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Violencia obstétrica en BCS. Eliminando la cultura de la invisibilidad

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Mamá Científica

Por Marián Camacho

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). De acuerdo con el Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) A.C. en su informe del 2015 titulado Violencia obstétrica. Un enfoque de derechos humanos, “la violencia obstétrica es una forma específica de violencia contra las mujeres que constituye una violación a los derechos humanos. Se genera en el ámbito de la atención del embarazo, parto y posparto en los servicios de salud públicos y privados, y consiste en cualquier acción u omisión que cause un daño físico o psicológico a la mujer, que se exprese en falta de acceso a servicios de salud reproductiva, un trato cruel, inhumano o degradante, o un abuso de medicalización, menoscabando la capacidad de decidir de manera libre e informada sobre dichos procesos reproductivos”. En esta entrega, hablaremos sobre la violencia obstétrica en Baja California Sur, qué antecedentes han pasado casi desapercibidos acerca de este problema, así como las acciones que diversas instancias han ido implementando en su contra.

De acuerdo con el médico Luis Alberto Villanueva Egan, ex Director General Adjunto de Salud Materna y Perinatal del Centro Nacional de Equidad de Género y Salud Reproductiva de la Secretaría de Salud, entre las manifestaciones de este tipo de violencia se encuentran las prácticas invasivas y suministro injustificado de medicación, la negativa de tratamiento o aplazamiento de la atención médica, no respetar los tiempos del parto, los regaños, burlas, insultos, manipulación de la información, falta de respeto por la privacidad de las mujeres, así como la coacción para obtener su “consentimiento” y otros tratos discriminatorios y humillantes.

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Aunque el uso del término violencia obstétrica no es nuevo, existe una resistencia importante para aceptar su denominación, en particular en el sector médico. Como ejemplo local de esta situación,  en noviembre de 2019 el titular de la Secretaría de Salud en Baja California Sur, el médico cirujano y partero, Víctor George Flores, expresó que “en algunas situaciones es muy débil la línea” que separa la violencia obstétrica de la mera percepción de las pacientes y aseguró que “a veces desconoce el prestador de servicios que está incurriendo en una violencia obstétrica”. “Muchas veces es percepción”, dijo George Flores al referirse a las mujeres que denuncian esta clase de violencia cometida en hospitales. No obstante, acotó el Secretario, “cuando la mujer obviamente tiene sus dolores y, obviamente, la mujer se va a quejar, es cuando el prestador de servicio de ninguna manera la puede regañar por esta situación”. Además, reafirmó que la decisión de las mujeres respecto a ser intervenidas quirúrgicamente, con cualquier fin, debe ser exclusivamente de ellas. Es importante notar que, durante su intervención, el Secretario no ofreció cifras aproximadas sobre quejas recibidas en 2019 por violencia obstétrica en los servicios de salud del Estado.

Según el Informe La Pieza Faltante -Justicia Reproductiva 2018 de GIRE, con base en la más reciente Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), “de 8.7 millones de mujeres que tuvieron al menos un parto entre 2011 y 2016 en México, 33.4% refirieron haber sufrido maltrato por parte de quienes las atendieron” con acciones u omisiones tales como: gritos, regaños, retrasos en la atención porque les dijeron que estaban gritando o quejándose mucho, ignorar a la paciente, presión para aceptar métodos anticipativos o esterilización (involuntaria), obligación a colocarse en posiciones incómodas, ofensas, anestesia denegada y sometimiento al dolor injustificado, firma involuntaria de consentimientos o aislamiento del o la bebé por más de cinco horas. De acuerdo con los datos de la misma encuesta, a nivel nacional, el 40.8% de los casos de violencia obstétrica ocurrieron en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS); el 38.7% en hospitales de los estados; el 34.7% en centros de salud; el 30.7% en clínicas del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) administrados por las entidades federativas; el 29.8% en el ISSSTE de la federación. En Baja California Sur, el 30.7% de las mujeres entre los 15 y los 49 años ha sufrido violencia obstétrica, colocándose por debajo de la media nacional, que refiere un 33.4% de incidencia.

Lo que dice la Ley

Desde el enfoque legal, la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, publicada en 2007, no prevé de manera expresa la violencia obstétrica como una forma de violencia contra las mujeres. Sin embargo, la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia para el estado de Baja California Sur, en su Artículo 4 Fracción VIII BIS, la define como “toda acción u omisión por parte del personal médico y de salud que dañe, lastime, denigre o cause la muerte a la mujer durante el embarazo, parto y puerperio, así como la negligencia en su atención médica que se exprese en un trato deshumanizado, en un abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales, considerando como tales la omisión de la atención oportuna y eficaz de las emergencias obstétricas; practicar el parto por vía de cesárea, sin que cumpla con los criterios médicos acordes a la normatividad oficial en ésta materia; el uso de métodos anticonceptivos o esterilización sin que medie el consentimiento voluntario, expreso e informado de la mujer, así como obstaculizar sin causa médica justificada el apego precoz del niño o niña con su madre, negándole la posibilidad de cargarlo y amamantarlo inmediatamente después de nacer”. La aparición del concepto de violencia obstétrica en esta Ley estatal colabora a reconocer que es una forma específica de violencia institucional contra las mujeres y constituye una violación a los derechos humanos.

