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Caminantes y territorios: La lucha por los espacios públicos en La Paz

FOTO: El Informante / INTERIORES: Archivos.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El malecón de La Paz, BCS, ha sido históricamente un espacio emblemático para los paceños, un lugar de encuentro y reflexión que teje la identidad colectiva de la ciudad. Sin embargo, en los últimos años, este icónico lugar ha sido testigo de una transformación significativa, marcada por la privatización simbólica de sus espacios públicos en favor de intereses turísticos y comerciales. Este artículo explora cómo los cambios en la apropiación y uso del malecón están afectando no sólo el paisaje urbano, sino también la memoria y el sentido de pertenencia de sus habitantes, quienes se enfrentan a la creciente desterritorialización de un espacio que alguna vez fue suyo.

La ciudad, esa amalgama de edificaciones, calles y la vida que fluye en su interior, es un lienzo donde se despliegan un sinfín de emociones y experiencias. Cada calle, cada esquina, cada rincón urbano cuenta una historia, y esta narrativa se teje a través de la interacción de sus habitantes y la forma en que estos se apropian y transforman los espacios públicos. En este contexto, el libro Privatización simbólica de los espacios públicos. Prácticas histórico-territoriales en torno al malecón de La Paz, Baja California Sur, México del Dr. Tito Fernando Piñeda Verdugo, se erige como un profundo análisis de la relación entre la ciudad, sus espacios públicos y sus ciudadanos.

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Los espacios públicos, esos lugares abiertos donde convergen la diversidad de la vida urbana, son auténticas encrucijadas de experiencias compartidas. Aquí, los habitantes, independientemente de su género, edad, ocupación u origen, contribuyen a la construcción simbólica de su ciudad. Estos espacios se convierten en escenarios donde las prácticas sociales se desarrollan y donde, con el transcurso del tiempo, se forjan las memorias colectivas que otorgan identidad a la comunidad.

Si bien, las ciudades pueden ser objeto de planificaciones urbanas desde los centros del sistema capitalista global, es en la práctica cotidiana y local donde estas planificaciones cobran vida y se transforman. Cada calle es un capítulo de la historia urbana, donde se entrelazan deseos, sueños y realidades. La ciudad es un organismo vivo que evoluciona constantemente, moldeado por las acciones y aspiraciones de quienes la habitan.

El libro del Dr. Piñeda Verdugo se adentra en este intrigante mundo de las ciudades y sus espacios públicos. A través de una meticulosa observación de los caminantes y sus narrativas, el autor nos brinda un valioso reporte de investigación etnográfica. Sin embargo, este no es un estudio aislado; se enriquece con una reflexión teórica profunda en torno a conceptos fundamentales como cultura, territorio y ciudad. Esta base teórica proporciona las herramientas necesarias para analizar crítica y juiciosamente los movimientos y cambios en la trama urbana de La Paz, BCS, con un enfoque especial en su emblemático malecón.

El malecón de La Paz se ha convertido en un territorio particularmente significativo. A través de las décadas, ha sido más que una simple vía costera; ha sido territorializado por sus caminantes como un laboratorio social y cultural. En este espacio, las personas encuentran un lienzo en blanco donde pueden reflexionar sobre sus identidades individuales y colectivas. El “paceño,” aquel que habita y da vida a La Paz, encuentra en el malecón un espacio para expresarse, definirse y construir una narrativa común que les vincula.

No obstante, el libro de Piñeda Verdugo también aborda un tema crucial: la privatización simbólica de estos espacios públicos. En los últimos años, el malecón de La Paz ha experimentado una clara desterritorialización en favor de una mayor privatización socio-simbólica, en gran medida centrada en el turismo. Este proceso se ha propagado como una ola expansiva que se extiende en todas direcciones por la geografía sudcaliforniana.

La privatización simbólica implica que, aunque el espacio público siga existiendo físicamente, su esencia como un lugar de encuentro e intercambio cultural se ve eclipsada por intereses económicos y turísticos. Los caminantes dejan de ser los protagonistas de su propia narrativa urbana y ceden ese protagonismo a fuerzas externas. El espacio público se transforma en un escenario, y sus habitantes pasan a ser actores secundarios en una producción diseñada para satisfacer las demandas del turismo.

Es en este contexto que la obra del Dr. Tito Fernando se convierte en una herramienta esencial para entender los cambios que están moldeando el tejido urbano de La Paz y, por extensión, de muchas otras ciudades en todo el mundo. Su investigación etnográfica y su profundo análisis teórico nos invitan a reflexionar sobre la importancia de preservar los espacios públicos como lugares donde los ciudadanos pueden seguir siendo los protagonistas de la historia urbana. La privatización simbólica no sólo afecta la estructura de las ciudades, sino que también socava la esencia misma de la vida urbana y la identidad de sus habitantes.

