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“Galería de espejos fragmentados”, de Jorge Chaleco Ruiz

Jorge Alberto Chaleco Ruiz. FOTO: El Grito Colectivo.

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Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El suicidio ha sido siempre muy cuestionado. Unos alegan que es un acto de valentía y otros que resulta un acto de cobardía. Otros más consideran que el suicida se va voluntariamente, cosa que me hace dudar, pues es un acto final, consecuencia de una serie de situaciones emocionales que van desde la depresión, a la desesperación de hechos fortuitos que han afectado su vida. Para muchos —también— es un chantaje que trata de llamar la atención hacia algo fundamental: la falta de vida en las relaciones humanas. La falta de amor. El suicidio es un problema de salud pública dicen, pero nadie está cerca para apoyar a un suicida en el momento culmen. Por supuesto, las visiones y opiniones van y vienen, unas fundamentadas y otras, obra del prejuicio y la desinformación. El suicida llega a un acto desesperado donde aparentemente las alternativas se acabaron, las opciones están desusadas y la puerta final es la salida al agobio de las penurias.

Jorge Alberto Chaleco Ruiz se ha lanzado en busca de la motivación, el pretexto por el que tres decenas de mujeres —artistas todas— decidieron —o no— dejar este mundo. Es una revisión estética del dolor y sus implicaciones, sus desesperanzas y sus frustraciones, el cómo las acometidas de la vida pegaron tan fuerte que no supieron qué hacer con ellas. Se trata del libro de poesía Galería de espejos fragmentados, ganador del Premio Estatal de Poesía “Ciudad de La Paz” 2015, escrito con mesura, con claridad, llevándonos de la mano por la galería del terror de descubrir que a veces el arte puede no ser tan compensatorio, tan evolutivo. En el caso de estas treinta mujeres el arte no fue para nada curativo y mucho menos una manera de entender profundamente la significación de la vida.

Asomarnos a estos versos, de pronto prosaicos, de pronto versiculares, nos deja un entendimiento de que Jorge Chaleco exploró a su modo, desde su punto de vista, las circunstancias envolventes de las suicidas, ésas que determinaron su muerte. Es un libro tétrico, oscuro, tenebroso, que cala en lo más hondo del inconsciente y que nos avisa que la muerte tiene múltiples formas y que siempre se cumple. No obstante, tiene momentos de luz, de lucidez, de desnudamiento del arte como acto deliberado de vida en el último aliento. Hay quienes ven en el suicidio un acto estético que nos demuestra lo volátil que es la vida, lo frágil que puede resultar el significado de estar aquí y ahora. Y justamente en cada poema, en cada línea, Chaleco es capaz de mostrarse también a sí mismo a través de estas mujeres, su propio atisbo de la muerte. Tal vez se ha curado con la muerte de estas mujeres.

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Un libro agobiante, cansado, pero escrito con delicadeza. Quizá por momento le falte pasión, pues por instantes pareciera escrito bajo el velo de una metodología poética y no con las entrañas y los miedos que implica ahondarse en las profundidades del suicidio. A veces sus versos resultan convencionales y cosméticos, efectistas, sin ganas de decir más o instalado en la premura de su sentido final. Hay algunos que se parecen entre sí; algunos que semejan el pasaje de la misma suicida y no el cambio de personalidad que implica el nuevo tema mortuorio. No hay sorpresas. No hay exploración. Es sólo un compendio de poemas que asoman sus desdichas, pero no afrontan sus grandezas, o en otras palabras, el poeta se contuvo demasiado y sólo nos mostró una parte superficial de su comprensión de la realidad del suicidio. Galería de espejos fragmentados no es un libro para gozarse ni para asombrarnos, en definitiva.

*Jorge Alberto Chaleco Ruiz, Galería de espejos fragmentados, México, Gob. del Estado de BCS, ISC-Secretaría de Cultura, 2016, 78 páginas.




23 años sin Víctor Bancalari, un poeta que creó y apagó su propio fuego

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El pasado 26 de marzo se cumplieron 23 años de la muerte del malogrado poeta Víctor Bancalari, un dragón a la Bruce Lee que supo leer con tino y visión ácida su época, en especial la de la clase social a la que pertenecía: los patricios, como recalcaba cuando se refería a ella.

