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Proponen triplicar penas a delitos de hostigamiento y acoso sexual

La Paz, Baja California Sur(BCS). Este martes en Sesión Ordinaria, la diputada Blanca Belia Márquez Espinoza presentó una Iniciativa con Proyecto de Decreto para endurecer las sanciones del Código Penal para el Estado de Baja California Sur, triplicando las penas contra los delitos de hostigamiento y acoso sexual, toda vez que ambos delitos en el ámbito laboral aún sigue siendo un asunto invisibilizado e ignorado, necesario de hablar para evidenciar que se trata de un problema de violencia de género y convertirlo en un tema de interés público.

En el boletín de prensa emitido por el Congreso del Estado se resaltá que, la legisladora mencionó que en la entidad, lamentablemente, cada vez son más comunes las denuncias ciudadanas y los señalamientos de acoso de diversos funcionarios, tan solo cinco de ellas ya han sido públicos en contra de empleadas de los diversos Poderes del Estado, así como de alumnas de planteles educativos, situación que nos debe hacer reflexionar profundamente sobre el rumbo y el tejido social que debemos encauzar.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública del INEGI, el 99 % de las denuncias del delito han quedado impunes, por lo que la legisladora aseguró que es necesario desterrar esas conductas castigando de manera ejemplar a los responsables y armonizando los ambientes laborales de las servidora públicas que tienen el derecho a espacios libres de violencia.

Por último, el boletín de prensa menciona que, la propuesta fue turnada a la Comisión Permanente de Puntos Constitucionales y de Justicia para su análisis y dictaminación.




¿Cuándo los piropos se volvieron acoso? Respuesta rápida: siempre lo han sido

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Sexo + Psique

Por Andrea Elizabeth Martínez Murillo 

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Piropos callejeros, miradas que incomodan, comentarios desagradables sobre tu cuerpo o el ajeno, son sólo algunas de los comportamientos que las mujeres tenemos que soportar de amigos, familiares, compañeros de trabajo, jefes: hombres en general. Algo incomoda, pero tal vez no puedo explicar que es, algo me ofende, pero era tan sólo una broma; el acoso sexual es —tristemente— mucho más frecuente de lo que pensamos. Pero, ¿qué se puede considerar que es y qué no?

Para la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el acoso sexual es: cualquier comportamiento —físico o verbal— de naturaleza sexual que tenga el propósito o produzca el efecto de atentar contra la dignidad de una persona; en particular, cuando se crea un entorno intimidatorio, degradante u ofensivo1. Puede ser expresado de varias maneras, tal como comentarios sobre su cuerpo o actividad sexual, chistes sexuales, pedidos de favores sexuales, presión para citas, manosear, agarrar, miradas no favorables, carteles que degraden a las mujeres, asalto sexual o violación. Un acosador puede ser un compañero de trabajo, un amigo, un familiar y puede ser del sexo opuesto o del mismo sexo que Usted.

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Según el Grupo de Investigación de Estudios de Género de la Universidad de las Islas Baleares, el concepto surge ligado a una reivindicación feminista. Desde este enfoque, se trata un ejercicio de poder, aunque superficialmente tenga apariencia sexual (Bosch et al., 2009). Las autoras mencionan el primer uso del término en 1974, por un grupo de feministas en la Universidad de Cornell “para analizar sus experiencias con los hombres en el mundo laboral y referirse al comportamiento masculino que negaba su valor en ese mundo”2.

El concepto de poder es central para explicarlo. Cuando un hombre piropea en la calle a una mujer, sabe que ella no va a voltear y decirle Tu piropo acaba de hacer que me enamore de ti, ¡sin embargo, es una conducta sumamente común! Lo es por dos razones fundamentales: la primera, el hombre sabe que incomoda y ejerce poder sobre ella y su cuerpo al emitir una opinión no deseada y, en segundo lugar, cuenta con que la mujer no haga nada, sólo camine más rápido y huya, porque se siente más fuerte que ella.

