Néstor Agúndez Martínez, el poeta que forjó el alma cultural de Todos Santos

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En el corazón de Baja California Sur, en el pintoresco pueblo de Todos Santos, nació un hombre cuya vida se convirtió en un legado imborrable para la cultura, la educación y el desarrollo comunitario. Néstor Agúndez Martínez, poeta, maestro, gestor cultural y defensor incansable de su tierra, dejó una huella profunda en la historia de su pueblo y del Estado. Nacido el 27 de febrero de 1925 (aunque algunas fuentes mencionan 1926 ó 1932), y fallecido el 26 de marzo de 2009, Agúndez Martínez dedicó más de ocho décadas a servir a su comunidad con pasión y entrega.

Néstor Agúndez Martínez creció en el seno de una familia humilde en Todos Santos. Sus padres, Benito Agúndez Manríquez y Margarita Martínez Sánchez, le inculcaron desde pequeño el valor del trabajo y la importancia de la educación. Realizó sus primeros estudios en la Escuela “Melitón Albáñez” No. 7, donde tuvo la fortuna de ser alumno de la profesora Columba Salgado Pedrín, una mujer que marcó su vida y lo inspiró a seguir el camino de la docencia. Agúndez siempre reconoció la influencia de su maestra, a quien años más tarde le dedicó la medalla “Rosaura Zapata Cano” que recibió por sus 30 años de servicio educativo, como un gesto de gratitud y reconocimiento.

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Tras completar su educación básica, Agúndez ingresó a la Escuela Regional Campesina en San Ignacio, donde se formó como maestro. Desde muy joven, mostró un profundo compromiso con la educación y el desarrollo de su comunidad. Fue uno de los fundadores de la Escuela Secundaria de Todos Santos, institución a la que dedicó gran parte de su vida como subdirector y profesor de asignaturas como Lengua y Literatura, Danza, Civismo y Geografía. Su labor docente no se limitó a las aulas; también formó grupos de teatro y danza, y creó talleres de artesanías y pintura al óleo, fomentando el arte y la cultura entre sus alumnos.

Néstor Agúndez no sólo fue un maestro excepcional, sino también un gestor incansable que trabajó por el progreso de su comunidad. Entre sus logros más destacados se encuentra la construcción del teatro y cine “General Manuel Márquez de León”, gestionado ante el entonces gobernador Francisco J. Múgica. Este espacio se convirtió en un punto de encuentro para la cultura y el arte en Todos Santos. Además, promovió la creación del Centro de Salud “Dr. Pedro Cota Domínguez”, un hospital que mejoró la calidad de vida de los habitantes de la región.

Uno de sus proyectos más significativos fue la fundación de la Casa del Estudiante, un internado que brindó alojamiento a jóvenes de comunidades rurales para que pudieran continuar sus estudios. Durante 20 años, Agúndez dirigió este espacio de manera voluntaria, sin recibir remuneración alguna, demostrando su desinterés personal y su compromiso con la educación de las nuevas generaciones.

Además de su labor educativa y social, Néstor Agúndez fue un poeta y narrador prolífico. Aunque sólo una pequeña parte de su obra ha sido publicada, sus escritos reflejan su profundo amor por su tierra y su gente. Entre sus libros más destacados se encuentran Voces del tiempo (1970), Huellas de nuestro tiempo (1977) y Sobre la piel del arroyo (1983). Su poesía, cargada de emotividad y nostalgia, captura la esencia de Todos Santos y sus paisajes.

Agúndez también fue un incansable promotor cultural. Durante casi 30 años, dirigió el Centro Cultural Siglo XXI, un espacio que se convirtió en el corazón cultural de Todos Santos. Bajo su liderazgo, el centro albergó exposiciones, obras de teatro, conciertos y talleres, atrayendo a artistas de renombre como Tania Libertad, Viola Trigo y Amparo Ochoa. Además, reunió una valiosa colección de fotografías históricas y objetos personales de figuras emblemáticas de la región, como María Dionisia Villarino Espinoza, “La Coronela”.

