Entrevista con Don Roberto Castro Guerrero, un policía de los de antes

FOTOS: Cortesía.

Vientos de Pueblo (*)

José Luis Cortés M.

 

San José del Cabo, Baja California Sur (BCS). La tarde se desliza lenta en la habitación donde don Roberto Castro Guerrero, de 91 años, reposa en una cama rodeada de fotografías que parecen contar su vida en imágenes. En una de ellas, abraza a un niño que ríe sobre un caballo de madera; en otra, estrecha la mano de un agricultor bajo un sol inclemente. Su hija Patricia, quien me acompaña en esta visita, señala una foto en blanco y negro: “Papá, aquí está con los niños del parque Benito Juárez. ¿Se acuerda cuando los dejaba subir a la patrulla para que jugaran con la sirena?”. Don Roberto sonríe con ojos brillantes: “Eran otros tiempos… más simples”.

Y lo eran. En los ochenta y noventa, San José del Cabo era un pueblo donde las puertas no se cerraban con llave y los niños corrían libres por las calles, sin tablets ni celulares, sólo con la imaginación como compañera. “La gente confiaba —recuerda Adriana, otra de sus hijas, mientras acomoda un álbum familiar—. Si un balón se metía a un jardín, el dueño de la casa lo guardaba hasta que el niño volviera por él. Hoy, con tanta tecnología, los chicos ni se conocen entre sí”.

También te podría interesar: ¡Benditos aranceles! ¿Estamos condenados a ser sólo espectadores?

Don Roberto, con voz suave pero clara, revive aquella época. “La seguridad no se trataba de armas, sino de presencia —dice—. Si veía a un niño solo en la calle, paraba la patrulla y le preguntaba si necesitaba ayuda. A veces sólo quería jugar fútbol, y yo me quedaba un rato”. Lupita, su hija mayor, interviene: “Nosotras nos enojábamos porque siempre llegaba tarde a cenar. ‘La gente me necesita’, decía. Y teníamos que entenderlo”.

Un vecino, don Arsenio, entra a la habitación con una caja de mangos. “Comandante, le traigo de su árbol —dice, refiriéndose a un ejemplar que don Roberto plantó hace décadas frente a su casa—. ¿Se acuerda cuando lo regaba todas las mañanas? Usted decía: ‘Si el pueblo crece, la sombra debe alcanzar para todos’”.

La vida de don Roberto era un tejido de pequeños gestos. Una mañana de 1993, una niña de 7 años se perdió en el mercado. Él la encontró llorando junto a un puesto de frutas, la subió a su patrulla y recorrió el pueblo con ella hasta reconocer su casa. “No sólo la devolvió —cuenta Patricia—, sino que después llevó despensas a la familia. ‘La pobreza es la primera semilla del miedo’, repetía”.

Alicia, que entonces era adolescente, lo acompañaba a veces en esos recorridos. “Lo veía dialogar con los jóvenes que hoy son padres de familia. Les decía: ‘El futuro no se compra con dinero, sino con trabajo’. Y ellos lo escuchaban porque sabían que no tenía doble cara”.

En las noches, don Roberto no descansaba. Si sonaba el teléfono, fuera por un choque o una disputa familiar, él acudía. “Una vez, una señora llamó porque su esposo, borracho, amenazaba con romper los muebles —recuerda Patricia—. Mi papá llegó, lo sentó en la cocina y le preparó café. ‘La violencia no arregla nada’, le dijo. Al final, el hombre lloraba pidiendo perdón. Así era él: un mediador, no un represor”.

Hoy, a sus 91 años, don Roberto sigue siendo el mismo. Aunque postrado, recibe visitas de quienes lo recuerdan como el guardián que no necesitaba armas para inspirar respeto. “La semana pasada vino un muchacho de 30 años —cuenta Alicia—. Le dijo: ‘Comandante, gracias a usted no me metí en problemas. Siempre me sacaba de la calle para llevarme a la escuela’. Y don Roberto, con su humor intacto, le respondió: ‘Pero si tú eras el más travieso’”.

