Apenas empezaba a conocerte, Papá

image_pdf

FOTOS: Cortesía.

Especial Día del Padre

Mención Honorífica en el concurso “Carta al Padre”

Por Roxy Jaime

 

Querido J.J.:

Hace 21 años te despediste de este planeta. En ese entonces, a mis 22, apenas empezaba a conocerte, apenas te había pedido permiso para tutearte, apenas empezaba a comprender el porqué de tu dureza.

Desde que tengo uso de razón recuerdo que tu forma de amarme era dándome obsequios, el Día del Niño, en Navidad, en Día de Reyes. Cada que salías de viaje de trabajo llegabas con un presente para mí, también recuerdo que mi madre platicaba que no tuviste infancia y por eso disfrutabas enormemente comprar helado por litros, paletas de cajeta y otras golosinas que sin duda llenaban el vacío a tu niño interior; me llevabas al cine, al circo y a la feria; subirme contigo a las tazas era algo divertido, reír como locos mientras dábamos vueltas sin poder mirar un punto fijo… ¡Ah, qué tiempos aquellos! donde debido a tu alcoholismo y para no sentirte culpable nos diste a mamá y a mi viajes en vacaciones escolares, comidas en restaurantes y regalos, pero… siempre me quedé esperando verte sobrio para disfrutar en familia…

También te podría interesar: Cuéntame una historia, Papá Conejo

Eras un tipo duro, que no fue educado con amor, que no sabía decir “Te amo”, ni tampoco dar abrazos, siempre eras el “señor” de la casa, al que había que hacerle homenajes y reverencias pero inalcanzable porque su coraza era grande, dura, irrompible. Conforme fui creciendo empezaste a ceder, y hasta llegaste a defender mi rebeldía adolescente cuando quería peinarme o vestirme de alguna manera y mi madre se negaba a permitírmelo, es ahí donde te volvías mi héroe cuando decías a mamá: “déjala, es su gusto, es su cuerpo, es su vida”, y yo no sé si llegué a tu vida cuando ya estabas bastante cansado, después de criar a tus hermanas y a 5 hijos antes que yo, que nunca tuve la dicha de caminar en el parque contigo de la mano, tampoco me sentaste en tus piernas, me abrazaste fuerte y me besaste en la frente, nunca me dijiste un “Te amo”, pero sé que a tu modo, quisiste hacérmelo sentir.

Estar en la escuela primaria fue toda una aventura. Tú parecías una biblioteca ambulante, leíste y estudiaste tanto que sabías de ¡tantos temas!, pero miedo me daba preguntarte algo de la escuela, porque despejar mis dudas e interrogantes se traducían en largas horas de cátedra, ya que me remontabas a los inicios de todo, pensando quizás que de esa forma yo entendería mejor el tema… ¡Cómo te apasionaba la historia!, platicarme de mi bisabuelo el general Rodolfo Fierro, mano derecha de Pancho Villa, te hacía sentir orgulloso, me enseñabas una y otra vez ese libro que mi abuela te había regalado, del cual no supe que fue; y de las matemáticas ¡ni hablar!, tenías todo un juego profesional de reglas, escuadras, compases, lápices, borradores y lo mejor y más importante el libro de Pitágoras que cuidabas con un ¡gran tesoro!, pero que para mí era lo más temible, abrir ese libro era como mi peor castigo, aunque ahora entiendo que lo hacías por mi bien…

Y entonces comencé a dejar de ser niña, y en mi adolescencia rebelde algunas veces me dejabas volar, pero eras poco comprensivo y tolerante y si me caía me querías levantar con severos regaños que en lugar de darme seguridad y elevar mi autoestima, lastimaban aún más a mi niña interior.

