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Festejan 132 aniversario de fundación del Benemérito Hospital Juan María de Salvatierra

FOTO: Gobierno del Estado

La Paz, Baja California Sur (BCS). De acuerdo con un comunicado de prensa del Gobierno del Estado se informó que, al encabezar el festejo por el 132 aniversario de fundación del Benemérito Hospital General con Especialidades Juan María de Salvatierra, el gobernador Víctor Castro Cosío, dijo que la historia viva de esta institución está en la mística y entrega de quienes ahí trabajan por el cuidado de la salud de las y los sudcalifornianos.

Acompañado por la secretaria de Salud, Zazil Flores Aldape y por el director del nosocomio, Bogdan Arriaga Benis, Castro Cosío subrayó que a nueve meses de  iniciar gestiones, su administración ya canalizó una inversión superior a los seis millones de pesos para rehabilitar áreas estratégicas del edificio que hoy alberga al hospital que protagoniza la historia de la salud en nuestra entidad y que se mantiene a la fecha como el establecimiento médico con mayor capacidad resolutiva de la geografía sudcaliforniana.

En este encuentro con las y los profesionales de la medicina, enfermería, química, radiología, trabajo social, psicología, personal administrativo, camilleros, entre otras compañeras y compañeros trabajadores, el mandatario estatal manifestó que recuperar las condiciones de funcionalidad del hospital es una de las mejores formas de celebrar su 132 aniversario de creación, pero es además un acto de justicia social, ya que en esas instalaciones se brindan tratamientos  a las y los pacientes que no tienen seguridad social, ni recursos para atenderse en el medio privado.

Al hacer entrega de reconocimientos a personal que durante muchos años brindó sus servicios en las diferentes etapas e instalaciones del nosocomio, dijo que don este acto se evoca la memoria de quienes dedicaron gran parte de su vida para crear y dar operatividad a esta institución que desde hace más de un siglo asiste a gente vulnerada en su salud, pero que además ha sido formadora de generaciones de médicos y enfermeros que con un alto sentido humanista velan por el bienestar del pueblo, abundó el Gobernador.

Se destacó además que tan solo de septiembre de 2021 a la fecha, en este hospital se han brindado más de 23 mil consultas, se han desarrollado más de 2800 cirugías y se han realizado más de 5,100 egresos.

Finalmente, el Gobernador del Estado puntualizó, Mediante la suma de esfuerzos con el Gobierno de México hemos iniciado un proceso para federalizar los servicios estatales de salud, de tal manera que unidades como este emblemático hospital cuenten con recursos anuales para su conservación, reciban medicamentos e insumos suficientes y laboren con mayor personal operativo a fin de que garanticen el derecho a la salud gratuita y de calidad para las y los sudcalifornianos, todo esto con pleno respeto de las y los trabajadores de la  Secretaría de Salud, concluyó el comunicado de prensa.




323 Aniversario de la fundación de Loreto, la primer capital de las Californias

IMÁGENES: Internet

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Loreto no solo fue el sitio en el que se estableció el primer poblado permanente en la California, su importancia fue tal que se convirtió en la punta de lanza de la colonización de toda la península así como territorios más al norte, los que hoy conforman 3 estados: Baja California, Baja California Sur, y California en otro país. Su nacimiento fue toda una hazaña en donde convergieron muchos factores, incluso sobrenaturales, ya que como dijo el gran Juan María de Salvatierra “California era inconquistable para los hombres… pero no para Dios”, así que tal vez la influencia divina jugó un papel importante para que esta gran obra se lograra.

La planeación de la conquista de la California por parte de los Jesuitas inició en el año de 1691. En ese entonces, el Padre Salvatierra y el Padre Eusebio Francisco Kino se conocieron en las Misiones de Sonora. El sacerdote Kino invitó a Salvatierra a recorrer, durante un mes, las Misiones que había establecido en aquellas tierras, y durante el viaje le fue contando sobre la expedición donde participó en los años de 1683 a 1685 a la California, le platicó de la gran cantidad de Californios que encontró y de la gran obra de evangelización que se ofrecía frente a ellos. Salvatierra sucumbió ante la fuerza y apasionados argumentos de Kino y ambos pactaron conseguir los medios y permisos para viajar a la California e iniciar la labor de conversión de los naturales.

 

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Durante los siguientes 6 años (1691-1697), Salvatierra, ayudado por Kino, Ugarte y otros sacerdotes, se dirigieron a sus autoridades religiosas como a las pertenecientes al Virreinato pidiendo se les concediera el permiso para trasladarse a la California, sin embargo, el recuerdo del gran fracaso con el que terminó la expedición del almirante Isidro Atondo y Antillón, hicieron imaginar esta hazaña como imposible. Afortunadamente, una serie de factores venturosos (algunos dicen milagrosos) hicieron que, de repente, todas las circunstancias cambiaran; de tal manera que, en el mes de febrero de 1697 el virrey José Sarmiento y Valladares expidiera la licencia para la conquista de la California a Kino y Salvatierra.  Vencido este obstáculo, se procedió a pedir donativos a las personas ricas de la Ciudad de México para que sufragaran los costos de esta expedición así como la formación de las primeras Misiones.