La tarde se desvanece. Uno de sus yernos le ayuda a don Roberto a beber un poco de agua. “Don Roberto, ¿se acuerda de Doña Rosa? —pregunta—. Hoy me contó que usted le regaló un vestido para el cumpleaños de su hija en 1995. ‘No tenía qué ponerse’, le dijo. Y usted movió cielo y tierra para conseguírselo”.

Don Roberto cierra los ojos y sonríe. En la pared, una foto lo muestra rodeado de niños en un parque. Afuera, el viento mueve las hojas del árbol que plantó. “Este pueblo lo lleva en el alma —murmura Lupita—. Por eso la gente lo sigue queriendo tanto”.

Y en el silencio de la habitación, entre el tic-tac del reloj y la respiración pausada de don Roberto, se entiende que un hombre no necesita titulares para ser inolvidable. Solo manos tendidas, palabras sinceras y un corazón que nunca dejó de latir por los demás.

¿Qué nos falta hoy para recuperar aquellos valores? Mientras observo a don Roberto dormir, rodeado de sus hijas, surge una pregunta inevitable: ¿qué se necesita para que un pueblo vuelva a confiar en sus guardianes, para que los niños jueguen en las calles sin miedo, para que la autoridad sea sinónimo de esperanza y no de sospecha? La respuesta, quizá, esté en las pequeñas cosas que él practicó: escuchar antes de juzgar, tender puentes antes que muros, y entender que la verdadera seguridad nace del respeto, no del miedo.

Un agradecimiento eterno a don Roberto Castro Guerrero, por recordarnos que un uniforme no hace a un servidor, sino el alma que lo lleva. Por enseñarnos que la justicia no siempre está en las leyes, sino en las manos que ayudan a levantarse a quien cae. Y por regalarnos, en tiempos oscuros, la certeza de que un México mejor no es un sueño, sino una semilla que late en cada acto de bondad. Gracias, Comandante. Su legado es un faro que, incluso en la distancia, sigue alumbrando el camino.

(*) Esta entrevista obtuvo Mención Honorífica en el Premio Estatal de Periodismo «Mary Nogales», 2025.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Ascenso al cerro de la Sierra de La Giganta. Crónica de un campamento

FOTOS: Noé Peralta Delgado.

Explicaciones Constructivas

Noé Peralta Delgado

 

Ciudad Constitución, Baja California Sur (BCS). Baja California Sur comparte la media parte Sur de la península de Baja California, y representa un brazo de la República Mexicana. Esta entidad federativa es famosa por sus paradisíacas playas, encontrándose dentro de estas categorías de todo tipo: de oleajes para surfear en el océano Pacífico, playas tranquilas en el golfo de California, incluidos todos tipos de colores y texturas de arenas de playas. Lo que es menos conocidas son sus serranías altas, y es que orográficamente es un Estado que no tiene cadenas montañosas altas dentro de sus territorios.

Una de las cadenas montañosas medulares de Baja california Sur, es la Sierra de la Giganta, la cual se encuentra en su mayoría dentro del municipio de Loreto, pero también abarca partes importantes de los municipios de La Paz y Comondú. Dentro de esta cadena montañosa, se encuentra el cerro La Giganta, que es el punto más alto de dicha serranía con una altitud de 1,668 msnm y a la vez el sexto punto más alto del Estado.

También te podría interesar: ¡Chale! ¿Y el puerto turístico?

Su nombre se deriva de cuando llegaron los españoles a conquistar estas tierras, habiendo llegado al poblado indígena de Conchó —actualmente el puerto de Loreto—, preguntaron a los nativos sobre qué había atrás de las altas montañas frente a ellos, a lo que respondieron que vivían gigantes. Fue así como llamaron a esa cadena montañosa como Sierra La Giganta. Paradójicamente, esta sierra no es la más alta de la península de Baja California, simplemente que, como está a la orilla del golfo de California, se ve muy imponente desde el nivel medio del mar.

Para llegar a la cumbre, se ocupa escalar por la parte Norte del cerro, ya que es el acceso menos peligroso y empinado. A su vez, el camino —aunque más largo, es el que lleva menos esfuerzo—, es el que sale de San José de Comondú rumbo a los llanos de San Julio, en la parte baja del cerro La Giganta.

