La última batalla del General José Antonio Mijares en San José del Cabo

FOTOS: Modesto Peralta Delgado | IA.

Vientos de Pueblo

José Luis Cortés M.

 

San José del Cabo, Baja California Sur (BCS). En el susurro constante de los vientos que abrazan Baja California Sur, viaja una historia que se niega a desvanecerse entre las arenas del tiempo: la última batalla del General José Antonio Mijares en San José del Cabo. Fue un episodio que no solo defendió un territorio, sino que talló en la memoria el espíritu inquebrantable de un pueblo ante la adversidad. ¿Qué ocurrió aquel día? ¿Quién fue este hombre que apostó su vida por la patria? Y, sobre todo, ¿por qué su sacrificio sigue latiendo en el corazón de Los Cabos?

Era el 22 de enero de 1848. En plena Guerra de Intervención Estadounidense, San José del Cabo despertó como escenario de un combate decisivo. Las tropas estadounidenses, con su abrumadora superioridad en número y armas, avanzaban para adueñarse de la península. Frente a ellos, el General Mijares, un hombre curtido por la experiencia y guiado por un amor profundo a su tierra, se alzaba al mando de un puñado de soldados y voluntarios locales. La defensa era desigual, pero la convicción les infundía un coraje que ninguna metralla podía abatir.

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Mijares comprendía que aquella batalla no solo se libraba con pólvora, sino con la dignidad de un territorio distante y, tantas veces, olvidado por el centro del país. Defender San José del Cabo significaba resistir el olvido, sostener en alto la soberanía y la identidad. Y resistió. Resistieron todos. Pero el destino guardaba un precio: el General cayó en combate, ofrendando su vida para que el fuego de la esperanza no se extinguiera.

Los testimonios de la época evocan la valentía de aquellos hombres que, pese a la desventaja, retrasaron el avance enemigo y protegieron a su gente. La muerte de Mijares se volvió faro y semilla: símbolo de un heroísmo que trasciende generaciones. Hoy, su nombre recorre calles y plazas, y cada monumento que lo recuerda susurra al oído de quien pasa que la libertad solo florece donde hay coraje y unión.

¿Qué significado tiene esta historia para quienes hoy habitan Los Cabos? En un presente atravesado por la desigualdad y los desafíos cotidianos, el ejemplo de Mijares invita a reflexionar sobre la fuerza de la solidaridad y la necesidad de defender lo que es justo. La memoria no es un eco que se apaga en los libros: es viento de pueblo que empuja a enfrentar las nuevas batallas con el mismo tesón.

Porque San José del Cabo sigue librando combates distintos, pero no menos urgentes: la desigualdad en el acceso al agua, la presión del turismo que amenaza la esencia local, la lucha por conservar una identidad que no puede disolverse entre resorts y palmeras. En colonias populares y rancherías, el agua sigue siendo promesa, no derecho, y la justicia social se construye día tras día, como en la trinchera donde Mijares ofrendó su vida.

La defensa de aquel enero y la vida del General son un llamado: un susurro firme que nos invita a no rendirnos. Porque la memoria es semilla que, cuando se cuida, germina en dignidad. Preservar el sitio de la batalla, narrar su historia en las aulas y en los hogares, transmitirla como se transmiten los sueños más preciados: eso es resistir también.

Este relato, tejido con las voces que no se cansan de contar y la verdad que reposa en los archivos del tiempo, nos recuerda que la historia es presente. Que cada pueblo lleva en sus vientos la fuerza de su propio destino. La última batalla del General José Antonio Mijares no fue solo un enfrentamiento armado: es la metáfora viva de la resistencia y la esperanza que siguen soplando entre los muros, las calles y los corazones de San José del Cabo.

¿Quién fue, en verdad, José Antonio Mijares? ¿Qué legado dejó en este rincón del Sur? ¿Cómo podemos sostener su valentía para enfrentar nuestras propias batallas? Las preguntas, nacidas del ayer, siguen hoy como antorchas encendidas que nos invitan a no renunciar a la justicia ni al amor por nuestra tierra.

Porque en cada ráfaga que recorre Baja California Sur, también deben soplar la memoria y la esperanza de un pueblo que, pese a todo, no olvida ni se rinde.

 

Fuentes consultadas:

Archivo General de la Nación, México, sección Baja California Sur.

Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM).

Museo Regional de Baja California Sur, San José del Cabo.

Testimonios y relatos orales de habitantes de Los Cabos, 2024.

Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), Informe 2020.

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La historia de Rosaura Zapata Cano: Educadora de la nación

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nació el 23 de noviembre de 1876 en la ciudad de La Paz, ubicada en el entonces Territorio Sur de Baja California, hoy estado de Baja California Sur. Fue la hija primogénita de una familia marcada tanto por el rigor de la disciplina militar como por la fortaleza del carácter femenino. Su padre fue el capitán Claudio Zapata, quien en 1877 ocupó el cargo de jefe de armas de Baja California, posición que le confería un estatus de alta jerarquía dentro del aparato militar de la época. Su madre, Elena Cano Ruiz, era originaria del poblado de Mulegé, también en el Territorio Sur de Baja California.

Rosaura creció al lado de sus hermanos: Elena Zapata, con quien compartiría más adelante misiones educativas internacionales, y Enrique Zapata, del cual hay escasa información en los registros biográficos disponibles. La familia vivió los efectos de la movilidad militar, pues la figura paterna, por su actividad castrense, estaba frecuentemente ausente, situación que marcó la infancia de la joven Rosaura. Esta ausencia obligó a madre e hija a trasladarse a la Ciudad de México cuando Rosaura tenía apenas 3 años, con el objetivo de reunirse con el capitán Zapata y establecer una vida más estable en la capital del país.

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En la capital de la República, Rosaura recibió su formación básica y media superior. En 1898, ingresó a la Escuela Nacional para Profesores y, un año después, en 1899, obtuvo su título de profesora de educación primaria, siendo una de las pocas mujeres de su tiempo que accedían a una carrera profesional, en una época en la que la educación superior para las mujeres aún era restringida en México. Más adelante, impulsada por un deseo profundo de perfeccionamiento intelectual, cursó Psicología Educativa y Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de México, institución que posteriormente sería conocida como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Formación internacional y fundación del preescolar en México

Su carrera dio un giro definitivo en 1902, cuando fue seleccionada por el gobierno porfirista para emprender una misión pedagógica al extranjero. Este nombramiento fue parte de una estrategia impulsada desde la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, liderada por Justo Sierra, con el fin de consolidar un sistema educativo nacional de inspiración moderna y científica.

Ese mismo año, Rosaura Zapata y su hermana Elena, junto con otras destacadas educadoras, viajaron a San Francisco, Nueva York y Boston con el objetivo de estudiar el funcionamiento de los «Kindergartens» o escuelas de párvulos, que representaban una innovación educativa aún desconocida en gran parte del continente americano. Este viaje marcó el inicio de una etapa formativa fundamental en la vida de la profesora Zapata.

Su preparación no se limitó a Estados Unidos. En calidad de misionera pedagógica del gobierno mexicano, entre 1902 y 1906, Rosaura Zapata fue enviada a Europa para observar y estudiar los sistemas de enseñanza preescolar más avanzados del momento. Durante esta estancia académica, visitó jardines de niños en Alemania, Francia, Bélgica, Suiza e Inglaterra, donde profundizó en las teorías y métodos de los grandes pedagogos Johann Heinrich Pestalozzi y Friedrich Fröbel, cuyas filosofías educativas se centraban en el juego como medio de aprendizaje, el desarrollo integral del niño y la importancia del entorno en el proceso formativo.