Concluyo que la presente obra trasciende la mera descripción de un lugar y sus cambios urbanos. Es un llamado a la reflexión sobre el papel de los espacios públicos en nuestras ciudades y la importancia de protegerlos como lugares donde la comunidad puede seguir construyendo su historia y su identidad. El autor nos brinda una brújula para navegar por el laberinto de emociones y experiencias que es la ciudad, recordándonos que, en última instancia, son los caminantes quienes dan vida a sus calles, plazas y malecones, y que la ciudad es un texto en constante reescritura, una narrativa colectiva que merece ser preservada y enriquecida.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Las migraciones son los ríos de la cultura

El librero

Ramón Cuéllar Márquez

La Paz, Baja California Sur (BCS).  Leer El blues del migrante del escritor Ramiro Padilla Atondo es un viaje no solo por su vida personal, de alguien que tuvo que emigrar a causa de las crisis económicas en las que nos zambulleron los políticos e intelectuales del neoliberalismo, sino la identidad de los paisanos que se ven en la necesidad de abandonar a sus familias y sus terruños. El migrante es la gota de agua en el río de las civilizaciones, sin ella es imposible que el agua circule, alimente y genere vida, aunque haya unos necios que se afanen en detener el río con diques porque piensan que las aguas de las culturas humanas tienen dueño. Entender esta fundamental premisa ayuda a ser solidarios con el migrante, en un mundo que está lejos de adherirse a dicha sentencia, en especial en los Estados Unidos de América, uno de los países que se ha forjado y beneficiado una historia a partir de la migración. Todos ahí son migrantes, excepto los pueblos originarios, que han sido relegados a reservaciones donde no molesten el porvenir ni el progreso de los blancos, o más bien del capitalismo, base sobre la que se construyó ese país y que diseñó una oligarquía con el propósito de expandirse económica y territorialmente.

Su libro es un largo recorrido por el pensamiento que se va forjando cuando uno se convierte en migrante en un país extraño, pero con el que tiene lazos históricos —no solo consanguíneos y nacionales— debido a la intervención del colonialismo estadounidense, cuando a México le fue arrebatado más de la mitad del territorio allá por mil ochocientos cuarenta y siete. Padilla Atondo no solo nos ofrece la voz de una experiencia sino las voces de miles que han tenido que desplazarse para superar las crisis económicas que gobiernos siniestros implementaron. Porque eso son, siniestros. La manera en que nos cuenta las razones por las que tiene que abandonar a su familia, su llegada, su búsqueda, lo que tiene que enfrentar, su adaptación y la toma de conciencia de lo que significaba vivir en una nación ajena, que sin embargo le ayudó a entenderse y comprender a los propios mexicanos que, como él, tuvieron que migrar por las mismas razones, nos muestra el dolor y el sufrimiento por el que tienen que pasar quienes van en pos de una vida nueva y de un porvenir.

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Dueño de una narración vigorosa, que nos envuelve en su historia de enfrentamientos y superaciones en una tierra que no es la propia y donde se ve forzado a padecer la marginación, el racismo y el clasismo estadounidense, ese que trata de negar en el discurso y muy presente en sus conductas cotidianas, Ramiro Padilla Atondo hilvana las palabras desde las venas de la vivencia, donde podemos hacer un acto de inmersión y palpar sus cadencias, sus ritmos y reflexiones poderosamente poéticas porque ha logrado el acto de la transmutación hacia un nuevo ser humano, uno que se identifica con quienes han tenido que verse a sí mismos como invisibles, como fantasmas, como ausentes luchando por hallar sus destinos, que no obstante sabe perfectamente que a pesar de todo sus raíces mexicanas son más fuertes que la estupidez de los políticos que hundieron a México.

Cada una de las anécdotas son universos que contienen la raíz de lo que sienten y piensan los migrantes, pero sobre todo lo que como mexicanos nos llevamos al estar por allá, de tal modo que el sistema estadounidense no termine por borrarle su rostro identitario, que no le robe su esencia ni que la sustancia sirva para lucrar con ella para justificar sus atrocidades alrededor del mundo. El migrante Padilla Atondo logra con este libro darnos en todo instante, en cada párrafo, las claves para desarrollar un puente con quienes de alguna manera dejaron atrás su mundo y se ven forzados a revolucionarse a sí mismos. No todos lo logran, porque algunos terminan por negar su origen, rechazarlo para que no los identifiquen con el otro, el menospreciado por los blancos sajones, quienes se han erigido en la norma de belleza, ideología y pensamiento del mundo. Hay recreaciones extraordinarias como la de Ernesto Guevara, El Che, y James Bond, el espía ficticio en la gran pantalla; me parece a mí que ese pasaje retrata muy bien las relaciones entre el tercer mundo y el primero, donde el tercer lleva la ventaja porque ha entendido en lo que han convertido la Patria Grande que es Latinoamérica, debido a que se tiene que entender desde lo profundo de nuestras sociedades lo que somos y de cómo la lucha social nos ha dado mayor comprensión de nuestras cosmogonías.

