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Un suicidio peculiar

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En la madrugada del 2 de mayo de 1915, una nerviosa mujer de 44 años tomó la pistola militar de su marido y se disparó en el pecho. No murió de manera inmediata. Su hijo de 13 años la encontró malherida y la mujer agonizó unas horas antes de fallecer. Su suicidio permaneció en secreto –sólo un periódico publicó una nota escondida días después–.

Clara Immerwahr fue la primera mujer en doctorarse en una carrera científica en la Universidad de Breslau en el área físicoquímica, algo no sólo inusitado sino prohibido en sus días.

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Su padre fue él mismo un doctor en química que se enriqueció en la industria textil.  La joven Clara, como era la costumbre en las familia judías liberales prusianas, recibió una excelente educación que reforzó con clase particulares para poder estudiar química.  Se le otorgó un permiso y se le aplicaron exámenes especiales, debido a que las mujeres solo podían entrar de oyentes a las aulas universitarias.

El físico químico Richard Abegg fue su tutor y dirigió su tesis doctoral, Clara se enamoró de él y durante toda su vida entabló una relación epistolar donde le confió su insatisfacción.

En 1901 Clara pasó los exámenes de química, física, mineralogía y filosofía para doctorarse magna cum laude.

Junto con Abbeg publicó dos investigaciones sobre la electro afinidad y bases de datos sobre la solubilidad de algunos minerales. También ofreció lecturas públicas que atrajeron a cientos de mujeres.

En 1902 se casó con un químico que prometía mucho, nada menos que el futuro Premio Nobel Fritz Haber. Le había conocido años antes en clases de danza y Fritz se obsesionó con Clara desde entonces. Se reencontraron en un congreso y Clara accedió al matrimonio.

Aunque siguió trabajando esporádicamente en el laboratorio de su marido, la carrera científica de Clara acabó cuando nació su único hijo, Hermann. El niño fue enfermizo y, al volverse ama de casa, aunque tuviera ayuda de numerosas criadas, Clara se arrinconó en el ostracismo. Su declive fue inversamente proporcional a los éxitos de Fritz.

Fritz Haber pasó a la historia por dos fenómenos luminosos y horrorosos. Logró sintetizar el amoniaco y fue el padre de la guerra química moderna.

En 1906 Fritz Haber quiso demostrarle a Walther Nernst –quien le había rechazado un trabajo– que podía solucionar el problema de la producción de nitratos, como fertilizante y como explosivos.

En 1908 la fábrica BASF contrató a Haber y este patentó un proceso por el que pudo obtener NH3 combinando nitrógeno e hidrógeno a altas temperaturas usando óxido de hierro como catalizador. Carl Bosch logró aplicar este proceso a la industria y la historia cambió. Actualmente, se producen más de 150 millones de toneladas métricas de amoniaco que fungen como fertilizante en el 80 % de las tierras cultivables. Haber contribuyó a derrotar el hambre y poder sustentar la superpoblación que hoy plaga la Tierra. Bosch y Haber recibieron el Nobel de química en 1918 por esta proeza.

Haber se volvió rico y fue nombrado director del instituto Káiser Guillermo, que fue reclutado por el gobierno cuando estalló la Gran Guerra en 1914. Mientras tanto, Clara fue relegándose cada vez más. Dejó de asistir al laboratorio de manera asidua y cuando lo hacía no participaba en los experimentos. Se dedicó a cuidar a su hijo y a regir su casa.

Dos graves acontecimientos le sumieron en la depresión. En 1910, su amado Richard murió en un accidente de globo aerostático. Esto hizo que perdiera a su confidente a quien había confesado que: “Lo que Fritz ha ganado durante estos ocho años, yo lo he perdido y lo que queda de mí, me llena con la más vacía insatisfacción”. (Carta de Clara a Abegg, 1909).

Otto Sackur fue otro amigo de Clara, colega que fungió como uno de sus sinodales. Gracias a ella, Haber lo contrató para trabajar en el instituto. Sin embargo, en diciembre de 1914, mientras trabajaba con cacodilo de cloro, Sackur murió en medio de una nube tóxica. Haber mismo estuvo a punto de perecer. Clara fue testigo y de manera fría y valiente coordinó la ayuda para salvar a los hombres, pero Otto murió antes sus ojos.

¿Por qué experimentaban con tales comburentes?

Cuando BASF cerró por el estallido de la guerra, Walter Von Ratheneau llamó a Haber para solucionar el problema del suministro de nitratos que provenía del guano chileno. Haber reabrió la planta junto con Bosch para obtener ácido nítrico a partir del amoniaco, un paso requerido para la obtención de pólvora.