Asimismo, cabe recordar que, desde 2016, opera la Norma Oficial Mexicana NOM-007-SSA2-2016, “para la atención de la mujer durante el embarazo, parto y puerperio, y de la persona recién nacida”. Esta norma tiene por objeto establecer criterios mínimos para la atención médica de la mujer y es de aplicación y observancia obligatoria en todo el territorio nacional para el personal que labora en las unidades que integran el Sistema Nacional de Salud. La atención médica que reciban las mujeres en edad reproductiva en los establecimientos para la atención médica, ya sean públicos o privados, debe ser con un enfoque preventivo, educativo, de orientación y consejería. La implementación de dicha Norma es un pendiente esencial para garantizar el acceso a servicios obstétricos de calidad para las mujeres en México. Asimismo, es importante que todas las personas, principalmente las mujeres embarazadas, conozcan esta Norma Oficial, con el fin de informarse de sus derechos y hacérselos saber al personal de salud que los desconozca.

En BCS, en los últimos años se han impulsado iniciativas que tienen como objetivo garantizar los derechos reproductivos de las mujeres. Es el caso de la propuesta de la diputada Diana Von Borstel quien, en septiembre de 2017, desde la máxima tribuna del Congreso del Estado, presentó un proyecto de decreto mediante el cual se reforma la Fracción VI del Artículo 3, se adiciona una Fracción VIII Bis al Artículo 4 y se reforma al Artículo 5 de la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia para Baja California Sur. La Diputada adujo que en México se practica el doble de las cesáreas recomendadas por la Organización Mundial de la Salud ya que, del total de nacimientos, el 31% se producen por esta vía, y en los últimos doce años se incrementó la cifra a un 33.7% en el sector público y 60% en el privado, “su práctica indiscriminada es inadmisible expresión de la violencia obstétrica de que son objeto las mujeres embarazadas”, concluyó la funcionaria.

Por su parte, en noviembre de 2019, la diputada local del Partido del Trabajo (PT) Mercedes Maciel Ortiz presentó una iniciativa que busca visibilizar, prevenir y sancionar la violencia obstétrica, integrándola como delito por razón de género dentro del Título Vigésimo Sexto del Código Penal de Baja California Sur y adicionando el capítulo tercero: violencia obstétrica. Desde su perspectiva, la maternidad, además del aspecto médico, involucra las nociones de equidad y violencia de género. En este sentido, el personal encargado de proveer los servicios de salud a la gestante debe conducirse con respeto a sus derechos humanos, situación que en algunas ocasiones no acontece, ya que las afectaciones hacia los derechos y salud reproductiva de las mujeres, ocurridas durante la atención al embarazo, parto y puerperio en las instituciones de salud son constantes.

Maciel Ortiz dijo que, a pesar de que hay un vasto marco normativo, hasta el día de hoy sólo cinco entidades federativas contemplan la violencia obstétrica como delito en sus códigos penales: Estado de México, Quintana Roo, Veracruz, Guerrero y Chiapas. La tipificación de esta conducta tiene como objetivo lograr un acceso efectivo de las mujeres a una vida libre de violencia. Por tal motivo, la Diputada apuntó que su iniciativa va en sentido de que, si se quiere prevenir la violencia obstétrica, y en particular prevenir sus formas más graves, es indispensable tipificar esta conducta dentro de la norma competente. Asimismo, expuso que las mujeres en México enfrentan serios obstáculos para ejercer sus derechos reproductivos, desde la discriminación en el acceso y la negativa de los servicios de salud obstétrica, hasta la atención deficiente en la prestación de los servicios debido a problemas estructurales en los sistemas de salud, como infraestructura insuficiente y la falta de capacidad de las clínicas y hospitales públicos, federales y locales, para atender partos y urgencias obstétricas, así́ como los procesos de enseñanza para el personal médico que favorecen una visión autoritaria que fomenta el maltrato y en la que las opiniones de las mujeres no son tomadas en cuenta durante los procesos obstétricos.

Por su parte, en el Código Penal de BCS, el Artículo 391 establece que comete el delito de violencia obstétrica el personal de salud público o privado que, en el ejercicio de su profesión u oficio, dañe, lastime o denigre de forma física, verbal, psicológica y/o emocional a la mujer durante el embarazo, parto y puerperio. A quien realice las conductas señaladas se le impondrán de cinco a nueve años de prisión y hasta 500 días multa, y la reparación del daño. Por su parte, el Artículo 392 señala que se equiparará a violencia obstétrica el no atender o no brindar atención oportuna y eficaz a las mujeres en el embarazo, parto, puerperio o en emergencias obstétricas; asimismo, el proceso natural del parto de bajo riesgo, mediante el uso de técnicas de aceleración, sin obtener el consentimiento voluntario, expreso e informado de la mujer; practicar el parto por vía de cesárea, sin obtener el consentimiento voluntario, expreso e informado de la mujer habiendo condiciones para hacerlo de forma natural.

