Reseña de la reedición del libro Vida y Virtudes del Padre Juan de Ugarte Vargas

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  En el vasto y árido paisaje de la Baja California Sur, donde la historia de las misiones se entrelaza con los desafíos naturales, surge la figura del padre Juan de Ugarte Vargas, un sacerdote jesuita cuya vida dedicada a la misión evangelizadora marcó un hito en la región entre 1700 y 1730. Originario del Reyno de Guatemala, Ugarte manifestó desde temprana edad una vocación inquebrantable que lo llevó a adentrarse en las difíciles tierras californianas. El recorrido vital de Ugarte se entrelaza con una vocación que despertó en su corazón desde joven.

Como novicio en el colegio de San Pedro y San Pablo en la Ciudad de México, demostró una inteligencia aguda y habilidades excepcionales para la enseñanza y la administración. Sin embargo, su anhelo misionero prevaleció sobre sus éxitos profesionales. Fue el Provincial Juan María de Salvatierra quien avivó su llama misionera, instándolo a ser el primer administrador del Fondo Piadoso de las Californias. A partir de entonces, Ugarte dedicó su vida a la noble tarea de llevar la fe a las Californias, enfrentando vicisitudes y triunfos que forjaron el destino de la Misión de San Francisco Xavier de Viggé-Biaundó.

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Poco más de dos décadas después de su muerte, en 1752, el padre Juan Joseph de Villavicencio elaboró una apología destinada a iluminar la vida del padre Juan de Ugarte. Su obra, titulada Vida y virtudes de el Venerable y Apostólico Padre Juan de Ugarte de la Compañía de Jesús. Misionero de las Californias y uno de sus primeros conquistadores, se erige como un testimonio literario, una semblanza meticulosa que busca presentarlo como un modelo ejemplar para los novicios y sacerdotes de la Compañía de Jesús.

A través de veintiocho capítulos, el lector se sumerge en un viaje que trasciende el tiempo, explorando la valentía y la devoción misionera. La pluma de Villavicencio retrata con maestría las virtudes de Ugarte, convirtiéndose en un legado literario que va más allá de la mera narración biográfica.

El título mismo del libro, Vida y virtudes, evidencia la reverencia con la que se aborda la figura de Ugarte, destacando su labor trascendental en la conquista espiritual. La obra no sólo narra sus logros misioneros, sino que también resalta sus cualidades humanas dignas de admiración y emulación.

Revivir y compartir esta obra representa un desafío apasionante. Se llevó a cabo un meticuloso proceso de actualización lingüística para hacerla accesible a los lectores contemporáneos. Además, se incorporaron notas a pie de página para ofrecer claridad y comprensión, transformando la lectura en una experiencia amena y entretenida.

El propósito fundamental de estas páginas es iluminar un periodo crucial en la historia de California, explorando las capas de complejidad que definen la intersección entre la fe, la cultura y el encuentro entre diferentes mundos. La figura de Ugarte Vargas se erige como un faro en medio de esta compleja travesía, guiando a aquellos que buscan entender el proceso de transformación que experimentaron estas tierras bajo la influencia de la misión jesuita.

Vida y virtudes del Padre Juan de Ugarte Vargas no solo honra la figura del sacerdote, sino que también busca comprender el legado de las misiones en California, dejando al descubierto un capítulo fascinante y esencial en la historia de esta región única.

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Luces en la oscuridad: La hazaña misionera del Padre Ugarte en la Antigua California

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  En el año 1701, en los confines de la California, el sacerdote Francisco María Píccolo, visionario fundador de la misión de San Francisco Javier, se vio obligado a abandonar su obra para cumplir con un encargo crucial: presentar un informe sobre el estado de las misiones en Guadalajara. En su ausencia, la responsabilidad recayó en los hombros de un recién llegado, el sacerdote guatemalteco Juan de Ugarte Vargas.

La historia de Ugarte se entrelaza con los desafíos épicos de la California del siglo XVIII. A su llegada, se enfrentó a un panorama desolador: la misión había sido abandonada por los indígenas tras un levantamiento sofocado por las fuerzas militares destacadas en la zona. Los californios, sumidos en el temor a represalias, se resistían a regresar.

