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Testigo, de Gabriel Rovira, toda una vida de poesía

El librero

Ramón Cuéllar Márquez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Ya hemos hablado de cómo los nuevos tiempos están marcando la historia de nuestras civilizaciones en todos los sentidos, especialmente el de los libros, de cómo poco a poco el mundo digital está dando paso a la desaparición del libro en papel, aunque algunos se resistan a que tal cosa suceda, pero que tarde o temprano sucederá. 

Con la aparición de dispositivos para lectura, de los que ya he dado cuenta en anteriores colaboraciones para Culco, esos cambios se aceleraron desde hace algunos años, pienso, para bien. Eso incluso da paso a que los libros tengan mayor alcance y mayor cobertura, además de que los propios autores pueden ser sus propios publicistas y divulgadores de su obra, ante la casi imposibilidad de que las grandes editoriales tomen en cuenta a nuevos creadores en sus catálogos, que usualmente apuestan por nombres consagrados o también recomendados de la elite del medio cultural y editorial.

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Es el caso del poeta y narrador Gabriel Rovira, un destacado escritor asentado en La Paz, B.C.S. desde hace más de treinta años y que se ha dedicado a la academia, donde decenas de generaciones de estudiantes han pasado por sus aulas. Rovira es sin duda alguna uno de los profesores más entrañables y queridos, que ha dejado una huella importante en lo literario y en la enseñanza de la lengua. Ya hemos hecho algunos apuntes literarios en este mismo medio acerca de la obra Rovira, donde destacamos la solvencia de su escritura.

Nacido en la Ciudad de México en 1962, estudió Letras en la ENEP Acatlán de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); inició su carrera docente desde 1985 dando clases en las universidades más importantes de México, como la propia UNAM, la Universidad Iberoamericana, la UNISON y el ITESM. Estudió la maestría en Letras Mexicanas en la UNAM y la de Educación en la Universidad del Noroeste; asimismo, el doctorado en Literatura de la Universidad Autónoma de Madrid. Desde 1991 es profesor-investigador en la Universidad Autónoma de Baja California Sur (UABCS). Ha sido miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Es miembro del Cuerpo Académico de Estudios Humanísticos de la UABCS, entre otras actividades.

Como escritor se inició muy joven, a los catorce años, en lo que luego sería Crónica del sueño, y a los dieciocho publicó su primer cuento en la antología Los frutos compartidos; ha aparecido en diversas compilaciones y en colaboración con autores diferentes a lo largo de su vida literaria. Por otro lado, tiene publicado en lo individual Los pequeños objetos amados (y otros cuentos), en la editorial Diana, en 1983, con un tiraje de quince mil ejemplares; también Discurso del asombro, de 2003 en la UABCS, así como una gran cantidad de publicaciones de artículos y temas dedicados a la educación.

Hace algunos días terminé de leer su libro Testigo publicado por él en Amazon y me ha maravillado encontrarme todas las voces que Gabriel Rovira ha desarrollado en el transcurso de toda una vida dedicada a las letras, donde veremos sus influencias, sus lecturas, sus amores, su familia, su entorno y el constante fluir de la cotidianidad. 

El sinfín de hallazgos que uno puede encontrar en cada verso, en cada poema, nos remite al encuentro con nuestros propios recuerdos, nostalgias, espejos en los que uno puede identificarse a plenitud. Gabriel es de esos poetas con los que nos unimos no solo por su voz sólida, fuerte, rítmica, sino también porque tiene la capacidad de que su poesía abarque la vida misma, es decir, que le habla a su lector, que le habla al individuo que entra en diálogo con él, con su corazón, con su inteligencia, pero sobre todo con su pasión por las relaciones interpersonales.

