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El destino del Universo: la pesadilla de Byron

 

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La noción de materia oscura y energía oscura -la última una relación con la primera-; variables físicas desconocidas, probables axiones (partículas hipotéticas que no se han descubierto) implica un destino del universo (o multiverso) tétrico y brutal. La astrónoma Vera Rubin al observar la expansión cósmica realizó una hipótesis adecuada con las leyes físicas: la velocidad de las estrellas debería ser menor cuanto mayor sea su lejanía con el centro de la galaxia. Pero sus observaciones la contradijeron. Resulta que la velocidad de expansión era constante y en ocasiones parecía que aceleraba. Eso es contraintuitivo. ¿Acaso la entropía es falsa o había otra respuesta?

La probable explicación fue sorprendente: ¡Existiría una materia invisible que se extiende mucho más de los confines aparentes de la galaxia y mucho más masiva! Años después, Adam Riess, Brian Schmidt y Saul Perlmutter observaron un millón de galaxias por noche para cuantificar la ralentización de la expansión del tiempo – espacio mediante supernovas como faros. Encontraron justamente lo contrario: la expansión estaba acelerándose. La respuesta que dieron estaba en relación con la materia desconocida, la energía oscura.

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Modelo de expansión acelerada. Fuente: NASA

Entre más conocemos menos sabemos. Más del 90 % del universo conocido es desconocido, es decir estaría compuesto de materia y energía que no podemos detectar, pero sí inferir por la interacción gravitatoria con la materia común.

Los físicos han realizado hipótesis sobre la materia oscura que no puede estar compuesta de partículas ordinarias cargadas eléctricamente que no formaron parte del plasma primordial de la materia ordinaria en la nucleosíntesis durante el Big Bang. Algunas hipótesis son que la materia oscura es muy estable – se desintegra a ritmos lentos- y no interacciona con ella misma. Debe ser fría, es decir que, al comienzo del proceso de agrupamiento, la velocidad de las partículas oscuras o axiones no podría ser próxima a la velocidad de la luz.

En la Universidad de Washington, se ha instalado un posible detector de axiones, llamado ADMX (Axio Dark Matter Experiment). Es un cilindro sometido a un intenso campo magnético con una temperatura dos grados más que el cero absoluto; la idea es que un axión transmutado en fotón entre en resonancia con la cavidad del cilindro. Produciría una señal hiper débil, menos de una billonésima de billonésima de vatio.

Detector de posibles axiones ADMX

Si el universo contiene energía oscura, el tiempo transcurrido entre el Big Bang y el momento actual es mayor que si no la hubiera. Sí hay energía oscura la edad del universo es de 13 mil 800 millones de años. Sí no la hay, la edad del universo es inferior a 12 mil millones años. Lógicamente, la edad del universo debe ser mayor que la edad de todo objeto que contiene, en particular ha de ser mayor que la edad de las estrellas más viejas conocidas, los cúmulos globulares (pequeñas aglomeraciones en la periferia de la vía Láctea). Esas estrellas tienen más de 12 mil millones de años por lo que sí no hubiera energía oscura serían más antiguas que el universo, algo absurdo. Por lo tanto, se infiere que la energía oscura debe existir como relación respecto a la materia oscura.

Para que el universo continúe eternamente su expansión acelerada, se asume que la densidad de energía oscura es constante. No se sabe si la energía oscura disminuye de forma imperceptible y que en un futuro llegara a extinguirse. Pero esto no se ha observado, aunque no debe descartarse. En este caso, el universo colapsaría en un Big Crunch o Gran Colisión. ¿Cómo será el futuro del universo si la densidad de la energía oscura no cambia con el tiempo? Esto parece indicar los datos actuales.

Las galaxias se alejarán unas de otras a un ritmo cada vez mayor. Desde la Vía Láctea, se observa cómo se alejan a una velocidad creciente, hasta que llegará un punto en ¡que superen la velocidad de la luz! Esto parece contradecir la teoría de Einstein, pero no es así pues la teoría de la relatividad asegura que no se pueden enviar señales u objetos a velocidades mayores a la luz de un sistema físico a otro, pero en el caso de la expansión acelerada lo que sucede es que se crea espacio entre las galaxias a un ritmo creciente.

