Apuntes sobre los Pericúes

 Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nuestra península inició su poblamiento hace aproximadamente unos 12,500 años. Los grupos que llegaron venían procedentes de Asia, e incursionaron en este continente americano por el famoso estrecho de Bering. Poco a poco fueron descendiendo hacia el sur, y algunos de esllos ingresaron a la península que actualmente lleva el nombre de Baja California, en donde quedaron encapsulados. Este fue el antecedente de los grupos étnicos nativos que durante la Colonia se conocieron como pericúes, guaycuras y cochimíes.

En el caso que hoy nos ocupa, los pericúes, este grupo se asentó en la región más austral de la península, y abarcó casi todo el territorio de lo que actualmente se denomina el Municipio de Los Cabos. De acuerdo a los cálculos realizados por los sacerdotes jesuitas, los cuales permanecieron en nuestra península de 1697 hasta 1768, los pericúes era el grupo menos numeroso, con apenas unos 5000 integrantes. Sus principales actividades eran la pesca y la caza así como la recolección de semillas y frutos, lo cual los hacía un grupo nómada o seminómada, ya que tenían que trasladarse por temporadas a diferentes sitios en búsqueda de alimento y agua. 

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El nombre de pericús o pericúes, se lo impusieron los jesuitas al escuchar sus incesantes pláticas, en las cuales decían las palabras de forma rápida, semejándoseles a los pericos o periquitos, de ahí que hayan adaptado este nombre para denominar a este grupo. Sin embargo, en las crónicas misionales se habla que dentro de los pericúes existían divisiones de grupos: edúes, uchitíes, coras y pericúes. El etnólogo francés, Paul Rivet, desarrolló una interesante hipótesis sobre el origen de los pericúes. De acuerdo a investigaciones que realizó en las osamentas encontradas en entierros de este grupo, él sostenía que habían llegado a esta parte de la península en embarcaciones, navegando desde Australia o Polinesía. Como evidencia de ello menciona que la forma de la cabeza de los pericúes era hiperdolicocéfala, esto es, ancha y redonda, similar a la que tienen los habitantes de aquellas regiones del sur del orbe, muy diferente al resto de los habitantes de la península. También los misioneros jesuitas mencionaban que los pericúes tenían un lenguaje muy diferente al resto de los californios, sin parecido alguno.

Las herramientas que fabricaban los pericúes eran arcos, flechas, arpones de madera, cuerdas de hoja de maguey machucado (ixtle), piedras de moler, leznas, espátulas, ornamentos de madre perla, cuentas de caracoles marinos, lanzadardos, cestas o coritas, contenedores de palma, etc. De acuerdo a las observaciones realizadas por los exploradores y militares europeos así como los jesuitas, se dice que eran excelente nadadores y navegantes. Las islas Espíritu Santo, Cerralvo (Jacques Y. Cousteau) y San José, fueron colonizadas por los pericúes, llegando a ellas desde hace 10,000 años. Los exploradores europeos que arribaron a la región de Los Cabos, mencionan que era común  al estar a unos 5 o 6 kilómetros de distancia de la costa, llegaban hacia ellos una gran cantidad de pericúes montados en sus embarcaciones tan endebles, siendo muy hábiles en el conocimiento de las corrientes marinas y la orientación.

Francisco Javier Clavijero, SJ, hace una interesante descripción de la vestimenta de los Pericúes: Los pericúes, hacia el Cabo de San Lucas, adornaban toda la cabeza de perlas, enredándolas y entreverándolas con los cabellos, que mantenían largos. Entretejían con ellas unas pequeñas plumas blancas, resultando de todo un adorno postizo que, visto de lejos, pudiera pasar por peluca. También hubo antiguamente esta moda de toquillas entre los pericúes del sur, formadas de unos caracolillos pequeños, blancos y redondos, que parecían perlas, y las hacían muy vistosas.