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La primera tarea de Juan de Ugarte fue deshacerse de la presencia militar, y lo hizo con un ingenio que caracterizaría su misión: un ardid tan astuto como valiente. Sin embargo, el desafío más grande no provenía de los soldados, sino de los mismos indígenas a los que dedicaba su labor misionera.

El Padre no se limitaba a predicar con palabras, sino que vivía su fe con una entrega que recordaba el amor maternal. Brindaba sustento, abrigo y cuidados médicos, todo con la esperanza de llevar a aquellos corazones hacia la luz del cristianismo. Pero su tarea se veía obstaculizada por el arraigado deseo de libertad y la resistencia a abandonar sus costumbres ancestrales.

El conflicto alcanzó su punto álgido cuando los indígenas, al ver que el padre Ugarte se encontraba sin apoyo de los soldados, decidieron urdir un plan para asesinarlo. En una noche de oscuridad y peligro, un joven entró apresuradamente en su morada con la advertencia de un ataque inminente. Sin tiempo que perder, el padre se ocultó bajo la cama mientras los indígenas lanzaban flechas hacia el lecho, creyendo que él estaba allí. La violencia no cesó hasta que los agresores, al no hallar a su objetivo, desataron su furia contra una imagen de San Francisco Javier, a la que lanzaron numerosas flechas antes de huir.

Al amanecer, el padre Ugarte emergió de su escondite, encontrando la imagen destrozada pero su vida milagrosamente preservada. Convencido de la protección divina, interpretó el incidente como una señal de que su labor misionera aún no había llegado a su fin.

Los peligros no disminuyeron para el sacerdote, pero su carácter entregado y amoroso lo llevó a perseverar. Su misión en la California Antigua se convirtió en una epopeya de valentía y devoción, dejando un legado de fe y sacrificio que perdura hasta nuestros días.

La historia del padre Juan de Ugarte Vargas es una lección de coraje frente a la adversidad, un recordatorio de que el amor puede triunfar sobre el odio y la violencia. En un mundo plagado de desafíos, su ejemplo continúa inspirando a generaciones, recordándonos que, incluso en los momentos más oscuros, la luz de la esperanza nunca se apaga.

Referencia bibliográfica:

Vida y virtudes de el venerable y apostólico Padre Juan de Ugarte de la Compañía de Jesús. Misionero de las Californias y uno de sus primeros conquistadores. Reedición de Sealtiel Enciso Pérez.

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María Amparo Ruiz de Burton y su contundente crítica a la sociedad estadounidense del siglo XIX

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  María Amparo Ruiz de Burton, nacida en el pintoresco puerto de Loreto, Baja California, en 1832, emerge como una figura destacada en la historia literaria como la primera mujer mexicoamericana en publicar sus obras en Estados Unidos. Su trayectoria se teje con un relato fascinante que va más allá de las páginas de sus novelas.

A los 17 años, emprendió un viaje crucial a California, acompañada de su madre, y poco después, contrajo matrimonio con el coronel Henry Staton Burton. Tras la muerte de su esposo, en 1869, se vio obligada a asumir la responsabilidad de su familia, administrando hábilmente un rancho de su propiedad de nombre El Jamul.

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Fue en 1872 cuando dio un giro audaz hacia la literatura, presentando su primera novela Who Would Have Thought It? (¿Quién lo habría pensado?), marcando un parteaguas como escritora mexicoamericana en los Estados Unidos. Esta novela no sólo cautivó a los lectores de la época, sino que también reveló una cruda crítica a la sociedad estadounidense del siglo XIX.

La trama de la novela se desarrolla principalmente en los estados de California y Washington, explorando temas candentes de la sociedad de la época. A través de personajes intrincados, arroja luz sobre las siguientes denuncias:

En el intrincado tapiz de la novela de María Amparo Ruiz de Burton, se despliega un drama que revela las sombras más profundas de la sociedad estadounidense del siglo XIX. La autora, con pulso firme, arroja luz sobre la hipocresía religiosa que permea la época, donde el menosprecio de los estadounidenses hacia la religión católica de los mexicanos se entrelaza con las acciones corruptas del pastor protestante, Sr. Hackwell. Este último, en su afán de apoderarse de la fortuna de Lolita, no duda en urdir engaños y fraudes, desenmascarando así la doble moral que subyace en la sociedad.

