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Las sergas de Scammon, o la caza de ballenas en la Sudcalifornia (II)

FOTOS: Internet.

Colaboración Especial

Por Francisco Draco Lizárraga Hernández

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La caza de ballenas en lagunas costeras era una práctica que ya se venía implementando desde hacía más de 40 años en el Atlántico Sur africano, pero era considerada como una actividad de alto riesgo debido a las altas probabilidades de encallar y perder las naves. Por esta misma razón, durante el primer lustro de la caza de ballenas estadounidense en las aguas de la Baja California, ésta se caracterizó por tener magros resultados productivos y económicos, ya que la mayor parte de la cacería se realizaba en la boca y alrededores de las lagunas costeras, pero sin entrar en ellas debido al riesgo que representaba dada su poca profundidad, impidiéndoles con ello cazar un mayor número de ballenas. Asimismo, la ballena gris es una especie con un fuerte cuidado maternal, razón por la cual las hembras con crías tienen un comportamiento bastante agresivo cuando perciben una potencial amenaza para sus ballenatos. Es por esto último que los marineros y cazadores de cetáceos conocían a esta especie como devilfish, es decir, “pez diablo”, ya que en muchas ocasiones estas ballenas provocaron la muerte de sus verdugos al destrozar las barcas de caza con su potente cola a fin de proteger a sus crías.

Pese a esto, la ambición por abastecerse de aceite y barbas de ballenas grises superaba con creces los temores de los ávidos cazadores. Esta especie había prácticamente desaparecido del Atlántico Norte desde la década de 1820, y se consideraba que la calidad de su aceite sólo era superada por la del cachalote y la ballena de Groenlandia –Balaena mysticetus–, razón por la cual los balleneros estadounidenses veían una oportunidad de oro en las lagunas costeras sudcalifornianas. Debido a esto, en 1852 comenzaron las primeras incursiones de embarcaciones balleneras al sistema lagunar de Bahía Magdalena-Almejas. Los resultados fueron mixtos, ya que muchos cazadores encallaron y perdieron sus embarcaciones y mercancías, pero otros lograron hacerse con decenas de barriles de aceite gracias a la abundancia de ballenas en la zona.

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Fue en 1855, cuando el joven capitán Scammon, oriundo de Maine y afincado en la Alta California desde 1850, entró por primera vez al sistema lagunar de Bahía Magdalena para cazar ballenas al mando del barco Leonore. Éste joven ballenero, de tan sólo 30 años, había recibido una muy buena educación por parte de su padre, Eliakim Scammon, un predicador metodista bastante prolífico e intelectual que siempre le fomentó el placer por aprender e instruirse. Por otra parte, Scammon asistió por un tiempo a la recién fundada Escuela Naval de los Estados Unidos, aunque desertó debido a que nunca le agradó la idea de integrarse a la Marina de Guerra; no obstante, su amor por el mar no disminuyó, sino que aumentó. Gracias a que su formación académica era considerablemente superior a la del promedio de marineros de la época, pronto pudo llegar a ser oficial en barcos mercantes en la Costa Este norteamericana. Debido a que en la recién anexada Alta California escaseaban marineros cualificados, el joven navegante dejó el Atlántico norteamericano y se encaminó hacia el Pacífico californiano con la esperanza de llegar a ser primer oficial de un barco. Para su buena suerte, sus expectativas se cumplieron y fue así que llegó a ser el segundo de a bordo de un bergantín ballenero. Dos años después, en 1852, con tan sólo 27 años, su ambición, disciplina y talento le valieron ser nombrado capitán del Leonore.

