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Mujeres de la serranía. Notas del diario de campo de una socióloga choyera

FOTO: Reneé Amao

Colaboración Especial

Por Diana Reneé Amao Esquivel

La Paz, Baja California Sur (BCS). Me despierto al alba en mi catre y ya huele a café. Estoy en La Soledad, una pequeña comunidad en la Sierra de la Giganta. En la cocina se escuchan las primeras voces del día alrededor del fogón. Una mujer atizaba el fuego desde antes de que saliera el sol para darle de comer a su marido y que se fuera a “campear” unas chivas que andaban perdidas en el monte; luego, la señora y su nuera ‘arrean’ a niños y niñas por igual para que se vayan a la escuelita CONAFE, con al menos una tortilla y frijoles con queso en la panza.

Viví mi infancia y adolescencia rodeada de historias de aquella tierra de gigantes. Mientras mi abuela hacía tortillas de harina en su cocina, me contaba aquellas anécdotas de cómo caminaba con sus zapatos viejos por el arroyo seco para llegar a la escuela. Me imaginaba tantas historias, y ahora estoy aquí, en el mismo arroyo, muy cerca del rancho en el que nació ella, mi bisabuela y de ahí para atrás.

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FOTO: National Geographic

¿Qué hacía una mujer conduciendo una troca 4×4 por la filosa brecha de esa serranía? Conocí las comunidades serranas y costeras de Sierra de la Giganta gracias al maravilloso trabajo de campo que he realizado por más de quince años. Soy socióloga y soy sudcaliforniana. He tenido la oportunidad de trabajar con organizaciones de la sociedad civil en colaboración con comunidades rurales serranas para hacer proyectos que permitan a las personas aprovechar y transformar sus recursos naturales, así como mejorar su economía familiar con un enfoque colectivo y de bien común.

Siempre teniendo en cuenta una visión que camina hacia la sustentabilidad, hicimos de todo tipo de proyectos: construcción de invernaderos para la producción de plantas locales para reforestación, de apicultura, de aprovechamiento forestal, bordados, confitería y muchísimos más. Todo, a través de planeación y toma de decisiones colectivas. En resumidas cuentas, el trabajo de mis sueños.

Como resultado de esta experiencia, aprendí mucho de mis raíces, mi historia, nuestra historia. Además, he podido vislumbrar algo que, como mujer formada en el feminismo siempre me inquietó, esto es la escasa o nula participación de las mujeres en procesos de participación comunitaria orientados hacia la sustentabilidad. Misma de la que quisiera hablarles más adelante, después de compartir un poquito de lo que dice la historia de nuestra tierra sudcaliforniana.

Mujeres y ruralidad

En las comunidades rurales de Baja California Sur se encuentra el legado de nuestros antepasados. Tres grandes grupos étnicos habitaron el territorio peninsular: el pueblo pericú, en la región del Cabo; guaycura, hacia la región central; y cochimí, hacia la región más norteña de Sudcalifornia. Estos grupos originarios fueron extinguidos durante el periodo colonial, a partir del cual se establecieron las misiones jesuitas entre 1697 y 1768, cuando fueron expulsados. Así, emerge la cultura ranchera, a partir de la fusión de los conocimientos y la manera de interactuar con la naturaleza de los pueblos nativos —o primeros californios—, que fue legada a los últimos californios o rancheros/as.

El florecimiento de la vida es determinado por la presencia de cuerpos de agua, sin embargo, en climas áridos como el sudcaliforniano, la disponibilidad del vital líquido adquiere especial relevancia. Toda la vida del rancho y de cualquier asentamiento humano sucede alrededor de los humedales, de aquellos que aquí llamamos oasis, sobre los que florecieron los descendientes de los pueblos californios nativos. Estas sociedades, al igual que la gran mayoría de las sociedades rurales tradicionales en México, han adoptado una organización patriarcal que ha determinado las formas de organización social y las labores que llevan a cabo, tanto hombres como mujeres, en la vida comunitaria y familiar. Estas son algunas observaciones de este tipo de organización:

Dificultades de las mujeres sudcalifornianas en la participación comunitaria. Al pasar de los años de trabajar y convivir con varias comunidades rancheras, noté que las mujeres participaban en muchas actividades comunitarias como en los comités de salud, de educación, de las festividades comunales y de actividades religiosas, entre otras. Sin embargo, aquellas mujeres que participan en actividades que implican actividades productivas, toma de decisiones, ocupar cargos y espacios públicos son muy pocas. Razones, creo haber visto muchas.