El mes pactado para hacerse a la mar rumbo a California fue en octubre de ese año. Salvatierra llegó al puerto (desembocadura del río Yaqui) donde se embarcaría junto con 11 o 12 personas más, entre soldados y marineros. Lamentablemente, Eusebio F. Kino no pudo acompañarlo debido a una gran insurrección que se dio entre las etnias del norte de Sonora, donde se solicitó la mediación del sacerdote. Salvatierra inicia su viaje el 10 de octubre y llega cerca de la Bahía de San Dionisio, en la California, el 12. Debido a varias dificultades climatológicas no pudieron desembarcar hasta el día 16 de octubre. Durante varios días estuvieron explorando los lugares cercanos a donde desembarcaron, para encontrar el sitio con la mejor fuente de agua y las tierras más adecuadas para sembrar y criar ganado. El sitio designado fue uno al que los Cochimíes, naturales que vivían en este sitio, denominan “Conchó” y que significa mangle rojo. Durante los siguientes 4 o 5 días, Salvatierra ordena a sus hombres que realicen un desmonte de una gran área de este sitio con el propósito de establecerse en el lugar. Construyen varias cabañas para habitaciones de los soldados, el sacerdote y como almacén de los productos que traían, también realizaron un corral para proteger a los animales.

Finalmente, el día 25 de octubre de 1697, teniendo todo preparado, el padre Juan María de Salvatierra inicia una magna ceremonia religiosa para declarar formalmente fundada esta Misión. A continuación, transcribimos parte del relato que hizo el sacerdote sobre el evento: …Dieron señas de mucho gozo los indios e indias con la venida de la santa imagen [de Nuestra Señora de Loreto], que llegó aquí el viernes en la tarde, y el sábado siguiente se le celebró la misa, en 25 de octubre, y dos días después habíamos plantado la santa cruz con muchas flores, instándome todos los españoles [y] después muchos indios para besarla.

Con este evento sencillo pero solemne, queda fundada la primer capital de las Californias. Aún hubo muchas barreras y obstáculos qué sortear, pero, afortunadamente, la perseverancia de los sacerdotes y posteriormente de los colonos europeos y mestizos que habitaron el lugar, lograron que el sitio permaneciera y que hasta el día de hoy sea baluarte del progreso y amor a la tierra Sudcaliforniana.

 

Bibliografía:

 

“Misiones de las Californias III: Nuestra Señora de Loreto Conchó” – Carlos Lazcano Sahagún

“Cartas sobre la conquista espiritual de Californias” – Juan María de Salvatiera.

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Francisco María Piccolo, pilar fundamental de la conquista espiritual de la California

FOTOS: Cortesía

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  Los polvorosos caminos del desierto Californiano fueron testigos de los afanes y preocupaciones de los Misioneros Jesuitas que, desde finales del siglo XVII y hasta poco más de la mitad del siglo XVIII, se dedicaron a traer la Fe y la cultura europea a la California ancestral. Uno de estos destacados sacerdotes fue el italiano Francisco María Píccolo, el cual sería el segundo integrante de la Compañía en arribar a estas tierras (en la etapa jesuita), sólo precedido por el Apóstol de las Californias, Juan María de Salvatierra.

Píccolo (bautizado con el nombre de Francesco Maria Piccolo o Francisco Picolo) nació el 25 de marzo de 1654 en el poblado Siciliano de Palermo, Italia; que en ese entonces formaba parte del reino de España. A los 19 años siente el llamado de la religión y decide integrarse al seminario de la Compañía de Jesús (1673).

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Conforme fue avanzando en sus estudios su espíritu inquieto y sobretodo imbuido por el carisma misionero de la Orden, lo motiva a solicitar a sus superiores el ser trasladado a alguna Misión en la Nueva España. Una vez obtenida la autorización viaja hacia el nuevo continente en el año de 1684. Como muchos de sus hermanos, al llegar a la ciudad de México, fue destinado a las Misiones de la Sierra Tarahumara, al norte del virreinato, teniendo su cabecera en el poblado de Carichí. Durante 13 años, el padre Píccolo recorre las montañas y desfiladeros de aquellos sitios tratando de convertir al mayor número posible de tarahumaras, sin embargo, esto no era tarea fácil. En uno de sus relatos sobre sus andanzas por estas tierras comenta que, en una ocasión que cabalgaba por un camino en la serranía, se topó de súbito con un desfiladero de muchos cientos de metros de profundidad lo que hizo que se aventara del caballo, horrorizado, y tardara mucho tiempo en recobrarse del susto. En el año de 1689, a la edad de 35 años, profesa su último voto sacerdotal en la Compañía para ser ungido con el sacramento completo.

Es importante mencionar que durante su estancia en la tarahumara es muy probable que conoce al padre Juan María de Salvatierra, el cual seguramente le expuso este el proyecto de evangelización que estaban planeando junto con uno de los primeros Misioneros Jesuitas que había viajado a la península de California, Eusebio Francisco Kino. Después de conocer los detalles, Píccolo debió haber aceptado unirse a la expedición y apoyar en todo lo que estuviera en su mano para lograr el éxito de este gran paso que se estaba fraguando. En el año de 1697, una vez concedida la autorización por parte del virrey José Sarmiento y Valladares para que los sacerdotes Salvatierra y Kino iniciaran su actividad Misionera en la California, se da inicio a esta gran epopeya. Lamentablemente el principal promotor, Eusebio Francisco Kino, no logra acompañarlos, sin embargo el destino le tenía predestinada otra misión tal vez mucho más importante, que fue el dar apoyo con provisiones a las primeras Misiones que se fundaron en la California.

