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Leyendas viajeras

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California Mítica

Por Gilberto Manuel Ortega Avilés

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Como todos sabemos no existe una manera definitiva de contar una leyenda, ni se puede decir cuál de sus versiones es la verdadera y cuales las inventadas, ya que la naturaleza misma de estas narraciones favorece a su cambio y enriquecimiento, ya sea en su divulgación oral o escrita.

Por lo mismo, en muchas ocasiones estas leyendas viajan junto a las personas y se confunde su origen, aunque esto no demerita de ninguna manera su relato, pero es un fenómeno curioso e importante de identificar, sobre todo en caso de querer diferenciar las leyendas regionales de las externas.

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El primer ejemplo y el más importante, es la leyenda primigenia y por excelencia representativa a nivel mundial de México: “La llorona”. De este relato se presume su origen prehispánico, donde una mujer de blanco, posiblemente una deidad de nuestros antepasados, vagaba por las calles llorando y diciendo “¡Ay de mis pobres hijos! ¿A dónde me los llevaré?” poco tiempo antes de la conquista, presagiando el final de esta cultura.

Posteriormente, el mito evolucionó a su versión colonial, donde una mujer llora porque mató o abandonó a sus hijos, apareciéndose en los cuerpos de agua (ríos, lagos, arroyos, etc.) donde presuntamente ahogó a sus hijos.

Esta leyenda es un recurrente en todo el país, pero en Baja California Sur, debido a nuestra naturaleza casi isleña, la leyenda de la llorona no llegó antes de los años setentas, por lo que se puede deducir de los libros de leyendas históricos de la época; curiosamente, en épocas modernas la llorona es recurrente en nuestro estado.

La mujer y el camionero

No contamos con el lugar exacto del origen de esta leyenda, pero todos conocemos el relato del trailero, o taxista, que transportó a una mujer y al día siguiente se dio cuenta que era un fantasma.

Popularmente, se dice que el chofer le da su chamarra a la joven y al día siguiente va a la casa donde la dejó para recoger la prenda, pero en este domicilio le dicen que ella murió hace tiempo y lo llevan al panteón para que vea la tumba, para finalizar la historia con que la chamarra está gentilmente colocada sobre la tumba.

En Baja California Sur se habla de una leyenda similar, solo que en este caso es una joven vestida de novia que es dejada en el panteón de los San Juanes.

El diablo y la joven bailando en la discoteca

No existe situación más ochentera que encontrarte al mismísimo señor de las tinieblas dando unos geniales pasos de baile, enamorando a una joven, para posteriormente quemar el lugar y, en ocasiones, hasta a la infortunada dama.

Por supuesto que esta leyenda la tenemos aquí: se relata que, en un conocido antro de música retro de la capital sudcaliforniana, con fecha indefinida pero aproximadamente en los años 80s, una muchacha al estar bailando con un joven atractivo, se da cuenta de la pata de chivo y la cola que le salían a su pareja (haciendo alusión a la imagen clásica del diablo) y entonces comienza el incendio.

La enfermera fantasma

La enfermera fantasma o la planchada, haciendo referencia a su pulcro uniforme, es presuntamente una leyenda originaria de CDMX en la cual se relata que después de morir el espíritu de una enfermera sigue ayudando a los pacientes, siendo un espíritu amigable, que da confort.

En el antiguo hospital Salvatierra se habla de una ánima con características similares, solo que aquí se trataba de una monja, que seguía cuidando de sus pacientes desde el más allá.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




La leyenda de la carroza lúgubre y la Ciénega de las Flores

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California Mítica

Por Gilberto Manuel Ortega Avilés

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hace algunos años desapareció lo que quedaba de la Ciénega de las Flores, ubicada en las afueras de la ciudad de La Paz; se trababa de un huerto que se localizó en el sitio donde hoy se encuentra la Escuela Secundaria Técnica No. 1, institución que lleva el nombre de la insigne educadora Concepción Casillas Seguame. Una ciénega —o ciénaga como también suele llamarse— es un pantano cuya humedad se aprovecha para cultivar plantas, ésta  era llamada “de las flores”, precisamente porque desde la antigüedad había sido un lugar apropiado para la siembra de diversas variedades de plantas de ornato y flores multicolores.