Escasa participación de las mujeres en espacios públicos. En general, las mujeres tienen una participación mucho menos activa en los espacios públicos dónde se toman las decisiones comunitarias y se lleva a cabo el trabajo productivo. ¿Por qué sucede esto? Mucho tiene que ver la división sexual del trabajo en los ranchos, la gran mayoría de las mujeres han de permanecer en sus casas para preparar los alimentos, cuidar el agua, atender a niños/as, enfermos/as y personas mayores, ordeñar las chivas y hacer el queso, o simplemente, porque los espacios públicos de toma de decisiones son espacios de “hombres”, y difícilmente, las mujeres pueden tomar la palabra y ser escuchadas, aunque afortunadamente hay varias excepciones a esta situación.

FOTOS: Ilustrativa de Internet

Trabajo no valorado. Las actividades que llevan a cabo la mujeres en el espacio privado, en lo doméstico son arduas y numerosas, corresponden al trabajo reproductivo y de cuidados que, aún cuando forman parte del trabajo productivo y contribuyen a la riqueza social, desde el enfoque patriarcal del proceso de producción se ha considerado como trabajo no productivo, por lo tanto no es valorado y se desestima como trabajo no remunerado.

Representaciones invisibles. Lo anterior, invisibiliza o desvaloriza los roles que desempeñan y han desempeñado las mujeres históricamente en sus comunidades. Esto nos impide llegar a ver la mirada que las mujeres tienen del mundo, de sus comunidades, de sus familias, de sí mismas, pero también, sobre la forma en la que ellas interactúan con los ecosistemas, las necesidades vistas desde su vivencia, y anula la posibilidad de construir otras soluciones, aquellas senti-pensadas desde lo femenino.

Ruralidades sudcalifornianas femeninas. Cuando yo quería hablar con las mujeres, me metía a las cocinas a lavar los platos, a preparar alimentos, y buscaba que no se acercara ningún hombre, porque pasa una cosa bien bonita cuando estamos sólo las mujeres, y es que empiezan a brotar las palabras, todos los senti-pensares, entonces ellas me empezaban a platicar sobre sus sueños, cómo les gustaría ver su rancho, su familia, el monte, y eso era maravilloso.

A la gran mayoría les gustaba mucho la idea de tener o mejorar su huerto de traspatio, tener máquinas de coser para hacer  materiales para sus bordados. A algunas les gustaban las manualidades, a otras les gustaba la idea de tener un invernadero del cual se pudieran sembrar plantas medicinales y aromáticas para hacer artículos de belleza, querían hacer artesanías, en fin, varias ideas que, precisamente, por las dificultades que acabo de mencionar no vieron la luz fuera de la cocina, o aquellas que llegaron a ser propuestas no se concretaron.

Sin embargo, tuve la oportunidad de trabajar un proyecto de invernadero de hortalizas comunitario, en el cual trabajaban sólo mujeres, funcionaba muy bien, pero desafortunadamente, por razones ajenas a las mujeres, no fue posible continuar.

Entonces, entendí algo: es fundamental que encontremos espacios de diálogo que tiendan los puentes entre lo femenino, que recuperen las historia que cuentan las mujeres sudcalifornianas, su mirada y su habitar, ya que éste se encuentra determinado por su andar y por su condición como mujer. La invitación es a que pensemos más detenidamente sobre cómo la historia puede ser diferente desde la mirada femenina. ¿Cómo es la vida comunitaria de las mujeres rurales sudcalifornianas? ¿Cómo se relacionan con la familia, con la milpa, con la actividad ganadera, con nuestros ecosistemas? Y aquí termino mi breve relato, con la ilusión de que les genere algún tipo de reflexión, evocación o emoción.

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