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Los dos rostros de Los Cabos

FOTOS: Gladys Navarro.

Cabo San Lucas, Baja California Sur (BCS). Son dos rostros completamente distintos. Uno es rubio y el otro moreno. Ambos vienen de lejos, aunque no por los mismos fines. Uno grita, goza, se emborracha, y se va; el otro suda, calla, sobrevive, y en su día de descanso hace una pausa, y olvida por un momento que el lunes regresará al hotel o a la obra, al supermercado, a esperar el transporte incómodo bajo los 40 grados, y recorrer a pie, otra vez, esa calle de tierra, obscura y peligrosa.

Es un domingo a mediodía. Los turistas estadounidenses caminan por la avenida el Paseo de la Marina, se ven relajados; ellas, con su cortito short de mezclilla y debajo el bikini fosforescente, y ellos, con el pecho descubierto, bermudas y sandalias. Ya el sol y el bronceador hicieron de las suyas y lo presumen. Mejillas y torsos bronceados, brillantes.

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Van en grupo o en parejas. Algunos van al tradicional “Mango Deck”, el restaurante de los concursos atrevidos a cambio de shots de tequilas, el favorito de los springbreakers que, año con año, poco antes de Semana Santa, llegan a adueñarse del puerto por unos días.

En “El Mango”, como también le dicen, ya comienza a sentirse el ambiente festivo, como cada día de la semana. Los automóviles rodean la glorieta y monumento al Pescador y buscan estacionamiento.

Ya adentro los meseros van y vienen y, hay que decirlo, lucen más animados cuando llegan a aquellas mesas que están ocupadas por grupos de extranjeros bronceados. Piensan en las propinas, quizá, que es donde mejor les va. Y allí están, morenos, delgados, no muy altos, sonrientes, veloces, suben y bajan la escalera que lleva a las mesas que están en la arena, las que tienen esa vista privilegiada al “fin de la tierra”. Varios de ellos, si no todos, tienen ya experiencia en la industria turística. Nacieron en Acapulco.

En ese espacio, entre mesas, platillos con ceviches, cocteles y pescados, nadie está triste. En un rato más alistarán los concursos, el animador se prepara. Allí nadie piensa en balaceras, la crisis o las elecciones. La temperatura que no cede, entonces lo esencial son las ambarinas, faltaba más.

En las calles del puerto los turistas caminan con seguridad y eso que no se observa ninguna patrulla. Apenas un par de gendarmes en la zona de la joyería Diamante que ha sufrido al menos tres robos. El más reciente en mayo pasado.

A simple vista, pareciera que pasó lo peor. Ya van poco más de cinco meses desde aquel 20 de diciembre de 2017 cuando Los Cabos llegó a las portadas  de los diarios y a los portales nacionales e internacionales: aparecieron colgados, simultáneamente, los cuerpos de seis hombres. Fueron dos en cada puente, en La Paz, San José del Cabo y en Cabo San Lucas.

Esa era la manera de recibir a quien apenas llegaba para fungir como procurador de Justicia del Estado, Daniel de la Rosa Anaya. Llegaba de Baja California, la tierra donde se estrenó esa violencia extrema.

Luego de  la noticia que puso a temblar a gobiernos, empresarios e inversionistas, vinieron los anuncios de más fuerzas federales, mesas de seguridad, planes especiales para los destinos turísticos.

Pero antes de esas fotografías que inundaron los medios de comunicación, las pugnas entre grupos criminales habían dejado a cientos de hombres y mujeres, incluso a niños asesinados. Tras los cuerpos colgados en los destinos que integran Los Cabos, comenzó, entonces sí, un drástico descenso en el número de homicidios.

“Hasta en un 90 por ciento”, presumió el secretario de Turismo, Enrique De la Madrid, en una visita reciente.

Los Cabos, con su San Lucas de desenfreno y su San José histórico, parece que es el mismo que se conoce desde hace años. Como si no hubiese vivido el año pasado la peor crisis de inseguridad en su historia, con cerca de 500 personas asesinadas y que, a decir de algunos empresarios y autoridades optimistas, “se está normalizando,”.

