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La vida neoliberal y el nihilismo como manera de perder el Nosotros

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hace algunos años, allá por 1997, leí un libro de la doctora en filosofía Mercedes Garzón Bates, Romper con los dioses. Además del manejo de las ideas, cada capítulo venía acompañado de frases de John Lennon, a modo de epígrafes, lo cual me pareció novedoso causando empatía en mí, pues soy beatlémano. Lo leí en una tarde, de un solo y largo aliento. Puedo decir que lo devoré. Me hizo mucho sentido el despliegue de conceptos y de ideas sobre cómo los dioses han muerto, y no solo los dioses mitológicos, sino aquellos de la modernidad que nos han producido sentido en la vida, como el trabajo, el dinero, la mercancía. El nihilismo era el centro de sus observaciones filosóficas y planteaba que era la nueva corriente del pensamiento que nos estaba guiando como sociedad, aún más: como humanidad. Me hizo mucho clic más que como intelectual, como individuo atrapado en un sistema de pensamiento.

Mercedes Garzón Bates, grosso modo, propone una disyuntiva entre las viejas maneras de pensar por una transformación vital, donde las personas, autónomas, creativas pero no divididas, con una ética sin motivos, que no sea trascendente como lo plantea la cristiandad ni mucho menos demostrable y eficiente, que nace de la modernidad tan dada al rollo de la eficiencia y el cálculo de la ganancia empresarial, sino algo mucho más grande, que esté repleta de todos los sentidos que deje al individuo con su propia forma de ver el mundo.

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La semana pasada, colmado en este nuevo mundo de las redes sociales, leí un tuit del escritor Pedro Miguel que me llamó la atención y lo enlacé con aquel libro de Garzón Bates: Uno de los peores saldos del pensamiento neoliberal es la atomización de la sociedad en feudos, especialidades, grupos y, finalmente, individuos. Es decir, que el individuo se convirtió en lo más importante durante estas cuatro últimas décadas y en 1997 estaba en su apogeo el neoliberalismo en México, además de que el PRI perdía la mayoría en el Congreso y Cuauhtémoc Cárdenas ganaba la jefatura de gobierno del antiguo D.F. El país se movía, a pesar de los intentos de la oligarquía y los tecnócratas gatopardistas de que nada cambiara si no les convenía.

Así, el neoliberalismo segmentó las luchas sociales en partes separadas, bajo la consigna cada quien rásquese con sus propias uñas y obligó a miles a desentenderse de lo social-colectivo para centrarse en las causas individuales de grupos o personas, donde predominara el yo, mi necesidad, mi individualidad: una sociedad nihilista, en pocas palabras, tal como lo expone Garzón Bates. De ahí se entiende la extinción de las luchas sociales que exigían el bienestar de todos y con ello edificaron un sistema de ONG’s, sociedades, asociaciones que podían pedir dinero público para sostenerse, pero con ello vino también la eliminación de derechos laborales que obligaba al pensamiento de dar gracias de tener un trabajo, o en otras palabras, de dar gracias de ser un esclavo. El neoliberalismo exaltaba la individualidad sobre el colectivo, fue en suma la nueva esclavitud, bajo el lema de eres pobre porque quieres, a sabiendas de que la pobreza es un constructo histórico debido a la explotación, la marginación y la segmentación sociales, que incluye el racismo y el clasismo a todo lo que da.

Según el diccionario nihilismo viene de la palabra latina nihil, que significa nada, es decir, negación de todo principio religioso, político y social o negación de un fundamento objetivo en el conocimiento y en la moral. Por otro lado, también se trata de una corriente filosófica que piensa que todo se reduce a nada, que la vida misma no tiene sustento ni tiene sentido, pues todo lo que nos rodea, el universo mismo, ni vela ni piensa en nosotros, lo cual implica la negación de una deidad, donde no existe un destino ni un fin último y la verdad absoluta es una constructora de una realidad aparente.

El concepto como tal fue creado por el novelista ruso Iván Turguénev en su novela Padres e hijos en 1892, bajo la idea de una persona que no se somete frente a ninguna autoridad ni moral, ni civil ni religiosa, y se extendió en Rusia en las últimas décadas del siglo XIX, aunque con distinto sentido, pues mientras para los conservadores de la época era una ofensa, para los revolucionarios tenía una alta carga ideológica identitaria. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche fue quien terminó dándole forma al término y el que dio cause para que se convirtiera en una corriente filosófica con el tiempo, pero también es verdad que tenía sus cimientes griegas en la escuela de los cínicos y los escépticos.

Hay que agregar que nihilismo, contrario a lo que muchos piensan, no significa necesariamente creer en nada, ni tampoco alguna forma del pensamiento negativo de la vida, o que esté asociado a esas células terroristas o al mismo narcotráfico; sé que con el paso del tiempo se ha ido adaptando al intercambio intercultural de las sociedades y, como todo intercambio, lo lingüístico no es ajeno a esos vaivenes. Hay quienes han intentado darle —sospecho que Garzón Bates— un sentido positivo, es decir, útil socialmente hablando, pero para el caso viene siendo lo mismo.

Volver a lo colectivo es necesario, donde dicho nihilismo esté dejando de tener sentido y que reescribamos nuestro tiempo desde el todos y no tan solo desde el yo. Urge que nos sacudamos el neoliberalismo que puso en el centro de todo la ganancia pretendiendo atomizarnos para que no nos defendiéramos de la explotación ni de una sociedad clasirracista que se había puesto en lo más alto de la pirámide como los dioses incuestionables. Obviamente, aquel libro de Mercedes Garzón Bates ya no me significa lo que en aquel año necesitaba: entender mi realidad, que es de lo que se trata a final de cuentas: comprender el instante.

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