Todo migrante y todo mexicano debe leer este libro, lleno de pedagogía política sin que tenga ese propósito, sino el de contar las vivencias para conectarnos con el migrante y de cómo las revoluciones de conciencias son las nuevas formas de transformación de las sociedades.

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Maestro Sealtiel Enciso Pérez recibe el reconocimiento al alto mérito: Forjador de Generaciones 2023 por la Escuela Normal Superior de B.C.S.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En una jornada repleta de emotividad, la Escuela Normal Superior de Baja California Sur Profr. Enrique Estrada Lucero celebró el pasado lunes 4 de diciembre, su XLVII aniversario, destacando la entrega del prestigioso reconocimiento Forjador de Generaciones 2023. La distinción, que rinde homenaje al destacado maestro Sealtiel Enciso Pérez, tuvo lugar a las 9:00 hrs.

El maestro Sealtiel Enciso, con una trayectoria de 36 años de servicio en la Secretaría de Educación Pública de Baja California Sur, compartió sus reflexiones al recibir tan ilustre reconocimiento. Es un título que me llena de humildad y compromiso, ya que reconoce no solo mi labor como docente y directivo en educación básica, sino también mi dedicación a la investigación, promoción y difusión de la cultura y la historia, expresó con gratitud. Para él, el título de Forjador de Generaciones no solo representa Un logro personal, sino un reflejo del trabajo y el esfuerzo de un equipo de profesionales que ha dedicado su vida a la educación. A lo largo de mi carrera, he tenido la fortuna de trabajar con colegas excepcionales, cuya pasión por enseñar y compromiso con el bienestar de nuestros estudiantes han sido una fuente constante de inspiración. Gracias a ellos, he aprendido que la educación va más allá de impartir conocimientos; es el arte de sembrar semillas de conocimiento y valores en el corazón y la mente de las nuevas generaciones.

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El reconocimiento Forjador de Generaciones 2023 no solo celebra la labor del maestro Enciso como educador, sino que también destaca su influencia positiva en ámbitos más amplios de la sociedad. La educación es un acto de amor y entrega, un proceso en el que los educadores sembramos semillas de conocimiento, valores y pasión por el aprendizaje en cada uno de nuestros estudiantes. A lo largo de mi carrera, he visto a jóvenes crecer y florecer, convertirse en ciudadanos conscientes y comprometidos con la sociedad, gracias al poder de la educación. Cada logro, cada sonrisa, y cada superación son testimonios vivos de la importancia de nuestra labor expresó el maestro.

En su discurso de aceptación, el maestro Enciso Pérez agradeció a la comunidad educativa por brindarle la oportunidad de contribuir al desarrollo de tantas generaciones. Deseo expresar mi profundo agradecimiento a mis colegas, a los directivos de la Escuela Normal Superior de Baja California Sur Profr. Enrique Estrada Lucero, a la Secretaría de Educación Pública, y a todos los que han creído en mí y en mi trabajo a lo largo de los años. Su apoyo y colaboración han sido fundamentales en mi trayectoria educativa.

En la ceremonia estuvieron presentes la familia del maestro homenajeado así como más de medio centenar de amigos y compañeros de profesión. Destacó entre ellos el profr. Rafael Robles, el cual fue maestro del Profr. Enciso cuando cursaba el 6to año de primaria en la Esc. Gral. Vicente Guerrero, así mismo, el Profr. Abraham García García, quien fuera su profesor durante el tiempo que estudió en la Esc. Normal Urbana Profr. Domingo Carballo Félix en esta ciudad capital.

La Escuela Normal Superior, en su 47 aniversario, reafirmó su compromiso con la excelencia educativa y la valoración de aquellos que han dedicado su vida al noble propósito de formar a las nuevas generaciones. La entrega del reconocimiento Forjador de Generaciones 2023 se convirtió en un símbolo no solo de reconocimiento individual, sino de celebración colectiva de la labor educativa que, día a día, moldea el futuro de la sociedad.

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Entre Godínez y Guerrilleros: La Adaptación Descafeinada de ‘Recursos Humanos’

 

Colaboración especial

Alejandro Aguirre Riveros

La Paz, Baja California Sur (BCS). La novela Recursos Humanos de Antonio Ortuño, publicada en 2007, es una joya literaria que zarandea las conciencias de sus lectores con su prosa ágil y su mordacidad a la mexicana. Aquí, Ortuño mezcla la brutalidad de un Chuck Palahniuk con la astucia de un Rubem Fonseca, pero sazonado con un picante toque tapatío. La trama se zambulle en el mundillo gris de los oficinistas, destapando sin pelos en la lengua el clasismo, la exitocracía desenfrenada, el machismo y el nepotismo en las entrañas del idealizado mundo empresarial.

El protagonista, Gabriel Lynch, se alza como un ícono de la literatura mexicana contemporánea. Harto de ver ascensos regalados a juniors sin experiencia, se transforma en un guerrillero de oficina. Su lucha no es por la revolución, sino por un ascenso, usando la violencia como escalera en su empresa. Esta novela es un corte transversal, crudo y provocador, de las dinámicas sociales y laborales, pintando un retrato vibrante y necesario del aspiracionismo mexicano actual.

