Vientos de Pueblo
José Luis Cortés M.
San José del Cabo, Baja California Sur (BCS). BCS, un paraíso donde el desierto se encuentra con el mar, enfrenta un dilema crucial. En plena temporada de huracanes, surge una pregunta inquietante entre sus habitantes: ¿estamos realmente preparados para enfrentar un fenómeno natural de la magnitud de Odile? Este huracán, que en septiembre de 2014 tocó tierra como categoría 3, dejó tras de sí una estela de destrucción. Más de 25,000 viviendas afectadas, daños en la infraestructura turística que superaron los mil millones de dólares y un impacto psicológico que aún persiste en la memoria colectiva.
La historia de los huracanes en esta región es rica, aunque trágica. En 1997, Javier, aunque menos intenso que Odile, provocó inundaciones y deslizamientos de tierra. Un mes después, Paulina dejó un saldo de 20 muertes y daños considerables. Sin embargo, la narración de desastres comienza mucho antes. La Michoacana, que en 1905 golpeó La Paz, fue devastador, causando miles de muertes. En 1974, Celia también dejó su huella, evidenciando la vulnerabilidad de la infraestructura local ante fenómenos de tal magnitud.
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En octubre de 1976, el huracán Elisa fue un evento meteorológico significativo que impactó BCS. Se formó en el océano Pacífico y tocó tierra en la península, afectando principalmente a La Paz. Alcanzó la categoría 1 en la escala Saffir-Simpson y causó inundaciones significativas debido a las intensas lluvias y los vientos fuertes. La infraestructura de la ciudad sufrió daños considerables, incluyendo viviendas y servicios públicos. Para controlar el nivel del agua en la presa de La Paz, se tomó la decisión de abrirla, lo que, aunque era necesario, contribuyó a las inundaciones en áreas cercanas. Elisa dejó una huella en la memoria de los habitantes, resaltando la vulnerabilidad de la región ante fenómenos meteorológicos y la necesidad de mejorar las medidas de preparación y respuesta ante desastres.
Zona de huracanes
Como puede verse, la geografía de BCS, con su costa expuesta al océano Pacífico y al Mar de Cortés, la convierte en un blanco fácil para los huracanes. A pesar de las mejoras en la infraestructura desde Odile, más del 40% de las viviendas en áreas costeras no están diseñadas para resistir aquellos intensos. Esta realidad plantea un riesgo inminente para sus habitantes. La falta de planificación urbana y la expansión desenfrenada del turismo han aumentado la vulnerabilidad de la región. La urbanización en zonas de riesgo y la deforestación limitan la capacidad del suelo para absorber agua, lo que puede resultar en inundaciones catastróficas.
Con la reciente cancelación del Fondo de Desastres Naturales (FONDEN), la incertidumbre se ha apoderado de gran parte de la población. Este fondo era vital para la reconstrucción y la atención de emergencias, y su ausencia compromete la capacidad de respuesta ante futuros huracanes, alimentando la sensación de desprotección. Las lecciones de los huracanes pasados son claras. La falta de comunicación entre autoridades y población fue evidente durante la crisis de Odile.
Vientos de cambio
La necesidad de un sistema de alerta temprana más eficiente y la importancia de la educación sobre la preparación ante desastres se han vuelto cruciales. Las comunidades que implementaron medidas preventivas, como refugios temporales y planes de evacuación, lograron mitigar el impacto del huracán.
Ante la inminencia de un nuevo huracán, BCS debe reforzar sus medidas de preparación. Es fundamental invertir en la construcción de viviendas resistentes y mejorar los sistemas de drenaje. La implementación de programas educativos que enseñen a la población a prepararse, incluyendo la creación de kits de emergencia, es esencial. Además, establecer un sistema de alertas accesible y realizar simulacros de evacuación ayudará a preparar a la población y a las autoridades locales.
La historia nos recuerda que la naturaleza puede ser implacable. No se trata de si un huracán volverá a golpear BCS, sino de cuándo lo hará. La preparación y la resiliencia son claves para enfrentar lo inevitable. La comunidad debe unirse, aprender de los errores del pasado y construir un futuro más seguro. La voluntad de sanar y reconstruir es lo que permitirá a Sudcalifornia resistir el embate de la tormenta, y quizás, salir más fuerte que antes. Sin embargo, la incertidumbre que rodea la cancelación del FONDEN añade un reto adicional que debe ser atendido con urgencia por las autoridades y la colaboración de todos los sectores de la sociedad.
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