Alemania intentó inútilmente invadir las islas Malvinas para obtener el guano. Requerían urgentemente nitratos para explosivos. En octubre de 1914, Bauer se reunió con su viejo enemigo Nernst y discutieron como podían obtener cloro y fosgeno a partir de procesos que usaban las fábricas de tintes. El cloro y el fosgeno son dos gases neumotóxicos y Haber entendió que podían fungir como un arma letal.

A pesar de que la Convención de la Haya de 1907 prohibía el uso de armas químicas, los alemanes estaban desesperados y dieron luz verde al proyecto de Haber. Primero, Nernst usó clurosulfonato de o- dianisidina que se empleaba en las plantas de Bayeren en Leverkusen. Se cargaron proyectiles con este compuesto mezclado con bolas de plomo.

El 27 de octubre de 1914, el ejército alemán uso 3000 proyectiles de este tipo contra las tropas inglesas en Neuve Chappelle. Fue un completo fracaso. Los británicos ni siquiera se dieron cuenta de que estaban siendo atacados, algunos solo estornudaron. Ante el fiasco, Haber se dedicó a idear armas químicas útiles.

Fue en este contexto que Otto murió en medio de los experimentos y Clara sabía –por lo menos de manera genera– las investigaciones en las que su marido participaba.

Aquí comienza un debate histórico sobre la posición de Clara en lo referente a estos acontecimientos. Historiadores ideologizados, principalmente pacifistas o feministas, alegan que Clara cayó en un estado depresivo y desesperado por el conflicto que le causaba la aberración de la cuál su propio esposo estaba orquestando. Ella asistió a algunos experimentos con monos y vio cómo se quemaban sus pulmones ante diversos agentes tóxicos.

Según algunas fuentes, Haber dio un paso atrás después del accidente de Otto. Cosa que no se sostiene si se analizan los hechos subsecuentes.

Muchos científicos alemanes participaron en el proyecto. El profesor Hans Tappen sustituyó dos partes de la carga explosiva de proyectiles 150 mm por una carga liquida de bromuro de xililo con gran actividad lacrimógena. El 31 de enero de 1915 los alemanes lanzaron 18 000 proyectiles de este tipo contra los rusos en Lodz, pero las bajas temperaturas impidieron que el compuesto se volatilizara.

Mientras tanto, Haber seguía investigando con fosgeno y cloro, uno de sus colegas los inhaló accidentalmente y le sugirió que si lograban volverlos gas, el enemigo quedaría derrotado. Finalmente, se dio cuenta de que el cloro sería lo más eficaz. Al ser un gas más denso que el aire se podría dispersar mejor en primavera.

El 2 de abril Haber inhaló cloro y tardó dos días en recuperarse. Varios futuros premios nobel colaboraron con él: James Franck, Otto Hahn y Gustave Hertz. A pesar de que algunos al principio se negaban, Haber los convenció de que Francia ya estaba llevando a cabo las mismas investigaciones. Además, el uso del gas provocaría que la guerra acabara de manera muy rápida, resolvería el problema de las trincheras y a la larga salvarían millones de vidas.

Al fin, el 22 de abril de 2015 nació la guerra química moderna. Los alemanes llevaban atrincherados desde noviembre del 14. BASF desplegó en el frente 6 mil bombonas de metal que contenían cloro gracias al 35 ° regimiento de ingenieros bautizado como “Unidad de desinfección” al mando del coronel Peterson. Fritz Haber en persona asesoraba el momento. Las bombonas camufladas bajo tierra tenían tubos de dispersión. Una válvula abría diez bombonas. Fritz estaba desesperado, la nube de cloro avanzó lentamente –pues el terreno entre las trincheras no era plano- y la dirección del viento no lanzaba la nube hacia los aliados. Para colmo, los franceses disparaban proyectiles que a veces destrozaban alguna bombona y el cloro mataba a los propios alemanes.

Los generales reprendieron al químico por incompetente.

Del 25 de marzo al 11 de abril, la Unidad de Desinfección había desplegado 5730 bombonas con cargas de 40 y 20 kg de cloro a lo largo de 7 km.

Por fin, la nube avanzó a las cinco de la tarde. 168 toneladas de cloro fueron llevadas por el viento hacia la 45 división argelina y la 87 división francesa. Los franceses pensaron que era una nube de humo. Los aviones ingleses informaron de una nube amarillenta que salía de las trincheras alemanas entre Bixschoote y Langemarck.

Cientos de hombres caían en estado comatoso  y morían. El reverendo británico Owen Spencer vio el ataque con sus prismáticos, observando que los franceses huían tosiendo, con el rostro violeta. Las tropas francesas huían en la dirección del viento, acompañando la nube lo que ocasionó más bajas. Los alemanes conquistaron 4 miserables kilómetros.

El ataque se repitió dos días después a las tres de la mañana, pero esta vez los regimientos canadienses estaban preparados con pañuelos empapados de orina que usaban como cubrebocas.