El destino mantiene una tarifa promedio de 286 dólares la noche (casi 6 mil pesos en promedio por noche) y el Gobierno estatal y federal presumen que se construyen casi 5 mil nuevas habitaciones que estarán listas entre 2018 y 2021, con todo lo que ello implica, más demanda de mano de obra y entonces de servicios, de tierra, casas, agua, alumbrado, transporte, paz, de todo lo que merece un ser humano que llega con sueños, con hambre y miedo, que debe dejar a su familia porque ya les levantaron un hermano o les mataron un hijo, o porque –como dice Miguel— “el trabajo ya no deja, a menos que seas sicario o narco”.

Como “Miguel”—así pide que le diga—, oriundo de Tlapa de Comonfort, pero residente en San Lucas desde hace 14 años, a este puerto siguen llegando diariamente 100 personas, según platica el secretario general de Cabo San Lucas, Jorge Luis Sánchez.

Muchos de estos nuevos residentes sanluqueños siguen haciendo la travesía hasta llegar a estas tierras sudcalifornianas. Vienen del emblemático Acapulco, cuya “Bahía del amor” inspiró a grandes, como a don Agustín Lara, con su “María bonita”. Lo hacen cargados de historias, y algunos incluso dudan en compartir que son de aquellas tierras sureñas. Están cansados de prejuicios. Así lo sienten. “Son los fuera”, se escucha decir con bastante frecuencia cuando se dirige alguna crítica hacia ellos.

—¿Y de dónde es, don Miguel?

—Soy de Guerrero.

—¿De qué parte?

—De un pueblito.

—¿Cómo se llama? Yo conozco un poco. Platíqueme.

—Tlapa

—Tlapa de Comonfort. De La Montaña. Muy bien. Pero ya es usted choyero, oiga. Ya tiene un buen rato aquí.

—Sí, ¿verdad?

Miguel es un hombre moreno, bajito y de ojos grandes. “Algo desconfiado”, dice él mismo. Cuida un estacionamiento en la zona dorada de San Lucas. Es cauteloso y de pocas palabras, pero entre las pláticas sobre las aficiones compartidas, como aquella por el pozole verde, las picaditas con quesillo, y las historias aquellas con alguno que otro mezcal entre pecho y espalda, don Miguel sí alcanza a platicar que la vida en Los Cabos no es de ensueño, no para ellos, “los de fuera”.

—No es fácil, hay que trabajarle, hay que sudar mucho. Le sufre uno mucho.

Y el año pasado, con la crisis de inseguridad, las cosas se volvieron más feas, aunque aún  —subraya— sin comparación a lo que le tocó ver en su pueblo y de lo que huyó.

Hoy el puerto luce en calma, de hecho, “lo peor” –platica— fue en San José del Cabo. “Por el bien de todos así debe permanecer”, concluye.

El problema es que muchos, oriundos o no, desconfían de esta tensa calma y padecen a diario su propia crisis.

***

Lilia y Yolanda son vecinas. Viven en la invasión Real Unidad, cuyo nombre no tiene nada ver con realeza, sino con la realidad.

Lilia llegó de Culiacán hace doce años. El dinero no alcanzaba. Así que decidió tomar el ferry y conocer Los Cabos, con su fama de tierra segura y llena de oportunidades.

Al llegar aquí se topó con la realidad: ganaba el doble que allá, sí, cerca de los 4 mil pesos al mes, pero no podía con las rentas de 5 mil pesos. Le tocó engancharse con los “vendedores” de terrenos irregulares que no son de ellos, pero saben de la necesidad de las personas y la ruta ilegal para formar nuevos asentamientos, incluso en zonas de peligro, como los cauces de arroyo.

Real Unidad está detrás de Bodega Aurrerá, apenas a unos metros de la avenida Leona Vicario que lleva hasta el aeropuerto privado de Cabo San Lucas o hasta el otro extremo, al paseo de la marina, aquel donde van caminando los turistas relajados decidiendo dónde comer.

Las últimas casas de la colonia colindan con la autopista de cuota, el libramiento Cabo San Lucas-San José del Cabo. Así recibe el destino a los turistas que toman esta ruta más rápida para llegar: un arroyo seco en donde se observan cuartos construidos con madera y cartón, que se deben levantar año con año porque los ciclones arrasan con ellos cada temporada.