Las más decentes en vestirse eran las mujeres de los pericúes, hacia el Cabo de San Lucas. Hay en este pedazo de tierra cierta especie de palmas, distintas de las que producen los dátiles, y de éstas se valen las indias, para formar sus faldellines. Para esto golpean sus hojas, como se hace con el lino, hasta que salen esparcidas las hebras, las cuales, si no son tan delicadas como las del lino, a lo menos quedan, machacadas de este modo, más suaves que las del cáñamo. Su vestido se reduce a tres piezas, dos que forman juntas una saya, de las cuales la mayor, poniéndola por detrás, cubre también los dos lados volteando un poco para delante, y llega desde la cintura hasta media pierna o poco más. La otra pieza se pone por delante, cubriendo el hueco que dejó la mayor, pero sólo llega a las rodillas o muy poco más. La tercera pieza sirve de capotillo o mantelina con que cubren el cuerpo desde los hombros hasta la cintura o poco más. Estos vestidos no están tejidos sino engasados de hilos, o diremos mejor cordelillos, unos con otros por el un extremo, como en los fluecos, deshilados o guadamaciles, quedando pendientes a lo largo en madejas muy tupidas y espesas. Y aunque labran unas pequeñas telas de estas pitas o hebras de palmas, no son para vestirse sino para hacer bolsas y zurrones, en que guardan sus alhajuelas. Estas indias del cabo de San Lucas crían el cabello largo, suelto y tendido por la espalda. Forman de figuras de nácar, entreveradas con frutillas, cañutillos de carrizo, caracolillos y perlas, unas gargantillas muy airosas para el cuello, cuyos remates cuelgan hasta la cintura y, de la misma hechura y materia, son sus pulseras. Aun en aquel rincón del mundo inspira estas invenciones a gente tan bárbara el deseo de parecer bien. El color de toda esta nación pericú es, por lo común, menos obscuro, y aún notablemente más claro, que el de todos los demás californios.

De acuerdo a investigaciones que ha realizado el Lic. Gilberto Ibarra Rivera, en diferentes documentos escritos por personas que convivieron con los pericúes, ha podido concentrar algunas de las palabras que utilizaban en este grupo, lamentablemente es del que menos se conoce su lengua. Aquí algunos ejemplos, y cuando se tiene, la definición de estas palabras: Aiñiní: nombre indígena del sitio en el que se construyó la misión de Santiago de los Coras, Anicá: nombre de una ranchería indígena, Añuití: nombre pericú del sitio donde se construyó la misión de San José, cerca de la actual ciudad sudcaliforniana de San José del Cabo, Caduaño: topónimo de un pueblo moderno, localizado en el municipio de Los Cabos (Baja California Sur). Significa Cañada Verde, Cunimniici: nombre de una cadena de ontañas localizada en territorio pericú, Eguí, Marinó: nombre indígena para los montes de Santa Ana (Baja California Sur), Purum: topónimo que designaba a un conjunto montañoso y a una ranchería indígena, Yeneca: topónimo de una ranchería, Yenecamú: topónimo indígena de Cabo San Lucas, ípiri: cuchillo, ipirica: hacha, uriuri: andar, utere: sentarse, unoa: daca aquello , Boox o boxo: perla, nacui: concha, itaurigui: capitán, eni: agua, aynu: pescado y miñicari: cielo.

Los pericúes fue el primer grupo étnico nativo de la antigua California en desaparecer. Una gran cantidad de epidemias entre las que se destacan sarampión, viruela y sífilis, causaron la mortandad de miles de niños y adultos de este grupo. En el caso de la sífilis por lo general ocasionaba esterilidad en las mujeres o el nacimiento de niños enfermos que al poco tiempo morían. También durante la gran rebelión de 1734, iniciada por este grupo, al ser reprimida por el ejército español, ocasionó la muerte de muchos de ellos, así como el exilio a otras misiones de una gran cantidad de mujeres pertenecientes a este grupo, como una forma de evitar su reproducción. Aproximadamente para el final de la segunda década del siglo XIX, se habían extinguido los integrantes de este grupo, sin embargo, debido al mestizaje que se dio entre los recién llegados con los últimos hombres y mujeres pericúes, la herencia genética aún perdura en sus descendientes.

Aún falta mucho por conocer sobre la historia y cultura de este gran grupo de los Pericúes, tarea que seguimos realizando de forma paulatina pero constante, con el fin de apuntalar la identidad de los habitantes de Sudcalifornia, y seguir recordando que en esta tierra florecieron grupos étnicos originarios con una gran cultura y de cuya herencia nos debemos sentir orgullosos. 

 

Bibliografía

Francisco Javier Clavijero. 1789. Historia de la Antigua o Baja California.

Ibarra Rivera G. 1991. Vocablos indígenas de Baja California Sur. Instituto Sudcaliforniano de Cultura.  

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Apuntes históricos sobre los Pericúes

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nuestra media mitad sur de la península de Baja California fue habitada por tribus que descendieron desde el norte del continente hace aproximadamente unos 12,500 años. Conforme estos grupos fueron descendiendo, se establecieron en lugares donde encontraban condiciones propicias para alimentarse y tener refugio. En la región más austral de nuestra península, lo que hoy es el territorio del Municipio de Los Cabos, fue habitado por una gran cantidad de grupos, los cuales compartían una lengua así como ciertas costumbres. A la llegada de los misioneros españoles se les denominó con el nombre de pericús o pericúes.