Regresó a México en 1904, acompañada de la también educadora Estefanía Castañeda, con quien compartía una visión progresista de la infancia. Ambas mujeres fueron designadas directoras de los dos primeros jardines de niños del país: Zapata estuvo al frente del jardín «Enrique Pestalozzi», ubicado en la esquina de las calles de Sor Juana Inés de la Cruz y Chopo, mientras que Castañeda dirigió el «Federico Froebel», en Paseo Nuevo No. 92.

Estos jardines no sólo representaban una innovación pedagógica, sino un acto de transformación social. Se trataba de crear un espacio nuevo para la niñez mexicana: uno que no replicara el modelo escolar rígido, sino que propiciara el juego, la creatividad, la socialización, el desarrollo emocional y físico en una atmósfera de libertad guiada por normas de convivencia. Zapata elaboró programas, diseñó materiales didácticos, ideó juegos, seleccionó libros y capacitó a las primeras generaciones de educadoras que habrían de formar parte de este naciente sistema nacional de enseñanza preescolar.

El desafío era monumental. A principios del siglo XX, México era un país profundamente desigual. Muchas familias vivían en condiciones de pobreza extrema y apenas podían sostener la educación primaria de sus hijos. A ello se sumaba la escasa valoración del juego como herramienta pedagógica y la idea todavía dominante de que las mujeres debían dedicarse únicamente al hogar. En este contexto, el proyecto de los jardines de niños enfrentó resistencias culturales, sociales y políticas. Sin embargo, la perseverancia, inteligencia táctica y liderazgo pedagógico de Rosaura Zapata permitieron que la semilla germinara, y que, en pocos años, la educación preescolar comenzara a tener una presencia real en las principales ciudades del país.

En 1907, con el propósito de difundir y debatir la doctrina pedagógica de los jardines de niños, fundó la revista Kindergarten, la primera en su género en México. En este medio publicó diversos artículos en los que explicaba la importancia de la educación temprana como base del desarrollo de la personalidad y la inteligencia infantil. Más adelante también colaboró en la revista El Maestro, publicación promovida por José Vasconcelos durante su gestión en la Secretaría de Educación Pública.

Para 1910, la maestra Zapata ya era una figura reconocida en los círculos educativos de la capital. Fue invitada a impartir clases en la Escuela Normal para Maestras, donde dictó un curso especial sobre Metodología del Kindergarten, basado en sus experiencias adquiridas en Europa. Esta cátedra tuvo un enorme impacto en la profesionalización de las futuras educadoras del país, ya que, hasta entonces, la pedagogía infantil apenas era tratada de forma marginal en los programas de formación docente.

Sin embargo, La Revolución Mexicana (1910–1921) vino a alterar el rumbo de sus esfuerzos. El país se sumió en el caos político y social, lo que obligó a muchas instituciones educativas a suspender actividades. Aun así, Zapata no detuvo su labor: en 1915, fue localizada en el puerto de Veracruz, donde logró convencer a Venustiano Carranza, jefe del Ejército Constitucionalista, de la importancia de su proyecto educativo. Con su apoyo y el del entonces gobernador del estado, general Cándido Aguilar, fundó el jardín de niños “Josefa Ortiz de Domínguez”, el primero en la entidad y uno de los primeros fuera de la capital.

Activismo pedagógico y expansión nacional

Posteriormente, ya en la etapa posrevolucionaria, la profesora Zapata sería clave en la articulación del nuevo proyecto educativo nacional impulsado por la Secretaría de Educación Pública, creada en 1921. En 1926, fue designada Inspectora de los Jardines de Niños del Distrito Federal. Dos años después, en 1928, alcanzó el cargo de Inspectora General de Jardines de Niños, desde el cual instauró el sistema nacional de enseñanza preescolar. Su labor fue crucial para establecer un marco institucional que permitió llevar este nivel educativo a zonas rurales, comunidades indígenas y regiones apartadas del país, incluyendo el Valle del Mezquital, donde también se abrieron jardines gracias a su gestión.

A través de sus recorridos por el país, entre riscos, planicies y comunidades marginadas, la maestra Zapata promovió la apertura de jardines de niños y la capacitación continua del personal docente. Organizó cursos de formación y actualización en distintos Estados, y logró la creación del Instituto de Información Educativa Preescolar, cuya finalidad era unificar los criterios pedagógicos de las educadoras, mejorar su nivel técnico y asegurar una educación de calidad para los niños y niñas de México.

Convencida de que la educación debía iniciarse en la primera infancia y que era responsabilidad del Estado asegurar esa formación, participó activamente en congresos internacionales. Destaca su presencia en los Congresos Panamericanos del Niño, particularmente en el celebrado en 1942 en Washington, donde sus propuestas y conocimientos fueron ampliamente reconocidos.

En 1949, su prestigio traspasó fronteras cuando fue nombrada miembro del Consejo Directivo de la Organización Mundial para la Educación Preescolar, con sede en París. Este nombramiento fue un reconocimiento internacional a su liderazgo pedagógico, su visión de futuro y su incansable labor a favor de la infancia latinoamericana.

Reconocimiento institucional y consolidación de su legado

En 1948, le fue conferida la medalla por 30 años de servicio, y posteriormente, en 1952, recibió la medalla Ignacio Manuel Altamirano, galardón que distingue a los docentes con más de cinco décadas de trayectoria ejemplar en la labor educativa. Estos reconocimientos fueron otorgados en el marco de un sistema educativo que, gracias en gran parte a sus aportes, había asumido la educación inicial como una política de Estado.

Pero el mayor homenaje institucional llegó el 3 de enero de 1953, cuando el presidente Adolfo Ruiz Cortines expidió el decreto que instauraba la medalla Belisario Domínguez, destinada a premiar a los mexicanos que se hubieran distinguido por su virtud o ciencia en grado eminente, al servicio de la patria o de la humanidad. En 1954, el Senado de la República entregó por primera vez dicho reconocimiento, y la maestra Rosaura Zapata Cano fue la primera mujer en recibir tan alta distinción, en reconocimiento a su incansable labor a favor de la educación preescolar en México.

La entrega de la medalla Belisario Domínguez fue solo un acto protocolario y una restitución simbólica a una mujer cuya vida entera había sido dedicada al servicio público sin buscar prestigio personal ni ascenso político. Se trataba de reconocer a una ciudadana que, sin haber ocupado cargos de poder, había transformado la estructura educativa del país con trabajo metódico, ideas firmes y una voluntad de hierro.

En esos años, su influencia no se limitaba al ámbito nacional. Rosaura Zapata fue miembro del Consejo Directivo de la Organización Mundial para la Educación Preescolar, con sede en París, y asesora técnica en instituciones educativas de América Latina. Estas participaciones internacionales confirmaban que su modelo era replicable más allá de México, y que su visión sobre el desarrollo integral de la niñez tenía pertinencia universal.

Además de sus aportaciones pedagógicas y su gestión institucional, Zapata desarrolló un profundo interés por el desarrollo cultural de la infancia. Organizó una Exposición internacional de juguetes, cuyo acervo parcial fue donado al Museo Infantil de Santa Rosa en Washington, D.C., con la intención de fomentar la curiosidad, la creatividad y la apreciación intercultural en los niños mexicanos.

