Sudcalifornianos que vivieron las protestas en Chile. Crónicas (I)

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FOTOS: José Arios Valerio / Modesto Peralta Delgado.

El Beso de la Mujer Araña

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nunca había vivido un toque de queda: obligarte a no salir de tu casa de tal hora a tal hora en la noche, porque si eras descubierto en la calle eras llevado por los policías (carabineros o pacos) o los militares (o milicos) y quién sabe cómo y dónde terminarías. No soy alguien de vida nocturna pero a veces sí regresaba de noche a casa, ¡como fuera, era mi vida privada!, pero el toque de queda significaba que, fueras chileno o extranjero, el gobierno había entrado a lo más íntimo de tu existencia. Te ha tocado estar en medio de algo grande, me dijo una amiga el día que iniciaron las manifestaciones en Viña del Mar, el mismo día en que la política parecía atrancar la puerta de mi habitación y en el cual me di cuenta en el país que estaba.

Todo comenzó el 18 de octubre pasado. Las protestas en Chile iniciaron en Santiago. Habían subido 30 pesos el costo del metro y hordas de jóvenes evadían el pago brincando las trancas de acceso en las estaciones; quién sabe a quién se le ocurrió dar el primer salto, pero quizá jamás pasó por su mente la magnitud de las revueltas que harían botar al Presidente y votar por una nueva Constitución. En recientes semanas, si bien no prosperó, diputados de oposición presentaron una inédita acusación constitucional para destituir a Sebastián Piñera del poder —en 2018, el multimillonario había sido reelegido— por violaciones a los derechos humanos como resultado de las represiones a las manifestaciones; y apenas la semana pasada se realizó una consulta ciudadana en todo el país con una clara tendencia a redactar una nueva Constitución y tener una asamblea constituyente. Sin duda, al gobierno de derecha le salió muy caro el metro, y más largo: el metro sólo era la punta de kilómetros de deudas sociales con el pueblo chileno.

¿Quiénes somos estos sudcalifornianos que ahora contamos lo que nos tocó vivir y qué hacíamos allá? Hemi, de 25 años, originaria de La Paz, BCS, estudia Podología Clínica en el Instituto Profesional AIEP en Valparaíso; está casada con un chileno y vive en una  comuna de la V Región desde 2017 (*). Quien esto escribe, Modesto Peralta Delgado, 41 años, originario de Ciudad Constitución, BCS, fue becado para una estancia académica en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; estuvo de septiembre a noviembre en un Magíster de Literatura en Viña del Mar. Nos conocimos casualmente, en el metro que va de Viña a Valpo y nos hicimos amigos, y luego nos tocó vivir la revuelta más grande en la historia de Chile.

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El milagro y la desigualdad

Es difícil explicar, en poco espacio, todo el proceso de las protestas en Chile que ya cumplen dos meses. Han habido una veintena de muertes, cientos de heridos —casi 2,500 según cifras de Derechos Humanos—, saqueos y violencia, pero estaría incompleta esta crónica de no decir que también ha significado un inusitado movimiento popular que ha luchado por un profundo cambio en su gobierno. El 18 de octubre de este año se recordará como el inicio de las manifestaciones masivas que iniciaron en la capital, pero pronto tuvieron repercusión desde Antofagasta hasta Punta Arenas. El alza del metro, que pasaba de 800 pesos chilenos (PCL) a 830, y que muy pronto, presionados por las marchas ha regresado a los 800 PCL (aproximadamente 20 pesos mexicanos), generó una larga lista de protestas que iban desde un justo sistema de pensiones hasta el acceso a los servicios de educación o salud. De pronto, era algo demasiado complejo, radical y profundo. Yo decía que era como cambiar al revés todo el calcentín. Era cambiar todo.

El sábado 19 de octubre, Hemi y éste que escribe vieron nacer las protestas en la V Región. En las estaciones del metro, calles y plazas —como la emblemática Plaza Viña en Viña del Mar— se convocaron decenas y luego cientos de manifestantes con mantas y cacerolas que tocaban con un palo o una cuchara: lo que fuera que hiciera ruido y que a la lejanía parecía una lluvia de granizo; grupos de jóvenes brincaban al ritmo de El que no salte es paco, y retaban con sus cuerpos y sus letreros a los carabineros que se apostaban en sus atrincherados vehículos, tendiendo una línea de tensión que con el paso de una mosca se rompería. Se declaró un estado de emergencia y el toque de queda que duraron casi una semana. La primera respuesta del gobierno de Sebastián Piñera fue la represión a las manifestaciones, resucitando el fantasma de la dictadura de Pinochet; a pesar de los 23 muertos en la primera semana, de los detenidos y lesionados, la reacción fue como haber echado leña al fuego: al movimiento se sumaron más y más chilenos y chilenas hartos del sistema, y en cada ocasión aumentaban las peticiones. Poderosa fue aquella frase que mejor puede resumir lo acontecido: No son 30 pesos, son 30 años, que desde 1990 serán los transcurridos de Pinochet, su sombra y su herida aún abierta sobre la nación sudamericana.

