Las películas de Batman, nuevas formas de manipulación social

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El librero

Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El primer superhéroe formal fue Superman (1938), creado por el guionista Jerry Siegel (EUA, 1914-1996) y el dibujante Joe Shuster (Canadá, 1914-1992), que pronto habría de convertirse en un icono de la cultura pop estadounidense y después a nivel global. Un año después vino Batman (1939) teniendo el mismo impacto que Superman. Con el paso del tiempo Batman habría de ser el personaje más importante de DC Comics y el que mayor relevancia tendría en el cine. Batman es el único personaje que no tiene un live action en una serie, pero sí animada, a diferencia de Superman que ha abarcado todos los espacios; ¿por qué?, porque Batman es más redituable en el cine. De hecho, Batman y el Joker son los personajes que más ganan cinematográficamente. 

No obstante, ambos superhéroes habrían de convertirse también en herramientas y armas políticas para difundir propaganda estadounidense a nivel global. Los colores de Superman representan la bandera de Estados Unidos, es un semidiós que por el hecho de tener superpoderes le da autoridad de salvar el mundo y pasar fronteras sin ninguna restricción; el mensaje más claro no puede ser. En el caso de Batman es mucho más sutil. 

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Al principio Batman era un personaje para niños, diversión que no tenía otro fin que entretener y vender sus cómics. Luego pasó a la radio, enseguida a la televisión y después al cine. Hay un largo proceso de mutación que ha sufrido el personaje en las historietas, tornándose cada vez más oscuro y brutal, cosa que ha pasado a los filmes. Desde las boberías educativas de la serie de los sesenta con Adam West (EUA, 1928-2017), que de plano rayaban en lo hilarante, a la compleja The Batman de Matt Reeves (EUA, 1966), con Robert Pattinson (Reino Unido, 1986), cruzando por variaciones como las de Tim Burton (EUA, 1958), las ridículas de Joel Schumacher (EUA, 1939-2020) y las novedosas de Christopher Nolan (Reino Unido, 1970), rematando con las no valoradas de Zack Snyder (EUA, 1966), pero que también poseen ese tono oscuro y violento.

Hay un largo historial en los cómics de cómo Batman se transformó en el personaje que hoy es. Luego están los villanos a los que se enfrenta el encapuchado nocturno, una larga lista de seres cuyo único propósito es destruir el mundo para terminar encerrados en Arkham, un siniestro manicomio que encierra la locura que debe ser detenida. En la última reinvención del héroe, Batman retoma mucho de los cómics, de películas del mismo corte y de sus predecesoras, dándole un giro distinto.

Esta vez Batman puede verse más como el oligarca Bruce Wayne, quien es el único que puede salvar el mundo o al menos es el que puede ayudar a la autoridad a lograrlo; Bruce Wayne tiene los recursos y la tecnología para detener la locura como la del Joker, la del Pingüino o la del Acertijo. En The Batman, esta nueva versión, el villano quiere reivindicar a la ciudad y hacer justicia, con el subtexto del pueblo como motivación, igual que lo hizo Bane en la última de la trilogía de Nolan. Es decir, todo aquel que maneje como pretexto la justicia y bien del pueblo son populistas, que aunque no se dice en las tramas —lo ocultan muy bien—, no es muy difícil adivinarlo. Los villanos de Batman son populistas que se presentan como locos que quieren acabar con la estabilidad de las naciones; de hecho, en la del Jóker de 2019 puede verse más claramente ese planteamiento.

De esta manera, en la vida real, todo aquel que hable del pueblo o de justicia para ese pueblo, es un demente destructor —¿les suena conocido?—, pero en Batman es un villano que sutilmente queda implantado en el imaginario colectivo como un mal que hay que derrocar, y eso solo le está permitido —por derecho, porque es el príncipe de Gotham— a un oligarca como Bruce Wayne… Igual que se dice que solo la iniciativa privada puede y debe administrar la riqueza porque es más educada, de primer mundo, refinada —vaya, pues, no vende tlayudas ni ponen tianguis— y no los pueblos y sus gobiernos progresistas. Por tanto, bajo ese argumento, la existencia de Batman es necesaria, aunque esté fuera de la ley —pues porque puede y tiene con qué—, lo que a ojos de la sociedad puede ser bien visto porque es exaltado como un héroe: el oligarca Wayne como redentor, que justifica así su existencia, pero no la gran desigualdad social que jamás se toca en películas de ese corte.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

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Ramón Cuéllar Márquez

Nació en La Paz, en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente se desempeña en Comunicación del Instituto Sudcaliforniano de Cultura. Ha publicado los libros de poesía: “La prohibición del santo”, “Los cadáveres siguen allí”, “Observaciones y apuntes para desnudar la materia” y “Los poemas son para jugar”; las novelas “Volverá el silencio”, “Los cuerpos” e “Indagación a los cocodrilos”; de cuentos “Los círculos”; y de ensayos: “De varia estirpe”.

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