La labor de Néstor Agúndez Martínez no pasó desapercibida. Recibió numerosos reconocimientos, entre ellos la Medalla “Rafael Ramírez” y la Medalla “Ignacio Manuel Altamirano” por sus décadas de servicio docente. En 1983, la “Orden Brasilera Dos Poetas da Literatura de Cordel” le otorgó un reconocimiento por su contribución a la clase trovadoresca. Sin embargo, su mayor orgullo fue siempre el impacto que tuvo en su comunidad y el amor que recibió de sus alumnos y vecinos.

Néstor Agúndez falleció el 26 de marzo de 2009, dejando un vacío en el corazón de Todos Santos. Sin embargo, su legado perdura en cada rincón del pueblo que tanto amó. El Centro Cultural Siglo XXI, que hoy lleva su nombre, sigue siendo un espacio vivo donde se promueve el arte y la cultura. Sus obras literarias, sus gestiones comunitarias y su ejemplo de vida continúan inspirando a nuevas generaciones.

A más de 15 años de su partida, es justo y necesario que Néstor Agúndez Martínez ocupe un lugar en la Rotonda de los Sudcalifornianos Ilustres. Su vida y obra son un testimonio de lo que un hombre comprometido con su comunidad puede lograr. Como dijo alguna vez el poeta: Las obras quedan, los hombres se van. Y aunque Néstor ya no está entre nosotros, su legado sigue vivo, recordándonos que la verdadera grandeza está en servir a los demás con amor y dedicación.

Néstor Agúndez Martínez no fue sólo un poeta o un maestro; fue un constructor de sueños, un defensor de su tierra y un faro de inspiración para Todos Santos y para Baja California Sur. Su memoria merece ser honrada, no solo en los libros de historia, sino en el corazón de todos aquellos que, gracias a su labor, hoy pueden disfrutar de una comunidad más educada, más sana y más culta.

 

Referencias bibliográficas:

Catálogo biobibliográfico de la literatura en México.

Periódico El Sudcaliforniano. OEM

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Francisco María Píccolo, el misionero que forjó el camino de la fe en Baja California

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En los albores del siglo XVIII, cuando la península de Baja California era un territorio inhóspito y desconocido para los europeos, un jesuita italiano de nombre Francisco María Píccolo se convirtió en uno de los pilares de la evangelización y exploración de esta región. Nacido en Palermo, Italia, el 25 de marzo de 1654, Píccolo llegó a Nueva España en 1684 y dedicó más de tres décadas de su vida a llevar la fe católica a los confines más remotos de la Nueva España. Su labor no solo dejó una huella imborrable en la historia de Baja California, sino que también sentó las bases para la consolidación de las misiones jesuitas en la región.

Píccolo llegó a la península de Baja California el 23 de noviembre de 1697, convirtiéndose en el segundo misionero jesuita en la región, sólo precedido por el venerable Juan María de Salvatierra. Desde su llegada, se enfrentó a un territorio hostil y desconocido, pero su determinación y profunda fe lo impulsaron a explorar y establecer misiones en lugares donde nadie más se había atrevido a llegar.

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Uno de sus primeros logros fue la fundación de la misión de San Francisco Javier en 1699, en un paraje llamado Viggé por los indígenas cochimíes. Esta misión, ubicada en lo alto de la sierra, se convirtió en un punto clave para la evangelización y el contacto con las comunidades nativas. Píccolo no sólo bautizó a numerosos niños, sino que también inició la instrucción religiosa de los adultos, ganándose la confianza de los indígenas gracias a su respeto por sus costumbres y su habilidad para comunicarse en sus lenguas.

Explorador y respetuoso de la cultura nativa

Píccolo no se limitó a la labor evangelizadora; también fue un incansable explorador. En 1699, emprendió una expedición hacia la costa occidental de la península, acompañado por el capitán del presidio de Loreto y un grupo de soldados e indígenas. Este viaje, aunque lleno de dificultades, le permitió establecer relaciones amistosas con las comunidades nativas y recopilar información valiosa sobre la geografía y los recursos de la región.

