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Le pedí a Diosito que no se la llevara

Fotos ilustrativas de Internet

Colaboración Especial

Por Pablo Chiw

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Empezaba a contarme lo que había ocurrido y su respiración lo traicionaba. Trataba —supongo yo—, de mantener la serenidad, las formalidades, de mostrar su madurez; pero al hablar, se reafirmaba la dimensión del evento y su abrumadora condición de irreversible. Al escucharse a sí mismo, se iba convenciendo cada vez más de lo ocurrido y el ahogo entorpecía la fluidez de sus palabras, fragmentándolas en cristales rotos que salían a empujones de su garganta.

Le recé todos los días a Diosito para que no se la llevara, para que se pusiera bien, para que estuviéramos todos juntos otra vez, pero le dieron tres paros cardíacos. Los doctores la salvaron de los dos primeros, del tercero ya no, dicen que ya no le servían los pulmones. Esto dijo un niño de 11 años.

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El infante se va muriendo conforme va hablando. El cubrebocas negro no logra esconder el temblor de sus labios. Mientras mira al panteón, lagrimas caen sin su permiso. Aún no ha descubierto qué hacer con sus manos: estira sus dedos, las guarda en las bolsas del pantalón para luego liberarlas inmediatamente; estaban tan acostumbradas a jugar que todavía no se enteran que la infancia ha terminado. La madre del pequeño será sepultada en veinte minutos.

Regresa a la conversación, se da cuenta que está llorando y reconoce en mi mirada el dolor que provoca con su inocencia. Estoy temblando y ni siquiera puedo abrazarlo: igual que su madre, también tiene COVID-19. Allí estoy a la distancia, viéndolo llorar. ¿Cuántas veces se puede decir lo siento sin que se vuelva fútil, sin que pierda sentido?

Vas a sentir muchas cosas —le dije. Todo lo que te suceda es normal, habrá momentos en los que sientas muchas ganas de llorar, otros en los que quizá no sientas mucho, es normal. Estás frente a una de las experiencias más duras que un ser humano pueda encontrarse en la vida, habla hijo, deja que todo lo que vaya ocurriendo pueda ser escuchado, el dolor estará muchos años, pero será más fuerte el amor que tu mami ha construido dentro de ti, esos son amores que no terminan en la muerte, sino que se transforman en semillas que germinarán en tus manos, en tus actos, en tu memoria.

Ella siempre estará presente en nuestros corazones, pues nos trató con tanto amor que siempre estaremos infinitamente agradecidos. Entre el viento, mi cubrebocas y la careta, seguramente, se perdieron muchas palabras. Él que antes era un niño siguió llorando, él no necesitaba palabras o abrazos, él necesitaba a su madre que a los 33 años murió por COVID-19 en La Paz, BCS.

“Ya me tengo que ir”, me dijo y se despidió con una mirada desvanecida. Mi niño de siete años se limpiaba las lágrimas con sus manitas. Siempre jugaban juntos, pero a su amiguito se le terminó el tiempo de jugar.

Hace unos días el virus se llevó a una mujer maravillosa, amiga cercana mía y muy querida. Ella no podía dejar de trabajar, la necesidad le quitó la vida. El 15 de julio murieron 21 más, 119 en lo que va del mes. Son historias desgarradoras del dolor, la incertidumbre y la muerte. Pero vienen más, en definitiva, no terminamos por entender lo que nos está pasando y mucho menos podemos imaginar lo que está por ocurrir.

Descansa en paz, Querida Amiga, y que allá en lo divino seas recibida con la misma dulzura que tú nos obsequiaste.

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