El sonido de la libertad: la denuncia en la era del postcine

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FOTOS: INTERNET

Colaboración especial

Alejandro Aguirre Riveros

La Paz, Baja California Sur (BCS). El cine es ese campo de batalla donde lo bueno y lo malo se miden en términos más complejos que solo calidad técnica. En este sentido El Sonido de la Libertad es una película que, aunque técnicamente imperfecta, se convierte en un acto de resistencia y denuncia. 

Basada en la historia real de Tim Ballard, un exagente del gobierno estadounidense que en 2013 decidió dejarlo todo para fundar una organización que rescata niños víctimas de tráfico sexual, la película es un viaje a los infiernos más oscuros de la humanidad y la luz que se necesita para combatirlos. Dirigida por Alejandro Monteverde, producida por Eduardo Verástegui y protagonizada por Jim Caviezel—quien muchos recordarán por sus roles en La delgada línea roja y La Pasión de Cristo—, El Sonido de la Libertad es un relato desgarrador y perturbador que, aunque imperfecto, tiene la potencia de un grito de guerra.

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Sin embargo, lo que realmente cautiva es cómo la película trasciende la mera experiencia cinematográfica para convertirse en una especie de epopeya moderna, un enfrentamiento al estilo de David contra Goliat. Con un presupuesto relativamente modesto de 14 millones de dólares, especialmente cuando se le compara con titanes de la industria, dirigida y producida por dos mexicanos, esta cinta se erige como la tercera película más taquillera del año en Estados Unidos, superada únicamente por Barbie y Oppenheimer. Más sorprendente aún es que ha logrado eclipsar a colosos de la industria con presupuestos astronómicos, como Indiana Jones 5 y Spider-Man: A través del Spider-Verso

Para explicar este insospechado triunfo en taquilla es indispensable hablar del postcine, un concepto acuñado por el crítico mexicano Gerardo Herrera que refleja la evolución del cine en la era de la información. Las películas, influenciadas por el exceso de datos y tecnología, ya no se centran en ser obras de arte originales, sino en productos calculados para maximizar la atención y rentabilidad. Esta tendencia, similar a los cambios en el fútbol, donde lo más importante pasa fuera de las canchas, como la famosa botella de cocacola de Cristiano Ronaldo, señala una disminución de la autenticidad y la conexión emocional, convirtiendo al cine en una manifestación de nuestra obsesión por la información en lugar de un medio para explorar la complejidad humana.

En el contexto del postcine, la película Sonido de la Libertad se convierte en un fascinante caso de estudio sobre cómo la información y la desinformación pueden ser manipuladas no sólo como narrativa, sino también como herramienta de marketing. Con un productor como Eduardo Verástegui, conocido por sus posturas ultraconservadoras, y un protagonista como Jim Caviezel, quien sigue teorías de conspiración relacionadas con QAnon; teoría que asegura la existencia de una trama secreta contra Donald Trump, acusando a actores de Hollywood y a políticos del Partido Demócrata de participar en redes de tráfico sexual, y que ha sido vinculada a teorías de conspiración anteriores, como el Pizzagate. 

En 2018, El sonido de la libertad estaba destinada a ser distribuida por Fox, pero la adquisición del estudio por parte de Disney alteró esos planes. Bajo la dirección de Disney, el proyecto fue descartado. Luego de un año de litigios sobre sus derechos, ningún otro estudio la adoptó. Estos hechos la posicionaron como víctima de censura indirecta. Esta imagen se acentuó cuando, tras su estreno, una campaña que incentivaba la compra de boletos vía una app para respaldar a quienes no podían costear la entrada reportó salas con todas las localidades vendidas, pero sorprendentemente vacías.

Estos hechos, sumados en última instancia a las teorías de la conspiración de la extrema derecha en Estados Unidos han servido como impulso adicional, contribuyendo a que esta película sea mucho más que un mero producto de entretenimiento. Es un espejo de una cultura cada vez más sumida en la postverdad y la desinformación.

A pesar de su mérito por llevar a la pantalla grande un tema como el tráfico infantil, la cinta, lamentablemente, cae en la trampa de emplear diálogos superficialmente construidos y actores de la talla de Gustavo Sánchez Parra son relegados a interpretar personajes unidimensionales. Estos personajes parecen diseñados específicamente para perpetuar estereotipos, como el cliché del antagonista latino: el hombre malo. Además, la película refuerza una narrativa problemática al centrarse en Tim Ballard como el arquetipo del hombre blanco salvador, lo que evidencia una falta de profundidad y una visión limitada en su enfoque narrativo.

Además, elude toda reflexión a la raíz del problema: el capitalismo actual, impulsado por la acumulación por desposesión, ha perfeccionado y universalizado la esclavitud económica, llevando a la mercantilización de la existencia humana. Los más lucrativos negocios en este sistema son el tráfico de personas, drogas y armas. El individuo común se enfrenta a una explotación sistemática o a la inanición, en un contexto de escasez artificial debido a la sobreexplotación laboral. En este contexto la trata infantil, y de personas en general, no es aislado y se manifiesta con mayor crudeza en el sur global.

En conclusión, El Sonido de la Libertad se configura como un experimento cinematográfico atrapado en su propia paradoja: un filme que denuncia una de las formas más brutales de deshumanización, pero que al mismo tiempo parece estar siendo moldeado por la cultura de la desinformación y la postverdad en la que vivimos. Es una película que, a pesar de sus fallas, no podemos permitirnos ignorar, por todo lo que implica dentro y fuera de la pantalla. 

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

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Colaboración especial

Alejandro Aguirre Riveros

 

Originario de la Ciudad de México (30 de junio de 1985),  cursó la licenciatura en Ciencias de la Comunicación en el ITESO (2004-2008). Durante ese periodo ganó el premio al Mejor Documental en la Semana Municipal de Video de Guadalajara, obtuvo el primer lugar en la categoría Fotografía del Festival Universitario de la Comunicación y dirigió un corto experimental seleccionado por el Festival de Arte Chroma y el Tijuana Freakfilm Festival. Al egresar trabajó como videoasta y fotógrafo hasta que una enfermedad autoinmune devoró la superficie de sus ojos obligándolo a volcar su creatividad en la literatura. Ganador del Premio Estatal de Cuento Ciudad de La Paz 2015 y finalista del Primer Torneo de Guión organizado por Escribe Cine A. C. Egresado del Diplomado de Literatura Europea Contemporánea organizado por Bellas Artes, del Seminario de Dramaturgia (Instituto Sudcaliforniano de Cultura) impartido por Jaime Chabaud y de la Segunda Residencia para Guionistas en Sonora bajo la tutela de  Maria Gabriela Vidal, Ximena Escalante y Gibrán Portela. Ha cursado diferentes cursos y talleres de escritura creativa con maestros como Martín Solares, Antonio Parra, Luis Felipe Lomelí, María Barandas, Alberto Chimal y Ana Clavel. Su narrativa se distingue por una honestidad descarnada, un ritmo trepidante y personajes que rayan entre la tragedia y la comedia existencialista. Sus influencias son Pedro Juan Gutiérrez, Raymond Carver, Mariana Enriquez, Samanta Schweblin y Etgar Keret. Actualmente dirige el Taller de Guión cinematográfico impartido en la biblioteca Justo Sierra por parte del Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

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