La principal fuente de información sobre los grupos étnicos nativos de la península han sido los textos misionales que nos dejaron los sacerdotes pertenecientes a la Compañía de Jesús, y que por espacio de 70 años cohabitaron con estos grupos. Además de lo anterior se cuenta con unos pocos textos escritos por exploradores, militares e incluso corsarios, que estuvieron de paso por estas tierras, y que nos narraron sus encuentros, en el caso que nos ocupa, con los pericúes, y las impresiones que en ellos causaron. Finalmente mencionaremos a algunos antropólogos y exploradores de la primera mitad del siglo XX, los cuales han realizado interesantes hipótesis sobre las osamentas encontradas y los asentamientos de estos grupos. Algunos de estos investigadores son William C. Massey y Paul Rivet, entre otros.

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Se cree que la población total de los pericúes, a la llegada de los colonos europeos para fundar la Misión de Santiago en 1721, era de aproximadamente de unos 5,000 individuos. Conforme fueron conociendo a los integrantes de este grupo, se encontraron con que dentro de ellos había divisiones por su dialecto: los hucitíes, los coras, los edús o edúes y los denominados propiamente pericúes; sin embargo, los religiosos, para poder denominarlos sin mayores problemas, decidieron atribuirles a todos el nombre de pericúes. Al parecer el origen de este nombre se debe a la dificultad que tenían los colonos para poder entender su lenguaje, ya que hablaban rápidamente y con un tono agudo, “semejante al de los periquitos”, de ahí que decidieran nombrarlos como “pericúes.

Investigadores como Rivet, sostuvieron la explicación sobre el origen de los pericúes, como descendientes de grupos que arribaron a la península por mar, procedentes de la polinesia y norte de Australia. Esta suposición se basaba en las características de sus cráneos, los cuales eran hiperdolicocéfalos (largos y anchos), muy semejantes a los habitantes de la Polinesia. Además, la lengua de los pericúes era totalmente diferente a la de los demás grupos de la península. Esta hipótesis continúa siendo investigada.

Como ya se mencionó, el territorio que ocupó este grupo fue la punta sur de la península Californiana, desde Cabo San Lucas hasta el Cabo Pulmo, junto con las grandes islas del sur del Golfo de California –como Cerralvo, Espíritu Santo, Partida y San José. Se dice que su complexión física era fuerte, y su color de piel era más claro que el de los demás habitantes de la California. Los hombres andaban desnudos y, de acuerdo a lo descrito por Clavijero, adornaban toda la cabeza de perlas, enredándolas y entreverándolas con los cabellos, que mantenían largos. Entretejían con ellas unas pequeñas plumas blancas, resultando de todo un adorno postizo que, visto de lejos, pudiera pasar por peluca. También hubo antiguamente esta moda de toquillas entre los pericúes del sur, formadas de unos caracolillos pequeños, blancos y redondos, que parecían perlas, y las hacían muy vistosas”. Sobre la vestimenta de las mujeres nos dice: Las más decentes en vestirse eran las mujeres de los pericúes, hacia el Cabo de San Lucas. Hay en este pedazo de tierra cierta especie de palmas, distintas de las que producen los dátiles, y de éstas se valen las indias, para formar sus faldellines. Para esto golpean sus hojas, como se hace con el lino, hasta que salen esparcidas las hebras, las cuales, si no son tan delicadas como las del lino, a lo menos quedan, machacadas de este modo, más suaves que las del cáñamo. Su vestido se reduce a tres piezas, dos que forman juntas una saya, de las cuales la mayor, poniéndola por detrás, cubre también los dos lados volteando un poco para delante, y llega desde la cintura hasta media pierna o poco más. La otra pieza se pone por delante, cubriendo el hueco que dejó la mayor, pero sólo llega a las rodillas o muy poco más. La tercera pieza sirve de capotillo o mantelina con que cubren el cuerpo desde los hombros hasta la cintura o poco más. Estos vestidos no están tejidos sino engasados de hilos, o diremos mejor cordelillos, unos con otros por el un extremo, como en los flecos, deshilados o guadamaciles, quedando pendientes a lo largo en madejas muy tupidas y espesas. Y aunque labran unas pequeñas telas de estas pitas o hebras de palmas, no son para vestirse sino para hacer bolsas y zurrones, en que guardan sus alhajuelas. Estas indias del cabo de San Lucas crían el cabello largo, suelto y tendido por la espalda. Forman de figuras de nácar, entreveradas con frutillas, cañutillos de carrizo, caracolillos y perlas, unas gargantillas muy airosas para el cuello, cuyos remates cuelgan hasta la cintura y, de la misma hechura y materia, son sus pulseras.