La narrativa se torna aún más intensa al exponer el desprecio hacia los indios y los mexicanos que permanecieron en sus tierras ancestrales tras la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo. Ruiz de Burton, a través de sus personajes, desentraña el tejido de discriminación racial que caracteriza a la sociedad estadounidense, mostrando un menosprecio palpable hacia los negros y los extranjeros. La idea de tener esclavos no es rechazada por algunos, evidenciando así la crudeza de las relaciones sociales de la época.

La codicia y ambición desmedida emergen como temas recurrentes en la trama. La novela denuncia la obsesión de los estadounidenses por la riqueza y las piedras preciosas, incluso si esto implica la destrucción de vidas y la perpetración de asesinatos. En este escenario, la obra cobra una dimensión crítica que desentraña las entrañas de una sociedad corrompida por sus propios anhelos desmedidos.

Los «héroes» de la Guerra de Secesión son objeto de la pluma crítica de Ruiz de Burton, quien cuestiona la validez de muchos líderes militares. La autora pone en duda el mérito de su ascenso, argumentando que algunos alcanzaron sus posiciones por casualidad o confusiones en el campo de batalla, desmitificando así la heroicidad de estos personajes.

La corrupción política emerge como un tema central cuando la autora exhibe la podredumbre de los congresistas en la Casa Blanca y el Capitolio. A través de personajes ficticios, se revela cómo la élite política se enriquece a costa de sobornos, negocios fraudulentos y tráfico de influencias, sugiriendo que los males de Estados Unidos se deben, en gran medida, a las acciones de sus legisladores.

La crudeza de la guerra se manifiesta en la novela de Ruiz de Burton, donde se exponen situaciones de acusaciones sin juicio justo y las condiciones inhumanas que enfrentaban los soldados. La autora descubre las heridas profundas que deja la guerra, desde la pérdida de extremidades por congelamiento hasta la desesperación que lleva a algunos a comerse a los perros para sobrevivir.

La doctrina del Destino Manifiesto, esa creencia ciega en la inevitable supremacía estadounidense, es confrontada y criticada por la autora. La justificación de la destrucción y el saqueo en nombre de un supuesto destino divino es presentada como una falacia que enmascara la ambición desmedida de una nación.

Las ideas sobre México también encuentran espacio en la narrativa, donde la autora aboga por la imposición de un rey o emperador francés en el país vecino. Considera que esta intervención extranjera podría mejorar las condiciones de México, planteando una perspectiva audaz sobre la geopolítica de la época.

Finalmente, María Amparo Ruiz de Burton devela su perspectiva feminista a lo largo de la novela. A través de sus personajes, expone la necesidad de que las mujeres asuman roles de poder para mejorar el servicio público del gobierno, señalando la arrogancia y violencia de los hombres como obstáculos para una resolución constructiva e inteligente de los asuntos importantes.

La obra de Ruiz de Burton se erige como un espejo crítico de la sociedad de su tiempo, revelando las grietas y contradicciones que yacen bajo la superficie de la supuesta grandeza de Estados Unidos. La autora se erige como un testimonio valiente y perspicaz que sigue resonando en la actualidad, recordándonos la importancia de la crítica constructiva para la evolución de la sociedad.

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Entre Máscaras y Alegría: El Legado Festivo de los Carnavales Paceños (II)

 

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  A partir de la década de los sesenta, los Carnavales, experimentaron una transformación notable con la incorporación de los bailes de fantasía en los salones locales, marcando un giro significativo en la tradición festiva. Estos eventos adquirieron un esplendor particular gracias a los concursos de disfraces realizados en lugares cerrados, destacándose especialmente los martes de carnaval como el día cumbre de estas celebraciones. En esta nueva dimensión, diseñadores de renombre como Jaime Carrillo, Alejandro Balarezo, Nicolás Carrillo y Rodolfo de la Peña se convirtieron en maestros de la creatividad, elevando la festividad a través de sus habilidades en la confección de vestuarios. Los detalles meticulosos, desde bordados hasta arreglos de lentejuelas y plumas, todos realizados a mano, transformaban los salones en escenarios de gran colorido, encanto y magia. Los concursos de disfraces, presentados con solemnidad, se convertían en el distintivo de estos carnavales, deslumbrando a los asistentes con la maestría artística de los participantes. Mientras tanto, en los espacios abiertos de la festividad popular, los martes de carnaval presenciaban el desfile de carros alegóricos y comparsas, añadiendo un toque de diversión y esplendor al evento.