También el acosar o presionarla psicológica u ofensivamente con el fin de inhibir la libre decisión de su maternidad; o que, sin causa médica justificada, obstaculizar el apego del niño o la niña con su madre, mediante la negación a ésta de la posibilidad de cargarle o de amamantarle inmediatamente después de nacer; u, obligarla a parir acostada sobre su columna y con las piernas levantadas o en forma distinta a la que sea propia de sus usos, costumbres y tradiciones obstétricas. Dichas conductas tendrán multas de tres a seis años de prisión y hasta 300 días de multa; de seis meses a tres años y hasta 150 días multa, dependiendo del supuesto; y, si el activo del delito fuere servidor público, además de las penas, se le inhabilitará hasta por dos años. Finalmente, el Artículo 393 precisa que comete el delito de Violencia Reproductiva a quien vulnere el derecho de las mujeres a decidir libre y responsablemente el número de embarazos o el intervalo entre los nacimientos, al implantarle métodos anticonceptivos, realice procedimientos de ligadura de trompas de Falopio o extracción de matriz u ovarios sin que ésta otorgue su consentimiento o se encuentre plenamente informada. Esta tendrá una pena de tres a seis años de prisión y hasta 300 días multa.

Por otro lado, en septiembre de 2018, la presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH), Lizeth Collins Collins, mencionó que, tan sólo en el mes de agosto de ese año, se registraron entre 3 a 5 quejas por violencia obstétrica dirigidas al IMSS y al ISSSTE. Lizeth Collins exhortó a las mujeres que sufren o padecen malos tratos, hacia su persona o sus bebés al momento de acudir a la atención de salud, a denunciar la falta de atención por parte de las instituciones y de esa manera lograr hacer más eficiente la atención y disminuir los casos en el Estado. Al respecto, en septiembre de 2019, la CNDH dirigió una recomendación por violencia obstétrica por inadecuada atención médica a una paciente y violación al interés superior de la niñez de su hijo recién nacido, ocurrida en 2016 en el Hospital General de Zona con Medicina Familiar Número 1 en esta ciudad.

En dicha recomendación se menciona que se deberá capacitar al personal de ese hospital en materia de derecho a la protección de la salud materna, obligaciones de accesibilidad, aceptabilidad, disponibilidad y calidad en la prestación de servicios de salud, así como los indicadores de gestión y evaluación que se apliquen al personal que los reciban en los cuales se refleje un impacto efectivo, en emergencias obstétricas, responsabilidad profesional y trato digno a las pacientes, así como atención de la persona recién nacida y debida observancia de las normas oficiales mexicanas, así como colaborar en las quejas y denuncias que se presenten contra el personal involucrado en los hechos. En ese mismo año, la misma Comisión emitió la Recomendación 3/2019, al Director General del IMSS, Germán Martínez Cázares, por inadecuada atención médica y violencia obstétrica a una persona de 33 años de edad con embarazo de 39.5 semanas, que derivó en el fallecimiento de una persona del sexo femenino a escasas horas de su nacimiento en diciembre de 2013, en el Hospital General de Subzona con Medicina Familiar 26 del IMSS en Cabo San Lucas.

Por otro lado, el concepto de violencia obstétrica —a diferencia de otros como maltratos o negligencia en la atención obstétrica— colabora a visibilizar que se trata de una forma específica de violencia contra las mujeres. En este sentido, quien escribe está alineada con GIRE al considerar que “la respuesta ante este tipo de violencia implica transformar las condiciones estructurales del sistema de salud en todos sus niveles y no individualizar el problema, penalizando al personal de salud específico, en especial considerando los obstáculos que enfrentan en el país para realizar su trabajo en óptimas condiciones. Por ello, GIRE considera que la tipificación de la violencia obstétrica pierde de vista el problema de fondo y puede resultar contraproducente para los objetivos que busca alcanzar”.

La saturación del sistema de salud en México, en particular de los hospitales de segundo y tercer nivel, afecta de manera importante la calidad de la atención médica, dificulta la respuesta ante emergencias obstétricas y, con ello, repercute en la incidencia de casos de violencia obstétrica y muerte materna. En respuesta, algunos países han apostado por la redistribución de los partos sin complicaciones hacia el primer nivel de atención, garantizando la referencia de casos complicados cuando así lo ameriten. Esto implica la inclusión de profesionales de la salud de nivel medio, como parteras y enfermeras obstetras, lo que ha derivado en un nuevo interés en formar este tipo de personal. En México, de acuerdo con el Centro Nacional de Equidad de Género y Salud Reproductiva, en el tercer trimestre de 2017 había un total de 248 parteras otorgando servicios de partería en 16 entidades federativas.