La Ciénega de las Flores se formó de manera natural debido a un accidente geográfico, provocado por el cauce que dejaban las lluvias y los arroyuelos en la parte alta del oriente de la ciudad. En esta zona había un rancho tradicional, con corrales llenos de ganado fino y un pozo abierto del que se extraía agua con un molino de viento en temporada de sequía. Se cuenta que alrededor de 1940, cuando la ciénega aún tenía vida, en una tarde friolenta de enero, el cuidador del rancho vio llegar una bella carroza tipo Cabriolet, muy antigua, desusada, como una especie de aparición misteriosa, de la que bajó, después del cochero, una hermosa dama ataviada al estilo del siglo XIX.

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Ejemplo de una Ciénega. FOTO: Amantoli Cultura

El conductor ayudó a su ama a llegar al interior de la huerta, como si ambos flotaran entre nubecillas vaporosas. Don Porfirio, como se llamaba el cuidador de la ciénega, se encaminó cauteloso hacia los extraños visitantes para saber la razón de su llegada, pero se quedó mudo de terror; la carroza negra y reluciente, parecía salida de un antiguo cuentos de hadas, y la presencia de la mujer, pese a su hermosura, ponía los pelos de punta. Entonces, don Porfirio vio que la dama de lúgubre presencia cortaba algunas flores, hacía con ellas un ramo y subía nuevamente, ayudada por su cochero, a la imponente carroza.

Esta escena, que podría haber sido común a fines del siglo XIX, resultaba patética en plena década de los 40’s, ya que en esa época, en La Paz solamente quedaba la carroza mortuoria, ya desvencijada, de Trasviñita; sin embargo, mientras la carroza funeraria de aspecto tétrico, ornamentada con crespones de colores negro y violeta, imponía el terror a su paso por las calles de la pacífica ciudad, la carroza de la dama de negro era brillante y con arzones de las cabalgaduras que lucían refulgentes a la luz de la Luna.

Tan silenciosamente como llegaron, la carroza y sus ocupantes partieron sin decir una sola palabra. Ni siquiera hablaron para preguntar el precio que —lógicamente— deberían haber pagado por el ramillete de fragantes rosas, nardos, caléndulas, nomeolvides y claveles. Era tanto el miedo que invadía al señor Porfirio que pasó por alto el cobro de las flores. Al día siguiente, a la llegada de los propietarios del huerto, el cuidador les platicó azorado la inexplicable escena de la tarde anterior.  Por supuesto nadie le creyó. Además, pensaron que Porfirio había bebido y que la fantasía era fruto, como en varias ocasiones anteriores, de su deplorable estado.

Ejemplo de una carroza antigua. FOTO: Universidad de Navarra

No obstante, diez días después apareció otra vez la carroza, ahora solamente iba tirada por dos enormes caballos de color negro resplandeciente, sin cochero ni pasajera. ¿Qué hacía ahí esa carreta?, ¿de dónde venía?, ¿qué buscaba? Don Porfirio se acercó, primero temeroso y resuelto después, para ver de cerca dicha carroza. Del interior del antiguo vehículo salía un empalagoso olor a extraños perfumes, y los escudos que adornaban cada espacio, se antojaban de oro puro, pues era impresionante el brillo que desprendía al contacto con los rayos de la luna, la cual empezaba a asomar por encima de las serranías. Inmóviles durante largo rato, los caballos tenían ojos diabólicos; al cuidador de la ciénega le parecían dos pares de tizones rojos que proyectaban destellos como para ablandarle las piernas a cualquiera.

Porfirio fue ante el Delegado para enterarlo detalladamente de las apariciones de la misteriosa carroza, ya que sus patrones, definitivamente, jamás le creerían. Por más que las autoridades mandaron gendarmes para buscar, espiar y esperar pacientemente el siguiente arribo del carromato misterioso, éste nunca llegó. Sin embargo, no fue únicamente el viejo Porfirio el que daba razones de la carroza. Cierta noche había sido vista a orilla de la carretera — hoy avenida Isabel La Católica—  por poco más de una veintena de personas residentes. Este grupo de gente acudió a dar testimonio en forma voluntaria ante las autoridades policíacas, cuando un periódico hizo públicas las declaraciones del inspector de policía; las aseveraciones del inspector coincidían con las observaciones de los testigos y los detalles aportados por don Porfirio en cuanto a las características de la carroza.

