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Ciencia y religiones: ¿son compatibles? (III)

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El Corán copia de la tradición talmúdica el mito de los ángeles rebeldes, en el que son los demonios que enseñan ciencia y magia a los hombres y por lo tanto son infieles. El islam permitió el cultivo de las matemáticas. El álgebra se desarrolló a su amparo, también la geometría, la astronomía y la óptica; pero como nos recuerda Michel Onfray, eso está al amparo de la religión pues estos lenguajes científicos eran para calcular mejor la dirección hacia La Meca con las estrellas o establecer calendarios religiosos.

Según Onfray ningún conocimiento científico ha surgido durante siglos en los países musulmanes. El físico paquistaní Abdul Mohammed recibió el Premio Nobel en 1979, pero su trabajo lo realizó con equipos de investigación en Italia e Inglaterra.

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Lo anterior no es rigurosamente cierto, parece que Onfray cae en el error del universalismo prejuicioso. Si usted revisa artículos científicos realizados en universidades o institutos de países islámicos como Irán,  se encontrará con una pléyade de estudios principalmente en química, microbiología y medicina.

Durante más de cuatro siglos a partir de Muhammad, los imperios islámicos rescataron conocimientos de la antigüedad clásica como tratados aristotélicos y cultivaron el pensamiento científico. En el siglo IX, Al-Haziz desarrolló una teoría de la evolución biológica en donde los seres cambiaban mediante un mecanismo parecido al de la selección natural.

Al-Hazen desarrolló el método científico moderno seis siglos antes que Galileo, e Ibn Al- Shatir ya había modelado el movimiento de los planetas en un cosmos heliocéntrico dos siglos antes que Copérnico.

¿Qué sucedió entonces? Al-Ghazali, el filósofo del islam más influyente en la historia del islam en el año 1100 se opuso a la idea de las posibles leyes naturales pues, de existir, estas leyes ataban la voluntad de Alá. A partir de ese momento esta religión se volvió más estrecha. El ulema de Córdoba ordenó quemar en el 1194 todos los textos médicos y científicos considerándolos blasfemia.

Las religiones teístas tradicionales no avanzan en un mundo que cada vez adquiere conocimientos más complejos. Es muy desalentador el observar cómo antiquísimos modelos de una zarza ardiendo, de un dios que hace llover fuego en una ciudad aislada en medio del desierto, un carpintero que multiplica pescados o un dios invisible que amenaza a camelleros, sigan vigentes en una época que tiene modelos cosmológicos con agujeros negros, teoría de supercuerdas, teoría de la epigenética ambiental, medicina molecular, nanotecnología y aceleradores de partículas.

Algunas religiones han tratado de adaptarse, como la Cienciología inventada por Hubbard que ya incorpora dioses alienígenas y bombas nucleares en su teología.

El que la realidad todavía —y quizá para nuestra inteligencia— sea incognoscible de manera esencial, no significa tampoco que las religiones sean el mejor método para acceder a esa sustancia. Si la física está lejos de saber qué es la materia o qué es exactamente la base material de la gravitación, esto no significa que la creencia en un dios semítico que separa la luz de la oscuridad sea la mejor respuesta. Si la biología no sabe aún cómo surgió la vida con exactitud, esto no significa que una divinidad sopló e insufló a la materia inerte como una creación especial. Si la psicología o la neurología no son capaces de resolver el problema de cómo la conciencia o el pensamiento emergen de un sustrato orgánico, eso tampoco significa que la teología sea una mejor respuesta.

La ciencia (o más bien los científicos) admite su ignorancia, la religión (o más bien ciertos fanáticos) jamás, se jacta de tener la verdad revelada. Esta última al tener un componente idealista realiza el proceso de antropomorfización; hace depender a la naturaleza de una Inteligencia Superior Divina con un propósito casi siempre ligado al hombre como creación especial.

El que ciertas religiones rechacen las teorías de la evolución biológica se debe a varias razones. Una es la materialidad de la teoría. El religioso no puede aceptar que la conducta de los seres vivos se deba a una conformación material: genética, fisiológica o bioquímica, que se va desarrollando con el tiempo y que el alma no esté separada del cuerpo. Dos: la ausencia de un Dios creador en la biogénesis. Tres: la noción de que el humano no es una creación especial sino uno más entre la diversidad de los tiempos geológicos. Cuatro: la idea de que la evolución es contingente va en contra de un Creador con un propósito.