La mayor parte de su alimentación consistía en peces, aves, pequeños mamíferos marinos, bivalvos, venados, frutas y semillas. Los pericúes que habitaban en la costa, eran excelente nadadores, y habían desarrollado la construcción de una especie de canoa la cual consistía en unos 4 o 5 troncos, a los que amarraban con cuerda obtenida al machacar el agave. Con este tipo de canoas podían navegar hasta 5 o 7 kilómetros al interior del mar, y quizás mucho más, de ahí que lograron desplazarse a las Islas San José, Cerralvo y Espíritu Santo, las cuales poblaron desde hace 10 mil años. Las herramientas que utilizaban eran el arco, flechas, percutores, tajadores, raspadores, silbatos de hueso de venado o pelícano, arpones de madera, anzuelos de concha, cestas elaboradas con ramas flexibles de algunos arbustos, perlas acanaladas.

Dentro de su cosmovisión, ellos creían en un Dios supremo: Niparaja, el cual tenía por esposa a Anajicojondi. Tuvo tres hijos con ella, entre los que podemos mencionar a Cuajaip. Creían que existía un Gran señor, el cual luchó contra Niparaja, y fue derrotado. Su nombre era Tuparán o Bac. Dentro de su cosmovisión existían otros seres como Purutahui: Creador de las estrellas, y Cucunumic. Creador de la luna. Se ha difundido mucho que los pericúes eran polígamos, y que cuando llegaban extranjeros a visitarlos, ellos les ofrecían a sus mujeres, para que tuvieran sexo; sin embargo, este tipo de relatos son contradictorios, ya que existen otras fuentes donde narran que eran monógamos y que cuidaban mucho a sus mujeres para evitar que fueran violentadas. Desde mi punto de vista considero que era cuestión de elección personal, tanto del hombre como de la mujer si deseaba ser monógamo o no.

En cuanto a las costumbres funerarias, la antropóloga Harumi Fujita, ha realizado una serie de exploraciones en la Isla Espíritu Santo, en entierros que se han encontrado, obteniendo las siguientes conclusiones: los cuerpos eran colocados dependiendo de la jerarquía del individuo, de tal forma que en el lugar central de una cueva se ubica al individuo que tuvo más poder. Se les sepultaba con sus objetos más valiosos como puntas de flecha, conchas, anzuelos, perlas acanaladas, etc. En el caso de los concheros era común que se les sepultara colocando conchas o madreperlas en diferentes partes del cuerpo o frente a ellas como un símbolo de identidad del grupo. Se piensa que la colocación de cuerpos dentro de una cueva era un símbolo de renacimiento por asociación con la matriz. En los entierros que datan del año 1000 d.C. en adelante se aprecia un trato diferenciado a los familiares del difunto los cuales eran sepultados en la misma cueva. Se cree que las costumbres funerarias surgieron posteriormente al seminomadismo cuando los grupos tenían asegurado, al menos por un buen periodo de tiempo, la alimentación y entonces procedieron a crear un sistema socioeconómico, político y religioso sólido como una forma de control. Los entierros se hacían al azar en los mismos sitios donde habitaban los Californios. Todos los cuerpos enterrados se realizaron de forma flexionada pero sin un orden preestablecido.

De acuerdo a los informes de los misioneros jesuitas, los pericúes era el grupo más rebelde y belicoso de la península. Siempre se mostraron renuentes a aceptar la aculturación que iniciaron los colonos. La gran rebelión iniciada en el año de 1734 en las Misiones de Santiago y San José del Cabo, así como la violenta represión, vino a reducir drásticamente la cantidad de pericúes. Durante los siguientes años y hasta la salida de los jesuitas en 1768, las grandes epidemias de sífilis, sarampión y viruela atacó con mayor virulencia a las poblaciones de indígenas del sur de la península, de forma que, a finales del siglo XVIII, los pericúes estaba extintos lingüística y culturalmente.

Conforme se fue poblando esta zona, antes habitada por los pericúes, por los colonos europeos que llegaban a esta zona, varios de ellos se casaron y procrearon familias con los últimos pericúes que quedaban, de tal forma que en la actualidad existen pobladores que genéticamente son descendientes de este linaje ancestral.

 

Referencias bibliográficas:

Clavijero, F. J. (1770). Historia de la Antigua o Baja California.

Fujita, H (sin fecha). Proyecto El Poblamiento De América Visto Desde La Isla Espíritu Santo, B.C.S.

G. Cervantes. L. E. et al (sin fecha). Materiales Arqueológicos: Una Revisión De Algunos Ejemplares, A Lo Largo De La Historia.