A inicios del mes de marzo del año en curso, hicimos una escalada hacia la cumbre del cerro La Giganta, tomando como punto de partida el pequeño pueblo misionero de San José de Comondú, que está ubicado a una altitud de 300 msnm. Para subir este cerro llevamos un guía de nombre Pablo Pérpuli, y nos hicimos acompañar por dos personas más, que se llaman Alberto «El Güero» Verdugo y Luis Mayoral. En este artículo relato día a día, cómo fue la travesía por los paisajes desérticos antes de llegar a la cumbre.

Día Uno

Se inició la salida en carro doble tracción desde San José de Comondú hacia los llanos de San Julio. En este recorrido se apreció la grave sequía por la que está atravesando el lugar, donde hay muchos árboles sin hojas y otros más ya completamente secos; la presencia de ganado fue escasa: Pablo platicó que el ganado de los lugareños se encuentra flaco y están en los ranchos donde se les da agua de pozo artesanos y algo de alfalfa llevada desde el pueblo.

Como se tenía que subir con mulas y caballos hasta el lugar denominadoEl Aguaje, el Güero y Luis se llevaron las bestias desde el pueblo, por lo que el trayecto de 27 km desde San José de Comondú hasta el lugar llamado El Cerco se hizo en todo un día completo. Llegando al lugar denominado El Cerco, se hizo la comida ya tarde y se levantaron las casa de campaña como a las 5 pm, no nos atrevimos a subir hasta el aguaje por la lejanía y sobre todo porque Pablo Pérpuli tenía 20 años que no subía y desconocía el estado del camino. Algo importante que nos comentó, es que es muy peligroso acampar en cualquier lugar, por la presencia de animales y en ocasiones por no tener una zona libre de ramas y llana.

Día Dos

Después de desayunar unas tortillas de harina con machaca, salimos en mulas y caballos hacia el lugar denominado El Aguaje, que queda a una distancia de 6 km en un camino con mucho monte seco. La altitud de los llanos es de 480 msnm, por lo que básicamente seguíamos a «nivel de piso».

El recorrido se hizo hasta El Aguaje, y donde sale agua de una cueva en las faldas del cerro la Giganta. En este punto que se encuentra a 700 msnm, inicia el verdadero ascenso de manera casi vertical. Llegamos poco después del mediodía, pero tuvimos que regresar de nueva cuenta hacia El Cerco por víveres y botellas de agua, que se utilizarían en una ruta turística tiempo posterior. Esta ida al lugar donde quedó el vehículo y posterior regreso se llevó todo el segundo día. Según pláticas con Pablo, nos comentó que hacía 20 años que no subía, y en aquel tiempo subió durante un mes de manera diaria, para llevar material para una antena de telecomunicaciones de la empresa Telmex.

Este día se acampó en un pequeño lugar limpio de monte y llano que estaba unos metros antes del aguaje; en el lugar donde brota agua del cerro no se puede acampar por lo difícil del terreno. Como comentario de este día, me admiró que en medio del desierto brote agua de las rocas y que en el lugar haya tres árboles de mango y dos palmeras de taco muy verdes.

La noche de campamento en este lugar fue terrible, por los remolinos que forma el viento en el lugar, y que en la noche pareciera que se volaría la casa de campaña por los aires como si fuera un huracán ó tornado.

Día Tres

Desde una altitud de 700 msnm, se inició el verdadero reto de escalar el cerro La Giganta. Al comenzar a subir casi de manera vertical notamos muy montado el camino, y la meta era llegar al lugar denominado Los Dormitorios, donde se ve claramente los campos agrícolas de San Juan Londó y el golfo de California; en el camino nos hallamos un par de baterías abandonadas que recordó nuestro guía, cuando subió el material hacía 20 años.