Durante sus exploraciones, Píccolo demostró una actitud de respeto y comprensión hacia los indígenas, algo poco común en su época. En una ocasión, al encontrarse con mujeres que pedían bautizar a sus hijos, pero necesitaban la autorización de sus maridos, el sacerdote no se disgustó, sino que elogió su actitud y les regaló maíz y carne. Este trato humanitario facilitó la aceptación de las prédicas religiosas entre los nativos y sentó las bases para una relación de confianza entre europeos e indígenas.

Además de su labor evangelizadora y de exploración, Píccolo desempeñó un papel crucial como gestor de recursos para las misiones. En 1701, viajó a la Ciudad de México para solicitar apoyo económico y provisiones, ya que las misiones enfrentaban una grave escasez de alimentos debido a una sequía que afectó a toda la Nueva España. Gracias a su gestión, se enviaron provisiones a Baja California, aunque estas resultaron insuficientes para cubrir las necesidades de la región.

También fue un defensor de los derechos de los indígenas. En 1707, se negó a obedecer una orden del Virrey que exigía enseñar a los nativos sólo en español, argumentando que era necesario respetar sus lenguas y culturas. Esta postura, avanzada para su época, refleja su compromiso con las comunidades que servía.

A lo largo de su vida, Píccolo participó directa o indirectamente en la fundación de numerosas misiones, entre ellas San Juan Bautista Londó y La Purísima Concepción. Su labor no se limitó a la evangelización; también contribuyó al conocimiento de la geografía, flora y fauna de Baja California, como lo demuestra su informe de 1702, en el que describe por primera vez al borrego cimarrón de la región.

En sus últimos años, Píccolo continuó trabajando incansablemente, a pesar de su avanzada edad y problemas de salud. El 22 de febrero de 1729, a los 79 años, falleció en Loreto, convirtiéndose en el primer jesuita en morir en California. Su legado perdura no sólo en las misiones que fundó, sino también en el espíritu de respeto y comprensión que imprimió en su labor misionera.

A pesar de su enorme contribución, la figura de Francisco María Píccolo ha sido poco reconocida en la historia de Baja California. Su labor como explorador, evangelizador y defensor de los derechos indígenas merece ser rescatada del olvido. Píccolo no sólo fue un misionero; fue un hombre que, con fe y determinación, abrió caminos en un territorio desconocido y forjó relaciones de respeto y confianza con las comunidades nativas. Su vida es un testimonio de cómo la fe y el humanismo pueden transformar el mundo, incluso en los lugares más remotos y desafiantes.

Referencia bibliográfica:

Ponce Aguilar, Antonio (2016). Misioneros jesuitas en Baja California, 1683-1768.

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Pablo L. Martínez Márquez: Maestro, historiador y cronista de Baja California

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La Paz, Baja California Sur (BCS). La historia de Baja California Sur no podría entenderse sin el legado invaluable de Pablo L. Martínez Márquez, un hombre cuya pasión por el conocimiento y su compromiso con la educación y la historia marcaron profundamente a su tierra natal. Nacido el 11 de enero de 1898 en el poblado de Santa Anita, en el entonces Distrito Sur de Baja California, Martínez Márquez dejó un impacto imborrable en la cultura y educación de su región.

Desde temprana edad, Pablo demostró una dedicación excepcional a los estudios. Sus padres, José Martínez e Isabel Márquez, lo inscribieron en la escuela elemental del rancho La Playa, donde destacó como un alumno brillante. Más tarde, ingresó en la Academia para Maestros fundada por el profesor Vicente V. Ibarra en San José del Cabo, donde cursó sus estudios entre 1912 y 1915. Incluso, antes de finalizar su formación docente, en 1914 ya había sido designado Maestro de la Federación tras el triunfo del ejército maderista.