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Primera navidad en la Antigua California

 

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Posterior al establecimiento del régimen jesuítico en la antigua California (1697), se fue desarrollando un proceso de aculturación, en donde la población nativa, se fue apropiando de la religión, así como de la vida en comunidad, tal como se realizaba en los viejos poblados del conteniente europeo. Una de estas costumbres que nos fue impuesta, fue la celebración de la Navidad, un festejo religioso que poco a poco fue haciendo suyo la sociedad Californiana.

Antes de proseguir haremos una breve reseña del origen del festejo de la navidad. En la antigua Roma, sus pobladores celebraban el nacimiento del dios Saturno en los últimos días del mes de diciembre, exactamente cuándo se llevaba a cabo el fenómeno astronómico conocido como el Solsticio de Invierno (24 de diciembre). Este acontecimiento se celebraba con fiestas en donde se comía y bebía en exceso, también se intercambiaban regalos entre los participantes. Con el paso de los años, y al establecerse la religión cristiana como la religión oficial del imperio romano, el Rey Justiniano promovió el festejo de la Natividad (nacimiento) de Jesús, como un festejo que vendría a sustituir a las Saturnalias, sin embargo, la gente continuó celebrándolo de la misma forma que lo hacía antaño.

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Fue hasta el siglo XIII, en el año de 1223, que el sacerdote Francisco de Asís, realizó una escenificación, con los elementos descritos en la Biblia y que rodearon el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios. Para dar un mayor realismo al suceso, lo realizo en el interior de una cueva cerca de la emita de Greccio, en Italia. Vistió a los aldeanos con la ropa que se usaba en el tiempo en que se registró el nacimiento de Jesús, y para ello pidió a personas destacadas del lugar que cubrieran los personajes de José, María, Pastores, los Reyes Magos, etc. El toque más interesante lo dio cuando utilizó a animales vivos como borregos, patos, vacas, etc. para que acompañaran la escena y le dieran el sesgo de realizarse alrededor de un pesebre. El Papa Honorio III, al enterarse de este suceso le pareció sumamente benéfico para difundir las ideas del cristianismo en todo el orbe, por lo que aprobó su práctica cada año.

Con la llegada de los europeos al recién descubierto continente americano, fueron imponiendo la religión católica y sus ceremonias a la población nativa. En el caso de la California, la primera celebración de la Navidad muy probablemente ocurrió durante la estancia de Hernán Cortés en la Colonia de la Santa Cruz, de mayo de 1535 a abril de ​1536. El 24 de diciembre de 1535, los 3 sacerdotes franciscanos que acompañaron a Cortés, debieron de haber celebrado actos litúrgicos que rememoraran la Navidad.

El primer registro que existe sobre el festejo de la navidad en la California se realizó en el diario de navegación que levantó el escribano Francisco Preciado, el cual veía en la expedición bajo el mando de Francisco de Ulloa, al cual envió Cortés para realizar actividades de exploración y demarcación de la península. El registro antes mencionado decía a la letra lo siguiente: Comenzamos el día de Navidad a navegar poco a poco con ciertos vientecillos de tierra y comenzamos entre noche y día hasta siete u ocho leguas que nos parece haber hecho poco, rogándome siempre a Dios que nos confirmase aquella gracia y alabando su santa Navidad, y todos los días de aquella pascua nos dijeron misa los frailes en la Capitana y nos predicó el padre fray Raymundo que nos dio no pequeña consolación con animarnos al servicio de Dios.

El segundo registro que se realizó de un festejo de la navidad en la península fue levantado por el sacerdote Eusebio Francisco Kino, el cual venía como parte de la expedición comandada por el Almirante Isidro Atondo y Antillón (1683-1685) con el propósito de establecer un presidio y misión permanente en la península. Estos registros se realizaron en el diario de campo que llevó Kino, y dicen lo siguiente:

24-dic-1683 …antes y después de misa repartimos pinole y maíz y otras cosillas a los naturales. A la tarde y casi toda la noche hubo fiesta y música, y luces y danzas en la iglesia; y un poco después de medianoche tres misas.

25-dic-1683 … día de pascua de Navidad hubo otras tres misas este día, y el otro siguiente vinieron a vernos más de 50 indios nuevos, muchas mujeres con sus chiquillos, y unos venían desde lejos … todo con mucha viveza de su buen natural y mucha docilidad. 

Podemos concluir que el festejo de la navidad en la antigua California fue muy temprano, casi al mismo tiempo que se realizaba la primera etapa de colonización del Virreinato de la Nueva España. Una tradición que aún perdura y que ha quedado grabada de forma indeleble en la historia de nuestra Sudcalifornia.

