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Los muros de agua, las Islas Marías y de cómo las prisiones no son las rejas

 

FOTOS: Internet

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Las Islas Marías son parte de la historia penitenciaria de México, pero también de un tiempo en que la disidencia política era motivo de persecución y cárcel: decenas de presos políticos fueron mandados a estas icónicas ínsulas desde 1905; casi podría decirse que es la historia de la represión por causas ideológicas.

Hace algunas semanas, el presidente Andrés Manuel López Obrador estuvo en las islas supervisando los avances de los trabajos realizados —que iniciaron en 2019, con el decreto que abroga el Estatuto de las islas—, que es una propuesta educativa llamado Centro de Educación Ambiental y Cultural “Muros de Agua – José Revueltas”, especialmente en la llamada Isla Madre, cuyo objetivo es impulsar el conocimiento, el respeto y la protección de la biodiversidad, el patrimonio natural, social y cultural y con ello generar conciencia ciudadana sobre la conservación, además de cambiar el enfoque histórico que se tiene del sitio, que pase de ser una prisión a un espacio educativo, libre y de cuidado de la vida en general.

 

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El nombre “Muros de Agua – José Revueltas” hace referencia a la novela de Los muros de agua (1941) de José Revueltas (1914-1976), la ópera prima del autor. Su lectura obligada nos remite no solo a la historia de las injusticias, la represión, la tortura y persecución ideológica. Revueltas, de filiación comunista, estuvo dos veces en las islas —la primera, durante tres meses (1932), siendo un adolescente, por repartir propaganda del PCM en la vía pública y la segunda (1934-1935), que duró más de un año, por apoyar una huelga sindical de peones agrícolas—, y que habría de reflejar en su narrativa a lo largo de su vida. No obstante, Revueltas tiene una larga historia de encarcelamientos, por lo que la Islas Marías no fueron su primera vez ni la última, destacando su condena por dieciséis años en Lecumberri, después de la matanza de Tlatelolco, por haber apoyado el movimiento del 68 y ser el líder ideológico de la causa, sin que existiera ningún fundamento para que lo apresaran.

Los muros de agua nos cuentan la historia de cinco personajes, entre los que se cuenta una mujer, que son recluidos en las islas dentro de una cárcel no de muros de piedra sino de agua, que viene a ser un modo de tortura psicológica para quebrar las emociones de los internos. A la par de esos presos, a los que Revueltas llama “los políticos”, también descubrimos a seres marginales, a los que el escritor siempre dio preponderancia en sus obras. Ahí son sometidos a trabajos forzados. Con una voz que llega a ser dolorosa por las implicaciones sociales e ideológicas, la novela nos va guiando por la visión del escritor y de cómo la condición humana puede ser llevada a situaciones de sufrimiento y violencia. El encierro crea paradigmas y conductas que habrán de reflejarse en la vida interior de los presos, incluso después de haber salido, donde la prisión no serán las rejas, sino la opresión emocional que no les permite una vida plena, que bien reflejó Constantino Cavafis en su poema “Murallas”:

Sin vergüenza, sin consideración y sin piedad

me han construido en torno altas, sólidas murallas.

Y ahora, heme aquí, quieto y desesperándome.

No pienso en otra cosa: este destino me devora el alma.

¡Tantas cosas tenía yo que hacer ahí fuera!

¡Cómo no me di cuenta cuando las construían!

Y sin embargo nunca oí ruido ni voces de albañiles.

Desde el mundo exterior —y sin sentirlo— me encerraron.

Vale la pena no solo revisar de nuevo esta historia, sino la obra en conjunto de José Revueltas, pues es uno de los máximos narradores de su generación, pero menospreciado por la elite literaria, como Ricardo Garibay, quien aseguró: “Revueltas, estrictamente como escritor, pues era un hombre de poca monta. ¿Por qué comenzar a decir cuando se ha muerto que era el gran escritor mexicano, el novelista de última generación? ¿A qué vienen esos aspavientos y esas tonterías? En realidad, José Revueltas fue un hombre que se desvió mucho en cosas extraliterarias”, lo cual denota ignorancia y el poco aprecio por una obra descomunal. Los escritores del narco son, por ejemplo, frente José Revueltas, plañideras literarias que caminan por las pasarelas de la falta de visión social, que en realidad jamás han experimentado la violencia por motivos ideológicos sino porque hablar de ella es la moda editorial que reditúa ganancias.

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Las islas Marías. El penal entre cuyos “colonos” estuvo José Revueltas

Islas Marías. FOTOS: Internet.

Colaboración Especial

Por José Leónidas Alfaro Bedolla

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En la empresa constructora en la que yo trabajaba, en el año 2012, último del sexenio del presidente Felipe Calderón, me mandaron a realizar una supervisión de la maquinaria pesada con la que trabajaban un  proyecto en las islas Marías. El archipiélago está formado por tres: María Magdalena, María Cleofas y María Madre, es en esta última donde está la población de los presidiarios; ellos se consideran “colonos”.

La extensión de la isla Madre es de 140 km2. Y cuenta con poblados: El Zacatal, Laguna del Toro, Bugambilias, Morelos, Aserraderos y Puerto Balleto, éste es como la capital, ahí están las oficinas administrativas, clínica, escuelas e iglesia.