Todos aseguraban haber visto tanto al cochero de levita como a la elegante dama vestida de negro. Hubo quien abundó más en sus declaraciones, asegurando haber observado el rostro blanquísimo, de belleza indescriptible, de aquella misteriosa mujer que viajaba en el coche fantasma, el cual ya había despertado la psicosis colectiva de gran parte de la entidad sudcaliforniana. Con el paso del tiempo, la misteriosa presencia de la carroza enjoyada de la Ciénega de las Flores empezó a olvidarse.

Nunca se supo nada más sobre las apariciones, pero algunas personas que fueron testigos de este relato, entre ellos don Porfirio —quien aún vive—,  siguen esperando que una tarde vuelva, por el mismo camino que décadas atrás, la carroza tirada de briosos corceles, el cochero y la elegante dama de rostro blanco y oscuro ropaje, que en dos ocasiones llegaron hasta la desaparecida Ciénega de las Flores.

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‘La Ahorcadita’. La leyenda de una mujer asesinada por su suegra en Todos Santos

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California Mítica

Por Gilberto Manuel Ortega Avilés

La Paz, Baja California Sur (BCS). Desde el año 2006, Todos Santos cuenta con la categoría de Pueblo Mágico, sin embargo, en un sentido más amplio, se puede decir que desde su fundación, la magia y la leyenda han forjado este territorio, pequeño en extensión pero enorme en cosas por ver y conocer; su principal atractivo son las bellezas naturales, ya que es un hermoso rincón de palmeras y ojos de agua en medio de la desértica y árida carretera sudcaliforniana.

Podrían escribirse cientos de libros sobre este mágico poblado, además de los que ya se han escrito, pero la principal magia que hay en él, es la amabilidad con la que los pobladores tratan a sus visitantes, ya sean mexicanos o extranjeros: la nacionalidad o raza desaparece al entrar a este oasis en el desierto.

Todos Santos también es muy rico en leyendas y mitos, desde los atracos de piratas que ocurrieron hace más de 200 años —muchos de ellos respaldados con documentos en el archivo histórico del Estado—, hasta relatos de brujas, fantasmas e historias de luces en el cielo. Una de las leyendas más populares es la de La Ahorcadita, una historia llena de tristeza pero que al final nos deja un velo de esperanza.

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Se cuenta en muchos libros locales, uno de ellos Mitos, Leyendas y tradiciones sudcalifornianas, de Leonardo Reyes Silva, que al Oeste del poblado de Todos Santos, por la zona del camino que lleva a la Cañada Honda, La Pastora y Las Playitas, bajo un árbol típico del lugar llamado palo blanco, se observa una tumba sin epitafio y sin nombre, sólo con un letrero que dice “La ahorcadita”. Los lamentables hechos nos trasladan a los últimos años del siglo XVIII.

En el libro anteriormente mencionado, se encuentra el testimonio de Doña Cleotilde Cota de Monteverde, quien relata la leyenda tal y como se la contaba su madre cuando era niña, y como seguramente, la leyenda ha sobrevivido hasta nuestros días.

La leyenda cuenta que “Matilde” era una joven recién casada de tan sólo 18 años, quien vivía con su esposo, su suegra y su cuñado de 9 años en la huerta “La Diabla”. El día de la tragedia, su esposo se había ido a realizar sus labores habituales, quedándose ella a cuidar el campo de calabazas que cultivaban; en el transcurso del día pasó por el sembradío Astolfo Monteverdeun viejo conocido, él la saludó alegremente y sin malicia: “¡Que chulas están tus calabazas Matilde!”, le dijo. Desgraciadamente, la celosa suegra no vio con buenos ojos y en un ataque de furia golpeo con el metate a la pobre “Matilde”, gritándole “¡Eres una coqueta!”. Después la golpeó repetidamente hasta dejarla sin vida en el suelo.

