Cómo describían las lluvias y otras aguas los misioneros que vivieron en California

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En la actualidad es común que, desde los primeros años de vida, se enseñe a los niños la forma de obtener el agua, que por lo general es de la llave o de un garrafón de agua purificada. La mayor parte de la población que habita en las zonas urbanas de Sudcalifornia disfruta del agua potable a través de la red de tuberías, y a pesar de que en ocasiones existe un surtimiento irregular, podemos decir que, es más o menos suficiente para cubrir las necesidades diarias. Sin embargo, al hacer un análisis de la historia de nuestra península podemos comprender cómo sobrevivieron los primeros habitantes con la poca agua que había, por lo que al conocerla deberíamos de cuidar y valorar más este recurso tan importante.

Es así que, uno de los misioneros que habitó por espacio de 17 años, una de las regiones más áridas y solitarias de nuestra península, fue Juan Jacobo Baegert. Este misionero procedía de la región de Alsacia, ubicada entre los actuales límites septentrionales de Francia y Alemania. Al poco tiempo de haber finalizado sus estudios sacerdotales fue enviado a la capital de la Nueva España, y posteriormente a misionar en la península de California. Esto es, que en menos de 1 año pasó de vivir en un clima frío, con abundantes lluvias y grandes bosques, a radicar en la región donde se instaló la Misión de San Luis Gonzaga Chiriyaquí, que era una de las más desoladas y desérticas de la península. Este sacerdote nos legó para la posteridad todas sus experiencias durante las casi dos decenas de años que vivió en esta región, y que actualmente se encuentran compendiadas en un libro titulado Noticias de la península americana de California.

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En el mencionado documento, el sacerdote nos describe que algo de lo que había una increíble escasez era el agua, incluso aseguraba, a su muy estilo sarcástico y socarrón, que En california hay que temer todo, menos ahogarse en agua. Incluso para defender esta tesis mencionaba el suceso de un desafortunado naufragio en las costas Californianas, en donde todos los sobrevivientes perecieron al no poder encontrar agua potable para calmar su sed.

Durante sus largos años de estancia en el paraje de Chiriyaqui, pudo concluir que por lo general las lluvias ocurrían entre los meses de julio a octubre, pero que esto no era algo seguro, puesto que podían pasar años enteros de terrible sequía. Calculaba que el tiempo que duraban las escasas lluvias era de 3 o 4 horas, anotando que a los 5 ó 6 días después del primer aguacero, se vuelve verde todo lo que es capaz de enverdecer, y, entonces, se goza de algo que podría llamarse una vislumbre de primavera. Este efecto que ya definía desde entonces este misionero, en la actualidad aún se puede constatar. Con las primeras lluvias que caen en el monte peninsular, de inmediato los árboles empiezan a producir brotes nuevos, y en unos cuantos días ocurre lo mismo que menciona Baegert, podemos ver los cerros y valles con un verdor que hace suponer que no estamos en una zona desértica.

Algo que varios historiadores han concluido es que el clima de nuestra península ha cambiado desde la época en que los jesuitas hicieron sus crónicas. En aquellos tiempos las lluvias eran más frecuentes y la temperatura no era tan cálida como hoy, debido a lo anterior nuestro misionero nos comenta que por lo general las zonas que abarcaban las lluvias eran muy pequeñas y focalizadas, y la duración de las mismas era muy corta, restringiéndolas a 2 o 3 horas. Tal vez la poca frecuencia de lluvias hacía que los Californios no temieran a los rayos ni a los truenos, algo que asombraba a Baegert puesto que en su tierra natal conocía los graves estragos que estos fenómenos causaban, ocasionando la muerte de decenas de personas y animales durante las tormentas. Sus impresiones al respecto las describe de la siguiente manera cuando retumban los truenos y caen los rayos, [los naturales] siguen con sus risas y bromas, aunque pareciera que el cielo mismo amenazara venirse abajo.

