
Filosofía para no dormir del todo

FOTOS: Freepik | Universidad Alberto Hurtado.
Vientos de Pueblo
José Luis Cortés M.
San José del Cabo, Baja California Sur (BCS). Imagina que estás en un tren que nunca se detiene. Va rápido, casi sin rumbo claro, y todos los pasajeros parecen seguir el ritmo: trabajan, compran, responden mensajes, suben fotos, comentan noticias… Pero nadie pregunta hacia dónde van ni por qué. Algunos duermen sentados, otros miran por la ventana sin ver. Pocos se preguntan si quieren estar ahí.
La filosofía nació de esa sensación: el momento en que alguien se da cuenta de que está viajando sin saber adónde, y se pregunta: ¿por qué estoy aquí?, ¿quién decidió esta ruta?, ¿yo elegí este camino o solo me subí porque todos lo hicieron?
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Hoy parece que ya no hay lugar para ese tipo de preguntas. Vivimos en un mundo que nos pide respuestas rápidas, decisiones apuradas, opiniones listas para usar. Se espera que sepamos qué pensar antes de haberlo hecho realmente. Y así, vamos repitiendo ideas que no son nuestras, actuando como si todo estuviera claro, cuando en el fondo, muy adentro, algo nos dice que esto no tiene tanto sentido.
Ese algo es la filosofía. No como una materia más en la escuela, ni como un discurso complicado lleno de palabras raras. La filosofía, en el fondo, es simplemente la actitud de no aceptar las cosas solo porque están ahí. Es pararse frente al mundo y decir: “Espera, esto quiero entenderlo mejor”.
Cuestionarnos no siempre es cómodo. De hecho, muchas veces duele. Porque puede revelarnos que llevamos años creyendo cosas que nunca revisamos, o que actuamos por inercia, sin saber muy bien por qué. Pero también es liberador. Porque cuando empezamos a dudar con honestidad, abrimos espacio para cambiar, para elegir, para construir desde otro lugar.
No se trata de encontrar la verdad definitiva, ni mucho menos. Se trata de mantener viva la capacidad de equivocarnos, de aprender, de cambiar de opinión. De ser capaces de decir: esto no me basta, quiero verlo mejor. Esa es la fuerza callada de la filosofía: no nos da respuestas, pero nos enseña a hacer buenas preguntas.
Y tal vez, en medio del ruido, esa sea su mayor contribución: recordarnos que no estamos obligados a vivir según lo que otros pensaron por nosotros. Que todavía podemos cuestionarnos, y con ello, volver a comenzar.
¿Qué es lo que nos mantiene dormidos? Muchas veces no es ignorancia, sino comodidad. Nos acostumbramos a repetir frases hechas, a seguir modas intelectuales, a adoptar posturas sin haberlas elegido. En el fondo, preferimos tener razón que aprender algo nuevo. Preferimos sentirnos seguros que enfrentar la incertidumbre del pensar por uno mismo.
Pero la filosofía no es seguridad, es lucidez. No es poseer la verdad, es buscarla sin descanso. No es una herramienta para controlar el mundo, sino para comprenderlo. Y eso, aunque no dé poder ni fama, sí nos devuelve libertad.
Porque mientras podamos preguntarnos, seguimos siendo sujetos libres. Capaces de elegir, de resistir, de transformar. Porque mientras digamos “esto no me convence”, aún habrá espacio para construir otra cosa. Otra forma de vivir, de sentir, de relacionarnos.
En un tiempo donde todo se consume rápido, donde las emociones son mercancía y las redes sociales fabrican realidades efímeras, sostener la pregunta filosófica es un acto casi revolucionario. No violento, sino profundamente humano. Porque ser humano es, entre otras cosas, poder decir: esto no me convence, quiero entender.
Entonces, ¿para qué sirve la filosofía en este mundo nuestro, acelerado y superficial? Sirve para no olvidarnos de nosotros mismos. Para no dejar que otros piensen por nosotros. Para recordarnos que pensar no es escapar de la vida, sino entrar más hondo en ella. Para aprender a vivir, no como copias de modelos ajenos, sino como autores de nuestra propia existencia.
Alguien podría objetar: ¿y qué cambia una idea si el mundo sigue igual? La respuesta no es sencilla, pero está clara: nada cambia sin ideas nuevas. Las estructuras, las costumbres, las formas de vivir, todo empieza en el pensamiento. Si no somos capaces de imaginar otro modo de estar en el mundo, jamás lograremos construirlo.
Por eso, la filosofía no es un lujo, es una necesidad. No es escapismo, es compromiso. No es una distracción, es el corazón mismo de lo que significa ser humano consciente.
Así que, si me permitís el consejo amable, tomémonos un respiro. Sentémonos un rato con nuestras dudas. Cuestionémonos sin miedo. Porque quizás en ese silencio interior, en esa mirada hacia dentro, encontremos no sólo mejores respuestas, sino mejores preguntas. Y eso, amigo, ya es bastante.
Mientras sigamos preguntando, seguiremos despiertos. Mientras sigamos despiertos, seguiremos libres.
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