Unos pocos días después de fundada la impronta del Real Presidio de Loreto, llega al puerto el sacerdote Píccolo (23 de noviembre) el cual de inmediato inicia el estudio de la lengua de los laimones (grupo de naturales de la rama de los Cochimíes que habitaban en la Bahía de San Dionisio). A finales del mes de diciembre de 1698, una vez que estaba suficientemente preparado en el conocimiento de la lengua y costumbres de los habitantes de esas latitudes, organiza un plan con el padre Salvatierra a fin de explorar las rancherías que se encontraban en la irreductible Sierra de La Giganta y de paso explorar si fuera posible la costa del Pacífico (Mar del Sur) para localizar algún puerto de acogida para el galeón de Manila. Esta primera exploración la realizó acompañado del capitán del presidio de Loreto, don Luis de Torres y Tortolero así como de un pequeño grupo de Californios bautizados. Llegaron hasta lo que se conocía como Puerto Danzantes (hoy Puerto Escondido), lamentablemente no pudieron localizar algún sitio por donde franquear los altos cerros de la Giganta.

De regreso a Loreto, emprende el reconocimiento de un paraje que ya había sido visitado en el año de 1685 por el sacerdote Eusebio Fco. Kino durante la frustrada exploración encabezada por Isidro de Atondo y Antillón, este sitio era llamado por los Californios como “Londó”. Al llegar al lugar, acuden a recibirlo una gran cantidad de Californios los cuales aún recordaban al sacerdote Kino, ante la excelente disposición de los habitantes y por ser un lugar adecuado para fundar una Misión, lo anota como uno de los sitios donde se establecerá posteriormente cuando lleguen más hermanos de la Compañía a auxiliarlos.

El 10 de marzo de 1699 realiza un segundo viaje para incursionar en la sierra La Giganta. Hacía unos meses se había bautizado a un joven de aquellos lugares, al cual impusieron el nombre de Francisco Javier. Él y sus acompañantes relataron que era un sitio muy bien puesto para establecer una Misión, con mucha agua, tierra para cultivar y una gran cantidad de gentiles que serían rápidamente convertidos. Fue un viaje sumamente difícil y accidentado debido a lo abrupto de la serranía. Sus únicos acompañantes fueron algunos Californios bautizados, así como un pequeño grupo de Yaquis. Al llegar al paraje conocido en lengua Cochimí como “Vigge Biaundó”, quedó maravillado al poder corroborar el dicho de Francisco Javier. De inmediato inicia la construcción de una pequeña capillita y el día 11 de mayo de 1699 se declara formalmente fundada la Misión, la cual llevó por nombre San Francisco Javier. Al mismo tiempo que se hacía lo anterior, el padre Píccolo encabezó a un grupo de Californios los cuales fueron abriendo un camino entre este sitio y Loreto a fin de que pudieran estar mejor comunicados y sobre todo pudiera ser accesible a los caballos y mulas con el fin de poder llevar las provisiones necesarias. Fue en el mes de junio de 1699 que se da por finalizado este tramo de camino.

Durante el tiempo que permanece en el sitio recabó información entre los naturales sobre el mejor camino para acceder a la costa Oeste. Los informes que recibió le indicaron que la mejor opción era continuar por el cauce del arroyo “Las Parras”, por el mismo que había llegado a este sitio. Regresa a Loreto en donde prepara todos los materiales, cabalgaduras y personas que lo acompañarían en esta aventura y, el día 7 de octubre de 1699, inicia su viaje hacia las costas Occidentales. Lo acompaña además del grupo de naturales y Yaquis, el capitán del presidio y unos cuantos soldados. El último punto explorado donde hicieron escala fue en San Francisco Javier, momento que aprovechó el capitán del presidio y los soldados para fabricar adobes e iniciar con la construcción de una capilla y un cuarto para el sacerdote. El 27 de octubre, muy de mañana, salen los exploradores y durante su ruta fueron bien tratados por todos los Californios que encontraron los cuales les regalaban mezcales y conchas y les daban información o los acompañaban hacia los aguajes más cercanos.

Durante este viaje, el padre Píccolo pudo hacer gala de sus dotes de gran diplomacia, algo que lo caracterizó durante toda su vida. Siempre se distinguió por el gran respeto y aprecio por los naturales y sus costumbres, negándose, cuando así se lo ordenaban, a educar a los Californios  sólo en idioma Español. Su respeto por las decisiones de los naturales era tal que, por ejemplo, en este viaje pidió a las mujeres de una ranchería que le dejaran bautizar a sus hijos, pero ellas le replicaron que debían esperar a que regresaran sus esposos, que estaban de cacería, para que ellos tomaran esa decisión; el sacerdote Francisco María no puso objeciones ni reparos y prodigó el mismo cariño y alimento a todos sin molestia por la negativa.  Al poco tiempo llegan a su destino final y pudieron contemplar una inmensa bahía, con abundante alimento, pero que lamentablemente no ofrecía refugio pertinente para el Galeón de Manila. Permanecieron en el sitio por varios días hasta que empezaron a escasear las provisiones por lo que el padre Píccolo y el capitán ordenaron el regreso a San Francisco Javier. Tras una penosa marcha por parajes con escasa agua, llegan a San Javier el 30 de octubre aproximadamente a las 3 de la tarde. Como conclusión de este viaje podemos decir que había sido un éxito, puesto que llegaron a las costas del Mar del Sur y entablaron alianzas de amistad con los grupos de Californios que habitaban en esos terrenos.

