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El neófito Andrés Comanají, el arquitecto ciego

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuando los jesuitas llegaron a estas tierras en el año de 1697, encontraron una gran cantidad de naturales, se tiene el cálculo de entre 40 a 50 mil de ellos que habitaban todo lo ancho de la península de California. Si bien, es cierto que habían desarrollado algunos rasgos culturales como la pintura de grandes murales en altas cuevas, petrograbados, un lenguaje que los distinguía en diferentes “naciones” —así los llamaron los sacerdotes—, y diferentes costumbres, algo que los distinguió fue su gran habilidad para apropiarse de la nueva lengua, religión y cultura que portaban estos recién llegados.

Conforme los jesuitas fueron explorando la península de California, descubrían nuevos parajes y convivían con grupos de californios que en su mayoría los recibían con algo de miedo y desconfianza, pero paulatinamente, fueron cediendo y acercándose a ellos conforme les daban pequeños regalos, así como comida y buenos tratos. El propósito de los jesuitas para convivir con estos nativos era evangelizarlos, convertirlos a su fe católica para enseñarles la cultura que detentaban pretendiendo incorporarlos a ella, como la mejor forma de conducirlos al progreso y modernidad. Los años pasaron y cercano a la mitad del siglo XVIII, los jesuitas habían logrado establecer en toda la mitad sur de la California más de una decena de establecimientos misionales, siendo la misión de San Ignacio de Kadakaamán la más norteña.

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En el año de 1751, el sacerdote rector de esta misión era el croata Fernando Consag que se distinguió por su gran amor a sus catecúmenos, así como por sus constantes y largas exploraciones por el norte de la península, en donde había estado procurando, durante 14 años, un nuevo sitio para establecer otra misión, pero que debido a la dificultad de localizar parajes con agua suficiente para mantener tanto al sacerdote residente como a los naturales que estuvieran catequizándose, no se había podido afincar.

Fue en un viaje que realizó hacia parajes aledaños al golfo de California (1751), que a unas veinte leguas de la misión de San Ignacio Kadakaamán localizó un sitio de agua muy escasa al cual puso por nombre La Piedad, sabiendo que no encontraría algo mejor decide iniciar los preparativos para establecer ahí la próxima misión de la cual, ya se había manejado el nombre de Nuestra Señora de los Dolores del Norte desde hacía algunos años . Sin embargo, cuando estaban por iniciarse los trabajos de construcción de este asentamiento se les notifica que el presupuesto que existía para ello estaba agotado.

Pero, como bien se dice coloquialmente, “cuando te toca aunque te quites, y cuando no, ni aunque te pongas”, en esos días surge una solución al problema de falta de presupuesto para crear la nueva misión, pues acababa de cerrase la misión de San José del Cabo por la escasez de habitantes y los pocos pericúes que la habitaban fueron enviados a la misión de Santiago El Apostol. Es entonces que el marqués de Villapuente —gran benefactor de las misiones de la California—, decide destinar una fuerte suma de dinero para que se construya una nueva misión, pero con la condición de ponerle el nombre de su esposa Gertrudis. Fue así que al fin pudo salvarse de los obstáculos y proseguir con esta obra misional.

Lamentablemente, el sacerdote Consag no pudo ser el titular para la nueva misión, ya que debido a su gran labor en la prolífica misión de San Ignacio, se le pedía que se quedara al frente de esta y continuar haciéndola tan próspera como hasta entonces. El sacerdote encargado de esta nueva misión fue el alemán Jorge Retz, quien a su llegada, ya contaba con 548 catecúmenos que había evangelizado nuestro laborioso y entregado padre Consag. El nombre que llevaría la nueva misión sería Santa Gertrudis La Magna.

Como en los inicios de todos los asentamientos misionales, lo primero que se realizaba eran unas endebles construcciones que más que cuartos son especies de enramadas con el propósito de darle albergue a un templo, al sacerdote y a los soldados que lo acompañaban. Es aquí donde entra en escena el neófito Andrés Comanají, también conocido como Andrés Sestiaga —su apellido lo tomó, como era la costumbre, del que tenía el sacerdote Sebastián de Sestiaga, quien lo bautizó. Andrés tenía la característica peculiar de ser ciego de nacimiento, sin embargo, tenía una inteligencia natural que lo hacía sumamente hábil para la construcción de todo tipo de casas y edificios, aunque como dice el padre Miguel del Barco “porque eran tan toscas, que no necesitaban de reglas de arquitectura, y la habilidad de Andrés era tal que suplía con el tacto la falta de vista”.