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Antonio Ortuño

Dieciséis años después, esta icónica novela da el salto al cine bajo la batuta de Jesús Magaña Vázquez. ¿El resultado? Una adaptación que para desencanto de todos se va por la tangente de su fuente original.

Lo primero que choca es la estética: Alejandro Cantú, cinefotógrafo de la película, nos mete en un mundo blanco y negro, buscando, quizás, captar el minimalismo de Ortuño, pero termina más bien en un diseño de producción soporífero que le roba al film la chispa que la novela tiene a raudales.

Pedro De Tavira se luce como Gabriel Lynch, metamorfoseándose de godín a guerrillero de corbata. Aunque su actuación es intensa y poderosa, la película como un todo se siente desconectada. Su frialdad visual pone un muro entre el público y la trama. La adaptación se queda corta en capturar la esencia de Ortuño, perdiendo su introspección aguda y su análisis certero del clasismo y machismo en el corporativo mexicano. Incluso perpetúa clichés con sus personajes femeninos pasivos y sexualizados, minimizando a María, quien en la novela es un contrapeso clave para Lynch.

La riqueza de movimientos de cámara, en vez de dotar de profundidad a la experiencia cinematográfica, resulta en un lío visual pesado. La narrativa parece más un alarde técnico que una historia coherente y significativa. Los zooms y planos secuencia se sienten forzados y presuntuosos, quitándole autenticidad al conjunto. La dirección, pese a su amor evidente por el cine, se pierde en un mar de autoindulgencia y no logra conectar con la audiencia.

El guion deforma a los personajes, convirtiéndolos en meros payasos en situaciones ridículas y ajenas a la crítica social filosa de la novela. La película, intentando ser una obra de arte, termina siendo un intento pretencioso y vacío, más parecido a una parodia de Mirreyes vs Godínez que a una adaptación digna. Aunque la cinta trata de rescatar elementos de la novela, como romper la cuarta pared, termina siendo una versión aguada y menos chispeante que la icónica serie americana The Office.

Recursos Humanos, en su esencia literaria, seguirá siendo un referente, pero esta adaptación fílmica, desafortunadamente, está destinada al olvido, incapaz de rendir justicia al material original que tenía mucho más que ofrecer.

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AD[Á]N, POLVO DE VOLCÁN O LA ARCILLA RAHSSOUL: MEHDITACIONES DEL BARR[I]O ROJO

Colaboración especial

Christopher Alexter Amador Cervantes  

 

 

 

Fumarse un porro de “chocolate” marroquí –obsequio de un viejo capitán

recién desembarcado– en el 110 del Hotel Plaza de la Calle Mayor

(Cuarto Crujiente, mi hogar aquí y ahora, ¡ampárame!)

 

Edmundo Lizardi, Baja Times. Premio Binacional de Poesía Pellicer-Frost,

en Ciudad Juárez-El Paso, convocado por el INBA-Fundación Ford: 1997.

Publicado en 2010 por la Cátedra Miguel Escobar, Colección Ariadne

Hay ciudades que son anacronismos / conservan su lentitud/ y pausada historia /

En la época de lo inmediato / reivindican su ritmo y cadencia / Se alzan poderosas /

son espera / (como Penélope)/ son memoria.

Isaak Begoña. Los perros de Tánger. Editorial Volapük, 2020.

Edición trilingüe: español, árabe y francés

La Paz, Baja California Sur (BCS). A-luz-y-nación, sentarse a leer es un ser ciudadano del mundo. La lectura, reescritura del presente, ciudadaniza. En Mehdi, sol o sólo una ciudad poesía arderá a Españas de Otra que duelee, con doble ee para prolongarla (entre paréntesis n: prologarla), para leerla, leer-la propia. Como se inicia en Barriadas nocturnas (Pecda BCS 2022-2023) señala, ilumina frente. En esa mina de ilumina estalla Mehdi, un escritor de talla. Tallado como madera fin-a, finalidad del arte, objeto sujetable; sujeto concreto. Frente en el suelo, idioma en rodillas: reza arando, ara rezando. Rimbaud marchándose en las tres letras primeras de marchándose hacia el África: mar, mar, mar. Mar de lo mismo. Ismo. La poesía siempre está en marcha, la prosa en La Mancha. Sed poeta es conseguir se nos detenga en la pa’ red de su pasado: tradición o técnica. Su según da barriada (segunda) lo sabe ver, versión del mundo con n en paréntesis: mudo. No hay pared más gruesa que el progreso, la lengua no supera nada, su dialéctica es disléxica. Pero se enterca Mehdi, prende farola. Se enterca hasta el tope del giro de tu[e]rca. Ganso cansado descansa su cuello en el filo de hoja, deshoja. Toda su retórica es sudor, su ardor memoria. Si no ha leído aún Barriadas ni habitúa poesía pitahaya, insto disculpe: chistes privados, guiños y gestos; complicidades con bibliotecas y Neto Adams.