Se tiene registro de que esa temporada tampoco le fue muy redituable a los balleneros, e inclusive, el joven capitán perdió dos de las barcas de arponeo que encallaron en los bancos arenosos de Bahía Magdalena; además, seis de sus hombres resultaron muy heridos debido accidentes al momento de cazar a ballenas grises con crías. A pesar de todo, esto no desanimó a Scammon, y fue así que se dispuso a cartografiar las lagunas donde llegaban las ballenas y a medir la batimetría de la zona. Gracias a esto, cuando regresó al invierno siguiente, tuvo muchos mejores resultados, llegando a cazar 32 ballenas grises, de las cuales elaboró 1,440 barriles de aceite. Asimismo, cuando viajaba de vuelta a San Francisco al final de su primera temporada, el joven capitán observó la entrada de ballenas grises a una laguna costera en la parte media de la península, misma que fue cartografiada parcialmente por Scammon. Actualmente, esta es conocida como Laguna Ojo de Liebre, en el municipio de Mulegé. Debido a la gran abundancia de ballenas que observó dentro de éste sistema costero, Scammon omitió contar esta información para que de esta manera, durante la temporada siguiente, no tuviera que competir contra otros balleneros.

Durante la temporada invernal de 1856-1857, luego de su breve y exitosa estancia en Bahía Madgalena, Scammon procedió a cazar ballenas en las lagunas Ojo de Liebre y de San Ignacio hacia mediados de enero, ahora al mando del bergantín Boston y una goleta de exploración. Dentro de sus diarios, el joven capitán menciona que casi toda su tripulación estaba renuente a cazar en lagunas que les eran prácticamente desconocidas debido al alto riesgo que esto representaba; ni siquiera Scammon tenía altas expectativas de lograr una cacería tan fructífera como si se quedaran en Bahía Magdalena o en el extremo sur de la península. Sin embargo, esto no lo desanimaba, sino que lo inspiraba a redoblar esfuerzos para conquistar esta laguna.

Una vez que llegó a la boca de la laguna, Charles Scammon ordenó que esperasen tres días para familiarizarse con el régimen de mareas de la misma ya que, como había observado un año antes, esta era muy poco profunda y propicia para la formación de bancos de arena que los condenarían a naufragar. Al mismo tiempo, el joven capitán ordenó a la goleta –más pequeña y ligera que el bergantín– que sondease la zona para encontrar alguna entrada lo suficientemente profunda para que el Boston pudiera pasar. Pasadas las tres jornadas, un mensajero enviado desde la goleta les informó sobre la existencia de un canal por donde cabría el bergantín, después de lo cual Scammon se dispuso a entrar al sistema lagunar. Gracias a una providencial brisa, el Boston pudo entrar a la laguna Ojo de Liebre sin mayor dificultad.

El joven capitán quedó maravillado por el gran tamaño y placidez imperante en la laguna, misma en la que reportó una gran abundancia de peces, marsopas, tortugas marinas y aves playeras, lo cual le aseguraba que el alimento no escasearía; sin embargo, aún no había muchas ballenas. Correctamente, Scammon supuso que había llegado un poco antes de la mayoría de los cetáceos que migraban desde el Pacífico Norte. A fin de no estar ociosos, el ambicioso ballenero mandó a sus hombres a que recogiesen madera arrastrada por las mareas cerca de la entrada de la laguna, esto a fin de ponerla a secar y usarla para alimentar el fuego de las calderas donde procesaban el aceite; desafortunadamente, esta decisión casi le costó el fracaso total de su expedición ya que una fuerte marejada que vino de improviso arrastró los cuatro botes hacia el Pacífico, luego de lo cual uno de ellos zozobró luego de ser volteado por una fuerte ola. Ante esto, los tripulantes de las demás barcas se echaron al agua en un intento por regresar a tierra antes de que fueran halados hacia mar abierto. Afortunadamente, la mayoría logró regresar y sólo uno fue engullido por el poderoso oleaje del Pacífico; además, al poco rato vino un cambio en la dirección del viento que permitió que los tres botes restantes regresaran a la laguna, con lo cual Scammon ordenó que los recuperaran.

