¿El Premio Nobel de Literatura para Bob Dylan?

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

El pasado 13 de octubre será recordado por muchos de nosotros como el día que la Academia Sueca decidió otorgar a Bob Dylan el premio Nobel de Literatura 2016 y con ello al mismo tiempo el rompimiento con la tradición —para muchos correcta, para otros acartonada— de sólo dárselo a novelistas, cuentistas, poetas, cronistas, dramaturgos y ensayistas. Por supuesto, era claro que tal bomba generaría comentarios a favor y en contra, suspicacias, sentimientos encontrados, desconciertos, alegría y argumentos sólidos sobre la aportación literaria de un músico.

El Nobel, creado en 1895 a partir de las disposiciones del industrial Alfred Nobel antes de morir, se comenzó a entregar en 1901, en las categorías de Física, Química, Fisiología o Medicina, Literatura y Paz; fue a partir de 1968 que se incluyó el Premio en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel, y al que se le conoce equivocadamente como Premio Nobel de Economía.

La tónica había sido, en el caso del Premio de Literatura, otorgarlo a un escritor o escritora cuya aportación haya sido notoria y ejercido influencia en su lengua. Muchos que debieron recibirlo, en opinión de críticos y pensadores, sólo fueron nominados o algunos ni siquiera fueron mencionados. Uno de los que más se recuerda es Jorge Luis Borges, quien jamás lo recibió —ya hay algunos que dicen, sarcásticamente, que Borges debió pensar en la composición de tangos—. Pero, bueno, este año la noticia es Bob Dylan, cuya propuesta ante la Academia Sueca data desde 1995 y que hasta este año ya llevaba más de diez veces nominado. Sin duda la influencia de Dylan es evidente por donde se le vea, porque Dylan es Dylan y no necesita respaldos de premios porque la inmortalidad ya la tiene ganada a pesar de sí mismo. Algunos dicen que es el reconocimiento a toda una generación que fue un punto de quiebre en la historia no sólo de los Estados Unidos, sino del resto del mundo occidental. Está claro que el premio se lo dan no por su actividad como músico, sino por las letras de sus canciones, a las que ahora tendremos que ponerle más atención, y tal vez iniciar un trabajo de traducción para quienes no conocen su obra poética. Ahora Dylan no será recordado como el músico que influyó en muchas generaciones —y que continúa haciéndolo—, sino el poeta, el bardo, que con sus composiciones supo llegar a todos los oídos y sensibilidades sociales.

Algunos opinan que la Academia Sueca necesitaba un golpe mediático para resucitar de sus cenizas, pues los últimos premios pasaron sin pena ni gloria o de noche, que nadie se acuerda ni siquiera quién fue el del año anterior; lo cierto es que el de este año rompió con un paradigma, y el Premio Nobel de Literatura ya no será visto como antes, y ahora estaremos a la expectativa de a quién se lo dan en los próximos años.

Por mi parte, celebro, en definitiva, que Bob Dylan sea reconocido con tan alto honor, pues la poesía tiene múltiples formas de manifestarse, de expandirse, un modo de no quedarse oculta en los libros, con versos sordos que nada dicen, que nadie atiende. Ahora sí, tal vez, los poetas pensarán más en comunicar que en regodearse en sus juegos intelectuales sin sustancia ni horizonte. Y eso no quiere decir que deban tomar una guitarra y volverse compositores, sino rapsodas verdaderos que son capaces y valientes de trascender sus miedos y narcisismos intelectuales.

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Ramón Cuéllar Márquez

Nació en La Paz, en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la unam. Actualmente se desempeña como productor y guionista en Radio UABCS, donde dirige el programa Letras Vivas, la voz de los escritores sudcalifornianos. Ha publicado los libros de poesía: La prohibición del santo Los cadáveres siguen allí, Observaciones y apuntes para desnudar la materia y Los poemas son para jugar; las novelas, Volverá el silencio, Los cuerpos e Indagación a los cocodrilos; de cuentos: Los círculos; y de ensayos: De varia estirpe.

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