Para llegar a Los Dormitorios, se nos llevó como dos horas completas por lo empinado del camino y monte secos llenos de espinas que con el paso nos rasgaban las manos. Pero una vez que llegamos al lugar, la vista panorámica es espectacular y eso que apenas llegamos a 950 msnm. En este lugar se dejaron las mulas que llevaban los víveres, porque el ascenso de ahí en adelante era muy resbaloso para los animales.

Durante los siguientes recorridos llegamos a subir hasta 1,250 msnm, y por el tiempo que llevábamos no pudimos seguir adelante. Fue aquí donde tomé las fotos mas espectaculares hacia el océano Pacífico, desde el valle de Santo Domingo hasta el lejano pueblo de San Juanico. El golfo de California no lo pudimos apreciar, por quedarnos a nuestras espaldas del cerro La Giganta. Después de comer unos bocaditos en el lugar y apreciar el maravilloso paisaje, procedimos a retornar a El Aguaje, que era donde teníamos nuestro campamento. Esa noche volvimos a sufrir dentro de nuestras casas de campaña, los vientos remolinados del lugar.

Día Cuatro

Después de no haber alcanzado la cumbre, me quedé en el campamento, por los calambres en las piernas que me dejaron en el día anterior; por lo que Pablo, Luis y El Güero, volvieron a intentar llegar a los casi 1,700 msnm de la cumbre, o lo que es lo mismo, ascender casi mil metros desde el campamento. Dentro del campamento me quedé con una radio de comunicación, donde iba monitoreando el ascenso de mis compañeros.

Este día me tomé un gran descanso a la sombra del árbol de mango que estaba en El Aguaje y que pareciera que estaba en un retiro espiritual en medio de la nada y si con algún temor que me pudiera encontrar con alguna víbora de cascabel o puma de la sierra. Debo comentar que en todo el trayecto nos hallamos dos venados y que son animales completamente ligeros, los cuales, al menor ruido salían corriendo a gran velocidad.

Según el radio de comunicación con el que me quedé, los muchachos no pudieron llegar a la cumbre, por lo resbaloso del terreno y por el tiempo que llevaban recorriendo no les permitía regresar al campamento. El punto donde llegaron está a una altitud de 1,550 msnm y según fotos tomadas por ellos, les faltó muy poco, pero a la vez era muy peligroso hasta la cumbre final.

Pablo, Luis y El Güero, regresaron al campamento donde yo me encontraba, a las 6 pm y totalmente rendidos de cansancio; procedimos a hacer la fogata de costumbre y en lugar del café arriero nos tomamos una botella de tequila para celebrar en el lugar. Fue nuestra última noche de campamento y el tiempo se mostró benévolo con nosotros al estar en calma toda la noche el viento. Es de disfrutarse las noches sin contaminación de luz artificial, donde el cielo completamente estrellado nos da momentos totalmente relajantes.

Día Cinco

Por la mañana, y muy temprano, procedimos a levantar todo el campamento e iniciar el largo retorno a San José de Comondú. Después de llegar a El Cerco, tomamos un descanso y una comida final, para luego emprender a bordo del vehículo el regreso a través de los llanos hasta el pueblo misionero de San José.

El total de 5 días de exploración del cerro La Giganta, nos hizo ver, primeramente, las dificultades para ascender un cerro muy vertical, pero también las dificultades que deben de pasar los rancheros del lugar con las sequías recurrentes, que aun así siguen con su vida lejos del ruido citadino, y eso sí, en contacto directo con la naturaleza.

Agradezco la invitación que me hizo primeramente Luis, luego Pablo y El GÜero por esta aventura inolvidable que muy pocas personas han logrado subir hasta la cumbre del cerro La Giganta.

Escríbenos a [email protected]

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Recorriendo la historia: Un viaje dominical por los siglos XIX y XX en La Paz, BCS

FOTOS: Cortesía.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cada domingo, al despuntar el alba, un grupo de personas se reúne frente al antiguo muelle fiscal de La Paz, Baja California Sur, para emprender un viaje al pasado. No se trata de una simple caminata, sino de un recorrido histórico-cultural que revive los siglos XIX y XX a través de las calles del Centro Histórico de esta ciudad-puerto, rica en memoria, arquitectura y tradición. Este proyecto, que comenzó en 2012, ha sumado ya casi 300 recorridos y se ha consolidado como una de las más valiosas experiencias de enseñanza y difusión cultural de la región.