La Ley General de Salud y su reglamento en materia de prestación de servicios de atención médica regulan la prestación de los servicios de salud, incluyendo las personas facultadas para brindar servicios de atención obstétrica y anticoncepción. En su Artículo 64, fracción IV establece la obligación de las autoridades sanitarias de capacitar a dichas personas con el objetivo de fortalecer su competencia técnica en la atención. La NOM 007, por su parte, obliga a todas las instituciones de salud a capacitar a enfermeras obstetras, parteras técnicas y tradicionales para identificar complicaciones del embarazo, parto y puerperio, y proveer facilidades para la referencia y acompañamiento de las mujeres embarazadas a los establecimientos para la atención médica.

Así, los partos de bajo riesgo pueden ser atendidos por enfermeras obstetras, parteras técnicas y parteras tradicionales capacitadas. Aunque esto representa un comienzo importante, persisten grandes retos relacionados con la atención obstétrica y la partería en México, como la falta de claridad en el marco jurídico respecto a la acreditación y capacitación de parteras, la falta de reconocimiento del valor de la partería tradicional y la reticencia por parte del gremio médico para la inclusión de personal de nivel medio capacitado para la atención obstétrica.

Acceso a la justicia

Existen diversos medios por los cuales las víctimas de violencia obstétrica pueden acceder a compensaciones, reparaciones de daños y sanciones en contra de quien resulte responsable de esta indeseable práctica dentro del sector salud. Sin embargo, aunque cada uno de estos medios conlleva dificultades específicas para su aplicación, es indispensable que las víctimas utilicen alguno o varios de estos procedimientos para que exista constancia de que la violencia obstétrica es una situación recurrente y generalizada en nuestro país. De esta manera, será posible evidenciar efectivamente este problema social y priorizar su solución a través de herramientas legales, políticas y educativas. A continuación, se abordan las opciones para acceder a la justicia en caso de ser víctima de violencia obstétrica:

-Quejas administrativas. El recurso más inmediato que tienen las mujeres ante un caso de violencia obstétrica es el escrito de queja ante la unidad de contraloría interna de una institución de salud, a partir de la cual se realizará la investigación correspondiente de los hechos. Cada institución de salud determina el procedimiento que se debe seguir para interponer una queja. Esto representa una barrera importante para el acceso a la justicia, pues genera incertidumbre entre quienes enfrentan este tipo de violaciones. Lo anterior aunado al conflicto de interés que implica presentar una queja en la misma institución sobre la cual radica la inconformidad, y a la que probablemente acudan la mujer y sus familiares a solicitar servicios médicos de forma cotidiana.

-Inconformidades ante la Comisión Nacional de Arbitraje Médico (CONAMED). Las principales atribuciones de este órgano desconcentrado de la Secretaría de Salud federal consisten en asesorar a los usuarios de servicios médicos, atender quejas e irregularidades en el servicio médico, intervenir en conciliaciones entre prestadores de servicios y usuarios, fungir en el arbitraje entre ambos y emitir opiniones técnicas sobre asuntos de carácter general.

-Procesos penales. Actualmente, aunque algunas entidades federativas han optado por incluir la violencia obstétrica como un delito en sus códigos penales, GIRE y quien escribe el presente documento, consideramos que la vía penal individualiza el problema hacia personal médico y de enfermería, que frecuentemente desempeña su trabajo en condiciones que merman su capacidad y la calidad de la atención que brindan y difícilmente contribuirá a evitar prácticas de violencia obstétrica que tienen un carácter estructural. Por lo tanto, deberían buscarse medidas de tipo administrativo y de política pública que refuercen el marco normativo y de derechos humanos para la atención obstétrica. En su caso, ciertos tipos de incumplimiento o violación de los derechos humanos podrían sancionarse por la vía administrativa o civil. Sin embargo, si bien estas situaciones deben atenderse, no necesariamente pueden atribuirse a la responsabilidad de una persona en lo particular, como supone la sanción penal. Las deficiencias en la infraestructura y equipamiento de los centros de salud y hospitales son una falla que el Estado está obligado a resolver al crear las condiciones necesarias para el disfrute efectivo de los derechos humanos, pero difícilmente esto se alcanzará mediante la atribución de responsabilidades penales al personal médico.