Esto hace que las galaxias distantes se alejen de la Tierra a velocidades superlumínicas pero nunca podríamos viajar en una de ellas para viajar a una galaxia a otra pues todas se distancian constantemente. Esto concuerda con la teoría de Einstein. Una vez que la velocidad de alejamiento efectiva supere a la de la luz, las galaxias dejarán de ser visibles para un observador de otra galaxia pues la luz que emiten viaja hacia ese observador, pero el espacio en medio de los dos se estira a una velocidad aún mayor. Es decir, la luz nunca alcanzará al observador, por lo cual las galaxias se volverán invisibles para él. Se dice que habrán salido del horizonte del observador. Sólo las galaxias cercanas ligadas al observador por la atracción gravitatoria serán observadas por él.

Se calcula que dentro de 100 mil millones de años el paisaje será así: el Sol, después de convertirse en una gigante roja que habrá aniquilado la Tierra, se volverá enana blanca y pronto en una enana negra incapaz de albergar planetas con vida en su periferia. La Vía Láctea, sufrirá procesos de fusión y colisión con sus galaxias contiguas. Muchas de sus estrellas se apagarán en un proceso parecido al destino solar. Sin embargo, también nacerán estrellas nuevas y una parte de ellas brillará. En algunos planetas asociadas a estas estrellas habrá vida, ¿cómo? ¿de qué tipo? Nadie lo sabe ¿habrá civilizaciones?

¿Qué verán a su alrededor los seres de aquellas futuras civilizaciones? ¡Poco! Sólo estrellas y galaxias vecinas, verán un vacío sepulcral en el infinito universo que les rodeará. No podrán ver galaxias distantes pues no recibirán ninguna información del exterior de su galaxia. Por ejemplo, la radiación de fondo actual se habrá enfriado de tal forma que será invisible para los habitantes de se futuro. Realmente será difícil o imposible que a partir de sus meras observaciones que el universo se expande. Ahora lo sabemos gracias a que vemos como las galaxias distantes se alejan de nosotros (Ley de Hubble) y la radiación de fondo (testimonio del Big Bang), pero los habitantes del futuro no podrán acceder a estas observaciones. Para ellos será muy complejo inferir esto.

En épocas aún más futura, miles de miles de millones de años luz, las estrellas se extinguirán, toda vida planetaria o no morirá y el universo seguirá expandiéndose eternamente, esparciendo los cadáveres helados de estrellas, asteroides y planetas. Este futuro posible, predicho por ecuaciones matemáticas basadas en la teoría de la relatividad es un paisaje desolado, sin sentido y seco; me recuerda al célebre dístico de horro cósmico de H. P. Lovecraft: «No está muerto lo que puede yacer eternamente; y con el paso de los extraños eones, incluso la Muerte puede morir».

Y cómo los poetas describen esto mejor que los científicos, un hombre hace más de 200 años soñó con este futuro siniestro y lo plasmó en un poema gótico, Lord Byron. El poema del genio romántico es una pesadilla sobre la entropía, la extinción de la luz que nos lleva a lo que Kant llamó lo sublime dinámico y lo sublime matemático, pensamientos sobre lo infinito y el sin sentido para el humano de las fuerzas cósmicas y caóticas que nos llenan de desasosiego. Sí el destino del universo conocido coincide con esto nadie mejor que él para cantar dicha elegía. Aquí la maravilla de la oscuridad:

 

Lord Byron, excelso poeta

 

I had a dream, which was not all a dream.

The bright sun was extinguish’d, and the stars

Did wander darkling in the eternal space,

Rayless, and pathless, and the icy earth

Swung blind and blackening in the moonless air;

Morn came and went—and came, and brought no day,

And men forgot their passions in the dread

Of this their desolation; and all hearts

Were chill’d into a selfish prayer for light:

And they did live by watchfires—and the thrones,

The palaces of crowned kings—the huts,

The habitations of all things which dwell,

Were burnt for beacons; cities were consum’d,

And men were gather’d round their blazing homes

To look once more into each other’s face;

Happy were those who dwelt within the eye

Of the volcanos, and their mountain-torch:

A fearful hope was all the world contain’d;

Forests were set on fire—but hour by hour

They fell and faded—and the crackling trunks

Extinguish’d with a crash—and all was black.

The brows of men by the despairing light

Wore an unearthly aspect, as by fits

The flashes fell upon them; some lay down

And hid their eyes and wept; and some did rest

Their chins upon their clenched hands, and smil’d;

And others hurried to and fro, and fed

Their funeral piles with fuel, and look’d up

With mad disquietude on the dull sky,

The pall of a past world; and then again

With curses cast them down upon the dust,

And gnash’d their teeth and howl’d: the wild birds shriek’d

And, terrified, did flutter on the ground,

And flap their useless wings; the wildest brutes

Came tame and tremulous; and vipers crawl’d

And twin’d themselves among the multitude,

Hissing, but stingless—they were slain for food.