En su papel de líder educativa, también fue impulsora de proyectos de bienestar infantil. En 1955, preocupada por la salud física y emocional de los infantes, encabezó una Campaña nacional para crear parques infantiles, y promovió las llamadas Brigadas de alegría, que incluían funciones de teatro, educación física, actividades ambientales y recreación comunitaria. Estas acciones cimentaron la idea de que el juego no era solo esparcimiento, sino una herramienta pedagógica crucial para formar ciudadanos sanos, empáticos y creativos.

A lo largo de su vida, también dejó una importante obra escrita, con títulos como: Cuentos y conversaciones para jardines de niños y escuelas primarias (1920), Técnica de educación preescolar, La educación preescolar en México (1951), Teoría y práctica del jardín de niños (1962), Rimas para jardines de niños y Cantos y juegos para kindergarten. Estas publicaciones fueron empleadas durante décadas como textos fundamentales en la formación de educadoras y en las aulas preescolares del país.

A pesar de sus logros, fue una mujer discreta en su vida personal. No contrajo matrimonio ni tuvo hijos. Su vida transcurrió en silencio público, sin ostentación, dedicada exclusivamente a su vocación. Su hogar en San Ángel, Ciudad de México, fue testigo de innumerables jornadas de reflexión pedagógica, lectura, escritura y contacto con jóvenes educadoras que acudían a ella en busca de consejo y guía.

Humanismo, cultura infantil y visión de futuro

Desde sus primeros años como educadora, y durante más de medio siglo de servicio activo, cultivó una visión integral del desarrollo infantil: física, emocional, intelectual y social. Su pedagogía fue inseparable de una ética del cuidado, una convicción profunda en la dignidad del niño y una apuesta por la construcción de un país más justo y consciente a través de la educación de sus ciudadanos más pequeños.

Rosaura Zapata entendía al niño no como un adulto en miniatura, sino como un ser completo, dinámico, con una estructura afectiva y cognitiva particular, que requería espacios, lenguajes, materiales y tiempos propios. En un México de principios del siglo XX, aún marcado por el autoritarismo y la rigidez escolar, ella defendió la idea de una educación libre, creativa y afectiva, que partiera de la experiencia lúdica y respetara los ritmos naturales del desarrollo infantil. En sus programas, textos y materiales, propuso siempre ambientes en los que el aprendizaje surgiera del juego, de la curiosidad, del trabajo manual, del canto, del ritmo, de la observación del entorno, y de las interacciones solidarias entre los niños.

Uno de los aspectos más sobresalientes de su propuesta pedagógica fue la articulación del juego como eje formativo. Rosaura Zapata no concebía el juego como una simple distracción, sino como un medio para que el niño se expresara, se comunicara, desarrollara su motricidad, su imaginación, sus habilidades sociales y sus capacidades cognitivas. En sus libros, como Cantos y juegos para kindergarten, Rimas para jardines de niños y Cuentos y conversaciones para jardines de niños, plasmó no sólo su experiencia de campo, sino también una filosofía de fondo que valoraba el arte, la ternura y la alegría como motores esenciales del aprendizaje.

En este sentido, la maestra Zapata no sólo formaba a los niños, también formaba a las educadoras. Concibió la tarea docente como una misión ética que requería sensibilidad, disciplina, preparación académica y, sobre todo, una vocación comprometida con el alma de los infantes. Fue incansable en sus esfuerzos por capacitar a maestras en todos los rincones del país, y fundó el Instituto de Información Educativa Preescolar para profesionalizar la labor de las educadoras, unificando criterios pedagógicos y promoviendo la mejora continua del magisterio infantil.

Desde su profunda sensibilidad social, Rosaura Zapata también asumió una postura crítica frente a las condiciones de vida de los infantes en comunidades rurales y marginadas. Por ello, su trabajo no se concentró en los salones académicos de la capital, sino que se desplegó entre riscos y planicies, como solía decirse, llevando su proyecto educativo a zonas de pobreza extrema, como el Valle del Mezquital, o a regiones apartadas donde nunca antes se había pensado en un jardín de niños. Con una vocación que rozaba lo misionero, recorrió el país sembrando aulas, formando maestras y tejiendo redes solidarias entre familias, autoridades locales y docentes.

Para ella, el niño mexicano debía crecer en una atmósfera de libertad guiada por la bondad, la verdad y la belleza. Su pedagogía era, en el fondo, una ética del porvenir: una educación que instruye y forma personas íntegras, sensibles, solidarias y capaces de transformar su entorno. En su visión, la escuela preescolar era un espacio donde se cultivaba la semilla de la ciudadanía, donde los niños aprendían a convivir, a expresarse, a respetar, a imaginar y a construir esperanza.

Legado en la memoria y en el cine

La obra de María Rosaura Zapata Cano trascendió el ámbito educativo para instalarse en la memoria histórica, la cultura popular y hasta en el imaginario cinematográfico nacional, donde su figura fue simbólicamente representada como emblema de la maestra mexicana: justa, fuerte, y revolucionaria.

Una de las representaciones más notables de su figura aparece en la película Río Escondido (1947), dirigida por Emilio “El Indio” Fernández, con guion de Mauricio Magdaleno y fotografía de Gabriel Figueroa, tres pilares de la época de oro del cine mexicano. En esta obra se presenta a María Félix interpretando a Rosaura Salazar, una joven maestra enviada por órdenes del presidente de la República a un recóndito pueblo del norte del país, para llevar la luz de la educación a una comunidad dominada por la injusticia y el caciquismo.

Aunque la película no constituye una biografía formal, el paralelismo entre Rosaura Salazar y Rosaura Zapata Cano es innegable. El personaje de la maestra, cuya aparición inaugural ocurre en el Palacio Nacional frente a los murales de Diego Rivera, lleva el nombre “Rosaura” en evidente homenaje a la educadora sudcaliforniana. Su misión de enseñar en condiciones adversas, su férrea determinación, su entrega silenciosa y su confrontación con el poder tiránico, evocan la lucha real de Zapata Cano en la construcción del sistema de jardines de niños en México, muchas veces enfrentando el desdén institucional, el abandono de las comunidades rurales o la incomprensión social del valor de la educación preescolar.

Fallecimiento

En mayo de 1963, durante los festejos del Día del Maestro, cuando ya su salud se encontraba debilitada por la edad, un grupo de niños acudió a su casa para cantarle en honor a su trayectoria. Fue un acto espontáneo y profundamente emotivo. Los cánticos infantiles, portadores de esperanza y gratitud, conmovieron a la maestra hasta las lágrimas. Meses después, el 23 de julio de 1963, falleció en la Ciudad de México, a los 87 años de edad. Sus restos fueron enterrados en el Panteón Jardín, y en 1986 fueron trasladados a su tierra natal, para reposar en la Rotonda de los Sudcalifornianos Ilustres, en La Paz.

Con su muerte, culminó una vida que no tuvo otro propósito que educar, formar y transformar. Pero su legado permanece vivo no sólo en las miles de escuelas que llevan su nombre, sino también en la estructura misma del sistema educativo nacional. Rosaura Zapata Cano no solo fundó jardines de niños: fundó la noción misma de que la infancia es un asunto público, una responsabilidad del Estado, y una prioridad nacional.

