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El rebaño y el individuo, caras de una misma moneda

 

El librero

Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Alguien que piensa por sí mismo termina haciendo rebaño quiera o no porque su pensamiento nació de una circunstancia o de un grupo por la avenencia desde el rebaño. Nadie es independiente totalmente. Hitler, Mussolini, Stalin, Franco, Pinochet, Bush, Napoleón tenían pensamiento propio, pensaban diferente e hicieron mucho daño a la comunidad humana.

El pensamiento propio puede hacer mucho mal igual que el pensamiento en rebaño. El pensamiento propio no nace por generación espontánea, ya sea porque surge de una profunda reflexión de la realidad o porque apareció del prejuicio y de los sesgos de intereses de los distintos grupos: todo eso proviene del contacto con el rebaño. Por ello, pensar diferente no es garantía de estar en lo correcto. La oligarquía es un rebaño y defiende el pensamiento individual. No todo gran rebaño social es ignorante, parte de su visión es proteger el bien común. En todo caso, todos somos parte del rebaño y al mismo tiempo pensamos por nosotros mismos.

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Pensar por sí mismo no es garantía de poseer universalidad ni un hecho consumado ni de un camino tapizado de verdades: siempre podemos seguir cuestionando. Salir del rebaño no necesariamente quiere decir que se es libre, así sea que alguien se retire a la montaña y abandone todo lo humano, aun así, cargará con el rebaño consigo. Salir del rebaño como símbolo de que no está con la borregada es un pensamiento que se construye desde la importancia y no desde la necesidad de entender las relaciones humanas.

No todas las velas son retrasos ni todos los focos son adelantos, son más bien luces necesarias en múltiples circunstancias y contextos: cada cual alumbra a su manera. Hace unas semanas vi este post —a partir de Arthur Schopenhauer— en la página Sociedad Poética: Lo que más odia el rebaño es aquel que piensa de modo distinto; no es tanto la opinión en sí, sino la osadía de querer pensar por sí mismo, algo que ellos no saben hace; y lo acompañaba con la imagen siguiente:

Poner esa sola frase de Schopenhauer para denostar al rebaño y glorificar al que piensa por sí mismo, es perder de vista la totalidad de la obra de ese filósofo, pero sobre todo perder de vista el cuadro completo de la condición humana, sus ideales comunitarios o personales. El fanatismo más exacerbado —de grupo o individual— puede ser un pensamiento propio que no permite preguntas porque es consigna a rajatabla, cierto, pero también el pensamiento reflexivo y analítico, producto del pensamiento propio puede terminar siendo mandato sin discusiones. Entiendo que de lo que se trata es de ejemplificar que el fanatismo no es bueno, que es peligroso, pero por otro lado anatemiza a los grupos humanos sin pensar en sus procesos históricos y sociales.

Se dice sin miramientos: algo que ellos no saben hacer, como si fueran una masa informe, estúpidos, sin ideas propias, algo que solo los individuos saben hacer porque no son del “rebaño”. Para una sociedad neoliberal capitalista la frase es perfecta porque exalta los valores del pensamiento individual y desprecia lo colectivo, que es calificado de rebaño, que en el fondo es un menosprecio al pueblo, a las culturas populares o a que toda manifestación conjunta puede ser peligrosa y por tanto hay que juzgarla, aún más: detenerla o callarla. En México se votó por AMLO porque somos fanáticos, resentidos, borregos: rebaño; pero no porque había un grupo económico-político que había hundido al país.

Lo cierto es que rebaño e individuo son complementarios y se requieren mutuamente. De lo que sí debemos ser libres es del pensamiento que edifica prejuicios. Se puede tener pensamiento propio y ser prejuicioso, y por otro lado, pertenecer al rebaño y tener como sesgo y misión nada más que el bien común, sin prejuicios. Por ejemplo, es verdad: los derechos civiles son fundamentales para la concordia. En el caso del neoliberalismo, este invisibilizó la lucha social reduciendo todo a ONG’s y al pueblo lo desplazó con asociaciones de la sociedad civil. Es decir, las luchas sociales por los derechos de los trabajadores, las garantías individuales y los derechos universales fueron sustituidos por conflictos entre grupos que destacan valores y no principios, pues mientras los valores son volubles y cambiantes (lo que es bueno para ti es malo para mí; lo que yo creo incorrecto es correcto para ti, etc.), los principios son eternos, tienen el mismo peso en cualquier tiempo y benefician a todos sin distinción.

Ese tipo de debate me parece a mí una discusión perenne en el que se quiere tener razón a toda costa sin observar con claridad el papel que juegan el capital y los empresarios —la ganancia, el pensamiento propio—, a quienes les tienen sin cuidado las polémicas en cuestión o en boga: si la inclusión, verbigracia, es negocio, la explotaré hasta la saciedad; si no, la desecharé o la ignoraré.

Siempre todo argumento o pensamiento que va precedido del prejuicio jamás podrá tener razón porque lo que busca es vencer al oponente sin escuchar en realidad lo que el otro desea expresar, y no que se llegue a la verdad ética, es decir, al momento en que la humanidad abandone sus prejuicios para vivir en comunidad, con el respeto al individuo y en estado de bienestar, donde todos caben y nadie se queda atrás: no que el individuo descalifique al rebaño y viceversa.

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