Hoy tendría 58 años y no sabemos si su obra hubiera crecido en calidad y cantidad, o simplemente se hubiera abandonado a los cauces del tiempo, que son caprichosos e insólitos. Aunque ya había leído antes algunas cosas de él y que muchos lo mencionaban muy seguido, lo conocí hasta 1987 en la cafetería El Tucán, donde solían aterrizar las más disímiles formas del pensamiento sudca, entre estudiantes, políticos de todos los colores, periodistas y comensales diversos. Ese día yo esperaba a mis amigos de la Prepa Morelos y me pidió sentarse en mi mesa, en lo que llegaban. Me cayó bien.

Habló sin parar de los poetas malditos, de la Roma clásica, de la división social tan parecida a la nuestra y, por supuesto de los intelectuales locales, a los que denostó en más de una manera. Su aguda inteligencia, cargada de un rencor vivo, a la rulfiana, disparó dardos venenosos contra toda organización oficial de la cultura y asestó golpes certeros contra la marrullería de los políticos priístas que él conocía muy bien, según dijo.

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En seguida pasó a los jóvenes que escribían por aquel tiempo, e hizo una lista de defectos de los que él creía un fiasco y que pronto estarían en los puestos públicos culturales. “Morros chocomilkeros” fue el término que usó. Le pregunté que si a cuáles se refería específicamente y él contestó que “a ésos de la Prepa Morelos, que creen hacer poesía rebelde, pero en realidad no son más que mozalbetes jugando al intelectual que terminarán siendo parte del sistema”.

No dije nada porque no supe qué contestarle. Me había apabullado con su discurso. Al último terminó hablando de Arthur Rimbaud, con una convicción tal, que después busqué su obra para comprobar lo que decía. Tengo ese agradecimiento con él, porque la lectura de Rimbaud fue una revelación para mí. Después de eso nunca más lo volví a ver; me fui a México a estudiar y allá me enteré de que había muerto, ese año de los sismos políticos en México, que fue el principio de la fractura histórica de nuestro país y que hasta hace muy poco nos hemos percatado claramente de sus devastadores resultados. Claro, fue un proceso de mucho antes, pero que se acentuó en 1988, específicamente.

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En 2009 Manuel Cadena, Rocío Maceda y Christopher Amador emprendieron el proyecto de publicar, por fin, la obra desperdigada de Víctor Bancalari. Gracias a ellos y a que algunos pusimos algo de efectivo para que fuera posible, el libro salió al final: Víctor Bancalari, narrativa y poesía. Tiene notas introductorias de Cadena y Maceda, más un poema en la cuarta de forros de Amador, dedicado al poeta. Está organizado más o menos en la idea de separar narrativa de poesía. Es un libro que quizá Bancalari hubiera aprobado. No sé. Conociéndolo. En fin. La cosa es que fue un atinado trabajo de elaboración que permitió preservar esos textos que ya comenzaban a oler a oralidad.

Ya se ha escrito mucho de él. Hay una interesante entrevista hecha por Diana Cuevas a Edmundo Lizardi que no tiene pierde, estupenda por donde se le vea; una nota del escritor Daniel Salinas Basave, justa, crítica y que pone los pies en la tierra a la hora de ejercer su visión, y un libro del investigador y escritor Antonio Sequera Meza, Sin nada, Víctor, tú estás, que hace un recuento y trata de dar una edición más completa de su obra, ésta sí organizada y separada según sus géneros. También existe un ensayo en el libro El país de las espinas, de Dante Salgado, crítico y que valora en su justa dimensión la pequeña obra de Bancalari, en especial La batalla de Los Divisaderos.

