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El descubrimiento de California: la navegación Becerra-Ximénez, 1533

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Los movimientos políticos, sociales y económicos de la Europa de finales del siglo XVI, iniciaron una serie de exploraciones a través de los mares que contribuyeron en la construcción de un nuevo orden mundial. Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Diego Becerra de Mendoza y Fortún Jiménez, entre muchos otros, fueron eslabones de la gran cadena de exploraciones que finalizaron con el descubrimiento, sometimiento y colonización de América, o mejor dicho “con la construcción de América” en palabras del historiador y filósofo mexicano Edmundo O´Gorman.

El tema que hoy nos ocupa es la segunda expedición que envió Hernán Cortés en su deseo por encontrar, por un lado, una ruta hacia las islas de Especiería, sitio del cual se extraían una gran cantidad de productos vegetales (las especias), las cuales eran cotizadas en su precio en oro en la Europa de aquellos años. Por otra parte, Cortés también estaba deseoso por conocer si en estas partes del Occidente de la Nueva España, se localizaba la mítica isla California y sus incalculables tesoros. Recordemos que ya en el año de 1532 había enviado una expedición consistente en dos navíos completamente equipados con personal y bastimento, al mando de Diego Hurtado de Mendoza. Esta expedición había dado frutos amargos puesto que a medio camino, una parte de la gente se insubordinó y fueron devueltos a Acapulco en uno de los barcos, el resto del contingente, encabezado por Hurtado de Mendoza continuó su periplo, pero desapareció sin dejar rastro alguno, en algún lugar de las tierras que recientemente había conquistado Nuño de Guzmán y que corresponden al actual estado de Sinaloa. Como colofón de este viaje, se comenta que los amotinados que fueron devueltos, llegaron a un sitio llamado “Bahía de Banderas”. Procedieron a desembarcar y rellenar sus ya exhaustas provisiones de agua. Lo que ellos ignoraban es que debido a los malos tratamientos que había dado Nuño de Guzmán a los naturales que poblaban el sitio, al verlos llegar creyeron que eran gente de este mal capitán y cayeron sobre ellos con singular violencia. Aquello fue una carnicería, sólo sobrevivieron dos de los españoles, los cuales huyeron rumbo a la Ciudad de México en donde narraron su triste final a Cortés.

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Conociendo el carácter empecinado y perseverante de Cortés, esto no fue un impedimento, sino más bien una motivación, para enviar una nueva expedición para indagar el paradero de Nuño así como continuar con las exploraciones. El marqués del valle de Oaxaca había empeñado su palabra y fortuna en las famosas “Capitulaciones” que suscribió con el rey de España, Carlos V, el 27 de octubre de 1529, y en donde se comprometía a descubrir, conquistar y poblar cualesquier isla, tierras o provincias que hay en la Mar del Sur de la Nueva España, que no sea en paraje de las tierras que hasta agora hay proveídos gobernadores. En este último punto se refieren a los capitanes Pánfilo de Narváez y Nuño de Guzmán, los cuales habían emprendido desde años antes la conquista de estos parajes y se les había concedido potestad sobre ellos.

Durante el resto de este año y buena parte del siguiente, el extremeño se dedica a supervisar personalmente la construcción de nuevos barcos en los cuales enviaría la nueva expedición que ya estaba preparando. Fue el día 30 de octubre de 1533 que zarpan del puerto de Santiago dos naves, la San Lázaro y la Concepción, que iban al mando de Diego Becerra de Mendoza. En la nave Concepción, como piloto mayor de la armada se encontraba Fortún Jiménez, natural de Vizcaya, España. Al parecer, este Jiménez era un sujeto que gozaba de mucho ascendiente sobre los tripulantes del barco, principalmente los de su misma región natal. Según lo consignado por Bernal Díaz del Castillo en su libro “Historia verdadera de la conquista de Nueva España”, donde nos dice Y el piloto Ortuño Jiménez, cuando estaba platicando con otros pilotos en las cosas de la mar, antes que partiese para aquella jornada, decía y prometía de llevarles a tierras bien afortunadas de riquezas, que así las llamaban, y decía tantas cosas cómo serían todos ricos, que algunas personas lo creían. Si concedemos completa veracidad a este testimonio de Díaz del Castillo, nos damos cuenta de la personalidad poco confiable de este piloto, en primer lugar él no sabía si era cierto que encontrarían las riquezas que contaba, y es muy probable que el contarles estas suposiciones a sus compañeros fuera para contar con su confianza y que en un dado caso, lo secundasen ante cualquier curso que tomara. Tal vez desde este momento, Jiménez ya estaba fraguando el apoderarse de la nave para capitanear la búsqueda de las riquezas que tanto pregonaba.