Si alguna vez bajaran, los turistas conocerían con detalle el otro rostro de Los Cabos, donde viven quienes los atienden con una sonrisa.

El terreno es arenoso, las “casas” construidas con pedazos de lo que sea, algunas tienen un cuarto en obra negra. A medida que se avanza, son más los polines viejos que sostienen un montón de cables enmarañados que llevan la energía hasta sus cuartos.

La colonia tiene al menos 12 años.  Antes –platica Lilia— “de plano nos robábamos la luz”, pero a Comisión Federal de Electricidad no le quedó de otra que hacerles convenios para pagar una especie de cuota colectiva, que tampoco es barata, asegura.

—Nos cobran 700 pesos por dos familias. Por ejemplo, nosotros somos tres y con mi vecina son cuatro, pero prácticamente no estamos todo el día, nada más tenemos la tele y el refri. Mi vecina tiene una bocinita apenas.

Lilia añade que ella tuvo suerte porque fue a hacer el convenio para la luz son CFE hace un año, pero otras familias ya no alcanzaron.

—¿Qué les dijeron?

—Que no existimos, que la colonia no existe. ¿Cómo va usted a creer? ¡Pero si estamos aquí!

—¿Y el agua?

—Uy, esa es la batalla de siempre. Aquí el Ayuntamiento cuando quiere manda una pipa, y como no nos alcanza, tenemos que juntarnos entre varios y comprar una privada. Pero hablamos que hay familias un poco más grandes que pagan sus 100 pesos por un tinaco de 400 litros y no alcanza más que para uno o dos días.

La mujer comprende que están en una zona peligrosa, pero no tiene opción. No hay apoyos, no le alcanza para pagar créditos de 500 mil pesos por una casa, y la lista de espera para los apoyos del Instituto de Vivienda (INVI) no avanza. Así que en estos años, poco a poco, ha ido construyendo su casa de concreto.

—Lo que queremos es estar un poquito más seguros, de todos modos, si nos quieren sacar nos van a sacar, la tengamos de madera o de material.

A unos metros de su casa está un terreno que hace las veces de campo de fútbol, con llantas semienterradas y en donde se reúnen los aficionados para disfrutar de la tarde, aunque el sol les queme. Ya por la noche deben tener cuidado al volver a sus casas.

En esta colonia, como muchas más de San Lucas o San José, irregulares o no, el panorama es muy similar. No faltan los asaltos, los robos a las casas que la mayor parte del día están solas porque sus dueños tienen largas jornadas en los hoteles; tampoco faltan los vendedores de droga y los “halcones”, quienes caminan despacio y observan a los visitantes desconocidos, vigilando sus movimientos hasta que abandonan el terreno.

—¿Pasan patrullas por acá?

—Uy, señorita, no. Aquí hablamos a una patrulla y viene al cuarto día. Estamos jodidos.

—Pero si está cerca de la carretera…

—Pues sí, pero eso no importa, aquí no se pasa nadie. Y ahorita  hay más cholos. Viera qué peligro después de las siete de la tarde.

Las familias de las casas más alejadas, las de las orillas, son las que más han sufrido –dice—a cada rato les entran a robar. “Los agarran hasta dormidos”, cuenta. Y el año pasado también les tocó conocer los casos de dos conocidos que los levantaron y asesinaron.

—Al hijo de una subgerenta de Soriana se lo mataron acá abajo. Sí han pasado muchas cosas en toda esta área, solo que se sabe poco por el turismo. De eso se vive.

Ahora doña Yolanda quiere platicar su preocupación. Ella se encargó el año pasado de estar buscando apoyos en el Ayuntamiento para que les construyeran un parque, pero de nuevo la historia: son invasores. No existen.

—Teníamos un parquecito pero el ejido nos lo quitó. Fuimos a quitar el alambrado, barrimos y todo. No es nuestro, es cierto, pero si no le hacemos así, no hay donde jueguen los niños. De por sí, cada vez hay más vándalos…

Tocó puertas en varias dependencias, pero nadie le supo decir quién podría ayudarlos en su demanda: un parque para los niños.

—Al final, un vecino donó un columpio, cooperamos para pintar, le pusimos llantas. Era un basurero. Ahorita ya  no está tan bonito, pero mínimo que allí se entretengan un rato los chamacos.