No sé si Manuel Cadena continúa con la labor titánica de hacerle un homenaje anual. Yo participé en tres de ellos y cada uno me dejó una experiencia diferente. Hay los que le tuvieron animadversión a Víctor por su agresividad verbal y hay quienes lo admiran por la obra dejada. Hay quienes consideran que se sobrevalora a quien sólo dejó algunos poemas y cuentos, algunos bastante ingenuos y otros de una profundidad sorprendente, más intentos de novela; que están convirtiendo a Bancalari en un mito, dándole un lugar que no merece. Hay otros que lo tienen en alta estima literaria y que ya han establecido su importancia en ensayos, libros, ponencias y conferencias. Lo cierto es que Víctor Bancalari sigue vivo y dando de qué hablar, con gusto y con odio, con admiración y con envidia. Como dijo mi abuela, “mis palabras no le hagan ruido, déjenlo descansar”, pero no creo que él quiera eso. Tal vez Bancalari hubiera repudiado que se le esté convirtiendo en aquello que tanto criticó: una estatua de la rotonda imaginaria, un poeta del sistema… literario.




“Perlas negras”, el primer libro de Luis Fernando Gómez Cota

 

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El poeta Luis Fernando Gómez Cota. Foto: Ramón Cuéllar Márquez.

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Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). No todos los poetas tienen el aliento. No todos los poetas enloquecen con sus lauros obtenidos o persiguiéndolos para inflar sus egos. No todos los poetas navegan con una poética (que sí, hombre, entiéndanlo, lo que escriben es su poética aunque digan lo contrario) clara, definida y estructurada. Hay poetas a los que uno admira de siempre, de donde abrevamos para lanzarnos al vacío de los versos, a los que tenemos la oportunidad de convivir junto a él o ella en carne viva. Luis Fernando Gómez Cota es uno de esos poetas.

Conocí a Luis Fernando Gómez Cota en el taller de poesía de los sábados que dirigía Héctor Domínguez Ruvalcaba, uno de los mejores de su tiempo, cuyas bases cimentaron a un buen número de entusiastas versificadores que hoy continúan en activo y muy presentes. La particularidad del taller de Héctor era que la visión de una poética sobresalía por sobre todas las cosas, lo que importaba era el goce estético y la euforia de conseguir imágenes y metáforas extraordinarias. Nada más. La interacción nos iba formando no sólo como interesados en el arte, sino en las relaciones de amistad que aún hoy perviven y son muestra de que lo vivido fue fructífero. Había competencia, sí, pero no era desleal, ni nadie exigía a nadie, ni siquiera el tallerista, quien también se exponía en sus propios poemas. Todos sugeríamos, comentábamos y criticábamos (a veces ácidos, a veces justos). Fue un tiempo fenomenal e insólito.

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Y justamente de ese tiempo recuerdo que de los poetas que yo más admiraba era Luis Fernando Gómez Cota; bueno, para decirlo con otras palabras: yo envidiaba sus versos y llegué a imitarlos en alguno de mis poemas. Yo quería escribir como él. Me parecía uno de los muchachos más honestos y sinceros a la hora de construir, tenía la capacidad de deslumbrarme con sus contundentes imágenes breves, que parecían salidas de lo más profundo. Aquel taller de la Preparatoria Morelos sí hizo fuerte y siempre éramos llamados para hacer lecturas en la ciudad. En una de esas presentaciones Héctor dijo que estaba sorprendido de lo que hacíamos, que las imágenes de los chicos lo asustaban por la forma tan brillante en que las escribían. Con nosotros ocurría que nos asumíamos como poetas, que en verdad nos creíamos eso de que el arte era lo más importante. Cómo olvidar los versos de Alejandra Manríquez, Angélica Vega, Eduardo Rojas Rebolledo, Esteban Beltrán, Óscar Joel Mayoral y Rubén Rivera. Todos ellos talentosos y brillantes. Una generación que no sé si se repita. Y en ese tiempo Luis Fernando Gómez Cota convivía con nosotros, nos seducía con sus poemas, que provenían de los impactos de la vida cotidiana.

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Presentación de “Perlas negras”, al lado del Gómez Cota, otro reconocido poeta: Rubén Rivera. Foto: Facebook.

En días recientes salió una plaqueta de poemas de su autoría. Hacía falta que sus poemas (que ya deben sumar cientos) se juntaran en una publicación dedicada exclusivamente para él. Perlas negras se llama. Es una colección de poemas que hablan de su oficio, que no ha olvidado la vena que lo movía, que su cualidad para nombrar los instantes de su vida, o de la familia o de lo divino o de un café o de un palacio gigante, todo compendiado entre versos vivos, sin ataduras de un lenguaje sinfónico, libre de decir con certera efectividad aquello que lo inquieta, siguen ahí latiendo como siempre. Si no vean:

Escuché

un murmullo de rebozos

livianos alejarse,

así como el agua

entre las piedras

y la huella de la luna

al atravesar tu cama.