Una situación muy interesante que nos describe el misionero Juan Jacobo, es algo que en la actualidad todavía podemos percibir y que es motivo de chistes y burlas. A continuación, dejo la descripción en sus propias palabras: En los 4 meses antes mencionados, no es que falten las nubes o los preparativos para la lluvia, pero oí decir que, para que este hecho aconteciera de veras, era preciso que amenazara 24 veces, antes de que hubiera una descarga o que lloviera. Como nos hemos dado cuenta, nuestro misionero de San Luis Gonzaga era un hombre muy observador, por lo que concluyó también un fenómeno que hasta la fecha es bien conocido en nuestra península: Si, al fin, ha caído un buen aguacero durante una media hora o tres cuartos, luego se junta toda el agua de los cerros y laderas, y forma, debido a la sequedad del suelo, un arroyo que, en muchas partes, alcanza el ancho de un respetable río y cuyo ruido se oye, a veces, con gran estrépito media hora antes de que aparezca la corriente. El agua baja con miles de vueltas entre las rocas y escollos, disminuye en seguida para desaparecer a las pocas horas, dejando tras de sí la misma sequedad de antes, además de sapos y algunos charcos y baches. Las visitantes de nuestra península que llegan en temporada que suceden las lluvias, al observar el verdor del monte creen que vivimos en un paraíso, incluso comparable con regiones tropicales, sin embargo, para los rancheros y personas que visitan con frecuencia el monte, saben que este vergel es pasajero y que bastarán dos meses del clima natural de esta tierra, el clima con un calor de más de 40 grados y seco, para que regrese a su forma desértica natural.

Las lluvias, desde ese entonces hasta hoy, siempre eran celebradas y recibidas con júbilo por los habitantes nativos de esta tierra; entonces la gente se entusiasma y dice: ahora sí ya volvieron a llenarse las bodegas y las tinajas para un año; porque hay que saber que, con muy contadas excepciones, toda el agua con la que hombres y bestias habrán de apagar su sed durante un año entero se encuentra represada en charcos y pequeños depósitos que se forman entre los bordes de los arroyos. Algunos de estos charcos desaparecen a los pocos meses o semanas de terminada la temporada de aguas, mientras que otros permanecen durante todo el año, tanto más llenos y ricos y tanto mejor apropiados para la siembra, cuanto más ha llovido. Tal vez para aquellos que hemos vivido desde nuestra infancia en las ciudades y nos hemos acostumbrado a recibir el agua con abrir un grifo, el tener agua para satisfacer nuestras necesidades sea algo sencillo; sin embargo, en aquellos lejanos tiempos, la subsistencia de los seres humanos dependía de la llegada de las lluvias, y de que se llenaran estos receptáculos naturales. Nuestros antiguos nativos conocían en dónde se encontraban esas fuentes de agua, aprendiendo a aprovecharlas sin importar el estado en que las encontraban: En estos pantanos se bañan; con estas aguas se recrean o se refrescan las gentes y las bestias, y, en fin, ante ellas se echa de barriga el californio y bebe como una vaca, porque generalmente no tiene con qué tomarla. Dejando de lado los comentarios despectivos de este misionero, podemos apreciar a través de su relato, la forma en la que nuestra gente nativa adaptó su metabolismo para poder aprovechar cualquier fuente de agua, teniendo un resistente organismo digestivo para contrarrestar las infecciones que probablemente hubieran matado a un europeo si bebía de las aguas en ese estado.

Como se dará cuenta el amable lector, la visión de nuestros grupos étnicos nativos de la California en cuanto a la lluvia y el agua, era muy diferente, e incluso hasta incomprensible, para los europeos que paulatinamente fueron arribando a esta península. A pesar de que la perspectiva europea se impuso a la nativa en muchos sentidos, creo que esto no ocurrió completamente, puesto que en la actualidad no hay sudcaliforniano que no disfrute el sentir la lluvia en su cuerpo, y sienta un gran deseo por ir al monte a disfrutar su benéfico impacto en la flora y fauna de esta tierra bendecida.

 

Bibliografía:

Baegert, J.J. (2013). Noticias de la península americana de la California. La Paz: Archivo Histórico Pablo L. Martínez

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

Profesor de Educación Primaria, Licenciado en Educación Especial y Maestro en Ciencias de la Educación. Labora en la Secretaría de Educación Pública y comparte su tiempo con su pasión por la historia de la California del Sur. Administra el grupo de Facebook “Conociendo Baja California Sur”. Nació el 22 de septiembre de 1969 en Puerto Vallarta, Jalisco, pero radica en Sudcalifornia desde hace 44 años. Actualmente, es Director de la Unidad de Servicios de Apoyo a la Educación Regular No. 17 y Maestro de Comunicación del Centro de Atención Múltiple “Gilberto Vega Martínez” en La Paz. Escribió la antología (Ebook) “Piratas, Corsarios y Filibusteros en la Antigua California”. Mención Honorífica en el VII Premio Estatal de Periodismo “Jesús Chávez Jiménez”, en Entrevista, por su trabajo “Graciela Tiburcio Pintos, la leyenda de la biología de las tortugas”.

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