 

Con meses de anticipación, la maquinaria de los Carnavales, cobraba vida al registrar a las candidatas a reina del carnaval ante el meticuloso escrutinio del Comité de Carnaval. Este proceso no solo se limitaba a la mera elección, sino que se convertía en un espectáculo en sí mismo, desplegando campañas que incluían bailes, rifas, convivios y diversas funciones de diversión popular. El tejido social se entrelazaba con la tradición, mientras las ánforas de cooperación circulaban, recaudando fondos en apoyo a las aspirantes a reina. Con la acumulación de recursos, se llevaban a cabo recuentos públicos, donde la comunidad participaba con entusiasmo, aplaudiendo y celebrando a las candidatas que lideraban en las votaciones. Este proceso efervescente se repetía en dos o tres ceremonias de cómputos hasta llegar al término de la campaña, momento culminante en el que se declaraba a la triunfadora a través de un cómputo decisivo. Las demás concursantes, lejos de quedar en el olvido, eran honradas con el título de princesas de la Corte Real, subrayando la importancia de cada participante en esta vibrante tradición que fusiona la competencia con la camaradería, dejando un legado de alegría y unión comunitaria.

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La coronación de la reina, al inicio del festejo, emergía como el acto más solemne, inicialmente llevado a cabo frente al antiguo Palacio de Gobierno, donde se entrelazaban los bailes populares con la tradición arraigada en casas particulares. Con el tiempo, esta ceremonia evolucionó hacia los bailes de salón o bailes de gala, consolidándose como el epicentro de concursos de fachas y fantasía. La presencia de la reina y su corte real se convertían en el foco de atención y deleite de la sociedad en cada evento. En 1967, la Corte Real se enriqueció con la adición de la Reina de los Juegos Florales, marcando una expansión de la tradición. Aunque la plaza de armas o Jardín Velasco, posteriormente denominado Plaza de la Constitución, fue durante mucho tiempo el punto neurálgico de las celebraciones, los años sesenta presenciaron un cambio hacia el malecón. Este espacio más amplio permitió la incorporación de una variedad de juegos mecánicos y la introducción de la mercadotecnia moderna, transformando el carnaval en una experiencia más comercial con mayor venta de productos y mayor participación de firmas comerciales. Sin embargo, los años 1977, 1978 y 1979 marcaron tristezas en la historia del pueblo al suspenderse las festividades. A pesar de algunas interrupciones y cambios de sede, la tradición logró persistir y, desde 1997, se mantiene ininterrumpida en el malecón, consolidándose como el único espacio abierto que permite el esplendor de los eventos presididos por la Corte Real, compuesta por diversas figuras que engalanan el carnaval.

 

Una de las singularidades que distinguen las Fiestas del Carnaval es su decidido énfasis en el aspecto cultural, un matiz que se consolidó en 1967 con la instauración de los Juegos Florales y la elección de la Reina de la Poesía. Esta innovación, gestada por los organizadores liderados por Don Alfonso González, no solo enriqueció las festividades con premios a comparsas, bailes y un espectáculo impresionante en el martes de carnaval, sino que también logró atraer la participación de representaciones de instituciones públicas y privadas, embelleciendo el evento con carros alegóricos y comparsas de gran lucimiento. Aunque experimentó una suspensión temporal, en 1980 la celebración fue rescatada bajo la coordinación del Profesor Jesús Murillo Aguilar y la dirección del Comité Central a cargo del Sr. Carlos Ponce Macías, con una contribución destacada de Rubén Jaime Salgado. Esta revitalización trajo consigo una diversificación de las festividades y sentó las bases para las ediciones posteriores. A partir de 1980, se optó por trasladar la celebración al malecón, considerándolo el escenario ideal para estas festividades, y se introdujo un enfoque educativo que fomentaba la creatividad del pueblo, reflejado en los impresionantes vestuarios de la corte real, los carros alegóricos y la promoción general del evento. Además, desde 1980 se destacó el impulso a la calidad de los juegos culturales, liderados por el Profesor Fernando Escopinichi Osuna, dando origen al prestigioso Premio Internacional de Poesía de la Ciudad de La Paz, posteriormente transformado en el Premio Estatal de Poesía.