Estas líneas son paisajes ancestrales, genealogía de la sensibilidad de un árabe. Ansias de lorquiano en Nueva York, hierba de Whitman, Mesmoudi cuelga en la pa´ red de la casa de Asterión un retrato, un nuevo trato, su nuevo acuerdo. Se a-cuerda a rappel bajando la hélice de Ad[á]n, de ADN. Su «kitāb» como su son risa desborda el [m]arco. Teórico ante el Discurso Roviriano de mi asombro. Azar/rezar le llevan calle Mutualismo. Aunque, de sí poco, hace de la experiencia algo recíproco. Un renglón es la distancia o lo que dura la escritura de edificios hacia un parque, un par que nos dejan mal paridos, mal parqueados en obra negra de tinta fresca. Poesía: estación hado, con hache. Fuerza del destino, falta de tino. La escritura nunca atina, no hay un blanco. Octavio Paz hizo de él, de ese «todos los colores», periferia. En ese zentido, con zeta de zen, leamos a Mehdi, crucemos a Borges el periférico. Ciegos, si egos. Con ese y espacio que empuja su ego.

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Nuestro docto[r] hace mención de estacionamiento, nos estaciona en ciertas mentiras, definición de las ciudades míticas. Cálida fórnax. Poesía es otra Fenáreta, madre de Sócrates y partera. Oficio de a luz a miento, acercar a la luz de la hoguera, de la comuna, una mentira que no entretenga, que ente tenga. Acercar la luz, ponerle cerca en tanto cercanía, certeza. También cerca de corral, una que vaya con doble ele: valla. Va allá. Metafísica que tumba cuarta pared, el lenguaje tumba. Se escribe de corrido, corrido del Edén, de la vida: corrido tumbado. En propia tierra exiliado.

La de Mehdi es sal en las metáforas, sal de ellas, sal hado. Un sal-ir de la nostalgia, de la nous, alma plural que el griego creía elevada. El tiempo desmorona al moro Mehdi, al mono mediático antes gramático. Media entre la memoria y nuestra experiencia, transhispaniza red de no[c]turnos: Manuel Acuña, José Asunción Silva, Rubén Darío, Porfirio Barba Jacob, Xavier Villaurrutia; Paz de San Ildefonso, Luis Alberto de Cuenca, Luis García Montero…

En La sombra del silencio, ese capítulo-poema, hablan palabras con las cosas, encuentro Foucault-Borges de un ya lejano año 66. Nadie como Jorge y desde luego Don Miguel ha resumido tradición de verse árabe y pandero en seguidilla sevillana. Pandero en tanto pan pita con jamón ibérico, mano siringa de cabreado Pan. Siempre hambriento de ninfas: hispánico. Es pánico a la Fernando Arrabal, a la Alejandro Jodorowsky.

A Oda Mehdi: traductor de un traductor de otro Quijote en la ciudad de los molinos (4), tradición de la traición. Oigámoslo con los ojos: Vivo en una calle sucia de nostalgia / Mi ciudad se desmorona con el tiempo / Un temblor congrega las hojas y en un movimiento de pestañas asciende a las palabras y las cosas. Después se entrega a los placeres de la vista, placeres con ese, con ese espíritu alemán romántico moviendo rima fuera de este tiempo; tiempo que supo cerrar Paul Celan recibiendo las glorias del gran Premio Büchner, materia verbal que usará luego Heidegger (Todtnauberg, 25 de julio del 67). El Todavía aquí (del poema) en Celan devino con el juego de lenguaje (Sprachspiel) marca Wittgenstein-Tractatus: ser iluminado en sí mismo, casa del lenguaje. Da-sein o ser-ahí. Mesmoudi estira oreja a esos lavaderos, es proyecto Babel. Habla español, siente en francés, reza en árabe. ¿Pensará en alemán? Imposible siendo pazeño con z no citar a Paz (Salamandra, El mismo tiempo. 1962):

 

Hace veinte años me dijo Vasconcelos 107
“Dedíquese a la filosofía 108
Vida no da 109
defiende de la muerte” 110
Y Ortega y Gasset 111
en un bar sobre el Ródano 112
“Aprenda el alemán 113
y póngase a pensar 114
olvide lo demás” 115

 

Se camelan pocos poetas con la escuadra y los compases de Babel. El que me ocupa anca mi nana es un poeta del buen ver, un bereber con b de Berbería y de bulerías. Lengua camitosemítica de un África lejano, origen de combinaciones dialectales numerosas. Ver ever en inglés  de «alguna vez» o Bere ver. La de Berenice, cuento de Allan Poe, prima de los muchos veres, del ver convulso, belleza gótica de la epilepsia. Dientes [pa]rientes.