Un suceso que estuvo a punto de dar por los suelos con este proyecto de Misión de San Francisco Javier Vigge Biaundó fue protagonizado por un soldado el cual se había casado con una neófita del lugar. Cuando llegó la temporada de la cosecha de pitahayas (denominada  Mejibó en lengua Cochimí) la esposa del soldado decide unirse con sus familiares y vagar por el monte recolectando y disfrutando de estos frutos. El esposo, molesto por su ausencia, decide seguirla para traerla de regreso, en el camino es abordado por un Californio ya anciano el cual trata de convencerlo para que no lo haga pero al calor de la discusión, el soldado le dispara y lo mata. Los demás habitantes de la ranchería al escuchar la detonación acuden al sitio y, al percatarse de lo ocurrido, asesinan al soldado destruyendo a su paso lo poco que se había construido de la Misión. Afortunadamente para el sacerdote Píccolo, éste se encontraba de viaje, ya que de lo contrario seguramente habría pagado con su vida por esta desafortunada situación. Con el tiempo los ánimos se calmaron y los cabecillas del levantamiento fueron perdonados, regresando la tranquilidad a esta Misión.

Durante el año de 1700 y 1701 se dejó sentir una gran hambruna en la California, al igual que otros sitios de la Nueva España, provocada por la casi total ausencia de lluvias. Esto motivó al padre Píccolo para que acudiera a las ciudades de Guadalajara y de México para gestionar apoyos en alimento y dinero para sus misiones Californianas, de no obtenerlo su labor evangélica en la península estaría comprometida. Durante su ausencia, el sacerdote recién llegado, Juan de Ugarte, lo cubrió en la titularidad de la misión de San Francisco Javier. Gracias a los buenos oficios de Píccolo, en enero de 1702 regresa a Loreto en el barco “San Javier” cargado con una buena cantidad de alimentos. Como un comentario que ejemplifica la desesperada situación que se vivía en la California por parte de los Colonos, el sacerdote Salvatierra dejó registrado en sus cartas que tanto sacerdotes como soldados “se habían visto en la necesidad de salir a buscar alimentos a la manera como lo hacían los nativos”.

Durante el año de 1702, el sacerdote Francisco María Píccolo, escribe su célebre informe titulado “Del estado de la nueva Christiandad de California, que pidió por auto la Real Audiencia de Guadalajara”. Este documento era un intento desesperado que realizó el ignaciano para convencer a las autoridades en apoyar de inmediato a sus hermanos de la California. En el escrito también realiza algunos comentarios sobre la fauna, flora y geografía de esta península. También reseña los esfuerzos que realizó al llegar a Loreto y cómo paulatinamente fue aprendiendo el idioma de los grupos de Californios hasta realizar los primeros viajes y fundaciones de misiones, las cuales hasta esa fecha eran cuatro: Nuestra Señora de Loreto, San Juan Londó, San Francisco Javier y Nuestra Señora de Los Dolores (en ésta última sólo había realizado algunos bautizos y concentración de naturales en este paraje).

El mencionado documento ha sido muy criticado por considerarlo como una versión con datos “exagerados y muy alegres” de la California. Incluso el mismo Miguel del Barco, misionero jesuita que por treinta años trabajó en las misiones de la península, lo califica de “tener muchos yerros” entre los que sobresale las “alabanzas a la fertilidad de la California”. Los defensores de los escritos de Píccolo sostienen que el sacerdote por lo general escogía sus caminos de exploración en cañadas de Arroyos y casi siempre en fechas en las que es probable que hubiera llovido, motivo por el cual hacía descripciones muy elogiosas del verdor de la península y la gran cantidad de flora y fauna que encontraba en su camino. En la actualidad, el proceso de desertificación que paulatinamente se ha extendido por la península ha ocasionado que el paisaje sea mucho muy diferente del que conoció Píccolo. A pesar de todo, el informe se ha publicado como libro en varios idiomas, sobresaliendo su inclusión en el libro “Kino’s historical Memoir of Pimeria Alta” de Herbert E. Bolton

Continuando con la vida del padre Píccolo, a pesar de sus grandes esfuerzos, como resultado de su viaje sólo obtuvo que se le pagara un apoyo de 6000 pesos que había estipulado el rey Felipe V para sostenimiento de las Misiones. En el mes de octubre de 1702, el barco que transportaba estas provisiones así como dos sacerdotes que se integraban a las acciones misioneras: Juan Manuel Basladúa y Jerónimo Minutuli, fueron sorprendidos por una gran tormenta la cual obligó al capitán a lanzar al mar la mayor parte de los suministros para evitar el naufragio y una muerte segura. Finalmente volvió la calma y pudieron llegar exhaustos y cansados a Loreto.

De regreso a la California se decide relevarlo definitivamente de su responsabilidad en la Misión de San Francisco Javier, quedando oficialmente encargado el padre Juan de Ugarte. A partir de este momento, Píccolo se dedica a gestionar recursos económicos y de alimentos para las escuálidas misiones Californianas y, en el año de 1704 viaja acompañado del sacerdote Basaldúa hacia Sonora, para solicitar al padre Eusebio Francisco Kino los socorriera con todo lo que pudiera enviar para estas tierras tan necesitadas. Como ya se ha comentado, Kino jamás se desvinculó de la California y puso a disposición de sus hermanos de Orden así como de los Californios todo lo que tuvo en su poder, enviando a través del puerto de Guaymas cargamentos de granos, herramientas, telas y en fin todo lo que pudieran necesitar. Por un breve periodo, durante este año,  el sacerdote Píccolo estuvo al frente de la Misión de San José de la Laguna o San José de Guaymas (hoy Guaymas), en Sonora.

De regreso a la península, el barco en que venía Píccolo transita frente a Bahía Concepción y Mulegé, causándole una grata impresión por su abundante agua y arboleda, pensando que sería un magnífico sitio para establecer una nueva Misión.  Lamentablemente, el honor de ser el fundador de la Misión no le tocó a Píccolo sino a su compañero de viaje, Juan Manuel Basaldúa, el cual en noviembre de 1705 funda la Misión que llevaría por nombre Santa Rosalía de Mulegé. En ese mismo año, el padre Francisco María es nombrado Visitador de las Misiones de Sonora y California por lo que tuvo que viajar constantemente en la gran extensión de este territorio, sin embargo, siempre tenía en mente a sus Californios y hermanos de la Compañía que habitaban estas tierras, por lo que de forma frecuente acudía al padre Kino para recordarle el envío de los apoyos.