Luego de éste incidente, dos días comenzó a observarse que las ballenas grises entraron en abundancia a la laguna. Con esto, Scammon ordenó que de inmediato se comenzara a cazar, consiguiendo la captura de dos hembras bastante grandes en la primera jornada. Esto llenó de confianza a los balleneros, pero esta se desvaneció al día siguiente cuando tres de las barcas de cacería se desfondaron como consecuencia de la defensa de las madres ballenas grises hacia sus ballenatos, lo cual dejó bastante malheridos a muchos hombres. En consecuencia, el Boston pasó de ser un barco ballenero a un hospital flotante debido a que cerca de la mitad de la tripulación no estaba en condiciones de realizar las faenas marítimas. Ante esto, el joven capitán decidió improvisar un poco a fin de lograr una manera efectiva de cazar a los tan apreciados cetáceos, pero sin arriesgar a sus hombres sanos y botes en buenas condiciones.

Pocos días después, luego de ordenar que se sondease la profundidad de toda la laguna y de mucho cavilar en cómo mejorar las técnicas de cacería, el capitán Scammon decidió la nueva estrategia para cazar a las ballenas. Durante las exploraciones, el joven ballenero se percató de que un número considerable de los cetáceos pasaba diariamente por un canal bastante somero cerca de la entrada del sistema lagunar, mismo en el cual duraban mucho y tiempo y por ello salían a respirar. Gracias a esto último, decidió cambiar la clásica táctica para cazar a las ballenas, que consistía en arponearlas y perseguirlas hasta desangrarlas; ahora, lo que el ávido e ingenioso capitán proponía era esperar a sus presas en los canales a fin de emboscarlas en el momento en que estas salieran a respirar.

De igual manera, Scammon decidió innovar la técnica de cacería al ya no basarse en el tradicional arponeo, sino que se le ocurrió una manera mucho más rápida, y mortífera, para matar a los cetáceos. Esta consistía en que, al momento en que salieran a respirar, un marinero apuntaría hacia la grasa más próxima al espiráculo –al agujero de la parte superior de la cabeza de las ballenas– con un mosquete cargado de potentes balas explosivas capaces de traspasar toda la carne del animal; una vez que saliera por segunda vez a los pocos minutos, el marinero dispararía el arma, haciendo que las balas llegasen a los pulmones de la ballena, donde estallarían y matarían al cetáceo al instante. La señal de que se había conseguido el objetivo era que el chorro que salía del espiráculo, normalmente blanco, se tornara color carmesí ante la hemorragia interna masiva.

La nueva estrategia de Scammon tuvo un éxito rotundo, gracias a lo cual en cuestión de unos días pudo llenar las bodegas del Boston. En apenas un par de jornadas, los balleneros cazaron tantas ballenas que las aguas de la laguna se tornaron rojas; los contados lugareños que poblaban la zona, al ver el color carmesí que había tomado el cuerpo de agua, recordaron el ojo de ciertas especies de liebres, y desde entonces ha sido conocida como Laguna Ojo de Liebre. Por su parte, el ambicioso ballenero se sentía pletórico de orgullo por haber “conquistado” a la laguna, tanto que que en uno de sus diarios escribió: “La escena de la matanza me era pintoresca en demasía, e inusualmente emocionante. Nunca antes la caza de ballenas ha sido más semejante a las grandes batallas navales”.

Fueron tantos los barriles de aceite de ballena que se produjeron que el joven capitán tuvo que ordenar que tiraran al agua muebles, utensilios y demás objetos no esenciales a fin de aumentar el espacio disponible del barco. No contento con eso, Scammon cargó tanto al Boston que, a su regreso a San Francisco un par de semanas después, la embarcación estaba a punto de zozobrar debido al sobrepeso. Casi desde el momento en que llegó al puerto, la proeza de Scammon se volvió el tema de conversación de los balleneros de la Nueva California, y todos ellos anhelaban emular la hazaña del joven capitán. Por su parte, el astuto ballenero decidió apalabrar a sus hombres para que lo acompañasen la próxima temporada y bajo ninguna circunstancia revelasen la ubicación de la laguna donde cazaron, para los cual les prometió un aumento sustancial de su sueldo. De igual manera, los armadores de Scammon no sólo le dieron una muy generosa comisión por sus ganancias, sino que le otorgaron el mando de una embarcación de mayor calado, el Ocean Bird, y le dieron el mando de otros dos barcos para que explotase al máximo a las poblaciones de ballenas de la península de Baja California en la próxima temporada de cacería.