Es por esto que constituye una manifestación de discriminación basada en el género, y un acto violento respaldado por pautas culturales y sociales. Es ampliamente reconocido que afecta fundamentalmente a las mujeres. Si bien los hombres también pueden ser objeto de acoso sexual, la mayoría de las víctimas son mujeres ya que están mucho más expuestas al vivir en una sociedad machista que nos enseña que no tenemos poder, que somos el sexo débil, que siempre nos tienen que proteger y que el respeto es algo que se gana, no que se tiene.

¿Por qué ocurre? El Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES) creó el micrositio de Cero Tolerancia, como un esfuerzo para unir y construir una cultura que denuncie y erradique el hostigamiento y acoso sexual, en dónde nos comparte algunas de las múltiples causas que existen3:

Machismo

Cuando predominan ideas, creencias, refranes, canciones, mensajes y comportamientos que reafirman un rol dominante de los hombres hacia los cuerpos, la sexualidad y la vida de las mujeres: hablamos de “machismo”. Los piropos, actos de asedio sexual, chistes, burlas o insinuaciones sin consentimiento o reciprocidad, son conductas de hostigamiento o acoso sexual, que son permitidas y alentadas como parte del ser hombre y, por tanto, son comportamientos considerados como “naturales, normales e inevitables” en sus relaciones con las mujeres.

Abuso de poder

En nuestra sociedad, los hombres ostentan mayor poder que las mujeres, lo que las coloca en posiciones de desigualdad y mayor vulnerabilidad. Por ejemplo, en algunos espacios laborales se tiende a imponer horarios de trabajo y de salida muy prolongados; exigencia de presencia en lugares fuera de las oficinas o instalaciones de trabajo; decisiones o reglas arbitrarias, generando climas propicios a la afectación de derechos, al silencio, la omisión o incluso la complicidad con las o los jefes ante conductas hostiles o violentas que incluso pueden constituir hostigamiento.

Débil cultura de denuncia

La falta de confianza en las autoridades, la vulnerabilidad mientras se realizan los procesos de justicia, la falta de respuestas adecuadas ante las quejas, el excesivo tiempo que toma la justicia, el miedo a los despidos, la expulsión de los entornos escolares, el señalamiento público como personas conflictivas, así como los procedimientos engorrosos y largos justifican la débil cultura de la denuncia, lo cual favorece la impunidad y la tolerancia al hostigamiento y al acoso sexual.

¿Cómo reconocer que es acoso sexual y que no? En el cuadro siguiente se presentan los estudios del Instituto de la Mujer de España (2006) y de Calle, González y Núñez (1998).

NO es siempre NO

Durante muchos años se ha culpado a las víctimas, en especial a las mujeres de provocar a los hombres, ya sea por su vestimenta, por su actuar o simplemente por existir. Sin embargo, jamás es culpa de la víctima. Considero muy peligroso el pensamiento que dice que Nos tenemos que dar a respetar, cómo si el respeto fuera algo que nos tenemos que ganar y no exigir simplemente por ser personas. No tendríamos que solicitar respeto, es un derecho fundamental y no hay nada, ningún comportamiento que nos reste respeto. El acoso sexual es algo que miles de mujeres vivimos a diario, es un delito y no debería de tolerarlo, ni en mi persona, familia o ambiente laboral.

Bibliografía

  1. (2014). Guía para la intervención con hombres sobre el acoso sexual en el trabajo y la masculinidad sexista.

https://www.ilo.org/sanjose/publicaciones/WCMS_239603/lang–es/index.htm

  1. Larrea, M. (2018). ¿Cómo se mide el acoso sexual? 

http://redinvestigacionfeminista.org/archivos/Encuesta_de_prevalencia_motodologia.pdf

  1. (2021). Cero Tolerancia. http://cerotolerancia.inmujeres.gob.mx/

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




¿Qué es el pacto patriarcal y por qué debe desaparecer?