-Quejas ante Comisiones de Derechos Humanos. La interposición de quejas ante estas comisiones para el establecimiento de medidas de reparación por violaciones a derechos humanos puede tomar años para alcanzar una resolución. Asimismo, esta vía no siempre constituye una verdadera alternativa de protección jurídica para las mujeres, debido a algunos factores como la limitada participación que se da a las personas agraviadas durante la tramitación de la queja; la falta de consideración de las peticiones de las víctimas al emitir recomendaciones para garantizar una reparación integral acorde con los derechos humanos, y los límites y obstáculos en el acceso a los expedientes de queja para las víctimas y sus representantes legales. También es frecuente que las recomendaciones emitidas sean aceptadas por las autoridades, pero no se les brinde puntual seguimiento ni se recaben pruebas sobre su cumplimiento.

A falta de conclusión

La violencia obstétrica es un problema de justicia y derechos humanos que requiere acciones que transformen de manera sistemática la manera en la que se concibe la atención en salud hacia las mujeres. Si bien en México existen ciertos avances en materia legislativa sobre el tema, como el reconocimiento del concepto de violencia obstétrica en la mayoría de los marcos normativos locales, aún se requieren estrategias y mecanismos que permitan difundir de manera amplia y constante esta problemática desde una perspectiva de derechos humanos, como una política permanente y no como una acción coyuntural.

Para ello, es necesario que se diseñen e implementen políticas públicas que busquen erradicar y prevenir acciones u omisiones que constituyen violencia obstétrica, con un enfoque de género e interculturalidad. Entre las acciones urgentes en este sentido destaca la necesidad de mejorar el equipamiento e infraestructura hospitalaria, así como la formación del personal de salud que interviene en la atención de las mujeres durante la atención de sus embarazos, partos y puerperios. Mientras esto no ocurra, el continuum de violencias que enfrentan las mujeres, que en ocasiones deriva en daños físicos y psicológicos irreparables que son prevenibles, seguirá siendo una realidad en el país.

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Mi parto. Un caso de violencia obstétrica en La Paz

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Mamá Científica

Por Marián Camacho

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). ¿Para eso quieren tener hijos? Escuché decir a la ginecóloga de guardia nocturna del Hospital General del ISSSTE, mientras yo me retorcía de dolor durante una contracción y trataba de contener cualquier sonido que pudiera molestarla. Esta crónica es la historia sobre mi parto y un caso de violencia obstétrica en La Paz, esperando causar empatía con otras mujeres para afrontar la experiencia, poder contarla y lograr unirnos para que estas prácticas se eliminen.

Ese día, ya habían pasado cuatro horas desde que la ruptura de las membranas de mi útero había dejado escapar el líquido amniótico que mantenía flotando a mi bebé. Minutos antes de que se “me rompiera la fuente”, a las 2 de la mañana, yo estaba muy tranquila durmiendo en mi casa. Mi paz interior derivaba del conocimiento del proceso biológico del nacimiento, el cual había adquirido, junto con mi pareja, durante tres meses en un curso de preparación para el parto con una maravillosa doula en el centro de enseñanza Riqui-Ran. Asimismo, mi formación científica me había impulsado a buscar gran cantidad de información acerca del tema: revistas científicas especializadas (en inglés y español), libros, pláticas con médicos y con muchas mujeres que habían pasado por ese camino, videos en internet, páginas web, etcétera. Esta gran montaña de información no sólo incluía datos duros, cifras y estadísticas, sino un cúmulo de experiencias espirituales y sentimentales que me indicaban que yo, al igual que muchas mujeres a lo largo de la historia de la humanidad, podría parir. Estaba preparada. Tenía muchísimas herramientas a mi alcance, las cuales podría utilizar dependiendo la situación que se presentara.

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Así, cuando esa madrugada vi escurrir el abundante líquido amniótico por mis muslos y formar un pequeño charco en el piso del baño, sabía que había llegado el momento de ir al hospital. Yo vivo en El Pedregal, así que el trayecto hasta el Hospital del ISSSTE en la colonia El Conchalito constituye un trayecto de 15 minutos, aproximadamente. Durante ese tiempo, iba mirando por la ventana y me di cuenta de que el malecón es muy bonito y que el mar se ve muy lindo iluminado con la luz de luna. Mi esposo y yo íbamos platicando, y me di cuenta, una vez más, que lo amo. ¡Estábamos preparados! Juntos habíamos recorrido, pacientemente, 39 semanas de un embarazo tranquilo, cálido, divertido y de mucho cariño. La información científica y emocional había sido adquirida por ambos. Definitivamente, estábamos preparados.

Dentro de los aspectos que teníamos a considerar estaba la violencia obstétrica. Sin embargo, cuando has pasado un embarazo, y prácticamente la vida entera, rodeada de un ambiente libre de violencia, con una familia y amigos que te hacen saber que estás protegida y segura, el concepto de violencia se vuelve sólo eso: un concepto, una representación teórica de algo desagradable. De tal forma que, aunque sabía que las mujeres sufren (sí, sufren) de violencia ejercida por los “profesionales de la salud” durante el momento del parto, un par de horas después de llegar al hospital me daría cuenta de que no estaba preparada para enfrentarla.

