Wonka: un churro con cubierta de chocolate que en realidad es caca

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Colaboración especial

Alejandro Aguirre Riveros

La Paz, Baja California Sur (BCS). Las estadísticas indican que nadie lee estas reseñas hasta el final. Pero, hey, tú, sí, tú que por alguna razón estás aquí y no viendo memes, aprovechando que ya te tomaste la molestia de llegar hasta aquí, ahí va un resumen para que no te vayas con las manos vacías: Wonka es esa cagada chocolatosa que pisas sin querer en la banqueta, pero convertida en película. ¡De nada! Te acabo de salvar de frotarte los ojos como loco, tratar de limpiarlos después de ver Wonka es como querer quitarte la caca del zapato, pero de tus pobres pupilas

¿Todavía por aquí? ¿Esperando una explicación? Ah, ya veo. Pero antes, estimado lector de esta reseña, permítame rescatar del baúl de las joyas del léxico mexicano un término perfecto para esta peli: el churro cinematográfico. Primero que nada, analicemos cómo se hace un churro. Necesitas tus ingredientes: harina, huevos, leche, azúcar y sal. Mezclas todo eso, lo metes en la máquina y ¡pum!, sale una tira larga de masa. La corta, la fríes, le pones azúcar, canela, o como en este caso, chocolate, mucho chocolate y listo. A cualquier hora, en cualquier lugar, a todo mundo se le antoja un churro. Para los churreros es un negocio seguro: en un país de diabéticos donde el azúcar corre por nuestras venas más que la sangre es como tener una maquinita de hacer billetes. Y justamente así, mi querido lector, es como Hollywood hace sus películas hoy en día: meten todo en la máquina, sin fijarse mucho en si es harina de primera o de tercera, y ¡listo!, otra peli más para el montón de espectadores con las mentes ya medio fritas por el azúcar, tragándose cualquier cosa que les pongan enfrente, sin importar si es una basura digna de un Oscar al peor guion.

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Y bueno, hablando específicamente de Wonka, parece que el churrero de turno decidió innovar y, en lugar de vendernos un churro tradicional, nos dio algo que parece más sacado de El Ciempiés Humano que de la cocina. ¿Qué nos venden? La precuela de un remake de una adaptación cinematográfica de un clásico de la literatura infantil de Roald Dahl. Es como si tomaran un churro, lo reciclaran cuatro veces y esperaran que nos lo comiéramos con la misma emoción. ¡Ni que fuéramos tan ingenuos! ¿O si lo somos? 

¡Ah, caray! ¡Aún estás aquí, lector empedernido! ¡Qué sorpresa! En ese caso toca contar de qué va la película porque entre churros y ciempiés humanos, casi se me olvida hablar del meollo del asunto: el joven Wonka, interpretado por un carismático Timothée Chalamet, llega a Europa, sin un quinto, firma un contrato sin saber leer y se mete en un lío chocolateado. Vende caca, digo, chocolates voladores, lo estafan, termina en una lavandería con un huérfano y una jirafa ordeñada (leíste bien: leche de jirafa). Wonka descubre un cartel chocolatero, se pelea con un Oompa Loompa resentido, y después de un montón de desmadres y caca, incluyendo chocolates envenenados y persecuciones, abre su tiendita. ¡Fin! Y el epílogo: todo se resuelve con un mensaje cursi de su mamá en un papelito dorado. ¿Y nosotros? Aquí, perdiendo neuronas con esta trama más retorcida que una telenovela barata.

¡Vaya, vaya! ¿Qué es esto? Alguien que sí lee reseñas hasta el final. Según las estadísticas eres una especie en extinción. Perdón por el choro, ahora sí, sin más rodeos, hablemos claro de Wonka: es un fiasco, mierda, caca. Aunque tenga a Timothée Chalamet, a Hugh Grant de Oompa Loompa, a Mr. Bean de relleno y a Paul King (Paddington) como director, ni por esas se salva. Es una montaña rusa de meh, de esas que ni te suben la adrenalina ni te dejan un buen sabor de boca. Más bien, te bajas preguntándote por qué te subiste en primer lugar.

Paul King intentó replicar la magia de Paddington en Wonka, creando un mundo que sí, impresiona, pero que le quita toda esa vibra cínica y espeluznante típica de Dahl. El resultado es un pastel de chocolate sin cacao: se ve bonito, pero le falta sabor, le falta alma.

