“La La Land”, un musical para revivir nuestros sueños

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Ryan Gosling y Emma Stone brillan en “La La Land”. Fotos: Internet.

Kinetoscopio

Por Marco A. Hernández Maciel

Calificación: ***** Clásico imperdible.

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). George Meliés lo supo antes que nadie: el cine es de las pocas oportunidades que tenemos de experimentar y vivir la magia. De darle sentido a nuestros sinsentidos, de hacer realidad lo que nuestro subconsciente nos muestra, de hacer palpables nuestros sueños e ideales. Y es ahí donde se engendra magistralmente el nuevo filme de Damien Chazelle, en los sueños y los soñadores, en la ciudad en las estrellas donde muchos quieren estar, algunos se atreven y muy pocos llegan.

Advertencia, La La Land es un musical. Un musical donde la gente canta y baila en coreografías excepcionales a la menor provocación. Y señalo la advertencia porque el musical es un género que divide opiniones entre el público y en muchas ocasiones le niegan la oportunidad al filme antes de verlo. “Ash, que oso con el tipo que va caminando solo en la noche y de la nada sabe bailar y cantar como un experto”. Sí, hay muchas escenas así, pero aquí yo pregunto, ¿es más real ver a un hombre en una armadura que vuela derrotando Aliens junto a un monstruo verde, o ver a un tipo cantando y bailando sin razón en alguna parada de autobús?

El musical es una disección profunda a los sentimientos, deseos e ideales de los personajes y ahí radica la grandeza de La La Land. Ryan Gosling y Emma Stone interpretan a dos soñadores sin remedio, esos que aún no han madurado y creen que pueden lograr lo que se proponen. En ese idilio con sus pretensiones, se conocen y donde las palabras no alcanzan, la música, la coreografía, el canto y las miradas nos transmiten todo lo que son, todo lo que sueñan, todo lo que tienen antes de que el mundo real llegue a poner las cosas en su lugar.

Ahora, nada de esto sería posible sin los elementos clave para que todo el engranaje funcione. Las interpretaciones de Emma Stone y Ryan Gosling son un deleite, la química se desborda en pantalla y aunque no son ni unos expertos bailarines, ni grandes cantantes, logran transmitir la sensibilidad necesaria para erizar la piel al prestarnos sus sueños e ideales.

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Por otro lado, la música de Justin Hurwitz es una portentosa obra por sí misma. Pasando por la música de big band, orquesta y desde luego el jazz, que sirve como eje central de la historia y sobre el cual descansa el sueño de revivir este género que se va muriendo ante las cajas de ritmo y los compases prefabricados. En ello, la historia de Damien Chazelle sigue la misma tónica de su anterior trabajo, Whiplash, donde la música jazz es un nirvana musical al que solo los locos –o soñadores obsesionados– pueden aspirar.

Y esa obsesión se refleja en toda la producción. Basta ver el plano-secuencia que abre la película para apreciar y disfrutar el detalle, cuidado, madurez y atrevimiento que el director ofrece en un golpe creativo recordando los filmes de antaño, cuando no había CGI y el ingenio no era aún sustituido por software y los múltiples ensayos por renderizaciones, pero que gracias al steady-cam y operadores de cámara que son artistas más que técnicos, nos regalan una secuencia que será clásica en la historia del cine; y Damien Chazelle a sus 32 años, un film para soñar de nuevo, cantar en la acera, bailar en la calle, disfrutar la vida y rescatar nuestros sentidos esclavizados por las redes sociales y el WhatsApp.

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La calificación de Kinetoscopio:

5 Estrellas: Clásico imperdible

4 Estrellas: Bien actuada, escrita y dirigida

3 Estrellas: Entretiene

2 Estrellas: Sólo si no tienes otra opción

1 Estrellas: Exige tu reembolso

0 Estrellas: No debería existir

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Marco A. Hernández Maciel

Nació en La Paz a inicio de los 80’s. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por el Tec de Monterrey. En 2006 dirigió el corto “Maldito Murphy” con la beca “Jóvenes Creadores”. Ha sido docente en la UABCS, Universidad de Tijuana y Universidad Mundial en guionismo y producción audiovisual. No puede evitar decir “I’m Batman” con voz rasposa, balbucear diálogos de “Volver al Futuro”, elogiar a Hitchcock o llorar al ver “Toy Story 3”.

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