Un día antes de mi llegada al hospital, el 23 de octubre, había sido Día del Médico, por lo que esa madrugada que iba rumbo a conocer mi bebé, decidí llevar una canastita con dulces para ofrecer al personal. Una vez atravesada la puerta de Urgencias, el olor a hospital comenzó a acelerar mi corazón, pero recordaba muchas de las herramientas que tenía para afrontar los malos pensamientos, principalmente el miedo. Todo bien. El médico que me valoró inicialmente fue contundente al indicar que, desde ese momento quedaría ingresada en “trabajo de parto” y debía permanecer acostada y canalizada con suero. No aceptó ningún dulce de la canasta. A continuación, mi esposo y yo, juntos aún, pasamos a un área de camas donde me dieron una bata y comenzaron a intentar canalizarme. Y digo intentar porque, aunque el enfermero fue muy amable, me “ponchó” dos veces la vena antes de lograr colocarme la aguja correctamente. Tampoco aceptó ningún dulce de la canastita que pusimos junto a mi cama.

En ese momento comenzó oficialmente la medicalización del parto. Contrario a mi ideal, a lo estudiado en mi curso de preparación y a diversas experiencias sobre parto humanizado, al entrar a ese hospital se terminaron mis herramientas para afrontar con mi propia fuerza y voluntad la llegada de mi bebé a este mundo. Esto lo digo porque una de las condiciones básicas para sobrellevar las contracciones uterinas es poder moverse con libertad, es decir, caminar, sentarse o colocarse en cualquier posición que proporcione alivio a esos dolores tan intensos. Asimismo, el sentirse acompañada por la pareja y en un ambiente seguro, es una fuente de oxitocina natural, la hormona que facilita el trabajo de parto. Sin embargo, con la llegada de la ginecóloga de guardia nocturna a mi cama, arribó el protocolo médico de estar acostada (aún sin necesidad), el suministro de oxitocina artificial para acelerar las contracciones y la orden de salida de mi esposo con una sola palabra seca y fría: Fuera. Hizo su aparición la violencia obstétrica en forma de mujer, con 25 años de experiencia de “asistencia” a parturientas y con la empatía de un bloque de hielo.

Al pasar los minutos, no podía creer que mis miedos acerca de un parto con violencia obstétrica se estuvieran presentando uno a uno. Tuve la esperanza de ablandar el corazón de esa ginecóloga al ofrecer un dulce, el cual rechazó de inmediato e indicó Saquen eso de la habitación. Con esa misma actitud me dijo que no podría pararme, ni para ir al baño y que no hiciera ruido. Ahí perdí toda mi alegría y comencé a sentirme derrotada. De nada había servido tanta preparación, cuando no tienes opción ante un médico como aquella, de la cual depende tu vida y la de tu hijo por nacer. Hubo algunos respiros con el personal de enfermería y la estudiante de medicina que estuvo asignada en ese turno. Ambas me dijeron, en un tono muy bajito, que no me preocupara, que así era esa médico y que mejor me concentrara en avanzar en la labor de parto porque pronto conocería a mi bebé. En ese transcurrir, me realizaron varias revisiones vaginales, tactos, para revisar el avance de la dilatación del cuello uterino; así como la solicitud de diversa información para rellenar varios formularios. No es agradable repetir numerosas veces tu dirección, antecedentes clínicos y familiares en medio de una contracción, pero traté de hacerlo lo más amable que pude.

Con la oxitocina artificial recorriendo mis venas, el dolor aumentaba, hasta el punto de tener ganas de vomitar y estar “torcida” en una orilla de la cama mordiendo las sábanas cada vez que venía la contracción. Me daba muchísima pena vomitarme encima, pero era algo que no podría seguir conteniendo porque el hecho de tener que mantenerme callada ya significaba un gran esfuerzo. Tuve que decir, con la poca voz que me salía, que tenía ganas de vomitar. La ginecóloga me volteó a ver desde su escritorio y murmuró algo como Eres una chocoreta —creo que quiso decir que era chocante tener que “batallar” conmigo. Nunca lo sabré—. Me sentía demasiado apenada. Afortunadamente, la enfermera me acercó un paño donde me dijo que vomitara, y así lo hice. Nunca había vomitado en esa posición. Como último detalle antes de terminar su turno, la ginecóloga me preguntó si necesitaba mis lentes. Claro que sí. No puedo ver nada sin ellos. Por favor, no me los quite, le imploré con lágrimas en los ojos. Si eso hubiera sucedido, no puedo ni imaginar qué me hubiera sido de mí. Mmmm, pues aquí se los quitamos a todas, dijo al salir de la habitación. No la volví a ver.