Haber volvió del frente ilusionado, pensando en que podía mejorar los ataques. Es en este momento en que Fritz y Haber tuvieron fuertes peleas que desembocaron en el suicidio de la mujer. Según algunos autores, Clara estaba horrorizada y reprochaba las investigaciones de Fritz aduciendo que la ciencia debía ser luz y progreso a lo que Haber respondía que un científico se debe a la humanidad en tiempos de paz y a su patria en tiempos de guerra.

El nacionalismo que infectó a los hombres en el siglo XX estaba en su apogeo.

Los altos mandos realizaron una fiesta en Berlín para festejar el inicio de la guerra química pero Clara no acompaño a Fritz.

Clara llevaba años en una neurastenia que se diagnosticaba como histeria en aquella época. Según algunas cartas, ella no había tenido relaciones sexuales con su marido desde hacía ochos años. Para colmo, la noche del 1 de mayo, Clara sorprendió a Fritz en los brazos de Charlotte Nathan, la gerente de un club nocturno que sería a la postre la segunda esposa de Haber.

Trastornada, Clara se disparó en el pecho aquella madrugada. Haber no escuchó el disparo. Sin saber lo ocurrido ese día volvió al frente de batalla.

Ese día los alemanes usaron 12 mil bombonas de cloro contra los rusos en Bolinow, que mataron cerca de 6 mil hombres y afectaron a más de 9 mil.

Haber se enteró de la muerte de Clara seis días después. No se realizó ninguna autopsia.

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La ciencia detrás de las armas biológicas (VI)

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En 1965 el ejército de los EU diseminó la bacteria Bacillus globigii (Ahora B. atrophaeus) en el aeropuerto y la terminal de autobuses Greyhound en Washington, D. C.

En 1966 la diseminó por los tubos del metro de Nueva York para evaluar el número de infectados en horas pico. Asimismo, el ejército inoculó varios agentes infecciosos como vacunas a voluntarios que debían dar su consentimiento llenando la siguiente forma:

(Tomado de Smart, 1997)

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Note el lector que, entre otros, se inoculaba a los “pacientes” alfavirus de RNA que provocan Encefalitis Equina Venezolana. Este virus se transmite principalmente por mosquitos y afecta tanto a caballos y burros como a humanos. Sus síntomas son: escalofrío,  dolor  de  cabeza,  fiebre,  dolores  musculares, postración,  leves  movimientos  de  los  ojos, rigidez  de  la  nuca, astenia,  mareo, incapacitación  congestión conjuntival,  enrojecimiento facial, faringitis, linfadenitis cervical y distensión abdominal. 4 al 14 % de los infectados sufren de problemas neurológicos como convulsiones,  debilidad  motora,  parálisis e hinchazón del cerebro.

En los 70’s la Unión Soviética usó agentes biológicos en Afganistán, pero oficialmente lo negó pues había firmado el Tratado de Génova en 1928 y los ratificó en 1975, en donde fuentes gubernamentales declararon que la URSS no usaba armas biológicas. Sin  embargo, esto era una falacia leguleya pues los soviéticos consideraban los agentes biológicos como químicos y los desarrollaban en su programa de armamento sintético.

En abril de 1979 se desató una epidemia de ántrax en Sverdlovsk, en medio de los Urales. El gobierno explicó la causa por consumo de ganado infectado, pero la inteligencia de los EU sospechó de un accidente en los laboratorios de armas biológicas. Fue hasta 1992 que el presidente Boris Yeltsin admitió que esa epidemia fue provocada por investigaciones militares y que desinfectaron los laboratorios por cinco años.

En los 90’s creció el miedo a los ataques terroristas con armamento biológico. Después de los ataques químicos de la secta japonesa Aum Shinrikyo en 1994 y 1995, se supo que tenía preparado un helicóptero para diseminar botulismo y había tratado de conseguir virus del ébola de Zaire.

En 1995 un ciudadano de EU fue condenado a 33 meses de prisión por tener 0.7 g de ricino. El hombre era miembro del Concilio de Patriotas de Minnesota y su objetivo era envenenar a agentes federales. Ese mismo año, otra organización supremacista blanca trató de comprar cepas de Yersinia pestis.

En los 90’s EU, Rusia, Irak, China, Irán, Corea del Norte, Libia, Siria y Taiwán intensificaron sus programas sobre armas biológicas. Otros países como Cuba, Israel y Egipto negaron participar, pero se sospecha que comenzaron pruebas clandestinas.

La hipocresía es el sello del político, pues oficialmente los gobiernos alegan una y otra vez su posición en contra de estas armas, cuando destinan millones para su fabricación. Por ejemplo, en la Convención para la Prohibición de Armas Biológicas de Ginebra en 2016, el portavoz del gobierno chino expresó que su país se oponía terminantemente a este tipo de armamento. Intuyo su risa, lector.