La iniciativa fue concebida como una innovadora metodología de práctica docente para la enseñanza de la historia local. Mediante el uso de fotografías de edificaciones antiguas y visitas in situ, los participantes logran vincularse con el pasado de una manera vivencial y crítica. Pero este esfuerzo va más allá de lo académico: se trata de una propuesta de vinculación social y extensión universitaria impulsada por el Centro de Documentación de Historia Urbana (CEDOHU), perteneciente al Departamento Académico de Economía del Área de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Baja California Sur (UABCS).

Te puede interesar: Las voces que regresan: reediciones históricas y el redescubrimiento de las Californias

Lo que distingue a estos recorridos es su cuidadosa preparación y su compromiso con la CEDOHU. Cada domingo, durante unas dos horas y media o tres, los asistentes recorren a pie un entramado de calles llenas de historia: Ignacio Bañuelos Cabezud, Manuel M. Esquerro, Agustín Arriola, Ignacio Zaragoza, Artesanos, 16 de septiembre, Revolución, Independencia, Serdán, 5 de mayo, Francisco I. Madero, Belisario Domínguez y Paseo Álvaro Obregón, hasta llegar al emblemático hotel Perla. Cada paso es acompañado por relatos, imágenes y anécdotas que revelan los secretos de la ciudad que, de otro modo, podrían perderse en el olvido.

El equipo que conduce estos recorridos está conformado por el arquitecto Gilberto Piñeda Bañuelos y los historiadores Alma Castro Rivera y Homero Avilés, quienes con pasión y profundo conocimiento guían a los participantes por las huellas arquitectónicas y sociales que han definido la fisonomía de La Paz a lo largo de más de un siglo.

Este proyecto ha demostrado que el conocimiento no tiene por qué estar confinado a las aulas. Al contrario, salir a la calle, mirar los edificios, escuchar las historias que encierran y confrontarlas con imágenes del pasado convierte el aprendizaje en una experiencia transformadora. Además, se fomenta la apropiación del patrimonio urbano por parte de la comunidad, fortaleciendo así su identidad cultural.

La participación en los recorridos es completamente gratuita, aunque se requiere una inscripción previa con al menos 15 días de anticipación. El grupo debe contar con un mínimo de diez personas, un responsable del grupo y otro encargado de hacer el registro fotográfico de la actividad. Para registrarse, los interesados deben escribir al correo [email protected] o comunicarse a la extensión 3250.

A través de estos recorridos, CEDOHU no sólo difunde los frutos de sus investigaciones históricas, sino que también contribuye activamente a evitar la pérdida de la memoria urbana. En una época en la que el desarrollo urbano muchas veces pasa por alto el valor de lo antiguo, iniciativas como esta nos recuerdan que la historia está viva en los muros, en las calles y en los relatos de quienes habitan la ciudad.

La Paz, con su brisa marina y su calma aparente, guarda en sus rincones cientos de historias que esperan ser contadas. Y cada domingo, al amanecer, un grupo de ciudadanos y curiosos del pasado emprenden el camino para escucharlas, con la certeza de que conocer la historia de una ciudad es también conocerse a uno mismo.

Porque para comprender el presente y construir un futuro más consciente, es imprescindible mirar atrás. Y qué mejor forma de hacerlo que caminando por las calles de nuestra historia.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




El Pato Ayala: Recuerdos salobres de un niño del malecón

FOTOS: YouTube.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La historia de un lugar no se mide solamente por sus edificios, ni por sus monumentos, sino por las voces que la han caminado, respirado y sentido. Una de esas voces que aún resuenan con la fuerza del mar de La Paz es la de don Alberto Ayala Luken, conocido cariñosamente como El Pato. Entrevistado por Juan Romero el 25 de septiembre de 2020, El Pato desentrañó un cofre de memorias que nos llevan de vuelta a un tiempo en que la ciudad era más costa que asfalto, más palomilla que tráfico.

