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La corruptible levedad del FONCA: ¿en verdad necesitamos becas literarias?

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuando a principios de la década de los noventa se le quitó al Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) la rectoría de la actividad cultural en México para darle paso a la creación del Conaculta, muchos alzaron la voz para indicar que se estaba yendo en contra del bien común, pues el INBA sólo pasaba a ser un departamento cultural, casi nomás exclusivo del Distrito Federal. El primer presidente fue Víctor Flores Olea, que luego habría de ser destituido por el megaberrinche del poeta Octavio Paz porque no fue “invitado a tiempo” en el famoso Coloquio de Invierno organizado por la izquierda mexicana como respuesta al Encuentro Internacional “La experiencia de la libertad”, emprendido por el mismo Paz dos años antes, en el que daban las exequias y tocaban el Réquiem al socialismo (en ese donde el otrora Vargas Llosa dijo su famosa “el PRI es la dictadura perfecta”).

Lo cierto es que Paz sí fue invitado, a la par que todo el grupo de la revista Vuelta, y sólo aceptaron cuatro, mientras que otros cuatro se autoexcluyeron, entre ellos el propio Paz. El escándalo fue tan grande, que Flores Olea terminó renunciando en 1992, pero muchos intuimos e interpretamos por qué había sido; entre los alegatos estaba que dicho Coloquio lo financiaba el Estado mexicano. Eran los tiempos del sexenio del naciente neoliberalismo en México, donde Salinas de Gortari pasaría a ser “el padre” de ese sistema económico, aunque años atrás Miguel de la Madrid lo había implementado primero. Recuerdo que al dichoso Encuentro de Paz muchos no fuimos, mientras al Coloquio sí. Al Encuentro lo apoyó y transmitió Televisa, y al Coloquio no.

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La cría institucional llamada Conaculta pasaría a ser la entidad que organizara, fundamentara y repartiera el presupuesto “con transparencia y honestidad”. Los primeros cuatro años de Conaculta parecieron buenos en muchos sentidos y, al menos, se veía disposición de su presidente de hacer las cosas bien. Con la creación del fideicomiso del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) muchos comenzamos a soñar con la posibilidad de una beca para poder dedicarnos más o menos de lleno a la creación literaria (en el caso de los escritores). No obstante, pronto se vio que una gran mayoría de esos apoyos se repartieron entre grupos intelectuales, que conformaron una élite que no requería recursos, pero que tenían relaciones, influencias y poder político para hacerse del presupuesto cultural.

Según la Secretaría de Cultura, desde 1989 y hasta 2019 el FONCA ha concedido 22 mil 826 apoyos, estímulos y becas a la creación artística en 96 disciplinas y especialidades, y ha apoyado a más de 19 mil creadores individuales y 3 mil 825 grupos artísticos con diferentes talentos, capacidades, lenguajes y categorías; es decir, muy poco con respecto a la gran gama de necesidades multiculturales de México, que son millones. En algunos encuentros de escritores donde estuve a lo largo de los años, escuché a escritores “consagrados y muy leídos” quejarse porque a fulanito sí le habían dado, y a zutanito no. Yo a esos escritores los veía con admiración, pero después de verlos como simples mortales que lloran por las becas, dejé de leerlos.

Y así veíamos cómo las becas a escritores comenzaron a repartirse entre unos cuantos, y cómo algunos la recibieron durante 25 años hasta en seis ocasiones. La ilusión de ser apoyado se diluyó con el paso de los años. Asimismo, nos preguntamos si en verdad era necesario recibir una beca por escribir, si sabíamos que hacerlo dependía sólo de nosotros y no de un recurso. Muchos vimos todo eso como una manera de control social o de “acallar voces” como se dijo en principio, aunque Flores Olea habría de negarlo. Nos centramos en la obtención de las becas y premios; escribíamos y proyectábamos para eso. Por supuesto, no todos, pero un buen número basó su carrera en ese prurito ya sea porque era para salir adelante por falta de trabajo, ya por la comodidad de un dinero extra, aunque le fuera muy bien (“poetas prósperos”, diría un amigo poeta) o ya para darle rienda suelta a una vida disipada, egocéntrica y adicta. Sí pienso que de algún modo olvidamos lo fundamental que era crear y ser leídos. Muchos caímos en esa trampa de perseguir el recurso, fincar nuestro talento en función del otorgamiento de becas o de premios.

A la larga el FONCA terminó corrompiéndose como casi todas las instituciones de México. Ahora la apuesta es salir del engaño, escribir porque nos importa la literatura y no el recurso económico.

El FONCA debe desaparecer sin duda alguna, de tajo y para siempre. No más presupuesto repartido entre una élite de intelectuales soberbia, clasista, racista y sin altura de miras. Un nuevo organismo que pueda abarcar y financiar todos los proyectos posibles y distintos cada año, sin que se repitan, con el fin de que la cultura nacional pueda seguirse moviendo con libertad. Propuestas podría haber miles, con la participación de todos y no dictados desde la burocracia. Evidentemente que la cultura nunca ha dejado de moverse, que los escritores siguen escribiendo a pesar de todo y en cualquier condición, pero sería pertinente replantearnos qué tipo de institución queremos: sin corrupción y que tenga la fuerza suficiente para dirigir los destinos de esa cultura, para que jamás caiga en manos de unos cuantos que terminan siendo los mimados de un sistema, críos que terminan siendo los Frankenstein de la literatura y monstruos voraces del erario que nadie lee. El fin es que exista difusión de la obra en todo momento. Escribir para ser leídos.

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