Una vez que los exploradores se hicieron a la mar, el barco San Lázaro, el cual iba comandado por Hernando de Grijalva, se separó del rumbo que tenían marcado y jamás volvió a reunirse con la tripulación de la Concepción. De acuerdo a las investigaciones del historiador Carlos Lazcano, comenta que al separarse Grijalva, en realidad no buscó el reencuentro con la capitana para no estar bajo el mando de Becerra y llevarse él solo la gloria de los descubrimientos que hiciera. Mientras tanto, en el barco San Lázaro se daban una serie de desencuentros entre el capitán Diego Becerra y una parte de la tripulación. Al parecer, Becerra tenía un carácter colérico y altivo que lo hacía “malquistarse y hacerse de palabras” con las personas con las que interactuaba.

De acuerdo al testimonio de Díaz del Castillo, en un momento no determinado del viaje, una parte de la tripulación, consistente en los vizcaínos y soldados con los que había tenido desencuentros Becerra, se amotinan bajo la dirección de Fortún Jiménez. Aprovechando la noche y que la mayor parte de la tripulación estaba durmiendo y desprevenida, los amotinados caen sobre el comandante y lo asesinan, así mismo combaten a los pocos marineros que trataron de defenderlo o se negaron a unirse a los rebelados. Afortunadamente, de entre los expedicionarios había un par de sacerdotes franciscanos los cuales mediaron la situación, y evitaron que hubiera más muertes. Al día siguiente, negociaron con Fortún Jiménez y su gente para que les permitiera desembarcarlos en una costa cercana y llevarse con ellos a los heridos y a los que no quisieran permanecer en la nave, a lo cual acceden y los abandonan en una parte de la costa del actual estado de Jalisco.

Recientemente, el historiador Carlos Lazcano dio a conocer un documento en donde aparece el testimonio de uno de los integrantes de la expedición y que fue testigo presencial de los hechos. El documento se llama “Informe a pedimento de Hernán Cortés sobre la muerte que se dio por Ortún Ximénez, piloto de una de dos embarcaciones que envió al Mar del Sur, y Pedro Ximénez, su hermano, a Diego Becerra, Caballero de Extremadura, que iba por capitán de las dos embarcaciones”. El testigo se llamaba Juan de Carasa y tenía el puesto de Contador en el barco La Concepción.

Gracias a este texto sabemos que el 27 de noviembre, después de navegar un mes por la actual costa de Oaxaca y Guerrero, Becerra llegó a la altura Zacatula y de ahí decidió irse a Cihuatán para aprovisionarse de agua. Al día siguiente 28 de noviembre, por la noche es cuando Jiménez inicia la rebelión apoderándose de la nave en forma violenta. Hieren gravemente a Becerra y asesinan a varios de sus allegados, sometiendo y apresando a los otros. No los asesinan a todo gracias a la intervención de los franciscanos. El 29 de noviembre los amotinados nombran capitán a Fortún Jiménez, a quien le juran lealtad. El primero de diciembre muere Becerra a consecuencia de sus heridas. Los amotinados arrojan su cadáver al mar envuelto en una manta junto con muchas piedras a manera de lastre. Navegan durante once días hasta que deciden dejar en la costa a los no amotinados es decir que fueron abandonados entre el 10 y 11 de diciembre de 1533. El mismo día de su abandono fueron auxiliado por Manuel de Cáceres, vecino de Colima, quien se encontraba en el pueblo de Apoztlán, a donde habían llegado caminando Juan de Carasa y el padre Juan de San Miguel. Así termina esta odisea para los no amotinados. Por desgracia no se conoce un testimonio así sobre lo ocurrido a Fortún y su gente.