La poesía es uno de los géneros menos leídos y sin embargo por intuición es el más venerado. Testigo es una obra que deslumbra por su contenido bien cuidado, un trabajo honesto que hace honor a las tradiciones poéticas de la lengua española; será, con mucho, un libro leído y también venerado porque le habla a las personas que buscan y se desencuentran constantemente, en una eterna conversación poética con la realidad. Acercarse a la poesía, en especial la de Gabriel Rovira, será siempre una oportunidad de que constatemos la vitalidad de los versos y de la necesidad de que haya lectores que se adiestren en eso de limpiar el alma con las palabras de una poesía que todo lo trastoca. Vaya a Amazon, teclee Testigo de Gabriel Rovira y dese la oportunidad de leer a este poeta de voz clara y directa. No se arrepentirá.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Las palabras terminan encontrándote, aunque no sean tuyas

El librero

Ramón Cuéllar Márquez

La Paz, Baja  California Sur (BCS). Hay libros que pretenden llevarlos al cine y a veces son un éxito, pero otros se convierten en monumentales fracasos de taquilla, a pesar de que la obra literaria obtuvo gran difusión y superventas, sin que necesariamente esto signifique que es malo, pues se ha asociado a los bestsellers como productos literarios inferiores, sobre todo por escritores alzacejas que tienen obras espléndidas y reconocidas en el mundo académico e intelectual.

Hay escritores que debido a la dedicación literaria con que crean sus libros son rechazados por las editoriales comerciales por considerarlos demasiado cultos, pero de poco interés para el gran público. Yo creo que por eso existe tanto concurso literario lanzados por los gobiernos y las universidades, para hacerle frente a esos creadores que no obtienen respuesta en el mundo editorial, aunque puede ser un arma de dos filos, porque en ocasiones a los estados solo les interesa cumplir con su deber institucional, y terminan embodegando las publicaciones sin que se les dé amplia difusión. No es una regla general, pero sí ocurre con mucha frecuencia.

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Pienso en Mario Puzo, quien deseaba ser reconocido como un gran escritor por el mundo intelectual: sus primeras dos obras las escribió para ser admitido en el Olimpo de los dioses alzacejas. Nunca obtuvo ganancias económicas ni mucho menos reconocimiento, aunque algunos sí hablaron bien de esos dos libros, hay que decirlo. Así que decidió dejar atrás las exquisiteces culteranas y se dedicó a estructurar un libro libre de sus obsesiones de aceptación: de ahí nació El Padrino, un bestseller que como todos sabemos alcanzó el éxito internacional y con el que se inspiraron para hacer tres películas, con guiones del propio Puzo, en conjunto con Francis Ford Coppola.

Así que eso de que sueñes con hacer la gran obra de la lengua española para las editoriales comerciales es una apuesta económica que no están dispuestas a asumir; por supuesto, hay excepciones que han logrado una extraordinaria obra y ser un superventa —seguro que ya tienen dos en mente, ¿no?—, pero están contadas con la palma de la mano. Hay una película que vi en 2012 llamada en México Palabras robadas, pero en inglés The Words, es decir, Las palabras, que me parece es la forma en que debemos ver el filme, no por el robo, sino por la significación literaria que me produce. Según las reseñas cinematográficas, se trata de un drama romántico que me parece no le hace justicia a su estructura, que se maneja a varios niveles, pues no se trata solo de las relaciones humano-afectivas, ni creo que sea solo compleja y pretenciosa ni menos floja narrativamente como aseguraron algunos en su momento. Incluso algunos medios suizos dijeron que era un plagio de una novela de Martin Suter, de 2004, Lila, Lila, que incluso fue hecha película en 2009. Klugman y Sternhal, los directores, negaron tal cosa, pues según ellos era una historia que habían planeado desde 1999, mucho antes de que apareciera la mencionada novela.

The Words es una película debutante dirigida por Brian Klugman y Lee Sternthal, y protagonizada por Bradley Cooper, Zoe Zaldana, Dennis Quaid, Jeremy Irons, entre otros. La historia trata de un exitoso escritor —Clayton Hammond— que presenta su más reciente libro, The Words, quien va contando y leyendo la obra. El escritor actúa como narrador frente a un público y al mismo tiempo es el narrador que despliega la historia de Rory Jansen, un escritor que lucha por ser publicado y reconocido; sin embargo, al igual que con Mario Puzo, las editoriales han rechazado su primer libro por ser demasiado bello y culto. Decide casarse con Dora, su pareja, y como luna de miel se va a París, más que por placer, para olvidar la frustración de que no le publican su libro. Caminando por las calles, en un anticuario halla un maletín de piel que le gusta y Dora decide comprárselo. Al regresar a su país, la decepción de Rory es tan grande que está a punto de tirar la toalla para nunca más escribir porque ha sido rechazado nuevamente.