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La formación académica de Martínez Márquez no se limitó a la enseñanza básica. Estudió Geografía e Historia Universal, Latín y Raíces Griegas con el sacerdote italiano Celestino Grisciotti. Posteriormente, entre 1922 y 1924, estudió las materias del programa de la Escuela Normal de México bajo la dirección del educador poblano D. Pedro González Orduña. Con una sólida base educativa, inició su labor docente en diversos poblados como San Miguel de Comondú, San José del Cabo, Todos Santos y finalmente en la ciudad de La Paz.

Además de su compromiso con la enseñanza, Pablo L. Martínez tuvo una destacada participación en el periodismo. En 1927 fundó el periódico Labor omnia vincit en La Paz y El luchador en San José del Cabo. Más adelante, colaboró con la revista Adalid, dirigida por el profesor Jesús Castro Agúndez, y entre 1930 y 1933 dirigió el periódico Sudcalifornia.

Su contribución a la educación no se limitó a las aulas ni a las páginas impresas. En 1929 fundó y dirigió la Escuela Secundaria Número 14, que posteriormente llevaría el nombre de «José María Morelos y Pavón». Esta institución representó un paso crucial para que los jóvenes sudcalifornianos pudieran continuar sus estudios más allá de la primaria.

En 1937, Martínez Márquez se trasladó a la Ciudad de México, donde continuó su labor intelectual. Fue durante el mandato del general Agustín Olachea como gobernador de Baja California Sur cuando Pablo inició su trayectoria como historiador con la publicación de su obra Efemérides californianas. Este libro fue el primero de varios más que contribuyeron a la construcción de la memoria histórica de Baja California.

Legados históricos

Entre 1950 y 1952, dirigió en la capital del país la revista Baja California, en colaboración con Alfonso Landera Quijada. Más tarde, en 1953, se trasladó al Estado de Baja California por invitación del gobernador Braulio Maldonado Sández. Fue en esta etapa cuando publicó su obra El magonismo en Baja California (1958), donde defendió el papel de los hermanos Flores Magón en el levantamiento armado de 1911.

Su legado histórico alcanzó su máxima expresión con la publicación de Historia de Baja California, resultado de una extensa investigación entre 1954 y 1959. Este libro se convirtió en una referencia obligada para quienes desean comprender la evolución histórica de la península. Otra obra de gran relevancia fue la Guía familiar de Baja California, donde detalló el origen de los principales apellidos sudcalifornianos.

El 9 de enero de 1970, Pablo L. Martínez Márquez falleció en la Ciudad de México a los 72 años, víctima de una neumonía agravada por un estado avanzado de inanición. Sus restos fueron trasladados a San José del Cabo y, en 1990, fueron llevados a la Rotonda de los Sudcalifornianos Ilustres, donde hoy descansan como un símbolo de su legado.

El impacto de Pablo L. Martínez Márquez va más allá de sus libros o su labor en las aulas. Fue un visionario que entendió la importancia de preservar la memoria histórica de su tierra y garantizar el acceso a la educación para las futuras generaciones. Su vida y obra son un ejemplo de compromiso, perseverancia y amor por su comunidad. Sin duda, Martínez Márquez es y será recordado como uno de los grandes pilares culturales e históricos de Baja California Sur.

Bibliografía:

Sudcalifornianos Ilustres De La Rotonda. Vida y Obra De Manuel Márquez De León, Rosaura Zapata Cano, Domingo Carballo Félix, Jesús Castro Agúndez, Agustín Olachea Avilés, Ildefonso Green Ceseña y Pablo L. Martínez – Leonardo Reyes Silva

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Hernán Cortés: Explorador, conquistador y fundador de la Nueva España

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hernán Cortés, Marqués del Valle de Oaxaca, es una de las figuras más significativas en la historia de la exploración y la conquista del Nuevo Mundo. Nacido en 1485 en Medellín, Badajoz, Cortés fue un hombre visionario, cuyo genio militar y político sentó las bases para la construcción de una nueva nación: México. Su vida fue una combinación de astucia, ambición y determinación que lo llevó a enfrentarse a desafíos sin precedentes y a dejar una huella indeleble en la historia.

