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Manita, no te cases de Guadalupe Nuño

FOTOS: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La escritora sudcaliforniana Guadalupe Nuño (Guadalajara, 1966), ha sido una creadora silenciosa y tesonera, que sin pretensiones ha logrado hacerse de una voz propia y de un estilo nítido que despierta admiración en más de un sentido. Recientemente salió su primer libro individual —pues ya la habíamos leído en antologías y recopilaciones, tanto en su faceta de poeta como de narradora—, Manita, no te cases (Paquidermo, 2019), y lo cierto es que lo ha hecho de un modo brillante.

El título nos remite al lenguaje del barrio, de la colonia, de la gente de la ciudad que ostenta las carencias económicas, pero que vive una realidad intensa desde los distintos flancos de la cotidianidad. A lo largo de su libro, un conjunto de historias entrelazadas que bien pueden ser una novela breve, recurre a la primera persona de manera indistinta, para confesar sus conflictos y confusiones y hacer que los personajes se dejen llevar por conductas apasionadas, además de utilizar el chisme como forma de vida. Por otro lado, la tercera persona los retrata desde afuera para que observemos su condición de criaturas sufrientes conducidas por sus conmociones.

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Con un lenguaje coloquial, rico en expresiones locales y un gran sentido del humor, logra que las relaciones de pareja, la sujeción, el sometimiento y la cárcel emocional o el nulo control sobre sí mismos, se vean como hechos imposibles de evitar, un destino manifiesto que confunde sentimientos con amor. Criaturas esclavas de su naturaleza humana.

Las historias son puentes que nos retratan las circunstancias de varios seres que se debaten entre sus propios miasmas, sus propios miedos, sus propias inseguridades. El machismo, por ejemplo, es uno de los ejes que mueve el esqueleto social y la obediencia a una forma de autoridad política y económica; también es un elemento de seguridad psicológica. Es decir, individuos en estado silvestre y sin cultura o individuos universitarios que no han cruzado la conciencia de la equidad. También el machismo aparece como cortina de una homosexualidad velada.

Las mujeres son centrales en estas historias, en esta novela de la vida, si se quiere. Guadalupe Nuño tiene la capacidad de ir de la voz del hombre a la voz de la mujer. Conoce a sus personajes y los trata con respeto, pero también los desnuda en su esencia humana, no se avergüenza de ellos y los echa a andar por el mundo a pesar de su inmadurez y obstáculos para comprender por qué las cosas son como son, sin que lleguen a cuestionarse por qué están sucediendo y si se pudo ser de otra forma. En sus relaciones, en sus intentos por sobrevivir ante los impactos de la realidad, recurren al cinismo, al agandalle a costillas de los demás, a vivir de las apariencias irrefutables que edifican la vanidad y la soberbia para defenderse frente a los otros.

 

En el contexto social en que se desenvuelven, lo sensorio es fundamental y utilizan el alcohol como detonante para conectar o evadir sus realidades. No conocen otro modo de relacionarse, o más bien no tienen idea de que pueda existir una manera distinta. La pobreza social y económica deviene en pobreza espiritual e intelectual, así como las dificultades para conseguir un trabajo honroso y honrado. El patrón juega un papel importante en ese mapa como figura simbólica de dominación monetaria; también la migración es el resultado de la imposibilidad de conseguir un trabajo digno. Estudiar la universidad no necesariamente les permite ascender en la escala social, ni entender el significado de lo que es vivir.

Algo que hay recalcar es la amistad entre mujeres, su solidaridad ante el engaño de los hombres y la necesidad de acompañar la soledad, asunto que se incrusta en el todo de la historia de estos seres a la deriva y prisioneros de su destino fatal, que no alcanzan la felicidad porque no saben de lo que se trata, pues sólo conocen su mundo. Por supuesto, la violencia tiene una presencia viva en las convivencias sociales, familiares e individuales de principio a fin, en cualquier momento al salir a la calle te pueden meter un plomazo. Incluso aparece la transexualidad en un contexto coloquial, y la relación madre-hija como elemento de odio-amor.