Las construcciones que realizó, con ayuda de otros californios y soldados, eran sencillas. Consistían en cuatro horcones que servían como las esquinas del cuarto que se ataban con tiras de cuero a los palos que darían forma a las paredes y al techo. Posteriormente, se enjarraban las paredes con lodo y piedras pequeñas, al techo se le tapizaba con junco que era liviano y protegía del sol y un poco de la lluvia. Sin embargo, no se piense que esto era una obra sencilla y carente de cierta complejidad, si para un vidente era un tanto pesado y dificultoso, imagínese para un ciego como Andrés Comanají.

Pero, no sólo esta habilidad tenía Andrés, algo por lo cual era muy apreciado, sobre todo, por el sacerdote Consag y en su tiempo, el sacerdote Sistiaga —”Sestiaga”, lo escribía el padre Del Barco—, era por su gran entrega y devoción hacia la oración y la catequesis de sus hermanos californios. Escribe Del Barco:

Este indio fue al principio catequista en la misión de Mulegé y después ejerció el mismo empleo con mucho aprecio en las de San Ignacio y Santa Gertrudis hasta la expulsión de los jesuitas. Su virtud ejemplar, el celo que manifestaba por la conversión de sus paisanos, la gracia particular que tenia para explicarles y hacerles entender los misterios de nuestra religión, la constancia en instruirlos, la paciencia inalterable con que sufría la inquietud de los niños y la rudeza de los catecúmenos que enseñaba, hicieron famoso el nombre de Andrés y le captaron el aprecio de los misioneros y soldados, así como el respeto y la veneración de los indios. Frecuentemente, fortificaba su alma inocente con los santos sacramentos, y todo el tiempo que no empleaba en el catequismo o en las necesidades de la vida, se estaba en la iglesia orando con mucha devoción.

Qué lejos están estas palabras tan encomiosas hacia un californio, de los conceptos que vertió en su libro el sacerdote Juan Jacobo Baegert el cual los tachaba de “tontos, torpes, toscos, sucios, insolentes, ingratos, mentirosos, pillos, perezosos en extremo, grandes habladores y, en cuanto a su inteligencia y actividades, como quien dice, niños hasta la tumba”. Conforme ustedes, amables lectores, vayan profundizando en los textos a los que hago referencia van a poder tener una mejor idea de lo grande que fueron nuestros californios, y que a pesar de no tener tantas manifestaciones de su cultura, tuvieron una gran inteligencia que rivalizaba con la de cualquier habitante de otra parte del mundo.

Bibliografía:

Historia de la Antigua ó Baja California  – Francisco Javier Clavijero

Historia natural y crónica de la antigua California – Miguel del Barco

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Los polvorientos caminos de la fe. Consag y Link, dos exploradores

FOTO: Patricia Valenzuela Lugo.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En la actualidad, el transitar por alguna de las carreteras de nuestra Sudcalifornia nos representa un gran engorro, ya que de antemano nos predisponemos a que va a ser aburrido, durará mucho tiempo y sólo vamos a ver pasar, por la ventanilla de nuestro auto, cardones, mezquites y cerros áridos. Sin embargo, no nos ponemos a imaginar la gran dificultad que fue, para los primeros colonos europeos, el transitar en caballo o mula, por senderos inexplorados que, por lo mismo, los hacían intransitables y peligrosos. Por lo anteriormente descrito, se antoja como titánica la gran labor que desempeñaron los jesuitas que arrostrando todos estos obstáculos decidieron explorar y conquistar palmo a palmo la península Californiana.

Uno de estos sacerdotes, el cual se distinguió por sus grandes dotes de explorador, fue Fernando Consag (en croata, Ferdinand Konščak). Este ignaciano había nacido en Varasdin, al noroeste de la actual Yugoslavia, el 3 de diciembre de 1703. Su ingreso a la orden lo lleva a cabo en Eslovaquia en el año de 1719, sin embargo, sus estudios de seminarista los desempeñó en Austria. Fue un alumno empeñoso y debido a su avanzado progreso, al profesar sus votos sacerdotales lo nombran catedrático en un seminario de Budapest. Es en el año de 1730 que solicita, y se le concede, el venir a trabajar en las misiones de la Nueva España. Después de permanecer por un corto tiempo en la ciudad de México, es enviado a las Misiones de la California en el año de 1732.

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A su llegada es destinado a la Misión de San Ignacio Kadakaaman, en donde se distingue por sus habilidades para la construcción, así como por ser un hombre diligente y de nobles sentimientos, siendo muy apreciado por los naturales de aquellas tierras. En el año de 1744 es destinado a la misión recién formada de Nuestra Señora de los Dolores del Norte y, al año siguiente, prosigue su apostolado en la de Santa María Magdalena. Debido a su vocación de explorador, se le envía a la región poco explorada del septentrión de la península y descubre un terreno muy bueno en donde funda la Misión de Santa Gertrudis, La Magna.

