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El ciudadano ilustre o vanidad de vanidades, todo vanidad

FOTOS: Internet

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Las redes sociales están plagadas de retóricas, poéticas, rencillas, discursos, alegatos, debates, discusiones estériles, pleitos. No obstante, de pronto hay quienes tienen buen tino en darnos recomendaciones sobre libros, series o películas y que uno termina por leer o ver y comprobar que en efecto, las sugerencias superan las expectativas. En esta ocasión quiero contarles, para comenzar este año 2021, sobre la película El ciudadano ilustre.

Se trata de una película argentina, entre comedia y drama, estrenada en 2016 y dirigida por Gastón y Mariano Cohn, con guion de Andrés Duprat y actuada por Óscar Martínez en el papel principal. Hizo su debut en el Festival de Venecia número setenta y tres, donde Martínez ganó la Copa Volpi al mejor actor; además fue escogida para que representara a Argentina como mejor película internacional en los premios Óscar de 2017. De entre tantos premios que obtuvo, está el Premio Ariel a la mejor película iberoamericana en julio de 2017, que concede la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas.

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El ciudadano ilustre rebasó sus propias posibilidades en cuanto a público, resultando todo un éxito de taquilla y que recibió buen trato de la crítica especializada, que pronosticó que se convertiría en un clásico de la cinematografía argentina, lo cual no falta a la verdad, pues se trata de un filme genial que nos atrapa desde los primeros minutos y nos va conduciendo por senderos inexplorados en cuanto a una narrativa que se sale de los cansados productos palomeros. Sin duda nos dejará con un grato sabor de boca, que ahonda en los problemas de las relaciones humanas y de cómo la actividad del escritor no es más que una ilusión pasajera que está llena de soberbia, vanidad y estupidez.

La historia gira en torno a un escritor argentino ficticio, Daniel Mantovani, asentado en Europa por casi cuarenta años, que recibe el premio Nobel de literatura, en una especie de ajuste de cuentas por aquellos que nunca lo recibieron, como Jorge Luis Borges, y que en su discurso de aceptación termina por criticar el premio y de que con ello lo estuvieran convirtiendo prácticamente en un cadáver literario, la pontificación definitiva de su figura histórica y de su obra. Sus libros dibujan la vida diaria de su pueblo, donde habitan seres con pasiones, miedos, conflictos. Después de haber recibido el Nobel, de entre las tantas cartas y mensajes que recibe, está la de su pueblo natal, Salas, de donde le hacen una invitación para distinguirlo con la medalla Ciudadano Ilustre, y a donde no ha vuelto desde que era joven, cuando pretendía convertirse en escritor.

Reticente a hacer una vida pública y a recibir homenajes, decide aceptar la distinción, pues después de todo se trata de su tierra, el lugar donde nació y donde de seguro lo recibirán triunfalmente con los brazos abiertos. Sin embargo, ese será la apertura apenas para lo que le espera. Al ir conviviendo con la gente, pronto comenzará a sacar sus vicios, manías, vanidades y soberbias, frente a una población que al principio lo recibe con afecto, pero luego lo irá agrediendo conforme descubre de qué se tratan sus libros y lo que piensa acerca de determinados tópicos.

La temática me recuerda una película francesa de los ochenta, Reuben, Reuben, la historia de un poeta atormentado, y a Cinema Paradiso, que aunque esta última se distancia por ser más entrañable, logra unirse en la idea del artista que se va de su pueblo y regresa famoso y con éxitos encima. El ciudadano ilustre no solo aborda la cuestión de las relaciones, sino también el mundo mamerto de los escritores, tan repleto de soberbias y personajes infumables que se sienten hechos por los mismísimos dioses del Olimpo, con muy poca humildad frente a la brutal realidad de los que viven su vida al día o cuyas preocupaciones distan mucho de las cosas intelectuales. Una película para estos días de encierro: los dejará pensando con su final inesperado.

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Cine de terror en La Paz

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Isabel Adjani y Sam Neill en “Posesión”. Fotos: Internet.

Colaboración Especial

Por Lefteris Becerra

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En octubre organizamos en el cineclub Medusa un ciclo de cine de terror en el que programamos cuatro filmes de diferentes años, países de producción y creadores, que en contraste coinciden en dos características: son filmes de culto y de producción independiente, por fuera de la industria hollywoodense. Para abrir proyectamos el clásico de serie B, I Walked with a Zombie (1943) del prolífico director de origen francés Jacques Tourneur, inolvidable sobre todo por los tres filmes que dirigió producido por el legendario Val Lewton, entre los que se cuenta el mencionado. Ambientado en una isla caribeña, la película de Tourneur es un hito cinematográfico al que se le reconoce el aliento poético de la puesta en escena de un drama que involucra rituales del vudú. Quien desee saber más sobre este singular creador y este filme, debe consultar el estudio de Chris Fujiwara, Jacques Tourneur: The Cinema of Nightfall reimpreso en 2011.

La sede del cineclub es el Big Sur Café, ubicado en Zaragoza #40, entre Artesanos y 16 de Septiembre en la colonia centro, teléfono 1226806. Funciones todos los martes a partir de las 20:00 horas. Se puede consultar su programación en la página de Facebook de la Red de Cineclubes de La Paz y en la del Big Sur Café Orgánico.

