Más libros y menos balas para La Paz

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La difusión de la literatura puede crear ciudadanos más concientes. Foto: Internet.

La Paz, Baja California Sur (BCS). La violencia se puede aminorar con conciencia, conciencia sobre el valor de la vida, el respeto al otro, y la paz y la honestidad como estilos de vida. Conciencia con la que no se nace; se adquiere, o bien, con la experiencia en el adulto —algunas veces venidas con dolor—, o a través de la educación, especialmente en los escolares, y uno de esos abrevaderos para despertar la conciencia y la sensibilización es el arte.

¿En qué punto se unen en este breve ensayo la violencia —la muerte violenta— y la promoción del arte y la cultura? En Baja California Sur, en donde se ha recortado un enorme ingreso al Instituto Sudcaliforniano de Cultura, y sirva además señalar que desde el Gobierno Federal a los municipales es tradición inyectar pocos recursos en este sentido, frente al creciente número de ejecuciones que desgraciadamente se ha salido de control y crecen exponencialmente. En breve, podríamos pasar a ser un Estado caracterizado más por su producción de muertos que de libros.

Sería bastante ingenuo pensar que la promoción cultural sea la única vía para frenar la guerra que ha desatado el narcotráfico en La Paz y otras ciudades, pero es igualmente ingenuo que la Federación recorte el total del presupuesto a ésta y otras entidades para este año, por motivos económicos cuando es un franco desdén. Si bien, como se dijo líneas arriba, ha sido parte de una tradición que el Gobierno Federal no sea generoso en apoyar el arte y la cultura, antes, al menos diplomáticamente lo disfrazaba, pero esta reciente decisión es evidencia del más cínico valemadrismo. Al gobierno no le importa la cultura. Parece que descubrimos que el agua moja, pero lo decimos porque ya estamos bien empapados.

Los resultados que se han dado en Cultura, por ejemplo, en la generación de libros y presentaciones de escritores, podría verse afectado. No se pueden negar las vicisitudes de algunas actividades, o la falta de ellas, pero son avances visibles; está gateando el bebé y lo quieren regresar a la cuna.

Para cualquier sudcaliforniano es evidente que las muertes violentas, especialmente las que son producto de la guerra entre células criminales, son imparables. Los delincuentes mandan, a través de la corrupción y el miedo, en las calles; han roto cualquier límite imaginado y han matado a gente cada vez más cercana. El problema es complejo y profundo, y a un ciudadano de a pie, sólo le resta sentirse impotente y vulnerable. No hace falta ser un reportero de la nota para poder tomar fotos de una balacera, ni hace falta consumir drogas para que una bala le quite la vida a algún inocente, en total impunidad.

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No hace falta ser reportero de la nota roja para encontrarse con balaceras y ejecuciones en La Paz. Foto: Max Rodríguez.

Pues bien, tampoco es nada nuevo que una forma de prevenir el delito sea educando. Hablamos más del niño o el joven que del que ya empuña una pistola; más de evitar consecuencias que desenredar una madeja podrida pero fuertemente enraizada. Y hablamos sí, en el sentido escolar, pero es sumamente importante el que se le genera fuera de los muros de la escuela, desde el ambiente de casa hasta las opciones que el gobierno con el impuesto que se les paga debería ofrecer en calles y recintos públicos, desde un partido de fútbol o un taller de danza en los parques hasta disponer de eventos artísticos de precios accesibles.

Quizá un problema de no aquilatar el impacto del arte y la cultura, es que la conciencia no es precisamente un indicador medible. Los gobiernos no quieren apostar por cosas que no se ven y que no deslumbran para la siguiente campaña electoral. Conceptos asociados con este tipo de actividad, parecen cosas abstractas, inútiles y de importancia baladí. Es muy probable que los políticos que no quieran apoyar la cultura apenas hayan leído un libro, y es que en ese sentido, son efectivamente representantes populares: es el eterno retorno de la ignorancia y el poder. No se puede esperar el mismo criterio de una persona expuesta a manifestaciones artísticas, que aquella que cuenta con la información más básica para no morir de hambre.

Este semestre me tocó dar clases en una preparatoria, y al visitarnos un periodista cultural de Tijuana, mientras éste exponía sobre su trabajo y realizaba preguntas para animar a los estudiantes, preguntó por qué cosas se distinguía La Paz. “¿Qué hace la gente de aquí?”, dijo, y un joven gritó: “Aquí matan”. No supe quién fue, su voz se ahogó en el tumulto de cuatro decenas de alumnos, y la visita continuó su charla. Si quien lo dijo fue por hacerse el chistoso o llamar la atención, o si le nació responder lo que es un asunto completamente público, en cualquier caso, el muchacho tuvo —tiene— razón: aquí matan. Esa es una macabra síntesis de nuestra realidad.

Y en esta defensa del recurso público para la cultura, reitero, no se vale la ingenuidad de presentarla como la única o más importante alternativa contra el delito; por supuesto, tampoco se trata de soñar con un público masivo para lecturas u obras de teatro. Se trata de que tampoco se desprecie y en cambio, se apueste por generar ciudadanos que crean en la honestidad y la paz. Su servidor, aún recuerda cuando su hermano mayor le acercaba a los libros o le comentaba pinturas del arte universal, y no hay nada que lo haga a uno ser un ejemplo, excepto algo: difícilmente dispararía contra alguien por dinero; sólo, y tal vez, empuñaría un arma por un asunto de defensa personal o por un ser querido, y toco madera para que nunca pase. Nunca se va a comparar, el miedo que da una película de terror en una muestra de cine, que el que acompaña a una balacera o una persecución policíaca; ni las lágrimas que se vierten en un hermoso concierto, con el que emergen ante el fallecimiento de un ser humano.

 

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Modesto Peralta Delgado

Modesto Peralta Delgado

Escritor y periodista. Nació en Ciudad Constitución, BCS, el 26 de febrero de 1978. Licenciado en Cs. de la Comunicación, por la UABC, en Mexicali, BC, en 2002. Autor de “Prólogos a la muerte”, Premio Estatal de Cuento “Ciudad de La Paz” en 2013, y de “Caperucita Roja, muy roja”, Estatal de Dramaturgia en 2015 —en edición—. Fue reportero web y editor de medios digitales. Es director y fundador de CULCO BCS.

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