Al llegar la temporada invernal de 1857-1858, Scammon se hizo nuevamente a la mar y se dirigió prestamente a la laguna donde había conseguido triunfado el año pasado; no obstante, a los pocos días que llegó a ella, nueve embarcaciones de otros armadores que lo siguieron desde San Francisco arribaron al sistema lagunar. Los primeros días para estos recién llegados fueron tortuosos en extremo, ya que desconocían la técnica de cacería desarrollada por Scammon el año anterior y, ante la poca profundidad de la laguna, durante la persecución de las ballenas era muy fácil que las barcas encallaran o fueran destruidas por los coletazos de los cetáceos. Al igual que el año anterior, Scammon pronto llenó las bodegas de sus barcos, y con ello decidió incursionar en la laguna de San Ignacio para sondear otro posible punto de cacería. También obtuvo muy buenos resultados gracias a su letal táctica de caza, y logró establecer estaciones en ambas lagunas y en Bahía Magdalena para el procesamiento del aceite en los mismos sitios de cacería.

Si bien los otros balleneros tuvieron muchas dificultades en un inicio, su ambición los llevó a refinar sus técnicas de cacería y a emular la de Scammon, con lo cual hicieron que la laguna Ojo de Liebre se volviera un verdadero matadero de ballenas a lo largo de todo ése invierno; además, fue tanta la fama de la bonanza obtenida por Scammon que pronto comenzaron a llegar barcos de otras naciones, como los Países Bajos y Francia, a fin de explotar las aguas de la Baja California. Y así lo volvieron a hacer durante las dos temporadas siguientes –de 1858 a 1860–, empero, su misma voracidad los condenó ya que, al masacrar a las madres y crías de ballenas, la población del Pacífico Norte pronto colapsó y con ello la cacería en estas aguas dejó de ser redituable. Se tiene registro que durante los años de la bonanza de Scammon en la laguna Ojo de Liebre, de 1857 a 1861, se produjeron 22,250 barriles de aceite extraído de las ballenas cazadas en estas aguas.

Por su parte, el joven capitán siguió con su racha exitosa, hasta que en el invierno de 1860-1861 sólo consiguió producir la mísera cantidad de 245 barriles; apenas dos años después, en 1863, Scammon realizó su última travesía ballenera, en la cual sólo visitó Bahía Magdalena y obtuvo magros resultados. Con tan sólo 38 años, Charles Melville Scammon se había convertido en una leyenda viviente en la industria ballenera, pero ante el colapso de la pesquería decidió retirarse definitivamente de esta actividad; sin embargo, su amor por el mar y la navegación hicieron que se enlistara en Servicio Marino de Aduanas de los Estados Unidos –antecesor directo de la actual Guardia Costera– de donde se retiró en 1895.

Por otra parte, Scammon, que era un minucioso observador y que poseía un particular gusto por aprender, durante su tiempo como ballenero tomó importantes notas sobre la anatomía, comportamiento, reproducción, alimentación y ecología de prácticamente todas las especies de mamíferos marinos del océano Pacífico oriental; además, el capitán era un excelente dibujante, por lo que pudo elaborar unos detallados y exquisitos dibujos de estos animales. Hacia 1870, Scammon emprendió la tarea de sistematizar todas sus anotaciones y esquemas, para lo cual solicitó la ayuda de Louis Agassiz, naturalista suizo-estadounidense considerado como uno de los más grandes zoólogos del siglo XIX. Agassiz quedó impresionado por la excelente calidad y rigor científico de todas sus observaciones y dibujos, y por lo tanto animó a Scammon a que las publicara en un libro, el cual fue publicado poco después de la muerte de Agassiz el 14 de diciembre de 1873. Éste libro, intitulado como Los mamíferos marinos de la costa Noroeste de Norteamérica, fue el primer trabajo en su tipo, siendo uno de los textos fundacionales de la mastozoología marina –estudio de los mamíferos marinos–; en palabras de Agassiz previo a fallecer: “Es la primera vez que he visto un texto donde se describa tan bien a los cetáceos”.