Atorado en la desilusión, se pone a revisar el maletín y descubre que dentro hay un manuscrito de hojas amarillentas y gastadas. Se pone a leerlo. Ahí es cuando entra el narrador del libro, quien comienza a contar su historia, ocurrida durante la segunda guerra mundial. Algunos dicen que la historia está inspirada en un hecho de la vida de Ernest Hemingway, quien en un viaje perdió su obra escrita hasta 1922 y que jamás recuperó. Rory queda impactado por el relato, lo que él siempre ha querido, aquellas palabras que hasta el momento no le han surgido más que a partir de sus lecturas y no de las experiencias que la vida le ha ofrecido. Para sentir el placer de cómo se escriben aquellas palabras, decide transcribirlas a su computadora, palabra por palabra, incluso los errores de dedo y las faltas de ortografía. 

El manuscrito que encuentra Rory Jansen trata sobre Jack, un joven que se enlista al ejército durante la segunda guerra mundial, que en lugar de ir al frente, lo utilizan para cosas logísticas, como la cocina. Ahí conoce a un soldado que le habla de cosas que le abrieron los ojos, de libros que nunca había leído, así que le presta libros, con los que Jack se mete en un mundo desconocido que no sabía de su existencia. 

Dora, la esposa de Rory, por accidente lee la novela en la computadora, quedando fascinada con la historia, por lo que anima a Rory a que busque quién se la publique; en la confusión, sin aclararle a Dora que no es de él, guarda silencio y decide entregar el manuscrito al director editorial donde trabaja. Y ocurre lo impensable: el libro es publicado, obteniendo con ello un éxito comercial sin precedentes.

Aquí es donde entra el tercer narrador de la historia, que hasta ese momento no existía porque lo suponíamos muerto (pero estaba vivo, como el gato de Schrödinger): aparece el verdadero autor del libro perdido, Jack, ya muy anciano. Sentado en una banca, Jack le dice a Rory que él es el autor del libro que lo ha vuelto famoso. Jansen queda impactado y su primer impulso es ofrecerle parte de las regalías, pero Jack lo rechaza. No se entiende por qué a Jack anciano no le importa el dinero, pero al mismo tiempo quiere dejar patente que él es el autor. Esto derrumba a Rory y provoca que su relación con Dora entre en conflicto.

Mientras el autor de The Words va relatando a su auditorio, hay una escritora novel joven, Danielle, quien curiosa y seductora pretende sacarle el final del libro a Hammond, pues este los dejó en ascuas en la presentación aseverando que para saberlo debían comprarlo. Danielle termina sacándole el final de la novela, pero al espectador de la película le queda ambiguo porque se podría deducir que es un libro autobiográfico de Hammond, o quizás no. De este modo, como se puede ver, hay varios niveles narrativos: uno, el de Clayton Hammond; dos, el de Rory Jansen, su historia, y tres, el de Jack, el autor del manuscrito. Para mí hay cuatro planos más: uno, el de los guionistas de la película; dos, el de la historia que cuenta Jack; tres, el del anciano Jack que termina de contarle a Rory su historia, y finalmente, que me parece el más importante: el observador de todos estos narradores, quien es el que puede mirar el conflicto creado por las palabras de todos ellos.

Como se puede ver, no solo es una historia que funciona como matrioshka, sino que es el encadenamiento de la duda de quién creó a quién, cómo en apariencia es una historia que en realidad se convierte en una cadena que llega hasta nosotros como espectadores, que se adiciona a la anécdota de Hemingway y el reclamo de plagio de otra historia similar… Lo cual nos lleva también a mirar nuestras propias narraciones, si no somos, asimismo, una concatenación de relatos que no tiene fin y que en algún momento podemos encontrarnos con nosotros mismos frente al espejo o en la calle con nuestras palabras, que al parecer no me pertenecen, pero que en definitiva terminarán por encontrarme debido al gigantesco encadenamiento a que estamos sometidos desde que apareció la primera palabra y nos comenzó a enredar hace miles de años.