En el año de 1709, al finalizar su encargo de Visitador, se traslada a la Misión de Santa Rosalía de Mulegé, donde el sacerdote Basaldúa había caído gravemente enfermo víctima de viruela. Debido a la severidad de su mal se le ordena quedarse con la titularidad de este sitio, permaneciendo en él por espacio de 9 largos años (hasta 1718). Como siempre, el padre Píccolo reinició su trabajo al frente de los Californios de esta misión evangelizándolos y enseñándoles las costumbres europeas, asistiéndoles en la enfermedad, la muerte y en general en todos los asuntos de la vida Misional. Aunado a lo anterior, continuó haciendo viajes de exploración por la sierra La Giganta para encontrar nuevos parajes y así evangelizar a más Californios. También, no cejaba en su empeño de encontrar algún puerto en la costa occidental para que sirviera como puerto para el Galeón de Manila.

En el año de 1706 aconteció un suceso muy desafortunado entre los sacerdotes y el hasta entonces capitán del presidio de Loreto, Antonio García de Mendoza. Esta persona acusó a Píccolo y Salvatierra de que les imponían mucho trabajo, a él y sus soldados, sin embargo, esto era una calumnia. El verdadero motivo de molestia del capitán era que los sacerdotes se oponían a que utilizara y explotara a los Californios en la pesca de perlas. Al final, la acusación del capitán no prosperó por lo que no le quedó más remedio que solicitar ser “licenciado” de su puesto, algo que de inmediato aceptaron los sacerdotes. A los pocos días y en votación secreta, los soldados deciden nombrar al portugués don Esteban Rodríguez Lorenzo como su nuevo comandante, destacando por ser muy trabajador y sobre todo afectó en grado sumo a los sacerdotes.

En el año de 1709, a petición de un grupo de Californios que procedían de una ranchería de nombre Kaelmet (hoy La Purísima), decide acompañarlos para verificar las condiciones del lugar y saber si era propicio para fundar una Misión. Al llegar al sitio lo encuentra muy hermoso con abundante agua y árboles, lo habitaban una gran cantidad de Californios los cuales se mostraron amables y afectuosos con los visitantes regalándoles agaves. Algunos de los naturales presentes le platican al padre Píccolo que siguiendo el cauce del arroyo pueden llegar al mar, el cual se encuentra a corta distancia. El sacerdote emprende el camino acompañado de los Californios y descubre un sitio maravilloso desde el que se aprecia el Mar del Sur, sin embargo no lo encuentran adecuado para establecer un puerto. Ese sitio actualmente se conoce como Boca de San Gregorio. Muy satisfecho de lo logrado, regresa a la Misión de Mulegé a la cual arriba el 24 de junio de 1709. En el año de 1712 realiza un nuevo viaje a este sitio en donde encuentra un lugar más propicio para fundar una Misión, lamentablemente por falta de misioneros esta fundación se retrasó hasta el año de 1717, imponiéndosele el nombre de La Purísima Concepción de la Santísima Virgen. En 1734, la Misión se traslada a un nuevo sitio que es donde definitivamente se encuentra.

El andariego padre Píccolo fue visitado en la misión de Mulegé por un grupo de Californios que residían en el valle de San Vicente, en un lugar por donde pasaba el arroyo Kadakaamán, y le piden que los acompañe ya que deseaban que los bautizara a ellos, sus mujeres y sus hijos y fundara una Misión en sus tierras. Ni tardo ni perezoso, el padre Píccolo, con sus 62 años a cuestas, hace los preparativos para visitar aquel lugar y parte de esta misión el día 13 de noviembre de 1716. A los pocos días llegan al lugar donde reconoce que es muy adecuado para la fundación de una Misión: mucha agua, muchas tierras para cultivar y una enorme cantidad de Californios que día a día iban llegando, tantos, que era imposible calcular la totalidad. En el paraje permanece todo el mes de diciembre y presencia diferentes ceremonias y costumbres de los habitantes de las rancherías, mismas que reseña en las cartas que escribió al padre Jaime Bravo, dejando evidencia con ello de su aguda inteligencia y gran capacidad de observador lo que permitió dar cuenta en estos maravillosos escritos etnográficos.

En el año de 1720 es nombrado Superior de las Misiones Californianas, pasando a residir al puerto de Loreto. Con el paso del tiempo la salud del sacerdote se va debilitando hasta el grado que en el año de 1721 se encuentra casi ciego, pero aún así seguía tratando de cumplir con sus obligaciones.  La falta de más misioneros que se destinaran al servicio de esta tierra y, el que todos los que residían en California se encontraran ocupados en resolver los graves problemas que les aquejaban en sus Misiones, ocasionaba que no pudiera relevársele de sus actividades. Aún con su precaria salud, el sacerdote Píccolo dictaba cartas en las que, tanto  intercedía ante las autoridades para que ampararan a los hijos de algún soldado del presidio como solicitaba encarecidamente que se destinaran más recursos para socorrer a las misiones que recién se iban fundando o se necesitaba fundar.