El libro no fue exitoso económicamente, pero hoy en día constituye una de las mejores fuentes primarias sobre cómo era la vida y las actividades de los balleneros estadounidenses, estando al mismo nivel que los escritos de Herman Melville, autor de la obra cumbre Moby Dick, en cuanto a calidad de la información. Asimismo, fue el primer texto en tratar exclusivamente a mamíferos marinos. Sin pretenderlo, el gran exterminador de las ballenas que llegan a la península de Baja California, abrió el camino para los futuros investigadores que durante décadas han trabajo a favor de la conservación de estos majestuosos mamíferos. Con esto, se puede concluir que el capitán Charles Melville Scammon, con sus sergas balleneras y a su gran interés por aprender más de sus presas, se convirtió en el padre de la mastozoología marina en la Sudcalifornia.

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Bibliografía

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Clavijero, F.X. (2007). Historia de la Antigua o Baja California. Ciudad de México: Editorial Porrúa.

Del Barco, M. (1988). Historia Natural y Crónica de la Antigua California. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México.

Mandujano-Álvarez, C. (2019). Un acercamiento a la pintura rupestre de la Sierra de la Giganta, Baja California Sur, México. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México.

Marx, W. (1969). The scene of slaughter was exceedingly picturesque. American Heritage 20: 18-23.

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Scammon, C.M. (1874). The Marine Mammals of the North-western Coast of North America: Together with an Account of the American Whale-fishery. San Francisco: John Carmany & Company.

Soto-Molina, J. (2019). Los cazaballeneros de Bahía Magdalena. La Paz: Archivo Histórico Pablo L. Martínez.

Venegas, M. (1757). Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente. Valladolid: Fondo Antiguo de la Universidad de Valladolid.

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Las sergas de Scammon, o la caza de ballenas en la Sudcalifornia (I)

FOTOS: Internet.

Colaboración Especial

Por Francisco Draco Lizárraga Hernández

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Dentro de la inconmensurable biodiversidad existente en los océanos del mundo, el orden de los cetáceos es, sin lugar a dudas, uno de los que más ha maravillado a los seres humanos desde tiempos inmemoriales. El término “cetáceo” es muestra de esto mismo, ya que su etimología se deriva del latín cetus, proveniente del griego kétŏs -κῆτος-, que quiere decir “ballena” o “monstruo marino”, según el contexto, siendo Ceto el nombre dado a la bestia que hubiera devorado a Andrómeda de no haber sido rescatada por Perseo cuando petrificó al monstruo con la cabeza de la Medusa. Debido a su permanente asociación con el ambiente acuático como consecuencia de su historia evolutiva, en la Antigüedad se consideraba que los cetáceos eran un tipo de peces gigantes; no obstante, Aristóteles, el precursor de la zoología, fue el primero en acertar en que estos animales son en realidad mamíferos, pues carecen de branquias y son endotermos —es decir, “de sangre caliente”— a diferencia de los peces, como lo pudo observar él mismo acompañando a pescadores en el Mar Egeo según lo registra en Historia Animalium.

En Baja California, se tiene registro de la existencia de cetáceos desde el período Oligoceno —hace 30 millones de años—, según los restos fósiles encontrados en las formaciones geológicas de El Cien y San Gregorio, en los alrededores de La Purísima y San Juan de la Costa, respectivamente. Gracias a esto, dentro del territorio de Baja California Sur se tiene un importante registro paleontológico de cetáceos que permite conocer mejor la evolución de estos mamíferos, proporcionando valiosa información sobre su diversificación y cambios a lo largo de las eras geológicas, como lo es la división de Cetacea en misticetos —ballenas, es decir, cetáceos con barbas en vez de piezas dentales— y odontocetos —delfines, cachalotes y orcas, que poseen dientes verdaderos. Consecuentemente, cuando los primeros seres humanos se asentaron en la Antigua California hace aproximadamente 11 mil años, las ballenas y delfines ya tenían eones poblando el vasto océano que rodea a la península.