 

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Roque Dalton, la poesía como revolución y la toma de conciencia

 

El librero

Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El poeta salvadoreño Roque Dalton (1935-1975) es la personificación del luchador social que está íntimamente ligado al arte como compromiso político. Ha habido un largo debate en si la poesía debiera ser activa participante de las revoluciones como modo de emancipación de los trabajadores y de los pobres del mundo. Dalton, junto a otros grandes poetas —pienso en Federico García Lorca, José Martí y aun en Silvio Rodríguez—, con su voz dejó una muestra de lo que significaba el deber a favor de los oprimidos. Muchos poetas han sido asesinados y perseguidos por su manera de pensar y de escribir, que han quedado como ejemplos de valentía, fraternidad, visión permanente de una cultura que puede ser transformada.

El neoliberalismo trajo consigo la domesticación de los poetas a través de la búsqueda de becas, premios, viajes a cargo de los erarios nacionales, donde se centraba un discurso aburguesado, en la preocupación de los conflictos individuales y un alejamiento profundo de cualquier cosa que oliera a popular. Roque Dalton tuvo una formación católica, ligada al conservadurismo de Centroamérica, sin embargo, en su estadía por estudios académicos en Chile descubriría el marxismo y con ello el comunismo, es decir, la toma de conciencia de una sociedad que se le revelaba desigual, injusta, opresiva, esclavizante y que influiría en él al grado de asumirlo como una misión, donde su poesía se vería impregnada e influida por sus nuevos pasos como pensador progresista.

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Carlos Salinas de Gortari bien sabía que una manera de tener a raya a los poetas era encausarlos en la meta única de fijar su atención en la canonjía —una jugosa e inalcanzable zanahoria, salvo para los grupos de elite— y no en la obra como detonante cultural y social, poetas que produjeran obras prefabricadas, trazadas como proyectos y no como experiencia de vida, obras separadas de las mayorías y más centradas en la importancia y la ganancia económica. Nunca vimos que surgiera un Roque Dalton en ese proceso. A cambio, vimos a poetas ensalzados, mimados, entregados en encuentros literarios nacionales a los placeres momentáneos que podían ser subsanados con peptobismol o mélox.

Roque Dalton hizo toma de conciencia, su nirvana, su iluminación, se le cayó la venda de los ojos. Ahí es cuando pensamos en si la poesía es más que un acto vanidoso o un arma caliente que puede golpear la conciencia, provocar el despertar y sacudir con su canto. Cada espíritu habrá de experimentar a su manera esa mutación; si no se da, simplemente quedará en el olvido, pero no cimbrará las entrañas ni correrá como reguero de pólvora para moverle el tapete a medio planeta. Pero si el poeta es vapuleado por el elixir de la toma de conciencia, entonces su alcance habrá de estremecer y de seguro será perseguido porque sus versos serán espadas que van rasgando las cortinas que cubren la realidad creada por los sistemas.

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¿Las hormigas sueñan con el fin de la historia?

 

El librero

Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Llegué a pensar que era cierto, que había llegado el fin de la Historia como pregonaban a principios de los noventa los intelectuales neoliberales adscritos al salinismo. Trataba de entender cómo es que la dialéctica espiral de los hechos sociales se había detenido o quizá ralentizado. De pronto introdujeron nuevos conceptos como posmodernidad, sociedad civil, organizaciones no gubernamentales, ecologismo, derechos humanos. Recuerdo que un día el poeta Hernán Lavín Cerda nos preguntó en clase: ¿Derechos humanos? ¿Somos exclusivos con respecto a otras especies? ¿También habrá los derechos de las hormigas? ¿No es estar vivo un derecho, en sí mismo, de cualquier ser viviente

Parecía que en efecto ya no era necesaria la lucha social ni la Historia: todo lo solucionarían esas organizaciones desde sus respectivas posturas e intereses particulares —¿los derechos de las hormigas?—; es más: el Estado era fútil porque la mano invisible del mercado lo resolvería todo, junto con las instituciones apartidistas, pero privadas, que actuaban en función de la clase económica y política porque fomentaban y alentaban la inversión extranjera