En resumen, se trata de un libro de historias vinculadas con un factor común: las emociones, pero inclusive el personaje central son las pasiones y los sentimientos humanos, el cómo se enganchan unos a otros sin mayores reflexiones, que confunden con necesidad afectiva, esa enorme olla de afectos que hace de las relaciones una tormenta de sufrimientos.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Fuego, de Gabriel Rovira

FOTOS: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  Gabriel Rovira (Ciudad de México, 1962) vuelve con un nuevo libro, esta vez de poesía, donde su voz madura logra envolvernos en cada palabra, que orgánicas se mueven a lo largo de los versos. Digo orgánicas porque son criaturas vivientes, hábitats donde viven las flores y los pájaros, cargados de las experiencias del poeta, que paso a paso muestra el recorrer del tiempo y las vicisitudes de la vida diaria, porque después de todo de eso se trata la poesía, un discurrir del instante por los días y los años.

Se trata del libro Fuego (2019), publicado por la Editorial Paquidermo, que poco a poco se asienta como un centro de publicaciones serio con alto sentido de calidad y presentación. En Fuego, Rovira incendia sus incógnitas, sus amores y desamores, sus compañías y abandonos, sus entregas y visiones en un mundo que es capaz de describir a través de un filtro estético. Nos recuerda a esos poetas vivos, que con sus dichos sacuden los sentimientos y las emociones y nos establecen su postura frente a las cosas de las relaciones humanas, rodeadas éstas por el entorno poético del canto de las aves, el viento, las flores y la influencia ancestral de nuestro pasado indígena, que está presente como una sangre que fluye en nuestras conductas y tradiciones.

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Con versos bien cuidados, Gabriel Rovira nos revela el paso de las épocas y el peso de las relaciones de pareja, sus nostalgias y sus virtudes, sus agrias memorias, pero también sus luminosas consecuencias, que sólo la poesía puede recoger de un modo honesto en el campo de los sembradíos de una vida. En ese sentido el fuego resulta purificador. No es gratuito que los cristianos hayan creado y creído la fantasía del infierno, donde el fuego es esencial para sostener a las almas pecadoras; tal vez lo que no dicen es que el fuego renueva y vuelve rebelde a las estrellas, porque tienen el potencial para crear más soles con vida.

Da gusto leer con paciencia, regresar a las estrofas, disfrutarlas y reconocer que la vida es un hecho fortuito que une a la humanidad a través del arte. Y como todo artista, todo poeta, Rovira vuelve sobre sus cauces, nos detalla en cada poema sobre su experiencia con las imágenes que le llegan en tropeladas, y las inscribe en el papel para que de manifiesto quede el contacto con el poema al que está acostumbrado, que es decir con lo cotidiano.

De este modo, Fuego es una llamarada, una lengua caliente que toca la lumbre interior que agobia o enaltece, que angustia o nos vuelve felices, pero siempre en constante movimiento porque nada es para siempre, pero que durante el instante el gozo fue más que significativo, pues ha dejado su huella clara. No es necesario insistir en que Gabriel Rovira es uno de los más lúcidos poetas que, con su obra, amplía los horizontes de una literatura sudcaliforniana cada vez más en crecimiento, a pesar de los escollos y de los pocos lectores que a veces se acercan a la poesía. Vale decir que los libros de Gabriel Rovira —un maestro en el más extenso sentido de la palabra—, son referente de literatura de calidad, que nos deja la puerta abierta a nuevas formas de lectura o también para vernos en su espejo poético.

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El amor es un trastorno psiquiátrico de Jorge Peredo

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El título de esta reseña, El amor es un trastorno psiquiátrico, es tan elocuente como el contenido del libro de su mismo nombre, que es un sacudimiento emocional, una exploración y caída humanas que dejan vestigios en quien lo lee y relee, pues el poeta y el narrador Jorge Peredo (Ensenada, B.C., 1982), han adquirido la capacidad de transmutarse en un demiurgo con voces bien diferenciadas, haciéndolo de un modo deslumbrante. Sus lectores podrán constatar la delicadeza, la mesura, el entusiasmo, la manera convincente en que nos imbuye en el ritmo poético, y en la historia de un soldado y su perro.