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El archipiélago de las islas Marías fue adquirido por el presidente Porfirio Díaz, quien mediante un decreto del 12 de mayo de 1905 lo destinó para crear ahí el penal; la idea era poner a trabajar en las minas de sal y cal, a los delincuentes más peligrosos, ello con el fin de regenerarlos.

En los informes oficiales, se dice que las islas Marías han sido poblada por todo tipo de delincuentes; en las décadas de los años 50’s a 80’s, época del partido hegemónico, el lugar era utilizado para desterrar a los que se oponían al régimen; muchos murieron en las jornadas de aquellas minas. Hubo algunos que lograron resistir, entre otros: José Revueltas, La Madre Conchita y Pancho Contreras, luchador social que había asesinado a un cura.

José Revueltas.

Los mitos, leyendas y demás comentarios sobre la vida en el lugar, resulta contradictorio porque el sistema penitenciario que ahí se practica, lo han llevado de un extremo a otro.

En aquella visita que realicé, para aceptar mi visita al penal, la empresa debió gestionar, con un mes de anticipación, mi aceptación. Recuerdo, llegué en un bimotor de 20 plazas, al bajar fuimos llevados a la aduana, un salón donde se nos desnudó y esculcaron nuestras pertenencias de manera rigurosa; recordé a Papillón. Fueron recogidos celulares, cámaras y grabadoras, también dinero; se nos permitió pasar sólo mil pesos. Todo esto me pareció necesario, estimando que el lugar debe ser resguardado para seguridad, tanto del personal como de los mismos penitenciarios, pero además, evitar el contrabando de drogas y la posible planeación de fugas.

Nos llevaron directos a las casas que debimos habitar en compañía de presos. Me llamó la atención el orden y la limpieza en todas partes; en los comedores, el menú exquisito y variable en las tres comidas. Al principio me mantuve reservado, temeroso, pero a medida que fueron pasando los días, sin darme cuenta, mi actitud cambio, eso fue por el trato de confianza recibido de parte de los presidiarios. Además, supe que toda falta se castigaba de manera severa, de ahí el comportamiento y el orden.

El desarrollo de mi trabajo me exigía desplazarme por toda la isla, eso me permitió ver la diversidad de actividades que ahí se desarrollan. Desde las siete de la mañana, todo mundo ya estaba al frente de su trabajo: agricultura, ganadería, aserradero, existe un bosque de donde se extrae cedro; talleres de carpintería, artesanía en barro, madera y pintura; un galpón con torno moderno y diversidad de equipo donde se imparte la carrera de Ingeniería Industrial. En las obras que la constructora tenía bajo su responsabilidad, la mayoría de los trabajadores eran presos; los demás éramos de la empresa: administradores, ingenieros, arquitectos, yeseros, etcétera.

En los comedores se intensificaban las charlas, se prolongaban al final del día; el horario de trabajo terminaba a las 18:00 horas y el toque de queda se daba a las 21:00. Nadie debía andar en las calles, sólo los de vigilancia, y los que por alguna razón debían cumplir una labor especial.

La persona con quién más conviví, fue con Jacinto, él fue el chofer asignado para llevarme y ayudarme en mi trabajo, era un joven de 37 años, por su buena conducta, le permitieron llevar a la isla a su esposa y dos hijos de 7 y 11 años. Y dije “era” porque ahora ya es un hombre libre reintegrado en la sociedad, logró graduarse de ingeniero industrial, y está labrándose en un mejor porvenir. Una tarde, lo invité a tomar una Coca Cola, y sin más, le pregunté:

–Jacinto, ¿Usted por qué está aquí? –se quedó pensando un instante, dio un trago y contestó.

—La ambición me ganó. Le entré al “negocio”, había realizado quince viajes sin problemas, doce de mis jefes, y dos míos. Llevaba el tercero por mi cuenta, pero alguien me traicionó. Me detuvieron con 10 toneladas de mota.

—¡Diez toneladas! Jacinto, ese bulto es muy grande, cómo creyó que lo podía pasar.

—Disculpe. De veras, ¿no imagina cómo?

—Bueno, pues… sólo que sobornara a las autoridades.

—¡Pues claro! Amigo, todo la droga que se trafica, sea por aire, tierra o agua, debe ser con un acuerdo. De otro modo, no pasa nada. La vigilancia es eficaz.

—Cambiando el tema, tengo una inquietud. He visto que la mayoría de los presos…, ¡Perdón!, colonos. Tienen finta de ser buenas personas, por ejemplo, el cocinero de Morelos…

—¿Capulina?

—Ese mero, se parece al que fue Capulina, un hombre campechano, cara de inocente, y…

—Mató a seis federales.

—¡¿Qué!?

La mayoría estamos aquí por delitos federales. Capulina fue víctima de una traición… se la cobró caro —como dijera Elmer Mendoza.

Los bunkers de concreto armado que su constructora está construyendo, son para encerrar a los más peligrosos, esos, que han armado la guerra del narco, incluyendo a los malos políticos.

El sistema que vi en las islas Marías, me consta, es eficaz, logra redimir. ¿Estarán dispuestos a construir los penales que sean necesarios? Islas hay. Lo que falta es voluntad y honestidad. ¿Sí o no?

Nota: Gobernantes mexicanos, somos millones los que estamos esperando aclaren miles de asesinatos, entre ellos, los de periodistas como Javier Valdés Cárdenas. Leónidas Alfaro Bedolla: autor de la novela La agonía del caimán