 

Referencias:

Rosaura Zapata Cano, pionera de la educación preescolar en México

https://www.elem.mx/autor/datos/1152

https://es.wikipedia.org/wiki/Rosaura_Zapata

http://biblio.juridicas.unam.mx

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La cárcel del pueblo de Mulegé

FOTO: Noé Peralta Delgado.

Explicaciones Constructivas

Noé Peralta Delgado

 

Ciudad Constitución, Baja California Sur (BCS). Las cárceles en el mundo y en México, a veces son sinónimos de siniestros centros de detenciones y privaciones de libertad de personas que cometieron delitos; vienen a nuestra mente tratos inhumanos e infames, donde hacia el exterior no salía nada de información sobre abusos cometidos por la autoridad.

Aunque pocas, pero sí hay y hubo cárceles, donde la vida de los prisioneros es muy apacible y que lograban una rehabilitación muy sana. En México se ha documentado mucho sobre el centro penal ubicado en las islas Marías que en un inicio se creó para ser de máxima seguridad, pero conforme fue pasando el tiempo se hizo una cárcel tipo hogar para los reclusos, donde hasta podían vivir con familia y trabajar de manera libre por toda la isla, pero sin fugarse.

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En Baja California Sur, y en plena etapa de La Revolución Mexicana de 1910, el gobierno centralista del general Porfirio Díaz no existía constitucionalmente, y el gobierno del entonces Territorio, quedaba a cargo de generales nombrados desde la capital del país. En ese tiempo toda la península de Baja California estaba constituido, como un territorio único, denominado Territorio de Baja California, tan lejos del centro y tan deshabitado, que los gobernantes traídos desde el centro mostraban poco interés en la región.

El 18 de julio de 1894, llegó como gobernador del territorio de Baja California, el general Agustín Sanginés Calvillo, oriundo del pueblo de Teotitlán, Oaxaca. Venía a hacerse cargo principalmente de la partida Sur del enorme territorio y que era el que poseía las poblaciones más importantes en población. Hay que recordar que en aquel tiempo la partida Norte (así se le denominaba), era básicamente despoblado, comparado con la partida Sur, y que la capital estaba en el pueblo de La Paz.

No se sabe exactamente la fecha, pero se cree que, en el año de 1900, el general Sanginés, por órdenes de Porfirio Díaz, empezó con la construcción de una cárcel en el Heroico Pueblo de Mulegé, y es que aquí se había hecho una defensa de la soberanía nacional contra la intervención estadounidense en el año de 1847, y era un punto estratégico a media península.

La idea de construir la cárcel, era porque en esa época ya se vivía la efervescencia de la revolución, y al mismo tiempo se pretendía proveer de una guarnición militar que defendiera la escasa población del lejano territorio de la Baja California. Para el año de 1910, ya estaba en funciones la cárcel, y se construyeron dos áreas:

Un patio interno de 12.50 x 12.50 metros, que a su vez estaba rodeado por celdas de 1.50 x 2.50, y estaban reservadas para los reos más peligrosos. Esta parte se construyó con ladrillo recocido y la única comunicación hacia el exterior era una pequeña reja hacia el lado sur, y que estaba fuertemente custodiada por los guardias.

La segunda parte consistía una construcción hecha a base de piedra en muros y paredes de casi un metro de grosor, para evitar alguna embestida desde el exterior; porque serviría también como un cuartel militar en caso necesario. Esta parte mide 35.00 x 35.00 metros y cubría completamente el patio interior, y en paredes contiguas con dicho patio interno, se formaban celdas que servían para los presos menos peligrosos; y hacia el lado sur ya fuera del complejo se construyó una pequeña franja adjunta, que serviría como oficinas, cocina y sobre todo el acceso controlado hacia el interior.

Desde el exterior, se apreciaban cuatro torres en sendas esquinas, y que servían de vigilancia tanto para dentro como fuera del inmueble. La ubicación de la cárcel era privilegiada, porque estaba en una media loma, donde se aprecia todo el arroyo de Mulegé y todo el pueblo; incluso está a una distancia de casi 3 km de la playa, haciéndolo seguro de un posible ataque desde el golfo de California.

Una fuga frustrada

Volviendo a la historia de su funcionamiento, se tuvo que, al estallar La Revolución Mexicana, este edificio ya sirvió de modo efectivo para lo que fue construido, y es que en la región del estero del pueblo de Mulegé, se abastecían los barcos que navegaban por el golfo de California y a su vez, los pocos productores del interior, principalmente La Purísima y San José de Comondú, vendían dátiles y uva pasa.

Para el año de 1912, empezaron a recluir a los primeros reos que fueron aumentando en número por la situación política del país, en donde la mayoría eran presos políticos contrarios al sistema. Y también algunos eran recluidos por homicidios o robos menores.

En visita reciente que tuve al lugar, la encargada del inmueble nos comentó que la cárcel se cerró en la década de los 60 y de manera paulatina, o sea que era el lugar donde aún había algunos reos desde el lejano valle de Santo Domingo que esperaban cumplir su condena.

Lo interesante de esta cárcel, es que al ser de poca población carcelaria, y sobre todo tener condiciones muy inhóspitas hacia alrededor, era prácticamente una ¨aventura¨ escaparse. Y según se cuenta, sí hubo un solo intento de fuga de un preso de mediana peligrosidad, que al ver la poca vigilancia y sobre todo las ligeras medidas de seguridad, se animó a escaparse hacia la sierra aledaña. Debió haber sido en temporada veraniega la fuga, ya que según se cuenta como anécdota, mandaron al mejor jinete a recapturarlo, qué a pesar de ir bien armado, cuando encontró al reo fugado y perdido, éste le pidió que lo llevara de regreso a la prisión, porque estaba muy deshidratado y con mucha hambruna. Sin duda, buena historia para uns película.

Con el crecimiento de otros centros de población del ya Estado constitucional de Baja California Sur, el pueblo de Mulegé parece que se detuvo en el tiempo; la cabecera del recién creado municipio de Mulegé se instaló en el pueblo de Santa Rosalía, con más población y más actividad económica. Con el pueblo, la emblemática e histórica cárcel de Mulegé, quedó en el abandono, hasta que el gobierno estatal a través de la dirección de cultura, lo convirtió en museo.

Una buena parte de la historia de la península de Baja California, está en esta cárcel de Mulegé; y si tiene oportunidad visítela, y sea testigo directo de cómo vivían los presos y siéntase como uno de ellos, y sin mucha diferencias, porque puede salir también a disfrutar el hermoso y heroico pueblo de Mulegé. La cárcel está ubicada en las coordenadas de 26º 53´ 31.09¨ Norte y 111º 58´ 55.73¨ Oeste, y el pueblo de Mulegé cuenta con una población de 3 mil 834 habitantes, según censo de 2020.

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Premian en Zacatecas al Dr. Sealtiel Enciso Pérez, en los XVIII Juegos Florales

FOTOS: Cortesía.

Colaboración Especial

CULCO BCS

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En el marco de las festividades dedicadas al natalicio y aniversario luctuoso del poeta Ramón López Velarde, se llevó a cabo la ceremonia de premiación de los XVIII Juegos Florales Ramón López Velarde, uno de los certámenes literarios más emblemáticos del país. En esta edición 2025, el galardón en la categoría de Narrativa fue otorgado al Dr. Sealtiel Enciso Pérez, destacado escritor originario de Baja California Sur.