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Hilo de media

Por Elisa Morales Viscaya

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hace pocos días trascendió en las redes sociales la denuncia de la YouTuber Nath Campos, quien por medio de un video en su canal revela que fue abusada sexualmente por su colega, el también YouTuber Ricardo Gonzalez, conocido como “Rix”. Relató que hace algunos años salió con varias personas que consideraba sus amigos y tomaron bebidas alcohólicas. Él abusó de ella en su departamento aprovechándose del estado de ebriedad de Nath. Durante el video, Campos explicó que en el momento en que sucedió se acercó a personas en común, desde miembros del equipo de trabajo hasta amigos y otros colegas buscando apoyo, y le respondieron que “no era tan grave”. Esto es el pacto patriarcal en su forma más explícita.

Colectivas como Sorora.mx y Brujas del Mar definen al pacto patriarcal como una “serie de acuerdos implícitos entre hombres… una alianza basada en la complicidad y el silencio, donde los hombres se protegen, legitiman y excusan sus actitudes y acciones misóginas, sexistas y homofóbicas”.

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Se perpetúa entre hombres de todo el mundo, sin que sea necesario que se conozcan o que tengan vínculos, basta su congenie masculina para apoyarse, reconociéndose entre ellos “como iguales y como sujetos de derechos, sobre y en ventaja de las mujeres”. Y es en los casos de denuncia por abuso sexual como el de Nath que se evidencia burdamente. Sobre el propio video y en todas las redes sociales se pueden leer juicios sobre ella, revictimizandola y apoyando a su violentador. Incluso, el también influencer, Luisito Rey, aseguró que ella es culpable del abuso que sufrió por haber estado alcoholizada, y hace un llamado a la compasión para “Rix” al expresar que “también está sufriendo mucho”.

Y no es ni por asomo el primer o el único caso. Tan sólo por mencionar los casos más mediáticos que han sonado en los últimos años: en septiembre pasado en México, Diego Urik asesina a Jessica González, pidiendo ayuda a algunos de sus amigos para deshacerse del cuerpo de la víctima. Si bien se negaron a ayudarlo —textualmente le dijeron “yo no te voy a ayudar con tus mamadas”—, lo cierto es que guardaron silencio cómplice ante las alertas de búsqueda de Jessica cuando aún estaba en calidad de desaparecida para su familia y amigos. Y con su silencio, ayudaron a Diego a escapar. Por si fuera poco, estos cómplices se mofaban del feminicidio con memes y en mensajes grupales de WhatsApp.

En 2016 nos asqueamos ante la violación colectiva de cinco hombres españoles contra una chica en las Fiestas de San Fermín. El grupo, conocido como “La manada” filmó el ataque a la joven, uno de los hombres posteó mensajes en WhatsApp celebrando lo que habían hecho y prometiendo compartir las imágenes. En la corte se defendió a los abusadores llamándolos “buenos muchachos trabajadores” y de inicio la condena les favoreció con una pena menor a la de la violación porque los perpetradores no usaron violencia física ya que la actitud de la víctima fue “pasiva o neutral”. Tras años de protestas mundiales y de fuerte presión de los colectivos feministas se recurrió la sentencia y finalmente se elevó como correspondía.

Un año antes en México también se mediatizó el abuso sexual de los llamados “Porkys de Veracruz”: cuatro jóvenes “junior” —hijos de familias adineradas e influyentes— que salieron de fiesta y decidieron violar colectivamente a una menor de edad en 2015.  Uno de los acusados recibió la ridícula sentencia de 5 años de prisión y quince mil pesos. Y podría seguir y seguir enumerando casos e historias donde el pacto patriarcal se hace evidente por los extremos a los que llegan a defenderse entre ellos aun y cuando se enfrentan a haber cometido feminicidios, abusos sexuales y violaciones colectivas. Pero lo cierto es que el pacto patriarcal esta principalmente en los actos cotidianos.