 

A lo largo de las décadas de los setentas y ochentas, dos destacados artífices contribuyeron de manera significativa al esplendor de los Carnavales en La Paz. En el ámbito de los vestuarios de la corte real, los diseñadores Alejandro Balarezo y Lupita Cosío se erigieron como figuras clave, dotando a la celebración de un despliegue de creatividad y estilo. En paralelo, en el diseño y la realización de los imponentes carros alegóricos, el señor Alfonso Cornejo desempeñó un papel fundamental, infundiendo a la festividad una estética visualmente impactante. En el año 1987, se introdujo la entrega de la Presea Valor Cultural, un reconocimiento que, a pesar de su puntualidad, experimentó breves interrupciones en los años 1994, 1995 y 1996, y más recientemente en los años 2012, 2013 y 2014, debido a la falta de interés de las autoridades municipales. Para consolidar el esplendor de estas festividades, el Ayuntamiento de La Paz creó la Coordinación General del Carnaval en 2002, presidida por el Profesor Marco Antonio Ojeda García hasta el año 2008. Durante su gestión, Ojeda García se esforzó por infundir a los desfiles un mayor colorido, influyendo en la sociedad con mensajes ecológicos, educativos y culturales para estimular la identidad local.

 

A lo largo de un extenso periodo, arraigó en la tradición de los Carnavales el evento conocido como Domingo Chiquito, celebrado el primer domingo después del martes de carnaval y dedicado exclusivamente a los niños pequeños. Con el tiempo, este evento fue renombrado como Carnaval Infantil, transformándose en una jornada lúdica que replicaba la pompa y esplendor de los Carnavales principales, pero enfocada específicamente en el deleite de los más pequeños. En este evento, se recreaban las figuras de la reina, la princesa y el rey feo, mientras que las maestras de jardines de niños y madres entusiastas se convertían en las artífices de la organización, creando un ambiente de juegos infantiles y diversión general.

Algunas de las reinas de los primeros carnavales de nuestro puerto se mencionan a continuación:

 

  • 1890, María González de la Toba
  • 1905, Laura Hidalgo
  • 1906, Lupe Savín
  • 1908, Margarita González Rubio
  • 1923, Tota Moreno
  • 1932, Susy Fernández
  • 1936, Jesusita Manríquez Mendoza
  • 1933, Chelo Nava
  • 1934, Manuelita “Chita” Boucíguez
  • 1935, Pilar Moreno
  • 1937, Flora Angulo
  • 1941, Lilí Torre
  • 1942, Aurora Viamontes
  • 1944, Socorro Lizardi
  • 1946 Chayito Rochín
  • 1947 Tichi Calderón
  • 1948 Arcadia “Nena” Beltrán
  • 1949 Beatriz Muñoz Milhe
  • 1950 Josefina Aragón Balarezo

 

Nuestros Carnavales paceños se revelan como un capítulo vibrante y colorido de la historia local, donde la tradición, la creatividad y la comunidad convergen para celebrar la alegría de vivir. A lo largo de los años, estas festividades han evolucionado, adaptándose a los cambios sociales y culturales, pero siempre preservando su esencia festiva. Desde las primeras celebraciones en la década de 1870 hasta la institución de eventos como los Juegos Florales y el Carnaval Infantil, la rica historia de estos festejos refleja la capacidad de La Paz para reinventarse y mantener viva la llama de la celebración a lo largo del tiempo. A pesar de desafíos y suspensiones temporales, la resiliencia de esta tradición se manifiesta en la energía contagiosa que llena las calles, plazas y malecón cada año. En la actualidad estas festividades continúan siendo un testimonio de la vitalidad cultural y comunitaria de La Paz, proyectando su luz festiva sobre las futuras generaciones que añadirán nuevos capítulos a esta entrañable historia carnavalesca.