Hernán Cortés nació en el seno de una familia hidalga, aunque con recursos limitados. Su padre, Martín Cortés de Monroy, y su madre, Catalina Pizarro Altamirano, pertenecían a linajes respetados pero de modesta fortuna. Desde joven, Cortés mostró un carácter inquieto y una inclinación por la aventura. A los 14 años, fue enviado a Salamanca para estudiar leyes, pero su espíritu rebelde y su desinterés por la carrera jurídica lo llevaron a abandonar los estudios tras dos años. A pesar de no obtener el título de bachiller, Cortés adquirió conocimientos fundamentales en latín, leyes y gramática, habilidades que serían clave en su posterior éxito como líder y estratega.

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Tras regresar a Medellín, su vida tomó un giro inesperado. En busca de aventuras y nuevas oportunidades, Cortés decidió embarcarse hacia el Nuevo Mundo en 1504, a la edad de 19 años. Fue recibido en La Española, donde comenzó su carrera como colono y administrador, actividades que le proporcionaron una comprensión profunda de las dinámicas sociales y económicas en las colonias.

Primeros años en América

Durante 14 años, Cortés residió en La Española y posteriormente en Cuba. Allí, su talento administrativo y su habilidad para manejar situaciones complejas lo llevaron a ganar notoriedad entre los colonos. Participó en la conquista de Cuba bajo el mando de Diego Velázquez y fue designado secretario del tesorero de la expedición, encargándose de la administración del Quinto Real. Durante este periodo, acumuló riqueza y experiencia, estableciendo plantaciones y explotando minas de oro. Sin embargo, sus ambiciones lo llevaron a desear más que una vida de hacendado en las colonias.

En 1518, Diego Velázquez eligió a Cortés para liderar una expedición hacia el continente americano. Aunque su designación generó controversia debido a su falta de experiencia militar, Cortés demostró ser un líder visionario y estratega excepcional. Esta decisión marcaría el inicio de una de las epopeyas más extraordinarias de la historia: la conquista del Imperio Mexica.

La conquista del Imperio Mexica

En febrero de 1519, Cortés zarpó hacia las costas de Yucatán al frente de una expedición conformada por poco más de 500 hombres, 16 caballos, algunas piezas de artillería y cinco barcos. Su fuerza militar era modesta en comparación con los ejércitos que enfrentaría, pero su habilidad para forjar alianzas estratégicas con los pueblos indígenas fue clave para su éxito.

Al llegar a Tabasco, Cortés recibió a Malintzin, conocida como doña Marina, quien se convertiría en su intérprete, consejera y aliada. Malintzin no solo dominaba el náhuatl y las lenguas mayas, sino que también comprendía la estructura política y social del Imperio Mexica. Su papel fue crucial para que Cortés pudiera comunicarse con los pueblos indígenas y comprender las divisiones internas que debilitaban al imperio.

Cortés fundó la Villa Rica de la Vera Cruz como base de operaciones y rompió formalmente con Diego Velázquez al quemar sus naves, simbolizando su decisión de no regresar. Avanzó hacia el altiplano central, donde logró alianzas decisivas con los totonacas y los tlaxcaltecas, enemigos históricos de los mexicas. Estas alianzas proporcionaron refuerzos esenciales para su ejército y debilitaron la posición de Tenochtitlán, capital del Imperio Mexica.

El 8 de noviembre de 1519, Cortés y sus hombres entraron en Tenochtitlán, donde fueron recibidos por Moctezuma, el tlatoani mexica. Sin embargo, la tensión entre ambos grupos creció rápidamente. En mayo de 1520, tras un enfrentamiento entre los españoles y los mexicas, estalló una rebelión que obligó a Cortés a abandonar la ciudad en la conocida «Noche Triste». A pesar de las graves pérdidas sufridas, Cortés reorganizó a su ejército y, con el apoyo de sus aliados indígenas, emprendió una campaña para reconquistar Tenochtitlán.

El 13 de agosto de 1521, tras un asedio de tres meses, Tenochtitlán cayó en manos de los españoles. La victoria no solo fue un logro militar, sino también un triunfo político, ya que Cortés supo aprovechar las divisiones internas del imperio para consolidar su dominio. Con la caída de Tenochtitlán, se inició el proceso de construcción de la Nueva España.