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Las impresionantes pinturas rupestres que pueden observarse en la Sierra de San Francisco evidencian que los antiguos pobladores de la península sentían cierta fascinación por los cetáceos debido a que las ballenas son figuras recurrentes en estos conjuntos pictóricos. Pese a que todavía no se tiene un consenso sobre el verdadero significado de estas representaciones artísticas de animales en las pinturas rupestres, algunos arqueólogos y antropólogos especulan que pueden tener una connotación mágica o mitológica; esto coincidiría con muchas culturas antiguas en el mundo que han tenido contacto con el mar, en las cuales los cetáceos han ocupado un lugar importante dentro de sus leyendas. Hasta el día de hoy, se desconoce si los antiguos californios llegaron a cazar ballenas como lo hicieron otras culturas en el mundo, empero, Russell (2001) propone que es probable que los guaycuras y los cochimíes llegasen a consumir carne de ballenas grises que encontraban varadas en las inmediaciones de sus zonas de reproducción en Bahía Magdalena y las lagunas costeras de San Ignacio y Guerrero Negro. Por otra parte, el padre Miguel Venegas, autor y compilador de la Noticia de la California de su conquista temporal y espiritual, reportó que los pericúes pensaban que Niparajá, su Dios creador, había creado a las ballenas para asustar y encarcelar a su enemigo Wac-Tuparán, a quien había derrotado luego de que se rebeló contra él y que decidió encerrar en el fondo del mar a fin de castigarlo. En consecuencia, es posible afirmar que los cetáceos han sido parte importante de la identidad sudcaliforniana desde tiempos inmemoriales.

Al leer las crónicas jesuíticas sobre la exploración y evangelización de la California, el lector aguzado podrá percatarse de que los misioneros ignacianos poca atención prestaron a los cetáceos durante las siete décadas en que vivieron en la península. El padre Miguel del Barco, quien fue un prolífico observador de la flora y fauna sudcaliforniana, dentro de su vasta obra Historia natural y crónica de la Antigua California, apenas dedica a los cetáceos las siguientes parcas líneas: Los más notables peces de uno y otro mar son las ballenas, que dieron motivo a los antiguos cosmógrafos a llamar Punta de Ballenas a la California, y las cuales hoy día dan su nombre a una canal en el golfo y a una ensenada en el Mar del Sur (el océano Pacífico), por las muchas que frecuentan ambos parajes. Los marineros comúnmente las llaman ballenatos; acaso porque, aunque muy grandes, no lo son tanto, como las que se dice haber en otros mares. Los tiburones y los delfines, o toninas, son demasiadamente frecuentes en el golfo. Asimismo, Francisco Xavier Clavijero, dentro de la Historia de la Antigua o Baja California, prácticamente dice lo mismo que Del Barco sobre los cetáceos que habitan en los mares de la península, y únicamente se atreve a sugerir que las ballenas que visitan el Canal de las Ballenas —entre la isla Ángel de la Guarda y la península— pertenecen a la especie del rorcual común (Balaenoptera physalus); cabe mencionar que en esto último acertó, gracias a la comparación que hizo entre las descripciones de Carl Linnaeus sobre la especie con las obtenidas de parte del padre Del Barco. Por su parte, en las cáusticas Noticias de la península americana de la California, escritas por el mordaz alsaciano Johann Jacob Baegert, ni siquiera se hace mención de los cetáceos de la península de Baja California.