Alberto nació “allí donde está El Bismarkcito, en la casa de la esquina”, en pleno corazón del malecón paceño. Su infancia transcurrió entre arenas cálidas y aguas transparentes, acompañado por personajes entrañables como don Miguel Aguilar, con quien exploraba los callitos, ese lugar donde el esterito empezaba sin caminos ni carreteras. En aquellos años, los postes de luz, o arbotantes, aún estaban colocados en medio de la calle, y los árboles, crecidos con libertad, se enlazaban de lado a lado como si se tomaran de la mano.

También te podría interesar: Las voces que regresan: reediciones históricas y el redescubrimiento de las Californias

La palomilla y los juegos del mar

La niñez de El Pato Ayala estuvo definida por su entorno: el mar. Mientras algunos niños crecían con canicas o trompos, él nadaba, buceaba y lanzaba la atarraya que le regaló su padre. Fue amigo de personajes como Arturo Winkler y Ángel César Mendoza Arámburo, quienes formarían parte de su círculo íntimo por años. Su escuela, la 20 de Noviembre, ubicada cerca del jardín Velasco, era un salón de madera donde reinaban la camaradería y los sueños pequeños de los grandes hombres del mañana.

Entre historias risueñas,El Pato recuerda también una de las primeras tragedias aéreas de La Paz: un avión que cayó cerca de la Hacienda, mucho antes del conocido accidente por la ETI No. 1. Era la época en la que los rumores eran tan veloces como las bicicletas, y cualquier suceso importante quedaba para siempre en la memoria oral del pueblo.

Travesías a nado y exploraciones submarinas

Uno de los pasatiempos favoritos de El Pato era nadar hasta El Mogote, acompañado de amigos como Tecolote Estrada y Alejandro Osuna. La pandilla cruzaba kilómetros de mar para sacar callos de hacha, buceando hasta el cansancio y regresando a casa con el orgullo de haber conquistado las aguas. En ocasiones, usaban una panga que les prestaba Poncho Rodríguez, aunque eso no evitaba que en más de una ocasión terminaran chapoteando con el agua hasta las rodillas por sobrecargarla.

El tiempo de las carreras y los motores

Ya adolescente, la pasión por el mar se mezcló con la velocidad. En 1955, El Patoparticipó en una carrera automovilística que salía desde La Paz rumbo a San José del Cabo y regresaba. En un tiempo donde no existían carreteras pavimentadas, esta travesía representaba tanto un reto como una aventura. Junto a Manuel Parra, el Güero Angulo, El Campanita y un puñado de valientes, recorrieron el trayecto en poco más de seis horas, enfrentando ejes rotos y arroyos crecidos. Aquella carrera, que sólo concluyeron siete de catorce autos, fue una hazaña para la época.

Aventuras en Guerrero Negro

En 1956, Alberto partió rumbo a Guerrero Negro junto a otros veinte hombres, contratados por el Sr. McCarthy. A bordo de un barco comandado por el Capitán Suárez, llegaron a un sitio aún en gestación. Allí trabajó en talleres, reparando vehículos y más tarde, gracias a su conocimiento del inglés, fue asistente del comodoro McFarland, parte de la poderosa flota del empresario Rudick.

Durante diez años, El Pato fue testigo del desarrollo de Guerrero Negro. Aprendió a maniobrar barcos, a enfrentar tempestades y a hacerse respetar en un mundo dominado por el mar y la sal. Llegó a ser capitán de puerto por parte de la compañía, y sus recuerdos de aquella época están llenos de trabajo duro, pero también de camaradería y aprendizajes inolvidables.

Las memorias que flotan como espuma

La vida de El Pato es la vida de muchos paceños de antaño: marcada por el mar, la tierra y la gente. En su relato, no hay nostalgia amarga, sino una alegría vibrante, una carcajada que se mezcla con los recuerdos. Habla de personajes como Carlos El Negro Benseman, el Liborio, el Güero Angulo, y tantos otros que tejieron con él la historia no oficial de La Paz.