 

O este otro:

 

¿a qué juega el café en nuestros labios?

a florecer nuestros lutos

en perlas del rosario.

 

Perlas negras es un manojo de poemas que sacuden e invitan a la delicadeza, pero también a detenernos en las partes esenciales de la palabra, de cómo todas ellas son células que conforman el sentido. Cada verso libre es muestra de que no es fácil escribir bajo ese estilo. Escribir verso libre no es hacer una lista del mandado ni ocurrencias alegres que suenan bien, pero que no funcionan; o como decía el gran Óscar Joel Mayoral: “Es bonito, más no bello.”

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Un merecido homenaje a este poeta que se ha destacado por su incansable labor cultural en pro de la lectura. Perlas negras es un repaso, una síntesis del oficio de un poeta que aspira a los latidos vivos de sus criaturas, que para nada tiene que pedirle nada a las latitudes e inquietudes de otros poetas; antes bien, nosotros a él. Con este libro confirmo mi admiración por un poeta que recién entra al mundo de las publicaciones, pero que siempre estuvo codo a codo combatiendo con sus delirios, sus fantasmas, sus imágenes increíbles, seguro de que el arte es curativo y revolucionario, una necesidad fundamental, un bálsamo para lo cotidiano, una terapia colectiva de la que podríamos salir fortalecidos y más humanos. Luis Fernando Gómez Cota es un poeta mayor.

*Luis Fernando Gómez Cota, Perlas negras, La Paz, BCS, Cuadernos de la Serpiente, Poesía, 2017, 24 páginas.




La poesía de Juan Pablo Rochín Sánchez

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“El hombre de las manos de nube”, portada del libro de Juan Pablo Rochín. Fotos: Cortesía.

El Librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Quiero hablarles de Juan Pablo Rochín Sánchez, un demiurgo del desierto, un juglar que busca su lugar en el mundo. Antes, quiero hacer una pausa en el camino. La poesía es el género más socorrido en las letras. Todo mundo tiene un poeta oculto dentro de sí. Cuando menos pensamos, de pronto existen revelaciones extraordinarias para solaz agasajo de los lectores del género. Bueno, también hay de pronto versos que no se salvan ni a la primera lectura.

Si bien la poesía es la más socorrida por multitud de personas, también es cierto que es la menos leída. Cada vez hay menos lectores de poesía y más poetas, lo cual es una contradicción, porque debería reflejar el creciente gusto por los versos —tal vez sólo son poetas que escriben poesía, pero no leen poesía. Mucha de ella se circunscribe a pequeños grupos, amantes de escribir versos que dicen mucho pero que se conocen poco. Para desgracia o fortuna, los poetas actuales tienden a buscar más foros como los encuentros o los concursos literarios donde puedan expresarse y tener cierta notoriedad —si ganan—, pero fuera de ahí, es difícil tener un mayor alcance público, lo cual es lamentable, puesto que la poesía permite un supremo entendimiento del mundo, aporta una perspectiva distinta y hace estallar revoluciones interiores e incluso exteriores.

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Pocos poetas logran tener esa tonelaje, la de despertar la inquietante realidad, la de ponernos frente a un espejo, la de cimbrar nuestra vida cotidiana. Hay poemas y poetas que cambian nuestras vidas. No todos los poetas premiados logran eso. Tienen muchos premios, pero nadie los conoce, a veces sólo los intelectuales o los propios poetas, lo cual provoca desánimo. Por el sólo hecho de ganar un concurso no se garantiza la inmortalidad ni que se tengan lectores nuevos; tampoco que sus poemas sean obras acabadas en sí mismas. A algunos poetas la soberbia los pierde y los hace creer que están en otro nivel: nada más alejado de la verdad.