El jurado otorgó el reconocimiento al Dr. Enciso Pérez por un conjunto de cinco cuentos contenidos en un manuscrito de 60 cuartillas, que reinterpretan creativamente pasajes de los antiguos textos misionales. Con una prosa pulida y una mirada contemporánea, el autor logró reconstruir estos episodios desde una perspectiva narrativa fresca y profunda, cumpliendo a cabalidad con las bases y objetivos del certamen.

La distinción no sólo resalta la calidad literaria del trabajo presentado, sino que también marca un precedente en la historia del certamen, al convertirse el Dr. Enciso Pérez en el primer sudcaliforniano en obtener este prestigioso premio.

Durante su intervención, el autor expresó su profundo compromiso con su tierra natal y dedicó el galardón a Baja California Sur, extendiendo una invitación a los escritores y poetas de su estado para participar activamente en futuras ediciones del concurso y en el festival cultural que lo acompaña.

Asimismo, hizo un llamado a sumarse al espectáculo lópez velardeano, una celebración que año con año transforma a Jerez en un punto de encuentro para la palabra escrita, el arte y la memoria del autor de La suave patria, conmemorado cada junio por su nacimiento el día 15 y su fallecimiento el 19.

La jornada fue testigo de la vitalidad literaria que aún emana de la figura de López Velarde y de la relevancia de estos Juegos Florales como plataforma de impulso para las nuevas voces narrativas del país.




Martha Reyes: Abrazada por la historia, impulsada por la ciencia (I)

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Era uno de esos sábados en los que el sol parece tener buen humor. Al llegar al café donde habíamos quedado, la primera en saludarme fue la sonrisa amplia de la doctora Martha Reyes, que me recibió con una frase tan simpática que no pude evitar soltar una risa. Desde ese primer instante supe que la conversación iba a fluir como buen café recién servido. Ella es Doctora en Ciencias en Uso, Manejo y Preservación de los Recursos Naturales (sí, un título tan largo como su currículum), se especializó en Inmunología y Nutrición, dos palabras que juntas suenan a defensa personal celular con una dieta balanceada. No conforme con eso, realizó postdoctorados en la Universidad de Murcia (España) y en la Universidad de Ciencias Marinas de Tokio (Japón), lo que la hace científica internacional con pasaporte sellado por la sabiduría.

Fue coordinadora del Programa de Acercamiento de la Ciencia a la Educación (PACE) en el CIBNOR, de enero de 2021 a enero de 2025, donde conecta la ciencia con la educación como si fueran piezas de un rompecabezas perfectamente armado. Pero eso no es todo: esta científica también se transforma en autora para acercar la ciencia a niñas y niños a través de cuentos con títulos tan épicos como ¡Mami, un coronavirus quiere comerme!, ¡Coronavirus, mis soldaditos me defienden! y Abel y las vacunas. Además, ha dado vida a libros como De pequeña a científica, sudcalifornianas extraordinarias (volúmenes 1 y 2) y Mi libro sobre científicas, donde demuestra que la ciencia también se escribe con C de creatividad.

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Mientras intercambiábamos los típicos comentarios sobre el clima (sí, otra vez ese calor que no se decide a ser primavera o verano), empecé a desplegar mi pequeño arsenal tecnológico: micrófonos, grabadora, smartphone… todo listo para capturar una charla que prometía ser tan amena como reveladora.

Lo primero que hice fue preguntarle ¿Cómo recuerdas tu infancia?, a lo que de inmediato, sin meditar mucho la respuesta me dijo: Recuerdo una infancia muy alegre, muy divertida, y realmente una infancia muy diferente, creo, a lo que están viviendo los niños de hoy, por todas las situaciones de seguridad que hay, pero recuerdo ser una niña muy extrovertida, muy vaga, muy dinámica. Me encantaba participar en todo lo que se me pusiera en frente. Desde el kínder siempre salía en los bailes, en los festivales. En la primaria me encantaba el folclor, la danza folclórica era mi pasión. Obviamente, no iba a escuelas reconocidas, cerca de mi casa estaba el DIF de la Loma Linda y ahí daban cursos. Me iba sola a tomar las clases. Y era muy chistoso porque lo que aprendía lo llevaba a la primaria, los mismos maestros me buscaban, estaba en tercer o cuarto, y me buscaban para que pusiera los nuevos bailes a sus niños, les enseñara. Y me acuerdo muy bien porque los niños iban a mi casa y allí en mi patio recibía a los niños de otros grupos, pero siendo niña también, y les ponía los pasos, los bailes, y me encantaba. Entonces, siempre fui una niña muy dinámica, muy extrovertida, siempre pensando qué hacer y no quedarme quieta.

¿Eras una niña curiosa? ¿Qué tipo de preguntas hacías de pequeña? Era una niña curiosa, pero un poco solitaria. Vengo de una familia en donde perdí a mi padre muy chiquita, a los tres años. Mi madre tuvo que trabajar para sacarnos adelante a mi hermana y a mí. Mi hermana era más pequeña, entonces mi madre se enfocó mucho en mi hermana pequeña. Siento que eso también me dio a mí la libertad de ser muy independiente desde muy chiquita. Sí era una niña preguntona, no recuerdo en este momento qué preguntaba, pero sé que era muy observadora, y eso me gusta porque eso también me ayudó a salir adelante. He viajado mucho, y como mujer a veces no es tan fácil andar por todo el mundo viajando, pero el ser observadora, eso me ha ayudado también.

Tengo un abuelo que es historiador y que ha sido mi maestro de vida, de enseñanza y a quien le debo muchísimo. Creo que he tomado lo mejor. Muchas veces me pregunto en mi situación si hubiera tomado un camino diferente al que tomé, y afortunadamente creo que tuve muy buena guía porque creo que tomé el mejor camino, el camino del bien, el camino de lo que ahora hago, que también me siento muy afortunada de haber encontrado mi vocación, y eso es muy, muy bueno. Soy científica, ahora también soy divulgadora de la ciencia, y eso me encanta, entonces creo que fui una niña y ahora una mujer muy afortunada, por mi familia, por lo que me tocó vivir, y también por la libertad que me dieron en mi casa de ser yo.

¿Jugabas a ser científica o te imaginabas en otra profesión? No, eso es muy curioso y se lo cuento a los estudiantes con los que he tenido la oportunidad de platicar. Encontré mi vocación ya grande. De niña pensaba que iba a ser maestra de danza, porque me gustaba mucho la danza folclórica. También un día llegué de pensar en ser psicóloga, en ser soldado, y decía, voy a seguir los pasos de mi papá, porque mi papá estudió en el Colegio Militar en México, entonces llegó un tiempo en que dije, voy a ser también soldado. Tenía muchas cosas en mi mente.

Lo que sí sabía es que a mí me gustaba mucho la biología, me gustaban mucho los animales, y eso también me ayudó a encontrar realmente una profesión, a enfocarme en una línea, pero aun así todavía no sabía que quería ser científica. Hasta entrar a la maestría, ahí fue donde dije, esto es lo mío, porque cuando salí de la carrera de Ingeniero en Producción Animal, egresada de la Universidad Autónoma de Baja California Sur, cuando salí de la carrera dije, quiero tener un rancho de cerdos. Quiero tener mi rancho, ser productora, ser ganadera, pero pasó algo muy curioso, muy bonito, que mi director de tesis de licenciatura, el cual estudió la maestría en nutrición animal en la UNAM, me dijo, “Martita no te quedes aquí, sal a estudiar, conoce, no te quedes aquí”, y le hice caso.