Referencia

Lazcano, C. (2018). La tradición de la Navidad en Baja California. Periódico El vigía. Tomado de: https://www.elvigia.net/general/2018/12/22/la-tradicion-de-la-navidad-en-baja- california-318765.html

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La Pastorela de San Miguel de Comondú. Herencia ancestral en la California 

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El inicio de la etapa jesuítica en la California data del año de 1697, con la fundación del Real Presidio y Misión de Nuestra Señora de Loreto-Conchó, encabezada por el sacerdote Juan María de Salvatierra y Visconti. Esta etapa se extendió por 70 años, durante los cuales los miembros de la Compañía se dedicaron a realizar una sistemática evangelización de toda la población indígena en el territorio peninsular hasta entonces conocido. Una parte de esta obra lo constituyó la implantación de actos de la cosmovisión de la iglesia católica, los cuales se llevaban a cabo a través de escenificaciones teatrales, tal es el caso de la pastorela que aún hasta el presente se sigue realizando en poblados como el de San Miguel de Comondú.

Las pastorelas son escenificaciones teatrales en las cuales se describe la peregrinación que realizaron la Virgen María y San José en su viaje hacia el pueblo de Belén. En el trayecto, se narra el nacimiento de Jesús, la reencarnación de la divinidad, así como las peripecias que sufren los pastores que tratan de llegar hasta el lugar del nacimiento, y son acosados por Lucifer y sus demonios, para evitar que lleguen a su destino. Toda esta dramatización finaliza con la derrota del mal por medio de la intervención de las huestes celestiales, y el arribo de los pastores al sitio donde ha nacido el hijo de Dios.

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De acuerdo a la tradición del catolicismo, la idea de escenificar el pasaje bíblico donde se narra el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios, se le atribuye a San Francisco de Asís, el cual la realiza en el año de 1223 (siglo XIII) en Italia. Se dice que, para montar esta obra, San Francisco utilizó animales reales, así como feligreses a los cuales instruyó sobre el papel que tendrían que representar. En un principio su actuación se limitaba a permanecer estáticos, mientras que un narrador hacía una reflexión del suceso, de acuerdo a lo expresado en la biblia. Con el paso del tiempo, esta dramatización se fue extendiendo en diferentes reinos, y se le fueron incorporando personajes, así como dándole todo un contexto en el cual se describía la lucha entre el bien y el mal. 

Se cree que la primera escenificación de una pastorela en la Nueva España tuvo lugar en el año 1530 en el poblado que hoy se conoce como Cuernavaca. El sacerdote encargado de montarla fue el franciscano Andrés de Olmos. En un principio los diálogos entre los actores se realizaban en castellano, sin embargo, paulatinamente se fueron expresando en las lenguas que usaba la población indígena. Los jesuitas, como una de las órdenes más importantes al interior de la iglesia católica, retoman la dramatización, y realizan la primera de ellas, bajo su conducción, en el año de 1574. El propósito de que fueran los mismos indígenas los actores de este drama, así como que dijeran los diálogos en su lengua nativa, obedecía a la transmisión de la religión cristiana, así como la obediencia a la política del régimen español. También se procuraba la enseñanza de conceptos inexistentes en la cultura indígena, tales como el infierno y los demonios. 

No se sabe con exactitud cuándo se empezó a escenificar la primera pastorela en la California. La mayoría de los estudiosos del tema sostienen que fueron los jesuitas los responsables de preparar a los indígenas californios para representar la primera pastorela, y que esto pudo realizarse en los primeros años de la época jesuítica (siglo XVIII). También hay quienes creen que pudo haber ocurrido como mínimo en 1850. Esta escenificación también es denominada como Coloquio debido a que se basa en diálogos entre los diferentes actores.

La pastorela que ha pervivido hasta nuestros días se realiza en tres poblados del norte de la actual entidad de Baja California Sur, que por cierto fueron los primeros sitios colonizados por los jesuitas: La Purísima, Loreto y San Miguel de Comondú, siendo este último sitio en donde se tiene mayormente documentada esta escenificación, y en donde se ha practicado con mayor regularidad. De acuerdo a la información proporcionada por la Profesora Jackeline Verdugo Meza a su servidor, ella recuerda que, desde muy pequeña, en los viajes que realizaba con sus padres al poblado de San Miguel de Comondú, pudo presenciar a integrantes de la comunidad escenificando la pastorela, a la cual ellos denominaban Los pastores. Al paso de los años, fue conociendo la logística con la cual se realizaba este evento, la cual era totalmente asumida por los pobladores. A través de una tradición trasmitida de forma oral de padres a hijos, los pobladores asumían el papel de los diferentes personajes: Aparrado, Gila, Dina, Tebano, Felizardo, Florispes, Bartolo, Bato, Lucifer marcello, Asmadeo (Asmodeo), Ermitaño, Indio, feligreses y Tristán. Al inicio del mes de diciembre se daban cita en casas de algunos pobladores en donde podían ensayar los diálogos e incluso confeccionar el vestuario, el cual era sufragado por cada uno de ellos. Llegado el día 24 de diciembre, realizaban la escenificación de los Pastores o Coloquio de San Miguel en un lugar previamente acordado el cual podía ser el atrio de la iglesia o la plaza pública del poblado.

