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Los visitantes, de Claudia Reina

FOTOS: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). He leído a una de las escritoras más interesantes de los últimos años, Claudia Reina (Nogales, Sonora, 1980). No había tenido la oportunidad hasta ahora que apareció y cayó en mis manos Los visitantes (Premio Regional de Cuento Ciudad de La Paz 2015). Por supuesto, eso me llevará a buscar el resto de su obra. Ha sido un grato encuentro con una narrativa tan nítida, fluida, estructurada, sostenida, madura, rítmica, al más puro estilo de escritores que nos atraen por la manera en que nos cuentan sus historias.

Claudia Reina es, sin duda, una escritora en el pleno goce de su capacidad creadora, con diversos premios y una actividad literaria que constatan el proceso evolutivo de sus atentas lecturas, y su depurado y bien cuidado maquinar en los relatos. No exagero. Es una escritora a la que hay que seguir.

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Los visitantes es un conjunto de cinco cuentos que giran en torno a la incertidumbre, el terror, la invasión extraterrestre, la vida cotidiana, la incómoda visión de una realidad que nos dice que no podemos escapar a sus designios. El estilo nos recuerda por momentos a escritores que alcanzaron la madurez literaria con técnica literarias innovadoras, Edgar Allan Poe, William Faulkner y Juan Rulfo, entre otros.

También atisbamos una influencia grande del cine, en especial Blade Runner. Así, no sólo disfrutamos de cuentos escritos con inteligencia y gran goce estético, sino creaciones de imágenes cinematográficas en cada línea.

Ahí vemos a un niño que tiene un amigo extraño, en una historia donde el bullying se hace presente y la convivencia un asunto de los marginados, porque la rareza sólo se cumple como una manera de sobrevivir, un relato donde se tiene la impresión de que no sabemos con exactitud qué tipo de ser es ese niño, pero donde la amistad por instantes parece una oportunidad de esa convivencia. También asistimos a la cotidianidad de una mesera que trabaja en una cantina para pagarse sus estudios, un oficio que temió se volviera su triste realidad y de la que no escaparía. En ese ambiente de borrachos conoce a un hombre alcohólico que habla sobre que la vida iba más allá del espacio infinito, frase con la que la mesera se obsesiona y desea que el hombre le diga más, o que al menos se la aclare porque le retumba en el cerebro día y noche; la conduce a un sitio lejano a esperar algo incierto: da la sensación de que lo que verán son extraterrestres o algo más, pero lo cierto es que el hombre no desea quedarse con los miedos y quiere compartirlos o transferírselos a ella.

Por otro lado, un robot casi humano, la inteligencia artificial, pareciera una experiencia cinematográfica que nos trae a la memoria Robocop o Blade Runner, es decir, máquinas con conciencia y la capacidad de cuestionar el sentido de la vida. Un dato interesante a lo largo del libro —que está muy presente—, es la vida cotidiana como algo fundamental, que sigue su curso por más extraordinarios que sean los sucesos, tal como ocurre con la mujer que recuerda su vida, sus pesadillas, sus miedos y que está a la espera de la caída de un meteorito, en una cabaña con su esposo; ahí el fluir de la vida es simple y actúan como todos lo harían aunque no llegara la hecatombe.

Los visitantes es un libro que no los dejará indiferentes.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Cuentos cercanos del tercer tipo de Leonel de J. Beltrán Valdez

FOTOS: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Leonel de J. Beltrán Valdez (La Paz, B.C.S, 1972) es un escritor que a través de la experiencia de la vida, sus influencias, sus temores, sus fantasías, logra ofrecernos un puñado de cuentos llenos de los mejor que ha transcurrido en su cotidianidad. Ahí vemos el cine, la magia, el carnaval, la fantasmagoría de las sombras que cobra vida independiente; todos elementos de una voz que logra atraparnos, aunque suene a lugar común, que nos imbuye de recuerdos, que nos provoca y evoca desde la primera persona como un cronista de un ambiente alterno que da fe de la autenticidad de sus relatos.

Me han gustado estas historias de Cuentos cercanos del tercer tipo (2019), que están llamadas a ser leídas por lectores ávidos de una visión distinta, un modo de decirnos que no todo es como insiste la mercadotecnia de la violencia. Me recuerda a esos escritores que con su entusiasmo levaban anclas y se lanzaban al mundo para buscar la aventura que nos hiciera imaginar, que nos transportara como lo hacían en esos cuentos y novelas donde la anécdota era superior al lenguaje, pero el lenguaje jugaba un papel fundamental para guiarnos por territorios desconocidos.

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Desde la intimidad, desde sus obsesiones, Cuentos cercanos del tercer tipo nos instala en tres modos de arribar al relato, como lo cuenta Steven Spielberg en Encuentros cercanos del tercer tipo, pero a diferencia del cineasta, Beltrán Valdez los hace desde el plano terrenal, sin perder nunca su contacto con el mundo real (cualquier cosa que eso signifique), aunque tomando elementos e influencias que lo han marcado desde su infancia. Su pasión por el conocimiento, la lectura, forman en él no sólo un narrador que juega con las letras, sino un hombre dedicado y entregado a la docencia, sus alumnos, durante más de veintidós años, y que han impactado positivamente en los chicos.