Su paso por la gasolinera, sus travesuras en el malecón, las panquitas, las carreras, las tiendas como la de Chale Arámbulo, todo eso forma parte de un mural invisible que hoy cobra vida en sus palabras.¿

Un legado contado en voz viva

Al concluir la entrevista, El Pato no duda en agradecer. Sabe que su historia, aunque simple, tiene valor. Es un testimonio de una época más humana, más libre, donde las aventuras no venían en pantallas, sino en la experiencia vivida al aire libre. El 30 de diciembre de 2021, el Sr. Ayala Luken partió a su última morada. Que en paz descanse.

Este testimonio no sólo rescata las anécdotas de un hombre entrañable, sino también la esencia de una La Paz que ya no existe, pero que aún respira en la memoria de sus habitantes más antiguos.

Gracias, Pato, por compartir tu historia. Que nunca se pierda el eco de las voces que nacieron del mar.

Referencia

Video de Youtube https://www.youtube.com/watch?v=v54rnsSiLMA realizado por el Sr. Juan Romero.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Las voces que regresan: reediciones históricas y el redescubrimiento de las Californias

FOTOS: Internet.

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En un tiempo donde la inmediatez y lo efímero parecen dominar la producción cultural, la reedición de libros antiguos cobra un valor inusitado, especialmente cuando estos textos arrojan luz sobre los orígenes y la evolución de regiones con historias complejas como Baja California.

Esta península, que durante siglos fue considerada un territorio aislado y enigmático, posee un legado histórico que ha sido construido, en gran medida, a partir de crónicas, relatos de viajeros, documentos misionales y estudios tempranos que hoy resultan difíciles de conseguir. Reeditar estas obras, muchas de las cuales se hallan fuera de circulación o relegadas a bibliotecas especializadas, no solo implica rescatar voces y perspectivas del pasado, sino también abrir nuevas posibilidades para entender el presente y proyectar el futuro de esta región. En el caso de Baja California, estos textos ofrecen detalles sobre la transformación del paisaje, las dinámicas sociales y económicas, los encuentros culturales y las disputas territoriales que moldearon su identidad actual.

También te podría interesar: La vida en la Sierra de La Laguna. La historia de Gustavo Bender Castillo y su legado familiar

Al poner nuevamente en circulación estas publicaciones, se democratiza el acceso a una parte fundamental del patrimonio documental del Estado, al tiempo que se invita a investigadores, estudiantes y ciudadanos interesados a repensar su historia desde fuentes primarias. La reedición no es solo preservación, sino una herramienta activa de construcción historiográfica que permite revisar, cuestionar y enriquecer las narrativas oficiales. En este contexto, el rescate editorial de libros antiguos sobre la Antigua California se convierte en una tarea esencial para fortalecer la memoria colectiva y alimentar el diálogo entre generaciones.

Redescubrir a Ugarte

El trabajo antes descrito representa un acto de rescate bibliográfico, así como una oportunidad invaluable para redescubrir figuras clave en la historia regional, como es el caso del padre Juan de Ugarte, cuya vida y obra fueron rescatadas por el historiador Dr. Sealtiel Enciso Pérez. En este contexto, la obra Vida y Virtudes de el Venerable, y Apostólico Padre Juan de Ugarte de la Compañía de Jesús. Misionero de las Californias, y uno de sus primeros conquistadores, escrita en 1752 por el sacerdote jesuita Juan José de Villavicencio, cobra nueva vida a través de una cuidadosa reedición. Este libro, más que una biografía, constituye una pieza clave para entender la espiritualidad, el sacrificio y la visión que acompañaron a los primeros misioneros jesuitas en su labor evangelizadora en las Californias. La labor editorial de Enciso Pérez, pudo ver la luz con el apoyo decidido y desinteresado de la Embajada de Guatemala a través de la gestión del Cónsul Honorario en Baja California Sur, Mtro. Daniel Ruiz Isaías,  no solo preserva la riqueza lingüística y documental del texto original, sino que lo convierte en una herramienta accesible para lectores contemporáneos interesados en las raíces históricas y culturales de Baja California Sur. Esta reedición ejemplifica cómo el rescate de obras del pasado permite fortalecer el entendimiento del presente y enriquecer la narrativa histórica de una región profundamente ligada a las misiones jesuitas.