Hay de poetas a poetas. Los hay de todos tamaños, colores, orientaciones, clases sociales. Los hay honestos y deshonestos. Los hay francotiradores sin pena ni gloria, mediocres, y los hay corruptos hasta la médula. Pero también hay poetas brillantes, talentosos, sensibles, con la sencillez a cuestas —que es la que despierta la poesía y la más difícil de escribir.  Hay poetas que encuentran su sino, su voz, cuando un acontecimiento importante ocurre en sus vidas. Ese giro brusco anima la poesía agazapada, la que permanecía oculta, la que aguardaba para salir como fuente de vida o de muerte, como es el caso de la poesía de Juan Pablo Rochín Sánchez, el poeta sudcaliforniano que encontró sus versos en la caída libre de la muerte de su padre.

Lo habíamos conocido como narrador durante años, incluso él mismo aseguraba que la poesía no era lo suyo, que no era capaz de hacerlo. No obstante, tocó tierra, o fondo, o llegó a buen puerto. Juan Pablo comenzó a experimentar una transformación radical en su escritura y se aventuró por los sinuosos caminos, pedregosos, poco rentables de la poesía. Sus primeros versos dieron inicio en algunas revistas de manufactura casera, pero de buena distribución; gracias a ese paso, Rochín Sánchez principió a ser conocido como poeta, un buen poeta, además, para sorpresa de propios y extraños.

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Juan Pablo Rochín. Foto: Cortesía.

La aparición de su libro, El hombre de las manos de nube, de 2012, que le mereció una mención de honor en el Premio Nacional Mérida 2011, es sin duda un hallazgo como lector. Lo leí varias veces. Cuando un libro de poesía no me atrapa, no me seduce y quiere engañarme con trucos literarios que más bien confunden y no alientan la seducción y el interés, simplemente lo dejo. No hay mucho qué hacer. Pero en el caso de Juan Pablo, no es así. Aunque ha evolucionado como poeta y sus versos son más sólidos en la actualidad, quise detenerme en esta especie de ópera prima que merece la pena revisemos.

El hombre de las manos de nube es un libro de muerte y erotismo, dos elementos que siempre han estado fusionados en el arte, especialmente en la poesía. La primera parte es una exploración profunda de la vida cotidiana, del impacto de la muerte y de las consecuencias que conlleva; sin embargo, detrás de los versos descubrimos a un poeta capaz de nombrar sin jugar con las palabras, sin hacer malabares retóricos, sino que con tino nos enfrenta a la posibilidad de construir nuestra visión de los hechos desde su punto de vista, de una manera sutil e inteligente. Rochín tiene plena conciencia de lo que pasa en su poesía. Sabe de lo que habla y de lo que nos quiere hablar. He platicado mucho con él y lo oigo embelesado —es decir, yo—, cómo construirá sus próximas criaturas. No nos oculta nada. Su poesía emerge desde las entrañas del sacudimiento, nace en momentos en que pareciera que la poesía ya no tiene sentido. Su poesía tiene sentido, y mucho.

La narrativa de Juan Pablo Rochín Sánchez es nítida, fluida, inquietante. Bien escrita. Este paso hacia la poesía ha sido un salto en el vacío que como lector se lo agradezco. Si bien en la primera parte de El hombre de las manos de nube nos abre las puertas de la muerte que agita su vida, en la segunda parte la poesía aborda el amor erótico como una manera de subrayar que las relaciones humanas pueden tener asombros —quedarnos atónitos—, de tal modo que compartamos un acercamiento a lo que significa la capacidad amatoria. Para nada sus poemas-prosas se pierden en el intento de describirnos una monotonía y repetición de estilos, no copia a nadie, tiene su íntimo, honesto, modo de abrir esas puertas de las que hablo. Por supuesto, el objeto amoroso será el más agradecido. Claro que se ven reflejadas sus influencias literarias, pero lo hace de un modo respetuoso, dándole sus rincones y dejando fluir su propia poética. En cada verso rompe con sus secretos, con sus paradigmas de hombre del presente. Juan Pablo no tiene miedo de decir y sin embargo su honestidad nos deja ver a un poeta en sus abismos.