En el año de 1728, el sacerdote Jaime Bravo es comisionado para acudir a Loreto y socorrer en sus actividades al padre Píccolo. Los estragos que habían causado en su salud los años de privaciones así como los largos y pesados viajes de exploración fuero mermando día con día su cuerpo. El 22 de febrero de 1729, a la edad de setenta y cinco años, el sacerdote Francisco María Píccolo fallece en la quietud de su humilde camastro, rodeado por sus queridos Californios los cuales lo lloraron por varios días. Sus restos fueron sepultados en Loreto y tuvo el honor de ser el primer sacerdote jesuita que rindió tributo a la tierra en esta península Californiana.

Francisco María Píccolo fue un incansable viajero por las tierras Californianas, realizando incursiones de exploración y evangelización. Gracias a su espíritu inquieto y perseverante, contribuyó de forma directa e indirecta al establecimiento de un tercio de los establecimientos Misionales fundados por los jesuitas en nuestra península. Existe una frase que se atribuye a la Madre Teresa de Calcuta: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería mucho menos si le faltara una gota”. De la misma manera podemos resumir la obra del padre Píccolo, sin su entrega y amor por esta tierra, no seriamos la California que hoy tenemos.

 

Bibliografía:

Ponce A. (2012). Misioneros jesuitas en Baja California – 1683-1768. Madrid: Editorial Bubok

Lazcano C. (2017). Francisco María Píccolo: 288 años de su muerte, consultado el 18 de julio de 2020, de https://www.elvigia.net/general/2017/2/5/francisco-mara-pccolo-aos-muerte-263130.html

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Los Jesuitas expulsos. Un día triste para la California.

FOTO: Internet.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Los Jesuitas fue la orden religiosa comisionada por el Imperio Español para la conquista de las regiones del Noroeste Novohispano. A través de una documento firmado por el Virrey José Sarmiento y Valladares el 6 de febrero de 1697, se autoriza a los Ignacianos para que pasen el Mar Bermejo y establezcan un asentamiento permanente en la, hasta ese momento, inexpugnable California. Fue así como 8 meses después, Juan María de Salvatierra  tras un peligroso viaje funda el pueblo de Loreto en estas tierras peninsulares. Durante casi 70 años permanecerían en este rincón abandonado de la Nueva España, hasta que fueron ignominiosamente expulsados no solamente de este sitio, sino de todas las posesiones españolas. Aquí describiremos brevemente los hechos acontecidos desde las últimas horas que estuvieron en el puerto de Loreto antes de partir para siempre de esta tierra a la que tanto habían dado y, hasta llegar a su destino final, España.

El día 3 de febrero de 1768 todos los sacerdotes jesuitas que se encontraban en estas tierras de la California, quince en total, habían sido reunidos en el puerto de Loreto. En la mañana se le permitió al sacerdote Jorge Retz que celebrara una misa para pedir la protección de los peligros que cursarían en el viaje que se emprendería, pero también para encomendar a todos los conversos que quedaban en estas tierras. El encargado de dar la prédica en la misa fue el sacerdote Juan Diez, mexicano. El resto del día se dedicaron a preparar las pocas cosas que les permitieron llevar como parte de su equipaje y a consolar a los catecúmenos que se acercaban a ellos.

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El gobernador Gaspar de Portolá ideó el plan de embarcar a los sacerdotes por la noche, con el fin de  evitar aglomeraciones, y que en un momento dado los catecúmenos planearan liberarlos, sin embargo esto fue en vano. En cuanto los sacerdotes pusieron un pie fuera de la habitación donde estaban confinados, la multitud, integrada por naturales y los mismos españoles que habitaban el lugar, se abalanzaron hacia ellos abrazándolos, besándolos e incluso muchos de ellos se arrodillaban y ponían sus brazos en cruz clamando porque les fueran perdonados sus pecados. Los menos, entre lágrimas los abrazaban y les deseaban un buen viaje. Era un espectáculo lastimero y conmovedor. Se dice que incluso el mismo gobernador Portolá al ver estas muestras de afecto sincero no pudo contener las lágrimas. A pesar de que había sido comisionado por el Marqués José de Gálvez para actuar con dureza en contra de los jesuitas, no sólo no obedeció estas órdenes sino que los trató de la mejor manera posible, prohibiendo a sus soldados hacer cualquier acto de crueldad o falta de respeto contra los clérigos. Los proveyó generosamente de todo lo que necesitarían durante el largo y pesado viaje hasta el puerto de Veracruz en donde serían embarcados rumbo al destierro.

Se dice que durante el camino hacia la playa se escuchó decir a uno de los sacerdotes la siguiente frase: “¡Adiós, pues, querida California!, ¡adiós, queridísimos indios! No nos separamos de vosotros voluntariamente, sino por decisión superior. Aunque físicamente estemos distantes, sin embargo os llevamos impresos dentro de nuestros corazones y ni el paso del tiempo, ni el olvido, ni incluso la misma muerte podrán nunca borraros. Dejad de llorar y de lamentaros; no sirve para nada. No estéis tristes por nosotros, pues marchamos alegres, porque hemos sido considerados dignos de sufrir persecución en el nombre de Jesús. Os hemos ayudado todo lo que nos permitió la divina Providencia y os hemos conducido al camino de la vida eterna”. Otros sacerdotes no dejaban de rezar las Letanías a la Virgen de Loreto hasta que, ya cerca de la media noche, fueron embarcados esperando el alba para partir del lugar.