 

Gracias a diversas personas que se han preocupado por documentar esta pastorela, como son el Profesor Salvador Aguiar, Antonio Sequera Meza y Vicente T. Mendoza, se cuenta con la dramatización completa de la misma, la cual puede ser consultada en el libro El Coloquio de San Miguel de la autoría de José Antonio Sequera Meza, y editado por el Instituto Sudcaliforniano de Cultura en el año 2008. Podemos concluir con orgullo que San Miguel de Comondú es el pueblo pionero en la escenificación del teatro en la California del Sur.

De acuerdo a lo que he investigado, desde el año de 2016 no se ha vuelto a representar este Coloquio en el Poblado de San Miguel, debido a diversas causas como son la pandemia de Covid, pero también a la falta de personas que motiven e impulsen esta actividad en aquel poblado. Ojalá que las instituciones responsables de promover la cultura en nuestro estado impulsen acciones tendientes al rescate de esta representación.

Referencia

Sequera M., J. A. (2008). El Coloquio de San Miguel. Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

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San Francisco Javier. Un Santo y una Misión en la California.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Después de la llegada y el establecimiento de la primera Misión y Presidio permanente en la California, el de Loreto-Conchó, fundado por el sacerdote Juan María de Salvatierra y Visconti, en el año de 1697; se inició con la exploración y evangelización de nuevos grupos, tocándole su turno a los asentados en un sitio al interior de la Sierra de La Giganta, y cercano a Loreto, un sitio denominado Viggé-Biaundó, y el cual se convertiría en la segunda Misión de la península.

El sacerdote que vino a ayudar a Kino, al mes de haber llegado y fundado la Misión de Loreto, fue el también italiano Francisco María Píccolo. Este jesuita ya había oído hablar de este proyecto de evangelización en estas lejanas tierras debido a que su anterior asignación había sido en la Sierra Tarahumara, en donde Salvatierra se había desempeñado años antes, y donde había dejado sembrada la semilla para que más misioneros quisiera unirse a él en esta nueva cruzada. Cuando Píccolo se hubo adaptado un poco al trabajo tan laborioso que se realizaba en Loreto, y había aprendido de manera más o menos adecuada la lengua Cochimí, fue enviado por Salvatierra a que buscara sitios donde estuvieran asentados grupos numerosos de cochimíes, el grupo nativo que los había aceptado de buen agrado y que se mostraban relativamente dóciles a las nuevas enseñanzas religiosas. Contaban con una información detallada de los diarios de exploración que habían levantado Eusebio Francisco Kino y el almirante Isidro Atondo y Antillón, durante su fallido intento por consolidar la misión de San Bruno (1683-1685). Además de lo anterior, varios de los cochimíes que habitaban en esta sierra y que eran visitantes asiduos de Loreto, les hacían invitación para que fueran con ellos y fundaran un asentamiento en su ranchería.

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Fue a principios del año de 1699 que Píccolo decide iniciar la exploración de estos sitios, con auxilio de californios leales, hasta que finalmente encuentra un lugar densamente poblado, el cual contaba con agua abundante y tierra fértil en la cual crecían muchos árboles de los cuales obtenían semillas con las que alimentaban, así como cacería abundante. El sitio era conocido por los cochimíes como Viggé-Biaundó, que en su lengua significa “tierra elevada que domina el valle”. Fue así como Píccolo decide establecerse y declara fundada la misión el 10 de marzo de 1699. En el transcurso de 4 o 5 meses se construyeron habitaciones sencillas para albergar al misionero, al soldado que lo custodiaba, así como un pequeño almacén para guardar bastimento, aperos de trabajo y animales de carga. Finalmente se construyó una pequeña enramada en la cual se instaló un altar llano, un crucifijo y algunas pinturas con imágenes religiosas. Finalmente, el padre Salvatierra se traslada al lugar y consagra el templo el cual es dedicado a uno de los Santos que fue miembro de la Compañía, y el cual había destacado por su obra misionera en Asía, San Francisco Javier. A los pocos meses el sitio de la misión, que estaba junto al ojo de agua llamado Biaundó, fue abandonado debido a un levantamiento de los indígenas.