And War, which for a moment was no more,

Did glut himself again: a meal was bought

With blood, and each sate sullenly apart

Gorging himself in gloom: no love was left;

All earth was but one thought—and that was death

Immediate and inglorious; and the pang

Of famine fed upon all entrails—men

Died, and their bones were tombless as their flesh;

The meagre by the meagre were devour’d,

Even dogs assail’d their masters, all save one,

And he was faithful to a corse, and kept

The birds and beasts and famish’d men at bay,

Till hunger clung them, or the dropping dead

Lur’d their lank jaws; himself sought out no food,

But with a piteous and perpetual moan,

And a quick desolate cry, licking the hand

Which answer’d not with a caress—he died.

The crowd was famish’d by degrees; but two

Of an enormous city did survive,

And they were enemies: they met beside

The dying embers of an altar-place

Where had been heap’d a mass of holy things

For an unholy usage; they rak’d up,

And shivering scrap’d with their cold skeleton hands

The feeble ashes, and their feeble breath

Blew for a little life, and made a flame

Which was a mockery; then they lifted up

Their eyes as it grew lighter, and beheld

Each other’s aspects—saw, and shriek’d, and died—

Even of their mutual hideousness they died,

Unknowing who he was upon whose brow

Famine had written Fiend. The world was void,

The populous and the powerful was a lump,

Seasonless, herbless, treeless, manless, lifeless—

A lump of death—a chaos of hard clay.

The rivers, lakes and ocean all stood still,

And nothing stirr’d within their silent depths;

Ships sailorless lay rotting on the sea,

And their masts fell down piecemeal: as they dropp’d

They slept on the abyss without a surge—

The waves were dead; the tides were in their grave,

The moon, their mistress, had expir’d before;

The winds were wither’d in the stagnant air,

And the clouds perish’d; Darkness had no need

Of aid from them—She was the Universe.

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Sobre la astroconciencia

FOTOS: Internet

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

Para Alejandro Segura

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hay una inferencia matemática de que los humanos accedemos al conocimiento de un 4 % del universo de materia común, del cual 3.6 % es de gas o polvo espacial. Según ese modelo, el 74 % restante es energía oscura y el 22 % es materia oscura. “Oscuro”  es un eufemismo para indicar algo totalmente desconocido, dos hipótesis para explicar el aberrante hecho de que los objetos celestes parecen no ralentizarse, e incluso a veces aceleran mientras se alejan unos de otros, y así conservar las leyes de la termodinámica en el marco de un modelo de relatividad.

Según los modelos matemáticos comúnmente conocidos como “Big Bang”, el universo curvo tendría una edad de 13 mil millones de años en una realidad sin tiempo real, con la posibilidad de multiversos de materia y antimateria.

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No quiere decir que la realidad sea así sino que son los modelos más aceptados. También hay un grupo de teorías físicas que pugnan por reemplazarlas como el Big Freeze, la Inteligencia eterna de Dyson o la Desintegración del vacío.

Tales escalas son imposibles de entender para la concepción humana fuera de ecuaciones y metáforas; además, como apunta Carlos Madrid, terminan siendo especulaciones más filosóficas que científicas y  aspiran a explicar el origen, la evolución y el destino del “Cosmos” a partir de  pocas observaciones indirectas.

Estos modelos nos dan la impresión de que nuestro conocimiento es minúsculo respecto a lo desconocido, una realidad enorme, probablemente infinita y arrebatadoramente terrorífica. Y sin embargo, lo paradójico es que nunca hemos sabido tanto como ahora. Por lo menos sabemos que no sabemos.

En el siglo XVIII el ilustrado genial, Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, pretendió compendiar todo el saber humano sobre el mundo natural en 44 libros bajo el título de Histoire naturelle. ¡44 libros! Tan sólo en mi ordenador tengo más de mil. Eso no quiere decir ni por error que yo sepa más de lo que sabía Buffon.

De 1996 a 2019 se publican un promedio anual de 2 210 000 libros (diferentes títulos y re ediciones, sin contar el tiraje) en 128 países. Eso no significa que sean títulos sobre el conocimiento de la realidad, entre ellos hay miles de libros de autoayuda, religiones, arte o literatura de ficción.

No se sabe con certeza el número de artículos científicos que se publican cada año, hay una estimación de entre 30 mil y dos millones (Altbach & de Wit, 2018).