 

A la mañana siguiente, el 4 de febrero, el mar se mantuvo en calma y debido a la ausencia de viento la nave tuvo que permanecer estacionada frente al puerto en espera de partir. Afortunadamente para los hacinados Jesuitas, el día 5 de febrero sopló un viento muy fuerte, por lo que por fin pudieron partir hacia el puerto de Matanchel al cual llegaron en 4 días. Una vez que atracaron y después de haber tomado sus alimentos, se acercó una barca con algunos soldados los cuales tenían órdenes de sustituir a la tripulación que condujo el barco hasta ese punto, tal vez por temor a que, coludidos con los padres, les permitieran huir, y posteriormente los llevaron al puerto de San Blas. En este sitio pasaron la noche, a la intemperie y sufriendo la plaga de zancudos, escorpiones y las temibles niguas que tanto daño causaban a los habitantes del paraje. En este sitio permanecieron por 4 días.

Prosiguieron su viaje hacia la ciudad de Tepic. En el trayecto, la mayoría de los sacerdotes se enfermaron de infecciones en el estómago. Durante el día sufrían de largas jornadas de caminata en donde sólo se les ofrecía un poco de agua y al anochecer una comida mal preparada e insípida. Se les prohibía conversar con las personas con las que se toparan y, en general, sufrieron muchas ofensas y maltratos de parte de los soldados que los conducían.

Posteriormente prosiguieron su marcha a Guadalajara, sin embargo no se les permitió entrar a este sitio, sino que se les hospedó en una finca cercana a ella. En ese sitio estuvieron por 4 días. Antes de partir del lugar celebraron una misa y la dedicaron a Nuestra Señora de Guadalupe. Al finalizar partieron hacia la ciudad de México.

Pasaron por el poblado de Guanajuato, en donde descansaron por espacio de tres días. Después emprendieron la marcha hacia la capital del virreinato, sin embargo no se les dejó ingresar sino que se les desvió hacia el pueblo de Cuautitlán, en donde estuvieron por 4 días recuperándose de enfermedades y del cansancio. Fue entonces cuando llegaron varias carretas y se permitió que el resto del viaje, hasta la ciudad de Veracruz, se realizara en este medio de transporte. Finalmente el 25 de marzo llegaron al lugar tan esperado. Habían transcurrido 44 días de espantoso viaje en donde todos habían enfermado, incluso varios de ellos de gravedad, pero afortunadamente y pese a los malos tratos y sufrimiento que les dieron sus celadores, lograron llegar vivos a este nuevo sitio.

En la ciudad de Veracruz fueron hospedados en el convento de los Franciscanos. Los sacerdotes fueron divididos en grupos y recluidos en celdas. Se hizo una revisión de sus equipajes para verificar que no guardaran objetos de valor o dinero y les fueron confiscados varios libros y documentos, incluso aquellos que en un principio se les había permitido llevar con ellos. El día 13 de abril fueron conducidos a la costa para embarcarlos hacia el puerto de la Habana en la isla de Cuba.

El barco que los llevó hacia esta isla se llamaba Santa Ana, una vez que llegaron a Cuba fue sometido a revisión y se encontró que se encontraba podrido de la quilla, por lo que se consideró como un milagro que no hubieran naufragado en la travesía. Durante el viaje se les dio de beber agua sucia y pestilente, así como pan y carne con gusanos. Fue todo un calvario el que sufrieron en el trayecto.

El día 5 de mayo llegaron al puerto de la Habana donde fueron recibidos por el gobernador Francisco Antonio Bucareli y Ursúa. Posteriormente, todos los sacerdotes fueron conducidos a la Hacienda Virgen del Rey, en donde se les dividió en varias celdas. Durante los días que permanecieron en el sitio fueron sometidos a un control riguroso, de tal forma que se les impedía estar más de dos de ellos en un espacio, y cuando algún sirviente les llevaba comida o agua, era obligado a desnudarse para que los soldados verificaran que no llevaba mensajes ocultos entre su ropa. Se les sometió a una nueva inspección de sus pertenencias en donde fueron despojados de más de ellas. Finalmente el día 19 de mayo se les embarcó en el barco San Joaquín rumbo a España.

Durante este último trayecto sufrieron un intento de ataque pirata, por lo que los tripulantes de la nave tuvieron que entregarles armas y colocarlos en diversos puntos de la cubierta, con el fin de que ante un eventual ataque pudieran defenderse, ya que de ser capturados su fin sería el mercado de esclavos en África. Afortunadamente, tras unas pocas horas los piratas los dejaron en paz sin atreverse a atacarlos. Al revisar las armas, los sacerdotes encontraron que de poco o nada hubieran servido, ya que estaban totalmente oxidadas e inservibles. Finalmente el día 8 de julio de 1768 atracó el barco en el puerto de Cádiz.

Esta terrible peregrinación finalizó cuando los sacerdotes jesuitas fueron distribuidos en diferentes Casas y Conventos, de acuerdo a su nacionalidad. Lo que ocurrió con ellos durante su estancia en España es digno de un nuevo relato, así como el derrotero que siguieron muchos de ellos al regresar, algunos, a sus lugares de origen, y otros a vivir eternamente exiliados en lugares que no conocían, como fue el caso de los Jesuitas Americanos.

Los Jesuitas cumplieron con su misión en la California de forma sobresaliente. Se puede analizar su influjo y su obra desde diversas ópticas, pero lo cierto es que no merecían un fin tan triste y humillante como el que les deparó la Corona Española. Justo es ahora que recordemos sus buenas obras y aquilatemos en su justa dimensión aquel sueño largamente acariciado por ellos, en esta tierra a la cual regaron con sus lágrimas y su sangre.