Un ejemplo sencillo es cuando una mujer se atreve a señalar a un hombre por haberla acosado sexualmente, otros hombres cuestionan las motivaciones de la víctima para realizar esa denuncia, el tiempo que ha transcurrido desde el acto, piden los detalles para escudriñarlos y hasta la ropa que usaba en ese momento, incluso suelen replicar que “si el hombre fuera guapo o rico, no se quejarían”; es como si se sintieran directamente implicados, quizá por no ser guapos o ricos, quizá porque suelen tener conductas cuestionables hacia las mujeres y temen que se les evidencie por ellas.

¿Por qué a los hombres les molesta tanto que una mujer denuncie a otro hombre? ¿Por qué la empatía de los hombres de inmediato se coloca del lado del agresor en lugar del de la víctima? Porque tienen normalizado el hecho de que los hombres tienen derecho sobre los cuerpos de las mujeres, que pueden hablarnos como les parezca a ellos que es correcto, dirigirnos las miradas que a ellos les parecen adecuadas, tratarnos como ellos creen que queremos o deberíamos querer.

La cosa llega a tanto, que cuando denunciamos los rechiflidos y el “piropeo” callejero saltan montones de hombres a explicarnos a las mujeres que eso no es algo malo, que es un halago y que forma parte de la cultura mexicana. O cuando señalamos de acoso la insistencia de mensajes y llamadas con intenciones sexuales y amorosas previamente rechazadas, y salen airados los machos a recriminarnos que estamos matando el romance y sus instintos “naturales” de cazadores —donde, claro, nosotras somos las presas.

A este punto saltarán algunos a recriminarme que “ellos no” y que “no todos lo hacen”, incluso se popularizó en redes sociales el hashtag #notallmen o #notodosloshombres y hasta hubo quienes compartían una imagen diciendo que ellos nos cuidan. De nuevo, hombres asumiendo que lo que se necesita son caballeros de brillante armadura que salven a las mujeres de los monstruos. Pues no, señores.

Lo que hace falta es que todos los que alegan que “ellos no”, realmente se deslinden del pacto patriarcal saliendo del silencio cómplice con que ven pasar a diario los comportamientos y actitudes machistas de otros hombres, sus pares: sus hermanos. Así y sólo así, estarán realmente abonando a cambiar nuestra sociedad en pro de construir relaciones de confianza, más allá del género.

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#MeToo: ¿Justicia para las mujeres o moderna piedra de los sacrificios?

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La Última Trinchera

Por Roberto E. Galindo Domínguez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Las denuncias hechas por mujeres en las redes sociales sobre violadores, acosadores y agresores son una muestra de su hartazgo por los ataques sexuales y los otros agravios que sufren en una sociedad dominada por los hombres. El #MeToo mexicano surge tras las gestas estadounidense y francesa, principalmente, y al igual que en esas sociedades, en la nuestra ha causado controversia, además de una creciente rivalidad entre importantes sectores de los géneros femenino y masculino.

Por desgracia, las instituciones públicas encargadas de asistir a las mujeres y las instancias legales de administración de la justicia lucen por su incompetencia e incluso por cometer agravios contra ellas, por lo que las denuncias de las internautas son una manera de resistir a la violencia y una forma de lucha para equilibrar las relaciones entre mujeres y hombres, sin embargo, esas denuncias pueden no ser suficientes al propósito de la reivindicación de la mujer si no son acompañadas de pruebas que las confirmen, y más, cuando las acusaciones son anónimas.

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Tras las imputaciones tuiteras debería darse el reconocimiento y el arrepentimiento por parte del agresor, pero además, correspondería juzgar la afrenta por las vías legales y de ello desprenderse el castigo pertinente. Lamentablemente, en México el camino de la querella es tortuoso, el proceso legal intrincado, y los resultados ínfimos cuando se denuncia cualquier tipo de agresión sexual; es por eso que muchos de los testimonios en los diversos movimientos #MeToo son anónimos, dicen las administradoras de las páginas que son confidenciales. Pero ¿quién se erige en juez y parte?