Chile es un país caro, donde un refresco de 600 ml cuesta 1,000 PCL, casi el doble que en México. Sin embargo, hasta hace poco se hablaba del milagro chileno, presumiendo una robusta economía y estabilidad social, lo que resultó ser una máscara que las protestas se encargaron de arrebatar. Chile ha sido un experimento de la política neoliberal, me dijo una amiga al explicarme que su Constitución —el libro de no ficción más vendido en las últimas fechas, que incluso te encuentras en las calles junto a otros souvenir— fue redactada tácitamente para proteger a Pinochet y sus aliados. Ese solo dato ya era sorprendente y sería la primera razón para proponer su drástica revisión. Y es que este aparente “Estados Unidos de Sudamérica” ha privatizado todo, hasta el agua, y los costos de vida son altísimos sacrificando a los ciudadanos y dando una fachada de primer mundo en donde hasta unas zanahorias las compras a crédito. Si pudieran, venderían el mar. Entre tantos testimonios y entrevistas, recuerdo el de la escritora Isabel Allende quien sintetizaba que el grave problema de Chile era, simplemente, la desigualdad; en una pared de Valparaíso también leí La causa de todo es el capitalismo.

Una paceña en el fin del mundo

Sin duda, un aspecto importante y dramático de las protestas en Chile han sido los actos de vandalismo que emergieron, una especie de rémora que al principio no lograba distinguirse de los enfrentamientos entre civiles y carabineros. La violencia se vivió hasta en comunidades modestas y tranquilas, y el actuar de las autoridades parecía volcarse sobre los manifestantes en vez ir por los violentos. Muy pronto se reportaron decenas de denuncias por desnudar a mujeres detenidas, entre otros tipos de maltraros, mientras que los que robaban y quemaban negocios seguían haciendo de las suyas —como hasta la fecha.

El momento más dramático fue ver los saqueos —cuenta Hemi—. Había visto videos de cosas que estaban sucediendo esa semana en Santiago, y la verdad que no pensé que sucediera acá en la V Región. He venido a Chile desde el 2015 y nunca había escuchado de estas situaciones. Justo ese sábado 19 octubre fui hacia mi trabajo, y al regreso, en el autobús la gente comentaba que se corría la voz que iban a saquear. Creí que era una especie de paranoia, nunca lo creí. Bajé del autobús rumbo a casa de un familiar y una señora se acerca y me dicen “¡Corre que están saqueando el ‘Tottus’ (una cadena de supermercados) y vienen los pacos!”. Sinceramente, no le veía sentido correr, pero ahora entiendo por qué.

Llegué a mi destino confundida. Esa semana había sido normal mi rutina, no sabía que estaba por empezar todo acá, incluso en mi ciudad que es un lugar súper tranquilo. En la V Región empezaron los destrozos, las represiones, la violencia, todo. Ver los videos en Facebook fue muchísimo para mí, porque en los saqueos no hacían gran cosa los militares ni policías, y vi algunos videos donde a quienes se llevaban detenidos eran otras personas que transitaban por ahí rumbo a sus casas sin nada en sus manos, no habían saqueado ni robado, su único error fue transitar cerca de donde estaba pasando. Por eso mismo la señora me había dicho ese día que corriera, porque ella sí sabía que aunque yo no tenía la culpa de nada no debía estar en ese momento. “Corre, cabra chica, que están saqueando” vuelve a mi mente todos los días; es como sentir que ella me hubiera salvado la vida. Si se me hubiera ocurrido ir justo al supermercado en ese instante, no estaría escribiendo esto, quizá estaría detenida o violada como algunas otras jóvenes, o incluso desaparecida.

Al otro día fui hacia el trabajo temprano y estaba cerrado. No había autobuses desde Santiago, ni hacia allá. Las personas estaban colapsadas, no sabía que sería tan rápido el efecto de las manifestaciones; había barricadas e incendios que obstruían el acceso a la carretera principal; estaban las líneas de autobuses temiendo que incendiaran o dañaran sus equipos así que prefirieron cancelar las rutas; las aerolíneas cancelaron viajes, y otras permitieron reprogramar; fue un fin de semana de mucho caos. Procesar todo eso me costó mucho. Era como vivir en una película o realidad alterna.

Pasó la primera semana. Se había levantado el toque de queda: ya podíamos ir y venir a cualquier parte, o reunirnos con quienes quisiéramos, sin ser llevados por la policía. Y al declarar el fin del estado de emergencia, pareciera que la vida había vuelto a la normalidad. Incluso los reporteros de otros países se retiraron y disminuyó la cobertura. Sin embargo, la situación no estaba cerca de su fin. Empecé el lunes sin clases. Valparaíso, la ciudad donde yo estudio estaba en caos: incendios en edificios, enfrentamientos entre policías, militares, toque de queda con represión, daños en el tren, entre muchas cosas que pasaron, no permitían que las cosas volvieran a la normalidad. En ese momento supe que esto sólo era el inicio.