 

Bibliografía:

Expulsados del infierno. El exilio de los misioneros jesuitas de la península californiana (1767-1768) – Salvador Bernabéu Albert

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El ocaso de Guamongo y la Real Cédula del 6 de febrero de 1697

FOTO: Ayuntamiento de Loreto

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Antes de la llegada de los primeros colonos europeos a la Antigua California, Guamongo, divinidad principal de los guaycuras, causante de todas las enfermedades, se enseñoreaba en sus tierras, protegiendo a los guamas, sus principales adoradores y seguidores. Sin embargo, el destino había escrito el final de su reinado, el cual llegaría con el arribo a sus costas de unos hombres vestido de negro, de largos ropajes y que entre sus pertenencias portaban una cruz como símbolo de poder: los jesuitas.

Se tiene registro que desde la llegada de Hernán Cortés a estas tierras (1535) ya venía acompañado de sacerdotes, los cuales durante el tiempo que permaneció en la Bahía de la Santa Cruz hoy La Paz—, se dedicaron a convertir a los gentiles y a construir un incipiente templo. No obstante, debido al desafortunado final de esta expedición y a lo intempestivo de su rescate, tuvieron que abandonar la empresa (1536).

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Pasaron alrededor de 147 años para que, de nuevo, la Corona Española tomara la decisión y tuviera el empeño para concretar la exploración y la consolidación de una colonia en la península que había sido descubierta. Tal empresa fue encomendada al almirante Isidro de Atondo y Antillón, el cual partió desde las costas de Sinaloa, el 18 de marzo de 1683 rumbo al puerto de la Santa Cruz. Lo seguían los sacerdotes jesuitas Eusebio Francisco Kino, Pedro Matías Goñi y Juan Bautista Copart, los cuales representaban a su Compañía tras haber conseguido la licencia del virrey José Sarmiento y Valladares, conde de Moctezuma, para la evangelización de los gentiles que habitaban estas tierras.

Esta expedición no estuvo exenta de contratiempos, algunos sucesos trágicos como los acontecidos en el puerto de la Santa Cruz, y otros tristes como fue el que motivó que tuvieran que abandonar el puerto de San Bruno, recién fundado por ellos; pero lejos estaban estos desafortunados sucesos de cortar el deseo del Imperio Español, sobre todo de los miembros de la Compañía de Jesús, por regresar a la California y continuar con su labor expansionista.

Para la consecución de tal fin, los altos jerarcas de los jesuitas en la Nueva España promovieron acciones decididas y agresivas para evitar que las demás órdenes, que también ambicionaban ser las responsables de la conversión de los gentiles en la California, se les anticiparan. Y es así que consiguen la Real Cédula del 6 de febrero de 1697, en la cual el virrey José Sarmiento autorizó el establecimiento de la Compañía de Jesús en la California con una doble condición: por un lado, que la conquista se hiciese en nombre del rey de España; y por otro, que esta campaña de ocupación y evangelización del territorio no supusiese un gasto para la Real Hacienda. Con ello los jesuitas obtenían también la responsabilidad civil y militar, de modo que a la labor evangelizadora primeramente encomendada se sumaba la potestad sobre el poder político y militar de los territorios conquistados.

Mucho tuvo que ver el trabajo de los sacerdotes Kino y Juan María de Salvatierra para que esta Cédula fuera suscrita, y por fin su tesón se vio coronado con el éxito; a partir de ese momento toda la estructura de la orden de los jesuitas en la Nueva España se pone en marcha para facilitar los medios por los cuales se pudiera concretar esta expedición: se consiguió el barco para trasladar a la gente que acompañaría a Kino y Salvatierra a dichas tierras, y se inició la recaudación de fondos entre los hacendados acaudalados y piadosos, lográndose obtener una buena suma de dinero, en efectivo y en promesas de pago que se harían efectivas en el transcurrir del tiempo.

Padre Juan María de Salvatierra. FOTO: El Vigía

Llegado el mes de octubre y casi a punto de partir, una rebelión entre los indígenas pimas de la Sierra Tarahumara, orilló al padre Francisco Kino a dirigirse hacia esos sitios para tratar de detener el alzamiento, obligando a que Juan María de Salvatierra fuera el apóstol de las Californias, a quien correspondió el honor y gran responsabilidad de concretar esta gran empresa.

Fue el 19 de octubre de 1697 cuando la expedición llegó a las costas peninsulares, pero hasta el día 25 del mismo mes, se realizó una misa solemne así como una procesión con lo que se fundó oficialmente el puerto de Loreto, siendo la primera colonia permanente que se estableció en la península. Durante los primeros años de trabajo en estas tierras se presentaron muchas privaciones, debido a que la Corona española se negaba a darles socorro, esto justificado por la cláusula establecida en la Real Cédula del 6 de febrero, en la que claramente se especificaba que la Compañía de Jesús no sería un cargo económico para la Real Hacienda.

Los envíos de bastimentos desde Sonora y Sinaloa no eran tan frecuentes ni en la cantidad necesaria para mitigar el hambre de los colonos, por lo que muchos de ellos desertaron y regresaron a sus lugares de origen; por otra parte, y a pesar de que se había garantizado el control político y militar de las Misiones que se establecieran en las tierras conquistadas, en muchas ocasiones esto no era respetado por los soldados de presidio que se asignaban para proteger a los sacerdotes. Hubo varios actos de insubordinación o franco desdén por parte de los soldados al negarse a acatar las órdenes que les daban los jesuitas, llegando incluso a discutir acaloradamente en público.

Sin embargo, la colonización y evangelización de la California se puso en marcho y su avance fue irrevocable; Guamongo se vio desterrado de sus tierras por las que durante milenios se enseñoreó a su antojo y voluntad, y hasta el día de hoy sigue confinado en alguna oscura cueva o en el fondo del mar, tal vez esperando la oportunidad para resurgir de nuevo victorioso.

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