La suegra intentando ocultar su crimen, simuló que “Matilde” se había caído y golpeado con el metate, al llegar el esposo y se enterarse de la desgracia, decidió junto a su madre que colgarían el cuerpo para que la gente pensara que se había suicidado, fue así que a la luz de las antorchas fueron en busca del sitio ideal, el cual lo encontraron debajo de un árbol de palo blanco donde colgaron el cuerpo.

Ocho días después, un vecino encontró el cadáver en descomposición. Las autoridades no tardaron en descubrir el crimen porque el niño que vivía con la familia —el pequeño cuñado de 9 años— delató el horrible asesinato. La suegra y el esposo fueron a la cárcel; la señora murió en prisión, al mucho tiempo el esposo cumplió su condena y salió libre. Ya no se supo nada de él y murió en el olvido, quizás devastado al enterarse que al morir su esposa tenía 4 meses de embarazo.

“Matilde” fue sepultada debajo del palo blanco donde se simulo su suicidio. Y hasta la fecha, los habitantes aseguran que se ha vuelto una fuente de milagros, especialmente a las mujeres que van y le rezan cuando desean tener un hijo.

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La Animita de La Paz. El niño que dio la vida por su padre

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Por Gilberto Manuel Ortega Avilés

La Paz, Baja California Sur (BCS). José Lino de Jesús Manríquez Martínez nació en el pueblo de San Antonio, BCS, el 3 de septiembre de 1855, fue el tercer hijo del matrimonio del militar José Miguel Manríquez y doña Esperanza Martínez.

José Miguel participó en la lucha contra el filibustero Juan Napoleón Zerman, quien en 1855 tenía sitiada la ciudad de La Paz; apoyando al general Manuel Márquez de León y al frente de un pelotón de la guardia montad, Zerman hizo prisioneros a los tripulantes de los buques piratas Archibald Grace y Rebeca Adams y los condujo al puerto de Mazatlán, para su posterior envió a la Ciudad de México.

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Actos valientes como éstos le dieron gran reconocimiento a José Miguel Manríquez, sin embargo, todo cambió cuando ocurrieron revueltas en el territorio y el gobernador Antonio Pedrín fue derrocado por el general Pedro María Navarrete, quien realizó muchos atropellos en contra de la población y mandó aprehender a varios patriotas liberales, entre ellos al señor Manríquez; el 11 de noviembre de 1866, don José Miguel fue confinado a una pequeña e insalubre celda de castigo, resguardado por el cabo Crispín Sández.

Un día, José Lino de Jesús —de apenas 11 años— le llevaba hasta la celda los alimentos a su padre, cuando vio como el cabo Sández mandó azotar con sadismo a don José Miguel. Él pequeño pidió piedad para su padre, pero con crueldad y voz dura el tosco soldado respondió: Para que quieres piedad si es un bandido malhechor y esta tarde, a las cuatro en punto será pasado por las armas en el paredón de la Ciénega.  El niño al ver a su papá mal herido, le propuso un trato al soldado: ¿Me da su palabra de hombre y de soldado de respetar la vida de mi padre si yo me ofrezco para que me fusilen a mí?

El cabo Crispín sólo asintió con la cabeza para aceptar el trato y mandó amarrar con una reata al pobre niño, quien fue arrastrado por los choyales y matorrales del área; pero la crueldad no paro ahí, ya que obligaron a todos los prisioneros incluyendo al padre a presenciar el terrible suceso, y para terminar con la barbarie, a don José Miguel se le obligó a cavar la tumba del pequeño sin vida.

El 11 de noviembre de 1866 fue la fecha del heroico acto de José Lino, el lugar exacto de la sepultura se encuentra a pocos metros de donde se le ha edificado una pequeña capilla en un honor. Desde entonces muchos sudcalifornianos acuden con velas y ofrendas para pedir favores a la bondadosa alma del niño que dio la vida por su padre, y el cual muchos aseguran que ha concedido cientos de milagros.

Basado en “Mitos, leyendas y tradiciones sudcalifornianas”, de Leonardo Reyes silva (2005).

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