La mujer dice que, con todo, ahora que no se han escuchado balaceras se siente algo más tranquila, pero teme que sea un asunto de tiempos electorales, por ejemplo, o que si existe una tregua, ésta se rompa.

—Ya sabe cómo se las gastan…

Muchos jóvenes de colonias como ésta comienzan el consumo de drogas a edades muy tempranas. El Gobierno del Estado reconoció el año pasado que en la entidad se tenía un serio problema por el consumo de la droga conocida como “cristal”.

La Procuraduría General de Justicia del Estado ha informado con mayor frecuencia de decomisos de cientos de dosis de droga, pero a decir de muchos ciudadanos en este puerto, la realidad es algo distinta.

Un lanchero que ofrece tours al famoso arco de Cabo San Lucas platica la dinámica conocida.

—Aquí encuentras lo que quieras y así va a seguir. El gringo viene a eso, a disfrutar con todo. Eso sí, mientras mantengan las cosas tranquilas porque a nadie le conviene el desorden. Por eso lo frenaron.

Son las 4 de la tarde, el Paseo de la Marina conduce a la famosa playa de “La Empacadora”, también conocida como “Acapulquito” o, de plano, “La de los pobres”, como dice el joven que trae cargada su carreta de cacahuates y gomitas.

El cerro del Vigía es su guardián. Allí permanecen vestigios de la empacadora de Elías Pando, que hacia la segunda década del siglo XX se convirtió en una de las principales fuentes de trabajo para toda esta zona. Cerró justo en 1979, al arranque de la actividad turística a gran escala. Los Cabos se convertiría con los años en lo que es hoy, un lugar todavía atractivo para turistas, pero también para cientos de personas que buscan mejorar su calidad de vida, teniendo que abandonar sus raíces.

Pero en La Empacadora, quienes todavía siguen disfrutando del agua cálida, no tienen tiempo de pensar en el desarrollo, ni en los retos, ni los riesgos, ni los excesos, ni en los equilibrios. Es su día de descanso. Trabajaron toda la semana construyendo hoteles o limpiando cuartos, atendiendo locales, sirviendo bebidas, planchando, barriendo calles, y deberán volver en un rato a sus colonias en el viejo autobús, antes que obscurezca porque se pone peligroso.

Algunos ya levantan sus sombrillas de colores, muchas de ellas rentadas, y rodean el sector naval que está allí mismo. Van hacia la parada de autobuses, sandalias en mano, toalla al hombro, torsos morenos descubiertos.

Allá van, concluyendo otra jornada, ahora la de descanso. Disfrutando como se puede, con lo que se tiene; disfrutando una de las pocas playas donde el acceso no está restringido o no les ponen tantos “candados” para entrar, donde no les hacen mala cara.

En su camino de regreso también se encuentran la entrada al Pedregal, la zona exclusiva de residencias valuadas en millones de dólares. Desde aquí se observa el contraste del puerto, cabeño, ese que prevalece aunque los homicidios hayan descendido, aunque no se escuchen balaceras. Persisten las condiciones de desigualdad, de miseria, las víctimas de una visión de gobierno y de desarrollo.

Al menos dos rostros se encuentran en Los Cabos: disfrutando de una playa “privada”, quienes se hospedan en Ventanas del Paraíso, uno de los hoteles más caros, ubicado a la mitad del corredor turístico, en donde las habitaciones pueden costar de 50 mil a 80 mil pesos por noche, y, por otro lado, quienes ocuparon tierras que no son de ellos, porque no había más, que deben trabajar largas jornadas y el domingo de quincena, si pueden, se escapan a La Empacadora.

Los turistas tienen su Centro de Atención  y Protección que se construyó el año pasado, tras las alertas de viaje emitidas por el Gobierno estadounidense, ante el aumento de homicidios. Allí los visitantes son atendidos con amabilidad, reciben orientación y pueden levantar denuncias.

Los habitantes de San Lucas y San José deben aguantar las emergencias con una policía que no rebasa los 500 elementos, para una población de más de 300 mil habitantes. En las colonias como Real Unidad, no hay comandancia ni pasan patrullas con regularidad. Entonces, ¿será como platicó Lilia?: “para ellos, para el gobierno no existimos”.