No puedo menos que solazarme con los versos de Juan Pablo Rochín Sánchez, un verdadero descubrimiento para las letras sudcalifornianas y mexicanas. Pronto vendrán nuevos títulos y lo seguiremos sin dudarlo. Un poeta que dice y no se desdice, es para mantenerlo como una alerta de nuestra cotidianidad.

 

 




Cuadernos de la Serpiente publicará antología; ¿inicia la narcoliteratura en BCS?

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Raúl Cota Álvarez en la presentación del número 31 de la revista Cascabel. A su izquierda el maestro Raúl Antonio Cota, su padre. Fotos: Modesto Peralta Delgado.

La Paz, Baja California Sur (BCS). La semilla en la voz, Cartografía poética de Baja California Sur es el título del proyecto más ambicioso de Cuadernos de la Serpiente, editorial independiente dirigida por Raúl  Cota Álvarez, el cual se publicará a mediados de este mes o de enero de 2017; en entrevista, el también colaborador de CULCO BCS, habló sobre la trayectoria de esta alternativa de difusión de literatura en BCS, y lo que parece ser inevitable: la narcoliteratura que habrá de surgir en cualquier momento en la entidad.

“La editorial Cuadernos de la Serpiente nace como una opción, un cauce más para darle proyección a los escritores del estado. Vemos que tenemos una editorial institucional, que es la Coordinación de Fomento Editorial del Instituto Sudcaliforniano de Cultura (ISC); y un proyecto editorial en la Universidad Autónoma de Baja California Sur (UABCS); pero la demanda supera la oferta. Tenemos muchos escritores, hay tiempos que se sobrepasan por la producción literaria de nuestros creadores y buscamos la manera de hacer un proyecto que no le cueste al autor y que al lector le cueste muy poco, y ese costarle muy poco sea un ingreso que nos permita seguir adquiriendo material para editar al siguiente autor. Es un proyecto meramente sustentable para darle promoción y difusión, y nace exactamente en octubre del 2014”, recuerda Cota Álvarez.

El primer número: La ciudad y otros gatos, de Omar Murillo, pretendía publicarse en septiembre de 2014, sin embargo, el huracán Odile lo retrasó para octubre. Y desde entonces no han parado de promocionar a nuevos talentos en poesía y narrativa en Baja California Sur, sumando 12 títulos hasta el momento. En la presentación más reciente, Sabor a Soledad de Mike Olvera, se vendieron 96 ejemplares, un récord hasta el momento; sin embargo, el más vendido de toda la colección son los Cinco minutos de locura, de Jorge Peredo (Premio Estatal de Cuento “Ciudad de La Paz” 2016), que tuvo un tiraje inicial 300 ejemplares, pero hubo que hacer una reimpresión a petición de una maestra del Cobach que lo encargó como lectura para dos de sus grupos. Ha vendido 400 ejemplares.

El proceso de publicación

Cota Álvarez contó que Cuadernos de la Serpiente es una editorial de puertas abiertas, sin distinción de género, aunque la mayor parte hasta el momento ha sido poesía. Para que un autor pueda ser publicado, primero se pide un trabajo con una extensión de máximo 25 cuartillas. “Llega el manuscrito; lo revisamos en conjunto los miembros del consejo editorial; hablamos con el autor, inmediatamente después de haber hecho correcciones; se toman en cuenta consejos y lo que proceda; se imprime; se manda a costura; se manda a perfilado; y se empieza el proceso de promoción. Y finalmente se busca un recinto, generalmente las distintas bibliotecas de la ciudad”.

Los distintos títulos de la colección se pueden encontrar en la Casa del Libro Sudcaliforniano, en Altamirano entre 5 de Mayo y Constitución —en El Ágora—; en Cafebrería Camelbook, en Francisco J. Mújica y Colosio, en la planta alta de la  plaza;  y vía redes sociales en la página de Facebook de Cuadernos de la Serpiente o la del propio Raúl Cota Álvarez.

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La semilla más ambiciosa

A poco más de dos años de trabajo y 12 títulos en su haber, Cuadernos de la Serpiente presentará a mediados de diciembre, o a más tardar a mediados de enero próximo —“por cuestiones de maquila”, explica Cota Álvarez— la antología La semilla en la voz: cartografía poética de Baja California. Se trata de una obra “que nació de la sociedad civil, con recaudación de fondos con recompensas. Es un proyecto muy importante ya que no sólo presenta a los nuevos creadores de poesía del estado, sino que pretende ser el punto de partida de un fondo editorial independiente para seguir generando proyectos”.