A partir de este momento, Jiménez y sus amotinados se convierten en proscritos y pierden cualquier facultad legal para poder ser reconocidos por la corona Española como descubridores. De igual forma la posesión que hicieran de algún sitio y el nombramiento de los parajes por los que transcurrieran no tendrían ninguna validez debido a haber infringido la ley y cometido varios delitos. No les quedaba otra opción que continuar su viaje hacia un destino lo más lejano de las tierras gobernadas por Nuño de Guzmán y Pánfilo de Narváez, puesto que si los descubrían seguramente sería apresados y conducidos ante la justicia.

Los únicos testimonios que existen del derrotero que siguieron Jiménez y sus hombres, así como su trágico final se encuentran en las siguientes narraciones. Bernal Díaz del Castillo en su “Historia verdadera de la conquista de Nueva España”, nos dice Y Ortuño Jiménez dio vela y fue a una isla que la puso por nombre Santa Cruz, donde dijeron que había perlas, y estaba poblada de indios salvajes. Y como saltó en tierra y los naturales de aquella bahía o isla estaban en guerra, los mataron, que no quedaron, salvo los marineros que quedaban en el navío. Y de que vieron que todos eran muertos, se volvieron al puerto de Jalisco con el navío y dieron nuevas de lo acaecido, y certificaron que la tierra era buena y rica de perlas; y luego fue esta nueva a México. Y como Cortés lo supo, hubo gran pesar de lo acaecido.

Antonio de Herrera en su libro “Historia general de los hechos de los Castellanos en las islas y tierra firme de el Mar Océano” comenta y que decían que habiendo salido a tierra el piloto, y 22 personas, los indios los mataron y que habían hallado muchas muestras de perlas. El historiador Carlos Lazcano concluye lo siguiente: El piloto de esta nave, Fortún Jiménez, se amotinó y asesinó a Becerra apoderándose de la nave. Los amotinados, en plan de prófugos siguieron explorando y llegaron a una tierra que creyeron ser isla. Se trataba del sur de la actual península de Baja California. A fines de diciembre de 1533 o principios de enero de 1534 desembarcaron en lo que hoy es la bahía de La Paz y entraron en problemas con los indios guaycuras, los habitantes milenarios de la región. Jiménez y veinte personas más fueron muertas. Los sobrevivientes huyeron a las costas de la Nueva Galicia y fueron capturados por Nuño de Guzmán.

Lo cierto, es que todas las versiones coinciden en que Fortún Jiménez y la mayor parte de sus amotinados encontraron la muerte en un punto indeterminado de lo que hoy se conoce como el puerto de La Paz, Baja California Sur. El motivo del ataque que sufrieron por parte de los habitantes del lugar, que pudieron ser miembros de las etnias guaycura o pericúe, ya que ambos grupos dominaban espacios dentro de la ensenada, no ha quedado claro, y debido a que no se cuenta con testimonios verídicos, se han realizado algunas especulaciones.

Seguramente el motivo del desembarco en la bahía fue con el propósito de rellenar sus ya casi vacíos depósitos de agua y conseguir alimentos, además de lo anterior, explorar el lugar para identificar si era esta la mítica tierra de la que hablaban las leyendas de Cihuatlán y Calafia en donde había metales preciosos y perlas. Hasta el momento se desconoce cuál fue el motivo que inició la lucha entre los recién llegados y los naturales que habitaban el lugar. De acuerdo a Pablo L. Martínez los blancos intentaron violentar a las mujeres indígenas, lo que provocó el furor de los nativos, quienes se echaron sobre los españoles, matando a Jiménez junto con veinte compañeros [1]. Esta suposición surgió de algunos españoles que quedaron en el barco, y que al ver que sus compañeros eran asaltados por los naturales, deciden abandonar apresuradamente el sitio y ponen rumbo hacia Sinaloa en donde son apresados por gente de Nuño de Guzmán al cual narran sus peripecias en este sitio.

Bernal Díaz del Castillo, da otra versión sobre los motivos del ataque de los californios a la gente de Jiménez: Y como saltó en tierra y los naturales de aquella bahía o isla estaban en guerra, los mataron, que no quedaron, salvo los marineros que quedaban en el navío. Esta versión es poco probable, debido a que si bien es cierto que los grupos nativos de la California son descritos por los jesuitas como belicosos entre ellos y que por cualquier motivo iniciaban pleitos entre sus rancherías, las cuales involucraban al poco tiempo a varias de ellas, cuando llegaban grupos de exploradores europeos, lo primero que hacían los naturales era escapar hacia el interior de sus tierras y sólo después de pasado ciertos días se acercaban a conocer a los extranjeros. Era imposible que los hubieran confundido con otro grupo de nativos de la California puesto que ni su apariencia física, vestimenta, armamento o lengua era conocido por los habitantes de esta tierra.