En su fanatismo, el religioso rechaza las pruebas evolutivas como los fósiles, alegando el argumento de los fósiles intermedios. También es incrédulo respecto a las dataciones con isótopos de carbono y arguye la metáfora del diseñador inteligente. Sin embargo, no investiga o pone a prueba sus hipótesis. Descree de las rocas y los estratos geológicos pero acepta algo nunca experimentado como el espíritu, como cosa dada.

En la actualidad algunos teólogos hacen trampa, escogen algunos conocimientos científicos para supeditarlos a sus doctrinas particulares. Esta es la falacia de ligar hechos especiales a un principio general, o falacia non sequitur.

Por ejemplo, en la Internet usted puede entrar a una página titulada Ciencia e Islam en donde se relaciona la supuesta rotación de los electrones en siete órbitas con el deber de los musulmanes de girar siete veces alrededor de La Meca en su peregrinación. Semejante estulticia no toma en cuenta que su modelo atómico está ya pasado de moda sino que lo relaciona, mediante una hermenéutica espuria, con una tradición de hace siglos.

Escuché a un pastor cristiano en la radio que mezclaba naranjas con cebollas, o sea confundía la gimnasia con la magnesia escupiendo estupideces de esta calaña: que los humanos estábamos genéticamente corruptos desde la caída de Adán en el jardín del Edén. Otro ejemplo, según el Rabino Joseff Bitton en su ensayo Big-Bang y Judaísmo, la teoría de la Gran Explosión que es un modelo cosmológico, confirma el Génesis. Visión simplista y adecuada si no se ahonda en los principios de la física actual y su diferencia con un libro de la época del Rey Josías como mera propaganda religiosa que sincretiza mitos egipcios y sumerios.

La religión es compatible con la ciencia mientras esta última no desarrolle teorías y modele esquemas del mundo en contradicción con los dogmas religiosos. De lo contrario, el aparato de poder religioso prefiere el ataque y la condena antes que el pensamiento crítico. Ciertos modelos cosmológicos como el de Copérnico fueron condenados mientras que el del Big-Bang es aceptado por la Iglesia Católica pues no contradice la Creación ex – nihilo.

Y es que la religión ya no cambia sus dogmas tan fácilmente, debido quizá al temor de verse como lo que siempre ha sido, una institución defensora de supercherías para sostener un poder político y económico. Las religiones combaten a ciertas ideas y hombres que sostienen la mentira de las doctrinas religiosas bajo la supremacía de las teorías científicas.

Pero, voy a agitar el avispero. En un sentido estricto, las teorías científicas son mitos (mito es un ejemplo, narración, un conocimiento poético que se vuelve modelo de pensamiento). El científico puede volverse un sacerdote que, si cree que su modelo científico es verdadero, puede institucionalizar este mito y, por lo tanto, trocar a la ciencia en religión. ¿Acaso no es un instituto o un laboratorio una especie de templo sagrado? ¿Y las jerarquías académicas y los congresos no son sino conciliábulos de hierofantes y modelos olímpicos?  Las ciencias describen fenómenos, pero cuando intentan explicar el universo hay que pensar en la sustitución de Dios como principio por otras teorías absolutistas.

El modelo cosmológico del Big-Bang es tan mítico como La Creación por parte de dioses arcaicos (entiéndase esto como modelo matemático).

Lo único que puede salvar a la ciencia de convertirse en religión es el escepticismo: la lucidez de pensar que los conocimientos científicos pueden acercarse o no a una mejor comprensión de la realidad, pero en última instancia no pueden ser verdades reveladas ni mucho menos la metodología científica nos llevará a una Verdad Absoluta. Por lo tanto, el científico no debe dejar de filosofar —de dudar—, pienso que el científico debe ser hereje de su propia actividad pues de otra manera la ciencia y la religión no sólo serían compatibles, sino lo mismo.

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