El texto presenta la figura del padre Juan de Ugarte Vargas, un sacerdote jesuita que dedicó tres décadas de su vida a la misión evangelizadora en las Californias entre 1700 y 1730. Originario del Reino de Guatemala, Ugarte se formó en el Colegio de San Pedro y San Pablo en la Ciudad de México, donde destacó por su inteligencia y habilidades administrativas. Aunque tuvo éxito en sus primeras etapas como sacerdote, su verdadero llamado era la misión en las Californias, lo cual se fortaleció en sus conversaciones con el padre provincial Juan María de Salvatierra. Ugarte asumió la responsabilidad como el primer administrador del Fondo Piadoso de las Californias, y posteriormente, dedicó su vida a la evangelización en estas tierras desafiantes.

La dedicación de Ugarte se refleja en su compromiso con la Misión de San Francisco Xavier de Viggé-Biaundó, donde dejó un legado perdurable en la historia de la evangelización de la región. Más allá de sus logros administrativos, su vida estuvo marcada por un profundo vínculo con la expansión de la fe en un territorio hostil y desolado.

Dos décadas después de la muerte de Ugarte, en 1752, el padre Juan Joseph de Villavicencio escribió una obra titulada Vida y Virtudes de el Venerable, y Apostólico Padre Juan de Ugarte de la Compañía de Jesús. Misionero de las Californias, y uno de sus primeros conquistadores. Este libro, compuesto por 28 capítulos, tiene como propósito rendir homenaje a la vida y virtudes de Ugarte, presentándolo como un modelo ejemplar para los novicios y sacerdotes de la Compañía de Jesús. La obra no se limita a una simple narración biográfica, sino que se erige como un testimonio literario que busca destacar las cualidades humanas y espirituales del sacerdote.

Villavicencio utiliza su pluma como un pincel para retratar la vida de Ugarte, resaltando no solo sus logros misioneros, sino también las virtudes que lo hicieron digno de admiración. El título mismo del libro refleja la reverencia hacia Ugarte, quien es descrito no sólo como un misionero, sino como un hombre venerable y apostólico cuya labor se extendió más allá de la conquista territorial, abarcando la conquista espiritual de almas y corazones.

La reedición de esta obra ha sido un proceso meticuloso para rescatar la riqueza lingüística del siglo XVIII y hacerla accesible para los lectores contemporáneos. El editor se esforzó por mantener la autenticidad del texto original, al tiempo que adaptó la escritura para facilitar la lectura moderna, incorporando 236 notas a pie de página que aclaran expresiones en latín y giros lingüísticos en desuso.

El texto enfatiza que las misiones jesuitas en California no solo representaron un punto de encuentro entre dos mundos, sino que también fueron un crisol de intercambios culturales, conocimientos y conflictos. A través de la vida de Ugarte, se exploran las complejidades del proceso de transformación en la región, subrayando su papel como un faro en la travesía espiritual y cultural de las Californias y un vínculo que une a Guatemala con nuestro actual Baja California Sur.

La reedición de textos antiguos como el realizado por el Dr. Sealtiel Enciso Pérez es una muestra del valioso aporte que los historiadores pueden hacer para revitalizar la memoria histórica de la Antigua y actual California Mexicana. Estos esfuerzos no solo rescatan documentos fundamentales del olvido, sino que también abren nuevas vetas de análisis e interpretación para las generaciones presentes y futuras. Por ello, es deseable que cada vez más investigadores se sumen a esta labor, publicando y comentando obras que, aunque escritas hace siglos, siguen siendo esenciales para comprender los procesos sociales, culturales y espirituales que han dado forma a nuestra región. Las reediciones, acompañadas de un aparato crítico riguroso, tienen el potencial de convertirse en pilares de nuevas investigaciones, al nutrir el debate académico con fuentes primarias y miradas del pasado. Que esta práctica se multiplique es clave para seguir construyendo una historia más rica, compleja y compartida.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.