos, se dieron cuenta que el canto y la danza formaba parte de sus rituales inmemoriales y decidieron utilizarlos a su favor. Fue así como la enseñanza de los rezos empezó a hacerse por medio de la entonación de cantos. Fue la oportunidad idónea para practicar la gran cantidad de cantos de los que disponían los sacerdotes y una ocasión de goce por parte de los naturales.

También te podría interesar: Las plagas de la California: la langosta, el chahuistle y la miel

En las cartas y relaciones redactadas por los misioneros, se pueden leer una gran cantidad de referencias sobre las oportunidades que se tuvieron para practicar estos cantos e, incluso, la enseñanza formal de ellos en las instituciones educativas que crearon en sus Misiones. En el diario que llevó el almirante Isidro Atondo y Antillón en su exploración por la California reporta lo siguiente: Después de la noche de navidad de 1683, que se celebró con tres misas, cantos y bailes, los expedicionarios hicieron varios reconocimientos por los alrededores, se ocuparon en hacer adobes para levantar más viviendas. El anterior relato se dejó asentado durante la primera incursión que realizaron partiendo hacia el oeste del puerto de San Bruno.

El sacerdote Clemente Guillén, durante sus viajes de exploración hacia la región de Bahía Magdalena escribió lo siguiente: Esa noche, después de rezado el Rosario y dichas las Letanías Lauretanas se cantó El Alabado, lo que  impresionó agradablemente a los indios del lugar, que se acercaron al real para oír los cantos. Como podemos darnos cuenta el canto se convirtió en una actividad de práctica de la nueva religión, así como un momento de relajamiento para los catecúmenos. Uno de los sacerdotes que destacó en la enseñanza del canto fue el sacerdote veneciano Pedro María Nascimben, al cual recordaban sus compañeros de Misión por haber enseñado canto coral tanto a hombres como mujeres nativos en la misión de Mulegé.

Hasta el siempre mal humorado jesuita J. J. Baegert dejó un apartado en sus relaciones para hablar sobre la influencia benéfica de dos sacerdotes en la enseñanza del canto: …El padre Xavier Bischoff, de Glatz en Bohemia, y el padre Pedro Nascimben, de Venecia, Italia, fueron particularmente responsables de introducir el canto coral a California. Habían entrenado a los californios, tanto hombres como mujeres, con incomparable esfuerzo y paciencia... Se dice incluso que, cuando los franciscanos llegaron iniciaron su labor en la iglesia de Loreto, se sorprendieron agradablemente al escuchar el coro tan entonado y musicalmente educado que constituyó el sacerdote Bischoff en ese lugar.

Los sacerdotes Juan de Ugarte y Juan María de Salvatierra también destacaron en la enseñanza musical de los neófitos, lo cual fue relativamente fácil debido a la sensibilidad y predisposición de muchos de los niños y niñas del lugar, los cuales de buen agrado practicaban los cantos que les enseñaban y los ejecutaban con gran maestría. Otro sacerdote jesuita de nombre Gaspar Trujillo, durante su estancia en la Misión de Loreto adquirió varios instrumentos musicales, destacando en ello un órgano, con los cuales pudo acrecentar la capacidad de canto y el aprendizaje musical de los naturales. El jesuita José Mariano Rothea instaló una escuela en su misión de San Ignacio Kadakaamán, en donde instruía a los niños y niñas en las materias de español, historia, religión y canto, además de clases de costura para las niñas.

Digno de un estudio más profundo sería el poder saber cuáles eran las canciones que se les enseñaban a los Californios en las Misiones, así como la música de las mismas. Lo anterior complementaría en grado sumo la hermosa historia misional que poseemos.

 

Bibliografía:

Misioneros Jesuitas En Baja California – Antonio Ponce Aguilar

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Las plagas de la California: la langosta, el chahuistle y la miel

IMÁGENES: Cortesía

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Una de las grandes preocupaciones que tuvieron los Jesuitas al iniciar el establecimiento de Misiones permanente fue el que se desarrollaran como establecimientos autosustentables, en donde pudieran funcionar con la producción de sus propios alimentos a través del cultivo y de la reproducción del ganado y aves de corral. En el caso de la agricultura, tuvo siempre alcances limitados debidos en una parte a la carencia de agua y tierra suficiente aunando a ello la existencia de plagas que la diezmaban constantemente.

Cuando se iba a establecer una Misión, lo primero que los sacerdotes buscaban para seleccionar el sitio idóneo para su levantamiento es que tuviera fuentes de agua permanentes y más o menos abundantes, así como tierra fértil para realizar siembras. Una vez designado el mejor lugar, se iniciaba con el levantamiento de algunas construcciones que albergaran la iglesia y a los misioneros y soldados, para posteriormente dar inicio con la siembra de diversas semillas entre las que sobresalía el maíz y el trigo. El maíz era la fuente primaria del alimento que se brindaba a los naturales, para convencerlos de que se trasladaran a la Misión (reducción) y una vez ahí permanecieran en ella. El platillo que se preparaba con este cereal se conocía como “pozol” y se cocinaba hirviendo la semilla en agua hasta ablandarla y posteriormente se dejaba enfriar un poco para ser consumida. En ocasiones, se mezclaba con un poco de carne por lo que pasaba a denominarse “pozole”.