Versos iniciados en “He visto…”, nuestro sarraceno viste al ver, recubre de concreto lo inefable; hace biblioteca a lo ratón (por no decir que lo intertextual es sofisticar el ser un ratero, el Ser del ratero):

 

1.- Allen Ginsberg en Aullido: He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre…

2.- La señal de Sabines: Los he visto en el cine, frente a los teatros…

3.- El venezolano Gabriel Jiménez Emán: He visto desde mi ventana cómo entra la noche con relámpagos…

4.- El chileno Premio Nacional de Literatura (1998), Alfonso Calderón: He visto atardecer tu rostro en el desvío de unos labios… 

Todo un Cuerpo a la vista, diría nueva mente Paz. Cuerpo del delito. La vista como ví-a Asia lo sagrado, un camino [m]oral asediado de prejuicios, sensualidad que al dudar imagina. Apuro otro fragmento de Mesmoudi en esa línea: He visto una herida hundida en nuestra memoria en el acero que atraviesa una mirada rota…

No es poeta quien no deja la morada, el diccionario debe ser Ítaca; sólo es poeta quien lo naufraga. Haga. Fue así que yo aprendí: o dice a. Odisea. Vocales nuevas a la Rimbaud, pero también a la mejicana, a la Raúl Renán (Gramática fantástica, 1983), a la Óscar de la Borbolla en Las vocales malditas, 1988. Obstina andaluz tetuaní: He visto esas columnas adoloridas y tu temple en otros retratos que armonizan los tabiques de la casa abandonada…

Como el acero, alma del concreto en una construcción, Mehdi escribe a cero, empieza siempre sin un apoyo, punto o prejuicio de referencia: a ser o. Solo camina, sin acento. En ese tono apoya pisada En la Calzada, a-hora cansada, más bien enorme de Jesús del Monte donde la demasiada luz forma otras paredes con el polvo. Cansada costumbre de recordar un nombre, Eliseo Diego es Primer [Dis]curso. Su luz-y-miento hace paredes con palabras, traza calles en su no call(ars)e. También el poema es un rrrrru-ido siempre y cuando se organice como arriba hacen los pájaros en calle Mutualismo. Paja aros que saben desplumar frenados cláxones, fachadas [o]cultas como las catedrales que ha desnudado, palabra a palabra, algún Fulcanelli. Lee en guaje de las piedras. Leer a Mehdi es orinar cual vaquetón de su banqueta. Banquete de letras, lee atrás. Simpatía por Bertolt Brecht a él le interesan esas luces que despiertan la ficción en las ciudades del poeta, en esa épica dialé[c]tica: distanciamiento de estacionamiento.

Estacionarse en la mentira dura lo que dura una ya amada telefónica a la Bolaño, esa donde el desierto no calla. Y ahí está él, tomando el pulso de una fachada, vena que la jeringa busca… oh, grafitero. Todo edificio, a cierto ángulo, es elegante, a cierto Angulo. Anibalismo sudcaliforniano.

Poesía paceña: señoras en caza de algún mitote. Uno que mastique no ve edades, un puerto old (vi dado). Old de vi[l]ejo[s]. La sentencia más presente es su exigencia: «debo avanzar» (final del poema Salón de baile), arte poética de la casualidad, azar carne del verso. Su tono sepia es aprendizaje del Tata Arturo en Dante Salgado, manera livre de caminar fantasmas al puro estilo Agua del desierto. Ésta ves con Matilde, la a vuela.

Rara lluvia en enero nacida, pululan clásicos de nuestro Puerto. Quiso y pudo, como maestro, ser barco. En Rivera. Después de Gorostiza la poesía puso un letrero… ¡prohibido el vas-o! Los paceños, aun así, con nuestras becas regionales nos ahogamos. ¡Sal[g]amos!

Mehdi derramó ese vaso al abre bar Derrida, abuelo más reconocible. Leal (lee al) a su casa intelectual le guiña un oj_ a Gabriel Rovira, mano de romano en sus textículos jurando cual usanza de «Testigo»: Las luces ocultan el pasado / El ruido es el efecto que produce la luz cuando queremos ser testigos de algo… Ese seminis lo siembra en Testimonios (2018), mención Juegos Florales Margarito Sández Villarino, San José del Cabo. Diente de león brotó quebrando seca tierra, breve sismo. Fuera de cualquier categoría taxonómica, poesía paquid[u]erma. Vino el Covid más rugió al terminar la batalla: mención ISC, Día de Muertos, 2019.

Todo tiempo (constr)uye su ento[r]no, con-texto. ¡Meh!, di «lo domina», pasa el límite de hablar con el Hipócrates lector, Baúl/del/aire: Todos sostenemos alguna estructura / Tú que me lees has de sostener tu esperanza…

Sus afrancesadas flores del mal gusto gustan (afrancesadas sin ser una papa), tiene gracia y mucha Grecia, son hermanas “de otra era, de otra acera, de otro acero”. Siéntense a leerlo, se sentirán muy Agustín Arriola. Ola. Oleaje de las horas. Brotará un hotel ahí donde su Musa abre La Concha.