Esta parquedad y aparente desinterés por parte de los misioneros jesuitas hacia los cetáceos pudiera explicarse, en primera instancia, por el poco contacto que estos tuvieron con estos mamíferos debido a que la mayor parte de su tiempo se encontraban estacionados en sus respectivas misiones; estas últimas, en su mayoría, distaban muchos kilómetros del océano, por lo cual en pocas ocasiones los ignacianos podían observar a las ballenas de la California. Aunado a lo anterior, las grandes zonas que existen en la península para la reproducción y descanso invernal de las ballenas grises, Bahía Magdalena y las lagunas de San Ignacio y Ojo de Liebre, además de distar bastante de los asentamientos jesuíticos —con excepción de la misión de San Ignacio de Kaadakamaán—, fueron muy poco visitadas por los ignacianos debido a que no eran zonas propicias para establecer un puerto. Misioneros como Fernando Consag, George Retz o Johann Xavier Bischoff se empeñaron arduamente en recorrer la costa del Pacífico de Baja California con el objetivo de encontrar un puerto natural que permitiese el paso del Galeón de Manila, mas no prestaron mucha atención a sus lagunas costeras por ser demasiado someras. Por su parte, los sucesores de los jesuitas, dominicos y franciscanos continuaron con esta misma tendencia. No obstante, unas décadas más tarde, el intrépido y sagaz ballenero estadounidense Charles Melville Scammon fue quien se encargó de subsanar la gran laguna de información sobre los cetáceos de la California que dejaron los antiguos misioneros.

Cuando en 1855 terminó la era misional de Baja California con el cierre de las últimas misiones dominicas, las bahías y lagunas costeras de la costa occidental de la península habían dejado de ser sitios solitarios y totalmente periféricos. En contraste, se habían convertido en zonas muy codiciadas al ser muy propicias para la cacería de ballenas. Éste cambio se debió a que, en tan sólo 60 años, a partir de 1790, las ballenas y odontocetos alcanzaron un valor comercial inédito debido a la alta demanda de sus productos derivados como consecuencia de la Revolución industrial y del rápido crecimiento de las grandes ciudades.

Pese a que la caza de ballenas es una actividad que ha sido practicada desde hace milenios, en el siglo XIX vivió su época dorada debido a que los derivados de misticetos y odontocetos se convirtieron en insumos necesarios para la creciente industria europea y norteamericana. El aceite de ballena, gracias a su alto contenido de triglicéridos insaturados, es altamente inflamable y combustiona muy eficientemente, por lo cual produce una flama bastante brillante y clara, aún mejor que la de la cera de las abejas; además, los aceites de ballena eran usados como lubricantes para las maquinarias de las grandes factorías de la época, siendo una sustancia indispensable para un óptimo funcionamiento en las industrias decimonónicas. Ante esto, en los puertos del Atlántico Norte se formaron grandes flotas de embarcaciones dedicadas única y exclusivamente a cazar la mayor cantidad de cetáceos posible, esto con el fin de procesarlos industrialmente y con ello saciar la ávida demanda que tenían sus productos.

Para darse una idea de la importancia de la industria ballenera, basta con leer las siguientes líneas escritas por el capitán Scammon en sus memorias: Hubo una época en la que el aceite de ballena estadounidense iluminaba el mundo. Fue utilizado en la producción de jabón, textiles, cuero, pinturas y barnices, y en la lubricación de las herramientas y máquinas que impulsaron la Revolución Industrial. Las barbas de la boca de las ballenas marcaban el curso de la moda femenina, usándose en las faldas de miriñaque y para dar forma al opresivo cierre de los corsés. El esperma de ballena, la sustancia cerúlea de las cabezas de los cachalotes, produjo las velas más brillantes y de combustión más limpia que el mundo haya conocido, mientras que el ámbar gris, una secreción biliar de los intestinos del cachalote, capaz de fijar los aceites volátiles mediante evaporación lenta en perfumería, valía su peso en oro. Con todo esto, el valor comercial de las ballenas y cachalotes alcanzó niveles inéditos; en consecuencia, las aguas de muchas partes del mundo se tornaron carmesí ante la gran matanza de cetáceos que se comenzó a llevar a cabo.