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Lo que se omitía, era que esa lucha de la sociedad civil se hacía con recursos públicos del Estado —que negaban en el discurso, pero en los hechos dependían— y se repartía a diestra y siniestra a quien los solicitara, con la única condición de que fuera sin fines de lucro ni políticos y que estuvieran legalmente constituidos como asociaciones civiles para que pudieran bajar recursos

Si algún personaje de la elite caía en desgracia bastaba con que fundara una asociación para que de inmediato tuviera presupuesto asignado. Era suficiente con erigir legalmente la defensa, por ejemplo, del camarón azul por su origen extraterrestre (sarcasmo) para que tuviera acceso al erario. No importaba si era verdad, bastaba con que se le diera un marco teórico creíble y sustentado con ambigüedades científicas. O políticos que quedaron fuera del presupuesto creaban asociaciones civiles que les permitía seguir usufructuando del erario.

Claro está que no es una generalidad, pues existen grupos —activistas sociales— que en verdad luchan sin ningún presupuesto por causas justas, convencidos/as de la necesidad de cambiar el estado de cosas y de defender los principios más equitativos; su lucha es más por la justicia que por un presupuesto. En ese sentido, hay cientos de organizaciones que hacen un enrome trabajo por las comunidades marginadas y logran con mucho la reconstrucción del tejido cívico y social.

Pero la Humanidad sí se mueve y no fue el fin de la Historia. Hubo un tiempo en que nos parecía que la vida cotidiana se había reducido a telenovelas, programas cómicos donde se denigraba y estigmatizaba la marginación social, el color de piel, la pobreza, el origen étnico, la homosexualidad, y todo era perfectamente normal, se asumía como una verdad inalienable. Los programas de opinión estaban en manos de unos cuantos comentaristas que analizaban la realidad del país sin afectar los intereses de los medios donde hablaban ni de los anunciantes publicitarios, especialmente del Gobierno, su mayor cliente. Esos medios e individuos crecieron económicamente tanto, que se volvieron millonarios. 

Durante décadas esos medios fueron dueños de la opinión pública y controlaban lo que se decía y lo que no debía saberse. No había réplica y rara vez daban ese derecho, aunque estuviera estipulado constitucionalmente. No se podía dialogar o debatir con la televisión o la radio: era una relación unidireccional y unidimensional. Había casos excepcionales donde se otorgaba una contestación cuando ellos decidían, si era conveniente y era útil a sus intereses. ¿Por qué habrían de compartir la industria de la opinión si ellos eran los dueños? Si querías opinar debías pagar o si querías recibir beneficios, debías apegarte al guion comercial de la comentocracia, dueña y señora de la República simulada de la opinión pública.

El secuestro de la palabra era una realidad sobre el terreno de los hechos. Si querías destacar culturalmente debías pertenecer al selecto grupo de la elite intelectual mexicana. Si no era así, estabas medio muerto y terminabas desapareciendo del espectro o bien si la terquedad y el amor al arte era muy fuerte, seguías adelante por un sentido de la vida más que por tener reconocimiento de algún tipo. No demerito los logros de muchos/as, se aplauden los esfuerzos, pero algo nos ocurrió en el camino que los premios, becas, viajes, canonjías y mimos se volvieron más importantes que la propia actividad de hacer arte: la persecución del reconocimiento se volvió cooptación de pensadores, críticos, intelectuales. He escuchado a poetas y narradores hacer berrinches públicos con tal de que les den lo que exigen como un privilegio divino. 

Acceder a la elite por supuesto que era una cuestión de castas, color de piel, familias acomodadas. Hasta en la Literatura hay razas, escuché alguna vez en los noventa. La rebatinga por esos premios, becas, etcétera, se volvió una lucha de egos y relaciones públicas. Hasta los escritores/as consagrados/as combatían entre ellos para ver quién tenía los mejores conectes, la simpatía y aceptación de los dioses culturales y políticos. Si ellos te admitían, tenías garantizada una producción próspera.