Con la llegada de un nuevo día, que pude comprobar por la luz del sol que entraba por una ventanita, llegó también la esperanza, en la hermosa forma de la doctora Fregoso. En uno de los respiros de mi dolor de parto, observé unos bonitos zapatos de tacón negro y alcé la mirada para saber a quién pertenecían. Ahí la vi. Se hacía una coleta de caballo mientras preguntaba sobre la paciente que atendería ese día. Se volteó hacia mí y se sonrió. Ahí supe que el mundo puede ser un bonito lugar también. Joven, de tez blanca, cabello castaño claro y con una sonrisa tan cálida como la luz que entraba a la sala; se presentó diciendo su apellido e indicándome que ella atendería mi parto. Horas después, supe que ella es suplente y que ese día fue una casualidad que ella estuviera ahí. Esa casualidad salvó nuestras vidas y nuestra dignidad.

Pasaron las horas y el cuello de mi útero se abría lentamente con cada contracción. La Dra. Fregoso se dio cuenta que yo contenía mis sonidos y me preguntó por qué lo hacía. Le conté mi experiencia con la ginecóloga anterior y se molestó mucho. Me dijo que con ella no era necesario hacer eso y que yo podía expresarme como mejor me pareciera. Me dijo que podía gritar, llorar, decir groserías y pararme de la cama si eso me hacía sentir mejor. Desafortunadamente, tantas horas en esas condiciones me habían desgastado, física y emocionalmente, y estaba demasiado cansada para seguir. Ella podía darse cuenta de mi estado emocional y tuvo un gesto de amabilidad que jamás olvidaré: me hizo una trenza.

Ahí en medio de mi dolor, a la vista de muchas personas observando las partes más privadas de mi cuerpo y con mi ánimo por el suelo, ella logró devolverme un poco de dignidad al arreglar mi cabello. Un par de horas más tarde, el dolor llegó a su máximo cuando mi cuello uterino dilató hasta 8 cm; entonces un grito profundo salió de mi garganta, atravesó la habitación y el pasillo de esa ala del hospital, y llegó hasta la sala de espera —según me platicaron mis amigos y familiares—. En ese momento, la ginecóloga volvió con otro de mis ángeles de la guarda, el anestesiólogo, un joven médico con una mirada amable y atenta que se acercó rápidamente a ver cómo me encontraba. Él y la Dra. Fregoso, me explicaron que la situación no se estaba llevando a cabo de una manera “normal” y que, al parecer, mi dolor era demasiado y así no podría llegar al final del parto. Me sugirieron utilizar un analgésico a través de una epidural. El anestesiólogo me dijo que este medicamente no afectaría la salud de mi bebé y que únicamente haría más fácil continuar con el proceso. Accedí.

Efectivamente, obtuve un poco de alivio. Llegué al máximo nivel de dilatación: 10 cm. Ahora, según me indicaron, era el momento en que mi bebé debería comenzar a atravesar el canal de parto y necesitaría pujar para ayudarla en el proceso. Pujé. Hice lo mejor que pude una y otra vez. Ya está en segundo plano, escuché decir a la ginecóloga. Los planos de Hodge son término médicos que se utilizan como niveles para dividir imaginariamente la pelvis desde el estrecho superior hasta el estrecho inferior con el fin de ubicar la posición de la presentación fetal durante el nacimiento, en su paso por el canal del parto. En total son cuatro planos numerados desde arriba hasta abajo, siendo el primer plano el más alto y el cuarto el inferior. Sobra decir que, en el momento del parto, la posición vertical y el balanceo pélvico ayuda a este descenso pélvico. En este plano, mi bebé pasó aproximadamente una hora y media. Repetidamente la doctora me invitaba a levantarme de la cama para que la fuerza de gravedad ayudara a que mi bebé “bajara”, sin embargo, como lo mencioné, mis energías físicas estaban casi agotadas. En un momento, la ginecóloga se acercó amablemente, pero con una expresión bastante sería, y me dijo Marian, si no logramos pronto que la bebé descienda más, tendremos que hacer una cesárea. Podría ser peligroso para la bebé estar tanto tiempo en esa posición.

Pero ¿y todo ese dolor?, ¿y mis muchas horas de preparación?, ¿y mi capacidad natural para poder parir?, ¿de nada serviría todo eso? Muchas preguntas dando vueltas en mi cabeza. Hagamos un último intento, ¿vale? Trata de levantarte y hacer sentadillas. Ojalá tuviéramos una pelota de pilates, dijo la doctora. Pensar en el sufrimiento de mi bebé atorada en el canal de parto y una posible cesárea de emergencia, dieron a mis piernas un esbozo de fortaleza y, con ayuda de un médico residente, logré levantarme. Hice algunas sentadillas. Volvieron a hacer el tacto para inspeccionar si había algún avance. Nada. Más sentadillas. Otra vez tacto. Nada. Después, Fragoso tuvo un segundo gesto de amabilidad que recordaré siempre, hizo sentadillas conmigo. Desafortunadamente, estos intentos fueron infructuosos y tuvieron que llamar al cirujano.