Cuando me vine a Chile la adaptación cultural fue difícil —continúa Hemi—, aún lo es, ¡pero justo cuando sentía entender todo me di cuenta que en realidad no había conocido nada! No había hecho conciencia del daño en que vivían millones de personas, porque creía algunas cosas que decían sobre la economía de acá, si bien he recorrido algunos sectores vulnerables y he visto varias realidades, sinceramente, no tenía la conciencia de lo que como personas necesitaban en sus hogares más allá de un trabajo, educación, salud. Por lo que la transición a nivel mental fue difícil de procesar, porque vi el verdadero malestar, la rabia, la frustración y sentimientos que habían sido reprimidos durante años saliendo a las calles a exigir sus derechos. Por otra parte, tuve sentimientos encontrados ya que en mi condominio donde vivo intentaron ingresar a delinquir. Como en todo, hay personas buenas y otras no tanto, que aprovechando la oportunidad buscan como sacar provecho. Así que los vecinos estuvieron turnándose para cuidar durante la noche, y las cacerolas también hacían acto de presencia toda la noche. Era como escuchar un coro decir “Esto aún no acaba”.

Sin embargo, sentía alegría por la unidad que estaba viendo, los vecinos conversando en los pasillos; las zonas de recreación o en áreas comunes; los niños jugando con sus papás ya que por los toques de queda tenían que estar de vuelta a sus casas pronto, pero les dejaba más tiempo para convivir. En mis dos años aquí nunca había visto los parques tan concurridos, ya que muchos lugares cerraron y no estaban trabajando. Se respiraba un aire distinto ¡y no me refiero al olor a barricada! Entonces supe que sin importar lo que hiciera o no el gobierno, algo bueno saldría de todo esto.

Yo tenía cosas qué hacer en Santiago: trámites, compras e incluso planes de turistear ahí, todo quedo cancelado. Llegó un correo de la Embajada de México diciendo que no nos expusiéramos, y las medidas en caso de ser detenido. Ver la preocupación de ellos me dio las razones para tomar precauciones. Como extranjeros, nuestros derechos nunca serán iguales a los de un ciudadano, y no me refiero a la residencia, si no a que culturalmente nunca seremos iguales. Eso nos pone en desventaja porque incluso en nuestro país ya es una posibilidad el desaparecer por la delincuencia, secuestros, etcétera. Bueno, entendí que si aquí me pasaba algo sería peor. Simplemente no había forma de ubicarme entre un millón de personas corriendo, en el mejor de los casos si pudiese escapar de un enfrentamiento podrían llevarme presa por el simple acto de correr por mi integridad. Llegar a esa conclusión fue dura, cuando pensamos en migrar e irnos, pensamos muchas veces en solamente los beneficios que obtendremos, las cosas que van a mejorar por ejemplo la seguridad, la estabilidad, el bienestar, y al menos por mi parte, nunca creí que viviría una experiencia de este tipo.

A pesar de todo lo ocurrido, muchos chilenos y chilenas sienten que el gobierno aún no los escucha ni ha sido sensible. Y no podemos —ni debemos—, enfocarnos sólo en la violencia como en la televisión local, que cuando menos cuenta te das, se enfocó demasiado en el lado doloroso y criminal. ¿Qué cambió, como extranjeros, de la imagen que teníamos de Chile? ¿Qué de bueno trajo este movimiento social histórico? Hemi opina: Creo que respecto a la sociedad ha cambiado para bien, he visto la solidaridad, el amor, la alegría y la empatía mucho más presente estos días ya que al principio de mi experiencia encontraba mucha frialdad en ellos, las sonrisas, los saludos de “Buenos días, buenas tardes”, eran casi nulos… Pero estos días he visto cambios increíbles en todos lados, los desconocidos conversan más en el tren; la gente le pregunta a otra sobre un tema equis para empezar una conversación; ¡es muy lindo ver eso! Incluso en mi salón de clases donde había estado un ambiente un poco hostil, las cosas son distintas, es como si todos se preocuparan por todos, y eso es muy hermoso al verlo. Sin embargo, respecto al gobierno me siento decepcionada, ya que no escucho soluciones concretas y la actitud del Presidente de decretar estado de emergencia y una ‘’guerra’’ contra su propia ciudadanía fue aterrador, es como una indiferencia total ante las necesidades que su pueblo tiene.

Tuve la oportunidad de ver las manifestaciones en vivo y a todo color, las manifestaciones fueron pacíficas, vi un ambiente familiar y alegre, la música buscaba que las personas entonaran sus demandas de una forma original. Escuchar la versión de “Bella ciao” de los profesores en la que dice “Los profesores están marchando para que nunca jamás en Chile se lucre con la educación”, por ejemplo, me lleno el corazón.  Algunos chilenos me han conversado que están aburridos de esto, pero creo que es el momento perfecto para que las futuras generaciones sean mejores y puedan disfrutar una mejor calidad de vida, entre ellos espero que estén mis hijos.

(*) Por razones de seguridad, se han modificado un par de datos de la joven. También, por el riesgo de deportación, el autor de estas crónicas decidió publicarlas hasta llegar a México.

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