Esos grupos que se adueñaron de la voz pública, que privatizaron la opinión, que hicieron de la vida cotidiana una dictadura disfrazada de democracia, están muriendo. Se resisten a desaparecer, no están dispuestos a dejar ir el negocio que les costó cuarenta años para que fuera rentable. Hacen desplegados, señalan con dedos flamígeros, chantajean, montan en cólera, crean granjas de bots para robarse el debate público e implantar el propio, quieren establecer que ellos llevan la voz cantante, que deciden el rumbo del país, en especial de las ideas y creencias para que no haya memoria histórica. Era el negocio redondo y perfecto.

No obstante, no fue el fin de la Historia, aunque la habían hecho una empresa. El fin fue hacerla lucrativa y mantener una narrativa de control social. Hoy ese control cultural se derrumba: miles de narradores, poetas, artistas plásticos, actores y actrices, cronistas están cuestionando, impulsando para que abandonemos el sistema de castas culturales que se establecieron bajo el disfraz de la crítica liberal. 

El discurso empantanado y caro ha perdido convocatoria —nunca lo tuvieron, más que entre ellos—; por otro lado, el llamado cuarto poder ha dejado de tener influencia, ahora se enfrenta a una sociedad que siempre fue inteligente, más informada, conectada con el conocimiento y las redes sociales, que, aunque nunca tuvo derecho de réplica hoy vive en un país que comienza a estrenar sus primeros pasos hacia una vida democrática y participativa, con sus deficiencias y errores. La dictadura de una crema y nata cultural está desfalleciente, vemos sus estertores y gritos como almas en pena que no se han dado cuenta de que ya son meros fantasmas que no asustan porque hemos adquirido nuestra mayoría de edad por derecho propio.

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La oscuridad, a pesar de todo, tiene en la base la esperanza: algo a partir de una novela de Volpi

 

El librero

Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La historia de la humanidad está marcada por sus crímenes. Hay en ellos el germen oscuro de lo que somos como especie. Cada uno de esos crímenes parte de una creencia, de una ideología, de una fe religiosa o, aún más, de una palabra. Esa misma Historia nos lo cuenta de diversas formas: la visión de los vencedores y la visión de los vencidos; por supuesto, la que prevalece es la de los vencedores, quienes erigen un discurso alrededor de los crímenes cometidos para justificar sus ganancias y para retenerlos a costa de lo que sea, incluyendo nuevos crímenes.

Grandes grupos étnicos arrasados por otro grupo étnico tampoco es nuevo. Cada uno de esos asesinatos masivos, en diferentes tiempos, tienen un denominador común: la oscuridad de la naturaleza humana para lograr que un grupo étnico prevalezca sobre el otro. En algún lugar escuché la pregunta ¿qué anima a un ser humano a cometer crímenes?, y la respuesta fue el miedo.

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El miedo como motor de la civilización, como guía de todas las conductas, la razón por la que la cultura existe, el motivo por el que se buscan todas las preguntas con sus respuestas: el miedo busca al miedo para entenderse a sí mismo. Así, un crimen es perpetrado desde el miedo de su propia supervivencia, que lo que refleja es su condición primitiva, su condición animal, instintiva, brutal. El miedo se parece más a una bestia acorralada que a una bestia libre con lenguaje significativo.

Por eso el miedo es alimentado por los estados modernos, especialmente aquellos de corte fascista o conservadores extremistas, que promueven el temor y la mentira como una forma de control social. Un individuo atemorizado es un sujeto moldeable, controlable, manipulable: una persona con miedo es perfectamente condicionada a cualquier patrón. Siembra el miedo y la mentira, y obtendrás el poder total, es casi un silogismo: mientras más mientas, más ganas. Hoy como nunca en México la oposición política de derecha y ultraderecha ha sacado a relucir su desprecio al pueblo mostrando su clasismo y racismo.