Al año siguiente de estar desempeñando su ministerio, el Provincial de los Jesuitas, el sacerdote Cristóbal de Escobar y Llamas, el cual tenía amplio conocimiento de las excelentes dotes de explorador y cartógrafo de Consag, lo envía hacia el norte de las Californias, con el objetivo de que indague si estas tierras son, o no, una isla. El día 14 de julio de 1746 parte en barco desde Loreto a este gran viaje. Durante su estancia en aquellas tierras, elabora un minucioso mapa el cual confirma lo que ya había descubierto el también jesuita Francisco Kino y otros exploradores, que la California era una península, y para demostrar su dicho elaboró uno de los mapas más completos, el cual aún se conserva. Aunado a lo anterior, llevó a cabo una minuciosa e interesante bitácora de viaje, la cual se encuentra resguardada en el Archivo Franciscano de la Biblioteca Nacional.

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Al regresar a Loreto es devuelto a su ministerio, sin embargo, su espíritu inquieto no lo deja estar tranquilo y para el 22 de mayo de 1751 emprende una nueva expedición, partiendo de la misión de San Ignacio, hacia la isla nebulosa o Isla de Cedros. Su recorrido lo realiza por tierra y le toma 41 días llegar hasta enfrente de la Isla. Durante sus jornadas, se dio tiempo para llevar un detallado e interesante registro de la flora, la fauna y los naturales de aquellas tierras, con los que se topaba. El mencionado diario, lo incorporó  José Ortega en un libro titulado Apostólicos Afanes de la Compañía de Jesús. De regreso de este viaje continuó desempeñando sus labores misionales, entre las que destaca la construcción del templo de la hermosa Misión de San Ignacio. El sacerdote Consag fallecería el 10 de septiembre de 1759, tras 27 años de servir en la California. Sus restos descansan en la Misión de San Ignacio Kadakaaman.

Sobre el sacerdote Wenseslao Link (Vaclav en su lengua natal), encontramos que nació en Nejdek, Bohemia occidental, el 29 de marzo de 1736. Su noviciado lo realiza en el poblado de Brno y, aún sin concluir sus estudios, lo envían a la Ciudad de México en la Nueva España en el año de 1754. Continúa sus estudios de teología y profesa sus votos en el año de 1761. Fue en ese mismo año que se le concede el iniciar su vida de misionero y al lugar que se le destina es a la California, específicamente a la Misión de San Borja Adac, la cual había sido fundada por el jesuita Georg Retz 2 años antes.

Tal parece que Link estaba destinado a ser un explorador, más que a desempeñar su vocación de sacerdote. Su primera expedición la realiza en los meses de marzo y abril de 1765 a la Bahía de los Ángeles y la Isla del Ángel de la Guarda. Posteriormente, de agosto a diciembre de ese mismo año, emprende un viaje hacia la desembocadura del Río Colorado, pero debido a los vientos y temporales propios de esas fechas en aquellas regiones, no logró llegar. Unos meses después, de febrero a abril de 1766, realiza un nuevo viaje y en esta ocasión tiene mejor fortuna y logra explorar la zona del Río Colorado.

Durante los viajes realizados por el sacerdote Link, elaboró unos minuciosos informes en los que daba cuenta de los animales y plantas de aquellas regiones, así como los encuentros con habitantes de estos sitios. También consigna una gran cantidad de detalles cartográficos de aquellos parajes. Fue tan abundante la información que logró registrar que Ernest J. Burrus pudo elaborar una obra en 3 volúmenes con todo el material que pudo reunir de los viajes del sacerdote. En total estuvo 6 años cumpliendo su labor de misionero y explorador en las Californias.

En el mes de febrero de 1768, Link, así como sus demás hermanos de la Orden, son embarcados en el puerto de Loreto en cumplimiento a la Orden de Expulsión de los integrantes de la Compañía de Jesús de todos los territorios de la Corona Española. Al llegar a España, estuvo preso casi 1 año y es hasta 1769 en que regresa a su tierra, a la ciudad de Olomuc, Moravia. Los siguientes 28 años de su vida continuaría desempeñando sus labores sacerdotales, hasta que el 8 de febrero de 1797 fallece a la edad de 94 años, víctima de hidropesía.

La fuerza y férrea convicción de Consag y Link, permitieron que las tierras Californianas fueran exploradas y, por consiguiente, conocidas por el mundo. Mucho debemos a estos hombres que, a pesar de no contar con los medios que tenemos ahora, pudieron llegar a regiones donde difícilmente cualquier persona lograría llegar en la actualidad. La fe inquebrantable de que estaban haciendo el bien para todos, los impulsó a realizar obras que aún en la actualidad nos sorprenden.

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