Fundación de la Nueva España

Como gobernador y capitán general de la Nueva España, Cortés emprendió una serie de reformas y proyectos que sentaron las bases para la nueva sociedad. Fundó la Ciudad de México sobre las ruinas de Tenochtitlán, siguiendo un diseño urbano moderno. Estimuló el mestizaje como una forma de integrar a las comunidades indígenas y españolas, y promovió la evangelización con el apoyo de misioneros franciscanos.

Cortés también impulsó la economía mediante la agricultura, la ganadería y la explotación minera. Estableció plantaciones de caña de azúcar y trigo, desarrolló sistemas de riego y promovió el comercio entre las regiones conquistadas. Además, financió expediciones para explorar y expandir los territorios bajo su control, incluyendo las regiones del Pacífico y Baja California.

Últimos años y legado

En 1528, Cortés regresó a España para defender su posición ante la corte y buscar el favor del emperador Carlos V. Aunque recibió títulos nobiliarios y reconocimiento, perdió gran parte de su poder político en la Nueva España. Durante sus últimos años, enfrentó dificultades económicas y conflictos legales, pero continuó participando en expediciones y proyectos.

Cortés falleció el 2 de diciembre de 1547 en Castilleja de la Cuesta, Sevilla. Su muerte marcó el fin de una era, pero su legado perdura como uno de los personajes más influyentes en la historia de América. A través de su genio militar, visión política y ambición, Hernán Cortés no sólo conquistó un imperio, sino que también inició la construcción de una nueva nación que evolucionaría hasta convertirse en el México contemporáneo.

Cortés fue más que un conquistador: fue un arquitecto de cambio, un explorador que supo aprovechar las oportunidades y superar las adversidades para dar forma a un nuevo orden en el Nuevo Mundo. Aunque su figura es objeto de debate, su impacto en la historia es innegable. Su vida y obra reflejan la complejidad de un hombre que, con determinación y visión, transformó el curso de la historia y sentó las bases para una nueva nación.

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La expulsión de los Jesuitas: Adiós a una Era en Loreto y la Antigua California

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La Paz, Baja California Sur (BCS). El 17 de diciembre de 1767 marcó un parteaguas en la historia de la península de California. El gobernador Gaspar de Portolá llegó a Loreto con la misión de ejecutar la orden real de expulsar a los jesuitas, quienes durante 70 años habían establecido y administrado un sistema misional que transformó profundamente la región. Este suceso representó no sólo el fin de una era religiosa, sino también el inicio de una nueva etapa política y social influenciada por las Reformas Borbónicas de la Corona Española.

La historia de la presencia jesuita en California comenzó en 1697, con la fundación del Real Presidio de Loreto por Juan María de Salvatierra. Este fue el primer asentamiento permanente en la región y se convirtió en el epicentro de las actividades misioneras y colonizadoras. Enfrentándose a enormes desafíos, desde un entorno hostil hasta la escasez de recursos, los jesuitas lograron fundar 17 misiones que sentaron las bases para la evangelización de los indígenas y el aprovechamiento de los recursos naturales.

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Durante su estancia, los jesuitas introdujeron prácticas agrícolas, ganaderas y artesanales, como la elaboración de vino, el curtido de pieles y la cestería. Estas enseñanzas no sólo enriquecieron la dieta y las actividades económicas de los pueblos originarios, sino que también dejaron un legado que, siglos después, aún puede observarse en las tradiciones y prácticas de los descendientes de esas comunidades.

Sin embargo, la misión jesuita no estuvo exenta de críticas. La implementación de reducciones misionales trajo consigo la aculturación de los indígenas y la propagación de enfermedades europeas, como la sífilis, el sarampión y la viruela, que diezmaron a la población nativa. A pesar de estos efectos negativos, los jesuitas desempeñaron un papel central en la integración de la península al dominio español y, posteriormente, al desarrollo de lo que hoy conocemos como Baja California.

