La triste y desalmada historia de cómo nos volvimos una sociedad crimefriendly

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Todo el periodo neoliberal estuvo marcado por la corrupción, el aumento de la pobreza del pueblo mexicano y la acumulación de la riqueza de las élites empresariales y políticas —la delgada línea entre unos y otros prácticamente, no existía, pues un día eran “políticos” y al siguiente “empresarios”—, pasaron de ser un par de decenas de familias ricas a más de ciento veinte. La promesa de que esa riqueza, si la manejaban los ricos, válgame el pleonasmo, desde arriba hacia abajo —iba a “llovernos” algo de ese caudal de dinero al resto de la humanidad—, era una mentira. Otro de los factores que fue sintomático de esa etapa y que salta a la vista de todos fue el crecimiento de la violencia.

Antes, la violencia solo pertenecía a la nota roja de la revista ¡Alarma!, a cosas lejanas que estaban fuera de nuestro contexto inmediato. Pero de pronto, durante la década de los noventa los actos violentos comenzaron a sucederse prácticamente, frente a nuestra casa. Recuerdo que se reprodujeron como conejos películas “de acción” donde la violencia era el meollo del asunto, incluso directores como Tarantino adquirieron fama con filmes que han llegado a ser de culto para ciertos sectores de cinéfilos.

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Me viene a la memoria también el descubrimiento —a finales de esa década—, de que habíamos sido metidos en una olla de agua fría, a la que le prendieron fuego para que nos fuéramos acostumbrando poco a poco al calor intenso. Hasta cocernos. Sí, como aquel experimento de las ranas. Ya entrados en el nuevo milenio y siglo, la violencia estaba más asimilada, que en apariencia se reducía a los cines y a la literatura. Pero, a partir de 2006, con la entrada de la presidencia espuria de Felipe Calderón, la cosa cambió: fue el completo terror que habría de prolongarse en el sexenio de Enrique Peña Nieto, incluso hasta nuestros días.

Además de las películas, también se metió como la humedad hasta nuestras casas en forma de telenovelas y series de televisión. Sin temor a equivocarme, ningún noticiero de TV o radio, ningún periódico puso sobre la mesa las causas, sino, solamente, los efectos. Y esos eran justamente, el negocio. La industrialización de la violencia se hizo algo común, algo rentable de lo que debía hablarse en mesas de análisis de los medios de comunicación, sin que jamás hubiera cuestionamientos profundos de lo que sucedía. No había respuestas, propuestas, crítica directa: solamente, soliloquios alrededor del tema, con vueltas alrededor de la noria de manera eterna. Por supuesto que hubo mucha gente, muchos periodistas que trataban de responderse las causas, pero eran silenciados.

No obstante, por otro lado, los movimientos sociales, la protesta social fueron estigmatizados por esos medios como “violentos”, a sabiendas de que la gente vivía en la zozobra, alimentaron la idea de que la gente que pedía justicia eran “revoltosos”, “agresivos”, “intolerables” y “güevones”. Es seguro que de ahí vino la frase clasemediera de “no sirve de nada que protesten, pónganse a trabajar”. Es decir, se satanizó la protesta social y al mismo tiempo se normalizó la violencia de los grupos del crimen organizado, volviéndolos productos glamourizados y mercantiles, en héroes fuera de la ley que merecían ser exaltados en biografías del séptimo arte para TV y salas de cine. Un producto crimefriendly.

De este modo el neoliberalismo convirtió un problema social —que estoy seguro no fue espontáneo, sino organizado y dirigido por personajes oscuros con fines económicos y políticos—, en un negocio muy lucrativo. Junto con el crimefriendly también vino el corruptfriendly, empatizar y simpatizar para que la corrupción fuera bien vista, de que se pudiera alcanzar el “éxito” a toda costa, sin escrúpulos de ninguna índole, que pareciera como parte de la cultura nacional, de nuestros “usos y costumbres”, que nadie se escandalizara, antes bien que se aplaudiera porque “les iría muy bien”; de ahí que se dijera: “el que no transa no avanza” o “roba, pero deja robar”.

Sin duda, con dificultades estamos saliendo de esa larga noche neoliberal, haciendo apuntes, preguntándonos cómo fue que permitimos que nos impusieran un modelo económico que afectaría a millones de personas, a niveles no solo humanos sino que también ecológicos. La democracia en su sentido amplio y verdadero es apenas una vela en el vasto universo oscuro y silencioso.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

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Ramón Cuéllar Márquez

Nació en La Paz, en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente se desempeña como locutor, productor y guionista en Radio UABCS. Ha publicado los libros de poesía: “La prohibición del santo”, “Los cadáveres siguen allí”, “Observaciones y apuntes para desnudar la materia” y “Los poemas son para jugar”; las novelas “Volverá el silencio”, “Los cuerpos” e “Indagación a los cocodrilos”; de cuentos “Los círculos”; y de ensayos: “De varia estirpe”.

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