Esto es más o menos lo que ocurre con la novela de Jorge Volpi, Oscuro bosque oscuro. Un breve viaje por los pasillos del terror para mostrarnos una de las caras horrendas de la Humanidad: su capacidad para destrozarse a sí misma, para devorarse a sí misma. Esta historia espeluznante de Volpi no es solo una narración que quiere ser contada o que pretenda ser una denuncia, sino que muestra nuestros más oscuros resortes emocionales, nuestras energías encauzadas a la decadencia. Valiéndose de la estructura y pasajes de algunos conocidos cuentos infantiles, Jorge Volpi va destruyendo la inocencia, la pureza, para ir descarnando las intenciones criminales del poder político y económico que desea su propia expansión. Debo decir que Volpi se centra más en lo político, pero omite lo económico, que es la verdadera razón de su existencia en un régimen de privilegios: son hermanos siameses, uno no existe sin el otro: son consustanciales.

Este rompimiento con la inocencia es el caldo de cultivo que sirve para enmarcar los crímenes que se habrán de cometer en un pueblo metáfora, en un pueblo alemán que tenía instaurada la cotidianidad sin reservas ni racismos, con vecinos viviendo su espacio y compartiendo sus muchos o pocos talentos, hasta que ese poder les ordenó transformarse sin desearlo. El poder político y económico es un animal al acecho que está dispuesto a lo que sea para mantener su régimen de privilegios, que igual se disfraza de izquierda, liberal o de derecha, da lo mismo, según la época y según los intereses que haya que defender, que usualmente son los de las minorías de grandes ganancias económicas; incluso es un animal que puede ser completamente invisible para su propia conveniencia.

Poco a poco Oscuro bosque oscuro va desnudando a través de un lenguaje sórdido, cercano a Poe, cercano a Lovecraft, cercano a Quiroga, pero con la diferencia de que pretende darnos una realidad avasallante, dolorosa, aterradora, donde solamente quepa la culpa, la duda, los razonamientos a medias, las justificaciones como escritor y como lectores. El tema de los judíos, del Holocausto, ha sido reiteradamente tocado después del término de la Segunda Guerra Mundial para no hacernos olvidar lo sucedido en esos años aciagos que tanto daño hicieron a millones de personas.

Al terminar de leer la novela resumimos todo en una frase: nunca debemos olvidar. Pero tampoco debemos olvidar los exterminios que se han hecho en los últimos siglos, como los grupos étnicos originarios del continente americano, por ejemplo los pieles rojas, quienes fueron relegados a reservaciones muy parecidos a los campos de concentración nazi, salvo que a éstos los tienen como un American curious. O los exterminios practicados por los españoles a su llegada al Nuevo Mundo o los exterminios a los pueblos mayas y yaquis durante el Porfiriato.

¿Cómo olvidar eso? o, más bien, ¿cómo hacer para que eso se vuelva un discurso exotérico y no oculto (retocado por los intelectuales europeos y los criollos americanos llamados vulgarmente “intelectuales orgánicos”), como el que se practica desde los estados modernos para no hablar de los pueblos indígenas y de sus derechos, prefiriendo dejar todo en silencio, pues se afectarían muchos intereses?

Después de leer Oscuro bosque oscuro nadie quedará indemne ante su propia humanidad y tendrá que afrontar y enfrentar, quiera o no, sus pesadillas más profundas. Esta novela de Volpi es más parecida a un poema épico en verso libre, de viaje dantesco a los infiernos de la condición humana, donde el poder político y económico puede transformar la mente de los ciudadanos hasta convertirnos en enemigos de nosotros mismos, instarnos al asesinato para mantener las ganancias.

El panorama parece desolador para algunos, más en esos tiempos en que un grupo instauró en México la violencia desde principios de siglo y milenio, creando un estado que sembró el terror igual que un estado fascista. El ciudadano de a pie con los procesos sociales ha aprendido a comprender, a tener fe, esperanza, a tener los ojos abiertos, a no retraerse ni esconderse como hasta hace poco debido a la abierta asociación delictuosa que padecimos entre crimen organizado y gobierno. Hemos aprendido que podemos ser, unidos, los héroes que nos saquen y nos salven del pozo en que nos metieron, que somos un Kaibil Kalam, un Jacinto Kanek, un guerrero águila o jaguar, un Gilgamesh, un Sansón, un Hércules, un David, cualquiera que se adentre en el Hades para destruir los demonios que se desataron desde 2006 en los Estados Unidos Mexicanos.

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