El promedio de artículos científicos anuales sería de 1, 015 000. Supongamos que leemos dos artículos al día por todo un año, no libros, ni otra información, únicamente dos papers diarios. Habremos leído 730 papers, lo que representa el 0.07 % de lo publicado anualmente. En diez años habremos leído 3650 de esos -solo publicados en un año especifico- lo que sería el 0.3 %. Empero, en promedio (si es que no hay un aumento exponencial) ya en ese tiempo se habrán publicado cerca de diez millones más de artículos nuevos lo que habrá reducido nuestro porcentaje a 0.04 %. Eso sin tener en cuenta de que la mayoría de estos contenidos escaparían a nuestra comprensión ya que no poseemos la capacidad técnica para ser sabelotodos.

En la actualidad tenemos conocimientos sobre la naturaleza que nos abruman. La tecnociencia revela imágenes, fases, escalas que nos permiten interpretar audazmente múltiples visiones y perspectivas que terminarán por convertirse en mitos, conocimientos frustrados o teorías anquilosadas y dejarán paso a nuevos e interminables aluviones de ciencia mientras haya algún humano razonable.

Lo interesante es la conciencia que emerge de los nuevos conocimientos respecto a nuestro lugar en el universo conocido. El filósofo mexicano Alejandro Segura utiliza el concepto Astroconciencia para referirse a la percepción de cada humano respecto a los límites de su realidad natural.

Partiendo de esta noción, pienso que nuestra astroconciencia se ensancha conforme nuevos conocimientos emergen.

Pensemos en un humano mirando al cielo hace 500 mil años. ¿Qué pensaba? ¿Qué hordas de ideas sobre espíritus o dioses ya muertos le impelían a sobresaltarse? ¿Qué pensaba del sol o de la luna? Pensemos en un sacerdote despedazando a un niño hace 100 mil años para regar la tierra con su sangre esperando la resurrección de la cosecha.

Pienso que Shakespeare no supo sobre neutrones, bombas nucleares, máquinas de vapor, peces abisales o agujeros negros. Homero no supo álgebra, ni Colón conoció el barómetro. Ni Galeno ni Hipócrates tenían el concepto de células ni supieron jamás de leucocitos. Linneo no conoció los cromosomas, ni Darwin el PC.

Sin embargo, por curiosos fenómenos históricos y azarosos, este aparente progreso no es lineal sino que se da a saltos, entre descubrimientos, redescubrimientos, censuras y vueltas de tuerca bastante complejas. Por ejemplo, un semita de hace cinco mil años conocía la cultura sumeria pero un europeo medieval del siglo X jamás escuchó hablar de ella, y ahora hay cientos de sumeriólogos. El conocimiento se oculta, se destierra y vuelve a emerger, no en círculos sino en vórtices informes. Un estudioso de la Biblia hoy sabe más que el propio San Jerónimo que la tradujo del griego al latín, o un historiador moderno sobre la génesis de la Iglesia, quizá sepa mejor su devenir primitivo que el mentiroso de Eusebio en el siglo III.

Un hindú de la época védica hace unos seis mil años probablemente creía que los cuerpos estaban hechos de pequeñas semillas, un discípulo de Demócrito cuatro mil años después pensaría lo mismo y le llamaría átomos a esas partículas pero un cristiano francés del siglo XIII no tendría la más remota noción de esas herejías.

Un alto mago de Ur en el 3000 a.C grababa logaritmos en arcilla pero Arquímedes, ni siquiera conoció tal concepto hasta que revivió gracias a Napier en 1614.  Hipatia pudo leer, quizá los tratados de Hermes y Tot pero un monje del siglo II ni siquiera sabía de su existencia.

Volviendo a Shakespeare, cientos de personas lo vieron actuar y disfrutaron sus obras pero 200 años después probablemente ningún inglés reconocía su nombre, y ahora un inglés actual quizá sabe más de su poética que los mismos contemporáneos del bardo.

¿Qué fenómenos del pasado y de la naturaleza que desconocemos conocerán nuestros descendientes? ¿Qué técnicas maravillosas y que conceptos dominarán? ¿Cuántos reinos nuevos y formas biológicas invisibles para nosotros serán comunes en el futuro? ¿Qué pensarán de nuestras absurdas hipótesis y nuestra miserable pequeñez?

Pensar en eso remite al concepto de sublime matemático de Kant, qué -por cierto- no conoció la radiación de fondo de microondas.

¿Cuál es el límite, la exposición y el entendimiento de la astroconciencia?

 

 

Referencias:

Altbach, P.G. & de Wit, H. (2018) Too much academic research is being published. University World News.

Madrid Casado, C. M. (2018). Filosofía de la Cosmología. Hombres, teoremas y leyes naturales. Pentalfa.

 

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