“Sí, es el más ambicioso —subrayó—, porque estamos hablando de 28 autores, estamos hablando de autores de todo el estado y de un formato distinto al que manejamos; no tan austero, no tan artesanal, sino un formato totalmente comercial que tiene ya los formatos institucionales, que pudieran abordarse un formato más cómodo; con un diseño más elegante; con un tiraje de 500 ejemplares que pretende distribuirse en todo el estado. Es el más ambicioso pero también es como la puerta a una nueva etapa en la editorial que pretende avanzar en este sentido”. En su momento se darán a conocer los datos de su presentación, y se calcula que el costo del ejemplar ronde los 50 pesos.

Se asoma la narcoliteratura a BCS

Al preguntarle a Cota Álvarez si no le han llegado textos con temática que giren alrededor del narcotráfico, respondió que “en textos sueltos sí. Sí  hay minificciones, Jorge Arce Gálvez ha incursionado en ello; José Luis Gómez también; y pues ya hay un libro publicado por el ISC, Cuentos cortos de narcotienditas de Amado Malváez. Pero en sí, que nos haya llegado material específico o material que dentro de los temas trate éste, para edición de la editorial, todavía no lo tenemos”.

Sin embargo, al preguntarle su opinión del posible arribo o conformación de la narcoliteratura en Baja California Sur, lo ve como algo prácticamente inevitable. “Lo leía hoy mismo en La Jornada, una plática que tuvieron Elena Poniatowska y Paco Ignacio Taibo II en la Feria Internacional del Libro. Ellos dicen que quisieran hablar de su familia, de temas más agradables, pero la realidad los rebasa, los aturde, los contamina. Yo creo que aunque nos desagrade, nos entristezca, quisiéramos evadirlo, y luchemos de manera paralela por generar otro tipo de entorno, nos absorbe, y también, tenemos que hablarlo. No hacer una exaltación de esta situación, pero sí sembrar un panorama, cómo nos está afectando, cómo podemos verlo de otra manera, a lo mejor para anestesiarnos, o por menos enfrentarlo desde otra óptica que no sea tan cruda”.

Mientras tanto, los jóvenes literatos publicados en esta editorial aún escriben —en general— sobre temas de la región. “La temática es la de los jóvenes creadores. Tenemos la soledad, el desamor, la locura, o la percepción que tenemos del entorno y que pensamos que es totalmente distinta a lo que se percibe naturalmente y lo etiquetamos así, como una locura de nuestra parte, que viene siendo la creación misma de la literatura. En narrativa, en poesía predomina el entorno, el canto al mar y al desierto, el terruño, la regionalidad.

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Finalmente, al cuestionar la promoción de la literatura en la media península —desde las editoriales institucionales a las independientes— de hoy comparada a unos tres años atrás, Cota Álvarez cree que hay que voltear más a lo que se hace más al interior del país, entrarle más como sociedad civil y no temerle a la iniciativa privada.

“Va creciendo, si bien es cierto que la UABCS ha ralentizado la aparición de sus libros pues es porque tienen un consejo editorial exigente que ha filtrado en demasía las propuestas; el ISC tiene muchas más publicaciones, ha diversificado los temas, los formatos, y los abordajes, ha llegado a nuevos públicos. Aparece Cuadernos de la Serpiente como una opción independiente. Hay editoriales que se están formando como Insomnia, que es una editorial de unos chavos de la UABCS que están preparándose para lanzar un proyecto cartonero; apareció Átropos, que es una editorial que acaba de publicar el primer título en el Encuentro de Escritores Lunas de Octubre. Tenemos propuestas, nos estamos dando cuenta como sociedad que tenemos que dar proyectos desde la sociedad civil de tener opciones independientes además de las institucionales, además de la iniciativa privada. Creo que tenemos que voltear mucho al interior del país (…) Las salas de lecturas son muy importante en este proceso que tenemos, porque volteamos más a ver los libros, buscamos más opciones”.