Es entendible que muchas mujeres expongan a sus agresores de manera incógnita y más cuando éstos son sus superiores laborales, profesores de la universidad, individuos con poder económico o con fama, o simplemente mayores que pudieran realizar actos vengativos sobre ellas. No obstante, ese anonimato puede generar descrédito, pues no sólo se trata de decir “yo sí les creo”, que no deja de ser un acto fundamental para llevar la lucha de las mujeres al siguiente nivel, pero sin mayor prueba que su dicho se vulnera en el acto al “presunto culpable”, y cualquier acusado por el delito que sea no es culpable hasta que se le compruebe lo contrario en la instancia correspondiente, y no cuando sólo es expuesto en las redes sociales.

Si el movimiento #MeToo Mexicano aspira a trascender más allá de lo virtual, las denunciantes deberán probar sus acusaciones, pues de lo contrario estarán acuchillando en la moderna piedra de los sacrificios a culpables e inocentes, ya que salvo la “presumible víctima y el presunto agresor”, nadie más —o casi nadie— puede estar seguro de la veracidad de la acusación tuitera. Los señalados son culpables en las redes, sin embargo, puede que ni siquiera lleguen a presuntos, aunque bien dice el dicho que si el río suena es porque agua lleva; aunque dentro del torrente acusatorio femenino puede haber inculpaciones falsas desprendidas de rivalidades, venganzas, amores no correspondidos y toda la gama de sentimientos derivados de las relaciones mujer-hombre, incluso de las profesionales, académicas y de cualquier otra índole. Y siendo así, se estará librando una batalla contradictoria, pues la reivindicación de las que han sido violentadas no debe justificar el generar víctimas. Ni una víctima más debería ser la consigna, sin importar el género, aunque por datos estadísticos las denuncias falsas sean mínimas.

Por otro lado, las maneras de relacionarse entre mujeres y hombres están cambiando —y muy rápido—, así que deberemos ajustarnos a una realidad en la que comportamientos antes no mal vistos como el decir piropos, o tolerados como el solicitar sexo a cambio de algo, o el de ofrecerlo por un fin diferente al carnal —también las mujeres hacen esto—, ya no son conductas totalmente aceptadas y dependiendo del contexto en que se den pudieran implicar la comisión de un delito. Debe quedar claro que la perversidad, la lujuria y el ejercicio del poder sobre el otro no son de exclusividad masculina, aunque han sido más ejercidos por los hombres.

Debemos saber y entender, hombres y mujeres, cuáles conductas son acoso, cuáles son hostigamiento y cuales no lo son —más allá de que hay delitos sexuales bien tipificados—, pues una mirada lasciva, una proposición de coito o un adjetivo admirativo pueden no implicar comportamientos ultrajantes; y si ahora la interpretación de tales procederes es multivalente y es difícil jerarquizarlos, entonces traerlos del pasado y calificarlos con una perspectiva a posteriori, que tiene una carga valorativa que antes no se tenía, vuelve muy complejo el entramado de las relaciones entre individuos. Aun así, desde la perspectiva de una mujer, pueden ser ataques a su persona, aunque antes de los movimientos MeToo no lo haya considerado de esa manera. El “feminismo” a ultranza ha malentendido muchas conductas masculinas y muchos hombres han cometido delitos amparados por estas. El conflicto es de los dos lados.

Habrá que regular los acercamientos sexuales para no incurrir en conductas que pudieran ser consideraras criminales o que lo sean. Las integrantes del MeToo tienen mucho que hacer al respecto y también nosotros, pues no es lo mismo una violación que una solicitud de cópula y pedir sexo no necesariamente implica acoso. Mientras se regulariza la interrelación entre féminas y varones con protocolos y leyes específicas y en lo que se instaura una nueva forma de socialización entre ambos sexos, no estaría de más que las que han lanzado las acusaciones salgan de la confidencialidad y procedan en consecuencia; puede ser para ellas lo menos deseable después de haber sufrido algo todavía peor, pero es lo que se tiene para hacer que las cosas trasciendan más allá del enjuiciamiento en la Internet.

