Kinestocopio

Por Marco A. Hernández Maciel

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hace no más de un mes tuve la oportunidad de escuchar la plática de un controlador aéreo y esto reforzó mi idea de que cualquier tema relacionado con la aviación es fascinante. Desde que el hombre soñó con volar, desde que lo logró y desde que sigue en camino de ir venciendo sus propias limitaciones, emprender el vuelo sigue siendo uno de los grandes retos de la humanidad. En el caso de la aviación comercial, mi amigo controlador asegura que sin duda alguna, el avión es el transporte más seguro del mundo. Esto gracias a los protocolos, y protocolos de los protocolos que existen para cualquier situación que se presente, normal, extraordinaria o de emergencia. Y también añadió que cuando ocurre un accidente, la mayoría de las veces es consecuencia de una larga cadena de decisiones erróneas; errores humanos pues.

Con esto en mente y con la reciente noticia de la tragedia ocurrida en Colombia, donde un avión se desplomó cinco minutos antes de llegar a su destino por que se les acabó el combustible –que fue el más grave de una serie de decisiones erróneas–, y donde viajaba el Chapecoense, un equipo de fútbol profesional de Brasil en rumbo a disputar la final de la Copa Sudamericana, la expectativa hacia un filme que trata de un accidente aéreo que realmente sucedió en 2009 sufre un impacto emocional mayúsculo.

Sin embargo, Sully, Hazaña en el Hudson, el filme dirigido por Clint Eastwood no se propone en lo absoluto ser un vehículo de emociones al límite en situaciones imposibles. Más que eso, nos muestra las consecuencias que un acto heroico –en apariencia– pueden tener sobre la vida de un hombre, en este caso el capitán Chesley “Sully” Sullenberger, interpretado de manera sobria por un experimentadísimo Tom Hanks quien logra llevar a buen puerto el peso de la historia y en el que recae todo el ejercicio dramático de la misma. Y es que es en gran medida gracias a Hanks que el filme funciona, pues nos permite generar una empatía inmediata con el capitán y el tortuoso viaje psicológico, periodístico, administrativo, burocrático y legal que siguió después de completar su hazaña.

–SPOILER ALERT–

La mencionada hazaña que reza el título en español de la película nos la cuentan en los primeros cinco minutos de duración, y desde ahí el director nos comunica que esta no será la clásica cinta de desastre y supervivencia al límite, sino la historia por sobrevivir ante la voracidad de las empresas y las nuevas tecnologías, donde la computadora puede ahora juzgar si un humano hizo lo que debía o no. ¿Será que en un futuro no muy lejano ya no serán necesarios los humanos para pilotar aviones? El filme no profundiza en ello, pero es un tema que sin duda queda por ahí revoloteando en nuestra mente.

La estructura del guión cumple con plantear la historia de una manera eficaz, recurriendo a flashbacks que poco a poco nos van develando las diferentes tramas alrededor del suceso, sin embargo entre estas ramificaciones de la historia, las que desarrollan la vida de algunos de los pasajeros se sienten forzadas e intranscendentes. Incluso, puede decirse que fue un recurso necesario para poder llegar a la hora y media que dura la película y que es un rasgo atípico de las películas de Clint Eastwood cuya duración llega habitualmente a más de dos horas de metraje.

En general, tenemos un filme que dentro de su planteamiento principal cuestiona el verdadero significado de heroísmo, humanidad y también la intervención masiva que los medios de comunicación son capaces de crear en la vida de cualquier persona. De igual forma establece rutas de reflexión como la importancia de la preparación ciudadana ante riesgos de protección civil, la rápida atención y recursos con que cuentan los cuerpos de rescate para este tipo de eventualidades y los canales de investigación utilizados en este tipo de percances.

En momentos al límite, la tranquilidad que da la experiencia y la preparación es lo que nos puede salvar de cualquier catástrofe; en cambio, la inexperiencia e ignorancia nos acercan más a la tragedia. Nuestro instinto de supervivencia reacciona de inmediato, pero si no lo educamos, su intempestiva aparición puede ser también nuestra condena.