En lo que respecta a la primera hipótesis, que fue sostenida por Pablo L. Martínez, en donde se dice que los españoles intentaron abusar de las mujeres indígenas causando el enojo y agresión de los naturales, esto es también muy remoto. No olvidemos que tanto los guaycuras como los pericúes eran los grupos étnicos que poblaban la ensenada de La Paz así como islas cercanas, y entre sus costumbres estaba el ofrecer a sus mujeres a los visitantes para que tuvieran sexo con ellas, lo anterior como una muestra de amistad, por lo que es difícil que se hayan molestado si acaso algunos de los recién llegados quisieran cohabitar con sus mujeres.

Existe una tercera hipótesis que hasta el momento considero como el detonante más probable de la agresión de los naturales al contingente de Jiménez. Esta hipótesis la ha desarrollado el investigador Julio César Montané Martí y ha expuesto en sus libros el historiador Carlos Lazcano Sahagún: “Algo más probable quizá fue la defensa de las fuentes de agua por parte de los guaycuras. Los navegantes españoles siempre andaban en busca de agua fresca y en cualquier punto que se detenían, una de sus prioridades era el agua. Para los indios californios, debido a lo hostil de la geografía californiana, el agua también era una prioridad y la defensa de sus fuentes motivo de guerras y ataques. El misionero Jaime Bravo menciona en una de sus cartas como los guaycura de la bahía de La Paz defendían el único aguaje que tenía: “. . . mezquitales y otros árboles que estaban inmediatos al aguaje, desde donde disparaban flechazos los Guaycuros a los buzos, siempre que venían a hacer aguada, y para poderla hacer, habían de estar disparando tiros a dicho monte”[2].

Dando por finalizado el análisis del periplo de la expedición Becerra-Ximénez, es importante pasar a hacer un análisis de otros sucesos acontecidos y que nos ayudarán a comprender mejor no sólo la figura de Hernán Cortés, sino las implicaciones que tuvieron sus exploraciones para la colonización de nuestra península.

Aunque en los documentos que se han consultado sobre esta expedición no aparece información al respecto, es muy probable que antes de partir Diego Becerra, Cortés le haya hecho entrega de sus acostumbradas “Instrucciones”. Este documento consistía en una serie de mandatos que Cortés les hacía a sus capitanes de cómo conducirse durante el viaje, también les aconsejaba sobre qué decisiones tomar en caso de que encontraran tierra habitada y cómo debía ser su relación con los naturales. Desde su primer expedición hacia estos rumbos, la cual fue comandada por Diego Hurtado de Mendoza, Cortés le entregó una serie de “Instrucciones” en donde trataba los puntos ya descritos, así que no es de extrañarse que también lo hiciera con esta.

La relevancia que tiene este documento es el trato justo y respetuoso que Cortés ordenaba que sus hombres tuvieran con los naturales. Un ejemplo de este tipo de órdenes lo vemos en las Instrucciones que tiempo después el mismo Cortés suscribiera a Juan de Jasso, el cual realizó exploraciones dentro de la península durante el tiempo que Cortés estuvo en ella:

No molestar a los naturales

Item si topardes alguna gente de los naturales de la tierra aora en poca cantidad aora en mucha, aora en pueblo o ranchería o fuera della, trabajaréis por todas las formas que pudierdes de darles a entender que no váis a les enoxar ni a facer daño ni perjuicio alguno sino que váis a ver la tierra y a buscar bastimentas, y que si los /al/ardes se los pagaréis del rescate que lleváis hasta hacer en esto todo lo que vos a posible no consentiréis que ninguno de los de vuestra compañía los enoxe en persona ni en haciendas y si alguno sin vuestra licencia se desmandara, castigarlo éis con toda riguridad en presencia de los naturales y darles éis a entender que por el enoxo que les hicieron los castigáis.