Además, el manejo del chocolate en este mundo de Wonka, es como mezclar oro con crack: la gloria y ruina de la ciudad, pero todo servido en una tacita con malvaviscos. Es una infantilización total, ridícula hasta para una peli de niños. Porque, seamos honestos, las infancias merecen algo más que pura azúcar sin sustancia.

La actuación es quizás lo único rescatable: Chalamet tiene un carisma que contagia, y el resto del elenco al menos no desentona. Pero en términos generales es un rotundo tache, primero porque parece hecha sólo para morros tetos con chistes que ni a los de kinder les dan risa, olvidándose de que hasta los adultos tenemos nuestro niño interior que también quiere divertirse, y al que apelaba la película original. Y segundo, ¡resulta que es un musical! Pero uno de esos musicales castrosos que te hacen preguntar ¿es neta otra canción más? Casi todo el tiempo están cantando, y nada que se te quede en la cabeza. Puras rolas tan genéricas que hasta la música que ponen en el supermercado tiene más punch. Estamos a años luz de las icónicas rolas satánicas de la original Charlie y la Fábrica de Chocolate. Aquí, las canciones son tan memorables como el menú de una cafetería de oficina.

Para resumir: aunque tiene sus momentos, como Chalamet y unos cuantos chistes que logran sacar una sonrisa, el enfoque infantiloide y una banda sonora más soporífera que esperar turno en el banco, hacen que Wonka se quede como un mero bocado en el festín de mediocridad que Hollywood nos intenta vender. Un producto más en esta era de remakes, secuelas y adaptaciones que parecen churros de baja calidad, producidos en masa sin el menor atisbo de originalidad o sustancia, a sabiendas de que el espectador de hoy en día se come cualquier cosa así sea mierda disfrazada de chocolate.

¿Si vale la pena verla en el cine? No. De hecho, no vale la pena verla ni en casa, ni en el autobús, ni en ningún lado. Mejor ahórrate ese tiempo.

Y si lograste llegar hasta aquí, lector, de nada por salvarte de atragantarse con semejante cerote chocolatoso. Ahora ya sabes: si te topas con alguien a quien le gustó Wonka, llévalo al médico de urgencia, algo no anda bien. Puede que sufra de diabetes cinematográfica. Demasiados churros empalagan y destruyen el alma. Habrá que recetarle una dieta más balanceada de películas, por su bien.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

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Colaboración especial

Alejandro Aguirre Riveros

 

Originario de la Ciudad de México (30 de junio de 1985),  cursó la licenciatura en Ciencias de la Comunicación en el ITESO (2004-2008). Durante ese periodo ganó el premio al Mejor Documental en la Semana Municipal de Video de Guadalajara, obtuvo el primer lugar en la categoría Fotografía del Festival Universitario de la Comunicación y dirigió un corto experimental seleccionado por el Festival de Arte Chroma y el Tijuana Freakfilm Festival. Al egresar trabajó como videoasta y fotógrafo hasta que una enfermedad autoinmune devoró la superficie de sus ojos obligándolo a volcar su creatividad en la literatura. Ganador del Premio Estatal de Cuento Ciudad de La Paz 2015 y finalista del Primer Torneo de Guión organizado por Escribe Cine A. C. Egresado del Diplomado de Literatura Europea Contemporánea organizado por Bellas Artes, del Seminario de Dramaturgia (Instituto Sudcaliforniano de Cultura) impartido por Jaime Chabaud y de la Segunda Residencia para Guionistas en Sonora bajo la tutela de  Maria Gabriela Vidal, Ximena Escalante y Gibrán Portela. Ha cursado diferentes cursos y talleres de escritura creativa con maestros como Martín Solares, Antonio Parra, Luis Felipe Lomelí, María Barandas, Alberto Chimal y Ana Clavel. Su narrativa se distingue por una honestidad descarnada, un ritmo trepidante y personajes que rayan entre la tragedia y la comedia existencialista. Sus influencias son Pedro Juan Gutiérrez, Raymond Carver, Mariana Enriquez, Samanta Schweblin y Etgar Keret. Actualmente dirige el Taller de Guión cinematográfico impartido en la biblioteca Justo Sierra por parte del Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

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