Las mujeres tienen el impulso del movimiento MeToo, el cual alcanzó a figuras de medios artísticos y profesionales, pero satanizar a los “supuestos perpetradores” no está contribuyendo a consolidar su gesta, al contrario se están boicoteando, pues las acusaciones no probadas disminuirán la credibilidad de un movimiento que parece legitimo. Las imputaciones en las redes van desde violaciones, manoseos, coitos pedidos a cambio de algo desde una posición de poder, y hasta pederastia, como la que de forma anónima cayó sobre Armando Vega Gil, uno de los fundadores del grupo de rock Botellita de Jerez, quien se suicidó como consecuencia de la misma, según escribió en una misiva en la que se declaró inocente. Debe resaltarse que la acusación en su contra no estableció que se hubiera cometido una violación o un acto sexual, sino la certeza de la implicada, racionalizada años después, de que el aludido cometió acoso con las intenciones de perpetrar un acto ilícito mayor. Vega Gil se quitó la vida, y no acusen sólo a su condición mental, cualquiera que ésta fuera, por cometer ese acto; pues entonces estarían desvirtuando el llamado cyberbullying que ha llevado a muchos a suicidarse.

El movimiento MeToo tiene una solidez y es que son las mujeres quienes lo ejercen dentro de una sociedad machista que las ha oprimido, agredido y asesinado, pero tiene varias disfuncionalidades y entre éstas, además del anonimato de muchas de las delatoras, está la diversidad de las acusaciones;  aunque algunas son graves, muchas otras son delaciones que no señalan un delito, sino una conducta que a la implicada no le agradó: desde miradas, mensajes de texto, infidelidad, promiscuidad, hasta comentarios basados en “alguien me dijo que”. ¿Entonces qué se denuncia? Antes de enjuiciar en la red de los sacrificios a alguien deben tener claro de qué lo acusan, así como las consecuencias de su imputación, pues la necesidad de justicia no justifica el linchamiento de quienes no cometieron un delito, ya que una vez señalados sufrirán las consecuencias de la estigmatización.

La controversia no se ha dado sólo entre hombres y mujeres, también ellas han cuestionado el proceder de las tuiteras feministas, pues no se trata de sacar corazones a cuchillo en una guerra entre los sexos. Tras el suicidio de Vega Gil, las administradoras de la página #MeTooMúsicosMexicanos, donde fue acusado, anunciaron que la cerrarán y que lamentan si lastimaron a alguien allegado a Vega, así como su suicidio; así mismo, se disculpan por los daños causados al movimiento feminista. Si las administradoras y la persona que dice haber sufrido el agravio se desentienden de sus acusaciones y no llegan hasta las últimas consecuencias de sus actos, estarán disminuyendo la fuerza de un movimiento que no ha acabado de formarse. Y no estoy diciendo que Vega Gil fuera inocente, nada más tengan en cuenta que algunas cuchilladas, aunque virtuales, matan, y si él fue culpable deberán probar sus dichos para que se establezca de qué lo fue.

Esta compleja situación no se va a resolver pronto, es un proceso en el que se cometerán muchos errores de ambas partes; espero que sus frutos modifiquen las conductas inadecuadas y eviten la comisión de cualquier tipo de ataque contra las mujeres. Mientras tanto, a partir del cisma generado por el MeToo en nuestra sociedad, muchos agresores denunciados o no, van a pensar más de una vez en las implicaciones de cometer un acto que perjudique a una mujer. Los hombres debemos reflexionar sobre nuestras conductas y entender que son tiempos de cambio y asimilarnos a estos. El #MeToo Mexicano es el inicio de lo posible y deberá elegir bien sus maneras de proceder para que su lucha no sea una moderna piedra de los sacrificios y trascienda lo virtual para instaurarse en las formas de relación social. Sólo cuando las agresiones en contra de las mujeres paren la sociedad podrá ser equitativa e igualitaria.

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