En un inicio, la actividad ballenera se concentró en el Atlántico Norte y las costas occidentales del África, siendo llevada a cabo mayoritariamente por naves estadounidenses e inglesas. Desafortunadamente, las poblaciones de ballenas de éste océano rápidamente comenzaron a ser insuficientes, lo cual llevó a que pronto se tuvieran que incursionar a Sudamérica. Eventualmente, los balleneros empezaron a explorar y cazar en el enorme e inhóspito océano Pacífico, siguiendo una ruta al Norte que eventualmente los hizo llegar a la península de Baja California.

Se tiene registro de exploraciones y visitas a la California llevadas a cabo por balleneros rusos e ingleses desde la década 1790, empero, debido a la poca vigilancia de estas costas, se desconoce qué tanto se haya cazado durante estos años; cabe mencionar, que en estas etapas tempranas era más codiciada la piel de las nutrias marinas –Enhydra lutris– que el aceite de las ballenas. Hacia 1811, el gobierno virreinal de la Nueva España autorizó la cacería de ballenas, nutrias y lobos marinos en las costas de la Baja y Alta California a embarcaciones de todas las naciones siempre y cuando se registraran en alguna de las tres aduanas que regían a estas dos provincias: la de San Blas, Nayarit; la de Mazatlán; y, a partir de 1814, la de Monterey, California. Una vez que se consumó la independencia nacional, el gobierno del primer Presidente de la República, el general Guadalupe Victoria, en 1824 refrendó la legislación previa con respecto a estas actividades, y asimismo autorizó e incitó el establecimiento de asentamientos formados por marineros de los barcos balleneros.

Durante los años siguientes, el despoblamiento general de las Californias, las inestabilidades de los múltiples gobiernos del México independiente y la escasez de barcos de la Marina que vigilaran estas aguas generó un estado de anarquía en la caza de mamíferos marinos, llevando a estos últimos al borde de la extinción. Una vez que las poblaciones de nutrias comenzaron a escasear hacia 1825, la costa del Pacífico de Baja California pasó a ser una zona de cacería de ballenas ya que los marineros rusos provenientes desde Alaska –que en ése entonces pertenecía a Rusia– se percataron de que una de las especies más apreciadas de cetáceos en el mercado de aquella época, la ballena gris (Escrichtius robustus), tiene un patrón migratorio muy bien definido. De manera general, las ballenas grises empiezan su viaje desde Alaska en octubre para llegar a la península de Baja California durante los primeros días del invierno, a finales de diciembre, o más comúnmente en enero. eventualmente, estos cetáceos emprenden su viaje de regreso a Alaska al inicio de la primavera a fines de marzo o principios de abril una vez que se han reproducido en las lagunas costeras de la península, con lo cual regresan al Norte del Pacífico para alimentarse todo el verano.

Esta información registrada por los rusos no tardó en llegar a oídos de los balleneros anglosajones, quienes se aprestaron para aprovechar la gran oportunidad económica que les ofrecía la península; sin embargo, el largo viaje desde Nantucket, ubicado en la lejana región de Nueva Inglaterra y capital mundial de la industria ballenera, o desde Liverpool para los ingleses, dificultaba enormemente que se pudiese competir contra los rusos al tardar más de un año en llegar a la California desde el Atlántico Norte. Fue hasta 1845 que se registró de la primera incursión de los balleneros Hibernia y United States a Bahía Magdalena, dirigidos por James Smith y Josiah Stevens respectivamente.

Con el bloqueo naval de las Californias durante la Intervención estadounidense de 1846 a 1848, se restringió la cacería de ballenas a las embarcaciones rusas, y, naturalmente, se les garantizó exclusividad a los norteamericanos. Una vez que la Alta California fue anexada por los Estados Unidos en 1848, los balleneros de Nueva Inglaterra prestamente establecieron sucursales de sus emporios en los puertos de Monterey y San Francisco. Con esto, rápidamente desplazaron a los balleneros rusos y se lanzaron a explotar las poblaciones de cetáceos de las dos Californias. Entre estos nuevos cazadores de ballenas, se encontraba el intrépido y perspicaz capitán Charles Melville Scammon.

Continuará…

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