Y lo hará con una voz muy parricida a la generación sin cuenta, registro [Mario] Jaime Gil de Biedma, claro como cerveza. De su lectura queda la poesía como regalo de Paris cuyo envoltorio es Verlaine, envoltorio de en vuelta, un volver. Francés abuelo de su lengua, a vuelo. Un idioma extraño frena en seco, es otra manera del semáforo desierto, [r]ojo a tarde ser. Como Marruecos bandera sangrante, tabique rojo, nudo de polvo el nombre de Dios. Mehdi no habla civilizado, habla sibila, es hado. De dunas y Dumas a Cumas. Predice en verso.

Apoltronémonos frente a este barco, hongo de piedra; naveguemos odas, afriquemos ritmos. Tiendas ambulantes los poemas artesanos que recogen mercancía, melancolía. La Paz, esa Perla incendiada, agujero en su historia. ¡Sálvese quien Sears! Safo de lees vos.

Los miembros de la lengua en mi City Club o son dentistas o decadentistas. La boca está abierta, se paran las moscas (manchitas negruzcas pudriendo blancura, infectando Gargantúa), órgano largo y desmemoriado como la calle 16 de septiemble. Menos Educal y más Parnaso, nos urge ve vernos Uni2 a los Uabcsaqueños, juntar la BALLENA y el chivo. Raúl Cota-Dionisos o El Canto del Macho Cabrío: tragedia, tragOda, quince años o boda… La fiesta del chivo y pecho amarillo. Como Gil de Biedma, Mehdi vino añejo, reposado. Vi-no a llevarse la vida por delante y por el Dante (El mismo, El Otro). Nel mezzo del cammin di nostra vita se encontró por una silva oscura estilacho Marcel Proust, Por el camino de Swann, en busca del verso perdido. Inteligencia, sol lea en llamas… Oler judías recién horneadas (o-leer), despertar del carnaval con una máscara volteada, accidental recuperación de anonimatopeya. ¡Lectores, transeúntes desmemoriados!

Mehdi escrito es Crito, es Critón, urgencia de baño (va año). Turco. La escritura como ablución del yo, cárcel o sendero empedrado que desafía el rostro de Dios, purificación. Purificanción. Después de tanto gringo en nuestras calles sólo queda elote, el lote baldío a la venta. Pero no a la T. S. Eliot, a la mehdicina. La poesía lo cura, locura, el paceño está a ruin hado. Me he quedado desbarriando igual que Mehdi con su abuela, nueva Antígona exigiendo sepultura. Más canto, menos encanto. La calle es una escuela del espanto, es más fácil la esperanza al esperanto…

En mi hollar sortean escombros a trop[iez]os, cada cambio de renglón le saco brillos al zapato. Hemos llegado por estas calles al Poliforo, desyglo de Oro, de Siglo. Sed, oh libro, bache en la memoria del de cierto, 1+ en Forjadores. Yo como el autor “me asomo y no me rindo, me asumo y no me anido en cualquier verso”. La tinta en ambos un “veneno de la resurrección”; “se ha apoderado de nuestras vidas”. Hermanos a dos manos.

Desierto que avanza (Ataca[a]ma), enunciaría raulzuritano Cristián Warnken, logro pescar una voz sinaloense: «relámpago de piedra», imagen de Contraverano (2007), poemario de Mijaíl Lamas en alusión a grietas o fallas tectónicas Tierra Adentro. Cito al árabe paceño (segundo letrado árabe-choyero porque, el primero, es personaje en la novela Claroscuro de Edith Villavicencio; árabe en Todos Santos: ISC, Premio Estatal de Novela Ciudad de La Paz 2009): “Nos podemos ocultar ante el sutil relámpago de piedra pero no evitarnos”. ¿Querrá con ello este arabeta declarar que la poesía es ocultarnos sutilmente en lo que han hecho otros poetas? Yo huelleo su arena como el agua sube media por las piernas travestidas de una larga 16 que desboca en un hotel, habitación 69.

Tal la etimología árabe, «barrio» nos recuerda la importancia de dejar un poco el centro y, como Borges en «El Sur», ir un poco a las orillas, dar la vuelta, dar rodeo y llegar cliente a la nueva Plaza. El aroma de una rosa es otra rosa, periférica. Lo que aroma tiene de aro. No se pierdan la experiencia de leer su modo de  a-mar a la Villaurrutia, mar-rueca («rueca» en tanto instrumento para hilar) que le habita, españoliza, paceñiza; su incorporarse a carril de fondo, simetría con la novela Glosa, glosa al Quijote en Juan José Saer (1986): caminata de 21 cuadras por Ángel Leto  y el matemático, superac[c]ión de aquél Ulysses que leímos en 1 día gastando suela en la Dublín de Bloom y Joyce.