También te podría interesar: Las imágenes sagradas en las Misiones Californianas

Sin embargo, en ciertas temporadas —y a veces durante varios años— los sembradíos de las Misiones eran asolados por una gran cantidad de insectos llamados langostas, los cuales se reproducían de manera exponencial y causaban una gran destrucción de las plantas no sólo en las Misiones sino en toda la California. El sacerdote Miguel del Barco dejó la siguiente información sobre la forma en que se afectaban las Misiones por estos voraces insectos: Si la langosta cae en alguna siembra de maíz o de trigo, y no hay allí mucha gente que la defienda, acaba enteramente con ella, sin salir de allí, hasta dejarla del todo destruida. Si hay gente, como cuando la siembra está inmediata a la Misión o cabecera, y la siembra es corta, se defiende de este modo. Acude la gente, y puestos en fila, van gritando y espantando con algo que llevan en la mano, y así van de un extremo al otro. La langosta, cuando la gente va llegando a ella, se levanta y vuela; pero luego vuelve a caer a espaldas de la misma gente; y cuando ésta acaba una aventada, ya otra vez está todo lleno de langosta. Y es menester repetir las aventadas continuamente todo el día, exceptuando el tiempo necesario para comer y descansar un poco.

Eran tan frecuentes los graves daños causados por estas langostas que el mismo jesuita dejó esta referencia: La plaga de langosta se padece muchas veces en la California. No sabemos la frecuencia con que antiguamente, en tiempo de su gentilidad, se padeció allí este azote. Lo cierto es que, desde el principio de la conquista, no se experimentó hasta el año de 1722. Después cesó hasta los años de 1746, 47, 48 y 49, en que seguidamente hubo esta plaga con los estragos que suelen causar en todas partes. Volviose a padecer los años de 1753 y 1754. Finalmente en los años de 1765, 1766 y 1767 se repitió este contratiempo; y aún a principios del de 1768, cuando los jesuitas salieron de la península, quedaba aún alguna, aunque no tanta como los años antecedentes.

La plaga de “la miel” que atacaba el maíz consistía en unas gotas a la vista como de agua o rocío grueso; pero melosas y viscosas, que se aparecen en las hojas y sucesivamente se van aumentando tanto que, en gruesas gotas caen al suelo, haciendo notable mancha en la tierra donde caen. Con esto, así las hojas como la caña de maíz se van secando sin dar fruto (Del Barco, op. cit.).

Ahora bien, refiriéndonos al chahuistle podemos decir que era una plaga que atacaba principalmente al maíz y que fue definida de la siguiente manera por el sacerdote Del Barco: Consiste en una especie de polvo delicadísimo del color del tabaco de Sevilla, el cual cae en las hojas y en la espiga. Si con los dos dedos de una mano se coge una hoja infecta de este mal, y se arrastran un poco por ella, se ven luego estos dedos como si hubieran tomado un polvo de tabaco y soltándole luego. Cuando esta enfermedad cae con fuerza, en pocos días se seca el trigo. En este caso, si el grano estaba ya lleno y algo sólido, poco o ningún daño le hace; pero esto rara vez sucede, porque ordinariamente cae cuando acaba de espigar o comienza a granar y tal vez aún antes de espigar y, así, todo se pierde.

Las plagas del chahuistle y “la miel” fueron traídas por los europeos, probablemente entre los mismos granos o alguna herramienta o ropa infectada que trajeron a la California y que posteriormente se diseminó por los campos de cultivo. En el caso de la langosta no fue así, ya que este insecto habitaba en todas estas tierras milenios antes de la llegada de los misioneros. Con mucha tristeza, el ignaciano Miguel del Barco hace una comparación de la gran diferencia que existe en cuanto a la autonomía en producción de alimentos entre las Misiones del interior de la Nueva España y las de la península: en la California, siendo las lluvias tan pocas e irregulares, nunca se puede con solas ellas lograr alguna siembra. Añádanse las plagas de la costa, chahuistle y miel, que muchos años se padecen, y se hará una gran rebaja en las cosechas.

Muy interesante sería que un agrónomo o biólogo especializado en este tipo de plagas hiciera un estudio para identificar aquellas que atacaban los cultivos misionales, definir su ruta de migración, efectos y la manera en que se combatían en aquellos años para así tener una idea más completa de estos fenómenos que formaron parte de la vida Misional de la Antigua California.

 

Bibliografía:

Historia Natural Y Crónica De La Antigua California – Miguel Del Barco

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.