Entonces solita me inscribí en la maestría de la UNAM, tuve la oportunidad de hacer los exámenes, me fui sola, fui aceptada y me fui a hacer la maestría a la UNAM, una paceña por allá. Fue muy curioso porque estando allá conocí a un doctor que es muy famoso en el área de nutrición animal, el doctor Armando Shimada Miyazaki, y él me dijo, Martha, ¿Por qué no haces tú tesis en La Paz? Allá está el CIBNOR, conozco una persona nueva en ahí, trabaja con nutrición, pero en peces, es algo nuevo, ve para allá y haz tu tesis allá y aquí terminas la maestría. Entonces le hice caso, me vine para acá, por primera vez siendo paceña conocí el CIBNOR, y cuando llegué ahí y vi los laboratorios, que entré por primera vez a un laboratorio, dije: quiero ser científica, quiero estar en un laboratorio, ahí fue donde realmente ya dejé lo de producción de cerdos, mi granja, y donde realmente encontré mi vocación en la maestría, ya grande.

Por eso siempre le digo a los jóvenes, no se preocupen si ustedes no han encontrado su vocación de jóvenes, va a llegar el momento y el día que la encuentren no lo suelten, síganla, agárrense, aférrense a ella. Yo ya lo encontré grande, pero lo encontré y me siento muy afortunada de haber encontrado mi vocación, porque siento que ahorita no trabajo, porque hago lo que me gusta, y aparte de eso me pagan por hacer lo que me gusta, entonces hago la ciencia, hago divulgación, me gusta escribir y lo hago con pasión, no lo hago porque tengo que hacerlo, sino porque me gusta, entonces me siento muy afortunada.

¿Cómo describirías el entorno familiar en el que creciste? Fue algo difícil al inicio, por lo que le comento, mi hermana y yo nacimos en Tepic, Nayarit, mi papá era paceño, el mayor de cinco hermanos, y decidió irse a estudiar al Colegio Militar, allá en México conoce a mi mamá, mi mamá es del Estado de México, de Toluca, se enamoran, él termina el Colegio Militar, se casan, se van a vivir a Tepic, Nayarit, ahí nacimos mi hermana y yo. Cuando tenía tres años, mi hermana de meses, pasa una tragedia, a mi papá en un encuentro con narcos, lo matan, fallece, mis abuelos vuelan de aquí de La Paz a Nayarit, y bueno, entre toda la tragedia, mi abuelo, consciente de que mi mamá era de Toluca, pues le dice, Martha, sabemos que eres de allá, y en este momento, si tú quieres regresar a Toluca con las niñas, te vamos a apoyar, pero si tú decides venirte a La Paz, que mi mamá no conocía La Paz, vas a tener también todo el apoyo de nosotros, y las niñas van a estar protegidas. Y mi mamá, sin pensarlo, dijo, me voy a La Paz. Entonces mi mamá, con dos niñas pequeñas, se viene a La Paz, llega aquí y empieza a buscar trabajo.

Mi mamá encuentra un trabajo cerca de su casa, en un kínder, como personal de intendencia, y con ese trabajo, mi madre nos saca adelante a mi hermana y a mí. Ella se enfocó mucho en sacarnos adelante… En ese momento, la doctora Martha dejó escapar una interjección breve, casi como un suspiro que se le escapaba del alma. Fue un intento sutil por contener la emoción, por no dejar que la voz se le quebrara o que una lágrima rebelde asomara sin permiso. Hubo un pequeño silencio, de esos que dicen mucho sin decir nada. Luego, con la misma serenidad que la caracteriza, retomó el hilo de la conversación, como quien recoge con cuidado un hilo fino para seguir bordando su historia… Y recuerdo que sí, ella se enfocó mucho en mi hermana, porque tenía meses, sí fui un poco más independiente, eso me ayudó también a ser una mujer fuerte, guerrera, pero también, obviamente, agradezco mucho a mi mamá.

Mi mamá fue un poco seca, con nosotros, a lo mejor por toda la situación que atravesó, no era una mamá que abrazara, no era una mamá que diera besos, ella demostraba su amor de otra forma, y recuerdo que cada cambio de grado, llegaba a mi cuarto y en mi cama estaba mi uniforme nuevo, mi par de calcetas nuevas, blancas, mis zapatos nuevos, mi mochila, mis útiles, y era la forma en que ella me decía, “te quiero”. Eso es algo que no voy a olvidar nunca, ver el uniforme siempre en la cama. Entonces, mi mamá nos sacó adelante siendo intendente, y bueno, no podía pagarle de otra manera que seguir adelante y estudiar, porque ella me decía, “pues ahora sí que el estudio es lo que te va a dar a ti la fuerza, las herramientas, y esto es lo que te voy a brindar”.

Mencionas a tu abuelo de manera recurrente, al profesor Leonardo Reyes Silva, ¿cómo influyó él en tu amor por el conocimiento y la identidad sudcaliforniana? Híjole, muchísimo, porque cuando llego aquí a La Paz, pues obviamente él acababa de perder a su primogénito, a su hijo que se fue a estudiar fuera, un gran orgullo, pues al igual que todos, pero ese hecho creo que también me acercó mucho, mucho a él y él a mí, formamos un vínculo muy grande mi abuelo y yo, y fue muy bonito porque recuerdo cuando iba en la primaria, y cada vez que me sacaba un 10, él era el que me premiaba, y me acuerdo mucho de que en aquel entonces había aquí un restaurante que se llamaba tortas “Nonis”, y eran 10 que me sacaba y 10 que me llevaba por una hamburguesa y una malteada de nieve de vainilla, entonces llegaba con mi 10 y mi abuelo, te ganaste tu hamburguesa y tu malteada de nieve, nunca lo voy a olvidar, y nos íbamos él y yo, y platicábamos y lo escuchaba.

Cuando entré a la secundaria, fue curioso porque solita me fui a inscribir, igual a la prepa, sí veía a mi mamá con mi hermana, porque mi hermana creció más apegada a mi mamá y yo un poquito más independiente, pero cuando llegó el momento de escoger una carrera, me acuerdo que mi abuelo me acompañó a la universidad a hacer los exámenes, porque en aquel entonces todo era presencial, nada era virtual como ahora, entonces él me acompañó, cuando me dicen a mí que quedé en la carrera de Ingeniería en Zootecnia, pues fue el primero en saberlo, cuando entré a la maestría y les dije me quiero ir a México a la UNAM, pues él fue el primero también en apoyarme, claro mi mamá, pero mi abuelo, y era padre porque mi abuelo y mi abuela fueron los que me fueron a visitar cuando estaba allá, entonces la maestría era de la UNAM, pero el campus estaba en Querétaro, en un pueblo que se llamaba Ajuchitlán, que estaba a 20 minutos de Querétaro, entonces llegaron unas vacaciones, tenía que estar allá, y mi abuelo y mi abuela me anunciaron, te vamos a ir a visitar, y se lanzaron hasta Ajuchitlán, conocieron el internado donde me albergaba, los llevé a pasear a Peña de Bernal, Tequisquiapan, en fin. En Querétaro había una familia que su hijo estudiaba aquí en La Paz, Biología Marina, entonces como que hicimos intercambio y ellos me arroparon allá, fue muy bonito porque ellos me andaban siguiendo a donde fuera.