Difícil dar Vuelta sin Paz en La Paz de Las Letras. A traviesas la calle, paseas con z. Se es paceño pazeano. La barriada un pazeado en claro, versiculea (cursi-va en lea). Borges tuvo su Tlön, Onetti su clon o Santa María; Rulfo Comala… Nosotros San Antonio, el de Aníbal-Manríquez. Ahora me di cuenta, Mehdi cuenta. Es [p]arte ya de nuestra cooltura. Con él y por Ella rompemos la lanza la palomilla (lalala, dijo Myke Towers). No extranjera, lengua extraña, la otra entraña la poesía. En el mar me[h]diterráneo nada con exceso, todo con Mehdi da. Descalzos los dejo caminen sus versos, cordillera del Atlas. Acaba lector con los labios vi en verdes, ve esa sin miedo. Bous ni t’kahf’ch.

Abdul Bashur es al Maqroll de Mutis lo que un barrio al Mundo de Lizardi. Corbeta, fragata, navío (aquí es por años de ser vicio). Siervo, o es——clavo de bar[co], Abdul soñaba navíos. Mesmoudi des[pi]erta edificios, su ve cual gaviero… ¡Tiembla a la vista!, diría con hueva de tortuga la Rocío Maceda, otro orgullo de la UABCS. ¡Que el va río crezca!

Un primer Mehdi más púnico, amoroso, filosófico y moral, dijo hace añicos: El poema es un agujero donde se oculta el jaguar. Escritura del dios en la gruta de Hércules, leído a-hora es callejuela que uno avanza como estira el espinazo ese jaguaaaaar. Lo que en Eduardo Tigralde era Caza Mayor, con ese y con zeta, en su obra es barritada barriada. Un caminar Bartolomé, no de las Casas, de Ocosingo. Casa ni tomada ni tumbada, bombardeada. Bomba-arde-hada. Sigamos la mano que corta manzanas del Jardín de las Hespérides, hay una paloma blanca en la casa (sobrenombre de Tetuán y simbolismo de La Paz), un humeante té de hierbabuena emancipando lengua. Así se estira hasta su límite la piel del elefante, animal del año en que nació Mahoma (circa 570). En La Meca, para demoler “con honor” ciudades, nada mejor que los elefantes, animales santos para la guerra (según los griegos caprichos de la naturaleza). Mehdi es capricho de tres y dio más, Moneda de tres caras cual Francisco Hernández (poemario de 1994, Premio Villaurrutia). Siendo de aquí el Cervantes, mi Cide Hamete Benengueli, metaficción de Su[d]califorma.

Sofocado este poemario disponerse las sandalias y Baja[r] al Malecón será inventar, con ojo ajeno, Jardines secretos de Mogador. Pero sin islas Púrpuras: is las, traduCido al gringo Campeador, de «camper». El puerto de La Paz mehdianamente ya es ciudad de ese deseo que siempre está por descubrirse en modo Alberto Ruy Sánchez. O Diván de Mouraria en que Mario Bojórquez posó a la poesía (vecina morisca que saca la lengua), casidas y gacelas del Diván del Tamarit: granada en la mano de Lo[r]ca. La Paz, puerto de ficción. Sin ser masón el peatón paceño, a paso Sabines, es a la sombra como al asombra, 33. Temperatura es temperamento, 33 grados (v que es f el invierno). Mar son, sones del mar son. Un perro andaluz por el malecón…

Al-Ándalus arrastra anatolé del griego, punto donde asoma un astro, manera mora de describir el Aleph, estrella de Belén del narrador, sol que despide La Paz con helado de chongo en La Fuente (evito la «frutilla» para no volverme monja, efecto secundario de leer a César Aira). Elige Mehdi su califato en [p]rosa paceña, californiato omeya. En La Paz la poesía sucede, es su cede. Mehdi Mesmoudi mi sucesor. Estime el en tendido estos diva[ne]s de Estambul que han pretendido demorar, frescura en fuga, de una rosa Damascena. Estambul significa «ciudad» en el turco otomano, ¡meh[di] pushi [her]mano! Su barriada es su venir: souvenir.

Calle, elogio de Quirarte. Lo que en él era elogio, en La Paz es Eligio. La corona cayó. Política no es manejar una lengua en sentido contra ario. Tito Livio Piñeda mi arquitextura un paisaje oral, peripatética. Aquí fatigo pasos de un pensar mapa Mesmoudi a lo favela. Caminé teclas como dedeó colmena Camilo José Cela. Como quien busca, entre mascaritas, al de las cobijas. Texto que no es de leer en voz alta, postura: una defensa de la intimidad. El lector apure calles muy según su [p]risa. José Arcadio Buendía de La Pá, Mehdi arquitecto de su camino. Pinta la línea continua a su imagen y semejanza. En frase limpia sin bache el habla. Con «El barrio», ya Benedetti advertía que el volver es huida. Fervor de Buenos Aires, Borges, en su poco conocido «Barrio recuperado» postula echarse a caminar por calles recupera una heredad. Su-dado me quedo a media calle en una banca que seguro tuvo en cima a Bancalari. A falta de La Perla de La Paz la del Mojón de Estela Davis. Siempre hay, calles arriba, otros relatos. En este callejón del cabe Sud puro jaguar, no cabe un gato.

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