Buenos días, Marian. Soy Max Valadez, dijo el nuevo médico que se acercó a la camilla. Su voz era firme, pero amable. Me explicó que debía hacer una revisión para decidir si se llevaría a cabo la cesárea. Para ello, cuando sintiera venir la contracción, yo debía pujar con todas mis fuerzas mientras él hacía un tacto del canal de parto. Así lo hicimos y bastaron unos segundos para su veredicto, Te voy a operar. A partir de ese momento, todo se precipitó tan rápidamente como lo había visto en las películas. Enfermeras y médicos se movían de un lado a otro. Eso me ponía más nerviosa, ya que estaba consciente que estábamos por iniciar un procedimiento de emergencia. Me enteré de que la cesárea consistiría, básicamente, de empujar a la bebé “hacia arriba”, es decir, regresarla del canal de parto hacia el útero, y sacarla por mi abdomen. Tuve miedo. Que pase el esposo, escuché decir a alguien. Ahí lo vi. Sus ojos me lo decían todo. Él también tenía miedo, aunque se esforzaba por mantener su sonrisa. Estoy muy asustada, amor, le dije, muy apenada por mi aspecto y disculpándome por no haber podido parir a su hijita. No hubo mucho tiempo para platicarlo porque las enfermeras apuraban las maniobras. Me dio un beso y me dijo Las espero afuera.

Después, y casi sin darme cuenta, estaba sobre la plancha de un quirófano con una lámpara gigante alumbrando mi cara y conectada a un monitor de la frecuencia cardíaca. En ese momento recordé haber visto u oído en algún sitio que, durante una cesárea, si los médicos te veían demasiado nerviosa podían sujetarte las muñecas con unas abrazaderas de la plancha para evitar que con algún manoteo se causaran complicaciones del procedimiento. Definitivamente, yo no quería que me amarraran, así que decidí hacer todo lo posible por realmente mantener la calma, y no solo aparentarlo ya que mi frecuencia cardíaca estaba monitoreada y no podría engañar al anestesiólogo. De hecho, él me preguntó ¿Por qué estás nerviosa?, Es que me parece una operación difícil, respondí. Me comentó que el cirujano tenía muchísima experiencia en este tipo de cesáreas y me recomendó estar tranquila. Incluso, me propuso que escucháramos música. Accedí.

La cirugía comenzó y fue mucho más rápida de lo que suponía. La parte del procedimiento donde el cirujano acomodó a la bebé y la sacó de mi cuerpo, creo que duró menos de cinco minutos. Siempre estaré agradecida por la habilidad y experiencia médica de todo el equipo que participó en la llegada al mundo de mi hija. Su llanto marcó el inicio de su vida extrauterina y se sincronizó con el estribillo de Tornasol, una canción de “La Gusana Ciega”. Inmediatamente, los médicos neonatólogos hicieron sus procedimientos de recibimiento y acercaron a mi cara a una bebé saludable con los ojos bien abiertos y mucho cabello. La cesárea terminó con una sutura vertical de aproximadamente 15 cm en mi abdomen. Posteriormente, y de camino a la sala de recuperación, pusieron a mi bebé en mi pecho para que comenzáramos nuestro vínculo madre-hija por medio del contacto piel con piel y la lactancia materna. Gracias por ello.

Sin cifras en BCS

En noviembre de 2019, Víctor George Flores, titular de la Secretaría de Salud en Baja California Sur, expresó que “en algunas situaciones es muy débil la línea” que separa la violencia obstétrica de la mera percepción de las pacientes y aseguró que “a veces desconoce el prestador de servicios que está incurriendo en una violencia obstétrica”. “Muchas veces es percepción”, dijo el también médico al referirse a las mujeres que denuncian esta clase de violencia cometida en hospitales.

Es de notar que durante su declaración, George Flores no ofreció cifras aproximadas sobre quejas recibidas en 2019 por violencia obstétrica en los servicios de salud del Estado.

Indagando sobre el tema en medios locales, en septiembre de 2018 se publicó que Lizeth Collins Collins, presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH), señaló que, tan sólo en el mes de agosto de ese año, se registraron de 3 a 5 quejas por violencia obstétrica dirigidas al IMSS y al ISSSTE. Un año después, en septiembre del año pasado, la CNDH dirigió una recomendación por violencia obstétrica por inadecuada atención médica a una paciente ocurrida en 2016 en el Hospital General de Zona con Medicina Familiar Número 1 en esta ciudad. En ese mismo año, la CEDH también emitió la Recomendación 3/2019, al Director General del IMSS, Germán Martínez Cázares, por inadecuada atención médica y violencia obstétrica a una persona de 33 años con embarazo de 39.5 semanas, que derivó en el fallecimiento de una persona del sexo femenino a escasas horas de su nacimiento en diciembre de 2013, en el Hospital General de Subzona con Medicina Familiar 26 del IMSS en Cabo San Lucas.

continuará…

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