En el 2005, el presidente de EU, George Bush Jr., alertó sobre una futura pandemia en el Instituto Nacional de Salud: “Podemos ayudar a que nuestra nación se prepare para otros peligros, como un ataque terrorista con armas química o biológicas. Los líderes de todos los niveles de gobierno tienen la responsabilidad de enfrentar peligros antes de que aparezcan y comprometan al pueblo de los EU respecto a la mejor manera de actuar. Es vital el que nuestra nación evalúe hoy la amenaza de una gripe pandémica”.  Note el lector su apelación a las armas biológicas.

Desde un punto de vista militar, estas armas son muy atractivas. Por ejemplo, si se usa ántrax en una zona urbana de 5 millones de personas, un avión que disemine 50 kg de aerosol provocaría de 100 mil a 250 mil muertes.

Por otro lado, el costo de las armas biológicas es menor al de las químicas y las nucleares; aunque su efectividad estratégica y táctica sea también menor respecto a ellas.

Para evaluar los agentes se considera la facilidad de producción; muchas bacterias y virus pueden producirse a gran escala por medio de técnicas modernas de fermentación. Algunos venenos, como el ricino, se consiguen de manera muy sencilla por su ubicuidad; en cambio otros, como la saxitoxina producida por algas y dinoflagelados, es tan rara que no se considera como candidata a producir armas de destrucción masiva. Según la inteligencia militar, el arma biológica ideal debe intoxicar a la víctima al inhalarse como la forma de diseminación más efectiva. Pero los agentes también pueden infectar mediante su ingestión por alimentos o agua, inyectados o absorbidos a través de la piel.

A continuación, se muestra un cuadro sobre las ventajas y desventajas de su uso militar según el Departamento de Defensa de los EU:

(Tomado de Smart, 1997)

Desde 1975 hasta la fecha, el Centro para la Investigación de Guerra Biológica, supervisada por el Departamento de Defensa, la CIA y el Instituto Nacional del Cáncer, intenta desarrollar mecanismos para provocar tumores malignos. Se financió un programa especial para obtener virus cancerígenos,  uno de ellos es identificado como virus humano de la célula T de leucemia (HTLV).

Un cable de Wikileaks, publicado por un hacker en 2014, alertaba sobre los virus desarrollados en laboratorios gubernamentales. Por ejemplo, en 2014, Daniel Pérez en Maryland, sintetizó el virus H7N1 que puede ser transmitido de manera eficaz a través de gotas de saliva o agua vía aérea. En 2013, algunos científicos chinos desarrollaron virus de influenza H5N1 que llevaban genes de virus  H1N1 transmitidos por cobayas vía aérea a través de gotitas.

 

Malcolm Dando, biólogo de la Universidad de Bradford, pacifista y experto en armas biológicas, lleva décadas alertando sobre el problema de la bioseguridad respecto a estos virus que pueden escapar y causar pandemias accidentales repentinas. Dando y Nixdorff también subrayan que las actuales investigaciones –desde 2018- se encaminan a lastimar el sistema nervioso por medio de nanotecnología. Las funciones sinápticas y los circuitos neuronales del cerebro son el blanco central de nanomateriales hostiles. Más aún, la aparición de la edición genética CRISPR, desarrollada por los chinos desde 2010 debe ser considerada como una súper herramienta para mutar agentes biológicos a voluntad, cada vez con más especificidad.

En 2020, cuando se acusó al Instituto de Virología de Wuhan el haber liberado el virus  SARS-CoV-2 de forma accidental o premeditada, el gobierno chino negó tal hecho aduciendo que esas instalaciones no eran adecuadas para desarrollar armas biológicas y que la mayoría de los países han abandonado el desarrollo de las mismas por considerarlas no viables. No se ría de nuevo, por favor.

Una miserable conclusión

No podemos contabilizar las millones de víctimas que han causado y están causando los ensayos, ataques directos, indirectos o accidentes relacionados con las armas biológicas, más aún que el desarrollo actual de estos programas es ultrasecreto y sabremos su efecto en décadas (si es que se logran desclasificar o hackear).

Queda en el tintero un cúmulo de preguntas sobre moral, legislación, religión y economía. En el plano ético, el anquilosado optimismo de la razón ilustrada o las estupideces sobre la normatividad de la ciencia, su comunalismo y universalismo propuestos por Merton quedan olvidados como ideales absurdos ante una realidad sucia, brutal y directa. Más lúcida me parece la máxima de Bertrand Russell: “Cualquier locura que el hombre es capaz de concebir, históricamente siempre la ha ejecutado”.

Y lo seguirá haciendo, depresivo lector.

 

 

Referencias

 

Alvarado F. P.  Cáncer  inducido,  ¿un  arma  de  la  CIA?    (2011)  Managua:  La  Gente.  Radio  la  Primerísima; 29  Dic  2011.