Dos productos en un mismo encuentro editorial, resultado de dos premios literarios, y que ahora podemos disfrutar gracias a la Editorial Paquidermo, pues de otro modo hubiera sido imposible, porque las administraciones municipales jamás se comprometen a publicar  a los poetas y narradores premiados.

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Sí, Jorge Peredo sorprende con su poesía, porque su narrativa ya había asentado sus huestes en anteriores publicaciones suyas. El amor es un trastorno psiquiátricoEditorial Paquidermo, 2018-, es un libro-plaquette, donde somos partícipes de dos expresiones literarias del escritor Jorge Peredo: poesía –El amor es un trastorno psiquiátrico– y cuento –Persistencia de la sombra-.

Por un lado, El amor es un trastorno psiquiátrico (premio Juegos Florales Leopoldo Ramos Cota de las Fiestas de Fundación de La Paz 2016), es el poemario de un narrador, que decidió desdoblarse para decirnos algo que, tal vez, en un relato no cabría, por ser tan íntimo, y por la necesidad de explorar más allá de la anécdota. El resultado es un conjunto de poemas líricos, que nacen más de la entraña que del oficio, que brotan más de la honestidad que del rigor estético y retórico, que emergen más de la cadencia interior que de la inflexión y reflexión poéticas.

Provisto de una voz cotidiana que linda con la plática, los poemas de Peredo pertenecen a esa estirpe que se deshace de la reglas, para hacer de lo coloquial, un canto sincero a los avatares de las relaciones humanas, especialmente las de pareja. No hay rebuscamientos, no hay metáforas, hay imágenes, que el poeta Jorge Peredo toma del instante que, por fugaz, se intenta atrapar en unos versos para que queden establecidos como memoria, que al mismo tiempo se vuelven un álbum de versos -en un sentido fotográfico-.

 

La gran influencia que Peredo tiene de sus lecturas de la cultura geek, de películas de ciencia ficción y viajes en el tiempo, queda perfectamente colocada en un par de poemas, volviéndolos piezas únicas, como un homenaje épico de las delicias cinematográficas que lo han influido a lo largo de su vida. En síntesis, el poemario en su unidad, su lenguaje, sus palabras, es un edificio lógico, circular, que va al punto, que nos cuenta de un modo rápido, lo que significa la naturaleza humana, quizá parte de su lado narrativo, del que no puede separarse del todo. No obstante, al leerlo desde los dos flancos —el narrativo y el poético— confirmamos que la escisión literaria que sufre Peredo es efectiva y real.

Por otro lado, Persistencia de la sombra (premio Juegos Florales Leopoldo Ramos Cota de las Fiestas de Fundación de La Paz 2018), es un cuento bien escrito, bien cuidado, en el que, por momentos, también se observa la parte del poeta en varias de sus líneas, pues el ritmo deja escapar, de pronto, imágenes que hacen volar no la imaginación, sino las emociones del que escribe y del propio personaje. Es como una crónica, que describe un momento histórico de la intervención francesa, la de un soldado belga y sus miedos frente a la circunstancia de la guerra, acompañado de su perro Sombra, un pastor alemán que en realidad es —paradójicamente— una metáfora de su vida, una extensión de sí mismo.

Quienes han visitado las construcciones de San de Ulúa, pueden recordar que aún se siente la vibra que impera en esos espacios, en los calabozos donde estuvieron presos muchos disidentes de la dictadura de Porfirio Díaz, e incluso ladrones populares como Chucho El Roto. Quien se siente en el suelo de una de esas mazmorras, podrá sentir el dolor, el sufrimiento y las torturas a que eran sometidos los prisioneros. Pues, bien, algo así ocurrió con el personaje del narrador Peredo, que queda atrapado dentro de sí mismo hasta la muerte. Un breve relato que goza de la sobriedad narrativa y que lo coloca en uno de los mejores del contexto local y nacional.

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