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Continuamos con otros dos filmes de culto filmados en 1981, el primero en Francia bajo la dirección del director polaco Andrzej Żuławski, conocido en medios más undergrounds debido a su aproximación extrema, sin concesiones, al séptimo arte. Programamos Posesión (foto principal) con las actuaciones desquiciadas de la hermosa Isabel Adjani (Anna/Helen) y el neozelandés de origen irlandés Sam Neill (Mark). Se puede decir que se trata de una película de terror psicológico en el sentido de que todo lo que vemos puede ser interpretado como el producto de la mente desquiciada de Mark al confirmar sus sospechas de que su mujer Anna lo engaña. Cada secuencia de la película obedece a las ansiedades, terrores, pánicos, neurosis, delirios y demás alteraciones del equilibrio emocional cuyo origen está en la crisis de su matrimonio.

De hecho, Żuławski —tristemente fallecido el 17 de febrero de este 2016— experimentó por esos años una crisis similar a la de su personaje Mark, al ser abandonado por su esposa, la actriz Malgorzata Braunek, en fuga con un hombre que en la película se transmuta en el personaje de Heinrich —interpretado magistralmente por el actor alemán Heinz Bennent—; Malgorzata y Andrzej procrearon al ahora director de cine Xawery, quien tenía 9 años cuando se estrenó la película de su progenitor, dentro de la cual la paternidad tiene un espacio propio.

Como es sabido, la vida privada de Żuławski fue su principal fuente y, como Anna en la admirada secuencia en un túnel del metro, el artista polaco necesitaba expeler todo lo que guardaba en su alma enferma. El contexto y la búsqueda de un planteamiento más amplio que incluyera la dimensión política —la historia ocurre en un barrio de Berlín cuyo límite era el propio muro desde el que la policía de la Alemania socialista, escrudiña con aparatosos binoculares las vidas privadas de los alemanes occidentales; además, el propio Mark es un espía y está relacionado con ese submundo— y la metafísica, en su búsqueda por darle un rostro al mal y reflexionar sobre su naturaleza, no están fuera del filme, proveyéndolo de ese modo de una serie de capas y apuntes que le dotan de la densidad tan característica que posee y que sigue provocando la admiración —que puede manifestarse al mismo tiempo como fascinación y repulsión— a 35 años de haber sido pergeñada.

Aunque estrenada el mismo año que Posesión, 1981, Scanners o el descriptivo título con el que se le conoció en México, Telépatas, Mentes destructoras, se halla en otra exploración del género de terror. El artista David Cronenberg creó su séptimo largometraje como una más de sus extrañas exploraciones de fenómenos psíquicos atípicos, con potencial para hacer daño a escala masiva, en la línea de su interés por las epidemias y otros desastres humanos. Si Posesión es un filme sobre los tormentos de una pareja que se disuelve o divide, Scanners es sobre el potencial de unas supermentes para destruir y controlar a los otros.

Mientras todo en el filme europeo es, monstruo incluido, el producto del choque entre las psiques, en la película de Cronenberg los superpoderes de 237 individuos entre 4 mil millones de habitantes de la Tierra, mezclados con las perversas intenciones de uno, les convierten en monstruos. Empero, el terror que plantea el director canadiense está más relacionado con una fuente muy actual de poder y destrucción social: las corporaciones, específicamente las farmacéuticas. A la luz de lo que se avecina con el Tratado Transpacífico y su equivalente para el Atlántico, en el que los derechos de propiedad intelectual ocupan un lugar preeminente, en un panorama ocupado por instituciones como la Police Intellectual Property Crime Unit de Londres y el FBI gringo persiguiendo a personas que comparten libremente material cultural en Internet, los elementos planteados por Cronenberg son plenamente convincentes, pertenecen al ambiente de terror en el que vive el planeta entero, dominado por unas cuantas transnacionales capaces de todo con tal de ampliar su control y sus ganancias.

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Para cerrar, programamos un clásico del subgénero del ciberpunk, el filme japonés Tetsuo: el hombre de hierro, que es una especie de mezcla entre La metamorfosis de Kafka, Videodromo de Cronenberg y Ereaserhead de David Lynch. Shinya Tsukamoto realizó este filme de modo independiente con una cámara de 16 mm con una estética afín al videoarte que se practicó con intensidad en esa época en diferentes latitudes de la aldea global. Tetsuo encarna (y “enmetala”) todos los temores y ansiedades que la tecnología provoca en las personas, con una mezcla de fascinación pero también de la incertidumbre oscura del destino al que conduce el viaje tecnológico que no conoce freno o límites sino que está desbocado con el ímpetu característico de las máquinas. Si Kafka imaginaba una pesadilla en la que Gregorio Samsa despierta siendo una conciencia atrapada en el cuerpo de una cucaracha gigante, Tsukamoto escenifica en su filme la transformación de un oficinista en máquina, un hombre-máquina.

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Al igual que todas las películas del ciclo, Tetsuo también es una película sobre las relaciones de pareja —ya sea entre hombre-mujer o entre hermanos— y todos los terrores que anidan en ella. Es curioso que cuatro películas tan disímbolas, parten de los conflictos emocionales derivados de las desavenencias entre las personas. Es como si la comedia romántica, cuando se enfoca no en el idílico momento de la conquista o reconquista, sino en las sombras y los momentos poco gratos del amor y la fraternidad, resultara en las pesadillas que suele narrar el cine de terror.

Para concluir el mes dedicado a ese género, el cineclub Medusa ofrecerá una semana entera, del miércoles 26 al lunes 31, una selección diaria de seis películas de terror: Ju-On: The Grudge (Takashi Shimizu, 2002), Ringu (Hideo Nakata, 1998), Exterminio (Danny Boyle, 2003), Vampyr (Carl Th. Dreyer, 1932), La bruja (Robert Eggers, 2015) y La cosa (John Carpenter, 1982).

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