Dando, M. (2016). Find the time to discuss new bioweapons. Nature, 535(7610), 9-9.

Dando M.(2007) “The Impact of Scientific and Technological Change” Bioterrorism: Confronting a Complex Threat. Lynne Rienner Publishers.

Dando M. (2007) Preventing the Future Military Misuse of Neuroscience. Technology and Security. Palgrave Macmillan.

Dando M. (2007) A Scientific Advisory Panel for the Biological and Toxin Weapons Convention as an Element in the Web of Prevention. The Web of Prevention: Biological Weapons, Life Sciences, and the Governance of Research.  Earthscan Publications Limited.

Lewthwaite GA. (1995) Terrorist attacks in US expected. Baltimore Sun. 1 Nov 1995;A-1.

Nixdorff, K., Borisova, T., Komisarenko, S., & Dando, M. (2018). Dual-Use Nano-Neurotechnology: An assessment of the implications of trends in science and technology. Politics and the Life Sciences, 37(2), 180-202.

OPS/OMS. (2013). Encefalitis Equinas transmitidas por artrópodos. Boletín Salud Pública Veterinaria. Organización Panamericana de la Salud.

Smart, J. K. (1997). History of chemical and biological warfare: an American perspective. Medical Aspects of Chemical and Biological Warfare. Washington, DC: Office of the Surgeon General, 9-86.

Wikilieaks.org

Wikileaks.org (2014) Making viruses in the lab deadlier and more able to spread: an accident waiting to happen.

 

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Filosofía de la química (IV)

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). No solo las armas químicas sino los contaminantes derivados de las reacciones cambiaron la forma de vida y las relaciones con el ambiente.

Uno de los precios del progreso químico ha sido usar al mar como vertedero de sustancias contaminantes. De placenta vital el océano se ha convertido en el basurero del humano. Los numerosos eventos históricos muestran la pertinencia de una aproximación integradora para comprender fenómenos complejos, como lo son los efectos que los contaminantes tienen sobre los sistemas biológicos.

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Por ejemplo, la enfermedad de Minamata es uno de los casos clásicos de transferencia de un contaminante a través de la dieta. Brevemente, este evento trágico se suscitó en Minamata, prefectura de Kumamoto, ciudad al sur de la isla de Kyushu, Japón. Inició alrededor de la década de 1950, cuando desechos industriales que contenían mercurio fueron vertidos al ambiente marino, después de lo cual el mercurio se transformó en metilmercurio, facilitando su incorporación en los organismos marinos. Peces, bivalvos y otras especies, se vieron seriamente afectadas. A su vez, las familias que se alimentaban de estas especies presentaron signos de envenenamiento, lo mismo que sus mascotas.

El registro de efectos adversos y muertes inició, y con ello una serie de investigaciones exhaustivas. Después de varios años se logró asociar severas afectaciones en el sistema nervioso con la presencia del mercurio en las personas. Debido a que los contaminantes son capaces de rebasar las fronteras políticas dibujadas por los países, el problema de la contaminación promete incrementarse y generar conflictos internacionales.

Otro paradigma de la química contemporánea fue la producción de plásticos. Los plásticos son polímeros sintéticos de alto peso molecular y baja densidad constituidos por moléculas de carbono, es decir, orgánicas. Es un material versátil, de larga durabilidad que ha sido usado extensivamente desde el siglo XX debido a sus atractivas propiedades tales como su liviandad, ser agradable al tacto, aislante eléctrico, impermeable y su resistencia a la corrosión, la degradación ambiental y biológica. Estas características le han convertido en el material más común para la manufactura de miles de productos de industrias tan diversas como la electrónica, la de envoltorios, del vestido y calzado y múltiples artículos como juguetes, fibras, muebles, bolsas, botellas, gafas, etc.

En los últimos 60 años, la producción global de plástico ha ido en aumento y en la actualidad se producen 300 millones de toneladas al año, de las cuales el 40 % corresponde a la fabricación de envases y el 20 % a la construcción (PlasticsEurope Plastics 2016). El gran problema es que, al no ser un material biodegradable, el plástico -cuando se desecha- no puede re integrarse a los ciclos moleculares orgánicos.

Una cantidad inmensa de plásticos entra en los ecosistemas acuáticos mediante el descarte, las aguas negras, los lixiviados, vertederos y contaminación de los mares. Algunos estudios han estimado que más de 5 trillones de piezas de plástico flotan en la superficie de los mares (Eriksen et al. 2014) y se ha documentado una cantidad ingente de plásticos en el piso oceánico (Schulz et al. 2015; Claessens et al. 2011; Ivar do Sul et al. 2009; Lattin et al. 2004; Watters et al. 2010).