Item si habiéndoles fecho todos los cumplimientos y diligencias necesarias para darles a entender que no les queréis enoxar y no obstante todavía ellos fueren pertinaces y quisieren ofenderos, defenderos éis, e darles éis a entender e conocer el yerro que ficieron en acometeros e quereros ferir sin causa.

Item si en la manera susodicha y por su culpa con los naturales, trabajaréis que a mujer ni a niño no les faga daño ni se les queme mieses ni casas ni otras heredades, pero el despojo mueble que /al/ardes hacerlo éis recoger e inventarias ante tres personas de las de vuestra compañía, las que más autoridad para esto tuvieren mandado sopena de muerte, que ninguno esconda cosa aunque sea de poco valor de lo que se oliere de dicho despojo.

Item porque muchas veces suele acaecer que la gente de guerra movida con la codicia dexando seguir la vitoria se ocupan en el despojo, apercibís/os éis que ninguno tome cosa aunque sea de comer del despojo de los enemigos hasta ser echados del campo y con siguridad enteramente de la votiria dellos, porque suele volver hallando la gente desconcertada y sin orden, los vencidos ser vencedores y esto habéis de amonestar con mucha instancia y castigarlo con mucha riguridad.

Probablemente, a muchos de los que por primera vez conocen este tipo de documentos escritos de puño y letra de Cortés se queden asombrados, y sobre todo, intrigados de cuál fue en realidad la personalidad de esta figura. Hasta el día de hoy se nos ha manejado tanto en los libros de texto como en la historia oficial, que Cortés fue un hombre sanguinario y que al mando de sus hombres conquistó y diezmó, a base de asesinatos despiadados, a miles de habitantes de lo que ahora era la Nueva España, sin el menor remordimiento. Si lo anterior fuera cierto, ¿Por qué entonces Hernán Cortés escribiría este tipo de instrucciones de forma tan detallada y pormenorizada? ¿Qué sentido tendría el que obligara a los comandantes de sus expediciones que se ciñeran a ellas y que castigaran con toda severidad a quienes bajo su mando hubieran cometido desacato a las mismas? La respuesta a estas y otras preguntas no soy yo quien debe proporcionarlas, sino cada uno de los que me escuchan lean, reflexionen y concluyan sobre el particular. Ustedes público, son los que tienen la última opinión.

Para muchos, ésta y otras expediciones a nuestra península, que envió o comandó Cortés, se inscriben entre las derrotas y descalabros más tremendos que tuvo, no sólo por sus escasos resultados sino por las pérdidas millonarias que tuvo el extremeño en cada una de ellas. Sin embargo, para aquellos que vemos con calma y relatividad los hechos de la historia, podemos decir que no fue así. Cortés fue un hombre visionario y perseverante, lo primero distinguió a muchos exploradores de su generación, pero lo segundo era muy escaso en el carácter de esos hombres. Debido a esta personalidad, él porfió una y otra vez en ensanchar los territorios de la Nueva España, en fortalecer las actividades productivas en cada uno de los sitios a los que llegaba, en promover matrimonios entre sus oficiales y soldados con las mujeres de los caciques de cuanta tierra visitaba, y lo más importante, en tratar a toda costa de conquistar nuevos territorios pero siempre por la vía de la alianza y negociación. Algunos historiadores creen ver en ello, un proyecto de formar un reino independiente del de España, en donde el extremeño sería el monarca. Sin embargo esto nunca lo sabremos puesto que siempre fue la Corona Española y sus instituciones los que pusieron dique a sus empresas.

Hernán Cortés

Hernán Cortés

El historiador francés, Christian Duverger, en su magnífico libro “Cortés”, anota lo siguiente: No se puede estudiar al hombre sin analizar al mismo tiempo la leyenda impregnada a su piel, ya sea negra, ya dorada. Sin embargo, reducir también a Cortés a su leyenda sería perder la ocasión de descubrir al hombre y a su tiempo. Su itinerario personal no se limita a los dos años de la conquista de México, ese lacónico 1519-15 21 de los diccionarios. Cortés tiene una trayectoria: una infancia, deseos, ambiciones, voluntad e inteligencia, pero también puede ser presa del abatimiento; conoce tanto el éxito como el fracaso; posee familia, amigos y se debate entre amores complicados; envejece, sus sienes encanecen; no esquiva las lindes de la amargura, tiene penas y alegrías; sus reflexiones profundas chocan con sus preocupaciones más terrenas y cuando ve venir la muerte juzga a su época, piensa en el porvenir de España y México. En una palabra, Cortés lleva una vida de hombre, una vida plena de 62 años.