Con mi abuelo realmente hemos hecho un lazo muy bonito, porque también gracias a él he tenido la oportunidad de conocer a muchas personas, a muchos, a muchos maestros, historiadores, maestras, y me rodeo de ellos y me encanta, porque cada vez que hay una presentación de libro, algún festival de historia, ahí vamos los dos, entonces ya también la gente me reconoce, incluso muchos piensan que mi abuelo es mi papá, oye, ¿Dónde está tu papá? ¿y tu papá? y ya no les digo, no es mi papá, porque también ya me acostumbré y me gusta, y realmente para mí él es como un padre, entonces mi abuelo y yo hemos hecho una mancuerna, un equipo grandioso, y él siempre me ha escuchado de lo que quiero ser, me ha apoyado. Cuando concursé para ser coordinadora del Programa de Acercamiento de la Ciencia a la Educación (PACE), fue el primero en saberlo, cuando me dieron la oportunidad de ser coordinadora fue también el primero en saberlo, entonces creo que él y yo tenemos un vínculo muy especial, y realmente él ha sido una influencia muy, muy grande a lo que hoy es Martha Reyes.

¿Crees que su labor, la de tu abuelo, como cronista, te enseñó a observar y contar historias desde otro ángulo? Creo que sí, crecí viéndolo a él trabajando, escribiendo y también es algo bonito porque siempre lo seguía, ahorita que estoy recordando, cuando él fue director del Archivo Histórico, varias veces fui a visitarlo, al Archivo Histórico y me acuerdo de su secretario, de las personas que estaban ahí, que ya también decían, ahí viene su hija, a visitarlo, y ya me conocían, también cuando mi abuelo fue director de la Casa de la Cultura, a veces me aprovechaba, porque en la Casa de la Cultura cada verano había cursos, entonces aprovechaba y me metía a todos los cursos, me metía a teatro, a folclor, a hawaiano, a todo lo que se podía, estaba ahí, pero ahora que recuerdo es eso, siempre lo andaba buscando y trataba de estar cerca de él y creo que eso también nos unió muchísimo.

Te cuento, un día me pongo a escribir, creo que el primer cuento que escribí se llamó El Niño de Enfrente, mi abuelo vive por la calle 16 de septiembre, entonces eso también a mí me marcó mucho, crecí en la 16 de septiembre, ahí me la pasaba los fines de semana, las vacaciones, en aquel entonces cerca de su casa estaba lo que llamamos nosotros la huevera, iba por los huevos que estaba ahí a media cuadra, la CONASUPO que también estaba ahí cerquita, los vecinos, etcétera. Enfrente de la casa de mi abuelo había un niño con ciertas limitaciones que creció con nosotros, nosotros lo veíamos y él siempre que nos veía llegar se emocionaba, gritaba, nos saludaba, entonces crecí con ese recuerdo del Niño de Enfrente y un día me dio por escribir una crónica o un cuento sobre el Niño de Enfrente, lo escribí y me acuerdo que se lo llevé a mi abuelo, era la primera vez que escribía, recuerdo que él lo leyó, creo que hasta se le salió la baba y  me quedé así, y me dijo “¡Qué bonito!”, se quedó tan asombrado de ese primer intento mío y le encantó, entonces de ahí él me empezó a motivar y empecé a escribir varias historias, tengo varios cuentos de la 16, de hecho uno se llama, pues el Niño de Enfrente fue el primero, escribí uno sobre mi tía Cuca que vivía a un lado y que tenía más de 100 pájaros, escribí sobre don Félix, el dueño de una tiendita que estaba cerca de la casa de mi abuelo y donde íbamos a comprar el pan, entonces tengo muchas vivencias en la 16 de septiembre, en su casa y de ahí me agarre escribiendo, entonces mi abuelo ahora sí que era mi principal fan, él era el primero, a ver abuelo aquí le traigo esto y él a veces me los corregía y todo, entonces creo que sí influyó y él siempre me ha dicho, “Martha no dejes de escribir, Martha escribe, escribe”.

Cuando me fui a España, a Murcia a hacer una estancia, escribí también varias vivencias, cuando estuve en Japón, en Tokio, escribí varias vivencias, todo se lo enviaba a él y él todo lo tiene guardado, todo lo que le mando tiene un álbum guardado y dice que a veces lo saca y recuerda, empieza a leer otra vez lo que escribo y siempre, siempre me ha dicho “No dejes de escribir”, me regaña, me dice “No todo es ciencia, no escribas nada más de ciencia, escribe tus vivencias, escribe cuentos, escribe crónicas” y le respondo, lo voy a escribir, y es muy chistoso porque él la vez pasada me describió y me decía, “Es que tú escribes como fulanito escritor (ahorita no lo recuerdo), tienes una forma de escribir como él”, entonces siempre está él motivándome, igual con mi esposo Carlos, siempre le dice “Carlos quiero que escribas, escribe, escribe”, pero a mí siempre me dice “No dejes de escribir, escribe, no dejes de escribir”, y ahorita a mi abuelo le está dando por escribir cuentos y me dice, “Sabes qué me está pasando como tú”. Le digo a mi abuelo, cuando escribo algo me siento, empiezo y termino, no es porque mañana continúo, no, es algo que me nace, que me surge en el momento, inicio y termino, a veces no lo quiero leer cómo quedó, porque ahí está la idea, ya como a los tres días regreso y a ver qué escribí, pero siempre es así, es empezar y terminar, o sea como que me inspiro, como que la musa que llevo dentro sale y termino. Entonces me está diciendo mi abuelo, “Sabes qué me está pasando como tú, ahorita me estoy sentando, escribo, empiezo y termino, no es algo que deje y que vaya empezando así todos los días, no, como tú me está pasando”. Entonces es bonito que me diga eso y que se refiera a que lo estoy inspirando ahora a este tipo de cuentos, de crónicas, algo diferente a lo que él hace en cuanto a la historia.

¿Qué aprendizajes te dejó el postdoctorado en España y Japón? Mucho muy grande. Es que realmente si hay mucha diferencia, aquí, por ejemplo, en México, cuando haces un doctorado, te piden que publiques un artículo, es un requisito para poder egresar de un doctorado. Cuando llego a España, me encuentro con compañeros que también hacían su doctorado, y me dicen, ahorita voy en mi artículo número 8, en mi publicación número 8, 10, 11, 12, ya tengo 15 artículos publicados, y decía, ¿Cómo le hacen? Eso para mí era así como que ¡guau! Con la chica que vivía, Irene Salinas, que ahorita es una investigadora muy reconocida, fue contratada en Estados Unidos, en la Universidad de Nuevo México, en Alburquerque, me motivó muchísimo.