Los plásticos pierden resistencia y se fragmentan con el tiempo debido a procesos físico químicos, la exposición a la luz solar, la oxidación o la acción física del oleaje y las corrientes. Esta fragmentación no es una degradación. El polímero es más pequeño, pero no se altera su configuración química. Por ejemplo, en una sola lavada una fibra sintética puede fragmentarse en cerca de 2 mil fibras microplásticas.

Se clasifican estos fragmentos plásticos según su tamaño. Se denominan microplásticos a partículas de 5 mm a 1 μm de diámetro y nanoplásticos a partículas menores a 1 μm.

Se han documentado más de 630 especies marinas que interactúan con partículas plásticas. Dentro de estas se encuentran peces, tortugas, cetáceos, aves, moluscos y crustáceos (Gall et al. 2015). La ingesta de estas partículas ha causado daños a las aves marinas mediante el bloqueo del sistema digestivo o perforación intestinal (Wilcox et al. 2015). Se ha documentado que varias especies de tortugas marinas ingieren plástico probablemente confundiéndolo con medusas, lo que afecta su sistema digestivo ocasionando incluso la muerte (Lazar y Gračan 2011; Mascarenhas et al. 2004; Tomás et al. 2002). En junio de 2018 se registró en el estómago de un calderón Globicephala macrorhynchus un total de 80 bolsas de plástico que ocasionaron su muerte.

El gran conocimiento médico de nuestra época lo debe en mayor medida al desarrollo de la química. Gran parte de los diagnósticos médicos se basan en pruebas de reacciones de sustancias. El conocimiento sobre los microorganismos, los procesos metabólicos y la bioquímica de bacterias y protozoarios permitieron medidas antisépticas y desinfectantes eficaces. Antibióticos, antipiréticos, analgésicos y fármacos antinflamatorios, principios activos  y excipientes; vacunas y retrovirales implican una base química.

La química de los alimentos junto con el desarrollo de los transgénicos, las estrategias agroquímicas, los insecticidas como el DDT y los plaguicidas revolucionaron el mundo. Nunca antes había habido tantos alimentos, tantos sabores, colores, aditivos, colorantes, nutrientes adicionados y mezclas disponibles. Tal ha sido un factor relacionado con la supervivencia, la sobrepoblación, el desarrollo de nuevos cánceres, la plaga de la diabetes, el sobrepeso y la disponibilidad casi inmediata de biomoléculas, como los carbohidratos, que no eran tan fáciles de conseguir en otras épocas.

El saber químico es un saber necesario, que implica desde sobrevivir como individuo hasta la dominación política. La inteligibilidad sobre los alcaloides y las “drogas” tiene repercusiones económicas, morales, políticas y de guerra. Actualmente, ya no necesitamos desarrollar drogas a partir de moléculas encontradas en las plantas, podemos sintetizarlos. Un gran ejemplo es el fentanilo, una droga opioide más potente que la morfina sintetizada a partir de diversas moléculas orgánicas. Se usa con fines médicos pero de manera recreativa es ilegal y constituye un negocio multimillonario para los principales cárteles del mundo.

Hoy ya no se puede pensar sobre la realidad sin fundamentos químicos, no quiere decir esto que todo es química. Reducir epifenómenos a lo químico sería grosero. Un ejemplo es cuando Ochoa defendía que la química es el todo, a lo que Gustavo Bueno replicó: Y vamos a ver las letras de un libro de química ¿cómo se unen entre sí: por enlaces covalentes o por enlaces simples? Tal es un chiste pero viene al caso, hay fenómenos como la conciencia que no pueden ser reducidos al nivel químico… ¿todavía?

Lo que resulta sustantivo es que, sin embargo, el conocimiento sobre los cambios de los materiales con los que se constituye lo real nos indica que habitamos mundos materiales, concretos y no espirituales o ideales sin una base objetiva.

Pues antes de pensar en la inmortalidad, los números, las teorías, el alma, los dioses y la magia: usted debe digerir, querido lector.

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Filosofía de la química (III)

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Inglaterra, finales del siglo XVIII, un enconado William Ford denunció la “ilusión” y “falsa” teoría de Lavoisier como un hábil mago que abusa de la credulidad del público al insistir que el agua está compuesta por dos gases. Otros científicos ingleses como Cavendish o el propio Piristley se adhirieron a la condena.

¿Qué había logrado Lavoisier? En 1784, descompuso el agua en oxígeno y otro gas, haciendo pasar vapor a través del cañón de una pistola al rojo vivo. Aceptó que el oxígeno daba agua pura cuando se combinaba con ese gas inflamable al que denominó hydrogene, es decir “formador de agua” en griego.

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Esto fue un parteaguas en la concepción de la realidad, Lavoisier, junto con Berthollet, Morveau y Fourcroy, trazó esquemas para rebautizar los elementos conocidos y eliminar el flogisto del vocabulario químico. Se logró en 1787 con el título de “Método de la nueva nomenclatura química” y fue aceptado poco a poco como el mejor método para racionalizar la transformación de la materia.