El que Cuadernos de la Serpiente le haya dedicado una publicación le permite dar sus primeros pasos por el camino de las ediciones, que estoy seguro le irá muy bien porque sus narraciones gozan de una solvencia literaria que invita a la lectura. Leonel Beltrán es un escritor consagrado sobre todo a sus clases, a su preocupación esencial que es transmitir lo que ha aprendido, y que además anima a los jóvenes a leer y escribir en talleres literarios como un modo de que entiendan su entorno social, reflejarlo en sus textos para que su vinculación con los días sea auténtico y sin los temores de una comunicación nula, que además es un arma de dos filos porque lucha contra las nuevas formas de contrastar ese intercambio de ideas, con las famosas redes sociales, y que no es nada nuevo porque cada generación se enfrenta a los paradigmas de su tiempo, donde habitan sus propios fantasmas y monstruos y la Literatura sirve siempre para exorcizarlos.

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‘Miss Apocalipsis’, de Jorge Peredo

IMAGEN: ISC / Interior: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hay escritores que se forman desde la constancia y la terquedad, desde la creencia de que lo que hacen tiene el sentido primordial de darse significado a sí mismos. Porque escribir es eso: una especie de terapia interior que cierra círculos, pero aviva y exhibe las obsesiones sin pudor y sin miedo. Digo, a veces no tanto. Y vencer justamente los propios prejuicios para ser capaces de construir un discurso literario que exponga personajes contradictorios y al mismo tiempo de carne y hueso, envueltos en un escenario paradójico, extraño y oscuro, es una de las tareas más profundas y regenerativas.

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Los cuentos de Jorge Peredo en Miss Apocalipsis son la vivencia pura de cómo se extrae y se expone la violencia cotidiana, real, gráfica y cinematográfica, del acontecer en las relaciones humanas, de tal modo que todos podamos embarcarnos en sus historias sin salir indemnes, sin heridas, bajo la corrosiva narración de un escritor que a veces se abre y otras utiliza el sarcasmo como un modo de que pongamos los pies en la tierra, para que nadie se vaya con la finta de que sus personajes son de utilería, un pretexto para nombrar las locuras de un instante, antes bien el modo en que se resuelven las visiones de un escritor que ha dedicado todo su ímpetu, su entrega, su poder de cómo ve el mundo desde la ficción.

Las criaturas que deambulan por Miss Apocalipsis son seres encarnados en sus frustraciones, miedos, paranoias, desilusiones, narcisismos, incapaces de poder redimirse, no obstante la exacta manera en que Peredo los desnuda de un modo cruel, con quienes no tiene piedad, que los pone como frutos de sus lecturas y de sus andanzas por la vida misma. Hay una gran influencia del cine, es notorio, pero logra destrabar esa ilusión momentánea con una narrativa propia, dicha con un estilo personal, que es algo que no puede afirmarse de muchos escritores noveles al momento de presentar su primer libro.

Al leer nos topamos con un suicida extremo, una tullida y un cerdo (que me recuerda escenas de la infancia nada agradables), una perra astronauta (la que todos conocemos, Laika), un apocalipsis muy particular que tiene que ver más con el cómo visualizamos la solidaridad humana; un pastelero fracasado ¿o un pastelero honesto?, donde se exhiben las clases sociales maravillosamente doloroso y sarcástico; un médico y un adicto en la ola de una historia sórdida; un abogado importamadrista; un poeta burócrata contado dentro de un experimento narrativo, y un Mauricio Garcés muy personal, un vampiro narcisista que nos trae a la memoria los mejores películas de este actor mexicano.

Hay motivos para dejarnos conducir por los relatos de Jorge Peredo. Descubriremos un universo que siempre ha estado frente a nuestros ojos, pero que muy probablemente nos hemos negado a ver. Y Jorge insistirá con sus historias, con la aventura de contarnos algo insólito, con profundas raíces ancladas en la vida diaria, que es de donde viene el mundo de la literatura.

A Jorge lo vi crecer desde hace seis años cuando asistió a un taller de narrativa que comencé a impartir en la UABCS. Apasionado, estridente, vigoroso para encauzar sus palabras en un cuento, a veces trastocado por las formas del cine, a veces trastocado por sus propios delirios y obsesiones. Era capaz de llevar un cuento en una sesión y a la siguiente el mismo cuento revisado y corregido a profundidad, casi con otras palabras. Jorge es, ante todo, un escritor comprometido con su obra, con sus dichos. Siempre quiere estar seguro de que lo que escribe está diciendo lo que piensa y quiere. Es, con mucho, uno de los narradores más entusiastas y tesoneros que he conocido, además de ser uno de los lectores más meticulosos y constantes, cosa que se ve reflejado en su obra.