Si escribir no es revolución, la vida carece de sentido

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

La Paz, Baja California Sur (BCS). La literatura nos cambia para bien o para quién sabe. No está claro qué función cumple para un individuo en las actuales condiciones de cambios profundos que hay en México. Porque al menos es claro que hasta hace muy poco se trataba de ganar prestigio, un nombre, premios, becas, entrar a la sala de los dioses de la literatura o ya de perdida a la elite de Letras Libres o Nexos.

A veces comenzamos con pasión adolescente para que nos lean, decir lo que sentimos, pensamos o hacemos. Dejamos todo en un poema, en una novela, en una obra que hable más por nosotros. Pero el problema comienza cuando le damos más cargo a la relevancia, el que nuestros nombres aparezcan en las marquesinas de la historia.

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¿Para qué escribimos? Es una pregunta constante al momento de sentarnos durante horas para tener logros y avances, hasta que al fin alcancemos el objetivo primordial que es la consumación de una obra. En el transcurso de su creación nos asaltan las dudas, los miedos, las vanidades, las soberbias: aquello debe ser un monumento que todos deben admirar.

Un escritor frente a la máquina es un mono desnudo, no tiene lauros, joyas, estatuillas, medallas, solo está frente a su incertidumbre. No obstante, durante cuatro décadas muchos dedicamos nuestra energía a tener una “ganancia” de lo que hacíamos y caímos en el garlito de que la institución debía ser el mecenas obligatorio para que sacáramos a la luz nuestros avatares humanos.

El horizonte promisorio que nos seducía a través de convocatorias literarias para que compitiéramos por un monto, no era para nada despreciable. Así, muchos afanosos centraron sus baterías en escribir para que un jurado al azar pudiera también al azar escogerlos. En algunos casos las decisiones eran honestas y en otras tantas no. Chanchullos literarios por todos lados existen. Y una larga lista de bases que prometían dar a un ganador una cantidad simbólica de que culturalmente en las instituciones se estaba trabajando.

Terminamos atrapados en ese círculo vicioso. ¿Cuántos de esos premiados están siendo leídos después de cuarenta años? ¿Qué impacto social trajo un libro? Dirán que eso es muy relativo, que la obra es producto de la circunstancia personal, que el autor no puede circunscribirse a una necesidad social sino a una individual, que es la esencia de toda obra de arte. ¿Por qué no, entonces, todas las obras tienen alcances masivos si algunas son extraordinarias?, ¿o por su calidad baja, porque no somos lectores o porque las obras no tienen la menor importancia?

¿Cómo atraer la atención de un lector? Los de Netflix tienen a su cargo un equipo de escritores que conocen los resortes emocionales de la población y saben cómo hacerlo, ¿por qué un escritor cualquiera no puede hacerlo también?, ¿porque les falta formación o como les gusta decir a algunos, “no están actualizados”? ¿Los grandes escritores ya no existen o solo quedan los que buscan que su nombre aparezca en la marquesina solo porque sí? ¿Tiene sentido seguir escribiendo cuando hay billones de libros que pululan por todos lados y además hermosísimos?

Me pregunto. La experiencia de escribir es una experiencia lúdica, pero deja de serlo en el momento que la contaminamos con el deseo de ganar algo a toda costa, cualquier cosa. Me replicarán que están en su derecho, pero yo no me refiero a eso, sino a que la obra estará prisionera del objetivo y lejos de la libertad crítica para desarrollar una obra. Porque, seamos sinceros, si escribimos en función de ganar un premio, el sesgo, el deseo y la manipulación interior a la que nos sometemos produce un territorio con límites.

Se ven bien bonitos los premios en el currículum que ni qué, pero ¿cuántos están siendo leídos, llevados a la mesa de los lectores hipotéticos? La efímera vida nos conduce a través de obras fugaces y, sin embargo, buscamos la inmortalidad, que no nos olviden. ¿Es la vanidad o la impronta humana de que las letras sean los vínculos de una época? Tengo más preguntas que respuestas o tal vez las preguntas son la misma respuesta, pero de lo que sí estoy seguro es que escribir es un acto revolucionario, cuyo único sentido es darle significado a la realidad que nos cobija o en la que estamos atrapados. Al escribir entramos y salimos de ella.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

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El librero

Ramón Cuéllar Márquez

Nació en La Paz, en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente se desempeña como locutor, productor y guionista en Radio UABCS. Ha publicado los libros de poesía: “La prohibición del santo”, “Los cadáveres siguen allí”, “Observaciones y apuntes para desnudar la materia” y “Los poemas son para jugar”; las novelas “Volverá el silencio”, “Los cuerpos” e “Indagación a los cocodrilos”; de cuentos “Los círculos”; y de ensayos: “De varia estirpe”.

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