Lo que Newton fue para la física, Lavoisier fue para la química, pero su apoteosis fue efímera. Un químico médico, mediocre, enfermo de poder y de celos, envidioso revolucionario, asesino y deforme;  líder de las masacres del Terror: Jean Paul Marat afirmó que la revolución no aceptaba sabios y, con el pretexto de que Lavoisier fue cobrador de impuestos durante el régimen realista, fue condenado a ser guillotinado en 1794. Quizá si Lavoisier no hubiese desacreditado las ideas de Marat años antes no hubiese sido ejecutado, pero… así es el capricho del azar en la historia.

El siglo XIX vio el desarrollo espectacular de la química como ciencia positiva y se consolidaron teorías y descubrimientos que solidificaron una base epistemológica para explicar una realidad eminentemente material.

Fue Stanislao Cannizzaro  quien realizó un método para determinar los pesos atómicos en 1858 en su obra “Bosquejo de un curso de filosofía química”. Al establecer la masa atómica fijó la hipótesis de Avogadro como una ley. Cannizzaro distribuyó el panfleto en el Congreso de Karlsruhe en 1860 que fue leído por un profesor ruso: Mendeleev.

Mendeleev quería encontrar un principio organizativo en el cual pudiese basar la discusión sobre los 63 elementos conocidos en 1860. Inspirado por lo que aprendió en el Congreso de Karlsruhe, pensó que el peso atómico de los elementos podía proveer ese principio. Realizó cartulinas con las propiedades de cada elemento, peso atómico, valencia y otras características físicas. Luego jugó con las cartas para ver si encontraba un patrón.

Se dio cuenta de que conforme ordenaba los elementos en orden ascendente, de acuerdo a sus pesos, podía predecir sus propiedades emergentes. Ejemplo, si ordenaba las cartas de izquierda a derecha, las propiedades del 10mo elemento (sodio) eran similares a las del segundo (litio), mientras que las del 11avo (magnesio) correspondían a las del tercero (berilio). Así, realizó la hipótesis de los pesos atómicos del telurio y del yodo estaban mal calculados debido a que no correspondían con su ordenamiento,  cosa que efectivamente resultó cierta cuando en 1914 Henry Moseley descubrió los números atómicos.

Mendeleev también hipotetizó que había tres elementos que debían faltar en su tabla y dejó su espacio, prediciendo sus propiedades. Estos efectivamente fueron descubiertos: en 1871, el galio, en 1879 el escandio y en 1885 el germanio, lo que dio un espaldarazo a uno de los éxitos científicos más grandes del historia.

Durante el siglo XX se cambió de nuevo la configuración de la realidad gracias a las nuevas teorías físicas en el marco de la mecánica cuántica. Los nuevos modelos atómicos impactaron en la química también. Linus Pauling fue quizás el científico más completo del siglo.

En 1931, con el fin de explicar la estructura de las moléculas como el metano, Pauling desarrolló una técnica heurística que implica la interacción de orbitales dentro del átomo que se superponen en la formación de los enlaces y justifican la geometría molecular. Este proceso solo puede describirse dentro de la teoría del enlace de valencia.

Pauling, considerado como el Einstein de la química, mente suprema del siglo XX (ganador del Nobel de Química, del Nobel de La Paz, del Premio Lenin y de docenas de galardones más); explicó la naturaleza de los enlaces químicos.

En 1939 resumió la teoría en su libro The nature of the chemical bond, uno de los trabajos más citados en la historia de la ciencia -solo en 30 años fue citada más de 16 mil veces. La teoría unía la mecánica cuántica con la química, así Pauling usó el modelo del átomo cuántico y con ello afinó la estructura del benceno mediante el concepto de resonancia.

Fue el padre de la biología molecular al intentar describir la estructura de la hemoglobina. Durante once años pensó en el problema, hasta que dio con una estructura en forma de hélice que fue aplicada como modelo para las proteínas en general. Intentó desarrollar el modelo para el ADN y propuso una triple hélice, pero cuando quiso acceder a las fotografías de Rosalind Franklin sobre la molécula no pudo viajar, pues el Departamento de Estado de los EEUU retuvo su pasaporte debido a sus simpatías con el comunismo. Así, Pauling no pudo revisar la imagen de difracción de rayos X, lo cual si hicieron Watson y Crick, quienes propusieron la estructura de la doble hélice.

Pauling revolucionó la medicina con sus estudios de vitaminas, de genética molecular y de procesos enzimáticos. La medicina actual no pude entenderse sin el desarrollo de química orgánica, la química-física, la química combinatoria, la bioinformática, la bioquímica, la biofarmacia y farmacocinética. Millones de vidas se salvan debido a esos conocimientos y la esperanza de vida media ha crecido en muchos países debido a estos avances.