En España crecí, me rodé de personas muy buenas en el laboratorio, que me enseñaron técnicas que afortunadamente pude traerme a México, estandarizar, y que ahora hago muchísimo trabajo con cultivo de células, y eso también lo agradezco muchísimo a las personas de allá. Me enseñaron también a escribir artículos científicos. La doctora María Ángeles, que era mi jefa, Irene, me enseñaron cómo escribir artículos de calidad, con muy buenas investigaciones, muy buenos experimentos. Gracias a ella pude convertirme también en una inmunóloga en peces, que aquí hay muy pocos, entonces, también me siento muy afortunada, que soy de las pocas inmunólogas en peces que hay en México. Pude conocer y entrar en el medio de los inmunólogos, en esta área de acuacultura, entonces, realmente, estar allá me abrió también muchísimo los ojos. Sola, me fui por primera vez por tres meses, luego me fui por dos años, sí fue algo difícil, pero afortunadamente en España, al hablar el mismo idioma, la misma comida, pues era fabuloso estar allá, la gente también es muy cálida, había muchos estudiantes de fuera que me cobijaron, la pasábamos padrísimo, nunca me sentí como que, ¡ay, extraño¡, ya me quiero regresar, no, en la Universidad de Murcia he hecho muy buenas colaboraciones, y creo que en todo este tiempo he regresado como unas siete veces, que voy y vengo, y ahora hace poquito tuve la fortuna de poder llevar a mi hija, entonces, imagínate regresar, estar allá como estudiante y de pronto regresar ya con mi hija, mi familia, pues fue también padrísimo.

En Japón fue muy diferente, Japón es una cultura totalmente diferente a la de nosotros los latinos, no, aquí la sangre es caliente, muy abrazadores, nos damos abrazos, es muy diferente, allá llegué y me encontré con una cultura totalmente diferente, una cultura enfocada al trabajo, 100%, eso sí, el día que llegué me hicieron una comida, muy lindos, al siguiente día era trabajo, trabajo, trabajo, trabajo. Digamos que sufrí un poco porque había días en que no hablaba con nadie, no podía hablar español porque nadie hablaba español, era puro inglés con un acento muy diferente, y ellos están muy enfocados al trabajo, entonces era trabajo, trabajo, trabajo. Llegaba al laboratorio a las 7 de la mañana, les ganaba el llegar, eso sí, llegaba a las 7, todavía no llegaban ellos, ellos llegaban como a las 8, me iba a las 8 de la noche y ellos se quedaban, no sabía a qué hora se iban, estaba de 7 de la mañana a 8 de la noche en el laboratorio trabajando de lunes a lunes. Me acuerdo un día que me solté llorando en el laboratorio porque necesitaba un abrazo, necesitaba hablar con alguien, me sentía más bien, sentí mucha soledad cuando estuve allá, sí conocí, fui al museo nacional de Tokio, fui a varios lugares, pero sola, me sentí muy sola cuando estuve allá, muy muy sola, hubo un día en que me solté llorando en la televisión en mi pequeño departamento que era muy pequeñito, pequeñito, pequeñito, tenía una televisión y ahí me tocó ver películas que aquí había visto, pero todo era en japonés, todo, todo, todo era en japonés.

Recuerdo una anécdota: el metro allá es muy grande, es una cosa majestuosa y me acuerdo que un día me perdí, entonces empecé a preguntar en inglés que dónde estaba la estación de Tsushima y preguntaba y ellos, los japoneses caminaban y no me hacían caso y me decían “no, no, no” y seguían su paso y me acuerdo que dije y ahora cómo voy a hacer para llegar a mi casa y me senté en unas escaleras muy triste porque dije “Estoy perdida y ahora qué hago y no me quieren ayudar” y me acuerdo que un japonés se acercó y en inglés me dijo ¿Cómo puedo ayudarte? y le dije “estoy perdida, no sé cómo llegar a esta estación” y me dijo “ven, yo te ayudo”, me llevó hasta la estación del tren, se subió conmigo y cuando ya iba acercándose a la estación, me dijo “ahí está, tóca”, fue algo muy bonito, fue como si fuera un ángel que de pronto llegó y pude llegar a mi casa, entonces eso tampoco lo voy a olvidar porque de la nada salió él y creo que me vio mi cara muy triste, muy acongojada después de estar pidiéndole a varios que me apoyaran y es que no lo hacían de mala gana, simplemente que ellos van como soldados, enfocados a lo suyo, me pasaban y me decían “no, no, no” y yo “please, please, where is the station” y nada, me siento y de pronto llega él, se sube y me lleva claro, ya no se baja pero me dice aquí es, adelante, sigue tu camino y yo me quedo, fueron de las cosas bonitas que me pasó.

También verlos a ellos como japoneses, otra cultura en el metro, casi siempre ellos iban como dormidos y era muy curioso porque faltaba una estación para llegar a donde ellos iban a bajar, inmediatamente abrían los ojos y bajaban, decía ¿Cómo le hacen? o ver que iban leyendo y allá es al revés, empiezan a leer del lado derecho, no como nosotros, del lado izquierdo, llevamos un orden, es que todo era muy diferente aprendí muchísimo obviamente pero sí recuerdo mucha soledad y afortunadamente el último día de estar allá, me hicieron un convivio muy bonito, bailamos, les enseñaba a bailar a ellos salsa, cumbia y ellos, y es que no es que no sean malas personas ni secos ni nada, sino que ellos pues tienen otra cultura que es el trabajo pero eso sí cuando dicen divertirse, ellos saben divertirse, porque tengo videos de ese último día en donde bailaron, llegaron con un tequila, porque una amiga de México, un conocido viajaba a Tokio y me dijo “Martha te quiero mandar algo” y me mandó chiles jalapeños, me mandó tortillas de maíz y se los llevé a mis compañeros japoneses y ellos agarraban los chiles jalapeños y se los comían así enteros y decían que no les picaba, les hice quesadillas, en fin ellos disfrutaron la comida que les hice en ese último día y fue padrísimo. Sí son buenas personas, saben divertirse, pero ellos están educados de una forma que es primero el trabajo y es su cultura y la respeto. Me enseñaron muchísimas cosas de los peces de allá, técnicas, fueron muy muy amables.

Otro dato curioso es que un día expuse sobre mi trabajo en el CIBNOR, claro en inglés y cuando terminé mi ponencia que les gustó mucho, mi jefe de allá el doctor Aoki me dijo aquí está y me entrega un dinero y me quedé sacada de onda, dije “No, porque me está dando dinero” y él me dice “tu presentación” pero no le entendía y decía “Pero porque él me está pagando” y ya llegó otro japonés, otro doctor con un acento en inglés que yo le podía entender mejor y me dice “Es que aquí cuando dan una conferencia es pagada también, a los conferencistas les pagamos”. Me he tocado dar conferencias en muchas partes del mundo y es normal, es como parte de “ok yo soy invitada, yo te ofrezco una conferencia” pero me dijo “No, es que aquí pagamos o sea todo el trabajo que tú haces es remunerado, no es gratuito porque tú tuviste que estudiar, hacer una investigación y eso para nosotros es muy valioso y lo pagamos”, entonces me dieron un pago por la conferencia que hice y yo “¡wow!”, fue algo nuevo.

Y así, entre investigaciones sobre inmunología, experiencias internacionales y una profunda vocación por acercar la ciencia a la niñez, la trayectoria de la Dra. Reyes Becerril se perfila como un ejemplo notable de compromiso científico y educativo. Pero esto es sólo el comienzo. En la siguiente parte de esta entrevista conoceremos más detalles sobre su trabajo actual, los retos que ha enfrentado como mujer en la ciencia y cómo ha logrado transformar temas complejos en herramientas accesibles para la educación.

Muy pronto, una segunda entrega tan interesante como esta… O incluso más.

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