El contexto de la expulsión

La expulsión de los jesuitas fue consecuencia directa de los cambios políticos y económicos que se vivían en Europa a mediados del siglo XVIII. España, bajo el reinado de Carlos III, se encontraba en una crisis financiera debido a las guerras y al sostenimiento de una corte extravagante. En este contexto, la doctrina del regalismo cobró fuerza, promoviendo el control estatal sobre los bienes eclesiásticos y justificando la intervención del Estado en las iglesias nacionales.

Para Carlos III, la expulsión de los jesuitas representaba una oportunidad para consolidar su poder y obtener recursos económicos a través de la desamortización de los bienes de la orden. En 1767, el visitador José de Gálvez fue comisionado para implementar las Reformas Borbónicas en la Nueva España, que incluían la expulsión de los jesuitas de todos los territorios bajo dominio español. Mientras la orden se ejecutó rápidamente en el centro y sur del virreinato, la lejanía de las misiones californianas retrasó su implementación hasta finales de ese año.

La llegada de Gaspar de Portolá

Gaspar de Portolá, recién nombrado gobernador, desembarcó en el puerto de San Bernabé el 30 de noviembre de 1767, acompañado de un contingente de soldados. Aunque existía la preocupación de que los jesuitas pudieran resistirse a abandonar sus misiones, esto no ocurrió. De manera discreta, Portolá se dirigió a Loreto, llegando el 17 de diciembre, donde comunicó la orden real al sacerdote encargado de las misiones jesuitas en California.

El proceso de expulsión de los jesuitas se llevó a cabo con orden y respeto. Los misioneros de las 14 misiones diseminadas por la península fueron convocados al Real Presidio de Loreto. El 3 de febrero de 1768, los jesuitas se despidieron de la comunidad que habían servido durante décadas. Por la mañana, el padre Retz celebró una misa solemne en la que comulgó toda la población. Más tarde, el padre Hostel, conmovido tras 33 años de servicio en la región, organizó una emotiva ceremonia en honor a la Virgen de los Dolores, pidiendo su protección para los misioneros y los habitantes que quedaban atrás.

Esa misma noche, los jesuitas abordaron el navío La Concepción. Aunque el embarque se planeó en la oscuridad para evitar tumultos, la playa de Loreto se llenó de personas que acudieron a despedirlos. El gobernador Portolá, conmovido por las muestras de cariño hacia los religiosos, no pudo contener las lágrimas. Finalmente, al amanecer del 4 de febrero, el barco zarpó, marcando el fin de la era jesuita en California.

La partida de los jesuitas no significó el abandono de las misiones californianas. Apenas un mes después, el 14 de marzo de 1768, un grupo de 15 franciscanos, liderado por Junípero Serra, salió de San Blas, Nayarit, con destino a Loreto. Esta nueva orden religiosa de los franciscanos asumió la responsabilidad de las misiones ex jesuíticas, garantizando la continuidad del proyecto evangelizador y cultural en la región.

Reflexiones sobre el fin de una Era

La expulsión de los jesuitas marcó el cierre de un capítulo significativo en la historia de California. Durante siete décadas, estos religiosos habían enfrentado desafíos extremos para establecer un sistema misional que transformó la vida en la península. Su legado incluye la introducción de nuevas prácticas agrícolas y artesanales, así como la creación de comunidades que sirvieron de base para el desarrollo posterior de la región.

Sin embargo, la partida de los jesuitas también simbolizó las tensiones entre los intereses políticos y religiosos de la época. Mientras Carlos III consolidaba su poder a expensas de la orden religiosa, las misiones californianas pasaron a manos de los franciscanos, quienes continuarían el trabajo iniciado por sus predecesores.

Hoy, más de 250 años después, este episodio sigue siendo un recordatorio de cómo las decisiones políticas y económicas en Europa tuvieron un impacto profundo en las vidas de quienes habitaban tierras lejanas como California. Loreto, el corazón de la Antigua California, atestiguó un momento que cambió el curso de su historia y dejó un legado que aún resuena en las tradiciones y la identidad de la región.

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