Pero es aquí cuando las cuestiones éticas entran al quite, la química ha revolucionado tanto el modo de entender la existencia que ha modificado la misma; de tal manera que, como ciencia, sus aplicaciones devienen en cuestiones políticas, económicas y sociales muy complejas. Es cuando conviene recordar el pensamiento de Anaxágoras: la ciencia daña tanto a los que no saben servirse de ella, cuanto es útil a los demás.

El conocimiento químico ha provocado sufrimientos atroces y también ha sido base de una contaminación constante que ha impactado en los ecosistemas.

Fritz Haber, padre de la guerra química durante la Primera Guerra Mundial y Premio Nobel 1918 por la síntesis del amoniaco, clamó Si quieres ganar la guerra, entonces haz la guerra química con decisión. Su justificación se basaba en el sofisma: “un científico se debe a su país en tiempos de guerra y a toda la Humanidad en tiempos de paz”. Haber desarrolló el gas dicloro como arma y fue utilizado por los alemanes en la segunda batalla de Ypres en la primavera de 1915, cuando produjo la muerte instantánea de decenas de miles de soldados aliados. Se usaron 160 toneladas de cloro repartidas en 5 730 cilindros. A partir de este evento se peleó con máscaras antigas en todo el frente. No fue Haber el inventor como tal de los gases tóxicos como arma de guerra, en realidad el gobierno alemán le contrató para contrarrestar la avanzada francesa que había ya usado granadas de mano rellenas de bromuro de xililo desde 1914.   Haber también innovó el fosgeno que habían usado los franceses. En Ypres se liberaron 88 toneladas de fosgeno envasadas en cilindros, causando 1.069 bajas y 120 muertes. Haber había invitado a otro químico a desarrollar armas; Wilhelm Steinkopf desarrolló un método para la producción a gran escala de sulfuro de bis (2-cloroetilo), gas mostaza.

A Haber le costaría su decisión de crear gases tóxicos: su esposa y doctora en química Clara Immerwahr se daría un tiro en el pecho con la pistola de su marido al negarse a participar en el horror de la guerra.

Pero los dados estaban echados, el uso de armas químicas se incrementó de manera inevitable. El propio Churchill autorizó su uso contra árabes y kurdos en 1920. Aunque en 1925 varias naciones firmaron el Protocolo de Ginebra, en el cual se prohibía el uso de armas bacteriológicas y químicas, la práctica siempre disuelve las buenas intenciones del papel. Por ejemplo, los estadounidenses habían sintetizado la lewisita como el rocío de la muerte; arma que los japoneses usaron ampliamente en su invasión a China. A casi ochenta años de distancia, aún se encuentran depósitos de lewisita enterrados en regiones de China que siguen cobrando vidas.

El escuadrón 731, que estableció campos de concentración en Nankín, usó gases venenosos para experimentar y aniquilar a presos políticos y prisioneros de guerra. Los alemanes usaron Zyklon B con ácido cianhídrico para controlar los parásitos de los prisioneros en los campos de concentración, pero luego fue experimentado sobre 250 niños gitanos en Buchenwald para erigirse como un pesticida ampliamente utilizado en los campos de exterminio. La ironía es que varios miembros de la familia de Fritz Haber fueron gaseados en estos campos por su condición de judíos, con el mismo gas que Haber había desarrollado para su patria.

El napalm, una gasolina gelatinosa, ha quemado miles de humanos, animales y plantas desde mediados del siglo XX en diversos conflictos armados. La compañía Dow Chemical Company produjo napalm para el ejército de los Estados Unidos que bombardeó desde 1965 Camboya, Laos y Vietnam, generando devastación y víctimas ardientes.

En 1988, el ejército iraquí lanzó 60 toneladas de dimetil metilfosfonato proveniente de laboratorios estadounidenses a la población kurda- iraní, matando más de 5 mil personas en la masacre de Halabja. Actualmente, siguen las consecuencias de este ataque en la incidencia de tumores malignos y niños con deformidades.

Los accidentes prácticos de la industria química pueden ser catastróficos. Una noche de diciembre de 1984, escapó una nube de isocianato de metilo de la planta Union Carbide en Bhopal. En pocas horas mató a cerca de tres mil personas que cayeron fulminadas por hemorragias internas. Pasaron más de treinta años y sigue la tragedia. Diversos estudios desde los 90’s han estudiado la tierra y el agua aledañas a la planta química y se encontró que la concentración de mercurio es 6 millones de veces más de lo reportado por la empresa. El nivel de tricloroetileno, un compuesto que afecta al desarrollo fetal, estaba más de 50 veces por encima del límite de seguridad. Se han descrito sustancias cancerígenas, relacionadas a daños cerebrales y malformaciones congénitas; incluso se ha detectado la presencia de isocianato de metilo en la leche materna.

Continuará…

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