Sorprende que la historiografía tradicional no haya tratado de escrutar al personaje en su totalidad y en su continuidad. ¿Acaso se habla del Cortés que se valía de todos los medios en la administración de Santo Domingo?, ¿del Cortés agricultor en Cuba? Y quién sabe que Cortés está al lado de Carlos V en su expedición de 1541 contra los berberiscos. Con dificultad, la memoria colectiva concibe a Cortés como el explorador del Pacifico que descubre California, que comercia con el Perú o que intenta abrir la ruta del poniente hacia las Malucas y Filipinas, por ejemplo. Le es difícil reconocer Al hombre que desafiaba a la Corona al tomar posesión de México (…) Resulta ilusorio tratar de comprender al hombre sin entender su siglo, pero aquí hay que mirarlo desde dos ángulos (…) No es posible limitarse al estudio del contexto hispánico, hay que intentar también pasar del lado indígena, para apreciar ese extraño itinerario cartesiano trazado en la frontera del Viejo y del Nuevo Mundo.

[1] Pablo L. Martínez, Historia de Baja California, La Paz, Instituto Sudcaliforniano de Cultura, 2011, pág. 83

[2] Carlos Lazcano Sahagún (2006). LA BAHÍA DE SANTA CRUZ. Cortés en California 1535-1536, Ensenada, Museo de Historia de Ensenada, 2006, págs. 67-68

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Don Francisco de Ortega, el primer explorador submarino de las Californias

Campana de Domínguez. FOTO: Oficina Española de Patentes y Marcas.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hace unos días, leyendo el libro Obras de Miguel León-Portilla. Tomo VII La California Mexicana, encontré una referencia interesantísima sobre un explorador español que en los tres viajes que realizó a esta tierra californiana trajo consigo uno de los inventos más revolucionarios en la inmersión dentro del mar, “una campana de madera y plomo, artificio nuevo y traza del dicho capitán Francisco de Ortega, para que puedan ir una o dos personas dentro della a cualquier cantidad de fondo sin riesgo de ahogarse, aunque se esté debajo del agua diez o doce días…”.

Pero antes de pasar a describir este invento tan interesante hablaremos de la vida tan azarosa y fructífera, por lo menos para la California original, de este insigne español. Francisco de Ortega era natural de Villa de Cedillo, España. Probablemente nació a finales del siglo XVI, y a una edad muy temprana se trasladó de su tierra natal hacia la Nueva España, con el fin de hacer fama y fortuna. Muy pronto adquirió el oficio de “experto en construcción de navíos” y viajó a las costas de Nueva Galicia al mando de Melchor de Lezama para construir un barco con el que pretendía viajar hacia la California. Sin embargo la empresa se malogró quedando abandonado a su suerte en aquel lugar.

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Pero como siempre dicen, para un hombre ingenioso y con voluntad de salir adelante, no hay imposibles. Convenció a un grupo de amigos y durante 4 años se dedicó a construir el barco que había quedado en sus inicios con su antiguo empleador. Ya finalizada la empresa urdió una estratagema para poder viajar a la California, donde estaba seguro que encontraría una fortuna en perlas y oro y al fin vería recompensados sus afanes. Consiguió el permiso para partir hacia su aventura de manos del virrey Marqués de Cerralvo en el año de 1632. En este viaje y en los dos más que le siguieron siempre llevó consigo su singular invención, y a pesar de que no hay registro escritos de que la haya empleado, se desprende que sí lo realizó, ya que de otra manera no se explica el que la haya llevado en cada uno de sus viajes y dado el mantenimiento necesario.

