Entre musas

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Especial Día del Padre

Carta ganadora del Segundo Lugar del concurso “Carta al Padre” 2023

Por Valery Vélez Valencia

Hay una historia familiar que me viene a la mente cuanto recuerdo a mi abuelo. En una de las tantas exposiciones en las que participó, justo en el lobby de Teatro de la Ciudad de La Paz, se acercó una señora que muy atenta nos sonrío a una tía y a mí, a modo de hacer plática me preguntó que si era la hija pintora del Maestro Agustín, amablemente de dije que no, en su intención de continuar me dice Entonces eres la que escribe, nuevamente respondí con un cortes no, y finalmente, en su tercer intento dice ¡Tú eres la que actúas!, nuevamente con y ya con mucha pena conteste que no, la señora me dirigió una mirada extrañada reprochando lo que para ella eran una falta de cualidades artísticas que debía haberme heredado mi abuelo.

En ese momento nos reímos mucho, aunque si me causó un cierto remordimiento, por no tener a flor de piel los talentos que aludían a mi abuelo, con los años entendí que, si estaban ahí, son la herencia que atesoro porque afloran cuando necesito paz y tranquilidad, son mi centro.

Ese centro era el Abuelo, el gran padre de mi familia paterna, un pintor, poeta, filósofo de la vida, pero sobre todo un soñador, que encontraba a las musas de la inspiración en cada paso de su andar.

No era fácil entenderlo, vivía en sí mismo, en un mundo que era desconocido y siempre viendo las cosas como las quería ver, pero fue quien nos enseñó que todo tenía belleza.

Desde un trozo de papel y una pluma, cajas, maderas, pinturas, lentejuelas, todo en sus manos resurgía del abandono de la basura para dotarles de un alma vibrante. Justamente así era mi abuelo Agustín, un poeta crítico de la vida, que en la aridez del desierto floreció con miles de imágenes que se escondían en sus ojos claros, que encontró en estas tierras una de sus más grandes fuentes de inspiración, las choyas secas eran magia.

Esas choyas que nadie podía encontrar bellas se convirtieron en pinturas rupestres, ballenas saltarinas, brujas para asustar a sus nietos, cada una de ellas fueron retornando en mil formas.

No estoy segura de que haya sido el mejor padre o abuelo, es más hoy a la luz de los años creo que tampoco fue el mejor esposo, amaba a mi abuela, pero más allá de amar un alguien físico sus amores eternos fueron sus musas del arte, la pintura, leer, escribir, vivía para estar creando y eso lo llevaba a mundos difíciles de penetrar para los mortales que no han soltado sus amarras del suelo.

Era libre, navegaba entre cuadros de un Quijote que siempre buscaba a su Dulcinea, barcos que llevaban a puertos lejanos, caballos que galopaban por rutas desconocida o entre leyendas de esta Sudcalifornia que nos arraigó.

​Aún se me figura verlo platicar en el Museo de Antropología que era su otro lugar, ahí se refugiaba para dar grandes disertaciones de arte, historia y como podían hacer un mundo utópico.

Esos días cuando te fuiste, te aferrabas a no dejar este plano, aún tenías mucho que darnos, mucho por crear, mucho que pelearle a la vida, pero tu cuerpo no resistió, tenía una alma tan grande y soñadora que ya no cabía en este espacio.

Por ti, mi alma busca la paz en fotografías, dibujos al aire y uno que otro escrito, todos son vagos intentos por tenerte presente y volver a esos años de la infancia donde toda la familia nos congregábamos en las galerías a ver lo que presentarías.

Gracias abuelito, eres mi gran padre, por ti cuando miro esta tierra que nos ha dado un hogar, veo las choyas y el mar, me doy cuenta lo mucho que haces falta ahora que estás en el mundo de los sueños eternos con tus musas eternas.

Vavel
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Valery Vélez Valencia

Carta ganadora del Segundo Lugar del concurso “Carta al Padre” 2023

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