Y entonces, te desentendiste de mí, tú y mi madre se enfocaron en sus cosas y experiencias y yo me quedé con mis hermanas, invadiendo su espacio y familias no sé por qué carajos, quisiste ir a vivir a tu tierra, a tu amado Guanajuato, habías nacido en la capital y querías conocer sobre tus orígenes, pero ¿y yo? Poco importó mi opinión, pero el tiempo pasó y solo Dios sabe lo que necesité y padecí, y no te lo reclamo, la vida me ha enseñado a perdonar y a olvidar aquello que me hizo daño. Llegó entonces la época universitaria, volé hacía ti y mi madre, pero ya era tarde, ya no me sentía parte de ustedes, ya no los conocía, ni ustedes a mí, pero eso sí, reconozco que me daba gusto que me dieras libertad, lamentablemente a mi corta edad lo confundí con libertinaje y por esa inestabilidad emocional anduve de aquí para allá como nómada sin sentirme parte de nada, de nadie, de todo…

Recuerdo que intenté irme a estudiar a Guanajuato, me latía la idea de cambiar de ciudad, de conocer gente nueva, etcétera, pero no tenía buenas bases, no sabía qué hacer, y cómo hacerlo pues cuando más necesite de ti, me dejaste sola, así que no tenía un punto de referencia, pues jamás te sentaste conmigo y me hablaste enérgicamente sobre mi plan de vida, nunca me dijiste que valía la pena estudiar, enfocarme y trabajar por mis sueños, nunca me obligaste a ser responsable, eso lo aprendí de la vida, de ver a otros, de batallar y tener hambre, pero era necesario y lo sigue siendo, que tu padre hable contigo sobre planes a futuro…

Para mis amigos de la universidad, mi papá era la onda, un papá super cool y buena persona porque en mi fiesta de cumpleaños permitió que hubiese alcohol y hasta los cigarros les encendía, que “buen papá tienes”, me decían, mientras yo en mi interior pensaba, ¿es realmente así?, total que de ser tan permisivo y buena onda, mandé todo a la jodida, a nada realmente importante le di valor en ese entonces y dejé la escuela, para volar nuevamente alejándome de ti.

Pero el destino es muy macabro y te hace aprender lecciones de las peores circunstancias, así que tuve que volver al lado tuyo y de mi madre,  y fue entonces cuando comencé a conocerte y cuando me atreví a decirte que me dejaras tutearte, ya no tenías la misma energía, tampoco la misma visión y poner atención a todo dejó de ser para ti algo importante. Te miré con otros ojos, te volviste tranquilo y hasta pensé en pedirte alguna vez fumarme un cigarrillo contigo, hubiese querido devolverte ahora yo, esas idas al cine y comer palomitas hasta hartarnos, así, tal cual como hacíamos cuando yo era niña, pero poco me duró el gusto porque luego “me enamore” y nuevamente decidí irme de tu vida, y tú te alejaste aún más, pues decidiste ir a tu tierra, sin tener la remota idea que sería tu última vez en que estarías ahí… En esos días yo me enteré que esperaba a mi primer hijo. Papá, hubiese dado lo que fuera porque llegaras a conocerlo, pero la vida es muy cruel y cabrona y solo te vi volver moribundo, cuando te vi en aquel carro, solo vi a la muerte en tu rostro, ya no pude cruzar palabra contigo, ya no pude decirte cuanto te amaba, ya no pude otorgarte mi perdón por tu abandono en repetidas ocasiones,  no pude presentarte a tu nieto, y tantas cosas que hubiese querido vivir a tu lado, imagino que hubiese sido algo maravilloso tenerte a mi lado ahora de viejo, con tus largas historias,  tus cátedras interminables, bebiendo café y fumando un cigarro, juntos de la mano, charlando de la vida… Pero te fuiste antes de lo deseado, así que sólo me queda recordarte e imaginar cómo hubiesen sido nuestros momentos entre padre e hija, siendo amigos, cómplices, vecinos de este mundo.

¡Te amo padre! Y sólo me queda la esperanza de volverte a ver cuando yo me despida de este mundo y entonces ahora sí poder aprender y disfrutar juntos de todo aquello que no nos fue permitido en esta vida.

Gracias, te veo en una estrella.

Con amor, la más pequeña de tus hijos,

Roxy.

Compartir en
Descargar
   Veces compartida: 89

Roxy Jaime

Mención honorífica en en el concurso “Carta al Padre”

Compartir
Compartir