 

Referencias

Rosa María Mendoza Salgado. Crónicas de mi puerto La Paz 1830-1959

Gilberto Ibarra Rivera. La Paz, ciudad y puerto mexicano. Origen, proceso histórico y símbolos emblemáticos.

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Entre la Fe y los Desafíos: La Saga del Padre Juan de Ugarte en California

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Baja California, tierra de contrastes y desafíos, guarda en sus raíces la historia de un hombre cuya dedicación marcó un parteaguas en la región. El padre Juan de Ugarte, misionero jesuita, arribó a estas tierras en el albor del siglo XVIII, llevando consigo la luz del cristianismo y el anhelo de convertir a los indígenas Californios, al mismo tiempo que sembraba las semillas de la agricultura y la ganadería en esta fértil tierra.

Durante tres décadas, el Padre Ugarte cultivó su obra misionera con devoción, destacando especialmente en la Misión de San Francisco Xavier de Viggé-Biaundó, ubicada majestuosamente en la Sierra de la Giganta. Aquí, entre las montañas que custodiaban su misión, enfrentó no sólo los desafíos de la conversión espiritual sino también peligros que amenazaban uno de los votos más sagrados de la Compañía de Jesús: el voto de castidad.

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Las mujeres indígenas de los parajes cercanos a la Misión de San Francisco Xavier tejieron historias de tentación alrededor del venerable padre. En las noches oscuras, el Padre Ugarte se vio sorprendido por una joven india que, con provocaciones maliciosas, intentó perturbar su serenidad. Sin embargo, con fervor y una reprensión firme, el padre apartó de sí la tentación, cerrando la puerta para que no se repitiera el asalto.

Otro incidente, protagonizado por los ministros de Satanás, puso a prueba la fortaleza del misionero. En sus momentos de oración en la Iglesia, tropezó con una presencia desconocida.

Una indígena, introducida maliciosamente, desafiaba la devoción del padre. Su reprimenda resonó en la oscuridad, enfrentando a los demonios tentadores que acechaban en la penumbra de la noche.

La narrativa se torna aún más intrigante al relatar la llegada de una mozuela enviada por un indio a la Misión. Aunque el padre Ugarte intentó guiarla hacia la enseñanza y el bautismo, la situación tomó un giro inesperado. Durante una supuesta lección de la persignación, la enseñanza se convirtió en risa y farsa, desconcertando al misionero. Después de indagar, descubrió que la joven no buscaba la fe, sino ser la mujer del padre. Este episodio, aunque peculiar, refleja la complejidad de las interacciones culturales y las percepciones erróneas.

En otro incidente, una mujer avivó el calor de la concupiscencia, desafiando la tolerancia del padre a ser despreciado. Con astucia, buscó la compañía de un indio al que el padre solía tener en alta estima. Entraron juntos, y con un pedido peculiar, la mujer solicitó al padre un hijo, desafiando los límites de la sagrada castidad. Ante esto, el padre Ugarte, con sabiduría y reprensión, apartó a los dos, recordándoles que el padre no entiende de tales asuntos.

Estas anécdotas, a pesar de sus tintes cómicos, ilustran la complejidad y los desafíos que enfrentó el padre Ugarte en su labor misionera. Su capacidad para sortear las tentaciones y mantener la pureza de su voto de castidad es un testimonio de su dedicación y vocación sacerdotal. Además, revelan la intrincada interacción entre las creencias indígenas y la influencia de la misión jesuita en la California del siglo XVIII.

El legado del padre Juan de Ugarte perdura en la historia de Baja California, marcando un capítulo en el cual la fe se entrelaza con las complejidades culturales y las luchas personales.

Su obra, más allá de las anécdotas curiosas, es un testimonio de la resistencia y la resiliencia que caracterizó la misión jesuita en esta tierra llena de desafíos.

Referencia

Vida y obra de Juan de Ugarte- J. de Villavicencio.

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