En el año de 1701, llega a la península el padre Juan de Ugarte, el cual hasta unos días antes se había desempeñado como Procurador de las Misiones de California, en donde su misión sustantiva era conseguir apoyos económicos entre la clase adinerada de la Ciudad de México, para sostener la obra evangelizadora en la península. Tras su llegada, y ante lo prioritario de tener alguien que cumpliera con la misión que dejaba vacante Ugarte, Salvatierra le ordena a Píccolo que se traslade a la Ciudad de México, y en su lugar designa al recién llegado Ugarte, el cual reanuda la labor evangelizadora, y cambia de sitio la misión, estableciéndose en el paraje donde actualmente se encuentra. Fue el potentado Don Juan Caballero y Ocio, el que destinó una fuerte suma de dinero para sostener al sacerdote y sus labores evangelizadoras, así como la construcción y dotación de todos los objetos para construir una iglesia, así como realizar la liturgia correspondiente. Durante los siguientes 29 años que misionó este sacerdote entre los cochimíes de San Javier, demostró un gran compromiso con su ministerio, convirtiendo a miles de californios a la religión católica. También hizo florecer permanentemente su misión trayendo y criando caballos, mulas, vacas, borregos, gallinas y otros animales. Enseñó a los indios conversos la ciencia de la agricultura, encargándose de introducir cultivos de maíz, trigo, frijol, caña de azúcar, uva, olivo y otros árboles frutales, a los regaban por medio de un complejo sistema de canales, los cuales aún perduran. Se dice que fue el introductor de la panadería y la vitivinicultura en California.

En el año de 1730, Ugarte falleció víctima de sus enfermedades y su avanzada edad, llegando a suplirlo el sacerdote Miguel del Barco (1737). Este sacerdote tuvo buen cuidado de continuar la intensa obra desempeñada por el padre Ugarte, y dentro de sus destacadas acciones estuvo el redactar los conocimientos que iba teniendo de los Californios y de su tierra, a través de sendos informes, los cuales fueron enviados a diferentes partes del mundo. Estos documentos se convirtieron en un libro editado por el Dr. Miguel León-Portilla el cual lleva por nombre Historia Natural y Crónica de la Antigua California. Además de lo anterior fue el creador del templo misional que hasta la fecha sobrevive en este lugar, el que tardó en ser construido 15 años, de 1744 a 1759. Este templo es una hermosa pieza de arquitectura y se encuentra fabricado de piedra basáltica, la cual abunda en el lugar, y que fue hermosamente labrada por constructores traídos especialmente desde otras regiones de Nueva España. Este templo cuenta con una gran cantidad de pinturas centenarias realizadas por grandes artistas de la época, engarzadas en un retablo cubierto con hoja de oro, imágenes de santos maravillosamente trabajadas, y en general es uno de los templos mejor cuidados, y cuya arquitectura se ha ganado por méritos propios el ser llamado la joya de las Misiones de la California. Esta misión, incorporó las visitas de Santa Rosalía, San Miguel de Comondú (1714-1730), San Agustín, La Presentación (1769), San Pablo y Los Dolores del Norte.

Posteriormente a la expulsión de los jesuitas en el año de 1768, los franciscanos se hicieron cargo de la misión, y finalmente los dominicos. La población nativa fue disminuyendo rápida y permanentemente, lo anterior debido principalmente por las constantes epidemias y por la migración que realizan a diferentes partes de la península o al resto de la Nueva España buscando mejores condiciones de vida. Para principios del siglo XIX sólo quedaban menos de 100 cochimíes nativos, los cuales ya habían sido evangelizados y hablaban el idioma español. Esta misión pasó por una etapa de abandono en el año de 1817, siendo paulatinamente repoblada durante el resto de este siglo y el siguiente, hasta el punto de convertirse en uno de los centros de producción y comercio más importantes de la primera mitad del siglo XX.

En la actualidad se conmemoran 323 años de la fundación de esta misión de San Francisco Javier Vigge-Biuandó, la cual es el origen del actual poblado secular de San Javier, en el municipio de Loreto. Es un sitio pintoresco y que en todos los días del año recibe una gran cantidad de turistas, locales y extranjeros, los cuales vienen a admirar su hermoso templo, así como a disfrutar de la tranquilidad que se respira en sus antiquísimos olivares y canales de riego, los cuales son mudos testigos de la época misional.

 

Bibliografía:

Barco, Miguel del, S. J. 1980 The Natural History of Baja California, trad. de Froylán Tiscareño, introd. de Miguel León-Portilla, Los Ángeles, Dawson’s Book Shop (Baja California Travels Series, 43).

Mathes, W. Michael. 1977. Las misiones de Baja California.1683-1849. La Paz, Editorial Aristos.

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