El barco que construyó era una fragata y llevaba por nombre Madre Luisa de la Ascensión, navegando en ella recorrió las costas de la California bañadas por el Mar Bermejo. Desembarcó en una isla a la cual nombró Cerralvo. Tuvo contacto con los pericúes y guaycuras, con los cuales intercambió alimento, agua, pieles, perlas y a los que les entregó algunos cuchillos. En el segundo viaje que realizó visitó y nombró a las islas: la que hoy conocemos como San Francisco la bautizan con el nombre de San Simón y Judas. Más al norte descubre luego la isla de San José, de las Ánimas, y otras que bautizan con nombres que hasta hoy se conservan. Son éstas las de San Diego, Santa Cruz, Monserrate, del Carmen, Danzantes y San Ildefonso. Durante este segundo viaje que duró casi siete meses tuvo oportunidad de conocer y dejar escritos los rituales funerarios y demás costumbres de los grupos guaycuras, de sus guerras contra otras rancherías, las plantas de las que se alimentaban. Incluso llegó a enseñar a hablar español a un buen número de indígenas y él mismo aprendió el idioma de los guaycuras el cual consideraba como “fácil de aprender”.

IMAGEN: Museo Naval de Madrid “Colección Navarrete”, Tomo XIX.

Mapa de Islas nombradas por De Ortega. IMAGEN: Navegante Californio.

Es probable que en este viaje, que duró mucho tiempo, De Ortega tuvo la oportunidad de emplear su famosa “campana de madera y plomo”. Esta “máquina” consistía precisamente en un estructura de madera, perfectamente calafateada, para evitar que entrara agua y se fugara el aire que se inyectaba, la cual contaba con herrajes de plomo con el propósito de hacerla pesada y que se pudiera sumergir, llevando en su interior hasta a dos personas, las cuales podían durar varias horas bajo el agua sin peligro de muerte. Mientras esto pasaba, las personas sumergidas podían explorar el fondo marino y recuperar las ansiadas “madreperlas” con su valioso producto, las perlas.

Es muy probable que Francisco de Ortega haya oído hablar de este invento a través de la siguiente historia ocurrida en los primeros años de su llegada a la Nueva España: en 1622 se hundieron en la península de la Florida dos galeones con un importante cargamento de oro y plata. Tras infructuosos intentos de rescate, Francisco Núñez Melián dice tener un invento secreto con el que puede sacar del fondo de las aguas tesoros con gran facilidad. Este ingenio consistía en una campana de bronce de unos 300 kg., fundida en La Habana, provista de un asiento y una ventana para proporcionar iluminación. Con ayuda de este invento se pudo rescatar una parte importante del cargamento. Gracias al ingenio de Ortega no le fue tan complicado inventar su propia versión de “campana” con los materiales de que disponía.

Tonel. FOTO: Biblioteca Nacional de España.

El último viaje que realizó De Ortega fue en el año de 1636. Al arribar a la isla Cerralvo, su acostumbrado punto de llegada a la California, fue recibido por un violento e inesperado temporal que arrojó su fragata contra las rocas y la hizo pedazos. Afortunadamente no hubo pérdidas de vida, pero sí de alimentos y casi todo lo que llevaba para realizar su ansiado viaje. Sin embargo, esta situación que podría haber destrozado el ánimo a cualquier hombre, no lo logró con don Francisco de Ortega, era un hombre de gran temple y sobre todo vasto ingenio. De inmediato puso a su tripulación a recoger la madera que se salvó del naufragio y con ella, en un tiempo récord de 46 días, logró construir un modesto y funcional barco “mastelero” que le permitió trasladarse a tierra firme, al lugar que hoy conocemos como La Paz. Una vez repuestos de la tragedia decide embarcarse con algunos de sus hombre y continuar el recorrido por la costa de la California llegando en esta ocasión a la isla de San Sebastián, conocida hoy como de San Lorenzo, cercana al “canal de Salsipuedes” a unos 28.5 grados norte.

Sin armas, alimento suficiente y con un barco que si bien era funcional, no ofrecía la seguridad de una fragata, decide regresar a Sinaloa para dar los informes requeridos a la Corona. Durante varios años intentó conseguir autorización y capital para viajar a la California pero nunca se le concedió.

Y es así como finaliza una de las hazañas más interesantes de los primeros 100 años de la posesión de estas tierras por Hernán Cortés. La vida y obra de Fernando de Ortega son poco conocidas, pero no por ellos menos importantes. Con su ingenio y perseverancia contribuyó a que se conociera la forma en que vivían los indígenas en esta parte tan alejada del Virreinato de la Nueva España, que se supiera de sus inigualables playas y costas, y de las riquezas que encerraba. Así fue como se dibujó la leyenda de la tierra de Calafia.