Empleado mentiroso

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Gobernador Carlos Mendoza Davis. Foto: Gladys Navarro.

A botepronto

Por Gladys Navarro

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Atrás quedaron los días en que el entonces candidato a gobernador, Carlos Mendoza Davis, alardeaba que sabía bien cómo erradicar el crimen en Baja California Sur. En donde tenía oportunidad lo decía. Dependiendo del lugar, lo enfatizaba todavía más. Los loretanos lo recordarán, por ejemplo, porque les tocó recibirlo en su arranque de campaña el 5 de abril del 2015 y entonces admitió que la violencia repuntó en el periodo de su antecesor, Marcos Covarrubias (cuatrienio del que formó parte desde la Secretaría General una temporada) y se lanzó muy seguro: “vamos a limpiar el estado, y lo vamos a hacer rapidito”. Creo que muchos nos preguntamos cotidianamente cuál es su definición de rapidez porque justo el pasado viernes 10 de marzo se cumplió un año y medio de su gestión y es evidente que la inseguridad no sólo no ha disminuido, sino que se ha agudizado y los hechos violentos a los que llaman “de alto impacto” se han extendido de La Paz al resto de los municipios sobre todo a Los Cabos, el motor económico de la entidad. Sólo tomando en cuenta la estadística del Sistema Nacional de Seguridad Pública, el mes de enero BCS tuvo una cifra histórica junto a Colima se ubicaron como las dos entidades que más homicidios dolosos registraron por tasa poblacional, en el caso de nosotros, tuvimos 55, esto es 7 veces más que la cifra de enero de 2016, una tasa de 7.7 homicidios por cada 100 mil habitantes (como referencia, la media nacional para enero fue de 1.8 muertes violentas por cada cien mil habitantes). Pero si las cifras no les dicen mucho, o les dicen pero hacen como que no (y me refiero a los defensores y aplaudidores del Gobernador), basta con contabilizar los eventos violentos de la última semana: 11 personas asesinadas del lunes 6 de marzo hasta la tarde de ayer, incluyendo dos mujeres, una de ellas con una amenaza en una manta, una adolescente lesionada al quedar en un fuego cruzado y una captura de un presunto narcomenudista en pleno lobby del hotel Hyatt Ziva en San José del Cabo. Un clima de violencia, pues, nunca registrado en aquel destino y que sin duda repercutirá negativamente por más que lo nieguen. La imagen del destino, cuya economía depende del turismo y es impulso importante para el resto del estado, ya está dañada, y no se advierte que se haga algo contundente para revertir esta situación. ¿Qué pensarán los empresarios que decidieron contratar a Carlos Mendoza? A un año y seis meses de su gestión conviene recordar aquellos discursos esperanzadores para muchos, simuladores para tantos, y seguramente que ahora coincidirán varios, plagados de mentiras. ¿Necesita el empleado más tiempo de prueba? ¿Qué no dijo con tal seguridad que sabía como hacerlo y “rapidito”? Durante su campaña enmarcaba la inseguridad de BCS en el contexto nacional y no en las fallas locales. Hoy como Gobernador responsabiliza a la familia. Culpa al núcleo familiar de producir ciudadanos consumidores de drogas y que al tiempo se convierten en delincuentes. Y la tarea ya no le parece tan sencilla de atender, hoy nos dice que el problema “duerme en nuestras casas”, acusa la falta de atención a jóvenes y los problemas de violencia entre padres, y la sola presencia policíaca no lo frenará, ha dicho. Lo entendemos en parte, porque es un problema que se dejó crecer como en el resto del país. Pero el cambio en el discurso y el panorama que enfrentamos día a día muestra que la situación no sólo está peor de lo que se pensaba, sino que confirma la opinión de quienes no le creyeron antes. Ratifica, pues, que el aspirante mintió una y otra vez y con demagogia barata en su carta de presentación, por.que la experiencia presumida no se ha traducido en resultados significativos. No hay una postura enérgica hacia la Federación para que enfrente su parte y tampoco se advierte que la llamada estrategia coordinada se traduzca en resultados positivos contundentes como aseguró una y otra vez, o sea “rapidito”. Hasta aquí de momento, queridos. Gracias por leerme. Los leo en abotepronto@gmail.com

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